EMIGRACIÓN Y ASILO POLÍTICO
El drama de la emigración y el exilio es tan antiguo como el
hombre. Ya desde tiempos remotos, los humanos se vieron obligados a abandonar
sus lugares de origen y acogerse en otros, debido a razones religiosas,
étnicas, políticas o económicas.
La traducción de un viejo papiro, que descifró el egiptólogo
francés Joseph Chaves, nos permite conocer que el primer exiliado egipcio fue
Sinuhé, quien vivió alrededor del año 200 a. de C. El pueblo judío conoció el
éxodo interminable desde un principio, por eso su historia está hecha de
múltiples migraciones; unas debidas a la guerra y otras a su religión. En la
antigua Grecia se estableció el destierro, donde se destinaba a las personas no
gratas, mediante una votación popular.
En el Imperio Romano se desterró al poeta Ovidio y en el destierro nació
Dante, pero la víctima más famosa del exilio fue Cristo.
De Florencia expulsaron a Leonardo de Vinci, quien le
recordó al autor de El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, su situación de exiliados: Para todos, tú y yo somos extranjeros, intrusos, vagabundos sin hogar, eternos
desterrados. El que no es igual a los demás, está solo contra todos, porque el
mundo está hecho para el vulgo y no admite nada fuera de lo vulgar. Eso es lo
que nos ocurre a nosotros, mi buen amigo.
El exilio era común en la Edad Media, ahí tenemos el poema
épico del Cid Campeador, el mismo que fue desterrado por el rey Alfonso,
acusado de haberse adjudicado una parte del tributo que pagaron los moros de
Andalucía.
En el siglo XIX, las luchas por el naciente socialismo
llevaron a sus principales líderes, como Marx, Lenin y Trotsky, a buscar asilo
político en otros países, y durante la segunda mitad del siglo XX, el concepto exilio adquirió un carácter universal. Los refugiados formaban legiones de
hombres que vivieron el síndrome aplastante de la sociedad, la nostalgia, el
rencor y la locura. El siglo XX es el siglo de los refugiados, pues a lo largo
de más de 90 años, las guerras y la pobreza provocaron olas de personas que se
desplazaron de su terruño natal por fuerzas ajenas a su voluntad.
En 1921 se creó una organización para ayudar a los
refugiados y, tras la Segunda Guerra Mundial, el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) definió en 1951, en el
artículo primero de sus estatutos básicos, enmendado por el Protocolo de 1967,
lo que se entiende por refugiado: Una persona que, debido a un miedo
fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad,
membrecía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra
fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está
dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener
nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como
resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto
a volver a éste.
Si se entiende que el asilo humanitario es la práctica de
ciertas naciones de aceptar en su suelo a inmigrantes que se han visto
obligados a abandonar su país de origen debido al peligro que corrían por
causas políticas, raciales, religiosas, guerras civiles, catástrofes naturales
y otros, lo lógico es deducir que el refugiado debe contar tanto con derechos
como con responsabilidades en el país que lo acoge según las normas
establecidas por los convenciones internacionales.
Los refugiados se ven forzados a huir porque no disponen de
la suficiente protección por parte del gobierno de su propio país; más todavía,
en naciones como Francia, Canadá y Estados Unidos, en las cuales los activistas
de Derechos Humanos son más persistentes, se ha logrado conceder el estatuto de refugiadas, por ejemplo, a mujeres que han sufrido mutilaciones genitales o
que correrían el riesgo de sufrirlas si acaso permanecían en sus países de
origen, lo mismo que se ha concedido el derecho de asilo a personas
homosexuales perseguidas por sus preferencias sexuales.
Según los convenios internacionales, las naciones con mayor
estabilidad socioeconómica están obligadas a conceder asilo humanitario y no
pueden ni deben devolver por la fuerza a un refugiado a su país de origen por
el peligro que le significa. Sin embargo, a pesar de todas estas convenciones,
son muchas las naciones que desobedecen estos acuerdos y cometen atropellos
contra la dignidad, expulsando de manera forzosa a las personas que solicitan
asilo humanitario.
Los refugiados políticos, junto a quienes buscan la
reunificación familiar, superan en un 10% a los inmigrantes por motivos
económicos. En algunos países, como en Francia, los Países Bajos, Noruega y
Suecia, la proporción de refugiados políticos es mucho más alta.
En los años 70 el número de demandas de asilo se estableció
en un promedio de 30.000 personas por año. Diez años después, esta cifra
superaba a 400.000 personas, en 1991 ACNUR contaba con 570.000 demandas de
asilo. Una ola gigantesca que ya entonces avanzaba arrasando todas las leyes
comunitarias en materia de migración. Actualmente, y por primera vez en muchos
años, Europa es el principal teatro de un éxodo masivo, incluyendo a las
personas provenientes de la ex Yugoslavia y del norte de África.
Desde entonces, la población desarraigada es cada vez mayor
en el mundo. El número de inmigrantes a otros países se eleva a más de 100
millones. La mayor parte proceden de los países del llamado Tercer Mundo. Más
de 1 millón de personas emigran cada año de un país a otro y un número casi
equivalente solicita asilo político.
Los países desarrollados han establecido una cuota de
refugiados a los que están dispuestos a conceder asilo, generalmente como
resultado de un conflicto armado en curso. Desde la última década del siglo XX,
la mayoría de estos refugiados provienen de Irán, Irak, Palestina, Afganistán,
Ruanda, Burundi, Sudán, Congo, Sáhara Occidental, Albania, Tíbet, América
Latina y la antigua Yugoslavia.
En Centroamérica existen cientos de miles de refugiados,
sobre todo, guatemaltecos y salvadoreños. Todos dejaron sus tierras a raíz de
la guerra tramada por EE.UU. contra los ejércitos de liberación nacional. Miles
de aldeas desaparecieron entre llamas, miles fueron asesinados y torturados, y
miles viven aún en la incertidumbre provocada por la guerra y la persecución.
Los que lograron refugiarse en países vecinos como México, Costa Rica y
Honduras, viven en condiciones infrahumanas, sin derecho a seguridad ni ayuda
social.
En Sudamérica cerca de 200.000 chilenos abandonaron su país
tras el sangriento golpe militar de 1973, y cada vez es mayor el número de
chilenos que salen al exterior por razones económicas. La dictadura militar
argentina lanzó al exilio a más de 200.000 personas. En Uruguay el 25% de la
población vivió en el exilio durante la dictadura militar que secuestró,
desapareció, torturó y asesinó a sus opositores. Bolivia y Paraguay siguieron
su ejemplo durante la denominada Operación Cóndor.
De los 156.000 refugiados que viven en el sur de Asia, en
carpas que parecen hongos brotados después de la lluvia, viven 126.000 en
Tailandia. Estos refugiados provienen de Laos, Kampuchea y Vietnam. En Hong
Kong existen 9.000 refugiados acosados por una estricta vigilancia policial, lo
propio ocurre en Malasia, Filipinas e Indonesia.
Según datos registrados por el ACNUR, uno de cada diez
refugiados en el mundo es africano. Tres de los cinco millones viven en el
cuerno oriental de África, y la preocupación principal de éstos es la
sobrevivencia, puesto que están amenazados por el calvario de la sequía y la
hambruna. En esta catástrofe, que es la mayor de todos los tiempos, se cuentan
por millares los niños, mujeres y ancianos que se desplazan bajo un implacable
sol en busca de comida; es como si el tiempo se hubiese detenido para estas
masas humanas, inmersas en una situación alarmante, sin vínculo alguno con sus
medios de origen y que pierden hasta el rastro de sus pueblos. Y, sin embargo,
esperan el fin de la odisea en cuyo curso se han desmembrado familias enteras.
Los desplazados internos son
aquellas personas obligadas a huir de sus hogares debido a alguna crisis
pero que, a diferencia de los refugiados, permanecen dentro de las fronteras de
su país de origen. A finales de 2006 se estimaba que su número total ascendía a
24,5 millones repartidos en 52 países, alrededor de la mitad de los cuales
serían africanos. Esto resulta especialmente dramático si tenemos en cuenta que
un desplazado interno sufre una situación mucho más vulnerable que otra que haya
conseguido cruzar una frontera territorial y que pueda, por lo tanto, acceder
con más facilidad a la protección internacional.
Con todo, contrariamente a los que
muchos creen, no son los países industrializados los que acogen a la
mayor cantidad de refugiados, sino los que están en vías de desarrollo,
especialmente los más pobres de Asia y África. Según datos proporcionados por
el ACNUR, en 2004, los cinco países principales de acogida de refugiados son
Pakistán (1,1 millones), Irán (985.000), Alemania (960.000), Tanzania (650.000)
y Estados Unidos (452.500). En España, la mayoría de los refugiados provienen
de los países del África subsahariana, en tanto en Ecuador buscan refugio los
colombianos desplazados por el conflicto armado entre las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares.
En los campos de refugiados de África, los niños son los más
afectados. Centenares de ellos, con las cabezas de pequeños ancianos y los
cuerpos raquíticos, se debaten contra el hambre, y centenares aguardan que
algún médico los socorra en las tiendas de campaña. Entretanto, los de Sudán
siguen bebiendo las aguas contaminadas de los ríos cercanos y los de Makela
siguen esperando, entre nubes de moscas y polvo, que algún milagro los salve de
la sequía y la muerte.
En Sudán meridional, tras seis años de guerra civil, donde
las fuerzas insurgentes se han lanzado al ataque de poblaciones civiles,
violando a mujeres y robando los ganados, se calcula que la guerra ha costado
ya la vida de más de 1 millón de sudaneses. De una población de 5 millones de
habitantes, 2,5 millones han huido de la guerra abandonando sus pertenencias en
su lugar de origen.
Simultáneamente a los graves problemas que afectan a Sudán,
Etiopía y Somalia, la sequía se ha extendido a Kenia; uno de los paraísos de
moda para los turistas europeos ansiosos por practicar submarinismo y safaris
fotográficos. En los últimos años, Kenia acogió a 250.000 refugiados
procedentes de Somalia y del sur de Etiopía. En total, la sequía incide en 130
millones de africanos, de los cuales 60 millones presentan un serio peligro a
causa de la hambruna.
La guerra, en países como Angola, ha obligado a grandes
cantidades de gente a abandonar sus campos de cultivo para vivir dentro de los
cinturones de seguridad creados en torno a las ciudades. De modo que en África,
donde las catástrofes naturales contribuyeron a acentuar lo que el hombre
consiguió por medio de la violencia y las armas, existen millones de seres
humanos que sobreviven al borde de la extinción.
En Somalia, que tiene un capítulo especial en los anuarios
informativos, aproximadamente 500 personas mueren cada día de hambre y con heridas
de bala; en Etiopía, la inestabilidad política se balancea en una cuerda floja
y la supervivencia de 4 millones de individuos depende de la ayuda
internacional; en Mozambique, convaleciente de una guerra civil que duró 30
años, los 16 millones de mozambiqueños tampoco se libran del desastre; en
Liberia, la guerra ha provocado 20.000 muertos en los últimos años y casi la
mitad de los 2 millones de liberianos se han refugiado en los países
limítrofes; en Yibuti, antigua Somalia francesa, los 400.000 habitantes de los
clases issa y afars viven inmersos en un sangriento enfrentamiento civil, lo
mismo que en Burundi y Ruanda, donde la guerra entre grupos étnicos ha dejado
un reguero de muertos y 1,5 millones de refugiados que se replegaron hacia
zonas fronterizas.
En los países del antiguo bloque soviético, que han dado un
giro a las relaciones geopolíticas en Europa, se ha desatado una ola de
inmigración sin precedentes. La invasión rusa en la República de Chechenia y la
guerra en los Balcanes son algunos de los ejemplos de este éxodo inexorable. En
la ex Yugoslavia, donde los bombardeos del ejército serbio-federal dejaron a
varias ciudades convertidas en escombros, huyeron cada día miles de personas en
busca de refugios seguros. Este drama humano constituyó uno de los movimientos
de refugiados más graves que Europa experimentó desde la Segunda Guerra Mundial
y el más grande del mundo desde el éxodo kurdo.
En consecuencia, esta caravana interminable de emigrados y
refugiados es uno de los mayores atentados contra la dignidad humana y exige un
capítulo aparte en la historia de las naciones afectadas por las catástrofes
naturales, los conflictos bélicos, la persecución política, la inestabilidad
socioeconómica, las discriminaciones raciales, sexuales y religiosas.
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