¡NO TE DETENGAS…!
AUTOBIOGRAFÍA DE PASTOR SEGUNDO MAMANI VILLCA
En esta
autobiografía, donde el autor aparece radiografiado de pies a cabeza, no interviene
para nada el azar ni el ego abrumante de los escritores de oficio, ya que
Pastor Segundo Mamani Villca, al no ser un literato sino un hombre de leyes,
maneja la palabra escrita para manifestar lo que le dicta la conciencia y la
razón, más que para elaborar una serie de artificios lingüísticos propios de
los poetas y narradores.
El libro, como
cualquier otro que corresponde a este género literario, puede estar lleno de
erratas y aseveraciones, con las que el lector puede discrepar con absoluta
libertad, pero lo que no se puede desmentir es el enorme significado que tiene
un libro cuando aborda temas que son del interés común de los ciudadanos y ciudadanas,
quienes conviven en una colectividad gobernada por normas éticas y morales, que
constituyen la columna vertebral de un Estado de Derecho, donde las instancias
jurisdiccionales, como es el Tribunal Supremo de Justicia, son los instrumentos
creados para hacer cumplir las legislaciones de manera justa y eficaz.
Esta autobiografía,
donde se reflejan vivamente los pensamientos y sentimientos de quien la
escribió, arranca con los recuerdos de infancia de Pastor Segundo Mamani Villca,
cuyos padres, de ascendencia quechua, estaban obligados a soportar una forma de
vida impuesta a punta de látigo, ya que los patrones de las haciendas,
acostumbrados a convertir en ganancia el sudor y la sangre de los colonos, no
dudaban en vulnerar los derechos humanos más elementales de quienes estaban
considerados como seres inferiores ante la mirada de los colonizadores llegados
de allende los mares, junto a los caballos, las armaduras y los cañones.
Si tomamos en cuenta la
realidad de la familia Mamani Villca, que se relata en la primera parte del
libro, advertiremos que, durante la colonia y la república, se fomentó el
prejuicio racial y se marginó socialmente a la mayor parte de la población
constituida por indígenas, que trabajaban como
colonos o pongos en las haciendas de los patrones, quienes acapararon
la propiedad de la tierra y asumieron el mando del poder político, con el fin
de controlar las riendas del país y someter a su dominio a las clases
desposeídas, que estaban destinadas a conformar la vasta base de la pirámide
social, donde lo blanco se encontraba en la cúspide como por mandato divino.
A la familia de
Pastor Segundo Mamani Villca, quien nació antes de la Revolución Nacionalista
de 1952 y antes de que se promulgara el decreto de la Reforma Agraria en 1953,
le tocó observar de cerca el desprecio que se tenía contra el indio en una
época en que el racismo correspondía a la estratificación socioeconómica de un
país complejo y contradictorio, donde, según las consideraciones de los blancoides
o criollos, que pertenecían a las clases dominantes, los indios eran la lacra y
los promotores de los males que aquejaban al país. No faltaban los
intelectuales que, como Gabriel René Moreno y Alcides Arguedas, pensaban que
los indios, sean estos de oriente u occidente, representaban un fardo pesado
que debía cargar la nación sobre sus espaldas, y que los mestizos, por
constituir un híbrido entre blancos e indios, encarnaban los peores vicios de
ambas razas.
Según se relata en
el libro, el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, por su condición de
campesino y analfabeto, sufrió la discriminación social y racial en carne
propia. En su infancia y adolescencia fue el pongo del patrón de la hacienda,
en su juventud fue reclutado, contra su voluntad, para ser carne de cañón en la Guerra del Chaco y cuando formó su propia
familia se vio obligado a cargar bultos en los mercados para dar de comer a sus
hijos, hasta el día en que, con la ayuda de sus coterráneos, logró engancharse
en la Empresa Minera Colquiri, donde fue atrapado por las garras de la
tuberculosis y la silicosis, dos enfermedades endémicas de los trabajadores del
subsuelo.
Pastor Segundo
Mamani Villca, como muchos niños y adolescentes de su época, trabajó también en
los relaves de la mina, aun siendo menor de edad; una experiencia que, sin
embargo, le sirvió para acercarse a las verdaderas causas de las luchas
sindicales de los obreros y, sobre todo, para comprender que no todo era gratis
en la vida y que el trabajo era la única acción que dignifica al ser humano.
Los trabajos que
realizó en el ámbito de la minería, por otro lado, le permitieron concebir que
el problema de las razas, durante las primeras décadas del siglo XX, era
también un problema de las clases sociales, en las que el antagonismo, entre la
incipiente burguesía nacional y el proletariado minero, estaba establecido por
las relaciones de producción entre una casta de mestizos y criollos, que eran
los dueños de las Empresas Mineras, y la clase trabajadora que estaba conformada,
en su gran mayoría, por los indígenas que abandonaron sus parcelas de tierra
para proletarizarse en los centros mineros, donde los barones del estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo) amasaban fortunas a costa de los obreros que
morían con los pulmones destrozados por la silicosis.
Quizás por eso el
padre de Pastor Segundo Mamani Villca, un hombre de contextura robusta y
decisiones sabias, nunca dejó de velar por la educación de sus hijos ni nunca
perdió las esperanzas de verlos convertidos en profesionales. Él sabía, por
experiencia propia, que la ignorancia y el analfabetismo eran las peores cuñas
en la vida de un individuo que quería superarse en la vida social y laboral.
Don Valentín Mamani Gonzáles, ex benemérito de la Guerra del Chaco y trabajador
de interior mina, estaba consciente de que la educación era la clave para
liberar a los oprimidos de las cadenas de la esclavitud y derribar los muros de
la discriminación social y racial. Por fortuna, el autor de este libro no
demoró en asimilar las enseñanzas de su padre y en esmerarse en los estudios,
guiado por el precepto de que el aprendizaje de la lectura y la escritura era
una de las mejores maneras de sobreponerse a los prejuicios colonialistas de
los últimos cinco siglos y una de los instrumentos más poderosos para defender
y hacer respetar los Derechos Humanos.
Pastor Segundo Mamani
Villca, desde el instante en que migró del campo e ingresó en una escuela del
distrito de Colquiri, ubicado en provincia Inquisivi del departamento de La Paz, se
dio cuenta de que el derecho a la igualdad se vulneraba con el insulto
étnico-racial, en el que se trataba al otro
como a alguien que era inferior o peor. Comprenderlo y evitarlo tenía que ver
con el respeto a la dignidad de las personas y con la voluntad de construir una
sociedad distinta a la que ofrecían los ideólogos del colonialismo retrógrado y
el capitalismo salvaje.
Es lógico que por sus
experiencias vividas y sufridas, el personaje principal de este libro,
siguiendo el ejemplo de su padre, quien participó
activamente en los brotes de rebelión contra los terratenientes, decidió
engrosar las filas de quienes celebraban el nacimiento del nuevo Estado
Plurinacional de Bolivia, que se consolidó a principios del siglo XXI, con el
ascenso al poder de las organizaciones sociales de las naciones originarias,
con un presidente y varios asambleístas indígenas, que no tenían otro interés
que conquistar sus reivindicaciones que estaban en el orden del día, como la autodeterminación,
la nacionalización de los recursos naturales y el reconocimiento de la
diversidad cultural.
El propio Pastor Segundo Mamani Villca se hizo
consciente de que era necesario apoyar el proceso de cambio y la revolución
cultural, porque esto le permitiría insertarse, como abogado, político y
activista social, en las esferas del Órgano Judicial, que antes estaban
reservadas sólo para las clases dominantes, donde los indígenas no tenían arte
ni parte. Tuvieron que transcurrir varios siglos para que los ciudadanos de las
naciones y pueblos indígena-originarios, que se mantuvieron en la cola de la
historia, fuesen incluidos en los aparatos del poder político, donde se tomaban
las decisiones de la suerte histórica del país, con las mismas
responsabilidades y los mismos derechos amparados por la Constitución Políticas
del Estado, que, en otrora, sólo representaba los intereses de una minoría
privilegiada en desmedro de una mayoría injustamente excluida de la vida
económica, social, política y cultural.
Después
de la lectura del libro, queda claro que uno de los factores que más influyó en
el rumbo político del autor, fue su adhesión a las concepciones
marxistas-leninistas; una filosofía que coincidía plenamente con sus ideales e inquietudes
que lo vincularon a las organizaciones del magisterio, las juntas vecinales y
los movimientos sociales, que surgieron con mucho ímpetu en el mismo período en
el que el sindicalismo revolucionario del proletariado minero fue quebrantado
por el D.S. 21060 y la inminente relocalización
de sus afiliados; en realidad, si seguimos los pasos de Pastor Segundo Mamani
Villca, desde que ingresó al círculo de jóvenes comunistas que estudiaban en
Sucre, advertiremos que no hay resquicios entre sus ideas, por su modo de
pensar y actuar, y los planteamientos del marxismo-leninismo más radicales y
combatientes.
Su actividad política se intensificó
mientras estudiaba en la Escuela Normal de Maestros de Sucre y en la Facultad
de Derecho de la
Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí, pero no todo
queda ahí, sino que, ya con sus títulos en mano y obedeciendo al llamado de su conciencia,
irrumpió en la arena sindical como ejecutivo de la Federación de Maestros Urbanos de
Potosí, como presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en el
distrito de Siglo XX, como secretario de relaciones de la Central Obrera
Departamental (COD) y como militante de la izquierda
revolucionaria, que le costaron la persecución, la cárcel y el confinamiento
durante los gobiernos dictatoriales de Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza.
No fue menos importante su participación en las elecciones municipales del departamento
de Potosí, donde formó una mancuerna con René Joaquino, para hacer alianzas con
los partidos de izquierda enfrentados a la política neoliberal de los gobiernos
de Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada, que impulsaban la estrategia
de capitalización de las empresas
estatales y la entrega desmedida de los recursos naturales a los consorcios
imperialistas.
Este compañero de
lucha, que se
autodefine como campesino y minero, es todo un orgullo no sólo para los
comunarios de su Socopuco natal, sino también para los campesinos indígena-originarios
de la provincia Chayanta del departamento de Potosí, porque supo levantarse
desde muy abajito, con esfuerzo tesonero y voluntad de hierro, y porque supo derribar
los muros que separaban al indio del blanco y al erudito del analfabeto. Pastor
Segundo Mamani Villca supo levantar la voz para denunciar los crímenes de lesa
humanidad de las dictaduras militares, que lograron extender, sobre el país más
pobre de la pobre América Latina, un manto de terror institucionalizado, que
asfixió las libertades civiles y aplastó sistemáticamente a la resistencia
organizada, con el objetivo de forjar una democracia
sin comunismo, como si a los generales golpistas se les hubiese concedido
el derecho de ejercer el poder supremo, desde cuya posición actuaban
impunemente, usando el lenguaje de las armas para acallar las voces de protesta
y los métodos de tortura para quebrantar la voluntad más firme de los enemigos
declarados del poder absoluto de los tiranuelos de turno.
Sea ésta la oportunidad para recordar que a Pastor Segundo Mamani Villca
lo conocí a mediados de los años 70, en plena dictadura de Hugo Banzer Suárez,
cuando todavía ejercía como profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales
en el Colegio Primero de Mayo de Llallagua, una legendaria población al norte
de Potosí, que, en la primera mitad de la pasada centuria, fue el sostén de la
economía nacional y la región donde surgió un poderoso movimiento sindical, que
puso en jaque a la oligarquía minero-feudal y a los gobiernos dictatoriales que
se encaramaron en el poder pisoteando las normas constitucionales y conculcando
las libertades democráticas.
Pastor Segundo Mamani Villca vivía en un cuarto que alquiló en la casa
de mi abuelo, don Enrique Lora Fiengo, ubicada en un callejón sin salida de la
calle Omiste. Estando en el Colegio Primero de Mayo, tuvimos la oportunidad de
compartir los mismos ideales y las mismas realidades que nos tocó vivir a él
como a profesor y a quien escribe estas líneas como alumno. Aún recuerdo que,
en un establecimiento educativo lleno de maestros reaccionarios y afines al
gobierno, Pastor Segundo Mamani Villca era uno de los pocos profesores que
también formaban parte de la resistencia organizada contra el régimen
dictatorial de entonces, y uno de los pocos que, en los consejos de profesores
del Colegio, defendía abiertamente mis posiciones políticas y, a la vez, el
único que se oponía a las determinaciones de mi expulsión por el simple hecho
de ser dirigente estudiantil y arrastrar a mis compañeros hacia la causa de los
mineros que, en su mayoría, eran nuestros padres, como las señoras del Comité
de Amas de Casa eran nuestras madres.
Pastor Segundo Mamani Villca, en su condición de profesor
revolucionario, sabía que algunos de los estudiantes nos oponíamos, con justa
razón, a un sistemas de enseñanza obsoleto y retrógrado, y a una pedagogía negra en la que primaba la
mediocridad y el autoritarismo propios de una educación donde los buenos
instrumentos didácticos estaban tan ausentes como la interrelación cordial y
democrática entre el educando y el educador, como si la realidad política de
aquellos aciagos años de la dictadura militar se hubiese calado en las aulas
del Colegio Primero de Mayo, del que fui expulsado en tres ocasiones por haber
simpatizado con las ideas libertarias y haber defendido la lucha revolucionaria
de los trabajadores.
Fue en esas circunstancias que conocí a Pastor Segundo Mamani Villca,
mucho antes de que incursionara en la jurisprudencia y se enrolara en las altas
esferas del Órgano Judicial de Bolivia. Por eso mismo, me place enormemente
escribir estas líneas de sincera amistad en la parte inicial de este libro que,
leído en partes o en su totalidad, servirá para conocer la intensa y la no
menos interesante trayectoria de este niño indígena que un buen día, como
siempre deseó su padre, llegó a ser el primer presidente indígena del Tribunal
Supremo de Justicia, que antes estaba exclusivamente reservado para los
abogados de la rancia aristocracia boliviana.
Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención, mientras
hojeaba las páginas del libro, fue el hecho de saber que Pastor Segundo Mamani Villca
ingresó tres veces al mismo edificio del Tribunal Supremo de Justicia, donde
antes funcionaba el Juzgado de Instrucción Penal; las dos primeras como
detenido político, acusado de promover actividades sediciosas contra el Estado,
y la tercera como magistrado electo por el voto del pueblo; una historia que es
digna de contarla para que se sepa que un día puede invertirse la torta y cambiar
el orden de las cosas, como ocurre en los cuentos bien contados de la tradición
oral, en los que el protagonista es el patito
feo que, después de sufrir el desprecio y la marginación, se convierte en
un bello cisne; una paradoja que suele repetirse también con las cenicientas convertidas en princesas por
los azares del destino o porque así lo desea la voluntad popular.
Basta
leer esta autobiografía para ilustrar la capacidad de perseverancia y la fuerza
de voluntad de una persona, que no se deja vencer por las vicisitudes adversas
a los deseos ni se rinde ante los duros golpes que asesta la vida. Este niño indígena,
que un día llegó a ser presidente del Tribunal Supremo de Justicia, es un regio
ejemplo de lo que debe hacer un estudiante para trocar sus sueños en
realidades. La lectura de este libro puede ayudar a los jóvenes a reflexionar
en torno a la importancia de levantarse cada día, con el optimismo de un atleta
y la ilusión de que es posible triunfar en la vida, si se tiene la mirada
puesta en el horizonte y los deseos ardientes de cumplir con los dictados de la
mente y el corazón. Los demás detalles de la vida de Pastor Segundo Mamani
Villca están registrados en las páginas de esta autobiografía, que más
parece una leyenda con sus deslumbrantes fulgores y sus lúgubres contornos,
características propias de los libros salpicados de acontecimientos históricos,
donde las
experiencias de vida deben escribirse con mano firme para que perduren en el
tiempo, antes de que la lluvia remoje la memoria y los sueños se empañen de
olvido.
Imágenes:
1. Portada
del libro.
2. Pastor
Mamani con su amigo Nemesio Valdez en la bocamina Triunfo de Colquiri.
3. En la
casa donde pasó su infancia.
4. Recibiendo
el certificado de egreso de la Facultad de Derecho.
5. Ejerciendo
como juez instructor en Arampampa.
6. Como
el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, Sucre, 2015.
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