sábado, 15 de junio de 2019


¡NO TE DETENGAS…!
AUTOBIOGRAFÍA DE PASTOR SEGUNDO MAMANI VILLCA

En esta autobiografía, donde el autor aparece radiografiado de pies a cabeza, no interviene para nada el azar ni el ego abrumante de los escritores de oficio, ya que Pastor Segundo Mamani Villca, al no ser un literato sino un hombre de leyes, maneja la palabra escrita para manifestar lo que le dicta la conciencia y la razón, más que para elaborar una serie de artificios lingüísticos propios de los poetas y narradores. 

El libro, como cualquier otro que corresponde a este género literario, puede estar lleno de erratas y aseveraciones, con las que el lector puede discrepar con absoluta libertad, pero lo que no se puede desmentir es el enorme significado que tiene un libro cuando aborda temas que son del interés común de los ciudadanos y ciudadanas, quienes conviven en una colectividad gobernada por normas éticas y morales, que constituyen la columna vertebral de un Estado de Derecho, donde las instancias jurisdiccionales, como es el Tribunal Supremo de Justicia, son los instrumentos creados para hacer cumplir las legislaciones de manera justa y eficaz. 

Esta autobiografía, donde se reflejan vivamente los pensamientos y sentimientos de quien la escribió, arranca con los recuerdos de infancia de Pastor Segundo Mamani Villca, cuyos padres, de ascendencia quechua, estaban obligados a soportar una forma de vida impuesta a punta de látigo, ya que los patrones de las haciendas, acostumbrados a convertir en ganancia el sudor y la sangre de los colonos, no dudaban en vulnerar los derechos humanos más elementales de quienes estaban considerados como seres inferiores ante la mirada de los colonizadores llegados de allende los mares, junto a los caballos, las armaduras y los cañones.

Si tomamos en cuenta la realidad de la familia Mamani Villca, que se relata en la primera parte del libro, advertiremos que, durante la colonia y la república, se fomentó el prejuicio racial y se marginó socialmente a la mayor parte de la población constituida por indígenas, que trabajaban como colonos o pongos en las haciendas de los patrones, quienes acapararon la propiedad de la tierra y asumieron el mando del poder político, con el fin de controlar las riendas del país y someter a su dominio a las clases desposeídas, que estaban destinadas a conformar la vasta base de la pirámide social, donde lo blanco se encontraba en la cúspide como por mandato divino.


A la familia de Pastor Segundo Mamani Villca, quien nació antes de la Revolución Nacionalista de 1952 y antes de que se promulgara el decreto de la Reforma Agraria en 1953, le tocó observar de cerca el desprecio que se tenía contra el indio en una época en que el racismo correspondía a la estratificación socioeconómica de un país complejo y contradictorio, donde, según las consideraciones de los blancoides o criollos, que pertenecían a las clases dominantes, los indios eran la lacra y los promotores de los males que aquejaban al país. No faltaban los intelectuales que, como Gabriel René Moreno y Alcides Arguedas, pensaban que los indios, sean estos de oriente u occidente, representaban un fardo pesado que debía cargar la nación sobre sus espaldas, y que los mestizos, por constituir un híbrido entre blancos e indios, encarnaban los peores vicios de ambas razas.

Según se relata en el libro, el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, por su condición de campesino y analfabeto, sufrió la discriminación social y racial en carne propia. En su infancia y adolescencia fue el pongo del patrón de la hacienda, en su juventud fue reclutado, contra su voluntad, para ser carne de cañón en la Guerra del Chaco y cuando formó su propia familia se vio obligado a cargar bultos en los mercados para dar de comer a sus hijos, hasta el día en que, con la ayuda de sus coterráneos, logró engancharse en la Empresa Minera Colquiri, donde fue atrapado por las garras de la tuberculosis y la silicosis, dos enfermedades endémicas de los trabajadores del subsuelo.

Pastor Segundo Mamani Villca, como muchos niños y adolescentes de su época, trabajó también en los relaves de la mina, aun siendo menor de edad; una experiencia que, sin embargo, le sirvió para acercarse a las verdaderas causas de las luchas sindicales de los obreros y, sobre todo, para comprender que no todo era gratis en la vida y que el trabajo era la única acción que dignifica al ser humano.


Los trabajos que realizó en el ámbito de la minería, por otro lado, le permitieron concebir que el problema de las razas, durante las primeras décadas del siglo XX, era también un problema de las clases sociales, en las que el antagonismo, entre la incipiente burguesía nacional y el proletariado minero, estaba establecido por las relaciones de producción entre una casta de mestizos y criollos, que eran los dueños de las Empresas Mineras, y la clase trabajadora que estaba conformada, en su gran mayoría, por los indígenas que abandonaron sus parcelas de tierra para proletarizarse en los centros mineros, donde los barones del estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo) amasaban fortunas a costa de los obreros que morían con los pulmones destrozados por la silicosis.

Quizás por eso el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, un hombre de contextura robusta y decisiones sabias, nunca dejó de velar por la educación de sus hijos ni nunca perdió las esperanzas de verlos convertidos en profesionales. Él sabía, por experiencia propia, que la ignorancia y el analfabetismo eran las peores cuñas en la vida de un individuo que quería superarse en la vida social y laboral. Don Valentín Mamani Gonzáles, ex benemérito de la Guerra del Chaco y trabajador de interior mina, estaba consciente de que la educación era la clave para liberar a los oprimidos de las cadenas de la esclavitud y derribar los muros de la discriminación social y racial. Por fortuna, el autor de este libro no demoró en asimilar las enseñanzas de su padre y en esmerarse en los estudios, guiado por el precepto de que el aprendizaje de la lectura y la escritura era una de las mejores maneras de sobreponerse a los prejuicios colonialistas de los últimos cinco siglos y una de los instrumentos más poderosos para defender y hacer respetar los Derechos Humanos.

Pastor Segundo Mamani Villca, desde el instante en que migró del campo e ingresó en una escuela del distrito de Colquiri, ubicado en provincia Inquisivi del departamento de La Paz, se dio cuenta de que el derecho a la igualdad se vulneraba con el insulto étnico-racial, en el que se trataba al otro como a alguien que era inferior o peor. Comprenderlo y evitarlo tenía que ver con el respeto a la dignidad de las personas y con la voluntad de construir una sociedad distinta a la que ofrecían los ideólogos del colonialismo retrógrado y el capitalismo salvaje.


Es lógico que por sus experiencias vividas y sufridas, el personaje principal de este libro, siguiendo el ejemplo de su padre, quien participó activamente en los brotes de rebelión contra los terratenientes, decidió engrosar las filas de quienes celebraban el nacimiento del nuevo Estado Plurinacional de Bolivia, que se consolidó a principios del siglo XXI, con el ascenso al poder de las organizaciones sociales de las naciones originarias, con un presidente y varios asambleístas indígenas, que no tenían otro interés que conquistar sus reivindicaciones que estaban en el orden del día, como la autodeterminación, la nacionalización de los recursos naturales y el reconocimiento de la diversidad cultural.

El propio Pastor Segundo Mamani Villca se hizo consciente de que era necesario apoyar el proceso de cambio y la revolución cultural, porque esto le permitiría insertarse, como abogado, político y activista social, en las esferas del Órgano Judicial, que antes estaban reservadas sólo para las clases dominantes, donde los indígenas no tenían arte ni parte. Tuvieron que transcurrir varios siglos para que los ciudadanos de las naciones y pueblos indígena-originarios, que se mantuvieron en la cola de la historia, fuesen incluidos en los aparatos del poder político, donde se tomaban las decisiones de la suerte histórica del país, con las mismas responsabilidades y los mismos derechos amparados por la Constitución Políticas del Estado, que, en otrora, sólo representaba los intereses de una minoría privilegiada en desmedro de una mayoría injustamente excluida de la vida económica, social, política y cultural.

Después de la lectura del libro, queda claro que uno de los factores que más influyó en el rumbo político del autor, fue su adhesión a las concepciones marxistas-leninistas; una filosofía que coincidía plenamente con sus ideales e inquietudes que lo vincularon a las organizaciones del magisterio, las juntas vecinales y los movimientos sociales, que surgieron con mucho ímpetu en el mismo período en el que el sindicalismo revolucionario del proletariado minero fue quebrantado por el D.S. 21060 y la inminente relocalización de sus afiliados; en realidad, si seguimos los pasos de Pastor Segundo Mamani Villca, desde que ingresó al círculo de jóvenes comunistas que estudiaban en Sucre, advertiremos que no hay resquicios entre sus ideas, por su modo de pensar y actuar, y los planteamientos del marxismo-leninismo más radicales y combatientes.  

Su actividad política se intensificó mientras estudiaba en la Escuela Normal de Maestros de Sucre y en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí, pero no todo queda ahí, sino que, ya con sus títulos en mano y obedeciendo al llamado de su conciencia, irrumpió en la arena sindical como ejecutivo de la Federación de Maestros Urbanos de Potosí, como presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en el distrito de Siglo XX, como secretario de relaciones de la Central Obrera Departamental (COD) y como militante de la izquierda revolucionaria, que le costaron la persecución, la cárcel y el confinamiento durante los gobiernos dictatoriales de Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza. No fue menos importante su participación en las elecciones municipales del departamento de Potosí, donde formó una mancuerna con René Joaquino, para hacer alianzas con los partidos de izquierda enfrentados a la política neoliberal de los gobiernos de Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada, que impulsaban la estrategia de capitalización de las empresas estatales y la entrega desmedida de los recursos naturales a los consorcios imperialistas.

Este compañero de lucha, que se autodefine como campesino y minero, es todo un orgullo no sólo para los comunarios de su Socopuco natal, sino también para los campesinos indígena-originarios de la provincia Chayanta del departamento de Potosí, porque supo levantarse desde muy abajito, con esfuerzo tesonero y voluntad de hierro, y porque supo derribar los muros que separaban al indio del blanco y al erudito del analfabeto. Pastor Segundo Mamani Villca supo levantar la voz para denunciar los crímenes de lesa humanidad de las dictaduras militares, que lograron extender, sobre el país más pobre de la pobre América Latina, un manto de terror institucionalizado, que asfixió las libertades civiles y aplastó sistemáticamente a la resistencia organizada, con el objetivo de forjar una democracia sin comunismo, como si a los generales golpistas se les hubiese concedido el derecho de ejercer el poder supremo, desde cuya posición actuaban impunemente, usando el lenguaje de las armas para acallar las voces de protesta y los métodos de tortura para quebrantar la voluntad más firme de los enemigos declarados del poder absoluto de los tiranuelos de turno.


Sea ésta la oportunidad para recordar que a Pastor Segundo Mamani Villca lo conocí a mediados de los años 70, en plena dictadura de Hugo Banzer Suárez, cuando todavía ejercía como profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales en el Colegio Primero de Mayo de Llallagua, una legendaria población al norte de Potosí, que, en la primera mitad de la pasada centuria, fue el sostén de la economía nacional y la región donde surgió un poderoso movimiento sindical, que puso en jaque a la oligarquía minero-feudal y a los gobiernos dictatoriales que se encaramaron en el poder pisoteando las normas constitucionales y conculcando las libertades democráticas.

Pastor Segundo Mamani Villca vivía en un cuarto que alquiló en la casa de mi abuelo, don Enrique Lora Fiengo, ubicada en un callejón sin salida de la calle Omiste. Estando en el Colegio Primero de Mayo, tuvimos la oportunidad de compartir los mismos ideales y las mismas realidades que nos tocó vivir a él como a profesor y a quien escribe estas líneas como alumno. Aún recuerdo que, en un establecimiento educativo lleno de maestros reaccionarios y afines al gobierno, Pastor Segundo Mamani Villca era uno de los pocos profesores que también formaban parte de la resistencia organizada contra el régimen dictatorial de entonces, y uno de los pocos que, en los consejos de profesores del Colegio, defendía abiertamente mis posiciones políticas y, a la vez, el único que se oponía a las determinaciones de mi expulsión por el simple hecho de ser dirigente estudiantil y arrastrar a mis compañeros hacia la causa de los mineros que, en su mayoría, eran nuestros padres, como las señoras del Comité de Amas de Casa eran nuestras madres.

Pastor Segundo Mamani Villca, en su condición de profesor revolucionario, sabía que algunos de los estudiantes nos oponíamos, con justa razón, a un sistemas de enseñanza obsoleto y retrógrado, y a una pedagogía negra en la que primaba la mediocridad y el autoritarismo propios de una educación donde los buenos instrumentos didácticos estaban tan ausentes como la interrelación cordial y democrática entre el educando y el educador, como si la realidad política de aquellos aciagos años de la dictadura militar se hubiese calado en las aulas del Colegio Primero de Mayo, del que fui expulsado en tres ocasiones por haber simpatizado con las ideas libertarias y haber defendido la lucha revolucionaria de los trabajadores.


Fue en esas circunstancias que conocí a Pastor Segundo Mamani Villca, mucho antes de que incursionara en la jurisprudencia y se enrolara en las altas esferas del Órgano Judicial de Bolivia. Por eso mismo, me place enormemente escribir estas líneas de sincera amistad en la parte inicial de este libro que, leído en partes o en su totalidad, servirá para conocer la intensa y la no menos interesante trayectoria de este niño indígena que un buen día, como siempre deseó su padre, llegó a ser el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, que antes estaba exclusivamente reservado para los abogados de la rancia aristocracia boliviana.

Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención, mientras hojeaba las páginas del libro, fue el hecho de saber que Pastor Segundo Mamani Villca ingresó tres veces al mismo edificio del Tribunal Supremo de Justicia, donde antes funcionaba el Juzgado de Instrucción Penal; las dos primeras como detenido político, acusado de promover actividades sediciosas contra el Estado, y la tercera como magistrado electo por el voto del pueblo; una historia que es digna de contarla para que se sepa que un día puede invertirse la torta y cambiar el orden de las cosas, como ocurre en los cuentos bien contados de la tradición oral, en los que el protagonista es el patito feo que, después de sufrir el desprecio y la marginación, se convierte en un bello cisne; una paradoja que suele repetirse también con las cenicientas convertidas en princesas por los azares del destino o porque así lo desea la voluntad popular.     

Basta leer esta autobiografía para ilustrar la capacidad de perseverancia y la fuerza de voluntad de una persona, que no se deja vencer por las vicisitudes adversas a los deseos ni se rinde ante los duros golpes que asesta la vida. Este niño indígena, que un día llegó a ser presidente del Tribunal Supremo de Justicia, es un regio ejemplo de lo que debe hacer un estudiante para trocar sus sueños en realidades. La lectura de este libro puede ayudar a los jóvenes a reflexionar en torno a la importancia de levantarse cada día, con el optimismo de un atleta y la ilusión de que es posible triunfar en la vida, si se tiene la mirada puesta en el horizonte y los deseos ardientes de cumplir con los dictados de la mente y el corazón. Los demás detalles de la vida de Pastor Segundo Mamani Villca están registrados en las páginas de esta autobiografía, que más parece una leyenda con sus deslumbrantes fulgores y sus lúgubres contornos, características propias de los libros salpicados de acontecimientos históricos, donde las experiencias de vida deben escribirse con mano firme para que perduren en el tiempo, antes de que la lluvia remoje la memoria y los sueños se empañen de olvido.

Imágenes:

1. Portada del libro.
2. Pastor Mamani con su amigo Nemesio Valdez en la bocamina Triunfo de Colquiri.
3. En la casa donde pasó su infancia.
4. Recibiendo el certificado de egreso de la Facultad de Derecho.
5. Ejerciendo como juez instructor en Arampampa.
6. Como el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, Sucre, 2015.



domingo, 9 de junio de 2019

 

HUELGA Y REPRESIÓN DE VÍCTOR MONTOYA

El Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL/Regional Catavi, la Dirección General de Extensión de la Universidad Nacional Siglo XX, la Secretaría de Desarrollo Humano del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua y la Dirección Distrital de Educación del Municipio de Llallagua, tienen el agrado de invitar a la presentación del libro Huelga y represión del escritor Víctor Montoya. El acto se realizará el martes 11 de junio de 2019 a Hrs. 10:00 (10 de la mañana), en el Auditorio de la carrera de Odontología de la Universidad Nacional Siglo XX”, Plaza del Minero, monumento histórico de grandes revolucionarios y líderes sindicales.

El autor del libro relata hechos históricos protagonizados bajo la sombra del dictador general Hugo Banzer Suárez, quien llegó a la presidencia a través de un golpe de estado en 1971 y fue derrocado en 1978, con una huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres del distrito minero de Siglo XX. El fascista Hugo Banzer Suárez fue parte de la Operación Cóndor, un pacto criminal entre los países del Cono Sur y la CIA de EE.UU.

El primero de mayo de 1976, un mes antes de la violenta intervención militar a las minas, se realizó el XVI Congreso de Trabajadores en el centro minero de Corocoro. En el congreso se resolvió declarar una huelga general si el gobierno fascista no aumentaba los salarios en el lapso de un mes, si no declaraba una amnistía general e irrestricta para los presos y exiliados y se rechazó  todo tipo de control de las organizaciones sindicales.

El gobierno fascista, lejos de atender las demandas de los trabajadores, contraatacó brutalmente. Así fue como el 9 de junio de 1976, las tropas del ejército asaltaron el distrito minero de Siglo XX. Los campamentos fueron rastrillados para detener a dirigentes mineros, amas de casa y estudiantes, paulatinamente todos los centros mineros de la COMIBOL fueron tomados por los militares. Silenciaron las radioemisoras mineras de forma violenta.

En Huelga y represión se afirma: Los hechos históricos relatados en esta impactante obra, escrita en las mazmorras de la dictadura militar boliviana, constituyen el vivo testimonio de uno de los episodios más nefastos de 1976, año en que las tropas del ejército ocuparon los distritos mineros.

Huelga y represión describe en sus páginas, impregnadas de realismo descarnado y narraciones insólitas, los sótanos dantescos de las cámaras de tortura, con la esperanza de que no queden impunes los crímenes de lesa humanidad ni se soslaye la memoria de quienes sufrieron el martirio por el simple delito de haber simpatizado con las ideas libertarias y haberse opuesto a la ideología totalitaria de un gobierno de facto.

Al cumplirse cuatro décadas de la primera edición de Huelga y represión, el autor vuelve a recordarnos uno de los acontecimientos huelguísticos más trascendentales del movimiento obrero y popular, con el único propósito de no olvidar el pasado ni repetir la historia.

Breve sobre el autor

Escritor, periodista cultural y pedagogo. Nació en 1958, vivió desde su infancia en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, al norte de Potosí. Durante la dictadura militar de los años setenta  fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en la prisión escribió su libro de testimonio Huelga y represión. Fue exiliado a Suecia en 1977. Es autor de una veintena de obras entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Es miembro del PEN-Club, la Sociedad de Escritores Suecos y la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías nacionales e internacionales. Está considerado como uno de los principales impulsores de la moderna literatura boliviana. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.

viernes, 31 de mayo de 2019


PRESENTARÁN LIBRO DE MONTOYA EN LLALLAGUA

La Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, la Dirección General de Extensión de la Universidad Nacional “Siglo XX”, la Secretaría de Desarrollo Humano del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua y la Dirección  Distrital de Educación del Municipio de Llallagua, invita a la presentación del libro:

HUELGA Y REPRESIÓN

Vida y obra del autor: Olga Tapia Gutiérrez, Directora Distrital de Educación del municipio de Llallagua.

Comentaristas: Armando Córdova Saavedra, abogado; Foster Ojeda Calluni, docente de la Universidad Técnica de Oruro y ex ejecutivo de la Federación Nacional de Trabajadores Universitarios de Bolivia; Sergio Romero Nina, ex dirigente de la Federación de Estudiantes de Secundaria de la provincia Bustillo (FES).

Palabras de circunstancia: Jesús Camacho Zárate, Director General de Extensión de la UNSXX; Milca Quispe Vásquez, Secretaria Municipal de Desarrollo Humano GAMLL. 

El evento se realizará el martes 11 de junio, a Hrs: 10:00, en el auditorio de la Carrera de Odontología, Plaza del Minero de Siglo XX.

Los organizadores agradecen su gentil asistencia.

sábado, 25 de mayo de 2019


LA PASIÓN DE LA ESCRITURA FUE TRANSMITIDA 
A JÓVENES ORUREÑOS

Con el primer Ciclo de Experiencias de Jóvenes con la Literatura, ayer inició la quinta versión del Encuentro Internacional Autor-Lector, organizado por el colegio Anglo Americano, donde dos escritores de gran renombre como Víctor Montoya de Bolivia y Roberto Rosario Vidal del Perú, inspiraron a jóvenes estudiantes de diferentes unidades educativas a dedicarse al hermoso arte de la literatura.

La actividad se desarrolló en el colegio Anglo Americano que por la tarde abrió las puertas a varios estudiantes de establecimientos educativos particulares, fiscales y de convenio, quienes disfrutaron de las charlas ofrecidas por los literatos, quienes les contaron el cómo se convirtieron en escritores y cómo pueden serlo los jóvenes.

Roberto Rosario Vidal, es uno de los principales impulsores en su país de la lectura en los niños y jóvenes, promoviendo varias actividades en Perú y otros países de Latinoamerica, fundando la Academia Latinoamericana de Literatura Infantil, además de tener varios libros dedicados a rescatar la tradición oral de los pueblos andinos.

Así mismo, Víctor Montoya es considerado como uno de los principales impulsores de la literatura moderna en Bolivia, proviniendo de un hogar minero en el Norte de Potosí, resistiendo la dictadura justo en su época de estudiante, siendo extraditado del país, pero antes de ello ya había dejado varios escritos sobre el sufrimiento que atravesaban los mineros y los trabajadores que se oponían al gobierno dictatorial.

Sus experiencias fueron absorbidas por los estudiantes, quienes se mostraron sorprendidos por la manera en que llegaron a ser escritores, principalmente con la historia de Montoya, quien constantemente les repitió que no era buen estudiante en el colegio porque le entregaban libros que no le interesaban, pero al llegar a entender que él debía ser escritor, comprendió que los libros son necesarios para el desarrollo de los pueblos.

Hoy continúa el Encuentro Internacional Autor-Lector a partir de las 10:00 horas en el Club Oruro, donde se desarrollará la Feria del Libro Infantil y Juvenil, con la participación de varios autores de todo el país, así como de Perú y de Ecuador.

Fuente: La Patria, Oruro, 23/05/2019

martes, 14 de mayo de 2019


LOS AMIGOS IMAGINARIOS

¿Es normal que los niños tengan amiguitos secretos?, me preguntó una madre, refiriéndose a los amigos imaginarios de sus hijos. Es normal, le contesté, no hay por qué preocuparse. Lo cierto es que la mayoría de los niños, que se encuentran en edad preescolar, suelen tener uno o más amigos imaginarios, quienes forman parte de lo que se denomina en psicología infantil juegos simbólicos, en los cuales los niños representan, por medio de la manipulación de símbolos y el animismo, no sólo el mundo adulto, sino también el de los personajes ficticios, a quienes les asignan un papel tutelar o lúdico en sus actividades de esparcimiento.

Se entiende que el amigo imaginario es alguien que no existe en la realidad, pero que los niños vivencian como si fuera real. El amigo imaginario puede ser de distinta naturaleza y puede tomar la forma de una persona, animal o cosa. En ocasiones, puede ser un objeto no ficticio, como un peluche, una muñeca u otro juguete, con el que los niños, luego de fantasear un espacio determinado dentro o fuera de la casa, juegan, conversan, discuten y hasta pelean.

En la etapa o estadio pre-operacional, según las teorías evolutivas y cognitivas de Jean Piaget, los niños, aproximadamente entre dos y siete años de edad, son los que tienden a crean, con más facilidad e inventiva, a los amigos imaginarios, ya que son capaces de entender, representar, recordar y crear imágenes de objetos en sus mentes sin tenerlos frente a ellos. La mayoría de los niños, independientemente de su origen social, racial o cultural, imaginan amigos invisibles; algunas veces, inspirados en personas del ámbito real y, otras, inspirados en personajes ficticios como son los súper héroes.

Algunos investigadores afirman que dos de cada tres niños tienen amigos imaginarios y que es más frecuente en quienes son primogénitos o hijos únicos. Lo que implica que el amigo imaginario es fruto de la soledad que sienten los niños en un ambiente rodeado de adultos, aunque es evidente que existen también niños que juegan o hablan con su amigo imaginario y que no son hijos únicos ni sienten la necesidad de llenar con ellos la ausencia de otros niños en su entorno social.

Lo peor es creer que los niños que tienen amigos imaginarios son casos clínicos, que deben ser tratados por psicólogos o pediatras, al menos, así se pensaba antes de que se estudiara detenidamente la conducta psicosocial y el proceso mental de la infancia. En la actualidad, los expertos manifiestan que la invención de amigos imaginarios no es un fenómeno patológico ni problemático, sino algo normal en la vida de la mayoría de los niños y que los padres no tienen por qué alarmarse. Incluso hay estudios que afirman que la invención de amigos imaginarios es un fenómeno recurrente en los niños más sensibles, con mayor imaginación y fantasía. Se dice también que los niños, que tuvieron amigos imaginarios en la infancia, son más creativos en la adolescencia y hasta puede llegar a desarrollar actividades artísticas con mayor facilidad que el resto de sus compañeros.

Los niños, tanto en su vida real como en sus juegos, pueden hacer alarde de personajes y situaciones imaginativas, no pocas veces delirantes, en vista de que su percepción cognitiva del mundo que le rodea se diferencia del pensamiento lógico y racional de los adultos, quienes, con frecuencia y quizás de manera involuntaria, olvidan que los niños tienen su propio mundo hecho de ilusiones y fantasías.

Los adultos no siempre comprenden el pensamiento mágico de los niños y, por lo tanto, no siempre comprenden que pueden existir amigos imaginarios, aunque estos personajes ficticios no sólo abundan en la imaginación de los niños, sino también de los adultos, quienes, a veces, hablan en solitario imaginando que tienen un interlocutor válido delante de sus ojos. De modo que los amigos imaginarios forman parte de la fantasía de todos los individuos que tienen la necesidad de compartir sus ideas con alguien que no está presente de un modo físico, pero sí de un modo imaginado, como si de veras estuviera presente en el momento que se lo convoca.

Cuando se observa el juego de los niños, que se desarrolla casi siempre en un escenario creado por la fantasía, se advierte que su imaginación no conoce límites espaciales ni temporales. El escenario donde se ejecutan las acciones, en compañía de los amigos imaginarios, existe sólo en la mente de quienes determinan, además, el rol que desempeñarán cada uno de ellos mientras dure el juego, debido a que esta etapa está marcada por el egocentrismo, basada en el , mío y yo, lo que significa que los niños tienen dificultad en considerar el punto de vista de los demás.
La invención de los amigos imaginarios, aparte de ser una suerte de experimento lúdico en la actividad de los niños, es la mejor manera de poner a prueba el poder de la fantasía, capaz de romper con los formalismos lógicos y hacer trizas el racionalismo de quienes ponen en duda el pensamiento mágico del mundo infantil, donde los sujetos y objetos inanimados cobran vida como por arte de magia. Esto demuestra que una de las principales características de los infantes es su capacidad de crear juegos con los recursos propios de la imaginación, que no es una facultad adquirida sino innata en los seres humanos. 

Si los adultos no fantasean con un amigo imaginario, no al menos en presencia de sus amigos del mundo real,  es por el temor a que los tilden de perturbados mentales o desquiciados psíquicos. Lo mismo le ocurre cuando les llama la atención algún libro de la literatura infantil. Si lo leen, lo hacen a hurtadillas por el temor a ser descubiertos por otros adultos, que los tratarían como personas inmaduras o proclives al infantilismo.

Sin embargo, esto no ocurre cuando observamos que los niños introducen en sus juegos a los sujetos del mundo adulto, imitando a las personas o animales en su forma de comportarse y relacionarse con sus semejantes. El niño puede jugar a ser médico, como la niña puede jugar a ser paciente, lo mismo que la niña puede imitar el rol de una maestra y el niño el rol de un alumno. Tal vez por eso Sigmund Freud, estudiando este fenómeno desde la perspectiva psicoanalítica, afirmó que el niño, en su deseo de ser adulto, imita en el juego lo que de la vida de los mayores ha llegado a conocer; en cambio el adulto, a diferencia del niño, se avergüenza de sus fantasías y las oculta a los demás, porque las considera elucubraciones muy personales e íntimas, y que, en rigor, no tiene por qué comunicárselas a otros.

Por otro lado, los amigos imaginarios, que  nacen y se desarrollan en la fantasía de los niños de manera espontánea e inconsciente, les sirven no sólo para divertirse con ellos, sino también para compartir sus preocupaciones, frustraciones, angustias, temores y traumas. A veces, les atribuyen a ellos sus propios sentimientos negativos, usándolos como chivos expiatorios. No es casual, por ejemplo, que los niños ensayen con un amigo imaginario una situación que les provoca ansiedad, como cuando saben que tienen que ir al dentista o tienen que dormir solos en un cuarto oscuro.

Asimismo, los amigos imaginarios surgen como respuestas a las idealizaciones e ideas positivas. Junto a estos personajes tienen espacio para satisfacer algunas necesidades que no se les brinda en su entorno habitual. En tales circunstancias, sobre todo cuando hay carencias afectivas, los niños tienen la necesidad de inventarse amigos imaginarios para realizar a través de ellos sus anhelos y deseos. De ahí que algunos psicólogos recomiendan a los padres entender las conversaciones que los niños sostienen con sus amigos imaginarios, porque a través de estas pueden revelarse los sentimientos que anidan en su fuero interno.

Los niños se comunican con ellos como si estuvieran presentes en el espacio físico donde se desarrolla el juego. Hablan con ellos como si tuviesen voz y vida propias, aunque sólo se trate de un soliloquio en el plano real. Los niños intercambian ideas y experiencias con sus amigos imaginarios durante el proceso del juego, como cuando un escritor, mientras escribe sus cuentos, novelas o piezas de teatro, conversa con los personajes ficticios de su creación, a quienes puede darles y quitarles la vida con el golpe de la imaginación. Los lectores, como los niños que crean amigos imaginarios, pueden sentir también la presencia de los personajes ficticios mientras leen una obra literaria.

Los niños dicen que se imaginan amigos por el puro placer que sienten. Les encanta la fantasía. Estos niños gozan de la interacción social, de modo que si no pueden encontrar a un compañero de juegos en la realidad, se inventan uno. Los  amigos imaginarios suelen acompañarlos, sin pedirles nada a cambio, en sus momentos de soledad y necesidad existencial. De ahí que los niños que son hijos únicos, a tiempo de empezar un determinado juego, suelen tener la necesidad de buscarse amigos imaginarios, para sustituir la ausencia de una hermana o un hermano.

Sin embargo, esto no implica que estos niños, que juegan con amigos imaginarios en casa, estén incapacitados para participar en los juegos de socialización, que se desarrollan en los jardines de infantes o las escuelas de educación primaria, habida cuenta de que los niños, de un modo general, prefieren jugar con sus amigos reales, no sólo porque hay más variedades de roles que se asignan en el juego, sino también porque el juego compartido con otros niños tiene varios beneficios para su desarrollo integral, ya que a través del juego aprenden a relacionarse con sus semejantes; aprenden, por ejemplo, a ceder, a cooperar, a ser compañeros y a ponerse en distintos roles, mientras dura el proceso del juego. Por esta razón, es imprescindible que jueguen con niños reales, para que se hagan conscientes que no siempre el malo es malo y el bueno es bueno; en cambio si juegan siempre con sus amigos imaginarios, no tendrán posibilidad de intercambiar roles y no asimilarán los valores humanos útiles para relacionarse con sus semejantes en una colectividad donde todos individuos son iguales pero a la vez diferentes.

Los adultos, ya sea en el plano familiar o escolar, deben considerar que los amigos imaginarios, que aparecen en la mente de los niños durante el proceso del juego, se van tal como llegaron. Además, siguiendo las teorías de Jean Piaget, los amigos imaginarios suelen desaparecer cuando los niños se encuentran en el estadio de las operaciones concretas, entre los siete y los doce años de edad, porque su desarrollo emocional, lingüístico e intelectual le permite diferenciar la realidad de la fantasía.

Más adelante, a partir de los doce años de edad, los niños ya no tienen dificultades en aplicar sus conocimientos o habilidades, adquiridos en situaciones concretas, a situaciones abstractas. De acuerdo a las teorías de Piaget, en el estadio de las operaciones formales, los niños tienen la capacidad para resolver problemas abstractos a través de razonamientos lógicos.

Entonces queda claro que los amigos imaginarios, que aparecen en estadio pre-operacional del desarrollo cognitivo, en el que los niños no comprenden la lógica concreta ni pueden manipular mentalmente la información abstracta, desaparecen automáticamente cuando ingresan a otra etapa de su desarrollo intelectual, al denominado estadio de las operaciones formales, porque dejan de tener un pensamiento mágico y pasan a tener un pensamiento más lógico y racional como la de cualquier adulto.

martes, 30 de abril de 2019


EL CONDENADO

No hacía mucho que Severino Huanca, hombre de bien y albañil de oficio, había viajado al cantón donde vivían sus padres, como todos los años y en la misma fecha, para cosechar las papas en las chacras que pasaron a ser de su propiedad desde que la Reforma Agraria abolió el sistema latifundista de los terratenientes.

Severino Huanca, aunque era callado y tímido, tenía algunas virtudes que le ganaron el aprecio de los suyos; era padre cariñoso y marido responsable. Desde su infancia, que transcurrió en las serranías pastando ovejas y cabras, nunca dejó de ayudar a sus padres en la siembra y la cosecha de papas; un producto que ellos comercializaban en los mercados campesinos de Llallagua, para así adquirir con el mismo dinero otros productos que ellos necesitaban en el campo.

Poco antes de que Severino Huanca contrajera matrimonio con Angelina Mamani, una moza de un cantón aledaño, tuvo la suerte de encontrar, mientras cavaba la tierra en lo que antes fue el patio de una casa de hacienda, una caja llena de monedas de oro y plata. Se quedó maravillado ante tan sorpresivo hallazgo, pero decidió callar y mantener el secreto hasta cuando fuese necesario. Volvió a esconder el cajón bajo tierra y dejó que su vida siguiera siendo la misma de siempre.

A poco de su casamiento, Severino Huanca compró con sus ahorros una casita en la zona alta de la población de Llallagua. Allí nacieron sus hijos y allí, en un rincón de un pequeño patio, escondió la caja que años antes halló en la hacienda, sin que nadie lo viera ni lo supiera. Si no dispuso de una sola moneda fue porque él no estaba de acuerdo en que su familia, que era de extracción humilde, se dedicara a derrochar el dinero y a vivir en la opulencia, como lo hacían los hacendados que eran los dueños de las tierras y los pongos hasta mediados del siglo XX.

Así pasaron los años, sosteniendo a la familia con lo poco que ganaba como albañil, hasta la última vez que viajó para ayudar a sus padres en la cosecha de papas. Ese día, que parecía anticipar una inevitable tragedia, llovió de manera torrencial, como si en el cielo se hubiesen reventado diques de contención.

Severino Huanca, de contextura robusta y actitudes nobles, recorrió a pie las pampas y quebradas, protegiéndose de la lluvia con un poncho que Angelina Mamani tejió con cariño y le obsequió como la mejor prueba de su amor. A poco de llegar a la orilla de un caudaloso río, que estaba cerca del cantón donde vivían sus padres, se despojó de sus vestimentas y se dispuso a cruzar el río; tenía las ropas en las manos levantadas por encima de su cabeza y los bultos pesándole sobre las espaldas. Tendió la mirada hacia la otra orilla y se sumergió hasta la cintura, pero apenas pisó en un desnivel, bajo los truenos que rugían amenazantes en las alturas, fue arrastrado por las turbulentas aguas del río.

Desde aquel irreparable incidente, nadie más volvió a verlo ni a saber de él, ni en el cantón de sus padres ni en la población de Llallagua. Desapareció sin dejar rastro alguno, como si el río se lo hubiese tragado disolviéndolo como a un bloque de sal.

Su familia quedó sin ingresos económicos y al borde de la miseria, pues Angelina Mamani, que no sabía de dónde sacar el dinero para dar de comer a sus hijos, se la pasaba rezando al arcángel Barachiel para que no les faltara el pan en la mesa. Su situación iba de mal en peor, hasta el día en que unos vecinos le aseguraron que, alguien parecido a su marido, pasaba y repasaba por la puerta de su casa. Ella, desde luego, no dio créditos a las palabras de sus vecinos, quienes incluso aseveraban que Severino Huanca no estaba muerto sino vivo.

Pasado cierto tiempo, una noche en que caminaba sola, escuchó unos pasos a sus espaldas y una voz llamándola por su nombre. Ella giró sobre el tacón de su zapato y, bajo el chorro de luz del alumbrado público, distinguió a un hombre parecido a su marido. Él se le acercó y, tras esbozar la misma sonrisa con que la conquistó, alcanzó a decirle: Soy Severino, el padre de tus hijos...

Angelina Mamani, impactada por un susto que le heló la sangre, empezó a correr como espantada por el mismísimo demonio, mientras él la perseguía, tropezándose en el empedrado y pidiéndole que se detenga. Ella apresuró los pasos y se metió en su casa, dejando atrás al condenado que, al menos por el tono de su voz y la tierna expresión en su mirada, parecía quererle transmitir algo.

Angelina Mamani, de carácter dócil y profundas convicciones religiosas, estaba espantada de terror y no tuvo otra opción que acudir al templo en busca de consuelo. Cuando le confesó al cura que estaba siendo acosada por el alma en pena de su difunto marido, que se le apareció por detrás la noche en que se recogía a su casa, éste, aferrándose a un crucifijo del tamaño de un candelabro, le dijo que las personas muertas que se manifestaban entre los vivos eran almas del Purgatorio, que pedían rezar por ellas para alcanzar el Paraíso o para encomendarle una misión a un ser querido, sobre todo, si el alma no encontraba descanso por alguna tarea que dejó pendiente o por un deseo que no cumplió en vida.

Angelina Mamani se deshizo entre sollozos y el cura le aconsejó, por si acaso el condenado tuviera oscuras intenciones, llevar siempre en su bolso un jaboncillo, un peine y un espejo, no tanto como amuletos de buena suerte, sino para protegerse contra los espíritus malignos o cuando lo estimara conveniente. En caso de sufrir un nuevo acoso que pusiera en peligro su vida, ella debía sacar los tres objetos de su bolso, uno a uno, y arrojarlos al suelo para mantener a raya al condenado.

Esa misma noche, en que el cielo se cubrió de nubarrones negros y los vientos  zumbaban como lamentos de zampoña, Angelina Mamani se quedó dormida al lado de sus tres hijos y, en lo más profundo del sueño, se vio saliendo de su casa, con la misma pollera y manta que usó el día de su casamiento. En las calles no había transeúntes ni perros que ladren, salvo la figura de un hombre que, como salido de la nada, se le apareció a sus espaldas, caminando al mismo ritmo que ella marcaba los pasos. De pronto, sintió que la temperatura bajó bruscamente y que los pasos de su perseguidor estaban cada vez más cerca. Entonces se detuvo, volteó la cabeza y, a prudente distancia, logró ver a su marido, quien tenía la cabeza gacha y las mismas ropas que se puso el día que partió rumbo al cantón donde vivían sus padres.

Severino Huanca, sin considerar el miedo que su presencia le provocaba a su viuda, siguió avanzando a paso lento pero seguro, con los brazos en cruz, como si quisiera decirle algo, pero Angelina Mamani se asustó tanto que, sin pensar en otra cosa que en sus hijos, echó a correr calle abajo, a gran velocidad, mientras  el condenado la perseguía llamándola por su nombre y suplicándole que se detenga.

A dos cuadras más adelante, con la respiración jadeante y el cuerpo empapado en sudor, recordó los consejos del cura. Sacó de su bolso el jaboncillo y lo arrojó al suelo. Inmediatamente el jaboncillo se transformó en un pantano de superficie lisa, donde el condenado se resbaló una y otra vez, permitiendo que ella siguiera huyendo en dirección a la plaza principal, en cuya esquina estaba el templo de nuestra Señora de la Asunción.

El condenado logró salir del pantano y prosiguió su camino en un intento por alcanzar a su esposa, quien, sin dejar de correr ni pedir auxilio, sacó de su bolso el peine y lo arrojó detrás de sus pasos. El peine se transformó en un bosque lleno de espinas, donde el condenado no sólo se rasgó las ropas y la piel, sino que fue retenido como por una maraña de lanzas en ristre.

Angelina Mamani siguió corriendo por la avenida 10 de Noviembre y el condenado siguió corriendo por detrás de ella, sin dejar de llamarla por su nombre y sin dejar de sortear los obstáculos que encontraba a su paso. Cuando ella cruzó el edificio de la Alcaldía Municipal, la Plaza de Armas y estaba muy cerca del templo, y el condenado estaba a punto de atraparla en la esquina de la Plaza 6 de Agosto, sacó de su bolso el espejo y, sin mirar hacia atrás, lo arrojó por encima de su cabeza. El espejo se hizo añicos contra el suelo y se transformó en una profunda laguna, donde el condenado se hundió como en un pozo sin fondo.

Angelina Mamani se metió en el templo de puertas abiertas, se persignó tres veces y  lanzó un suspiro de alivio, secándose el sudor que le chorreaba por la frente. Por fin estoy a salvo, Dios mío, se dijo, mientras avanzaba en dirección al altar, donde destacaba la imagen de la Virgen de la Asunción.

Al nacer el día, fue despertada de su letargo por los lloriqueos de su hijo menor y se dio cuenta de que todo lo que acababa de experimentar en cuerpo y alma no era más que un sueño, un angustioso sueño que prefirió echarlo al olvido.  

Pasó un tiempo, otro tiempo y más tiempo, y el condenado no volvió a aparecer en las calles de Llallagua, de modo que Angelina Mamani, sintiéndose liberada de un enorme peso emocional que la atormentaba a diario, pensó que el alma en pena de su difunto marido encontró la paz en la otra vida; pero no, una noche que ella retornaba a su casa, después de haber asistido a una misa de todosantos, el condenado se le apareció muy cerquita de sus espaldas, casi respirándole en el pabellón de la oreja. Ella se detuvo como hipnotizada, giró la cabeza a un lado y, mirándolo de arriba a abajo, como a su propia sombra, se encogió de pánico y lanzó un grito de pavor.        

–No te voy a hacer daño –le dijo el condenado, con voz ronca y tomándola por el brazo.

–¿Qué quieres? –preguntó ella, envuelta en gran temor–. ¿Por qué me persigues?

–Porque quiero revelarte un secreto –contestó–, pero para hacerlo, debemos entrar al patio de la casa por la puerta trasera, no sólo porque ahí está el secreto, sino también para evitar que nos vean nuestros hijos…

Ella, dejándose conducir asida del brazo, dejó de hacer preguntas y se limitó a caminar con la mirada perdida en el empedrado; no estaba segura de lo que hacía, pero estaba intrigada por saber cuál era el secreto que quería revelarle su difunto marido. Cruzaron la puerta que daba al patio y avanzaron hasta uno de los ángulos del muro de adobes. El condenado levantó la mano derecha y señaló con el índice el lugar donde ella debía cavar con la pala que estaba arrimada contra la pared posterior de la casa.

Angelina Mamani cogió la pala y empezó a cavar con todas sus fuerzas, hasta que el filo metálico chocó contra la cerradura de una caja de madera. Luego se puso de cuclillas, destapó la caja y, ante un asombro que la dejó perpleja y con la boca abierta, se enfrentó al brillo de las monedas de oro y plata. Sólo entonces el condenado, satisfecho por haber cumplido con la tarea que dejó pendiente en vida, giró como una rueca en el aire y se dejó caer convertido en un puñado de tierra.


jueves, 25 de abril de 2019


SUBCOMANDANTE MARCOS

Querido subcomandante:

Te escribo esta carta después de salir de un sueño, en el cual vi tu cara con tanta nitidez como si te estuviera viendo de veras. Pero no, cuando desperté agitado y sudoroso, pensé que tu rostro no existe, porque es el rostro anónimo de un comandante que es el pueblo. Y, sin embargo, a lo largo de tu lucha, en la que te seguimos de lejos y de cerca, en las buenas y en las malas, jamás te confundí con Rambo ni con otros mercenarios del imperialismo, sino con Emiliano Zapata, con ese personaje que ofrendó su vida a la causa libertaria, con ese revolucionario cuya fuerza radicaba en su inteligencia y su grandeza en su sencillez. Además, tú que combates en las montañas del sureste mexicano, enmascarado como los luchadores del cuadrilátero, me recuerdas a ese otro guerrillero llamado Ernesto Che Guevara, a quien lo mataron en las montañas del sureste boliviano, a pesar de haber sido un hombre que tenía el corazón más grande que el cuerpo y el coraje del tamaño del tiempo.

Para serte franco, confieso que desde niño escuché hablar bien de los caudillos y mártires de la revolución cubana. De modo que, cuando alcancé el umbral de mi adolescencia, se me hacía que los conocía de cerca, puesto que en mis sueños hablaban y respiraban como si viviéramos en el mismo cuarto y soñáramos el mismo sueño, que es el sueño de la libertad y la justicia. Después me impactó la muerte del Che, sobre todo, esa imagen suya que vi en la prensa a poco de haber sido asesinado en la escuelita de La Higuera, pues el comandante, más que parecerse a un “delincuente” o “bandolero” -como decía el gobierno-, tenía el aspecto de Cristo tendido en los maderos, la melena desgreñada, la mirada irradiando esperanza y la barba tendida sobre el pecho.

Desde entonces, los estudiantes, reunidos en los parques o en las aulas, no hablábamos de otra cosa que de las hazañas del Che y de volver a las montañas por el sendero que él señaló con su ejemplo. Pero, ya ves, yo no me sumé a guerrilla alguna ni disparé un solo tiro, no tanto por un acto de cobardía como por haberme quedado a vivir en el exilio, atrapado por el conformismo y el consumo. Tú, en cambio, como los demás miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, te marchaste a la montaña, empuñaste el fusil y decidiste conquistar la causa con la que soñamos millones de latinoamericanos.

Está por demás decirte que me fascinan los guerrilleros, quizás, porque llevo gotitas de rebeldía en la sangre o, quizás, porque me identifico más con los débiles que con los fuertes, más con los pobres que con los ricos, más con los insurgentes que con los guardianes del orden. De ahí que, en las historietas de Walt Disney, me identifiqué siempre con los Chicos Malos y no con Tío Rico. En el cine me identifiqué con Chaplin y no con el policía, con Robin Hood y no con la monarquía, con los “pieles rojas” y no con los “cowboys”. Más tarde, insertó ya en el maravilloso mundo de la literatura, me sentí seducido por los antihéroes de la novela: por “El lobo estepario” de Hermann Hesse, “La metamorfosis” de Franz Kafka o “El idiota” de Fiódor Dostoyevski, seres que vivían una suerte de marginalidad, aquejados por una cierta deformidad parecida a la de Cuasimodo en “Nuestra Señora de París”, “El hombre elefante” o “El Fantasma de la Opera”. Es decir, mis simpatías, como las tuyas, estaban desde siempre por el lado de los débiles, consciente de que los débiles, cuando pierden la paciencia y se levantan en armas, se convierten en luchadores indomables, o si no pregúntale al “Viejo Antonio”, quien, rescatando la sabiduría popular, dice: uno se hace grande a fuerza de achicar su miedo, para enfrentarse a un enemigo poderoso, como David se enfrentó a Goliat.

Tal vez esta sea una forma de romantizar al guerrillero y subestimar al enemigo; pero eso sí, lo que no se me puede quitar de la cabeza es la idea de que los guerrilleros son como en las películas, personajes que tienen el cuerpo forrado de municiones y un fusil que usan como cabecera cuando están fuera de combate, relajándose del cansancio mientras se fuman un cigarrillo con la mirada puesta en el cielo; que unas veces leen libros en medio del temor y la muerte y, otras, escriben libros entre el desvelo y la pasión, pues ya son varios los guerrilleros que se hicieron escritores, porque la montaña debe ser, si no me equivoco, algo más que una inmensa estepa verde. Por lo que a ti respecta, querido subcomandante, te agradezco por tus hermosos relatos chiapanecos y por tus cartas de lucha y de ternura, con las que prometo hacerme una flor de pétalos rojos y ponérmela en el ojal, a la altura del pecho y muy cerquita del corazón.

Aquí termino esta carta, mientras te imagino al otro lado del océano, en algún secreto confín de la montaña, dispuesto a apagar la vela, pero no la esperanza de la victoria final.