ALICIA EN EL
MUNDO IMAGINARIO
DE LEWIS CARROLL
Alicia en el país de las
maravillas, sin lugar a dudas, es una de las obras fantásticas del siglo XIX,
no sólo por su brillante prosa análoga a la poesía, sino también porque echó
por tierra la literatura didáctica y moralista de su época, para dar paso a la
imaginación y la alegría sobre la base
de una lógica que no es una realidad sino un sueño dirigido. En esta obra, como
en las historias de brujas, hechiceros, fantasmas o hadas, se ensamblan la
realidad y la fantasía con todo el fulgor de su belleza.
Lewis Carroll contó una
historia cuyo personaje vive aventuras fantásticas a partir de la realidad.
Alicia, la protagonista, es una niña semejante a las niñas reales, pero que en
la historia, narrada por el autor, vive situaciones absolutamente fantásticas.
Es conocido también que Carroll, cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge
Dodgson (Daresbury 1832-Guildford 1898), en el proceso de elaboración de su
obra se inspiró en la niña Alicia Pleasarce Liddell, segunda hija del Dr. Henry
Liddell, rector del Christ Church College de Oxford, donde Carroll desempeñó la
cátedra de matemáticas y lógica.
Cuando los niños
comprobaron que el joven profesor tenía una gran sensibilidad humana y un real
interés por ellos, acabaron aceptándolo como un compañero más en sus juegos,
mientras sus detractores, años más tarde, dirían que Carroll era un domesticador de serpientes y sapos; prestidigitador; editor, siendo niño, de
revistas manuscritas para niños; zurdo (según algunos testimonios), tartamudo,
bello, sordo de un oído; inventor de cajas de sorpresas, de rompecabezas, de
aparatos inútiles; insomne; entusiasta de las bicicletas en su juventud y de
los triciclos en su madurez; creador de juegos de palabras incluso en idiomas
que no conocía, como cuando dijo ‘I am fond of Children (except boys)’, que en
inglés no es un juego de palabras, pero sí en castellano: ‘Me gustan los niños,
a excepción de los niños (Deaño, A., 1984, p. 8).
Carroll se dedicó a las
tiras cómicas desde muy joven. Colaboró en la revista The Train y The Cómic
Times, cuyo redactor sólo publicaba colaboraciones firmadas por el autor. De
modo que Charles Lutwidge Dodgson, jugando con las letras de su nombre, llegó a
la conclusión de adoptar el seudónimo de Lewis Carroll (Lutwidge = Ludonic =
Luuis = Lewis y Charles = Carolus = Carroll), para así evitar que su producción
enteramente científica se minimizara con su producción enteramente literaria.
Este ser solitario, quien
jamás se atrevió al amor en serio, se dedicó a los niños desde el día en que le
tendieron un cerco en uno de los corredores de la escuela y no lo dejaron
pasar, hasta arrancarle una sonrisa y una tierna amistad que perduraría para
siempre. A partir de entonces, cuando le solicitaban un cuento, él les
complacía mientras trazaba figuras y siluetas sobre un papel.
Nadie sabe si su talento
de narrador se hubiese plasmado en letras de no haber sido aquella tarde soleada y gloriosa (según los meteorólogos fría y lluviosa), de un 4 de
julio de 1862, en que salió a dar un paseo en barca por el río Isis, acompañado
de Alicia Liddell y sus hermanas. Fue allí donde nació espontáneamente Alicia
en el país de las maravillas, de la libertad de la fantasía que desbordaba
toda lógica y de una narración improvisada ante la exigencia de las niñas
ávidas de cuentos. Anécdota a la que se refirió en el poema-prólogo del libro:
En la cálida tarde de
este día
la barca se desliza
lentamente,
y es muy grato dejar vagar
la mente
por el reino de la
fantasía.
Un cuento que pedís,
niños amados,
y os voy a complacer.
Quedad callados
y oiréis de mis labios el
relato.
Largo será, mas, ¿no es
cierto que el rato
en que vagáis por mundos
de quimera
es cuando más felices os
sentís?
Y yo me vuelvo niño al
atenderos
huyendo de la vida
verdadera.
Un hermoso país
desconocido
os voy a presentar.
Nada de cuanto explico ha
sucedido,
pero os hará gozar (Carroll,
L., 1978, p. 1).
Muy pronto, el cuento
narrado por Carroll en el bote tomó forma de manuscrito, con ilustraciones
nacidas de su puño, entre julio de 1862 y febrero de 1865, convencido de que un
libro sin diálogos ni imágenes era un mamotreto que pesaba demasiado en las
manos de un niño, o como bien dice la protagonista en el primer capítulo: ¿De
qué sirve un libro que no tenga diálogos ni grabados?... (Carroll, L., 1978,
p. 3)
En noviembre de 1864, el
manuscrito llegó a manos de Alicia Liddell, como regalo de Navidad y en memoria
al día de verano en que pasearon felices en el bote, surcando las aguas del río
Isis. Carroll, por su parte, siguió corrigiendo el manuscrito hasta darle una
forma definitiva y publicarlo en 1865, con el título de Alicia Adventurs in
Wonderland (Alicia en el país de las maravillas), junto con las ilustraciones
de John Tenniel, quien se basó en los dibujos originales de Carroll. A partir
de entonces, y sin que lo sospechara el autor, Alicia en el país de las
maravillas se perpetuó como una de las obras inmortales de la literatura
universal.
Alicia en el país de las
maravillas es una puerta abierta a la libertad y la fantasía, cuya importancia
estriba en divertir y entretener a los niños. Toda la obra es un acto onírico
del cual se vale Carroll para criticar los textos pedagógicos de su época, como
lo hizo Rousseau a través de su Emilio. Carroll ironizó a la monarquía y
aristocracia, tal vez: Al igual que en el Quijote, Cervantes nos muestra a su
inolvidable hidalgo supuestamente loco, lo cual le permite poner en sus
palabras y sus acciones grandes verdades que ni la conciencia puritana católica
ni la censura de la época podían condenar (Elizagaray, M-O., 1976, p. 79).
Claro está, sin que por esto se justifique su desinterés absoluto por los
problemas de las clases desposeídas, ya que según su propio criterio: primero
era inglés y después conservador.
El cuento se inicia
cuando Alicia está a punto de quedarse dormida, sin que consiguiera agradarle
el libro que leía, junto a su hermana y debajo de la copa de un árbol. De
súbito, oye una voz: ¡Oh!, señor!, voy a llegar tarde! Alicia abre los ojos y
ve un conejo blanco llevando un reloj en el chaleco, guantes de cabritilla en
una mano y un abanico grande en la otra. Alicia, que jamás había visto a un
conejo que habla y viste como los humanos, le sigue hasta su madriguera, donde
se hunde tan bruscamente que va a dar sobre un montón de ramas y hojas secas.
Sumergida en aquel mundo subterráneo y alucinante, sólo concebido por el sueño
o la fantasía, se dice a sí misma: Cuando yo leía cuentos de hadas, estaba
segura de que aquellas cosas no sucedían nunca en la vida real y, por el
contrario, aquí estoy, como si fuera la protagonista de un cuento. Cuando sea
mayor, yo misma lo escribiré (Carroll, L., 1978, p. 30).
La madriguera estaba
hecha de magia, pues mientras Alicia bebía el contenido de una botellita, cuya
etiqueta tenía la palabra: bébeme, decrecía tanto que podía desaparecer como
la llama de una vela. Cuando comía un pastel, cuya etiqueta tenía la palabra: cómeme, podía crecer hasta alargarse como el mayor telescopio del mundo. Si
lloraba se formaba un estanque que llegaba hasta la mitad del salón, y si de
pronto se empequeñecía, podía ahogarse en su propio llanto. En ese mundo lleno
de animales y naipes dotados de voz humana, cuando Alicia probó un hongo, el
hongo le hizo crecer el cuello hasta que una ave, empollando en su nido, la
confundió con una víbora.
Carroll descargaba su
tensión en el mundo de los sueños y jugaba con las dimensiones de sus figuras,
inspirado en sus conocimientos de matemáticas y lógica, lo que no impedía que
fuesen una magia para los niños. Otro elemento lúdico manejado con maestría es
el lenguaje, un lenguaje que relativiza incluso los aspectos más sólidos de la
realidad, escamoteados por medio de sinónimos, homónimos, seudónimos,
curiosidades y paradojas científicas; un juego lingüístico que lo sitúa entre
los precursores del dadaísmo y el surrealismo.
A pesar de todo, el gran
valor de Carroll estriba en que de este cuento no quiso hacer un manual de
historia ni zoología, sino, simple y llanamente, un juego para recrear y
divertir a los niños. En concreto, quiso construir un mundo imaginario con
palabras, donde se confundieran la realidad y la fantasía, y donde se diera un
contraste entre la verdad del lector y la de Alicia.
En el segundo cuento, Alicia a través del espejo (1871), Carroll inventó un país imaginario, en el
que todo se ve al revés. Después soñó con Alicia Linddell, su pequeña musa y
amiga, quien le cautivó el corazón y lo inspiró a crear ese mundo mágico lejos
de la lógica y la razón, pero ya no en verano, sino en invierno: Alicia, la
niña de sonrisa dulce y mirada inocente, quien jugaba con sus gatas entre
madejas de lana, se sumerge súbitamente en un sueño maravilloso, en tanto los
copos de nieve caían en una danza monótona y las brasas crepitaban en el fogón.
En eso, un problema imprevisto requiere
solución. Ella se incorpora del sillón, salta al patio a través del espejo y se
interna en un bosque, donde corre por un senderillo cubierto de flores hasta
llegar a un monte, desde cuya cima contempla a sus pies una extensa pampa,
cruzada por arroyos que, en el mundo fantástico del cuento, son los escaques de
un gigante tablero de ajedrez.
Carroll, en el primer
cuento, introduce un juego de naipes, donde las figuras principales son la
dama, el rey y el peón; mientras en el segundo, la estructura gira en torno a
un juego de ajedrez y Alicia es una de las piezas claves. Como dijo Jorge Luis
Borges: Alicia sueña con el rey rojo, que está soñándola y alguien le advierte
que si el rey se despierta ella se apagará como una vela, porque no es más que
un sueño el rey que ella está soñando, los dos sueños de Alicia bordean la
pesadilla (...) A primera vista, las aventuras de Alicia parecen irresponsables
o casi arbitrarias; luego comprobamos que encierra el secreto rigor del ajedrez
y de la baraja, el más inolvidable es el adiós del caballero blanco, quizá el
caballo está conmovido, porque no ignora que él también es un sueño de Alicia,
como Alicia fue el sueño del rey rojo, que está a punto de esfumarse. El
caballero es el propio Carroll que se despierta de los queridos sueños que
poblaron su soledad (Borges, J-L., 1986, p. 11).
En ambos libros, el
estilo es ágil, breve y exento de redundancia y ripio. Su lenguaje es poético y
bello, y como todo buen escritor para niños, coloca al lector rápidamente en
contacto con los personajes y las situaciones, hasta que Alicia -su personaje y
amiga- despierta de sus sueños que la tienen transportada en el país de las maravillas,
creadas por la chispeante imaginación de quien, además de haber escrito el
libro más fantástico de la literatura infantil, rompió formalmente con la
literatura convencional, con la moraleja de las fábulas y el realismo puro del
romanticismo.
Bibliografía
-Borgues, Jorge Luis: El
sueño de Lewis Carroll, Ed. El País, Madrid, 19 de febrero 1986.
-Carroll, Lewis: Alicia
en el país de las maravillas, Ed. Bruguera, Barcelona, 1978.
-Deaño, Alfredo: Prólogo
a Lewis Carroll: El juego de la lógica, Ed. Alianza, Madrid, 1984.
-Elizagaray, Marina Alga:
El poder de la literatura infantil para niños y jóvenes, Ed. Letras
Cubanas, La Habana, 1976.