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sábado, 4 de julio de 2020


A CUATRO DÉCADAS DEL ASESINATO Y DESAPARICIÓN
DE MARCELO QUIROGA SANTA CRUZ

Este 17 de julio se cumplen 40 años del asesinato y desaparición del connotado intelectual y líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz (Cochabamba, 1931 –  La Paz, 1980). Hijo de una familia vinculada a la oligarquía boliviana. Su padre, José Antonio Quiroga, que fue diputado por el Partido Republicano Genuino y ministro del gobierno de Daniel Salamanca en 1934, abandonó la política decepcionado por la caída del presidente, aunque en el fondo no escondía su simpatía por la candidatura de Hertzong y Urriolagoita, que era la mejor apuesta de la rosca minero-feudal.

En 1943, su familia se instaló en la ciudad de La Paz, al asumir su padre la gerencia general de la empresa Patiño Mines & Enterprises Consolidated, Inc., donde se lo conocía como el Monje Negro del patiñismo. Probablemente, en esa misma época, Marcelo conoció al pintor cataveño Enrique Arnal, quien fue su amigo de la infancia. Los padres de ambos trabajaban en la empresa de uno de los Barones del Estaño, cuyas oficinas principales se encontraban en la población de Catavi, al norte del departamento de Potosí. Más tarde, cuando Marcelo y Enrique eran jóvenes, decidieron zarpar en un barco rumbo al viejo continente, con el propósito de instalarse en París. Se cuenta que durante el viaje, el joven intelectual sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado en el navío. A pocos meses de haber permanecido en la Ciudad Luz, y tras algunas dificultades propias de los inmigrantes, retornó a Bolivia en 1959, año en que se publicó su conocida novela Los deshabitados, que en 1962 ganó el premio William Faulkner a la mejor novela hispanoamericana escrita desde la Segunda Guerra Mundial, con un discurso narrativo sin acción alguna, sin descripciones de ambientes ni paisajes, pero con una profunda descripción de sus personajes, con una temática introspectiva sobre el destino y los conflictos existenciales del hombre. Su segunda novela, Otra vez marzo, inconclusa, apareció de manera póstuma en 1990.


Su entrega política iba a la par con la pasión por la literatura y el arte. Fundó y dirigió el semanario Pro Arte (1952), la revista Guión (1959) y el periódico El Sol (1964), cuya línea central tendía a cuestionar las medidas antipopulares del régimen dictatorial del general René Barrientos Ortuño. Se dedicó a la crítica cinematográfica y teatral, fue delegado boliviano en el Congreso Continental de Cultura (1953) y en el Intercontinental de Escritores (1969).

En 1960 publicó en El Diario una serie de artículos sobre la situación boliviana bajo el título común de La victoria de abril sobre la nación, que fue también editado en formato de libro. Sus primeros textos literarios datan de su época de estudiante. Su primera obra fue el poemario Un arlequín está muriendo, escrita en 1952, poco antes de salir exiliado a Chile, y que aún permanece inédito. Sin embargo, continuó escribiendo versos a lo largo de su vida, algunos de los cuales se publicaron en periódicos y revistas, con el seudónimo de Pablo Zarzal, como cuando escribió el poema No es en vano, tras el golpe militar de Alberto Natusch Busch y la masacre de Todo Santos, que arrojó centenares de muertos y heridos en la zona central de la ciudad de La Paz, entre el Palacio Quemado y la Plaza de San Francisco, en noviembre de 1979.

En el poema No es en vano, arrancado desde el fondo de su alma, el poeta se muestra de cuerpo entero, retratándose en el texto y el contexto de sus versos, donde se despliega un humanismo auténtico, una literatura social y revolucionaria por excelencia. La tragedia humana tocó tanto la sensibilidad más profunda del poeta, quien denunció la violencia castrense en versos hilvanados con dolorosas palabras que, a ratos, se rompen en gritos de protesta y sollozos de hondo pesar. No en vano en el citado poema, que publicó con el seudónimo de Pedro Zarzal en Presencia Literaria, el 2 de diciembre del mismo año en que se produjo la masacre, nos dice: Dos/ fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo./ Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre./ Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos de fuego./ Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/ mitad colmillo de acero./ Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos./ Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero./ Millones/ serán millones los hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.


Marcelo Quiroga San Cruz, amén de su magnífica calidad como poeta, fue sobre todo un autor prolífico de ensayos y artículos sociopolíticos en los cuales abordó una infinidad de temas de interés general, como lo atestiguan todas sus obras, desde La victoria de abril sobre la nación (1960), hasta Hablemos de los que mueren (1982).

Como todo hombre apasionado por el arte dramático, cuyo formato maneja técnicas propias del género, incursionó en el ámbito cinematográfico, con los cortometrajes La bella y la bestia y Combate, ambos de 1959. No era casual su afición por las escenas y los tablados, ya que Marcelo, raíz de la revolución nacionalista de 1952, se instaló con su familia en Chile, donde cursó estudios de dirección teatral; una experiencia que le permitió dominar la actuación escénica que, en su vida pública como político y escritor, le sirvió para hablar con gran soltura, hasta con elegancia, y tener control ante las cámaras de la prensa; una actitud que lo reveló como a un orador nato y un intelectual de muchos quilates.

En 1966 fue elegido diputado por Cochabamba, como invitado independiente de la Comunidad Demócrata Cristiana, conformada por el Partido Demócrata Cristiano y la Falange Socialista Boliviana. Desde el parlamento continuó sus críticas al régimen de Barrientos; una posición radical que tuvo graves consecuencias para su vida personal, como el desafuero parlamentario, el secuestro, atentado con explosivos contra su domicilio, y, consiguientemente, la cárcel y el confinamiento en Alto Madidi, donde conoció a René Zavaleta Mercado y entró en contacto con el Control Obrero de Catavi, Sinforoso Cabrera, quien le informó sobre los objetivos políticos centrales de los mineros, cuyos principios ideológicos estaban planteados en la Tesis de Pulacayo; un programa revolucionario que fue aprobado en un congreso minero de 1946.   

Bajo el gobierno del general Alfredo Ovando Candía, fue ministro de Minas y Petróleo y, posteriormente, de Energía e Hidrocarburos; un cargo que él supo aprovechar para hacer posible la nacionalización de la Bolivian Gulf Oil Company y escribir, con conocimiento de causa, los libros Acta de transacción con la Gulf - Análisis del decreto de indemnización a Gulf (1970) y Oleocracia o patria (1976), aunque ya antes de que fuera ministro, escribió dos valiosos ensayos sobre el mismo tema: Desarrollo con soberanía, desnacionalización del petróleo (1967) y El gas que ya no tenemos (1968). Poco tiempo después de que Marcelo Quiroga revirtiera los recursos petrolíferos a los bolivianos y pusiera en aprietos a los consorcios transnacionales, renunció a su cargo de ministro, al constatar que el general Ovando dio un brusco viraje hacia la derecha y ordenó la masacre de los guerrilleros en Teoponte.


El 1 de mayo de 1971, durante el gobierno del general Juan José Torres y mientras estaba vigente la Asamblea Popular, fundó el Partido Socialista de Bolivia, junto a obreros, campesinos e intelectuales; pero, como ya se sabe, su proyecto político quedó trunco en agosto del mismo año, cuando el coronel Hugo Banzer Suárez protagonizó el golpe de Estado contra el gobierno progresista de Torres. En esas jornadas de agosto, Marcelo, con el fusil en la mano, peleó junto a las fuerzas populares que resistieron el golpe de Estado. No obstante, una vez derrotada la resistencia e instaurada la dictadura militar, se vio forzado a salir al exilio, primero a Chile, después a Argentina y, finalmente, a México, donde ejerció la docencia en la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En 1977 retornó clandestinamente a Bolivia, reasumió la conducción del Partido Socialista y adoptó la sigla PS-1 (Partido Socialista Uno), con el propósito de reafirmar la ideología socialista en el país, apoyado por varios sectores que ya lo consideraban un líder indiscutible en el campo de la izquierda nacional. Fue tres veces candidato a la presidencia y su perfil político creció como la espuma y, si no caía asesinado, se hubiese constituido en el primer presidente socialista de la república de Bolivia, porque estaba convencido de que, a pesar de su origen de clase, era un socialista por convicción. De ahí que en una entrevista que le hicieron en el programa El Informal de radio Nueva América, poco antes de las elecciones de 1978, ante la crítica de sus contrincantes políticos, quienes lo acusaban de ser un burgués que juega al socialista, Marcelo Quiroga, con la inteligencia natural que lo caracterizaba, contestó seguro de sí mismo: Creo que no es reprochable que alguien que hubiese nacido en un estrato social que no es el proletariado, que no es la clase obrera, se hubiese entregado a su servicio. Y, refiriéndose a sus críticos, prosiguió: A ellos debería recordarles que un socialista no lo es, precisamente y con carácter excluyente, por su origen de clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario (…) Lo que me parece reprochable, y de éstos tenemos muchos ejemplos en nuestra clase política, es que aquellos que nacen en el seno de la clase trabajadora, o en sectores populares, o sectores de la clase media de pequeños ingresos, consagren su vida a ascender socialmente, a acumular fortuna, a traicionar los intereses de la clase (de la) que son originarios.

Su labor política fue frenética y participó en varios eventos que se realizaron en contra de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Incluso participó en las huelgas y los mítines gestados por los movimientos más radicales de la izquierda tradicional, consciente de que había que eliminar el abuso de poder, la violencia, crueldad y la persecución del adversario político; más todavía, actuó desde el mismo seno de los movimientos populares, porque jamás perdió las esperanzas de unificar a toda la izquierda en torno a un programa antiimperialista, que incluyera las aspiraciones de las mayorías nacionales.


Filemón Escobar, en su libro Semblanzas (2014), relata que Marcelo era un ser muy fino, no podía estar sin la ducha de cada día. Sufría más por la falta de ducha que de la comida o del agua. Esto lo advirtió cuando ambos se sumaron a la huelga de hambre, iniciada por cuatro mujeres mineras a fines diciembre de 1977.  Filippo cuenta: Me dijo, mi cuerpo me escuece, ráscame la espalda, que ‘mierda que no haya ducha en este lugar’. Lo que Filippo no contó en sus Semblanzas es lo que me refirió en cierta ocasión, cuando le pregunté por qué tenía el saco tan pequeño en una de las fotografías que incluyó en su libro De la revolución al Pachakuti (2008). Me contestó que ese saco café a cuadros se lo prestó Marcelo cuando iban a entrevistarse con el presidente Alfredo Ovando Candia. Marcelo le dijo a Filippo, que por entonces se encontraba refugiado y protegido por los dirigentes de la FUL en el último piso de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, que no podía ir vestido como un playboy minero, con un sacón de cuero y pantalones jeans. Fue entonces que Marcelo le prestó su saco, cuyas mangas le quedaban cortas a Filippo.

En 1979, estando como diputado en el congreso nacional boliviano, emplazó a juicio de responsabilidades al exdictador Banzer Suárez y sus colaboradores, por los delitos cometidos en siete años en los que se vulneraron los Derechos Humanos y se violaron los principios elementales de la Constitución Políticas del Estado. Planteó el juicio de manera brillante, con un lenguaje propio de los eximios oradores y con una documentación convincente entre las manos. Esta su actuación valiente y decidida, entre agosto y septiembre, fue, sin lugar a dudas, uno de sus aportes más significativos a la conciencia democrática de la nación boliviana.

El juicio de responsabilidades a Banzer, como era de suponer, lo convirtió en un enemigo declarado no sólo del exdictador, sino también de la fracción derechista más recalcitrante del Ejército. De modo que el 17 de julio de 1980, al producirse el sangriento golpe de Estado contra el Gobierno de Lidia Gueiler Tejada, el líder socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, que se encontraba en la reunión de emergencia del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), en la sede de la Central Obrera Boliviana (COB), junto a otros dirigentes políticos y sindicales, fue herido con una ráfaga disparada a quemarropa, presumiblemente,  por el suboficial Froilán Molina Bustamante, El Killer, quien se escabulló entre las fuerzas paramilitares al servicio de los golpistas Luis García Meza y Luis Arce Gómez.


Durante el asalto armado, que acabó con varias vidas, se supo que Marcelo Quiroga fue trasladado al Estado Mayor del Ejército, donde fue bestialmente torturado hasta la muerte y luego desaparecido. No se sabe hasta la fecha dónde fueron enterrados sus restos, aunque algunos testimonios, tanto de civiles como de militares, señalaron que el malogrado cadáver del líder socialista estaba enterrado en Santa Cruz, en la hacienda del expresidente Hugo Bánzer Suárez, un dictador sanguinario que se salvó de la justicia, a diferencia de sus sucesores, Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes fueron sentenciados, por sus vínculos con el narcotráfico y sus crímenes de lesa humanidad, a 30 años de prisión sin derecho a indulto.

Cuando leí el libro Con el testamento bajo el brazo (2018), que escribió el bogado e historiador Tomás Molina Céspedes, con las entrevistas que le hizo a Luis Arce Gómez en la cárcel de máxima seguridad de Conchocoro, me enteré que el exministro de García Meza quería revelar el lugar donde estaba enterrado el cadáver de Marcelo a cambio de su libertad. Como es natural, sus confesiones me dieron mucho coraje, no sólo por su conducta soberbia y de cara dura, propia de un militar de mentalidad nazista, sino porque yo estaba seguro que él mismo no sabía, con absoluta certeza, dónde estaban enterrados los restos de Marcelo Quiroga, aparte de lo que ya sabíamos todos, que uno de los autores intelectuales de su asesinato fue el dictador Hugo Banzer Suárez, el enemigo principal del hombre que quiso hacerle pagar por sus delitos con todo el peso de la ley.

El pueblo boliviano, a cuarenta años del asesinato y desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, una de las mentes más lúcidas que destelló con luz propia en la constelación política y cultural, sigue clamando por que algún día se sepa con certeza quién fue el asesino que disparó la ráfaga contra su humanidad y dónde escondieron exactamente su cadáver, a pesar de que todos sabemos que Marcelo no está muerto, sino que permanece vivito en la memoria de quienes compartíamos sus luchas, sus creaciones literarias y sus ideales de libertad y justicia.

domingo, 1 de diciembre de 2019


PALABRAS DE APRECIO PARA UN SER EXTRAORDINARIO

Don Luis Urquieta Molleda (Cochabamba, 1932-2019), sin resquicios para la duda, ha sido un valioso gestor de la cultura boliviana, en general, y orureña, en particular. Su generosidad no conocía límites. Aún recuerdo que, mientras yo vivía en Estocolmo, no escatimaba esfuerzos para enviarme ejemplares de El Duende y la revista anual de la Unión Nacional de Poetas y Escritores (UMPE), sin más preámbulos que los fraternales saludos y sin más pretensiones que ayudar a difundir nuestra literatura más allá de las fronteras.

Su partida deja un enorme vacío entre quienes lo tratamos de manera epistolar y lo conocimos de manera personal en Oruro; esa tierra de mineral y folklore que él supo amar sin condiciones y a la cual entregó lo mejor que tenía desde la perspectiva empresarial e intelectual.

Aun siendo un hombre de razonamientos lógicos y realizaciones pragmáticas, no dejaba de cobijar en sus fuero interno la inquietud del literato que, de cuando en cuando, transitaba como El Duende por los recovecos de la palabra escrita, entregándose en cuerpo y alma a las fuerzas ocultas y maravillosas de la imaginación.

Don Lucho, como lo llamábamos con cariño los amigos y conocidos, era una persona de trato amable y de nobles sentimientos, un ser extraordinario en el mejor sentido de la palabra. Siempre dispuesto a tenderle la mano a quien se lo pedía y siempre presto a hacer favores sin pedir nada a cambio.

Luis Urquieta Molleda, el mecenas de sonrisa franca y corazón abierto de par en par, poseía pensamientos humanistas que lo alejaban de las injusticias sociales y lo acercaban hacia las causas comprometidas con los ideales más dignos de la sociedad, donde hacen falta las voces de orientación para no caer en las trampas de la vanidad ni en los falsos llamados de sirena. De ahí que sus escritos traslucían los pensamientos y sentimientos de quien parecía reflejarse de cuerpo entero en una suerte de espejo, donde los lectores distinguíamos profundas reflexiones que, debido a la exposición convincente de los mensajes y la fuerza incuestionable del lenguaje, estaban destinadas a quedarse entre nosotros para siempre.

El suplemento El Duende, que se publica quincenalmente en el matutino La Patria, es un regio ejemplo de su desmedido desprendimiento a favor de los artistas, poetas y narradores; sin personas como don Luis Urquieta Molleda sería más difícil poner en marcha los engranajes de la vida cultural de un pueblo. Por eso mismo, le debemos todo nuestro agradecimiento y lo conservaremos eternamente en la memoria, con la esperanza de que su legado quede como un preciado tesoro entre los amantes del mundo pictórico y literario.

jueves, 19 de septiembre de 2019


HACIA EL CENTENARIO DE ÓSCAR ALFARO

Óscar Alfaro (Tarija, 1921 - La Paz, 1963) dedicó su vida y talento a los niños bolivianos, escribiendo obras que tenían la finalidad de desatar la fantasía y despertar el hábito de la lectura entre los pequeños lectores, a quienes los consideraba, por antonomasia, los futuros lectores de la gran literatura universal.

No cabe duda de que él mismo, en el fondo de su alma, se sentía un niño viejo o un viejo niño. No en vano escribió en su poema Viaje al pasado, dedicado a su madre, estos hermosos versos: Desde adentro, desde adentro,/ desde el fondo de un abismo,/ viene corriendo a mi encuentro/ un niño que soy yo mismo./ Iluminando el olvido,/ con este niño en los brazos,/ yo voy haciendo pedazos/ los años que ya he vivido...

Sus poemas son profundamente bolivianos, profundamente contemporáneos y profundamente maravillosos, casi siempre pensados desde la perspectiva cognitiva de los niños, consciente de que ellos, como El principito de Antoine de Saint-Exupéry y a diferencia de los adultos, tienen su particular modo de contemplar el mundo y sus asuntos.

En la creación de su literatura, tanto en verso como en prosa, se empeñó por plasmar la exuberante naturaleza, con sus montañas, valles y selvas, pero también la riqueza del folklore, las costumbres ancestrales, las creencias y hasta las supersticiones de un país multilingüe y multicultural; más todavía, Óscar Alfaro, a contracorriente de los dictados de su época, escribió sin usar el didactismo ni la moraleja; recursos pedagógicos que, durante el siglo XX, fueron monedas corrientes en los textos literarios destinados a la educación primaria y secundaria.

Sus cuentos y poemas son una suerte de alimentos espirituales para los escolares, quienes, aparte de enriquecer su vocabulario con los códigos lingüísticos del autor, se sienten plenamente identificados con sus expresiones llenas de símbolos, aforismos y metáforas, que les llegan como dardos y flores hasta lo más hondo del corazón.

Por estas razones, los maestros están en la obligación de difundir y promover la literatura de Óscar Alfaro en sus unidades educativas, no solo porque se trata de uno de los escritores más notables del país, sino también porque sus libros, por la temática y la caracterización de los personajes, son excelentes materiales para fortalecer la malla curricular dentro del sistema educativo.

Óscar Alfaro, en su condición de educador y hombre comprometido con la realidad social, no dejó de reflejar a través del arte de la palabra escrita su más airado repudio contra las injusticias sociales, la discriminación racial y el despotismo de los poderes de dominación. Es cuestión de leer un puñado de poemas para encontrar versos dedicados a los proletarios, al pájaro revolucionario, a los niños mendigos y las niñas desamparadas en una sociedad donde pocos tienen mucho y muchos no tienen nada.  

El príncipe de la literatura infantil boliviana, aunque no era ampliamente conocido por su militancia en el Partido Comunista, cultivó una estrecha amistad con el cantautor Nilo Soruco y con algunos dirigentes de la Central Obrera Boliviana y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros, quienes, a través del Ministerio de Educación y Cultura, le conseguían autorización para que visitara las escuelas pertenecientes a la COMIBOL, donde se aparecía, sin escatimar esfuerzos, con su pelo pulcramente peinado, su perilla inconfundible y sus anteojos de cristales transparentes como su alma.

Asimismo, valga recordar que el autor tarijeño, que hacía a la vez de escritor, editor y difusor de su obra, cargaba a cuestas sus libros, casi siempre ilustrados a colores, para ofrecer entre los alumnos y profesores a un precio módico, en una época en que no habían muchas editoriales en el país; y, menos aún, editoriales interesadas en publicar libros de literatura infantil y juvenil. De modo que Óscar Alfaro, como la mayoría de sus connacionales, se vio en la necesidad de invertir sus propios recursos en la edición de sus obras de creación.

Por otro lado, siempre que tenía la oportunidad de hablar sobre los derechos de los niños y la importancia de la literatura infantil en la enseñanza primaria, lo hacía con una explosión enérgica de razonamientos filantrópicos, como cada vez que se lo escuchaba hablar a través del programa La república de los niños, que él conducía en la estatal Radio Illimani de la ciudad de La Paz.

Al morir el poeta, a sus escasos 42 años de edad, dejó una gran parte de su obra inédita, que fue conocida y reconocida de manera póstuma, gracias al empeño de su viuda, la profesora Fanny Mendizábal de Alfaro, quien concluyó con la tarea de sacarlos a luz y difundirlos entre los lectores interesados en zambullirse en los sentimientos y pensamientos de este eximio escritor, cuya fama, con el trascurso de los años, fue creciendo como la espuma. ¡Enhorabuena!

Óscar Alfaro se ganó el sitial que le corresponde en el parnaso de los más grandes, con una prosa diáfana y reflexiva, llena de magia y valores humanistas; y, por supuesto, con una colección de poemarios que, amén de su calidad ética y estética, se echaron a volar por el mundo como palomas mensajeras de paz, amor y libertad.

Faltando dos años para conmemorar el centenario de su nacimiento, las instituciones culturales del Estado, los establecimientos educativos, los editores, escritores y lectores en general, debemos prepararnos, con compromiso moral y cívico, para izar las banderas de la literatura infantil y juvenil en homenaje a Óscar Alfaro, quien fue una de las lumbreras de la literatura boliviana, con una obra indispensable y sustancial, en la que se funden el talento creativo, la galanura del lenguaje, la pasión por la escritura y el amor desmedido por la infancia.

miércoles, 14 de agosto de 2019


Elda Alarcón de Cárdenas (La Paz, 1928 – 2019)
Matriarca de la Literatura Infantil boliviana

Después de muchos años de haber conservado su nombre en la mente y haber abrigado los deseos de conocerla personalmente, tuve la ocasión de estrecharle la mano, abrazarla con cariño y dirigirle palabras de sincera admiración el 5 de septiembre de 2012, en la sala anexa del Espacio Simón I. Patiño de la ciudad de La Paz, donde hizo su ingreso a la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, con todos los honores que ameritan su larga trayectoria en el ámbito de la educación y la literatura destinada a los niños y niñas de nuestro país.

Algo que no sabía de su vida, sino hasta que conversé con ella, es que esta dama de palabra elocuente, memoria lúcida y trato afectuoso, fue víctima de las represiones desencadenas por las dictaduras militares que asaltaron el poder a fines del siglo XX. La acusaron de pertenecer a organizaciones de extrema izquierda y de estar involucra en actos subversivos. Estuvo detenida en el Ministerio del Interior, el Departamento de Orden Político (DOP) y la cárcel de Achocalla. Mas su compromiso con las ideas libertarias, la responsabilidad con su familia y la educación boliviana, la mantuvieron a salvo de las acusaciones vertidas por los enemigos declarados de la democracia, la libertad y la justicia.

Elda Alarcón de Cárdenas que, para la pena de muchos de nosotros, falleció hace poco tiempo atrás, fue la matriarca indiscutible de la Literatura Infantil boliviana, no sólo porque, en su condición de maestra normalista y fundadora del Comité de Literatura Infantil y Juvenil en 1964, dedicó su tiempo, sensibilidad y profesionalismo a los pequeños grandes lectores, sino también porque es la primera autora que se animó a escribir un ensayo titulado Literatura Infantil (1969), que ella misma aplicó como material de estudio en la cátedra que dictaba en el Instituto Superior Simón Bolívar (1969-80).

Este mismo ensayo, que llegó a mis manos gracias a la amistad y gentileza de don Werner Guttentag, creador de la prestigiosa editorial Los Amigos del Libro, me sirvió de mucho durante el proceso de elaboración de mi libro Literatura Infantil. Lenguaje y fantasía (2003), en cuyo capítulo dedicado a las condiciones que debe reunir un libro escrito para los infantes -quienes en el pasado fueron tratados como hombrecitos en miniatura y no siempre han tenido acceso a una literatura apropiada para su edad, desde el punto de vista lingüístico, emocional e intelectual-, cité textualmente sus palabras: Literatura para ofrecerle al párvulo ha existido seguramente desde que la humanidad se considera como tal; pero intuitiva o arbitrariamente elaborada para él, no respondía a las características de su desarrollo, puesto que estas eran totalmente desconocidas; no olvidemos al homúnculo citado por tantos pedagogos, considerado como un hombre en miniatura, para quien por lo tanto no podían existir consideraciones especiales (Alarcón de Cárdenas, E., p. 23).

No es para menos, pues esta excelente poeta, ensayista y docente normalista, supo encaminar con acierto su intelecto hacia el mundo que más necesita de sus conocimientos pedagógicos y su orientación en el campo de la Literatura Infantil y Juvenil; una profusa labor que le ganó el respeto de sus colegas y fue reconocida con la Gran Cruz de la Educación Boliviana, en Grado de Oficial, en 1979, y, en 1998, le hizo merecedora de la medalla y el diploma CEBIAE Forjadores de la Educación.


En cierta ocasión, cuya fecha no recuerdo exactamente, una nieta suya, que vivía por entonces en Suecia, me hizo llegar por correo un libro dedicado y, en una conversación telefónica, me dijo: Mi abuelita lee en la prensa boliviana todo lo que escribe usted. Entonces, sin salir de mi asombro, me quedé pensando en que Elda Alarcón de Cárdenas y yo éramos como arrieros recorriendo por los mismos senderos trazados por el interés de impulsar una literatura que contemple el mundo fantástico de los niños y las niñas. ¡Qué felicidad!

Sin embargo, lo cierto es que nunca pude comunicarme con ella para agradecerle por su amabilidad y gentileza, que desde luego no es un gesto frecuentes entre las mujeres y los hombres de letras en un país como el nuestro, donde el costo de envío de un libro por correo, fuera de las fronteras patrias y al otro lado del Océano Atlántico, está por encima de las nubes o cuesta un ojo de la cara. Con todo, jamás dejé de abrigar las esperanzas de encontrarla algún día en La Paz para estrecharla entre mis brazos y agradecerle por ese libro que hoy ocupa un lugar preferente en mi biblioteca particular.      

Luego de mantener una charla amena en el anexo del Espacio Simón I. Patiño, me enteré de que venía preparando la edición de sus obras completas, tanto en verso como en prosa. ¡Enhorabuena, doña Elda! Y, como no podía faltar, están también en marcha las versiones actualizadas y corregidas de sus investigaciones sobre pedagogía y Literatura Infantil y Juvenil. No cabe duda de que sus lectores/as y admiradores/as tendrán la grata sorpresa de reencontrarse, a través de la lectura, con una de las autoras que fue incorporada al Lexicón Mundial de la Literatura Infantil (1985) y que ocupa un sitial merecido en el parnaso de los precursores de la Literatura Infantil boliviana, donde compartía sus fantasías con Óscar Alfaro, Rosa Fernández de Carrasco, Alberto Guerra Gutiérrez, Beatriz Schulze Arana, Hugo Molina Viaña y Nery Paz Nava Bohórquez, entre otros.    

Elda Alarcón de Cárdenas, a pesar de los años idos y a pesar de las mareas de la existencia humana, no dejó de declamarnos sus poemas para niños escritos en español y aymara, ni dejó de contarnos las travesuras de Manuelito entre los pastores ni las leyendas de los Andes, mientras siguió navegando hacia la eternidad en uno de esos barquitos de papel que ella misma construyó, como el Arca de Noé, para poner a salvo la Literatura Infantil y Juvenil, que fue uno de los alicientes de su alma y uno de los motores principales de su larga vida.

Ahora que se nos fue, a los 90 años de edad, sus lectores, colegas y amigos la despedimos con un profundo agradecimiento por todo lo que nos dio en el ámbito de la educación y la promoción de la Literatura Infantil; un invalorable legado que perdurará para siempre a través de sus obras, que son el mejor reflejo de su personalidad llena de humanismo y sabiduría.

Apuntes bibliográficos

Poesía: Despertar. Poemario para niños (coautora con Emilio Valverde, 1982); Barquitos de papel (1997); Calesita (coautora con Álvaro Ruilova, 1999); Pinceladas (coautora con Álvaro Ruilova, 2000). Cuento: Manuelito de la Candelaria (2002); Leyendas del Ande (2000). Estudio: Literatura infantil (1969); La poesía en la literatura infantil (1979); Infancia, adolescencia y narrativa (2005). Escribió también módulos educativos para los alumnos normalistas en torno a las leyendas, los mitos y la historia de la Literatura Infantil.

sábado, 15 de junio de 2019


¡NO TE DETENGAS…!
AUTOBIOGRAFÍA DE PASTOR SEGUNDO MAMANI VILLCA

En esta autobiografía, donde el autor aparece radiografiado de pies a cabeza, no interviene para nada el azar ni el ego abrumante de los escritores de oficio, ya que Pastor Segundo Mamani Villca, al no ser un literato sino un hombre de leyes, maneja la palabra escrita para manifestar lo que le dicta la conciencia y la razón, más que para elaborar una serie de artificios lingüísticos propios de los poetas y narradores. 

El libro, como cualquier otro que corresponde a este género literario, puede estar lleno de erratas y aseveraciones, con las que el lector puede discrepar con absoluta libertad, pero lo que no se puede desmentir es el enorme significado que tiene un libro cuando aborda temas que son del interés común de los ciudadanos y ciudadanas, quienes conviven en una colectividad gobernada por normas éticas y morales, que constituyen la columna vertebral de un Estado de Derecho, donde las instancias jurisdiccionales, como es el Tribunal Supremo de Justicia, son los instrumentos creados para hacer cumplir las legislaciones de manera justa y eficaz. 

Esta autobiografía, donde se reflejan vivamente los pensamientos y sentimientos de quien la escribió, arranca con los recuerdos de infancia de Pastor Segundo Mamani Villca, cuyos padres, de ascendencia quechua, estaban obligados a soportar una forma de vida impuesta a punta de látigo, ya que los patrones de las haciendas, acostumbrados a convertir en ganancia el sudor y la sangre de los colonos, no dudaban en vulnerar los derechos humanos más elementales de quienes estaban considerados como seres inferiores ante la mirada de los colonizadores llegados de allende los mares, junto a los caballos, las armaduras y los cañones.

Si tomamos en cuenta la realidad de la familia Mamani Villca, que se relata en la primera parte del libro, advertiremos que, durante la colonia y la república, se fomentó el prejuicio racial y se marginó socialmente a la mayor parte de la población constituida por indígenas, que trabajaban como colonos o pongos en las haciendas de los patrones, quienes acapararon la propiedad de la tierra y asumieron el mando del poder político, con el fin de controlar las riendas del país y someter a su dominio a las clases desposeídas, que estaban destinadas a conformar la vasta base de la pirámide social, donde lo blanco se encontraba en la cúspide como por mandato divino.


A la familia de Pastor Segundo Mamani Villca, quien nació antes de la Revolución Nacionalista de 1952 y antes de que se promulgara el decreto de la Reforma Agraria en 1953, le tocó observar de cerca el desprecio que se tenía contra el indio en una época en que el racismo correspondía a la estratificación socioeconómica de un país complejo y contradictorio, donde, según las consideraciones de los blancoides o criollos, que pertenecían a las clases dominantes, los indios eran la lacra y los promotores de los males que aquejaban al país. No faltaban los intelectuales que, como Gabriel René Moreno y Alcides Arguedas, pensaban que los indios, sean estos de oriente u occidente, representaban un fardo pesado que debía cargar la nación sobre sus espaldas, y que los mestizos, por constituir un híbrido entre blancos e indios, encarnaban los peores vicios de ambas razas.

Según se relata en el libro, el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, por su condición de campesino y analfabeto, sufrió la discriminación social y racial en carne propia. En su infancia y adolescencia fue el pongo del patrón de la hacienda, en su juventud fue reclutado, contra su voluntad, para ser carne de cañón en la Guerra del Chaco y cuando formó su propia familia se vio obligado a cargar bultos en los mercados para dar de comer a sus hijos, hasta el día en que, con la ayuda de sus coterráneos, logró engancharse en la Empresa Minera Colquiri, donde fue atrapado por las garras de la tuberculosis y la silicosis, dos enfermedades endémicas de los trabajadores del subsuelo.

Pastor Segundo Mamani Villca, como muchos niños y adolescentes de su época, trabajó también en los relaves de la mina, aun siendo menor de edad; una experiencia que, sin embargo, le sirvió para acercarse a las verdaderas causas de las luchas sindicales de los obreros y, sobre todo, para comprender que no todo era gratis en la vida y que el trabajo era la única acción que dignifica al ser humano.


Los trabajos que realizó en el ámbito de la minería, por otro lado, le permitieron concebir que el problema de las razas, durante las primeras décadas del siglo XX, era también un problema de las clases sociales, en las que el antagonismo, entre la incipiente burguesía nacional y el proletariado minero, estaba establecido por las relaciones de producción entre una casta de mestizos y criollos, que eran los dueños de las Empresas Mineras, y la clase trabajadora que estaba conformada, en su gran mayoría, por los indígenas que abandonaron sus parcelas de tierra para proletarizarse en los centros mineros, donde los barones del estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo) amasaban fortunas a costa de los obreros que morían con los pulmones destrozados por la silicosis.

Quizás por eso el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, un hombre de contextura robusta y decisiones sabias, nunca dejó de velar por la educación de sus hijos ni nunca perdió las esperanzas de verlos convertidos en profesionales. Él sabía, por experiencia propia, que la ignorancia y el analfabetismo eran las peores cuñas en la vida de un individuo que quería superarse en la vida social y laboral. Don Valentín Mamani Gonzáles, ex benemérito de la Guerra del Chaco y trabajador de interior mina, estaba consciente de que la educación era la clave para liberar a los oprimidos de las cadenas de la esclavitud y derribar los muros de la discriminación social y racial. Por fortuna, el autor de este libro no demoró en asimilar las enseñanzas de su padre y en esmerarse en los estudios, guiado por el precepto de que el aprendizaje de la lectura y la escritura era una de las mejores maneras de sobreponerse a los prejuicios colonialistas de los últimos cinco siglos y una de los instrumentos más poderosos para defender y hacer respetar los Derechos Humanos.

Pastor Segundo Mamani Villca, desde el instante en que migró del campo e ingresó en una escuela del distrito de Colquiri, ubicado en provincia Inquisivi del departamento de La Paz, se dio cuenta de que el derecho a la igualdad se vulneraba con el insulto étnico-racial, en el que se trataba al otro como a alguien que era inferior o peor. Comprenderlo y evitarlo tenía que ver con el respeto a la dignidad de las personas y con la voluntad de construir una sociedad distinta a la que ofrecían los ideólogos del colonialismo retrógrado y el capitalismo salvaje.


Es lógico que por sus experiencias vividas y sufridas, el personaje principal de este libro, siguiendo el ejemplo de su padre, quien participó activamente en los brotes de rebelión contra los terratenientes, decidió engrosar las filas de quienes celebraban el nacimiento del nuevo Estado Plurinacional de Bolivia, que se consolidó a principios del siglo XXI, con el ascenso al poder de las organizaciones sociales de las naciones originarias, con un presidente y varios asambleístas indígenas, que no tenían otro interés que conquistar sus reivindicaciones que estaban en el orden del día, como la autodeterminación, la nacionalización de los recursos naturales y el reconocimiento de la diversidad cultural.

El propio Pastor Segundo Mamani Villca se hizo consciente de que era necesario apoyar el proceso de cambio y la revolución cultural, porque esto le permitiría insertarse, como abogado, político y activista social, en las esferas del Órgano Judicial, que antes estaban reservadas sólo para las clases dominantes, donde los indígenas no tenían arte ni parte. Tuvieron que transcurrir varios siglos para que los ciudadanos de las naciones y pueblos indígena-originarios, que se mantuvieron en la cola de la historia, fuesen incluidos en los aparatos del poder político, donde se tomaban las decisiones de la suerte histórica del país, con las mismas responsabilidades y los mismos derechos amparados por la Constitución Políticas del Estado, que, en otrora, sólo representaba los intereses de una minoría privilegiada en desmedro de una mayoría injustamente excluida de la vida económica, social, política y cultural.

Después de la lectura del libro, queda claro que uno de los factores que más influyó en el rumbo político del autor, fue su adhesión a las concepciones marxistas-leninistas; una filosofía que coincidía plenamente con sus ideales e inquietudes que lo vincularon a las organizaciones del magisterio, las juntas vecinales y los movimientos sociales, que surgieron con mucho ímpetu en el mismo período en el que el sindicalismo revolucionario del proletariado minero fue quebrantado por el D.S. 21060 y la inminente relocalización de sus afiliados; en realidad, si seguimos los pasos de Pastor Segundo Mamani Villca, desde que ingresó al círculo de jóvenes comunistas que estudiaban en Sucre, advertiremos que no hay resquicios entre sus ideas, por su modo de pensar y actuar, y los planteamientos del marxismo-leninismo más radicales y combatientes.  

Su actividad política se intensificó mientras estudiaba en la Escuela Normal de Maestros de Sucre y en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí, pero no todo queda ahí, sino que, ya con sus títulos en mano y obedeciendo al llamado de su conciencia, irrumpió en la arena sindical como ejecutivo de la Federación de Maestros Urbanos de Potosí, como presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en el distrito de Siglo XX, como secretario de relaciones de la Central Obrera Departamental (COD) y como militante de la izquierda revolucionaria, que le costaron la persecución, la cárcel y el confinamiento durante los gobiernos dictatoriales de Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza. No fue menos importante su participación en las elecciones municipales del departamento de Potosí, donde formó una mancuerna con René Joaquino, para hacer alianzas con los partidos de izquierda enfrentados a la política neoliberal de los gobiernos de Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada, que impulsaban la estrategia de capitalización de las empresas estatales y la entrega desmedida de los recursos naturales a los consorcios imperialistas.

Este compañero de lucha, que se autodefine como campesino y minero, es todo un orgullo no sólo para los comunarios de su Socopuco natal, sino también para los campesinos indígena-originarios de la provincia Chayanta del departamento de Potosí, porque supo levantarse desde muy abajito, con esfuerzo tesonero y voluntad de hierro, y porque supo derribar los muros que separaban al indio del blanco y al erudito del analfabeto. Pastor Segundo Mamani Villca supo levantar la voz para denunciar los crímenes de lesa humanidad de las dictaduras militares, que lograron extender, sobre el país más pobre de la pobre América Latina, un manto de terror institucionalizado, que asfixió las libertades civiles y aplastó sistemáticamente a la resistencia organizada, con el objetivo de forjar una democracia sin comunismo, como si a los generales golpistas se les hubiese concedido el derecho de ejercer el poder supremo, desde cuya posición actuaban impunemente, usando el lenguaje de las armas para acallar las voces de protesta y los métodos de tortura para quebrantar la voluntad más firme de los enemigos declarados del poder absoluto de los tiranuelos de turno.


Sea ésta la oportunidad para recordar que a Pastor Segundo Mamani Villca lo conocí a mediados de los años 70, en plena dictadura de Hugo Banzer Suárez, cuando todavía ejercía como profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales en el Colegio Primero de Mayo de Llallagua, una legendaria población al norte de Potosí, que, en la primera mitad de la pasada centuria, fue el sostén de la economía nacional y la región donde surgió un poderoso movimiento sindical, que puso en jaque a la oligarquía minero-feudal y a los gobiernos dictatoriales que se encaramaron en el poder pisoteando las normas constitucionales y conculcando las libertades democráticas.

Pastor Segundo Mamani Villca vivía en un cuarto que alquiló en la casa de mi abuelo, don Enrique Lora Fiengo, ubicada en un callejón sin salida de la calle Omiste. Estando en el Colegio Primero de Mayo, tuvimos la oportunidad de compartir los mismos ideales y las mismas realidades que nos tocó vivir a él como a profesor y a quien escribe estas líneas como alumno. Aún recuerdo que, en un establecimiento educativo lleno de maestros reaccionarios y afines al gobierno, Pastor Segundo Mamani Villca era uno de los pocos profesores que también formaban parte de la resistencia organizada contra el régimen dictatorial de entonces, y uno de los pocos que, en los consejos de profesores del Colegio, defendía abiertamente mis posiciones políticas y, a la vez, el único que se oponía a las determinaciones de mi expulsión por el simple hecho de ser dirigente estudiantil y arrastrar a mis compañeros hacia la causa de los mineros que, en su mayoría, eran nuestros padres, como las señoras del Comité de Amas de Casa eran nuestras madres.

Pastor Segundo Mamani Villca, en su condición de profesor revolucionario, sabía que algunos de los estudiantes nos oponíamos, con justa razón, a un sistemas de enseñanza obsoleto y retrógrado, y a una pedagogía negra en la que primaba la mediocridad y el autoritarismo propios de una educación donde los buenos instrumentos didácticos estaban tan ausentes como la interrelación cordial y democrática entre el educando y el educador, como si la realidad política de aquellos aciagos años de la dictadura militar se hubiese calado en las aulas del Colegio Primero de Mayo, del que fui expulsado en tres ocasiones por haber simpatizado con las ideas libertarias y haber defendido la lucha revolucionaria de los trabajadores.


Fue en esas circunstancias que conocí a Pastor Segundo Mamani Villca, mucho antes de que incursionara en la jurisprudencia y se enrolara en las altas esferas del Órgano Judicial de Bolivia. Por eso mismo, me place enormemente escribir estas líneas de sincera amistad en la parte inicial de este libro que, leído en partes o en su totalidad, servirá para conocer la intensa y la no menos interesante trayectoria de este niño indígena que un buen día, como siempre deseó su padre, llegó a ser el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, que antes estaba exclusivamente reservado para los abogados de la rancia aristocracia boliviana.

Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención, mientras hojeaba las páginas del libro, fue el hecho de saber que Pastor Segundo Mamani Villca ingresó tres veces al mismo edificio del Tribunal Supremo de Justicia, donde antes funcionaba el Juzgado de Instrucción Penal; las dos primeras como detenido político, acusado de promover actividades sediciosas contra el Estado, y la tercera como magistrado electo por el voto del pueblo; una historia que es digna de contarla para que se sepa que un día puede invertirse la torta y cambiar el orden de las cosas, como ocurre en los cuentos bien contados de la tradición oral, en los que el protagonista es el patito feo que, después de sufrir el desprecio y la marginación, se convierte en un bello cisne; una paradoja que suele repetirse también con las cenicientas convertidas en princesas por los azares del destino o porque así lo desea la voluntad popular.     

Basta leer esta autobiografía para ilustrar la capacidad de perseverancia y la fuerza de voluntad de una persona, que no se deja vencer por las vicisitudes adversas a los deseos ni se rinde ante los duros golpes que asesta la vida. Este niño indígena, que un día llegó a ser presidente del Tribunal Supremo de Justicia, es un regio ejemplo de lo que debe hacer un estudiante para trocar sus sueños en realidades. La lectura de este libro puede ayudar a los jóvenes a reflexionar en torno a la importancia de levantarse cada día, con el optimismo de un atleta y la ilusión de que es posible triunfar en la vida, si se tiene la mirada puesta en el horizonte y los deseos ardientes de cumplir con los dictados de la mente y el corazón. Los demás detalles de la vida de Pastor Segundo Mamani Villca están registrados en las páginas de esta autobiografía, que más parece una leyenda con sus deslumbrantes fulgores y sus lúgubres contornos, características propias de los libros salpicados de acontecimientos históricos, donde las experiencias de vida deben escribirse con mano firme para que perduren en el tiempo, antes de que la lluvia remoje la memoria y los sueños se empañen de olvido.

Imágenes:

1. Portada del libro.
2. Pastor Mamani con su amigo Nemesio Valdez en la bocamina Triunfo de Colquiri.
3. En la casa donde pasó su infancia.
4. Recibiendo el certificado de egreso de la Facultad de Derecho.
5. Ejerciendo como juez instructor en Arampampa.
6. Como el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, Sucre, 2015.



domingo, 17 de febrero de 2019


LA TUMBA DE CÉSAR VALLEJO

La mañana que tomé el metro en París, rumbo a la estación Raspail, cuya salida conduce a una de las entradas del famoso cementerio Montparnasse, la muchedumbre se apiñó en el andén para meterse en cualquiera de los vagones, como si huyeran de un incendio que devoraba a la Ciudad Luz.

Me apeé en la estación de mi destino y dirigí mis pasos hacia el cementerio Montparnasse, ubicado en un barrio de la bohemia parisina, en el número 3 del boulevard Edgar Quinet; un camposanto abierto en 1824, que ocupa alrededor de 19 hectáreas y alberga unas 35.000 tumbas.

Hace tiempo que tenía curiosidad por visitar la tumba de César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París, Francia, 1938), quien fue uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras hispanoamericanas; un revolucionario en las ideas y las palabras. No en vano transitó por todos los niveles del lenguaje, pulverizando las normas estéticas y retóricas de la poesía convencional. Su interés por la innovación poética lo llevó a crear un nuevo lenguaje a través de una gramática de deslexicalización del mismo, con una sintaxis, ortografía y semántica muy personal e inconfundible, al puro estilo estético de los movimientos dadaístas y surrealistas de su época.

Cuando ingresé en el cementerio, donde descansan los restos de muchos personajes célebres, tanto franceses como extranjeros, me vi perdido como en un laberinto de nunca acabar. Después de una agotadora caminata y tras haber leído en las lápidas los nombres grabados de hombres y mujeres que, con sus vidas y obras, iluminaron nuestra mente y llenaron nuestro corazón, me dirigí hacia donde yacían los restos de vate peruano bajo un sol que ardía en las alturas.

Cuando llegué al lugar, me sorprendió ver que la tumba de César Vallejo, poeta comunista y revolucionario, estuviese rodeada por lápidas de personas con apellidos notables o títulos respetables. Pero mayor fue mi sorpresa al constatar que el sepulcro, que parecía hecho de dolor y soledad, recibía innumerables visitas y lucía flores rojas como la sangre.

Estar al lado de su tumba era suficiente motivo para pensar que Su cadáver estaba lleno de muerto e imaginarlo tal cual aparece en esa famosa fotografía captada por Juan Domingo Córdoba y fechada en 1929, donde está sentado en una grada de los jardines de Versalles, con un aspecto de poeta dandi: camisa blanca, traje oscuro impecable y zapatos brillantes como su cabellera peinada hacia atrás como las alas de un cuervo. La foto revela también a un hombre taciturno, con el rostro de líneas angulosas, el ceño fruncido y la mirada perdida en el horizonte, como si estuviera inmerso en una profunda meditación; tiene una nudosa mano sosteniendo su huesudo mentón, y la otra, en la que luce un impresionante anillo, sujetando la empuñadura de su bastón. Al lado de él está sentada su esposa Georgette Marie Philippart Tavers, quien aparece sosteniéndole, probablemente por solicitud del poeta, su sombrero gris con cinta negra.


Al ver esta fotografía cuesta hacerse una idea de que este poeta, que fue retratado de cuerpo entero, hubiese tenido penurias de orden económico y existencial, hasta que escarbamos en las investigaciones de sus biógrafos, que no dudaron en echar luces sobre las penumbras de un inmigrante que se movía al borde de un precipicio social; una situación que experimentó Vallejo desde que llegó a París, donde vivió -sobrevivió-, deambulando de pensión en pensión y de alojamiento en alojamiento, sin que faltaran las veces en que, por falta de recursos económicos, se viera obligado a pasar la noche en la intemperie.

Sin embargo, el poeta no se dio por vencido y siguió buscando un asidero en una ciudad multifacética y cosmopolita, sin dejar de dedicarse con pasión a la literatura. Incluso trabó contacto con Juan Larrea, Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Tristan Tzara, con quienes compartía el sueño de colaborar en publicaciones que difundieran su obra escrita tanto en verso como en prosa. Con Larrea fundó la revista Favorables París Poema, y con Pablo Abril de Vivero el semanario La Semana Parisién, publicaciones que, a pesar de su importancia, tuvieron efímera vida.

Aunque sabía que se reunía con sus amigos en tertulias y reuniones informales, incluso en sesiones de espiritismo en las que se convocaba el alma de un mercenario ruso para enviarlo a España, con la misión de acabar con la vida del dictador Francisco Franco, me preguntaba si alguna vez estuvo en una brasserie, como La Coupole, degustando del menú, tomándose cervezas frías y vinos añejos de Château Mont-Redon, o en un ambiente más relajado e intelectual, como el café Flore de Saint Germain, donde se reunían Albert Camus, Simone de Beauvoir, Boris Vian y Jean-Paul Sartre, junto a otros intelectuales y bohemios que, entre copa y copa, intercambiar noticias literarias, confrontar principios filosóficos o, simple y llanamente, repetían los versos de Rimbaud o Verlaine entre humos de cigarrillo.

Con todo, cabe recordar que Vallejo encontró dos amores que le encendieron el corazón y tuvo épocas en las que consiguió trabajos eventuales como periodista y profesor de Lengua y Literatura, hasta que en marzo de 1938, sufrió de agotamiento físico y fue internado en el hospital por una enfermedad desconocida. No se trataba de la misma hemorragia intestinal, de la que fue operado en 1924 y de la que se restableció favorablemente, sino de otra que comprometía seriamente su salud. Los galenos hicieron todo lo que estuvo a su alcance, pero César Vallejo, a pesar de los esfuerzos que hizo por aferrarse al amor y la vida, falleció el 15 de abril, que no fue un día jueves, como él vaticinó en su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca», sino un viernes santo, sin aguacero y sin que los médicos supieran diagnosticar la causa  exacta de su enfermedad.

Su cuerpo embalsamado fue velado en la Mansión de la Cultura, su elogio fúnebre estuvo a cargo del escritor francés Louis Aragon y su entierro se realizó en el cementerio Montrouge (Monte Rojo), donde reposó hasta el 3 de abril de 1970; año en que sus restos, por voluntad de su viuda Georgette, fueron trasladados al cementerio Montparnasse (Monte Parnaso), donde fue enterrado por segunda vez en una tumba ubicada en la doceava división, cuarta Línea del Norte, número 7.

Sobre el grueso y reluciente mármol, donde está grabado su nombre, la fecha de su nacimiento y muerte, se lee el siguiente epitafio: J'ai tant neigé pour que tu dormes (He nevado tanto, para que duermas), que su viuda Georgette le dedicó al poeta, quien, por su vida llena de angustias, orfandad, violencia y dolor, hubiera cambiado el epitafio por otro que lo definiera mejor, quizás hubiese elegido esos versos suyos que dicen: Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡Yo no sé! o Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo.

A la hora de despedirme y alejarme de la tumba, no dejaba de pensar en el invalorable legado literario de este gigante de las letras hispanoamericanas, de este magnífico autor de los poemarios Los heraldos negros (1918), Trilce (1922) y Poemas humanos (1939); las novelas Fabla salvaje (1923) y El Tungsteno (1931); los relatos Escalas (1923), Paco Yunque (1931); los ensayos Rusia 1931. Reflexiones al pie del Kremlin (1931) y España, aparta de mi este cáliz (1939). 

Estando ya fuera del cementerio Montparnasse, con la mirada tendida en las anchas avenidas de asfalto y los enormes edificios de acero y vidrio hormigón de una ciudad que nunca dejó de evocar su glorioso pasado ni dejó de proyectar las ilusiones de su porvenir, seguía con la imagen de César Vallejo atravesada en la memoria, sobre todo, con la imagen de esa tumba donde yacen sus restos después de tantos años de vida difícil, miserable, acosado por enfermedades, desdichas económicas y, en cierto modo, desilusionado de un París que no siempre acogía bien a sus hijos adoptivos, quienes llegaron de otras tierras tras la búsqueda de mejores oportunidades de vida. Aun así, el poeta oriundo de Santiago de Chuco, el niño a quien le daban duro con palo y con guasca, prefirió morirse en París, mientras se repetía a sí mismo: Me moriré en París con aguacero,/ Un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París –y no me corro–/ Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño…