lunes, 16 de marzo de 2015


REVELACIÓN DE ESCRITORAS BOLIVIANAS

Kathy S. Leonard, lingüista, catedrática, fotógrafa e investigadora estadounidense, es autora de Una revelación desde la escritura: entrevistas a narradoras bolivianas y Una revelación desde la escritura: entrevistas a poetas bolivianas, publicados el año 2001 por la Editorial Peter Lang Publishing en Nueva York. Dos antologías que registran, sobre la base de entrevistas, la vida y obra de veinticuatro narradoras y poetas bolivianas.

En su juventud, tras haber vivido una infancia solitaria y reprimida en California, tomó la decisión de lanzarse al vértigo de un mundo desconocido, con el único propósito de enfrentarse a las nuevas sensaciones y desafíos que le planteaba la vida. Así, perceptible a las nuevas experiencias y conocimientos, recorrió por varios países de Latinoamérica, registrando con su cámara fotográfica las diversas imágenes de un continente contradictorio y fascinante. Más tarde, en su calidad de lingüista, y ansiosa por conocer otras vidas, otros idiomas, otras razas y culturas, sus pasos la llevaron a Argentina, México, Guatemala, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia, donde supo descubrir el tesoro escondido de un país que, aun siendo uno de los más pobres en términos económicos, es rico en materias primas, cultura y geografía.

En Bolivia experimentó la mágica combinación entre las regiones bajas del trópico y las majestuosas montañas del altiplano, y encontró culturas milenarias y variaciones lingüísticas que estimularon su pasión por el estudio de los idiomas ancestrales y el modus vivendi de las comunidades que sobrevivieron a la colonización y el desprecio. En este país andino realizó también el sueño de entrevistar a las narradoras y poetas contemporáneas, con el fin de llevárselas en su maleta hacia el Norte, donde publicó dos libros con el material que acopió a base de una grabadora y computadora portátiles.

Kathy S. Leonard, con el entusiasmo y la expectativa de siempre, ha estado en Bolivia para presentar el fruto de sus investigaciones, lo mejor de su voluntad de acero y su experiencia profesional, sin pedir nada a cambio, acaso ni los agradecimientos por el fecundo trabajo que desarrolló en provecho de la difusión de la literatura boliviana en su país de origen. De paso, como todo corazón violentamente apasionado por lo novedoso y desconocido, rompió una vez más las fronteras nacionales y las franjas de distorsión que impone la realidad de los países donde se funden con la misma intensidad el esplendor del pasado precolombino y el presente neoliberal, como si fuesen las dos caras de una misma moneda.

¿Qué le llamó la atención en la literatura femenina de Bolivia? Pienso que ese carácter sencillo, introspectivo y rotundo que brota de los versos y relatos de quienes se sobreponen a los dictados de la censura inoficial y los prejuicios sociales. Kathy S. Leonard, autora de Una revelación desde la escritura, sabe de algún modo que en estas escritoras, de talento innato y virtudes a toda prueba, está concentrada la sabiduría popular, pues ellas reflejan la situación concreta de la mujer boliviana -obrera, campesina, ama da casa, intelectual-, a partir de una experiencia individual y colectiva.

Esta catedrática de idiomas, sencilla y afectiva, se acercó a la literatura boliviana con sensibilidad e inteligencia, pensando en la necesidad de rescatar lo que es rescatable. De ahí que el resultado de su investigación sea óptimo y, por lo tanto, digno de ser conocido no sólo por los estudiosos de la literatura, sino también por los lectores en general, pues las páginas de los dos volúmenes de Una revelación desde la escritura, cargadas de sorpresas y experiencias vividas, son fuentes que destilan la savia de la creatividad y el saber femenino en Bolivia. 

Está por demás señalar que esta estudiosa de la literatura hispanoamericana es un puñado de sentimientos, que se abre cual un ramillete de flores ante un pueblo que aprendió a amar desde la primera vez que llegó sin conocer a nadie, pero seducida por el misterio de enfrentarse a una geografía maravillosa y a una población que ya entonces le hacía ecos en su pecho. Así, estando en el aeropuerto de El Alto, una mañana lluviosa de febrero de 1996, sin más recursos que un equipaje, una cámara fotográfica, una computadora portátil y un libro-guía para turistas norteamericanos, comprendió que ingresaba a un territorio conmovedor e inolvidable. Ella misma, recordando sus primeras impresiones, nos revela en la introducción de los libros: Bajé del avión con las piernas inseguras y los pulmones apretados, luchando por respirar a unos 12,500 pies de altura y entré en un mundo que hasta hoy no ha dejado de maravillarme.

Kathy S. Leonard, como pocas investigadoras extranjeras, primero se zambulló en las tradiciones y costumbres ancestrales de la cultura boliviana, para luego hablar de éstas con propiedad y conocimiento de causa; es más, a diferencia de los turistas trashumantes, tuvo la certeza de escarbar la superficie de un territorio desconocido, para hallar los tesoros que andaba buscando intuitivamente. Así encontró la riqueza cultural de un país multifacético y un hermoso cofre literario que por mucho tiempo permaneció en el silencio y el olvido, sobretodo esa parte que corresponde a las artesanas de la palabra escrita, cuyas voces hoy aparecen registradas en dos antologías de indudable calidad ética y estética.

Esta amiga de Bolivia y los bolivianos, que domina el idioma español como si fuese su lengua materna, puso una piedra fundamental en el trayecto de varias escritoras que no siempre cuentan con el respaldo de las instituciones culturales ni el beneplácito de sus colegas varones, quienes olvidan con frecuencia considerarlas en las antologías y los textos de estudio, quizás porque  todavía viven sujetos a los atavismos culturales y al prejuicio de que la literatura de las mujeres es menor o peor literatura que la cultivada por los hombres.

De modo que la elaboración de estos dos volúmenes, que le tomó seis años de investigación y trabajo obsesivo, es un desafío contra los estamentos de una sociedad relativamente conservadora, donde perviven los resabios de un sistema patriarcal, que no siempre supo ponderar la inteligencia y creatividad femeninas. Por eso mismo, esta catedrática de la Universidad Estatal de Iowa en la ciudad de Ames, consciente de su labor intelectual y su propuesta emancipadora, no dudó en rescatar del silencio aquellas voces que no siempre encontraron ecos en su entorno social. En tal virtud, rescató lo más representativo de la prosa y poesía femenina actual, puesto que las autoras consignadas brillan con luz propia en la constelación de la literatura nacional; más todavía, algunas de ellas lograron consolidar obras que poco a poco se van abriendo un espacio merecido en el contexto de la literatura universal.

Según los datos proporcionados en Una revelación desde la escritura, nos enteramos que el proyecto de las entrevistas surgió en 1994, año en el que, buscando con fascinación y esmero los cuentos de autoras latinoamericanas para incluirlas en las antologías Fire from the Andes: Short Fiction by Women from Bolivia, Ecuador and Perú (1997) y Cruel Fictions, Cruel Realities: Short Stories by Latin American Women Writers (1998), entró en contacto con algunas narradoras bolivianas, cuyo registro escritural y capacidad creativa cautivó su intelecto y corazón, y condujo sus indagaciones hacia el seno de una de las literaturas más secretas e interesantes del continente americano.


El descubrimiento de este cofre literario, que deslumbró uno de los puntos más neurálgicos de su quehacer profesional, hace pensar que por fin halló lo que anduvo buscando a ciegas, a tientas. De ahí que sus palabras cobran vida cuando dice: Durante mis investigaciones descubrí una gran cantidad de mujeres que escribían y publicaban en Bolivia, tanto narradoras como poetas, la mayoría desconocidas en su propio país. Cuando me di cuenta de que no sería posible incluir más que unas cuantas obras en la antología, y como no deseaba pasar por alto a tantas autoras con talento, tomé la decisión de continuar mi trabajo con escritoras bolivianas y producir dos volúmenes de entrevistas, uno de narradoras y otro de poetas. Pero algo más, aparte de las entrevistas, hubo la necesidad de incluir en los volúmenes una breve biografía, una ficha bibliográfica, una fotografía y un ejemplo de la obra de cada una de las autoras que integran Una revelación desde la escritura, dos maravillosos libros que registran la vida y obra de veinticuatro escritoras de reconocido prestigio en el ámbito de la literatura nacional.

El volumen dedicado a las poetas destaca los nombres de: Yolanda Bedregal (La Paz, 1916); Alcira Cardona Torrico (Oruro, 1926); Matilde Casazola Mendoza (Sucre, 1943); Gladys Dávalos Arze (Oruro, 1950); Mery Flores Saavedra (La Paz, 1935); Blanca Garnica (Cochabamba, 1944); Norma Mayorga de Villarroel (La Paz, 1950); María Soledad Quiroga (Chile, 1957); Rosario Quiroga de Urquieta (Cochabamba, 1950); Mónica Velásquez Guzmán (La Paz, 1972) y Blanca Wiethüchter (La Paz, 1947).

El volumen dedicado a las narradoras incluye los nombres de: Virginia Ayllón Soria (La Paz, 1958); Velia Calvimontes Salinas (Cochabamba, 1935); Patricia Collazos Bascopé (La Paz, 1951); Elsa Dorado de Revilla (Oruro, 1931); Beatriz Kuramoto (Santa Cruz, 1954); Beatriz Loayza Millán (La Paz, 1953); Rosa Melgar de Ipiña (Beni, 1910); Blanca Elena Paz (Santa Cruz, 1953); Martha Peña de Rodríguez (Santa Cruz); Giovanna Rivero Santa Cruz (Santa Cruz, 1972); Roxana Sélum (Beni, 1959); Alison Spedding (Inglaterra, 1962) y Gaby Vallejo Canedo (Cochabamba, 1941).

Kathy S. Leonard, sin lugar a dudas, sabía desde un principio que para conocer mejor a las autoras había que reunir no sólo una muestra significativa de sus obras, sino también sus opiniones respecto al rol de la mujer boliviana en el contexto cultural en general y literario en particular. Esta inquietud la llevó a entrevistar varias veces a cada una de las escritoras, quienes, desde sus hogares o fuentes de trabajo, accedieron a contestar las preguntas, convencidas de que esta era una excelente oportunidad para difundir sus obras más allá de las fronteras nacionales.

Asimismo, consciente de que la literatura femenina boliviana era poco conocida en el contexto internacional, decidió ampliar las entrevistas con el fin de abordar temas que resultaran reveladores y novedosos. Ella misma nos lo explica en la introducción de los libros: Pedí a las escritoras que hablaran de su producción literaria respecto a una variedad de elementos: las limitaciones culturales que hubieran tenido que superar; el efecto que la situación socio-política actual dentro de Bolivia pudiera haber tenido respecto a su producción literaria; si los varios movimientos femeninos han afectado a su obra; qué relación tienen con otros escritores, hombres, mujeres, dentro de su propio país y en el exterior; si según su opinión hay una diferencia entre el punto de vista literario de hombres y mujeres; y cuáles son los problemas que han encontrado al intentar publicar sus obras en Bolivia. Otras preguntas, de naturaleza personal, tienen el propósito de iluminar o clarificar la producción literaria de la autora. Por ejemplo: ¿De qué manera influyó su niñez en la decisión de ser escritora?; ¿cómo se considera a sí misma como persona y como escritora?; ¿cómo maneja el papel multifacético de madre-esposa-trabajadora-escritora?; ¿cómo integra su vida familiar a su vida literaria?

Como podrá apreciar el lector, las preguntas planteadas por Kathy S. Leonard tuvieron el firme propósito de revelarnos el mundo personal y profesional de las autoras entrevistadas; una tarea que no estuvo libre de dificultades, puesto que mientras ella vivía en Estados Unidos, las escritoras residían en los diferentes departamentos de Bolivia, un hecho que la obligó a viajar tres veces consecutivas al laboratorio de sus investigaciones para culminar su proyecto, que hoy es una suerte de sueño que se hizo realidad gracias a su trabajo tesonero y su amor desmedido por un país donde encontró las respuestas a sus preguntas, y un gran estímulo para proseguir con sus investigaciones en el apasionante campo de la literatura.

lunes, 9 de marzo de 2015


EMIGRACIÓN Y ASILO POLÍTICO

El drama de la emigración y el exilio es tan antiguo como el hombre. Ya desde tiempos remotos, los humanos se vieron obligados a abandonar sus lugares de origen y acogerse en otros, debido a razones religiosas, étnicas, políticas o económicas.

La traducción de un viejo papiro, que descifró el egiptólogo francés Joseph Chaves, nos permite conocer que el primer exiliado egipcio fue Sinuhé, quien vivió alrededor del año 200 a. de C. El pueblo judío conoció el éxodo interminable desde un principio, por eso su historia está hecha de múltiples migraciones; unas debidas a la guerra y otras a su religión. En la antigua Grecia se estableció el destierro, donde se destinaba a las personas no gratas, mediante una votación popular. En el Imperio Romano se desterró al poeta Ovidio y en el destierro nació Dante, pero la víctima más famosa del exilio fue Cristo.

De Florencia expulsaron a Leonardo de Vinci, quien le recordó al autor de El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, su situación de exiliados: Para todos, tú y yo somos extranjeros, intrusos, vagabundos sin hogar, eternos desterrados. El que no es igual a los demás, está solo contra todos, porque el mundo está hecho para el vulgo y no admite nada fuera de lo vulgar. Eso es lo que nos ocurre a nosotros, mi buen amigo.

El exilio era común en la Edad Media, ahí tenemos el poema épico del Cid Campeador, el mismo que fue desterrado por el rey Alfonso, acusado de haberse adjudicado una parte del tributo que pagaron los moros de Andalucía.

En el siglo XIX, las luchas por el naciente socialismo llevaron a sus principales líderes, como Marx, Lenin y Trotsky, a buscar asilo político en otros países, y durante la segunda mitad del siglo XX, el concepto exilio adquirió un carácter universal. Los refugiados formaban legiones de hombres que vivieron el síndrome aplastante de la sociedad, la nostalgia, el rencor y la locura. El siglo XX es el siglo de los refugiados, pues a lo largo de más de 90 años, las guerras y la pobreza provocaron olas de personas que se desplazaron de su terruño natal por fuerzas ajenas a su voluntad.

En 1921 se creó una organización para ayudar a los refugiados y, tras la Segunda Guerra Mundial, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) definió en 1951, en el artículo primero de sus estatutos básicos, enmendado por el Protocolo de 1967, lo que se entiende por refugiado: Una persona que, debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membrecía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto a volver a éste.

Si se entiende que el asilo humanitario es la práctica de ciertas naciones de aceptar en su suelo a inmigrantes que se han visto obligados a abandonar su país de origen debido al peligro que corrían por causas políticas, raciales, religiosas, guerras civiles, catástrofes naturales y otros, lo lógico es deducir que el refugiado debe contar tanto con derechos como con responsabilidades en el país que lo acoge según las normas establecidas por los convenciones internacionales.

Los refugiados se ven forzados a huir porque no disponen de la suficiente protección por parte del gobierno de su propio país; más todavía, en naciones como Francia, Canadá y Estados Unidos, en las cuales los activistas de Derechos Humanos son más persistentes, se ha logrado conceder el estatuto de refugiadas, por ejemplo, a mujeres que han sufrido mutilaciones genitales o que correrían el riesgo de sufrirlas si acaso permanecían en sus países de origen, lo mismo que se ha concedido el derecho de asilo a personas homosexuales perseguidas por sus preferencias sexuales.

Según los convenios internacionales, las naciones con mayor estabilidad socioeconómica están obligadas a conceder asilo humanitario y no pueden ni deben devolver por la fuerza a un refugiado a su país de origen por el peligro que le significa. Sin embargo, a pesar de todas estas convenciones, son muchas las naciones que desobedecen estos acuerdos y cometen atropellos contra la dignidad, expulsando de manera forzosa a las personas que solicitan asilo humanitario.

Los refugiados políticos, junto a quienes buscan la reunificación familiar, superan en un 10% a los inmigrantes por motivos económicos. En algunos países, como en Francia, los Países Bajos, Noruega y Suecia, la proporción de refugiados políticos es mucho más alta.

En los años 70 el número de demandas de asilo se estableció en un promedio de 30.000 personas por año. Diez años después, esta cifra superaba a 400.000 personas, en 1991 ACNUR contaba con 570.000 demandas de asilo. Una ola gigantesca que ya entonces avanzaba arrasando todas las leyes comunitarias en materia de migración. Actualmente, y por primera vez en muchos años, Europa es el principal teatro de un éxodo masivo, incluyendo a las personas provenientes de la ex Yugoslavia y del norte de África.

Desde entonces, la población desarraigada es cada vez mayor en el mundo. El número de inmigrantes a otros países se eleva a más de 100 millones. La mayor parte proceden de los países del llamado Tercer Mundo. Más de 1 millón de personas emigran cada año de un país a otro y un número casi equivalente solicita asilo político.

Los países desarrollados han establecido una cuota de refugiados a los que están dispuestos a conceder asilo, generalmente como resultado de un conflicto armado en curso. Desde la última década del siglo XX, la mayoría de estos refugiados provienen de Irán, Irak, Palestina, Afganistán, Ruanda, Burundi, Sudán, Congo, Sáhara Occidental, Albania, Tíbet, América Latina y la antigua Yugoslavia.

En Centroamérica existen cientos de miles de refugiados, sobre todo, guatemaltecos y salvadoreños. Todos dejaron sus tierras a raíz de la guerra tramada por EE.UU. contra los ejércitos de liberación nacional. Miles de aldeas desaparecieron entre llamas, miles fueron asesinados y torturados, y miles viven aún en la incertidumbre provocada por la guerra y la persecución. Los que lograron refugiarse en países vecinos como México, Costa Rica y Honduras, viven en condiciones infrahumanas, sin derecho a seguridad ni ayuda social.

En Sudamérica cerca de 200.000 chilenos abandonaron su país tras el sangriento golpe militar de 1973, y cada vez es mayor el número de chilenos que salen al exterior por razones económicas. La dictadura militar argentina lanzó al exilio a más de 200.000 personas. En Uruguay el 25% de la población vivió en el exilio durante la dictadura militar que secuestró, desapareció, torturó y asesinó a sus opositores. Bolivia y Paraguay siguieron su ejemplo durante la denominada Operación Cóndor.

De los 156.000 refugiados que viven en el sur de Asia, en carpas que parecen hongos brotados después de la lluvia, viven 126.000 en Tailandia. Estos refugiados provienen de Laos, Kampuchea y Vietnam. En Hong Kong existen 9.000 refugiados acosados por una estricta vigilancia policial, lo propio ocurre en Malasia, Filipinas e Indonesia.


Según datos registrados por el ACNUR, uno de cada diez refugiados en el mundo es africano. Tres de los cinco millones viven en el cuerno oriental de África, y la preocupación principal de éstos es la sobrevivencia, puesto que están amenazados por el calvario de la sequía y la hambruna. En esta catástrofe, que es la mayor de todos los tiempos, se cuentan por millares los niños, mujeres y ancianos que se desplazan bajo un implacable sol en busca de comida; es como si el tiempo se hubiese detenido para estas masas humanas, inmersas en una situación alarmante, sin vínculo alguno con sus medios de origen y que pierden hasta el rastro de sus pueblos. Y, sin embargo, esperan el fin de la odisea en cuyo curso se han desmembrado familias enteras.

Los desplazados internos son aquellas personas obligadas a huir de sus hogares debido a alguna crisis pero que, a diferencia de los refugiados, permanecen dentro de las fronteras de su país de origen. A finales de 2006 se estimaba que su número total ascendía a 24,5 millones repartidos en 52 países, alrededor de la mitad de los cuales serían africanos. Esto resulta especialmente dramático si tenemos en cuenta que un desplazado interno sufre una situación mucho más vulnerable que otra que haya conseguido cruzar una frontera territorial y que pueda, por lo tanto, acceder con más facilidad a la protección internacional.

Con todo, contrariamente a los que muchos creen, no son los países industrializados los que acogen a la mayor cantidad de refugiados, sino los que están en vías de desarrollo, especialmente los más pobres de Asia y África. Según datos proporcionados por el ACNUR, en 2004, los cinco países principales de acogida de refugiados son Pakistán (1,1 millones), Irán (985.000), Alemania (960.000), Tanzania (650.000) y Estados Unidos (452.500). En España, la mayoría de los refugiados provienen de los países del África subsahariana, en tanto en Ecuador buscan refugio los colombianos desplazados por el conflicto armado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares.

En los campos de refugiados de África, los niños son los más afectados. Centenares de ellos, con las cabezas de pequeños ancianos y los cuerpos raquíticos, se debaten contra el hambre, y centenares aguardan que algún médico los socorra en las tiendas de campaña. Entretanto, los de Sudán siguen bebiendo las aguas contaminadas de los ríos cercanos y los de Makela siguen esperando, entre nubes de moscas y polvo, que algún milagro los salve de la sequía y la muerte.

En Sudán meridional, tras seis años de guerra civil, donde las fuerzas insurgentes se han lanzado al ataque de poblaciones civiles, violando a mujeres y robando los ganados, se calcula que la guerra ha costado ya la vida de más de 1 millón de sudaneses. De una población de 5 millones de habitantes, 2,5 millones han huido de la guerra abandonando sus pertenencias en su lugar de origen.

Simultáneamente a los graves problemas que afectan a Sudán, Etiopía y Somalia, la sequía se ha extendido a Kenia; uno de los paraísos de moda para los turistas europeos ansiosos por practicar submarinismo y safaris fotográficos. En los últimos años, Kenia acogió a 250.000 refugiados procedentes de Somalia y del sur de Etiopía. En total, la sequía incide en 130 millones de africanos, de los cuales 60 millones presentan un serio peligro a causa de la hambruna.

La guerra, en países como Angola, ha obligado a grandes cantidades de gente a abandonar sus campos de cultivo para vivir dentro de los cinturones de seguridad creados en torno a las ciudades. De modo que en África, donde las catástrofes naturales contribuyeron a acentuar lo que el hombre consiguió por medio de la violencia y las armas, existen millones de seres humanos que sobreviven al borde de la extinción.

En Somalia, que tiene un capítulo especial en los anuarios informativos, aproximadamente 500 personas mueren cada día de hambre y con heridas de bala; en Etiopía, la inestabilidad política se balancea en una cuerda floja y la supervivencia de 4 millones de individuos depende de la ayuda internacional; en Mozambique, convaleciente de una guerra civil que duró 30 años, los 16 millones de mozambiqueños tampoco se libran del desastre; en Liberia, la guerra ha provocado 20.000 muertos en los últimos años y casi la mitad de los 2 millones de liberianos se han refugiado en los países limítrofes; en Yibuti, antigua Somalia francesa, los 400.000 habitantes de los clases issa y afars viven inmersos en un sangriento enfrentamiento civil, lo mismo que en Burundi y Ruanda, donde la guerra entre grupos étnicos ha dejado un reguero de muertos y 1,5 millones de refugiados que se replegaron hacia zonas fronterizas. 

En los países del antiguo bloque soviético, que han dado un giro a las relaciones geopolíticas en Europa, se ha desatado una ola de inmigración sin precedentes. La invasión rusa en la República de Chechenia y la guerra en los Balcanes son algunos de los ejemplos de este éxodo inexorable. En la ex Yugoslavia, donde los bombardeos del ejército serbio-federal dejaron a varias ciudades convertidas en escombros, huyeron cada día miles de personas en busca de refugios seguros. Este drama humano constituyó uno de los movimientos de refugiados más graves que Europa experimentó desde la Segunda Guerra Mundial y el más grande del mundo desde el éxodo kurdo.

En consecuencia, esta caravana interminable de emigrados y refugiados es uno de los mayores atentados contra la dignidad humana y exige un capítulo aparte en la historia de las naciones afectadas por las catástrofes naturales, los conflictos bélicos, la persecución política, la inestabilidad socioeconómica, las discriminaciones raciales, sexuales y religiosas.

jueves, 5 de marzo de 2015


¿TIENE ALMA LA MUJER?

En muchas épocas y culturas se puso en duda la condición humana de la mujer. Se usó y abusó de ella como si fuese un objeto cualquiera. Los hombres, en algunas civilizaciones, no estaban convencidos de que la mujer fuera enteramente una criatura humana, y en el Concilio de Mâcon, en el siglo IV de nuestra Era, se discutió frenéticamente si acaso la mujer tenía alma, habiéndose resuelto la cuestión por una escasa mayoría.

La Iglesia Católica, que ejerció un poder omnímodo sobre el mundo feudal y constituyó la única institución educativa hasta los albores del capitalismo, fue la primera en predicar que la opresión de la mujer era algo natural, pues en el Génesis se dice que, por haber desobedecido al Creador y haber incurrido en el pecado, estaba condenada a vivir sometida a la autoridad del hombre. Asimismo, los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento no se refieren, en realidad, más que al hombre, mencionándose a la mujer solamente en el noveno, confundida con los criados y animales domésticos.

Según el cristianismo, la mujer depende del hombre no sólo porque fue creada de una de las costillas de éste, sino también porque a través de ella entraron los males en la Tierra, sobre cuyas premisas se fundamentaron las doctrinas misantrópicas de la continencia y la negación a la carne. La mujer estaba considerada como apóstol del diablo y como amenaza potencial para los intereses espirituales del hombre. De modo que, durante el auge del romanticismo y la caballerosidad hacia la mujer, se cometieron discriminaciones tan brutales como el uso del cinturón de castidad. Los romanceros dan cuenta de que los caballeros, antes de partir a las cruzadas, dejaban a sus mujeres en los conventos por razones de honor.

Las mismas instituciones, encargadas de tender un manto negro sobre la sexualidad femenina, se encargaron de pregonar la idea de que la mujer decente no tenía sensaciones de placer sexual y que su órgano genital era un orificio oscuro y sucio, que no debía mirarse ni tocarse.

El celibato, como requisito fundamental para el sacerdocio, era sinónimo del desprecio por el cuerpo y el sexo. La Iglesia impuso a sus feligreses una vida de abstinencia de las relaciones sexuales, puesto que en los tiempos paganos de la antigüedad se consideraba el celibato como algo más honroso que el matrimonio. Esta idea de pureza religiosa ha aumentado la tendencia a quitar valor al matrimonio y envilecer las relaciones sexuales, y ha llevado a que centenares de sacerdotes y monjas se esforzaran por llevar una vida entre votos de castidad.

El dogma de la perenne virginidad de María, que representa ante todo un modelo eminente y singular de maternidad, ha perpetuado la idea de que las relaciones sexuales son inmundas. Una tradición católica y ortodoxa, de hace unos quince siglos atrás, sostiene que María fue siempre virgen, lo que hace suponer que ella y José nunca tuvieron relaciones sexuales, y que los hermanos de Cristo eran en realidad sus primos. Esta idea consolidó la tradición del celibato para monjas y sacerdotes, aunque algunas investigaciones confluyen en señalar que los cuatro evangelios canónicos proporcionan evidencias concordantes de que Cristo tuvo verdaderos hermanos y hermanas en su familia. Por cuanto se debe aceptar el claro testimonio bíblico de que, después del parto de María, José llevó una vida conyugal normal con ella y engendró otros hijos e hijas. Además, esta controversia indujo a la teología a reflexionar en torno a esa mentalidad tan arraigada entre los católicos, quienes consideran que el placer es algo malo, que deteriora, que es mejor el sacrificio y que al cuerpo es mejor ofrecerle palos que placer.

Los reformadores del siglo XVI, quienes encontraron en Martín Lutero a su máximo exponente, rechazaron el celibato religioso y la concepción de que la mujer era un ser maligno, pero, a su vez, propagaron la retrógrada teoría de que la mujer estaba hecha por naturaleza para una vida de servidumbre y sumisión, y que dentro de la familia debía obedecer al marido, habida cuenta de que el hombre es la imagen y gloria de Dios, y ella la gloria del hombre.

El matrimonio se trocó en el único sacramento capaz de dignificar a la mujer ante el hombre y la sociedad. Una mujer fuera del matrimonio valía tanto como una mujer que no podía traer hijos al mundo. Jean-Jacques Rousseau estaba consciente de que el único lugar donde la mujer podía realizarse y existir como individuo, o sea como ciudadana, era dentro del contexto familiar. Por eso era costumbre que la mujer se case relativamente joven, y que, una vez desposada, se ocupe de los deberes del hogar y la educación de los hijos.

Desde la antigüedad, la mujer culta y dedicada a la vida profesional estaba vista como un ser indeseable, anormal y poco femenina; en cambio, una mujer que vivía como ángel de la guarda del hogar, dedicada a la maternidad y la felicidad del marido, encajaba perfectamente en los cánones de la Iglesia. En primer lugar, la mujer debía ser devota, ya que si amaba y obedecía a Dios, amaría y obedecería también a su marido; y, en segundo lugar, la mujer debía cultivar la elegancia social y, sobre todo, la tolerancia, ya que una mujer jovial, amable y de carácter afable -en especial para con el marido- evitaría toda violencia y furor.

Por otro lado, cabe añadir algunas líneas sobre la imagen creada por la Iglesia respecto a la mujer detestable y la mujer venerable, pues ésta es una de las lápidas que más ha pesado sobre la mujer en el mundo cristiano, y, aunque los historiadores admiten que los primeros cristianos no adoraban ni veneraban a mujer alguna, se sabe que desde el esclavismo se identificó a las mujeres con dos arquetipos: lo malo y lo bueno. Es decir, con dos tipos de mujeres diametralmente opuestas: una es Eva y la otra es María. La primera se asocia con la impureza, el pecado, la maldad y la sexualidad; en tanto la segunda se asocia con la pureza, la obediencia, la inocencia y la mediadora entre la divinidad y la humanidad.

Todo arranca de la creencia de que Eva escuchó a Satanás por medio de la serpiente y María escuchó a Dios en boca del ángel Gabriel. Eva fue expulsada del paraíso por pecadora, condenada a ser dominada por el hombre y a parir con dolor; en tanto María, quien no recibió mancilla y concibió sin pecado original, fue declarada bendita entre todas las mujeres. Así, Eva es la pecadora y María la purificadora, o como dice el refrán: la muerte a través de Eva y la redención a través de María.

La sociedad patriarcal se aprovechó de estos valores ético-morales promovidos por la veneración a la Virgen María y su imagen, para conservar los valores tradicionales relacionados con los valores machistas de la sociedad, como ser la castidad, obediencia y sumisión; más todavía, estos arquetipos permanecen latentes en el subconsciente colectivo, ya que se sigue nombrando a Eva cuando se trata de censurar la conducta de las mujeres que no aprecian la limpieza moral o se rebelan contra el sistema patriarcal en defensa de sus legítimos derechos.

miércoles, 4 de marzo de 2015


EL COLONIALISMO EN TINTÍN

La edición de Tintín en el Congo es un excelente motivo para abordar el tema del racismo en los llamados cómics, donde los negros representan el subdesarrollo y los blancos la expansión imperialista, una imagen que nos persigue como fantasma en el subconsciente colectivo. Si anudamos los cabos sueltos de la historia universal, advertiremos que el racismo tiene sus primeros antecedentes en el pasado colonial de las culturas no occidentales, donde los conquistadores europeos, a diferencia de los asiáticos, negros o indios, impusieron su voluntad a sangre y fuego.

En este contexto, la serie creada por Georges Rémy, quien usó el seudónimo de Hergé desde 1929, cuenta la versión oficial de los vencedores, con una fuerte dosis de racismo y una visión retorcida de la realidad del llamado Tercer Mundo. Y, sin embargo, su personaje principal, aparecido por primera vez en el suplemento juvenil de un periódico belga, es una de las figuras más aclamadas por los lectores desprevenidos y el personaje de ficción más cotizado en el reino de los cómics.

Los periplos de Tintín, traducido a medio centenar de idiomas, se han publicado en más de 100 países y el número de ejemplares vendidos ha superado los 150 millones en todo el mundo; lo suficiente como para difundir masivamente una ideología que atenta contra las razas y culturas, que hace tiempo ya se independizaron de los colonizadores europeos.

Desde su primera aventura, Tintín en el país de los soviets, hasta la muerte de su creador, en 1983, este periodista intrépido y curioso, de inamovible tupé y acompañado por su fiel fox terrier Milú, ha llegado a la Luna y ha recorrido un largo itinerario en la Tierra, desde Rusia hasta África colonial. Tintín es el Superman belga, pues ha cruzado los mares para pelear con los indios en las praderas norteamericanas, ha escalado las cimas de los Andes y el Himalaya, ha luchado contra las fieras salvajes de la jungla en la India y Suramérica, y, al mejor estilo de Indiana Jones, ha presenciado los acontecimientos de la historia contemporánea, como fue la guerra chino-japonesa, la revolución bolchevique y los diversos golpes de Estado en las más exóticas repúblicas bananeras, cuyos habitantes son sinónimos de incivilización y barbarie. Ahí tenemos el caso de Tintín en el Congo, donde el protagonista blanco, sentado en una litera, es llevado a cuestas por cuatro figuras grotescas, que tienen los ojos saltones, los labios desproporcionados y la piel negra como el ébano. La imagen parece inspirada en la clasificación racial hecha por el naturalista sueco Carl von Linné (1707-78), quien caracterizó a los africanos en los siguientes términos: negro, flemático, de cabellos negros y crespos, laxo, nariz roma, labios abultados, astuto, negligente, perezoso, y se rige por el arbitrio. En cambio el de raza aria es: blanco, musculoso, sanguíneo, ojos azules, cabellos rubios y ondulados, agudo, industrioso, versátil, y se rige por leyes.



Esta imagen, enraizada en la mentalidad colonialista de Occidente, induce a pensar que los angoleños son una suerte de esclavos postrados ante los pies del hombre blanco, al cual adoran y convierten en jefe supremo de sus tribus, dando lugar, de este modo,  al sentido de dominación de un pueblo sobre otro, de una cultura sobre otra, de una raza sobre otra.

No se debe olvidar que este país del oeste  africano, que primero fue colonia portuguesa y después belga, sufrió el desprecio y la expoliación de Occidente. Así, entre el siglo XVI y XIX, fue uno de los centros principales del comercio de esclavos, quienes fueron vendidos y transportados al continente americano, mientras en el siglo XX, a consecuencia de la expansión y el saqueo imperialista, las empresas transnacionales intensificaron la explotación de sus recursos naturales, que hizo florecer el comercio de diamantes, cobre, oro, plata, cinc y otros.

Tintín, visto desde esta perspectiva, es el representante de una cultura y, por lo tanto, de una mentalidad que, desde la época del colonialismo europeo, ha intentado perpetuar la supremacía del hombre blanco. En las series basadas en las teorías del social-darwinismo, que legitiman la existencia de razas superiores y razas inferiores, los negros, asiáticos e indios, representan a los malhechores oscuros de la sociedad, en tanto los blancos, buenos, bellos e inteligentes, son los héroes de las historietas, donde se cumplen los sueños de quienes defienden la supremacía del hombre blanco, así el racismo sea una utopía como la especulación del social-darwinismo. Basta revisar la historia de las diversas culturas para comprobar que las razas y los pueblos se han turnado en la vanguardia de la civilización, siendo así que pueblos que conocieron antes un deslumbrante esplendor, aparecen en la actualidad postergados en relación a otros que sufrieron un vertiginoso desarrollo en los últimos tiempos.

Las aventuras de Tintín, al menos en su viaje al Congo (ahora República de Zaire), tienen una clara intención racista, que es preciso aclarar para que no se siga creyendo en el mito de que el negro nació para ser esclavo y el blanco para dominarlo por mandato divino.

miércoles, 25 de febrero de 2015


CIENCIA, EMPIRISMO Y RELATIVIDAD

Toda ciencia que estudia un fenómeno determinado, ya sea social o natural, tiene por objeto hallar explicaciones que sean más coherentes que las proporcionadas por el empirismo, cuyo sistema de estudio, sin la teoría ni el razonamiento, está basado en el uso exclusivo de la experiencia y la percepción, a diferencia de los conocimientos científicos, que siguen un proceso más sistemático desde la observación hasta la experimentación.

Todo investigador sabe cuándo y en qué se diferencia la ciencia de la percepción meramente empírica. Una de estas diferencias es que, el empirismo se conforma con ordenar las observaciones sobre la base de impresiones que surgen de modo espontáneo; la ciencia, en cambio, desarrolla sus tesis de manera crítica y racional. Esto hace que el hombre de ciencia y el hombre común, por ejemplo, lleguen a conclusiones diferentes acerca de un determinado objeto de investigación. Así, cuando se le pregunta a una persona carente de conocimientos científicos: si es el Sol el que gira alrededor de la Tierra o ésta alrededor del Sol, lo más probable es que conteste: el Sol gira alrededor de la Tierra, porque esto es lo que él observa cada día. Sin embargo, una persona que haya estudiado sistemáticamente el sistema de rotación o traslación de la Tierra, como lo hizo Copérnico o Galileo Galilei, sabe que la Tierra y el reto de los planetas describen sus órbitas alrededor del Sol y no a la inversa.

Los resultados científicos de una investigación dependen del objeto que se estudia, pues no es lo mismo investigar un aspecto de la biología o la física, que investigar un aspecto de las relaciones sociales, no sólo porque los métodos de análisis que se usan son distintos, sino también porque las ciencias exactas y las ciencias sociales son dos campos diferentes. Por lo tanto, no es lo mismo que un técnico investigue el desarrollo de las computadoras, que un sociólogo investigue la interrelación social de los individuos. El primero tiene un carácter NO NORMATIVO. Es decir, explica cómo es el objeto estudiado y cómo debería de ser. El segundo, en cambio, tiene un carácter más NORMATIVO, dependiendo del objetivo que se persigue con los resultados de la investigación, además de los conceptos políticos o ideológicos que sustenta el investigador; más aún, si partimos del principio de que un investigador social es, asimismo, un miembro de la sociedad y un producto de las relaciones sociales, cuyas investigaciones, a diferencia de las de un físico o un biólogo que estudia los fenómenos desde fuera, pueden incurrir en dos errores: primero, la de aprobar, sin modificación alguna, las estructuras sociales; y, segundo, la de usar los resultados de su investigación como un instrumento de reproducción o transformación de las estructuras sociales vigentes. Asimismo, el empirismo pretende explicar la formación del humano por combinación de los datos de los sentidos, sin intervención original alguna de la razón.

Entre los más destacados filósofos partidarios del empirismo figuran el inglés Jonh Locke (1632-1704) y el francés Etienne Bonnot de Condillac (1715-1780). La reflexión, que el filósofo inglés combinaba con las sensaciones, lo miró el filósofo francés como inútil complicación del sistema; en su concepto, no hay dos orígenes de nuestras ideas sino uno solo. El principio único que señala Condillac como origen de todas las dificultades, es nada menos que la sensación; de ésta resulta la atención; de la atención resultan, a su vez, todas las demás facultades intelectuales. Y puesto que la atención no es más que una sensación, en último análisis, todas las demás facultades, tanto afectivas como intelectuales, derivan de la sensación; empero, a una primera atención puede suceder otra nueva. Es decir, una sensación que se transforma también en atención por su vivacidad, pero observa Condillac que la impresión que la primera sensación ha hecho sobre nuestra alma se conservará todavía, como lo prueba la experiencia por razón de su vivacidad.

Nuestra capacidad de sentir se encuentra, entonces, repartida entre la sensación que tuvimos y la que tenemos. El sujeto las percibe de modo distinto; una de ellas nos parece pasada, otra actual. A la impresión actual, Condillac le da el nombre de atención; a la impresión pasada la llama memoria; a la comparación de las dos sensaciones la llama juicio, el cual, habida cuenta de la misma comparación, es también sensación. Y así el empirismo de Condillac trata de darnos el cuadro rigurosamente científico de nuestra vida mental.

El empirismo de Locke, si bien menos radical que el de Condillac, admite la reflexión, pero niega que tengamos conocimiento alguno de la esencia de la sustancia. Ahora bien, si el empirismo es históricamente antiquísimo, se debe reconocer que durante la Edad Media alcanzó su resonancia mayor.

El dilema de la Edad Media

La experiencia cotidiana le indicaba al hombre de la Edad Media, con seguridad absoluta, que la Tierra era un cuerpo fijo y que alrededor de ésta giraba el Sol. Además, cabe recordar que el empirismo de la Edad Media estuvo basado en las teorías del astrónomo griego Claudio Ptolomeo (s. II d. de J. C.), autor de la célebre Composición matemática, a quien se lo consideraba una gran autoridad por sus conocimientos que sustentaban la hipótesis de que la Tierra era el centro del universo y un cuerpo sin movimiento alguno.

El astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543), por su parte, demostró el doble movimiento de los planetas sobre sí mismos y alrededor del Sol, al igual que el físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642), quien, sustentando sus conocimientos por medio de la observación y la experimentación, publicó en Florencia su Diálogo sobre los dos Máximos Sistemas, Ptolomeico y Coperniquiano (1636), en el que defendía la concepción heliocéntrica del universo formulada por Copérnico, frente al sistema de Ptolomeo, que afirma que el Sol gira en torno a la Tierra. Desde ya, el libro suscitó pronto el interés de los ambientes intelectuales europeos y la desconfianza de la Iglesia, que entonces había encontrado en Ptolomeo una confirmación científica del antropocentrismo inmanente a su fe en la creación. De modo que Galileo, obligado a retractarse por haber proclamado, después de Copérnico, que la Tierra giraba sobre sí misma, contrariamente a las concepciones sostenidas por las Sagradas Escrituras, fue procesado por el Santo Oficio, y, tras 17 años de causa, fue condenado y confinado, luego de ser forzado a adjudicar de sus errores, siendo eximido de la pena de cárcel sólo por su avanzada edad y sus condiciones precarias de salud, que, desde luego, ningún perdón tardío puede remediar la amargura y la soledad de los últimos años de su vida, transcurrida en encierros domiciliarios, como correspondía a un penitente de la Inquisición.

Con todo, a los 350 años de su muerte, el Vaticano, a través del Papa Juan Pablo II, rehabilitó en 1992 el cientificismo de Galileo Galilei, y criticó los errores de los teólogos de la época que dieron pié a tal condena. Así, pues, en un discurso de 13 páginas, leído en la Sala Regia del Palacio Apostólico, ante los miembros de la Pontificia Academia de la Ciencia, y el cuerpo diplomático acreditado, el Papa calificó al científico italiano del siglo XVII de Físico genial y Creyente sincero, sin descalificar expresamente al tribunal que lo sentenció, basado, probablemente, en la concepción de que la naturaleza y la Biblia derivan ambas de Dios, y que es absurdo querer contradecir la naturaleza, que es la expresión directa de la voluntad divina. Al mismo tiempo, el Papa, polaco como Copérnico, denunció el mito del oscurantismo dogmático, al que dio pié la condena de Galileo, que desde el siglo XVII difundió la idea de que ciencia y fe son inconciliables. Para la Iglesia, lo peor del caso Galileo fue que a partir del siglo XVIII, dicho caso fue el símbolo del rechazo de la Iglesia al progreso científico, o bien del oscurantismo dogmático, opuesto a la libre búsqueda de la verdad. Y, aunque no se trata del primer paso en la rehabilitación de Galileo, el discurso que pronunció el Papa en el Vaticano cerró una historia que acabó ocasionando una trágica incomprensión recíproca entre teólogos y hombres de ciencia.

Relatividad y aproximaciones

Cuando los hombres desconocían la esfericidad de la Tierra y se la imaginaban plana como una moneda, la interpretación literal que en aquella época se daba de la Biblia, era considerada como concepto absoluto y no relativo. Pero, más tarde, cuando se descubrió que la Tierra era esférica, tanto el empirismo como el sentido vertical de las Sagradas Escrituras se tambalearon en el saber humano.

Ya dijimos que, la diferencia existente entre ciencia y empirismo se puede apreciar en las teorías que se tenían acerca de la forma de la Tierra hasta el siglo XV, pues tanto los teólogos como la gente del pueblo creían que ésta era plana y que el horizonte terminaba en abismos, a falta de mayores conocimientos sobre las leyes de la gravedad. Sin embargo, tras los viajes de circunnavegación alrededor del Mundo, se demostró la teoría de que la Tierra era redonda y que las personas que habitaban en el hemisferio Sur no caminaban cabeza abajo ni se caían en los abismos, porque la tierra tiene un centro de gravedad, y que los conceptos de arriba y abajo son relativos y no absolutos.

Otro ejemplo, que demuestra la diferencia existente entre el empirismo y la ciencia, es el siguiente caso de relatividad: ¿A qué lado del camino está situada la casa, a la derecha o a la izquierda? Esta pregunta no es fácil de responder, puesto que si uno camina del puente hacia el bosque, la casa estará al lado izquierdo y si, por el contrario, camina del bosque hacia el puente, la casa estará a la derecha. Consiguientemente, los conceptos derecha e izquierda son relativos. La respuesta dependerá del lugar donde se haga la pregunta. Lo mismo que, día y noche son conceptos relativos, y no se podrá contestar a la pregunta sino se indica el punto del globo terrestre respecto al cual gira la conversación; es más, el semiólogo italiano Umberto Eco, refiriéndose a las aproximaciones del lenguaje, como a las paradojas de los relojes, dice: Después de que los lógicos se preocuparon de hallar reglas matemáticas para construir proporciones no ambiguas, no sólo la lingüística, sino la propia lógica y la inteligencia artificial se ha dado cuenta de que el lenguaje natural es el reino de las aproximaciones... Hace años que están efectuando investigaciones sobre lo que la gente piensa que es un ave. La gente piensa que las aves vuelan y considera que los pollos son aves. Todas nuestras definiciones son aproximativas... Sujetos sometidos a exámenes correctamente elaborados han revelado, durante los experimentos, que piensan que el águila es un ave, al igual que un pollo, pero que el águila es más ave que el pollo; de ahí que los lingüistas hayan establecido, por decirlo así, escalas de ‘pajaridad’ en las que el águila vale 10 puntos y el pollo uno (y creo que los búhos estaban en un escalón algo inferior al de los cóndores). Resumiendo, nosotros hablamos siempre de manera aproximativa, y conseguimos entendernos sólo porque comparamos nuestras expresiones, fundamentalmente inexactas, con el momento en que las utilizamos, con la naturaleza del interlocutor, con lo que se dijo anteriormente y con el tema de la conversación presente”. De modo que, en nuestra intercomunicación “nos salva nuestro ‘más-o-menos’, pues de lo contrario seríamos todos como el Funes de Borges, el cual, debido a la exactitud de su percepción y de su memoria, no podía aceptar que el perro que había visto a las tres de perfil pudiese ser el mismo que veía de frente a las cuatro. Nos moriríamos, como él.

lunes, 23 de febrero de 2015


EN EL TEMPLO DEL SOCAVÓN

–¡Abran cancha, carajos! ¡Aquí viene Lucifer! –Vociferó el Tío, abriéndose paso entre los danzarines de la fraternidad de los diablos–. Soy el dueño de las riquezas minerales y el amo de los mineros, quienes se entregan a la danza y borrachera en cada Carnaval. Así olvidan por unos días la dureza del medio en el que viven y la precariedad de un trabajo que apenas sí les da para subsistir con dignidad... 

Los danzarines, apenas lo vieron entrar en el Templo del Socavón, se hicieron a un lado dejándole el paso libre, mientras la Virgen de la Candelaria, patrona de los mineros, no le perdía de vista desde el retablo principal, donde estaba el fresco representando su inmaculada imagen y por donde pasaban, una y otra vez, los promesantes en los días del Carnaval.

El Tío, batiendo su capa de luces como el capote de un torero, avanzó de manera resuelta hacia ella, se dejó caer de rodillas y dijo:

–Vengo a bailártelo mi diablada con fe y devoción, y, si no es un agravio contra la fe, vengo también a divertirme con las Chinasupay, quienes tienen los deseos más ardientes que las llamas del infierno, queriéndose tragar a los hombres como a leñas del monte.

La Virgen, con su pequeño hijo en el brazo izquierdo, la candela en la mano derecha  y luciéndose con sus mejores atuendos y alhajas,  lo miró desde arriba, escrutándole el traje de deslumbrantes reptiles y batracios, que en las hombreras de su capa lucían como animales hechos de querubines, zafiros y esmeraldas.

La Virgen sabía que el Tío era el indiscutible promotor y protagonista central del Carnaval de Oruro, donde bailaba a sus anchas, borracho y enamorado, con el látigo de vergajo en una mano y el cetro de mando en la otra, a modo de advertir a todos que jamás habrá fuerza humana ni divina que ponga frenos a la danza de los diablos, capaces de arrancarle chispas al empedrado con sus tacones más claveteados que las herraduras del caballo.
El Tío, de semblante feroz y cuernos puntiagudos como para rasgar la franela del reino celestial, recorrió hasta los pies de la Mamita K’achamosa, levantó la cabeza y, dirigiéndole una mirada encendida por luces infernales, le dijo:

–Vengo desde la eterna noche de mi reino, lleno de fervor y hondo pesar, esperando poder confesarte mis pecados de pendenciero, mujeriego y bebedor.

La Virgen, como si estuviese sorda, no escuchó los pedidos de quien suplicaba bendiciones para abrir las puertas de su corazón; por el contario, le clavó una mirada severa, parecida a la saeta de un cazador de bestias, y le reprochó:

Eres el ángel caído por haberte rebelado contra la palabra de Dios, eres el príncipe de las tinieblas y tentador del género humano. Te pareces al reptil que se deja amilanar por Satanás como por la flauta de un encantador de serpientes. Así que no vengas con que aquí lo puse y no aparece, pobre diablo...

El Tío levantó las manos, se cubrió la cara y pensó: ¡Oh, mierdas! La Mamita conoce mis debilidades como si me hubiese parido. ¡Ah, pobre de mí!

La Virgen, al verlo con los hombros encogidos como un pájaro alicaído, se inclinó ligeramente hacia él y, rozándole los cuernos con la punta de los dedos, le advirtió:

–Deja ya de blasfemar en la casa del Señor, criatura inmunda. De nada sirve que vengas de rodillas y seas tan ligero de mente como de lengua, porque sé que detrás de tu mano se esconde la zarpa de Satanás. Y, por si lo has olvidado, te recuerdo que se puede luchar contra todo y todos en este mundo, pero nunca contra la santísima Iglesia ni contra el infinito poder de Dios.

–Lo único que quiero es confesarte mis pecados y bailártelo mi diablada, Mamita del Socavón –suplicó el Tío, con una voz parecida el lamento de las zampoñas….

–No me supliques nada que nada puedo hacer por ti –dijo la protectora de los mineros–. Y, por último, ¡vete al demonio con tus diabladas!...

El Tío, sintiéndose atravesado por la misma sensación de quien entrega su alma al diablo antes de ser excomulgado de la santa Iglesia, se puso de pie, miró de un lado a otro, de arriba a abajo y, como todo aquel que no quiere llevar en la conciencia el inconmensurable peso de traición contra el supremo Creador, se metió a rezar en voz baja, apenas perceptible: 

Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo…

Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre… –se escuchó un coro de voces en la nave mayor; eran los danzarines de la fraternidad de la diablada, quienes, postrados, zalameros, y sujetando su feroz máscara en las manos, rezaban con fervor y profunda fe en los milagros de la patrona de los mineros.

El Tío dejó de rezar y salió del Templo, cubriéndose el rostro con su capa de pedrería y abriéndose paso entre los danzarines hacinados en la casa del Señor.

Mientras los devotos volvían a persignarse, pronunciando a coro: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…, el Tío se alejó del Santuario de la Virgen del Socavón entre tamboreros, platilleros y soplalatas que, haciendo vibrar la Plaza del Folklore, interpretaban la música de la diablada al compás binario de dos por cuatro y ritmo marcial.

Así fue como el Tío, disfrazado con su traje de Lucifer, retornó a las entrañas de la Pachamama, convencido de que cuando se cierran las puertas del cielo, se abren las del infierno, donde uno cae, ¡zas!, así nomás, luego de ser empujado por un soplo divino hacia las crepitantes llamas del antro dominado por Satanás y sus siervos.

–Ésta no fue la primera ni la última vez que me reprochó la Mamita del Socavón –se dijo el Tío, sentándose en su trono de rocas minerales–, pero fue la primera vez que me recordó mis orígenes y me echó en cara las verdaderas intenciones de mi condición de pecador, la primera vez que bailé a medias mi diablada, la primera vez que dejé de aplacar el fuego de mis deseos con las caricias de las Chinasupay y, como si fuera poco, la primera vez que estalló mi voz estruendosa en el fondo de la mina, maldiciendo a la desconocida madre que me parió, con esta espantosa fealdad que, acepte o no la Mamita K’achamosa, adquiere la belleza de un Lucifer sólo en los días del Carnaval.

Está claro que el Tío, desde aquella vez en que sus súplicas de confesión fueron negadas por la Virgen del Socavón, se sintió como un pobre desgraciado en medio de sus riquezas minerales, exactamente igual que los mineros que, a pesar de bailárselo con alegría y devoción año tras año, siguen siendo pobres, y mientras más pobres, más devotos y fiestacuetillos.

De todas maneras el Tío, a diferencia de los mineros, tenía la capacidad de superar los sinsabores de este mundo y reírse de las trampas que le tendía la vida procurándole su estrepitosa caída. No en vano era el soberano de los mineros y el Lucifer más respetado del Carnaval de Oruro, y si no me creen, que me lo desmientan los directivos de la Asociación de Conjuntos del Folklore… ¡Qué carachos! 

viernes, 13 de febrero de 2015


CABEZA DE TURCO


En el apartamento del amigo Jorge Cuenca, boliviano de cepa y de gran corazón, encontré un libro que deslumbró mi interés apenas leí el título: Cabeza de turco. Acto seguido, mientras Jorge se deshacía en atenciones, le pregunté si acaso el título tenía algo que ver con esa expresión popular que convierte al turco en el blanco de las inculpaciones.

–No –contestó–. El libro trata sobre la situación de los inmigrantes turcos en Alemania y sobre el desprecio con que se trata al extranjero.

–¡Ah! –dije, acercándome al estante–. Entonces éste es el libro de Günter Wallraff, el Robin Hood urbano, quien pone en peligro a los fuertes y defiende a los débiles, y se disfraza de inmigrante para demostrar la xenofobia contra los turcos...

En efecto, el libro denuncia el maltrato y la explotación de los trabajadores ilegales, quienes, contratados por los traficantes de carne humana, son introducidos en trabajos eventuales como esclavos modernos.

A medida que leía la introducción, escrita por Rosa Montero, me imaginaba a Günter Wallraff transformado en turco, con finas lentillas de contacto, de color muy oscuro, una peluca negra encasquetada sobre su rala cabellera y chapurreando el idioma alemán.

La lectura del libro, por otro lado, me recordó al turco Alí, el amigo cargado de mucho oro en las manos y el cuello, que estudiaba sueco por las mañanas y trabajaba haciendo la limpieza por las noches.

Recuerdo que el turco Alí, quien venía a clases con los ojos colorados y vencidos por el sueño, me invitaba a comer kebab y tomar Fanta, porque en el Restaurante Jerusalén no servían cerveza por culpa del Corán y del puritanismo musulmán. Como fuere, con el turco Alí frecuenté las kebaberías de Estocolmo, hasta que la policía lo descubrió desprovisto de documentación legal y acabó por expulsarlo del país.

El libro de Günter Wallraff es un buen alegato del periodista audaz, dispuesto a ser el otro, el inmigrante, para someterse a las pruebas de fuego y denunciar, desde el lugar de los hechos, las injusticias que los empresarios cometen contra los trabajadores extranjeros, pues son pocos los periodistas capaces de introducirse como topos en el submundo de los inmigrantes ilegales que, debido a la discriminación estructural del sistema, habitan en zonas urbanas parecidas a los guetos, sin fregadero, ducha ni baño higiénico, y trabajando varias horas por día en condiciones inhumanas, sin máscara antigás, casco de protección ni seguridad social.

Günter Wallraff describe no sólo el mundo dantesco de los trabajadores ilegales en Alemania, sino también el desprecio con que se trata al extranjero en las calles y los bares. No en vano en una de las páginas se lee cómo un hombre, clavando una navaja en el mostrador del bar, le increpa a un inmigrante: ¡Cerdo turco de mierda, lárgate de una vez!  

Estas palabras, como muchas otras, las reconocía en mi propia experiencia. Así, cuando estudiaba en el Instituto Superior de Profesores en Estocolmo, escuché en boca de uno de los catedráticos el siguiente comentario: En este instituto –dijo– los latinoamericanos comen en la mesa, los griegos la limpian y los turcos friegan los platos. Lo miré pasmado. No podía creer que un académico tuviera la mente tan estrecha que, en lugar de inspirar respeto, provocaba lástima y repulsión.

Durante mi práctica, en una escuela del barrio cosmopolita de Rinkeby, escuché en boca de varios niños la palabra turco, como apelativo aplicado a cualquier alumno cuyo comportamiento era reprochado tanto en la clase como en el recreo. Es decir, los niños aprendieron a buscar al cabeza de turco para echarle la culpa de todos los males.

Luego de prestarme el libro de Günter Wallraff y despedirme de Jorge Cuenca, me senté en el autobús junto a un muchacho de mostachos al estilo Emiliano Zapata y un collar enorme sobre el pecho. Me dijo que era chileno y, al ver el libro en mis manos, me pidió enseñarle el título. Se lo puse cerca de los ojos y, mientras él leía con el ceño fruncido, como si una llama se le hubiese encendido en su interior, le comenté que el protagonista del libro era un periodista alemán que se hacía pasar por turco y que, cada día al volver a su casa, constataba que el asiento contiguo estaba siempre vacío, así el autobús estuviese repleto de pasajeros.

–A mí también me pasa lo mismo –dijo esbozando una sonrisa que pronto se le enfrió en el rostro–. Hay días en que nadie se sienta a mi lado, quizá, porque tengo el aspecto de turco o, quizá, porque estos concha su madre creen que tengo un fuerte aliento a ajo y un cuchillo en la mano.

–No te preocupes por eso –le repliqué a punto de apearme del autobús–. A veces más vale ser cabeza de turco que cabeza de chorlito...

sábado, 7 de febrero de 2015


ARTE Y LITERATURA

Si por estética se entiende el estudio de la percepción de lo bello y, por analogía, de la creación artística, entonces resulta lógico que todo producto nacido del ingenio humano con fines de belleza, como ser la música, pintura y literatura, sean agradables a la sensibilidad y consideradas como obras de arte, aunque la palabra arte, estrechamente vinculada a la actividad creativa por medio de la cual el hombre intenta representar de manera bella sus imaginaciones, pensamientos y sentimientos, no siempre es un concepto universal y absoluto para todos, ya que, si se consideran los valores relativos en la apreciación de una obra de arte, lo que es bello para unos, puede no serlo para otros. 

No es casual que cada escuela filosófica, desde Platón hasta nuestros días, se haya planteado las preguntas: ¿Qué es lo bello? ¿Y cómo se mide el grado de belleza de un elemento animado o inanimado? Las respuestas han sido tan dispares como las preguntas que se han formulado a lo largo de la historia. Empero, lo único cierto es que cada individuo, a la hora de referirse a lo bello y lo feo, usa un criterio estético particular y subjetivo, que no siempre coincide con el gusto particular de los demás.
 
A pesar de las controversias y polémicas, que la estética ha generado desde el pasado histórico, existe un criterio generalizado que induce a pensar que la palabra bello o bella es un adjetivo que se aplica a todo objeto animado o inanimado que, luego de ser contemplado y sin previa reflexión, provoca una inmediata sensación de placer, sobre todo, de carácter emocional. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una persona se enfrenta a la naturaleza, donde una mariposa, un río, una montaña o una flor, tienen la fuerza de cautivar por su belleza; lo mismo se experimenta ante la belleza de una obra de arte creada por el ingenio humano, a través de un cuadro, poema o composición musical.

Lo grave de este controvertido tema es que los estilistas y críticos de nuestra época, tanto en arte como en el espectáculo, manejan de manera absoluta el término de bello en contraposición de lo feo, como si la relación entre ambos fuese similar a la que existe entre lo bueno y malo, verdadero y falso, agradable y desagradable u otros antónimos que, si analizamos la connotación semántica de la palabra, corresponden a valoraciones relativas y no absolutas, porque, como ya se señaló líneas arriba, lo que puede ser bueno para unos, puede ser malo para otros.

Por eso mismo, considero que no es un criterio muy acertado aseverar que García Márquez sea mejor escritor que Vargas Llosa. En todo caso, es más correcto decir que escriben de manera diferente y que cada uno tiene su propio estilo literario, en vista de que el estilo de un autor es diferente al estilo de otro, sin que por esto ninguno de ellos sea mejor o peor, sino, simplemente, en que ambos son fabulosos en su destreza estilística y estrategia narrativa.

Me resulta igual de difícil aceptar el criterio de que Jaime Saenz era mejor poeta que Ricardo Jaimes Freyre o viceversa, puesto que ambos vates de la literatura boliviana tienen sus admiradores y detractores, sus aciertos y  desaciertos. Todo depende del prisma desde el cual se los mire, puesto que en literatura no existen parámetros científicos ni laboratorios químicos para definir lo que es oro y lo que es bronce, y mucho menos semidioses destinados a decidir lo qué es bueno y lo qué es malo.

Eso sí, lo único que les interesa a los lectores es saber que todo individuo que se expresa de manera lírica, no hace más que practicar la actividad poética, expresando sus pensamientos y sentimientos por medio de las palabras; al igual que un pintor que maneja la composición de los colores en sus cuadros o un músico que aplica la combinación de los sonidos en el ritmo de sus composiciones.

Está claro que el lenguaje del cual se vale la literatura, aunque no difiere en lo esencial del que se emplea corrientemente, está mejor elaborado que el lenguaje coloquial, tanto en el tratamiento del vocabulario como en el tono de la composición poética. Incluso en algunas obras escritas en prosa se perciben gotas de poesía gracias al equilibrio entre la sintaxis fluida del discurso narrativo y la regularidad rítmica de las frases. Esto es muy frecuente, y acaso necesario, en los autores dedicados a cultivar el relato o cuento breve.

Se entiende que el poeta, cada vez que escribe, emplea figuras de dicción o metáforas, intentando evitar voces, frases y giros empleados sin escrúpulos en el habla coloquial, aunque este criterio no siempre se ajusta a todas las literaturas ni a todos los poetas dedicados a exaltar la belleza por medio de los versos como forma de expresión.

Ahí tenemos los casos de Pablo Neruda y Nicanor Parra que, aparte de su natural inventiva, sensibilidad y talento poético, difieren en el manejo del lenguaje poético. Mientras Neruda explaya un lenguaje culto, con cierta dosis hacia los temas políticos y sociales, Parra se empeña en recrear el habla popular, el lenguaje de la tribu, como él lo llama, y en rescatar los temas íntimos de la condición humana. 

En consecuencia, cabe preguntarse: ¿Cuál de ellos es más o mejor poeta? La respuesta dependerá de la apreciación personal y subjetiva que cada lector tenga respecto a lo que los críticos consideran buena o mala poesía. Eso sí, a pesar de las disputas que se generan en torno al genio creativo de ambos poetas, no se puede eludir el hecho de que cada uno de ellos tienen sus méritos propios, que se los ganaron a pulso, dedicación, entrega y pasión, por forjar una obra con fines estéticos, así sus seguidores y detractores permanezcan anclados en sus respectivas posiciones.

Si bien es cierto que toda obra literaria debe hacer mayor hincapié en su forma que en su contenido, es cierto también que el lector es libre de elegir al autor que más le agrada y la obra que mejor llena sus expectativas emocionales e intelectuales, independientemente de las consideraciones de los estudiosos de la literatura, que no siempre coinciden con los gustos estéticos de los lectores, quienes, por intuición y sentido común, son también capaces de definir lo que es buena o mala poesía, lo que les gusta y lo que no les gusta.

En este modesto comentario, que no tiene la mínima intención de dañar sensibilidades, no se pretende otra cosa que aclarar que no existen poderes constituidos ni individuos geniales destinados a imponer normas a los creadores de las obras de arte. Tampoco existen semidioses capaces de levantar muros y trazar fronteras para separar entre la buena y mala literatura, salvo que ésta, para ser considerada realmente como mala, no cumpla con los requisitos elementales que debe tener toda obra literaria creada por el ingenio humano, como es la lucidez en la inventiva y en el diestro manejo de algunos instrumentos lingüísticos, como son el vigor expresivo, la coherencia sintáctica y la claridad semántica; todo lo demás -incluido el gramático y el crítico- viene por añadidura, no en vano se dice: Primero está el poeta y luego el gramático, o dicho de otro modo: Allí donde termina la gramática, empieza el arte de la palabra escrita”.

En consecuencia, se debe entender que el concepto de lo feo y lo bello es una noción abstracta, ligada a numerosos aspectos de la condición humana, y constituye una experiencia por demás subjetiva. En el campo del arte pictórico, por ejemplo, se dice con frecuencia que la belleza está en el ojo del observador; un criterio que no es del todo descabellado, puesto que un mismo cuadro, cuyo principal objetivo es provocar una reacción emocional o sensorial en el receptor, puede llamar la atención más de unos que de otros, debido a que la escala para medir lo que es bello tiene más valores relativos que absolutos.

En síntesis, una determinada obra de arte, en cualquiera de sus manifestaciones, no siempre puede ser bella para todos. Lo que quiere decir que cada individuo, según sus propios conocimientos, percepciones y experiencias de vida, posee la facultad de definir lo que es arte y lo que no es; lo que le parece bello o feo; lo que le resulta buen” o malo, porque como dice el viejo adagio: Sobre gustos no hay nada escrito