CANCAÑIRI
VUELVE A NOSOTROS EN CORAZÓN DE ESTAÑO
Hace
un tiempo atrás, por esas raras coincidencias de la vida, tuve la oportunidad
de conocer a Jorge Moya Oporto en la Feria Nacional del Libro organizada en la
población minera de Llallagua, donde me dedicó su primer libro Cancañiri, una obra escrita con amor y
nostalgia en torno a los campamentos mineros ubicados en las laderas del Cerro
Azul, donde se encuentra una de las bocaminas emblemáticas de la minería
boliviana, que a principios de la pasada centuria pertenecía a la Compañía Estañífera Llallagua, propiedad
de un consorcio chileno, y posteriormente al magnate Simón I. Patiño, quien
amasó una inconmensurable fortuna a cambio de la miserable vida de los
trabajadores, quienes, una vez organizados en sindicatos combativos, impulsaron
la nacionalización de la minas tras el triunfo de la revolución nacionalista de
1952.
Tiempo
después, el profesor Jorge Moya me sorprendió con la edición de Corazón de estaño, que, a manera de continuación
de su primer libro, sigue narrando la historia de los campamentos mineros de Cancañiri,
como quien persiste en contar las aventuras y desventuras de una colectividad
que tuve su importancia durante el auge de la industria minera dedicada a la exploración,
explotación y comercialización del estaño boliviano. En este contexto, el libro
Corazón de estaño aporta al rescate
de la memoria colectiva y al rescate de una historia que, de otro modo, corre
el riesgo de perderse bajo los mantos del olvido.
Ahora
bien, sin memoria no puede haber historia; sin imaginación, la historia se
convierte en un libro cerrado. Corazón de
estaño, del profesor Jorge Moya Oporto, emerge de la necesidad de narrar
las realidades y fantasías de su terruño natal. Sus hombres y mujeres –también
sus niños– emergen de los campamentos mineros que estuvieron ubicados en los
alrededores del oscuro socavón de Canacañiri y la indescriptible luz solar que
ilumina las faldas de los cerros del altiplano, donde la belleza agreste e
inquietante es acariciada por calurosos días en verano y por penetrantes fríos
en invierno.
Las consecuencias
de la relocalización
Después
de la llamada relocalización, que se
inició en 1986, tras el cierre de la minería nacionalizada y la Marcha por la Vida de los trabajadores
de la Comibol, de cancañiri, donde había teatro-cine, escuela, pulpería,
compresora, maestranza, sede del Club
Miners, cancha de básquet, iglesia, botica, estación de trenes y varios
campamentos mineros, no ha quedado casi nada, y lo poco que ha quedado,
refugiándose entre los pliegues de los cerros escapados y el recuerdo de sus
antiguos habitantes, es la desolación, el olvido y la nostalgia. Por lo tanto,
desde el Decreto Supremo 21060 de 1985, el cierre de las minas y la forzosa relocalización de sus habitantes,
Cancañiri se ha convertido en la región minera más pobre de la pobre capital
departamental que es Potosí; una ciudad colonial que, a pesar de su pasado
esplendoroso y sus ingentes riquezas naturales, está considerada como una de
las más pobres de un país enclaustrado que, a su vez, es una de las más pobres
del continente americano.
La
febril actividad comercial y cívica que se desarrollaban frente a la bocamina,
maestranza y pulpería, en la actualidad no son más que recuerdos anclados en la
memoria, así como se testimonia en Corazón
de estaño, un libro en el cual se rescata la memoria colectiva de los
cancañireños que todavía están en vida, con el único afán de rememorar los
acontecimientos históricos y los
ajetreos de la vida cotidiana de lo que alguna vez fue Cancañiri; un importante
enclave de la producción minera, un conjunto de campamentos donde vivían
familias hacinadas en cuartuchos que fueron derruidos por la desidia y el
tiempo, como si un implacable ventarrón hubiese arrasado con todo lo que
encontró a su paso.
El
autor, a través de cuatro turistas franceses interesados en conocer las tierras
mineras, tiene la intención de explicar, de manera didáctica, los antecedentes
y las consecuencias de la explotación mineralógica del norte de Potosí, para
luego declinar hacia el llamado vehemente de los pobladores, quienes deben
acudir al llamado de la conciencia para que, unidos en una sola organización
social, puedan emprender nuevos proyectos con el propósito de preservar lo
mucho o lo poco que queda de Cancañiri, donde hace falta el concurso de todos
para evitar que desaparezca del mapa. No en vano, el mismo autor apunta en la dedicatoria del libro: Los años me permitieron volver a verte,
luego de haber transcurrido casi tres décadas de ausencia, desde el día en que
salí de tu regazo y… te encontré desmantelada y destruida por las inclemencias
del tiempo y principalmente por la explotación desmedida del estaño, tanto así
que me brotaron lágrimas de dolor, sin que ninguno de nosotros, los
cancañireños, oportunamente, hayamos hecho algo por evitar ese deterioro y destrucción,
como ahora, cuando solamente nos importa la circunstancia presente, sin pensar
en hacer planteamientos serios o proyectos de envergadura y emprendimiento,
para que en el futuro podamos decir: ¡Soy ‘llamacancheñ’ (del canchón de
llamas) con mucho orgullo!
Se
trata de una obra que, de manera sucinta y cronológica, aborda un abanico de
temas, desde la época del incario hasta el encuentro anual de los cancañirenos,
pasando por el fastuoso Carnaval de Oruro y el nacimiento de la industria
minera impulsada por los tres Barones del
Estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo). Aunque el autor, consciente o
inconscientemente, hace hincapié en el destino de los hijos de esta tierra
minera, que todavía viven dispersos en las diferentes ciudades de un país que
fue bautizado como Bolivia en honor al Libertador de cinco naciones.
El libro contempla una parte de la historia nacional, desde el primer capítulo que, a través de la curiosidad de los turistas franceses, nos introduce en los mitos de creación y las estructuras socioeconómicas de las culturas precolombinas de Bolivia, hasta el último capítulo que, a partir de una experiencia personal, nos narra los encuentros de los cancañireños, que actualmente viven en la diáspora, desperdigados a lo largo y ancho del territorio nacional, abrigando la memoria reflejada en las fotografías de antaño, en esas cartulinas con tonalidad sepia provenientes de diversos álbumes personales, incluidas al final del libro, donde se dibujan los rostros de quienes, en la centuria pasada, dieron vida al centro minero de Cancañiri.
Iniciativas
personales y encuentro de cancañireños
El
esfuerzo personal de Jorge Moya, por registrar y conservar la memoria histórica
de un centro minero, que fue pequeño en demografía y grande en producción
estañífera, es encomiable desde todo punto de vista, no solo porque se
constituye en un valioso aporte para la historiografía del país, sino porque es
un material de consulta para cualquier ciudadano interesado en desentrañar los
recovecos de la vida social, política, cultural, deportiva y tradicional de una
colectividad compuesta por personas de procedencia diversa, que se dieron cita
en las laderas del cerro pedregoso y polvoriento, una vez que se abrió el
socavón y la Compañía Estanífera
Llallagua requirió de mano de obra barata para explotar, en tres turnos, el
yacimiento de estaño, que hizo ricos a los empresarios y pobres a quienes
vendieron sus pulmones a cambio de míseros salarios.
En
el mes de septiembre de cada año, los cancañireños, que suelen profesar su fe
hacia el Cristo de la Exaltación, se reúnen en encuentros a los que asisten
para rememorar su pasado hecho de vivencias personales y anécdotas llenas de
aventuras, desventuras, alegrías y tristezas, pero también con las esperanzas de
que estos encuentros sean un punto de arranque para perpetuar la historia de
este distrito a través, por ejemplo, de la creación de un Museo Minero. No en
vano el autor, al inicio del libro, cuestiona a sus coterráneos: De pronto surge una interrogante: ¿Qué hemos
hecho los cancañireños para evitar su destrucción hasta el grado en que ahora
lo vemos o qué hacemos para devolverle, al menos en parte, esos sus Años Mozos?
(…) Muy cierto que, los encuentros de carácter nacional de los Residentes
Mineros de Cancañiri, 14 de Septiembre, La Revuelta, La Salvadora y Vizcachani,
al igual que los reencuentros de cancañireños en Cancañiri, sirven para reunir
a los amigos y vecinos de entonces, para evocar los recuerdos, pero… solo hasta
ahí llegamos… Creo firmemente que, debemos propiciar otro tipo de encuentros,
tener una instancia organizativa que nos aglutine a todos, para planificar y
obrar respecto de un futuro mejor para esa tierra minera que nos vio nacer, con
el propósito de no dejar que perezca para siempre (…) Las generaciones jóvenes
y las que vendrán, deben conocer la realidad de esos Años Mozos de Cancañiri,
para mantener viva su memoria y la de nuestros mayores, quienes dieron sus
pulmones, horadando los obscuros socavones, en procura de encontrar el preciado
mineral: el estaño.
Aunque
las partes que corresponden a la labor estrictamente minera y las vivencias de
las familias en los campamentos están puestas en boca de una mujer de avanzada
edad, como es el caso de la ya difunta Doña Yolita, la heredera de la tradición
oral de una cultura en proceso de extinción, no deja de ser más que una
estrategia del narrador que quiere contarnos, con desgarradoras palabras y
angustiosas frases, el drama de las familias mineras y la marginación social de
una colectividad, donde las contradicciones socioeconómicas determinaron la
escala que le correspondía a cada cual, dependiendo de las leyes impuestas por
el capitalismo salvaje, que amasó fortunas a costa del sacrificio de los más
pobres entre los pobres.
Este
libro, desde un principio, está narrado con la pasión de quien es capaz de
reconstruir el pasado con los retazos de la memoria, un recurso válido en el
proceso de creación de una obra que, además de tener un trasfondo histórico,
contiene datos de primera mano y un rico mosaico de hechos y personajes, que
convierten el testimonio personal y colectivo en un fascinante caleidoscopio,
donde los lectores podrán apreciar las acertadas pinceladas de la realidad y la
ficción, que el autor explaya en los diez capítulos de este libro que, escrito
con sencillez y honestidad, es ya un valioso aporte a la historiografía de un centro
minero cuyo destino, desde el Decreto Supremo 21060, promulgado por el gobierno
de Víctor Paz Estenssoro, perdió su gloria y esplendor, debido al cierre de las
minas nacionalizadas y la relocalización
de los trabajadores, quienes se vieron forzados a abandonar los campamentos en
busca de nuevos horizontes de vida.