EN TORNO AL HÁBITO DE LA LECTURA
A pesar del tiempo transcurrido desde que terminé la
educación secundaria, aún recuerdo que los libros, establecidos como textos de
enseñanza obligatoria en las asignaturas de lenguaje y literatura, no
despertaron mi interés por abrazar la lectura como un hábito en mi vida,
probablemente porque me resultaban textos de difícil comprensión, con
personajes ajenos a mi realidad, con temas contextualizados en tierras lejanas
y épocas pretéritas, como Don Quijote de
la Mancha, El Cid Campeador, La Ilíada o La Odisea.
De modo que siempre he considerado que los libros
recomendados por los tecnócratas de la
educación, en la enseñanza de lenguaje y literatura, no estaban
contemplados desde la perspectiva de los estudiantes, sino desde la visión de
los llamados expertos en literatura,
quienes fijaban los parámetros para impartir los conocimientos en torno a las bellas artes y cultivar la comprensión
lectora de quienes asistíamos a clases saturados por los deberes y demás libros
de texto.
Los estudiantes de mi generación, de un modo general, no
tenían apego a los libros y mucho menos a la lectura, aunque vivían en una
época en la que no existían las herramientas electrónicas como el celular, la
computadora, los videojuegos, el Internet, la Tablet y otros medios digitales
de las nuevas tecnologías de comunicación que, desde que irrumpieron en los
hogares y las instituciones educativas, le robaron protagonismo a los libros en
soporte papel.
Con todo, debo reconocer que las novelas y cuentos de
autores nacionales estaban más cerca de mi realidad y al sociolecto de los
estudiantes de las poblaciones mineras como Siglo XX, Uncía y Llallagua, donde
muchos de mis compañeros, cuyos padres eran trabajadores de la Empresa Minera
Catavi, tenían como lengua materna el quechua y el aymara; interferencias
idiomáticas que no les permitían comprender el lenguaje elaborado de los libros de texto que, más que incentivar
su hábito de la lectura, les provocaba un franco rechazo de la asignatura de
lenguaje y literatura, que se impartía de manera mecánica, memorística y con métodos
didácticos inapropiados.
No sé si todos comparten esta experiencia personal, pero
lo cierto es que un sistema educativo poco creativo y dinámico, más que
estimular el hábito de la lectura en los estudiantes, quienes deben ser los
verdaderos artífices de su propio desarrollo intelectual, los alejaba del mundo
de las letras y del goce estético que debe proporcionar la lectura de una
literatura destinada a todos los niveles de enseñanza, ya que existen libros
para todas las edades, intereses, contextos sociales, culturas y lingüísticos.
La lectura en el ámbito familiar
Los buenos libros, que recrean hechos y personajes de la
vida real o ficticia, no siempre llegan de la mano de los profesores, sino a
través del ámbito familiar donde se cuenta con una pequeña biblioteca y unos
padres que, por razones de trabajo o por el simple gusto de sumergirse en el
maravilloso mundo de la literatura, tienen el hábito de leer como un ejercicio
cotidiano.
Éste es un buen ejemplo de que la lectura debe ser un
momento de distracción y regocijo, y no una tarea obligada, difícil y tediosa,
que termina por matar el interés del estudiante, quien acaba por arrojar el
libro por los aires, convencido de que la literatura es una materia aburrida
que debía suprimirse del programa de educación primaria y secundaria, así tenga
el propósito de impartir conocimientos, mejorar la dicción y la ortografía,
casi siempre con un diccionario al alcance de la mano.
Está demostrado que los niños que no aprenden a valorar
la importancia del libro en el seno familiar, difícilmente lo harán en otro sitio.
De ahí que los maestros de lenguaje y literatura, que se enfrentan a
estudiantes que no adquirieron el hábito de la lectura desde la infancia,
tienen problemas en el proceso de enseñanza, aparte de que el programa escolar
no siempre contempla libros que responden al desarrollo idiomático, al interés
y la edad de los educandos.
No es casual que sólo el 5% de los estudiantes leen algún
libro por interés personal, mientras que el 95% lo hace por cumplir con una
obligación impuesta por el sistema de enseñanza, que no suele coincidir con el
interés de los estudiantes ni formar a los futuros lectores de la gran
literatura universal.
Libros menos extensos y con lenguaje accesible
Cuando no se tiene el hábito de la lectura, un libro
demasiado extenso, un mamotreto de más de quinientas páginas, no es demasiado
motivador para un estudiante que no tiene la costumbre de leer; por el
contario, le resulta bastante frustrante y no le queda otra alternativa que
abandonarlo. En estos casos, lo recomendable es poner en sus manos libros menos
extensos, que no demanden mucho tiempo, que tengan un lenguaje accesible para
su edad y traten temas que motiven su interés. Cuando haya finalizado la
lectura del libro, es probable que se sienta estimulado para tomar otro nuevo
que, de igual manera, le despierte la curiosidad por descubrir los misterios
que el autor esconde entre las páginas.
Si se parte del criterio de que la lectura debe estar
asociada al placer, entonces es lógico que lo primero que deben leer son libros
cuyos temas atrapen su interés, y no los llamados clásicos de la literatura universal que, por su propia naturaleza,
abordan temas ajenos a su interés y con un lenguaje que no les permite
comprender ni asimilar el contenido de lo que leen. Por lo tanto, está claro
que un libro debe ser elegido de acuerdo al desarrollo emocional, intelectual y
lingüístico del lector, pues para un niño de 10 años no es lo mismo leer Mafalda de Quino, que Ulises de Joyce. Si el niño no entiende
lo que está leyendo, lo más seguro es que se aburrirá al instante y, de
pasadita, le cogerá tirria a la lectura, convencido de que leer un libro es tan
complicado como aprender de memoria las reglas gramaticales del lenguaje.
En síntesis, el objetivo de la enseñanza en la asignatura
de lenguaje y literatura, en lugar de constituir una materia aburrida y
compleja, debía estar orientada a hacerle comprender al estudiante que la
lectura de un libro no es una lección
difícil ni una tarea para el examen
de fin de año, sino una materia divertida, como cualquier otra actividad lúdica
de su tiempo libre, salvo que la lectura le servirá a lo largo de la vida y de
la que aprenderá tanto como los conocimientos que le importen sus profesores a
lo largo del año escolar.
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