Las plataformas digitales que albergan la obra de Miro
Coca Lora son una verdadera fiesta para los aficionados a las artes visuales.
En todas sus secciones, ordenadas por categorías y alto sentido estético, destacan
la impronta de quien, con la fuerza de la creatividad, logra resultados que
conmueven y convocan a la reflexión debido a su gran valor artístico.
Aunque Miro Coca Lora nació en Cochabamba, en 1964, residió en Estocolmo, Suecia, desde 1977; país al cual llegó junto a su familia, en una época en que la dictadura militar de los años ‘70 perseguía, encarcelaba, desaparecía y exiliaba a sus opositores políticos. De modo que la formación de este forjador de las artes visuales tiene más relación con la cultura escandinava que con la cultura de su país de origen.
Los temas son tan variados, que el espectador parece
tener ante sus ojos un magnífico caleidoscopio, donde las figuras, paisajes,
rasgos, detalles y colores, dan la sensación de convivir en un escenario en el
cual reina el dinamismo y la armonía, aunque en algunos cuadros, fotografías y
videoclips se ensaya una pirotecnia cromática que deslumbran la vista e
irradian la mente del espectador.
Estas creaciones, vistas desde cualquier ángulo, resultan ser una suerte de desafío contra la lógica y la razón, pues muestran un entorno donde el estilo surrealista y figurativo forman una perfecta mancuerna, induciendo a contemplar un territorio imaginado por el artista, quien está consciente de que cada cuadro, fotografía y videoclip debe ser una criatura del alma, capaz de transmitir los pensamientos y sentimientos de su creador. En este sentido, Miro Coca Lora es un artista a carta cabal. Ahora sólo falta que sean cada día más los espectadores que lo descubran. Ojalá su blog personal ayude a difundir esta obra en la que se funden la pasión, la creatividad y el amor por el arte.
Gran parte de su trabajo, revestido de un carácter
ecléctico, combina las técnicas pictóricas tradicionales con las modernas
tecnologías digitales, que le ofrecen no sólo mayores posibilidades de difusión
de sus creaciones, sino que, al mismo tiempo, le permiten experimentar con una
serie de herramientas y dispositivos que no requieren necesariamente del uso
del lienzo, la paletas y los pinceles, ya que todos los instrumentos de
trabajo, aparte de la amplia pantalla de cristal líquido, están instalados en
el disco duro de la computadora.
Este artista de origen boliviano, nacionalidad sueca y pensamiento universal, era un buen ejemplo del individuo cosmopolita empeñado en demostrarnos que el arte visual, como la música y el amor, es un vehículo de la fantasía y la necesidad existencial, que rompe con los marcos espaciales y temporales, con la misma facilidad con que un caminante invisible rompe con las fronteras nacionales.
Si lo recuerdo ahora es porque no está ya con nosotros
y porque hace poco volví a mirar uno de sus cuadros, contextualizado en una
fiesta de mascarada familiar, donde todos portaban disfraces de lo más
variopinto. Esa fue la ocasión en que Miro Coca Lora captó el momento en que yo
lucía una capa y un antifaz al mejor estilo de los superhéroes enmascarados de
las películas y revistas de serie. Tiempo después, cuanto lo visité en su
apartamento, donde solíamos reunirnos para conversar y compartir entre amigos,
me lo enseñó esbozando una sonrisa pícara, pero orgulloso de haber logrado
detener un instante inolvidable, que él supo plasmar con pinturas al óleo, sin
más recursos que un caballete, unos pinceles y una férrea voluntad de pintor
obsesionado por retratar los motivos que le llamaban poderosamente la atención.
Algunas veces, mientras menos me lo esperaba, me enviaba, a través de mi correo electrónico y en formato JPG, las últimas fotografías que había tomado en medio de la naturaleza sueca, con sus límpidos lagos y sus exuberantes bosques, donde las luces y las sombras tienen su propio espectáculo durante las cuatro estaciones del año. Siempre pensé que lo hacía para transmitirme la belleza natural de un país que, en tiempos de las dictaduras militares, nos acogió a los bolivianos con los brazos abiertos, brindándonos la oportunidad de realizarnos en plano humano y profesional. Las fotografías que me enviaba no eran otra cosa que un motivo para recordarme, con reminiscencias de profunda nostalgia y tiempos pretéritos, las innumerables veces que paseamos por la naturaleza protegida de Tyresö, donde vivían nuestros padres, hermanos y conocidos. Miro Coca Lora era un fotógrafo autodidacta, un ser dotado de una sensibilidad privilegiada, que le permitía apreciar la belleza allí donde los demás no veíamos más que una realidad cotidiana y “normal”.
No faltaron las veces en que, ingresando a las plataformas digitales (Facebook, Blogspot, Youtube, Myspace, Instagran y otras), donde tenía sus cuentas siempre actualizadas, pude constatar su frenética labor de creador de imágenes que deslumbraban por su forma y colorido, a partir de pinturas o fotografías que él ponía en movimiento, como tantos de sus videoclips que llamaban la atención de propios y extraños. Se trataban de imágenes cargadas de ilusiones ópticas, que engañaban al sentido de la vista y daban la opción de percibir la realidad de manera distorsionada, como si los ojos estuvieran encandilados tras ver una luz intensa y poderosa. No cabe duda de que sus imágenes, trabajadas con las nuevas tecnologías digitales y las aplicaciones técnicas del Photoshop, daban la vertiginosa sensación de ambigüedad de los objetos retratados, debido a que la intención del artista era provocar en el espectador una suerte de alucinación, con imágenes que no eran claramente perceptibles por el ojo humano, consciente de que el cerebro solo puede asimilar o concentrarse en un objeto a la vez, y no en varios que suelen ocasionar confusión, hasta que el cerebro entra en desorden y el sentido visual distorsiona la imagen observada, ya sea en lo relativo a la forma, el color, la dimensión y la perspectiva.
Paralelamente a su polifacético quehacer laboral y artístico, y convencido de su militancia en las filas de los movimientos de izquierda, se dedicó a crear, sin que nadie le remunerara por su trabajo, la página Web de “Motstånd” (Resistencia), una publicación de la juventud trotskista de Suecia, y la página Web de “MASAS.nu” del Partido Obrero Revolucionario de Bolivia. Su interés por la actividad política le nació en la niñez, mientras vivía en la población minera de Llallagua, donde aprendió a captar las emociones del alma y el galopar del corazón enamorado de la libertad y la justicia. Estaba marcado por los conflictos sociopolíticos que experimentó el país durante los años ‘60 y ‘70 de la pasada centuria. No en vano, desde su más tierna infancia, conoció la represión política de los gobiernos de René Barrientos Ortuño y Hugo Banzer Suárez, cuyos chacales, con los rostros cubiertos con pasamontañas y armados hasta los dientes, allanaron su casa en varias ocasiones, so pretexto de apresar a su padre, que era dirigente minero y militante porista, e incautar materiales subversivos; una situación de terror y zozobra que le causó traumas por el resto de sus días, pero que, a la vez, le despertó su conciencia política y su interés por difundir los ideales de los hombres y las mujeres que luchaban por conquistar mejores condiciones de vida y de trabajo.
Es probable que no fue el mejor compañero para las mujeres que él conoció en España, Italia, Brasil y Suecia, pero se puede aseverar que fue un padre preocupado por el bienestar de sus hijas, aunque la suerte no siempre jugó a su favor, sobre todo, cuando las adversidades lo zarandeaban sin contemplaciones, como cuando era atrapado por los embrujos del alcohol que, de cuando en cuando, se tornaba en su principal enemigo. Mas no por eso, se daba por vencido; por el contrario, recobrara nuevos bríos y se ponía a trabajar con ahínco, como quien sale de un oscuro túnel y vuelve a vivir la vida con frenesí y regocijo. Era una persona de sentimientos nobles, siempre dispuesto a ayudar a quienes lo requerían, sin pensar dos veces ni recibir retribuciones a su favor.
Miro Coca Lora fue el hijo preferido de su señora madre,
en quien encontraba todo el cariño y protección que necesitaba para enfrentarse
a los conflictos que le planteaba la vida. Ella lo adoraba sin condiciones y lo
defendía a capa y espada, como solo una madre sabe hacerlo cuando se trata de
poner a salvo la integridad de su hijo. Nunca dejó de darle sabios consejos ni
alentarlo cuando más lo precisaba, hasta el fatídico día en que ella balbuceó
por última vez y entornó los ojos para siempre. Desde entonces, el artista se
hundió en un insondable dolor y la congoja se le apoderó del alma, dejándolo
más desamparado y vulnerable que nunca.
Con todo, Miro Coca Lora vivió con la ilusión de convertirse, alguna vez, en un artista a tiempo completo, pero las necesidades existenciales lo obligaron a trabajar en instituciones que estaban al cuidado de personas con capacidades diferentes. Era una labor que le daba muchas satisfacciones, pero que le restaba tiempo, un apreciado tiempo que él pudo haber aprovechado para convertirse en un consumado creador de las artes plásticas y visuales. Sin embargo, nunca perdió las esperanzas de que, ni bien alcanzara la edad para jubilarse, se dedicaría de lleno a su actividad artística, pero la muerte no supo darle más tiempo, le pisó los talones a los 58 años de edad y se lo llevó hacia el parnaso donde moran los seres que nacieron para deleitarnos con sus creaciones hechas de luces, sombras y colores, parecidas a los discos cromáticos de la vida misma, de la vida que tuvo Miro Coca Lora cerca de sus familiares, amigos y seres queridos, aunque lejos de la tierra que lo vio nacer, ya que no falleció en Bolivia, sino en Estocolmo, Suecia, el 5 de mayo de 2022.
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