CULTURA, VOCACIÓN Y COMPROMISO
Si consideramos que
existe una interrelación entre cultura y sociedad, entonces es lógico que las
manifestaciones culturales estén al alcance de las mayorías; de lo contrario,
si las instituciones del Estado no cumplen con su deber de subvencionar la
cultura, se corre el riesgo de que ésta se comercialice y se convierta en
privilegio de minorías. Pero como los trabajadores de la cultura no quieren
que el arte sea un privilegio reservado para unos pocos, claman por sus
derechos y exigen que todos tengan acceso a las obras de arte, del mismo modo
como tienen derecho a la educación, salud, trabajo, cine, teatro y otros.
Sin embargo, los
escépticos alzan la voz y dicen que las instituciones del Estado no tienen el
porqué subvencionar el arte. Incluso hay quienes tienen la osadía de considerar
a los trabajadores
de la cultura como a un grupúsculo de soñadores sin causa, sin
tomar en cuenta que el artista, con sus proyectos y obras concretas, aporta con
su granito de arena a la gran pirámide cultural, intentando mantener viva la
historia, el idioma y las costumbres de la colectividad, sobre todo, si
partimos del criterio de que la cultura, de la cual forma parte la literatura y
el periodismo, se encarga de reflejar la imagen de la sociedad en la cual
vivimos.
Los arquitectos de la
palabra, que han imaginado y calculado el arco de los puentes cada vez más
imprescindibles entre el producto intelectual y su destinatario, están
dispuestos a construir esos puentes en la realidad, para que la literatura
llegue allá donde bebe llegar, y no se convierta en un privilegio reservado
sólo para las minorías, pues casi todos los trabajadores de la cultura, aun sin
poder vivir holgadamente de las retribuciones del arte, están dispuestos a
poner sus obras al servicio de las mayorías.
Compromiso
social
Los escritores
comprometidos, así creen obras intimistas, ligadas a las emociones del alma y
las experiencias de la vida cotidiana, no dejan de denunciar las injusticias ni
los atropellos a los Derechos Humanos. Si no lo hacen en forma de poesía,
trocando sus versos en gritos de protesta y denuncia, lo hacen en forma de
manifiestos o cartas exclamativas. Su pluma, como su genio, se convierte en una
poderosa arma contra los sistemas de poder que, amparados en la ley de la
impunidad, avasallan los derechos de los desposeídos. No es casual que en
épocas de represión y censura, sean varios los escritores que crean una
literatura de denuncia social, reflejando sin disimulos la situación auténtica
de las clases marginadas, así como la insolidaridad e insensibilidad de las
clases dominantes.
No es extraño que en
los países asolados por dictaduras militares o civiles se hayan creado grupos
de escritores que, asumiendo su responsabilidad de defensores de la memoria
colectiva, rechazaron a los regímenes de facto y defendieron incondicionalmente
los sistemas democráticos de consenso como vías más factibles para el
desarrollo socioeconómico, la seguridad ciudadana y el libre ejercicio de la
libertad de expresión y creación artística.
En Suramérica, por
citar un caso, los escritores comprometidos se enfrentaron con la pluma y la
palabra contra los regímenes dictatoriales, que transformaron sus países en
campos de concentración, donde no era fácil distinguir los gritos de la tortura
y la oratoria. Así, a pesar del pánico y el terror sembrado por las fuerzas
represivas, los escritores presos y perseguidos no dejaron de testimoniar los
acontecimientos de su época, conscientes de que la literatura prohibida y
censurada es también una suerte de fuerza oculta, que aun estando en las
catacumbas se parece a la semilla, que un día brota a la superficie para dar
flores y frutos.
Si bien es cierto que
la literatura social no puede transformar por sí sola un sistema político a
través de la denuncia de la situación concreta de los oprimidos, es también
cierto que la literatura, escrita en lenguaje claro y llano, ayuda a adquirir
un compromiso político e intenta conseguir que las gentes sencillas sean conscientes
de la opresión; un intento que no siempre es rescatado por quienes están
acostumbrados a fijarse más en la forma que en el contenido de la obra.
Comercialismo
y alienación
Vivimos en una época
en que la moda en la estética o en el estilo de vida, es cada vez más
sorprendente para todos, pues la cultura de la evasión de la realidad, a través
de la ciencia-ficción conocida con el nombre de realidad virtual, hace que los
jóvenes piensen más en la ropa de marca que en el arte y que las muchachas
inviertan más dinero en píldoras mágicas para adelgazar que en libros. En tales
condiciones, pareciera que los grandes ideales de la humanidad, como son la
libertad, la justicia social y la democracia han sufrido una derrota
transitoria ante la tiranía del mercado impuesto por el sistema imperante, cuya
política económica, insensata y sin escrúpulos, ha condenado a la desesperación
y la miseria a millones de seres humanos.
A la masiva
propaganda de alienación desatada por los poderes de dominación, se suma la
crítica de quienes desmerecen todo el valor que encierran las obras del llamado
realismo social,
cuya principal función, además de reflejar la realidad concreta de los
desposeídos, es denunciar las injusticias imperantes en el mundo capitalista de
hoy. Afortunadamente, los valores éticos y estéticos de las grandes mayorías no
siempre coinciden con la opinión subjetiva de los críticos. La prueba está en que
cuando se le pregunta al lector común quién fue el Premio Nobel de Literatura
en 1965, no sabe qué contestar, porque no se acuerda el nombre del autor
laureado o, simple y llanamente, porque no le interesa debido a que los gustos
literarios no son iguales para todos. Pero cuando al mismo lector se le habla
de literatura es muy probable que mencione las obras de los autores de su
preferencia, de ésos que, a espaldas de las campañas publicitarias y las
empresas editoriales, jamás fueron premiados ni mencionados por los académicos
de la literatura. Lo que equivale a decir que no siempre la denominada buena literatura es buena para todos; al contrario, existen obras y autores que gozan del
beneplácito de los lectores, ya que en la literatura, como en el arte en
general, nadie ha escrito sobre gustos.
Aprendizaje y
vocación
Para nadie es
desconocido que la mayoría de los iniciados en el arte de la palabra escrita
expresan sus ideas bajo la sombra de otros escritores cuyos textos están
repletos de citas y datos bibliográficos, con los cuales son capaces de crear
un clima de encendida polémica; más todavía, tienen a su favor los
conocimientos y la virtud de saber defender sus ideas y obras contra viento y
marea. Me refiero a esos escritores de fuste que no sólo se diferencian de los
autores dados al espectáculo público y las cofradías de salón, sino también de
quienes, acostumbrados a festejar sus efímeros triunfos entre bombos y
platillos, escriben más por asumir una pose intelectual, que por una verdadera
convicción y vocación.
En la literatura,
como en las demás manifestaciones culturales, existen individuos dignos de
admiración y respeto; primero, porque saben estructurar sus obras con capacidad
magistral; y, segundo, porque aprendieron a vivir entregados apasionadamente a
su arte, sin que por esto pierdan su sensibilidad humana ni su compromiso social.
Por lo demás, la actividad literaria es un largo proceso de aprendizaje que,
como cualquier otra profesión, requiere dedicación, disciplina y seriedad, al
menos si se abriga la esperanza de crear alguna vez una obra que deje perplejos
a los críticos y complacidos a los lectores.
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