EL COLONIALISMO EN TINTÍN
La edición de Tintín en
el Congo es un excelente motivo para abordar el tema del racismo en los
llamados cómics, donde los negros representan el subdesarrollo y los blancos
la expansión imperialista, una imagen que nos persigue como fantasma en el
subconsciente colectivo. Si anudamos los cabos sueltos de la historia
universal, advertiremos que el racismo tiene sus primeros antecedentes en el
pasado colonial de las culturas no occidentales, donde los conquistadores
europeos, a diferencia de los asiáticos, negros o indios, impusieron su
voluntad a sangre y fuego.
En este contexto, la
serie creada por Georges Rémy, quien usó el seudónimo de Hergé desde 1929,
cuenta la versión oficial de los vencedores, con una fuerte dosis de racismo y
una visión retorcida de la realidad del llamado Tercer Mundo. Y, sin embargo,
su personaje principal, aparecido por primera vez en el suplemento juvenil de
un periódico belga, es una de las figuras más aclamadas por los lectores desprevenidos
y el personaje de ficción más cotizado en el reino de los cómics.
Los periplos de Tintín,
traducido a medio centenar de idiomas, se han publicado en más de 100 países y
el número de ejemplares vendidos ha superado los 150 millones en todo el mundo;
lo suficiente como para difundir masivamente una ideología que atenta contra
las razas y culturas, que hace tiempo ya se independizaron de los colonizadores
europeos.
Desde su primera
aventura, Tintín en el país de los soviets, hasta la muerte de su creador, en
1983, este periodista intrépido y curioso, de inamovible tupé y acompañado por
su fiel fox terrier Milú, ha llegado a la Luna y ha recorrido un largo
itinerario en la Tierra, desde Rusia hasta África colonial. Tintín es el Superman belga, pues ha cruzado los mares para pelear con los indios en las
praderas norteamericanas, ha escalado las cimas de los Andes y el Himalaya, ha
luchado contra las fieras salvajes de la jungla en la India y Suramérica, y, al
mejor estilo de Indiana Jones, ha presenciado los acontecimientos de la
historia contemporánea, como fue la guerra chino-japonesa, la revolución
bolchevique y los diversos golpes de Estado en las más exóticas repúblicas
bananeras, cuyos habitantes son sinónimos de incivilización y barbarie.
Ahí
tenemos el caso de Tintín en el Congo, donde el protagonista blanco, sentado
en una litera, es llevado a cuestas por cuatro figuras grotescas, que tienen
los ojos saltones, los labios desproporcionados y la piel negra como el ébano.
La imagen parece inspirada en la clasificación racial hecha por el naturalista
sueco Carl von Linné (1707-78), quien caracterizó a los africanos en los
siguientes términos: negro, flemático, de cabellos negros y crespos, laxo,
nariz roma, labios abultados, astuto, negligente, perezoso, y se rige por el
arbitrio. En cambio el de raza aria es: blanco, musculoso, sanguíneo, ojos
azules, cabellos rubios y ondulados, agudo, industrioso, versátil, y se rige
por leyes.
Esta imagen, enraizada en
la mentalidad colonialista de Occidente, induce a pensar que los angoleños son
una suerte de esclavos postrados ante los pies del hombre blanco, al cual
adoran y convierten en jefe supremo de sus tribus, dando lugar, de este
modo, al sentido de dominación de un
pueblo sobre otro, de una cultura sobre otra, de una raza sobre otra.
No se debe olvidar que
este país del oeste africano, que
primero fue colonia portuguesa y después belga, sufrió el desprecio y la
expoliación de Occidente. Así, entre el siglo XVI y XIX, fue uno de los centros
principales del comercio de esclavos, quienes fueron vendidos y transportados
al continente americano, mientras en el siglo XX, a consecuencia de la
expansión y el saqueo imperialista, las empresas transnacionales intensificaron
la explotación de sus recursos naturales, que hizo florecer el comercio de
diamantes, cobre, oro, plata, cinc y otros.
Tintín, visto desde esta
perspectiva, es el representante de una cultura y, por lo tanto, de una
mentalidad que, desde la época del colonialismo europeo, ha intentado perpetuar
la supremacía del hombre blanco. En las series basadas en las teorías del
social-darwinismo, que legitiman la existencia de razas superiores y razas
inferiores, los negros, asiáticos e indios, representan a los malhechores
oscuros de la sociedad, en tanto los blancos, buenos, bellos e inteligentes,
son los héroes de las historietas, donde se cumplen los sueños de quienes
defienden la supremacía del hombre blanco, así el racismo sea una utopía como
la especulación del social-darwinismo. Basta revisar la historia de las
diversas culturas para comprobar que las razas y los pueblos se han turnado en
la vanguardia de la civilización, siendo así que pueblos que conocieron antes
un deslumbrante esplendor, aparecen en la actualidad postergados en relación a
otros que sufrieron un vertiginoso desarrollo en los últimos tiempos.
Las aventuras de Tintín,
al menos en su viaje al Congo (ahora República de Zaire), tienen una clara
intención racista, que es preciso aclarar para que no se siga creyendo en el
mito de que el negro nació para ser esclavo y el blanco para dominarlo por
mandato divino.
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