ARTE Y LITERATURA
Si
por estética se entiende el estudio de la percepción de lo bello y, por
analogía, de la creación artística, entonces resulta lógico que todo producto
nacido del ingenio humano con fines de belleza, como ser la música, pintura y
literatura, sean agradables a la sensibilidad y consideradas como obras de arte,
aunque la palabra arte, estrechamente vinculada a la actividad creativa por
medio de la cual el hombre intenta representar de manera bella sus
imaginaciones, pensamientos y sentimientos, no siempre es un concepto universal
y absoluto para todos, ya que, si se consideran los valores relativos en la apreciación
de una obra de arte, lo que es bello para unos, puede no serlo para
otros.
No
es casual que cada escuela filosófica, desde Platón hasta nuestros días, se
haya planteado las preguntas: ¿Qué es lo bello? ¿Y cómo se mide el grado de
belleza de un elemento animado o inanimado? Las respuestas han sido tan
dispares como las preguntas que se han formulado a lo largo de la historia.
Empero, lo único cierto es que cada individuo, a la hora de referirse a lo bello y lo feo, usa un criterio estético particular y subjetivo, que no
siempre coincide con el gusto particular de los demás.
A
pesar de las controversias y polémicas, que la estética ha generado desde el
pasado histórico, existe un criterio generalizado que induce a pensar que la
palabra bello o bella es un adjetivo que se aplica a todo objeto animado o
inanimado que, luego de ser contemplado y sin previa reflexión, provoca una
inmediata sensación de placer, sobre todo, de carácter emocional. Esto ocurre,
por ejemplo, cuando una persona se enfrenta a la naturaleza, donde una
mariposa, un río, una montaña o una flor, tienen la fuerza de cautivar por su
belleza; lo mismo se experimenta ante la belleza de una obra de arte creada
por el ingenio humano, a través de un cuadro, poema o composición musical.
Lo
grave de este controvertido tema es que los estilistas y críticos de
nuestra época, tanto en arte como en el espectáculo, manejan de manera
absoluta el término de bello en contraposición de lo feo, como si la
relación entre ambos fuese similar a la que existe entre lo bueno y malo, verdadero y falso, agradable y desagradable u otros antónimos que, si
analizamos la connotación semántica de la palabra, corresponden a valoraciones
relativas y no absolutas, porque, como ya se señaló líneas arriba, lo que puede
ser bueno para unos, puede ser malo para otros.
Por
eso mismo, considero que no es un criterio muy acertado aseverar que García
Márquez sea mejor escritor que Vargas Llosa. En todo caso, es más correcto
decir que escriben de manera diferente y que cada uno tiene su propio estilo
literario, en vista de que el estilo de un autor es diferente al estilo de
otro, sin que por esto ninguno de ellos sea mejor o peor, sino,
simplemente, en que ambos son fabulosos en su
destreza estilística y estrategia narrativa.
Me
resulta igual de difícil aceptar el criterio de que Jaime Saenz era mejor poeta
que Ricardo Jaimes Freyre o viceversa, puesto que ambos vates de la literatura
boliviana tienen sus admiradores y detractores, sus aciertos y desaciertos. Todo depende del prisma desde el
cual se los mire, puesto que en literatura no existen parámetros científicos ni
laboratorios químicos para definir lo que es oro y lo que es bronce, y mucho
menos semidioses destinados a decidir lo qué es bueno y lo qué es malo.
Eso
sí, lo único que les interesa a los lectores es saber que todo individuo que se
expresa de manera lírica, no hace más que practicar la actividad poética,
expresando sus pensamientos y sentimientos por medio de las palabras; al igual
que un pintor que maneja la composición de los colores en sus cuadros o un
músico que aplica la combinación de los sonidos en el ritmo de sus
composiciones.
Está
claro que el lenguaje del cual se vale la literatura, aunque no difiere en lo
esencial del que se emplea corrientemente, está mejor elaborado que el lenguaje
coloquial, tanto en el tratamiento del vocabulario como en el tono de la
composición poética. Incluso en algunas obras escritas en prosa se perciben
gotas de poesía gracias al equilibrio entre la sintaxis fluida del discurso
narrativo y la regularidad rítmica de las frases. Esto es muy frecuente, y
acaso necesario, en los autores dedicados a cultivar el relato o cuento breve.
Se
entiende que el poeta, cada vez que escribe, emplea figuras de dicción o metáforas,
intentando evitar voces, frases y giros empleados sin escrúpulos en el habla
coloquial, aunque este criterio no siempre se ajusta a todas las literaturas ni
a todos los poetas dedicados a exaltar la belleza por medio de los versos
como forma de expresión.
Ahí
tenemos los casos de Pablo Neruda y Nicanor Parra que, aparte de su natural
inventiva, sensibilidad y talento poético, difieren en el manejo del lenguaje
poético. Mientras Neruda explaya un lenguaje culto, con cierta dosis hacia
los temas políticos y sociales, Parra se empeña en recrear el habla popular, el lenguaje de la tribu, como él lo llama, y en rescatar los temas íntimos de la
condición humana.
En
consecuencia, cabe preguntarse: ¿Cuál de ellos es más o mejor poeta? La
respuesta dependerá de la apreciación personal y subjetiva que cada lector
tenga respecto a lo que los críticos consideran buena o mala poesía. Eso
sí, a pesar de las disputas que se generan en torno al genio creativo de ambos
poetas, no se puede eludir el hecho de que cada uno de ellos tienen sus méritos
propios, que se los ganaron a pulso, dedicación, entrega y pasión, por forjar
una obra con fines estéticos, así sus seguidores y detractores permanezcan
anclados en sus respectivas posiciones.
Si
bien es cierto que toda obra literaria debe hacer mayor hincapié en su forma
que en su contenido, es cierto también que el lector es libre de elegir al
autor que más le agrada y la obra que mejor llena sus expectativas emocionales
e intelectuales, independientemente de las consideraciones de los estudiosos de
la literatura, que no siempre coinciden con los gustos estéticos de los
lectores, quienes, por intuición y sentido común, son también capaces de
definir lo que es buena o mala poesía, lo que les gusta y lo que no les
gusta.
En
este modesto comentario, que no tiene la mínima intención de dañar
sensibilidades, no se pretende otra cosa que aclarar que no existen poderes
constituidos ni individuos geniales destinados a imponer normas a los creadores
de las obras de arte. Tampoco existen semidioses capaces de levantar muros y
trazar fronteras para separar entre la buena y mala literatura, salvo que ésta,
para ser considerada realmente como mala, no cumpla con los requisitos
elementales que debe tener toda obra literaria creada por el ingenio humano,
como es la lucidez en la inventiva y en el diestro manejo de algunos
instrumentos lingüísticos, como son el vigor expresivo, la coherencia
sintáctica y la claridad semántica; todo lo demás -incluido el gramático y el crítico-
viene por añadidura, no en vano se dice: Primero está el poeta y luego el
gramático, o dicho de otro modo: Allí donde termina la gramática, empieza el
arte de la palabra escrita”.
En consecuencia, se debe entender que el concepto de
lo feo y lo bello es una noción abstracta, ligada a numerosos aspectos de la condición humana, y
constituye una experiencia por demás subjetiva. En el campo del arte pictórico, por ejemplo, se dice con frecuencia que la belleza está en el ojo
del observador; un criterio que no es del todo descabellado, puesto que un
mismo cuadro, cuyo principal objetivo es provocar una reacción emocional o sensorial
en el receptor, puede llamar la atención más de unos que de otros, debido a que
la escala para medir lo que es bello tiene más valores relativos que
absolutos.
En
síntesis, una determinada obra de arte, en cualquiera de sus manifestaciones,
no siempre puede ser bella para todos. Lo que quiere decir que cada
individuo, según sus propios conocimientos, percepciones y experiencias de vida,
posee la facultad de definir lo que es arte y lo que no es; lo que le parece bello o feo; lo que le resulta buen” o malo, porque como dice el viejo
adagio: Sobre gustos no hay nada escrito.
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