LILIANA DE LA QUINTANA REVELA
EL DRAMA DE UNA COMUNIDAD GUARANÍ
Tejedoras de estrellas, dedicado al jesuita Luis
Espinal, por su luz permanente, es un pequeño libro pensado y escrito para
los pequeños lectores, con el único propósito de transportarlos a través de las
imágenes y palabras al territorio de los guaraníes, ubicado en el Chaco, al
sudeste de Bolivia.
Se trata de un pueblo que, desde su pasado
precolombino, soportó la invasión de los Incas, las matanzas ejecutadas por los
conquistadores ibéricos, la desidia de los gobiernos de la República y la
presencia de diferentes órdenes religiosas, cuyo principal objetivo consistía
en catequizar y colonizar, con la ayuda de los expedicionarios.
El relato se inicia con la arremetida violenta de
los capataces que, a galopes de caballo y portando armas de fuego, siembran el
pánico y la muerte entre los pobladores de la hacienda El Porvenir, por
instrucciones del patrón, quien, en su condición de colonizador karai (blanco), estaba acostumbrado a imponer su dominación con mano dura.
En la masacre cae el abuelo de Isora, la
protagonista principal del relato, mientras los sobrevivientes huyen en
estampida hacia los bosques, en procura de poner a salvo sus vidas. Está claro
que el abuelo de Isora, además de haber sido un personaje querido entre los
suyos, era el guía espiritual de su comunidad y el portador de la sabiduría
popular, que él transmitía a través de la tradición oral.
En la hacienda, mientras los hombres se dedicaban a
labrar la tierra de sol a sol, las mujeres cumplían su rol de esclavas
domésticas en la casa del patrón, quien abusaba de ellas sin ninguna contemplación.
Es aquí donde aparece, como en todo relato concebido
con la fuerza de la imaginación, la abuela de Isora, para seguir contando todo
cuanto conservaba en la memoria. Así es como los niños y las niñas, por medio
del poder de la palabra y la voz de la anciana, se remontan a los tiempos en
que los guaraníes vivían felices y en armonía con la naturaleza, hasta que
llegaron los colonizadores, dispuestos a sojuzgarlos con sus creencias y leyes,
sin importarles que los habitantes del Chaco tenían sus propias normas y
valores desde tiempos inmemoriales, así como tenían a sus deidades tutelares de
los bosques, campos, cerros, arroyos, árboles y otros, a quienes les trataban
con respeto y veneración, considerando que a ellos se debía la naturaleza, como
el bien y el mal que encarnaban los humanos.
Según el relato, las estrellas tejidas por la abuela
de Isora, con hilos de algodón, presentaban el dolor de una comunidad sometida
al despotismo de los hombres que, llegados desde tierras lejanas, les hablaban
en un idioma desconocido, ávidos de riquezas y ganas de adjudicarle sus bienes
a sangre y fuego. No obstante, estas mismas estrellas, que nacían en las
maderas del telar, contenían también relatos fantásticos de los tiempos en que
las deidades, como el Ñandú-tumpa (avestruz divinizado), protegían a sus
criaturas desde la constelación celeste, donde viven todos los animales
eternos.
Isora, que está en el umbral de la pubertad, aprende
los valores más profundos de su comunidad en el núcleo familiar, donde los
ancianos son los encargados de transmitir, mediante los cuentos, mitos y
leyendas, los sabios conocimientos de un pueblo que se resiste a perecer en el
olvido. Y, lo que es más importante, los conocimientos se transmiten en idioma
guaraní, considerando que la lengua de origen es el principal vehículo de expresión
y compresión para el funcionamiento y cumplimiento de las reglas y hábitos
expresados en el lenguaje oral.
Isora se da cuenta que las enseñanzas de su abuela
son más coherentes con la realidad de los guaraníes que las enseñanzas
impartidas por su maestra en la escuela, donde las lecciones se dictan en
español y se trata a los nativos que se
oponen a la colonización de rebeldes y salvajes.
En este punto, está claro que el relato hace
hincapié en el mensaje de que la escuela oficial no sólo tergiversa la historia,
sino que es alienante y está al servicio de los poderes de dominación, porque
difunde la idea de que los blancos son los buenos y los indígenas son los
malos; una dicotomía que no ha permitido, durante varios siglos de
colonización, la integración real de las diversas culturas que ocupan el
territorio nacional.
La madre de Isora, que habita en una cabaña junto a
otras mujeres que prestan sus servicios en la casa del patrón, se ve
sorprendida una noche por la repentina presencia de la niña, quien le revela
que tiene un plan para liberarlas de su condición de esclavas domésticas. El
plan consistía en repartirles hilos de algodón para que tejieran sus propias
historias como lo hacía su abuela.
Las mujeres empiezan a tejer, en las noches de luna
llena y cielo estrellado, animales, plantas, ríos, cerros y todo lo concerniente
a su entorno cultural, no sólo para dejar un legado a las futuras generaciones,
sino también porque en sus corazones anida la historia y en sus manos se
encuentra el camino de la libertad.
Las Tejedoras de estrellas, a través de los tejidos, empiezan a hilvanar
el pasado y el presente de los guaraníes, con los recursos de la memoria
colectiva, ya que los tejidos, como manifiesta la autora del relato, son como
los libros abiertos donde se leen historias de vida.
Este pequeño libro, escrito con un lenguaje llano y
conocimiento de causa, es un buen ejemplo de que las historias de los pueblos
originarios, que hoy forman parte del Estado plurinacional de Bolivia, pueden
trocarse en magníficos materiales literarios. Liliana de La Quintana,
conocedora de la realidad viva de las culturas ancestrales, nos ofrece un
relato de reflexión, a tiempo de acercarnos a la realidad y magia de la cultura
guaraní, cuyo modus vivendi no siempre se contempla en los libros de historia
destinados a los escolares.
Por otro lado, la primera menstruación de Isora, que
es un periodo de transición entre la niñez y la adolescencia, nos permite
conocer las tradiciones y los ritos de las mujeres guaraníes, quienes proceden
a cortar el cabello de Isora, con la creencia de que luego le crecerá otro como
la hierba fresca y con más vitalidad. Asimismo, a través de este ritual
practicado por las abuelas y mujeres mayores, la púber tiene derecho a conocer
todo lo que hasta entonces le estaba vedado en el seno de su comunidad, como
ser las nuevas formas de relacionarse con su entorno social y familiar; es más,
su primera menstruación se celebra con una arete (fiesta), donde participa la
comunidad entre palabras de bienaventuranza y músicos que aviva la alegría.
Las Tejedoras de estrellas, como es natural, siguen
con su labor por las noches, convencidas de que los tejidos no sólo son hermosas
prendas por su forma y colorido, sino que también representan el sueño de la
libertad y registran historias que debían permanecer viva.
Un día estos tejidos, bien doblados y cuidados, salen en manos de un joven guaraní, quien los
vende fuera de la hacienda El Porvenir. Con el dinero reunido, los pobladores
tienen pensado recuperar su libertad y las tierras que les fueron adjudicadas a
sus antepasados. Saben que el mayor interés del patrón y sus capataces es el
dinero, así que no dudan en entregarle lo necesario a cambio de recuperar las
tierras, con las esperanzas de volver a vivir con dignidad y en armonía con la
naturaleza.
Otro detalle interesante del relato es el hecho de
que Isora, que pasa varios días encerrada en la cabaña de su abuela, combinando
el oficio de tejedora con la escritura; una inquietud que la lleva a narrar sus
experiencias vividas en un cuaderno, y que más tarde, aparte de sorprender a su
maestra y sus compañeros de curso, la convierte en una excelente narradora de
las tradiciones ancestrales de su tierra y su gente.
El pequeño libro de Liliana De la Quintana,
acompañado por las finas y acertadas ilustraciones de Miguel Burgoa Valdivia,
respira un aire de justicia y enseña que uno de los ideales más nobles al que deben
aspirar los humanos es la libertad, indistintamente de su condición de raza, sexo,
idioma, nacionalidad y cultura. No en vano este relato ganó en 1996 el
premio único al guion literario en el V Festival Internacional de Pueblos
Indígenas.
Datos sobre la autora
Liliana
De la Quinta nació en Sucre, el 28 de Agosto de 1959. Comunicadora, videasta,
guionista y escritora de literatura infantil. Licenciada en Ciencias de la
Comunicación (Universidad Católica Boliviana), Diplomado Superior en Estudios
Andinos (FLACSO), Diplomado en Derechos de los Pueblos Indígenas (Universidad
Cordillera), Diplomado en Crítica de Arte Contemporáneo (Universidad Santo
Tomas de Aquino), Diplomado en Museología (Universidad Mayor de San Andrés) y
Gestión Cultural (Unión Latina).
Es
co-fundadora de Producciones Nicobis, donde trabaja desde hace 33 años como
Directora de Proyectos, en la producción de videos documentales sobre pueblos
indígenas, animaciones y videos de ficción. También fue organizadora de
Festivales y muestras de videos dirigidos por mujeres y Muestras de video para
niños en Latinoamérica con la maleta del Prix Jeunesse. Se hizo merecedora de
12 premios en video, en Bolivia, y de 19 premios en festivales
internacionales. Cabe también mencionar que fue organizadora de Semillas de la
Cultura, encuentro de niños y niñas artistas de los pueblos indígenas de
Bolivia, fundadora y directora del Festival Internacional del audiovisual para
la niñez y adolescencia KOLIBRI, desde 2006. Consultora especializada en el
tema de derechos de los niños indígenas, con la producción de dos libros en
coordinación con UNICEF y la Reforma Educativa.
Es
autora de más de una veintena de libros infantiles sobre mitología indígena,
identidad cultural, cine, video, desastres naturales y otros. Su libro La
abuela grillo (2004) fue seleccionado en la Lista del Honor del IBBY
Internacional (Ciudad del Cabo, Sudáfrica). Obtuvo cuatro premios como
escritora de Literatura Infantil. Es miembro del IBY/Bolivia y co-fundadora, en
2006, de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, institución de
la cual es su actual presidenta.
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