APUNTES SOBRE LITERATURA INDIGENISTA
Durante la época colonial no se conoció una literatura
con temática indigenista y mucho menos con personajes de las naciones y pueblos
indígena-originarios; empero, se encuentran descripciones sobre la realidad de
los indios, de un modo general, en las obras de los cronistas del siglo XVI,
como fray Bartolomé de las Casas, conocido como el primer protector de los indios, quien escribió la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), un
alegato a favor de los indígenas, ya que en sus páginas denunció las
atrocidades cometidas por los conquistadores contra las civilizaciones del
llamado Nuevo Mundo, intentando
convencer a la corona española de que adoptara una política más humana de
colonización y que no se los tratara a los indios como esclavos.
Otro tanto hizo el cronista amerindio de ascendencia
incaica Felipe Guamán Poma de Ayala en su Primer
nueva corónica y buen gobierno, que presuntamente escribió entre 1600 y
1615. Se trata de una ampulosa obra en la que el autor describe las injusticias
del régimen colonial y las condiciones infrahumanas en las cuales vivían los
indígenas del mundo andino en el Virreinato del Perú.
No faltan obras que abordan temáticas relacionadas a las luchas de resistencia de los indígenas contra los conquistadores ibéricos, como la escrita en versos por el poeta y soldado español Alonso de Ercilla y Zúñiga, quien escribió sobre la conquista de Chile, la sublevación de los araucanos contra los conquistadores y la muerte de Caupolicán en su célebre poema épico La Araucana (1569-89). Episodios similares se encuentran narrados en las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega y las obras del ecuatoriano Juan León Mera, la cubana Gertrudis Gómez de Abellanada, el venezolano José Ramón Yepes y el dominicano Manuel de Jesús Galván.
La literatura indigenista, particularmente en el
género de la narrativa, tiene distintas tendencias desde su aparición. Según
algunas investigaciones de carácter etnológico y antropológico, la literatura
indígena del siglo XIX honda sus raíces en historias orales, mitos y leyendas
de las culturas ancestrales, con una fuerte dosis de romantización e
idealización de las civilizaciones precolombinas.
Aunque la corriente indigenista del siglo XX cuenta
con precedentes y buenos exponentes, es necesario precisar que esta literatura,
en la que se retrata la realidad del indio y se lo defiende ante las
discriminaciones sociales y raciales, tiene su punto de arranque en la novela Aves sin nido (1889) de la peruana
Clorinda Matto de Turner; una novela controversial para su época, debido a que
en sus páginas se revela la injusticia, opresión y maltrato contra la población
indígena andina por parte de la Iglesia.
La obra de Alcides Arguedas es una suerte de apología
del indio y de su civilización, no solo porque describe a la sociedad boliviana
con todas sus luces y sombras, sino también porque de manera consciente asumió
una postura crítica contra el imperante sistema semi-feudal y semi-colonial,
que sometió a los indígenas al poder de sus patrones
blancos y mestizos.
Raza de bronce es
una novela que gira en torno a la realidad social de una comunidad aymara
próxima al Lago Titica, donde los indígenas sufren atropellos por parte de los patrones blancoides, por el simple hecho
de ser indígenas, sometidos a trabajos de esclavitud y condenados a vivir en
condiciones deplorables.
Cabe aclarar que Raza
de bronce es una versión más elaborada de su primera novela, Wata-Wara (1904), que no tuvo la misma
resonancia cuando se publicó, aunque es una novela que contempla las relaciones
socioeconómicas entre criollos, indígenas y mestizos, cuyas características
conforman las tres piezas básicas de un mismo mosaico, donde cada uno de ellas
ponen de manifiesto sus peculiaridades sociales, culturales, lingüísticas y
religiosas, como en cualquier territorio multilingüe y pluricultural.
Alcides Arguedas se caracterizó por su voluntad
realista de describir la situación de los indígenas dominados por los grandes
terratenientes y gamonales, quienes, valiéndose de su condición de amos de los
sistemas de poder, se apropiaron de tierras ajenas desde el establecimiento del
régimen colonial. No en vano el latifundismo ha sido uno de los temas
fundamentales de la narrativa indigenista, toda vez que los autores se ocuparon
de denunciar no solo las leyes puestas al servicio de los poderosos, sino también la explotación y servidumbre de los indígenas
convertidos en peones o pongos, sobre los cuales los señores tenían el derecho de propiedad como si fuesen objetos o
animales domésticos.
El discurso narrativo de la literatura indigenista
establece una tesis sociopolítica sobre el indígena y su relación con el mundo
urbano, donde están las instituciones del Estado, que resuelven la suerte y el
destino de los habitantes del campo, cuyas opiniones no son tomadas en cuenta
por los poderes de dominación, conformado por una selecta estructura social
criolla y mestiza, las cuales manejaban los preceptos de inferioridad racial
del indio, que era sometido a la autoridad y supremacía del hombre blanco, y una política que tendía a perpetuar
la exclusión de las mayorías indígenas de la vida económica, social y cultural;
dicho en pocas palabras, los indios debían tener obligaciones, pero no
derechos.
José Carlos Mariátegui, en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928),
planteó que el indigenismo era un movimiento de reivindicación y de lucha
contra la discriminación social, política, económica y cultural por parte de
las clases dominantes en los diferentes países latinoamericanos. Sus escritos
permitieron que el problema de los indígenas se relacionara con la posesión de
la tierra y sirvieron como fuentes de inspiración para varios autores que
escribieron obras relacionadas a la temática de la usurpación de las tierras
indígenas por empresas nacionales y extranjeras, como ocurre en la novela Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge
Icaza, cuya temática alude a la industria maderera y la explotación de las
masas indias por una aristocracia brutal que, a su vez, estaba dominada por
consorcios transnacionales.
El indigenismo, como movimiento literario y artístico,
se intensificó entre los años 1930 y 1960. Uno de sus mayores exponentes es el
peruano José María Arguedas, quien, en Los
ríos profundos (1958), retrata la problemática del indio desde su propia
experiencia vivencial. En esta novela, considerada por la crítica especializada
la mejor de su producción literaria, narra el proceso de maduración de Ernesto,
un muchacho de 14 años, enfrentado a las injusticias del mundo adulto, pero
también a las injusticias sociales y raciales, sobre todo, contra los comuneros
o indígenas del mundo andino, donde impera la violencia racial, social y
sexual, y una suerte de división del país entre dos mundos que conviven a pesar
de sus diferencias: la indígena y la occidental, el de los hacendados
explotadores y el de los indios sojuzgados por un sistema despiadado,
discriminador y patriarcal.
La protesta indigenista alcanza su cúspide en El mundo es ancho y ajeno (1941) del también peruano Ciro Alegría. Esta obra voluminosa y densa se ocupa de la lucha tenaz, obstinada y valiente de la comunidad india de Rumi en contra de los avasallamientos de un hacendado vecino, quien, amparado por jueces corruptos y testigos falsos, quiere arrebatarles sus tierras para expandir su ya inmensa propiedad y convertir a los comuneros en peones de sus minas y cocales. La dureza de las escenas, con indios levantados en armas y la brutal represión por parte de la guardia civil, se compaginan con un análisis de las estructuras políticas que hacen de los personajes, por su condición social y extracción racial, elementos integrados en clases sociales antagónicas, nada menos que en un país donde los blancos y mestizos son los patrones, a diferencia de los indios que constituyen la vasta capa de peones y pongos.
Los autores de la corriente indigenista abogan a favor
de los indios, asumiendo una posición política que los identifica con las
naciones indígena-originarias. Algunos resaltan los temas sobre la explotación,
marginación, pobreza y el choque entre la cultura hispana y la indígena. En el
caso de los autores bolivianos, el eje argumental de sus obras gira en torno a
la servidumbre de los indígenas a través del pongueaje, como en Surumi (1943) o Yanakuna (1952) del cochabambino Jesús Lara, quien tiene a los campesinos
vallegrandinos como protagonistas centrales de sus novelas que, tanto por el
contenido como por el tratamiento del tema, son obras de protesta y denuncia
social.
Su novela Yanakuna,
vinculada a la problemática social del indígena, pone de manifiesto el
sufrimiento de los indios que son discriminados, tratados como esclavos y
abusados sexualmente por los patrones. Asimismo, expresa las ansias de
liberación del campesino quechua que buscan defender sus derechos y su dignidad
humanas, frente a los terratenientes que se aprovechaban de la fuerza de
trabajo para la producción agrícola, trabajando en tierras que les fueron
arrebatadas a lo largo de la historia; una temática recurrente en varios
autores nacionales, sobre todo, si se considera que en Bolivia, hasta mediados
de siglo XX, se contaba con un sistema agrario latifundista caracterizado por
una desigual tenencia de la tierra y condiciones de trabajo de tipo
semi-feudal. Aproximadamente el 4% de la población era propietaria del 70% de
la tierra productiva. Los indios no tenían más que una pequeña parcela,
asignada por el hacendado, para el cultivo y la supervivencia, a cambio de una
diaria prestación laboral en la hacienda, donde debían ofrecer servicios
personales remanentes de la época colonial a la familia del hacendado.
De otro lado, cabe señalar que los autores de la corriente
indigenista no pertenecían a las culturas originarias, aunque actuaban como
portavoces de las culturas oprimidas que no podían levantar la voz, salvo José
María Arguedas, quien, a pesar de haber sido mestizo de nacimiento, convivió
con los sirvientes indios de la hacienda, donde modeló su personalidad y
asimiló el quechua como su lengua materna; factores que le permitieron penetrar
en el alma de los indígenas, expresando de manera poética la realidad,
folklore, tradición y cosmovisión del mundo andino.