viernes, 21 de abril de 2023

UNA CRÓNICA SOBRE EL MULTIFACÉTICO JAIME MENDOZA

Ya se encuentra en circulación un nuevo folleto del escritor Víctor Montoya, quien aborda, desde una perspectiva muy personal, las curiosas facetas del autor chuquisaqueño, que durante varios años vivió en la población de Uncía, donde trabajó como médico y escribió algunas de las obras más importantes de su producción literaria.

Jaime Mendoza Gonzáles (Sucre, 1874 – 1939). Médico, escritor, docente y político. Ejerció su profesión en los hospitales de Uncía y Llallagua, al norte del departamento de Potosí, donde conoció de cerca la dramática realidad de los trabajadores mineros, quienes son los protagonistas de su primera novela, En las tierras del Potosí (1911), cuyas páginas reflejan los antagonismos sociales y las paupérrimas condiciones de vida de los indígenas y mestizos proletarizados.

El folleto, intitulado La casa de Jaime Mendoza en Uncía, lleva el sello de Ediciones la Cueva del Tío, que desde el 2022 viene publicando textos relacionados con el rescate de la memoria histórica de los centros mineros del norte de Potosí. Los responsables de la selección de materiales, tanto en verso como en prosa, han manifestado que tienen planificado seguir editando las crónicas y los ensayos del escritor Víctor Montoya, conocido cultor de cuentos y novelas de ambiente minero.

 

viernes, 14 de abril de 2023

LA TEMÁTICA MINERA EN LA OBRA LITERARIA DE VÍCTOR MONTOYA

El connotado escritor boliviano, celebrando el Día del Libro y del Derecho de Autor, dictará una magistral conferencia sobre los orígenes y proyecciones de su creación literaria vinculada a la realidad mágica y mítica del mundo minero.

La conferencia se realizará el jueves 20 de abril de 2023, a Hrs: 15:00, en el auditorio de la Carrera de Odontología de la Universidad Nacional Siglo XX, ubicada a un costado de la Plaza del Minero del distrito de Siglo XX.

El evento cuenta con los auspicios del Archivo Histórico Minero de la Comibol/regional Catavi, la Universidad Nacional Siglo XX, el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua y la Asociación de Profesores de Lenguaje y Literatura, entre otros.   

jueves, 13 de abril de 2023


SEMBLANZA SOLICITADA DE UN DIRIGENTE MINERO

Acaba de publicarse, bajo el sello de Ediciones La Cueva del Tío, el folleto Cirilo Jiménez Álvarez, sindicalista revolucionario, cuyo autor es el escritor Víctor Montoya, quien conoció en persona a este luchador social que formaba parte de la vida política, educativa y cultural de la ciudad minera de Llallagua. 

Cirilo Jiménez Álvarez nació en Tacaraní, comunidad campesina en el Norte de Potosí, el 14 de julio de 1930. En su niñez y adolescencia se dedicó a la agricultura, hasta que, una vez retornado del cuartel, se hizo minero a los 20 años de edad. Fue dirigente sindical en los distritos de Catavi y Siglo XX, miembro de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB).

Este sindicalista revolucionario creyó en el poder del deporte y los libros, pero su principal opción fue la educación. Promovió la creación de la Universidad Nacional Siglo XX y se constituyó en su primer vicerrector y rector obrero. Durante las dictaduras militares, sufrió la persecución política y el confinamiento. Murió en Cochabamba, como consecuencia de un paro cardiaco, el 5 de noviembre de 2018. 

jueves, 16 de febrero de 2023

LAS REVELACIONES DEL TÍO EN CUENTOS DE LA MINA

Acaba de publicarse la segunda edición de Cuentos de la mina (Ed. Kipus, 2018), del escritor Víctor Montoya, con treinta y cinco cuentos de variada extensión y algunas fotografías que muestran la imagen del Tío de la mina, cuya estatuilla fue modelada por los propios trabajadores en los parajes donde acuden a pijchar o acullicar.

En Cuentos de la mina, escritos desde la visión del realismo fantástico, se recrean los mitos y leyendas que giran en torno al Tío; un ser mitológico de carácter ambiguo, mitad dios y mitad demonio, que simboliza el sincretismo religioso desde la época de la colonia.

Víctor Montoya hace gala de las creencias y supersticiones que reinan en la cosmovisión andina, donde sobreviven los ritos, usos y costumbres de las culturas originarias. En los cuentos se retrata la vida cotidiana de los mineros; sus luchas, tragedias y esperanzas, pero también sus tradiciones vinculadas al realismo fantástico y las consejas pagano-religiosas, donde el Tío de la mina está considerado como el guardián de las riquezas minerales y el amo de los trabajadores del subsuelo.

Su amante, la Chinasupay (diablesa), posee un fuerte atractivo erótico en el imaginario popular, aparece y desaparece misteriosamente en los sueños y las pesadillas de los mineros, quienes la temen tanto como al mismísimo Tío. Algunos incluso creen que la Chinasupay es la encarnación del Tío que, a modo de poner a prueba su poder de atracción sexual, se transforma en una mujer capaz de envilecer a los mineros solitarios y desprevenidos.

El Tío es el protagonista principal en Cuentos de la mina. El autor, desde un principio, intenta responder la siguiente pregunta: ¿Por qué el diablo se llamó Tío? La explicación, narrada de una manera sorprendente y lúcida, la encontramos a lo largo del libro, donde se afirma que el Tío, en su estado demoníaco, hace suya a una chola de buen parecer, en quien engendra a un hijo que nace con el aspecto de iguana. Entonces el poder eclesiástico, al constatar que la criatura no es la hechura de Dios sino del diablo, condena a la madre y al hijo a perder la vida en una hoguera. Es por eso que el diablo, según se relata en el libro, actúa en venganza propia y causa estragos entre los pobladores, hasta que los mineros le suplican perdón por el asesinato de su legítimo heredero. El diablo recapacita, hace reaparecer los minerales en las galerías y decide llamarse Tío, a quien los mineros, como en una suerte de pacto, deben rendirle pleitesía ofrendándole sangre de llama blanca, hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

La segunda edición, aumentado y corregida, obedece al gran interés de los lectores por interiorizarse en el fascinante mundo de las minas, que es el hábitat natural de ese personaje sobrenatural venerado por los mineros, quienes trabajan en las oscuras galerías, sin otra ilusión que ganarse el pan del día y salir con vida de las tenebrosas entrañas de la Pachamama. 

El libro, desde que se publicó por vez primera en Suecia (Ed. Luciérnaga, 2000), despertó un inusitado interés entre los lectores nacionales y extranjeros. Se ha traducido a varios idiomas y ha sido ampliamente comentado por la crítica literaria. En la contratapa de la segunda edición de Cuentos de la mina, a cargo del Grupo Editorial Kipus, se incluyen algunos comentarios destacando la temática del libro y la capacidad narrativa del autor.

En palabras del historiador y escritor argentino Fernando Soto Roland, el maravilloso libro de Víctor Montoya, ‘Cuentos de la mina’, aclara desde la literatura todo aquello que los historiadores no podemos captar con la sencillez e inmediatez que es tan propia de los escritores de raza. Y Montoya ha probado sobradamente que lo es. En su obra, sin teorías venidas de otros oficios, el autor recrea con naturalidad el imaginario del minero boliviano a través de una serie de cuentos en donde quedan plasmadas las desdichas y esperanzas de ese colectivo humano utilizando como marco de encuadre a uno de los personajes más emblemáticos del sincretismo americano: ‘El Tío de la Mina’, dueño sobrenatural y soberano absoluto de la oscuridad y sus riquezas.

El escritor uruguayo Leonardo Rossiello, al cabo de leer el libro en su primera versión, no dudó en aseverar que leer ‘Cuentos de la mina’ significa sumergirse en el mundo sincrético de las creencias mineras de Bolivia. Los textos, como si fueran galerías de una mina, se van adentrando en las diferentes actualizaciones del sincretismo cultural que supone la figura y leyenda del ‘Tío’, así como su significación para los mineros.

No es menos interesante la opinión del poeta e investigador orureño Alberto Guerra Gutiérrez, quien, como todo conocedor del folklore nacional, los mitos y las leyendas mineras, afirmó en su comentario: Este libro es el fiel reflejo del pensamiento, los sentimientos, usos y costumbres que caracterizan a las poblaciones mineras bolivianas y su entorno físico andino, ya que los hechos en él relatados, se desarrollan en los centros mineros de Siglo XX, Potosí y Oruro, en cuanto a las manifestaciones mitológicas y legendarias que dan origen a acontecimientos culturales de extraordinaria magnitud, como el Carnaval de Oruro y los ritos litúrgicos propios de una religión ecléctica que rige en América desde el desenlace de la dominación española.

Para el escritor Alfonso Gumucio Dagron, que entró en contacto con el mundo minero como fotógrafo y documentalista, no cabe duda que Víctor Montoya rescata prolijamente las tradiciones y leyendas de la mina y se convierte en un cronista del mundo fantástico que emerge del socavón. Sus relatos son metáforas sobre la existencia fantasmal que se atribuye a los mineros más empobrecidos, muertos en vida por la silicosis y la ausencia de horizonte. Sin haber tenido la vivencia de penetrar en la mina es difícil describir con tanta propiedad esa sensación de ahogo, de oscuridad absoluta y de humedad sexual que se respira en los socavones.

Los comentarios citados líneas arriba, con apreciaciones analizadas desde distintos ángulos, coinciden en señalar que el libro, que aborda una temática propia de la nación boliviana, es un valioso aporte a la literatura de ambiente minero que, desde la publicación de En las tierras del Potosí (1911), de Jaime Mendoza, conforma una vertiente importante en el contexto de las letras nacionales.

La literatura minera, con autores como Víctor Montoya, no solo ha ganado un espacio preponderante a lo largo del siglo XX, sino que se ha consolidado entre los lectores nacionales y extranjeros, quienes buscan una literatura que surja desde las mismas entrañas de la tierra, contándonos las tragedias y esperanzas de los mineros, pero también revelándonos el mundo mágico y mítico de la cosmovisión andina, donde el Tío de la mina, personaje ambiguo entre lo sagrado y lo profano, es venerado como el protector de las familias mineras y como el amo indiscutible de las riquezas minerales.

Víctor Montoya, con su libro Cuentos de la mina, se sitúa entre los autores de la segunda mitad del siglo XX, que transitaron de la literatura del realismo social, en la que se proyectaron las luchas de reivindicación socioeconómica de los trabajadores, hacia la literatura del realismo fantástico, que se ocupa de recuperar los mitos, leyendas y relatos que, casi en su integridad, giraban en torno a la figura del Tío de la mina.

Con Cuentos de la mina queda confirmado que el mundo minero sigue siendo una fuente inagotable de inspiración para los autores nacionales y una de las canteras que mejor se presta para construir una genuina obra literaria, que apasione a los lectores interesados en conocer las tragedias y maravillas atrapadas entre las altas montañas de los Andes, donde las galerías de una mina cuentan sus propias historias forjadas de realidad y fantasía.   

 

martes, 7 de febrero de 2023

VIDA Y MUERTE DE BANDIDO

Acaba de publicarse el folleto El celoso guardián del Archivo Histórico Minero de Catavi, cuyo autor es el escritor Víctor Montoya. La crónica, basada en la vida y muerte de un can de raza mestiza, es un testimonio que confirma que el perro no solo es el mejor amigo del hombre, sino también un compañero capaz de cumplir con una función laboral como cualquier individuo que tiene derechos y responsabilidades, siempre y cuando se lo trate con paciencia y cariño, con muchísimo cariño, que es el sentimiento del corazón que mejor suelen captar los perros en su relación con los humanos.

Este hermoso y obediente perrito se llamaba Bandido. Fue abandonado por sus primeros dueños y, durante mucho tiempo, deambuló aprendiendo a sobrevivir junto a una manada de canes callejeros, hasta que un buen día fue adoptado de nuevo y convertido en el celoso guardián del Archivo Histórico Minero de Catavi.

El contenido del folleto, además de ser un sentido y oportuno homenaje al mejor amigo del hombre, es una breve historia que merece ser compartida entre los animalistas y entre quienes tienen un sincero amor por estos maravillosos seres que nos alegran la vida y nos llenan de lealtad todos los días.  


 

domingo, 5 de febrero de 2023

 


COMER FABADA CON PACO IGNACIO TAIBO II

A mediados de julio de 2005, viajé a la ciudad asturiana de Gijón, invitado a la Semana Negra, que anualmente reúne a escritores de novelas policíacas. En realidad, yo estaba en el festival para presentar mi libro Cuentos de la mina, que acababa de ser publicada en Asturias por la Editora del Norte. Se entiende que no estaba como autor de novelas policíacas, sino de una literatura más negra que las novelas negras. Así que, antes y después de cumplir con mis actividades programadas en las minas de carbón de Cangas del Narcea y Cuenca del Nalón, los escritores nos reuníamos para almorzar y cenar en el restaurante de un hotel céntrico de la ciudad. 

Uno de esos días, sin pensarlo ni proponérmelo, me encontré con el escritor y activista sindical Francisco Ignacio Taibo Mahojo, más conocido como Paco Ignacio Taibo II, quien era el responsable del evento cultural de la Semana Negra. No lo conocía más que por referencia y algunos artículos que leí sobre su vida y su obra en la prensa. Me llamaba la atención más por haber escrito la biografía del comandante guerrillero más famoso de América Latina -Ernesto Guevara, también conocido como el Che, basada en una extensa y rigurosa bibliografía-, que por sus novelas policíacas, las mismas que tuvieron una amplia difusión en más de una veintena de países.

De Paco Ignacio Taibo II no sabía nada más hasta entonces, salvo que fue merecedor de premios internacionales y que publicó su primer libro a los 22 años de edad, que estudió sociología y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México, que fundó y dirigió varias publicaciones de carácter sociocultural y que, como parte de su larga trayectoria como periodista y gestor cultural, fundó Para Leer en Libertad AC, proyecto de fomento a la lectura y de divulgación de la historia de México.

Nos saludamos en el hall del hotel y, a la hora del almuerzo, compartimos la misma mesa en el restaurante que daba a la calle. Me llamó la atención su aspecto de hombre desprolijo, vestido con un bluyín ajado y una playera ajustada a su abombado vientre. 

Nos miramos a los ojos y, sin mayores preámbulos, hablamos sobre la realidad política de México, sobre su visita a Bolivia, su recorrido por Valle Grande y Ñancahuzú, para ubicarse mejor en el contexto topográfico de la zona geográfica donde se desarrolló la guerrilla del Che.

El día estaba soleado y hacía un calor como para vaciarse varios vasos de cerveza fría. En el restaurante exterior del mismo hotel, donde estuvimos hospedados los escritores provenientes de diferentes países, los comensales empezaron a leer el menú y a ordenar su plato preferido. Yo pedí lo mismo que ordenó Taibo: una fabada, el platillo bandera y tradicional de la cocina asturiana y, por antonomasia, de la gastronomía española.

Al cabo de un tiempo, mientras contemplaba de sesgo la gordura de Paco Ignacio Taibo II, me sirvieron la fabada en un hondo plato de barro, tenía aroma a laurel y el caldo lucía un color anaranjado debido al azafrán. En la cazuela, todavía humeante, podía distinguirse judías blancas, chorizos, morcillas, lacón y tocino. Me llevé la primera cucharada a la boca y sentí una textura mantecosa en el paladar, junto al sabor de la cebolla, el ajo y el perejil. Este platillo rico en calorías y grasa, cuya porción fue excesiva para mí, me produjo, al cabo de la ingesta, unos reflujos gastroesofágicos, cuyo malestar tuve que aliviar con una copa de aguardiente o, como dirían los comensales bolivianos, con un traguito para bajar el chanchito. Sin embargo, a pesar de los ligeros malestares, me sentí satisfecho de haber probado por primera vez en mi vida la fabada, un potaje divino capaz de despertar hasta a los muertos.

Cuando Paco Ignacio Taibo II terminó de engullir la fabada, como un gourmet acostumbrado a degustar los platillos de su preferencia, encendió un cigarrillo y, como si se tratara de un apetecido postre, se tragó el humo que luego lo lanzó por entre sus mostachos teñidos por la nicotina. No tomó mucho tiempo para advertir que estaba delante de un hombre que, por experiencia y sabiduría, sabía paladear las comidas y bebidas que ayudan a sobrellevar los sinsabores de la vida.

Ese mismo día, de aires cálidos y cielo despejado, me refirió algo sobre la biografía de Pancho Villa, lista para ser publicada a nivel internacional, y sobre un proyecto que tenía en marcha sobre la revolución mexicana, incluida la biografía de Emiliano Zapata. Ahí nomás, estando imbuidos en una charla en torno a un tema apasionante por su magnitud, mitos y leyendas, se presentó su anciano padre, quien estaba en su tierra natal para visitar a los familiares y los viejos amigos, y no para participar en la Semana Negra.

Así que, en esa misma ocasión y en el mismo restaurante del hotel, tuve la oportunidad de tratar con don Ignacio Taibo I, quien, además de haber vivido de cerca la Guerra Civil Española, escribió un libro sobre la gastronomía asturiana, intitulada Breviario de la Fabada. Ya entonces se lo veía algo deteriorado de salud, hasta que, dos años después, me enteré que falleció víctima de neumonía.

Su hijo, el escritor asturimexicano, Paco Ignacio Taibo II, se mostró con su lado más humano y me dejó la impresión de que se trataba de un tipo bonachón, amable, simpático y hasta jovial, porque tuvimos instantes en los que bromeamos y nos reímos como dos viejos amigos, quienes tienen las mismas travesuras y los mismos ideales de libertad y justicia.   

Aquel mediodía que compartimos en el restaurante, donde intercambiamos impresiones sobre los fantasmas de la política y la literatura, se quedó fijada entre mis recuerdos, como un haz de luz que se mete en la memoria y no se apaga. Por lo demás, mientras hablábamos amenamente, él fumaba y no dejaba de fumar, hasta que llegó el instante en que, convocados por las actividades que debíamos cumplir por la tarde y la noche, nos despedimos con un abrazo y un fuerte apretón de manos, pero con la promesa de volvernos a reencontrar en algún punto de este mundo cada vez más injusto y contaminado.


jueves, 26 de enero de 2023

EL EMPALAMIENTO

El verdugo se ganaba el pan con un oficio consistente en hacer sufrir lo indecible al condenado a muerte. El empalamiento era una tortura más atroz que introducir objetos punzantes en la cabeza, cortar labios, narices y orejas; arrancar ojos con ganchos al rojo vivo, estrangular, quemar en hogueras, amputar miembros, mutilar órganos sexuales, desollar la piel o hacer hervir en recipientes de aceite a los aliados del demonio.

El verdugo sabía que el empalamiento, método de tormento usado durante varios periodos de la historia humana, era el más temido por los condenados por actos de desacato y rebeldía. Los atormentaba el simple hecho de pensar en que se les introdujeran una gigantesca estaca en el recto.

Todo el martirio comenzaba cuando el verdugo preparaba una enorme estaca, con la punta redondeada para que la muerte del condenado no fuese rápida, sino lenta, lo más lenta que imaginarse pueda, para así provocar el mayor sufrimiento posible. La estaca debía ser lo suficientemente sólida como para clavarla en el suelo y sostener el peso del cuerpo, hasta que el condenado expirara su último hálito de vida.

El verdugo sabía también que el empalamiento era el método favorito de tortura del príncipe de Valaquia, Vlad III Tepes –nacido en Sighișoara y considerado héroe nacional de Rumanía–, quien, en la segunda mitad del siglo XV y durante su reinado, mandó empalar a centenares de enemigos en un día. Las víctimas fueron tantas que, en las afueras de su castillo, se formó una suerte de bosque de empalados. Alcanzó fama mundial al ser la fuente histórica del personaje literario Vampiro conde Drácula, creado por el escritor irlandés Bram Stoker a finales del siglo XIX.

Una vez preparada la estaca, se tendía al condenado en el suelo, boca abajo y desnudo, se le ataban las manos a la espalda y se le abría las piernas de modo que estuviesen bien separadas. El verdugo untaba con sebo la abertura del recto, lo mismo que la punta redondeada de la estaca, con el fin de facilitar la penetración en las carnes del condenado. Después se le ataban los tobillos con resistentes cuerdas de las que tiraban sus ayudantes, al mismo tiempo que el verdugo sujetaba la estaca con ambas manos, ajuntándola en las entrepiernas e introduciéndola unos 50 ó 60 centímetros.

Cuando la estaca estaba insertada en el recto, el condenado era izado para que se hundiera gradualmente en el palo clavado en la tierra y enderezado en posición vertical. Como el infortunado no tenía de dónde agarrarse ni dónde apoyarse, se deslizaba a través de la estaca, hasta que, por fin, expuesto por 24 ó 48 horas, quedaba ensartado como presa en el asador.

El verdugo lo vigilaba hasta que la punta redondeada de la estaca reaparecía por el hombro, el pecho o la boca. Sólo entonces creía haber cumplido con el trabajo que le daba de comer; lo peor era que el verdugo parecía gozar con su oficio, mientras miraba al condenado contrayéndose y retorciéndose como rana atravesada en la estaca. Estaba acostumbrado a que el empalamiento fuese una muerte entre atroces dolores y poquito a poco, que para él era la mejor recompensa del bestial trabajo que ejercía en honor a su oficio de verdugo.

Esta forma de tortura, inspiró otros métodos que los inquisidores, durante el oscurantismo de la Edad Media, aplicaron contra quienes se oponían a los preceptos de la Iglesia, sin considerar que los seres humanos tenían todo el derecho a opinar y oponerse a las aberraciones que la Santa Inquisición imponía con la Biblia en la mano.

La garrucha, el potro, la pera, la sierra, la cuna de Judas y la doncella de hierro, fueron algunos de los nombres de los métodos de tortura que representaron a uno de los periodos más sombríos en la historia de la humanidad y uno de los peores atropellos contra la dignidad humana, una crueldad que la Iglesia usó como arma para corregir la conducta rebelde de quienes osaban criticar el carácter ostentoso de la jerarquía eclesiástica y contradecían las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. 

Ahora que el tiempo ha transcurrido y ahora que los Derechos Humanos se han establecido en todos los países del mundo, sólo nos queda reprochar los métodos de tortura que se aplicaron contra los ciudadanos que, acusados de sostener pactos con el demonio, fueron víctimas de la Santa Inquisición, que no toleraba a los hombres y mujeres que contravenían los preceptos concebidos por los padres de la Iglesia.

El empalamiento fue uno de los tantos métodos de tortura que los poderes de dominación aplicaron sin compasión, para acallar y someter a las voces discordantes en una sociedad donde se imponía la ley del más fuerte, la ley de quienes creían tener la razón, aunque su verdad no era la única ni la más absoluta.

En América Latina, algunos de los conquistadores españoles empalaban a los aborígenes que les ofrecían resistencia. El cerro El Empalao, ubicado al este de la ciudad de Cagua, estado Aragua en Venezuela, tomó su nombre porque en su punta el encomendero Garci González de Silva se dedicó a empalar a los indios Meregotos que se resistieron a sus intentos de esclavizarlos. La cruel práctica de empalar consistía en atravesar longitudinalmente a una persona con una estaca previamente clavada en el suelo con la punta hacia arriba, como se hace con un animal ensartado para asarlo.

El empalamiento no fue un método de tortura que usaron los sicarios de los gobiernos dictatoriales de la tristemente famosa Operación Cóndor, pero sí un método que inspiró otras formas de atormentar a los prisioneros políticos, con la finalidad de abolir sus ideales de izquierda y quebrantarlos en su lucha por conquistar las libertades democráticas y la justicia social.

Esperemos que estos crueles métodos de tortura no vuelvan a repetirse en la historia contemporánea, que, por fortuna, tiene normas y leyes que protegen la libertad de opinión y expresión, como uno de los principales derechos de todos y cada uno de los ciudadanos que viven en un Estado de Derecho, donde se respetan las libertades de culto y las libertades de pensamiento, sin censuras ni mordazas.  
 

miércoles, 18 de enero de 2023

CANCAÑIRI VUELVE A NOSOTROS EN CORAZÓN DE ESTAÑO

Hace un tiempo atrás, por esas raras coincidencias de la vida, tuve la oportunidad de conocer a Jorge Moya Oporto en la Feria Nacional del Libro organizada en la población minera de Llallagua, donde me dedicó su primer libro Cancañiri, una obra escrita con amor y nostalgia en torno a los campamentos mineros ubicados en las laderas del Cerro Azul, donde se encuentra una de las bocaminas emblemáticas de la minería boliviana, que a principios de la pasada centuria pertenecía a la Compañía Estañífera Llallagua, propiedad de un consorcio chileno, y posteriormente al magnate Simón I. Patiño, quien amasó una inconmensurable fortuna a cambio de la miserable vida de los trabajadores, quienes, una vez organizados en sindicatos combativos, impulsaron la nacionalización de la minas tras el triunfo de la revolución nacionalista de 1952.

Tiempo después, el profesor Jorge Moya me sorprendió con la edición de Corazón de estaño, que, a manera de continuación de su primer libro, sigue narrando la historia de los campamentos mineros de Cancañiri, como quien persiste en contar las aventuras y desventuras de una colectividad que tuve su importancia durante el auge de la industria minera dedicada a la exploración, explotación y comercialización del estaño boliviano. En este contexto, el libro Corazón de estaño aporta al rescate de la memoria colectiva y al rescate de una historia que, de otro modo, corre el riesgo de perderse bajo los mantos del olvido.

Ahora bien, sin memoria no puede haber historia; sin imaginación, la historia se convierte en un libro cerrado. Corazón de estaño, del profesor Jorge Moya Oporto, emerge de la necesidad de narrar las realidades y fantasías de su terruño natal. Sus hombres y mujeres –también sus niños– emergen de los campamentos mineros que estuvieron ubicados en los alrededores del oscuro socavón de Canacañiri y la indescriptible luz solar que ilumina las faldas de los cerros del altiplano, donde la belleza agreste e inquietante es acariciada por calurosos días en verano y por penetrantes fríos en invierno.

Las consecuencias de la relocalización

Después de la llamada relocalización, que se inició en 1986, tras el cierre de la minería nacionalizada y la Marcha por la Vida de los trabajadores de la Comibol, de cancañiri, donde había teatro-cine, escuela, pulpería, compresora, maestranza, sede del Club Miners, cancha de básquet, iglesia, botica, estación de trenes y varios campamentos mineros, no ha quedado casi nada, y lo poco que ha quedado, refugiándose entre los pliegues de los cerros escapados y el recuerdo de sus antiguos habitantes, es la desolación, el olvido y la nostalgia. Por lo tanto, desde el Decreto Supremo 21060 de 1985, el cierre de las minas y la forzosa relocalización de sus habitantes, Cancañiri se ha convertido en la región minera más pobre de la pobre capital departamental que es Potosí; una ciudad colonial que, a pesar de su pasado esplendoroso y sus ingentes riquezas naturales, está considerada como una de las más pobres de un país enclaustrado que, a su vez, es una de las más pobres del continente americano.


Sin embargo, a pesar de los pesares, algunos mineros permanecieron allí, sin saber dónde ir ni qué dar de comer a sus hijos, hasta que se reorganizaron en cooperativas para seguir explotando, por cuenta propia y sin seguridad industrial, como en la época de la colonia, las pocas vetas que quedaron en las oquedades de las galerías, donde el Tío de la mina, única deidad telúrica de la mitología minera y la cosmovisión andina, es el único que sobrevive gracias a las ch’allas y los k’arakus, la coca, los cigarrillos y el alcohol, que los mineros le ofrendan cada vez que le piden permiso para horadar las rocas en busca del preciado metal del diablo.

La febril actividad comercial y cívica que se desarrollaban frente a la bocamina, maestranza y pulpería, en la actualidad no son más que recuerdos anclados en la memoria, así como se testimonia en Corazón de estaño, un libro en el cual se rescata la memoria colectiva de los cancañireños que todavía están en vida, con el único afán de rememorar los acontecimientos  históricos y los ajetreos de la vida cotidiana de lo que alguna vez fue Cancañiri; un importante enclave de la producción minera, un conjunto de campamentos donde vivían familias hacinadas en cuartuchos que fueron derruidos por la desidia y el tiempo, como si un implacable ventarrón hubiese arrasado con todo lo que encontró a su paso.

El autor, a través de cuatro turistas franceses interesados en conocer las tierras mineras, tiene la intención de explicar, de manera didáctica, los antecedentes y las consecuencias de la explotación mineralógica del norte de Potosí, para luego declinar hacia el llamado vehemente de los pobladores, quienes deben acudir al llamado de la conciencia para que, unidos en una sola organización social, puedan emprender nuevos proyectos con el propósito de preservar lo mucho o lo poco que queda de Cancañiri, donde hace falta el concurso de todos para evitar que desaparezca del mapa. No en vano, el mismo autor apunta en la dedicatoria del libro: Los años me permitieron volver a verte, luego de haber transcurrido casi tres décadas de ausencia, desde el día en que salí de tu regazo y… te encontré desmantelada y destruida por las inclemencias del tiempo y principalmente por la explotación desmedida del estaño, tanto así que me brotaron lágrimas de dolor, sin que ninguno de nosotros, los cancañireños, oportunamente, hayamos hecho algo por evitar ese deterioro y destrucción, como ahora, cuando solamente nos importa la circunstancia presente, sin pensar en hacer planteamientos serios o proyectos de envergadura y emprendimiento, para que en el futuro podamos decir: ¡Soy ‘llamacancheñ’ (del canchón de llamas) con mucho orgullo!

Se trata de una obra que, de manera sucinta y cronológica, aborda un abanico de temas, desde la época del incario hasta el encuentro anual de los cancañirenos, pasando por el fastuoso Carnaval de Oruro y el nacimiento de la industria minera impulsada por los tres Barones del Estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo). Aunque el autor, consciente o inconscientemente, hace hincapié en el destino de los hijos de esta tierra minera, que todavía viven dispersos en las diferentes ciudades de un país que fue bautizado como Bolivia en honor al Libertador de cinco naciones.

El libro contempla una parte de la historia nacional, desde el primer capítulo que, a través de la curiosidad de los turistas franceses, nos introduce en los mitos de creación y las estructuras socioeconómicas de las culturas precolombinas de Bolivia, hasta el último capítulo que, a partir de una experiencia personal, nos narra los encuentros de los cancañireños, que actualmente viven en la diáspora, desperdigados a lo largo y ancho del territorio nacional, abrigando la memoria reflejada en las fotografías de antaño, en esas cartulinas con tonalidad sepia provenientes de diversos álbumes personales, incluidas al final del libro, donde se dibujan los rostros de quienes, en la centuria pasada, dieron vida al centro minero de Cancañiri.


Iniciativas personales y encuentro de cancañireños

El esfuerzo personal de Jorge Moya, por registrar y conservar la memoria histórica de un centro minero, que fue pequeño en demografía y grande en producción estañífera, es encomiable desde todo punto de vista, no solo porque se constituye en un valioso aporte para la historiografía del país, sino porque es un material de consulta para cualquier ciudadano interesado en desentrañar los recovecos de la vida social, política, cultural, deportiva y tradicional de una colectividad compuesta por personas de procedencia diversa, que se dieron cita en las laderas del cerro pedregoso y polvoriento, una vez que se abrió el socavón y la Compañía Estanífera Llallagua requirió de mano de obra barata para explotar, en tres turnos, el yacimiento de estaño, que hizo ricos a los empresarios y pobres a quienes vendieron sus pulmones a cambio de míseros salarios.

En el mes de septiembre de cada año, los cancañireños, que suelen profesar su fe hacia el Cristo de la Exaltación, se reúnen en encuentros a los que asisten para rememorar su pasado hecho de vivencias personales y anécdotas llenas de aventuras, desventuras, alegrías y tristezas, pero también con las esperanzas de que estos encuentros sean un punto de arranque para perpetuar la historia de este distrito a través, por ejemplo, de la creación de un Museo Minero. No en vano el autor, al inicio del libro, cuestiona a sus coterráneos: De pronto surge una interrogante: ¿Qué hemos hecho los cancañireños para evitar su destrucción hasta el grado en que ahora lo vemos o qué hacemos para devolverle, al menos en parte, esos sus Años Mozos? (…) Muy cierto que, los encuentros de carácter nacional de los Residentes Mineros de Cancañiri, 14 de Septiembre, La Revuelta, La Salvadora y Vizcachani, al igual que los reencuentros de cancañireños en Cancañiri, sirven para reunir a los amigos y vecinos de entonces, para evocar los recuerdos, pero… solo hasta ahí llegamos… Creo firmemente que, debemos propiciar otro tipo de encuentros, tener una instancia organizativa que nos aglutine a todos, para planificar y obrar respecto de un futuro mejor para esa tierra minera que nos vio nacer, con el propósito de no dejar que perezca para siempre (…) Las generaciones jóvenes y las que vendrán, deben conocer la realidad de esos Años Mozos de Cancañiri, para mantener viva su memoria y la de nuestros mayores, quienes dieron sus pulmones, horadando los obscuros socavones, en procura de encontrar el preciado mineral: el estaño.

Aunque las partes que corresponden a la labor estrictamente minera y las vivencias de las familias en los campamentos están puestas en boca de una mujer de avanzada edad, como es el caso de la ya difunta Doña Yolita, la heredera de la tradición oral de una cultura en proceso de extinción, no deja de ser más que una estrategia del narrador que quiere contarnos, con desgarradoras palabras y angustiosas frases, el drama de las familias mineras y la marginación social de una colectividad, donde las contradicciones socioeconómicas determinaron la escala que le correspondía a cada cual, dependiendo de las leyes impuestas por el capitalismo salvaje, que amasó fortunas a costa del sacrificio de los más pobres entre los pobres.

Este libro, desde un principio, está narrado con la pasión de quien es capaz de reconstruir el pasado con los retazos de la memoria, un recurso válido en el proceso de creación de una obra que, además de tener un trasfondo histórico, contiene datos de primera mano y un rico mosaico de hechos y personajes, que convierten el testimonio personal y colectivo en un fascinante caleidoscopio, donde los lectores podrán apreciar las acertadas pinceladas de la realidad y la ficción, que el autor explaya en los diez capítulos de este libro que, escrito con sencillez y honestidad, es ya un valioso aporte a la historiografía de un centro minero cuyo destino, desde el Decreto Supremo 21060, promulgado por el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, perdió su gloria y esplendor, debido al cierre de las minas nacionalizadas y la relocalización de los trabajadores, quienes se vieron forzados a abandonar los campamentos en busca de nuevos horizontes de vida.

 

miércoles, 28 de diciembre de 2022

CATAVI EN LA MEMORIA

El escritor Víctor Montoya, con motivo de recordar los 80 años de la masacre minera ejecutada en los Campos de María Barzola, el 21 de diciembre de 1942, publicó el folleto Catavi en la memoria, a partir de sus recuerdos de infancia y adolescencia, y a la luz de los datos históricos que incriminan a los directos responsables de ese crimen de lesa humanidad, quienes actuaron obedeciendo las órdenes de los jerarcas de la Empresa Patiño Mines y las Fuerzas Armadas al servicio de la oligarquía minero-feudal.

La población de Catavi, centro administrativo de la empresa minera de Simón I. Patiño en el pasado siglo y submunicipio del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua en la actualidad, tiene su propia historia desde que se introdujo en estas tierras la más avanzada tecnología para la prospección, explotación e industrialización minera.

Esta crónica, narrada desde la perspectiva del autor, es una suerte de reconstrucción del pasado a partir de los recuerdos aferrados en la memoria, con todas sus luces y sus sombras, pero enfocado siempre en contemplar los recovecos de una población que, durante la época conocida como la Era del Estaño, tuvo sus enormes resonancias económicas, políticas, sociales y culturales a nivel mundial.

Catavi en la memoria es un texto destinado a los lectores interesados en conocer algo más sobre el legado patrimonial de una población tradicionalmente minera, cuyas grandezas y miserias, lejos de permitir que se pierdan entre los polvos del olvido, deben ser rescatadas en su verdadera dimensión, con el propósito de perpetuarlas en los anales de la historia nacional.

 

lunes, 12 de diciembre de 2022

DOS HISTORIAS DE AMOR EN TATUAJE MAYOR

La novela juvenil de Gaby Vallejo Canedo, Tatuaje mayor, le permite al lector reconocerse en sus páginas, cuya temática se mueve sobre dos andamios que narran las historias de vida y de amor, por una parte, de la difunta abuela y, por otra, de la nieta de diecisiete años de edad, que se yuxtaponen a lo largo de la novela, aunque las historias están contextualizadas en tiempos y espacios diferentes.

Toda la novela comienza el día en que Ylonka entra en el cuarto de su abuela, donde encuentra una caja que contenía un fajo de papeles escritos a pulso, con pluma y tinta morada, metidos en un extraño álbum de cuero. Los papeles son una suerte de diario que su abuela escribió en su adolescencia, registrando la relación romántica, recatada e inocente que sostuvo con Antonio Eguez, un muchacho de familia humilde, a quien ella llamó Lucero misterioso. Se trata de una relación amorosa distinta a la que mantiene su nieta Ylonka con Andrés, quien prefiere mantener en secreto sus señas de identidad y los antecedentes de su vida familiar.

Según la confesión que dejó la abuela, es fácil deducir que el romance entre un hombre y una mujer era más sentimental y recatada a mediados del siglo XX, en la que un beso era un acto premeditado y hasta una demostración de amor envuelto en un halo de misticismo y hasta de cierto temor. En cambio, la relación amorosa de las muchachas del presente, donde las relaciones humanas y los conflictos sociales son algo distintos, es más espontánea, relajada y directa, con menos temores y prejuicios que en la pasada centuria.

Ambas historias tienen sus propias particularidades, marcadas por el contexto sociocultural, la época y las costumbres que caracterizan a dos mentalidades y comportamientos diferentes, pero son similares cuando se trata de desnudar los sentimientos universales como el amor y el desamor. En este contexto, los sentimientos de la abuela y de la nieta son similares, porque corresponden a instintos naturales que son universales. Por lo tanto, la autora nos da a entender que el amor no conoce límites ni está determinado por condiciones socioeconómicas o, dicho de otro modo, cuando llega el amor, llega sin avisar y mientras menos se lo espera.

La nieta lee los papeles de la abuela, página tras página, y se comunica imaginariamente con ella, como si todavía estuviese viva, como si sus almas, experiencias y vidas formaran parte de un mismo puente. Ylonka está empeñada en descubrir las emociones de alegría y las dificultades que le planteaba su relación con un muchacho de una condición social modesta, sin muchas oportunidades de estudio ni prosperidad, hasta el día en que el Lucero misterioso realiza un viaje a Santa Cruz para no retornar más, haciendo que la distancia y el olvido conviertan el apasionado amor en un dulce engaño, con promesas e ilusiones rotas por el destino.

Desde un principio se advierte que la relación amorosa de la nieta es distinta a la que mantuvo la abuela, porque en una sociedad moderna y globalizada, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, aparecen fenómenos sociales, como son las tribus urbanas, que determinan el pensamiento y la conducta de los jóvenes y adolescentes.

Esta novela juvenil demuestra que su autora, conocida por sus novelas destinadas a los lectores adultos, es capaz de sorprendernos con obras infantiles y juveniles, que están elaboradas a partir de un amplio conocimiento pedagógico, cuyos instrumentos educativos sirven para transmitir enseñanzas de vida a los jóvenes lectores que necesitan de escritores/as que cuenten historias que les toquen las fibras más íntimas y los convoquen a una reflexión individual y colectiva.

Gaby Vallejo Canedo nos entrega, con la misma entereza y convicción de siempre, una obra que vale la pena ser leída por su temática y su fuerza literaria, pero también por el mensaje aleccionador de humanismo, luchas y esperanzas. A los lectores solo les queda disfrutar de su escritura que, sin didactismos ni moralejas, permite aprender de su experiencia personal y su manera de contar historias dignas de ser promovidas dentro del sistema educativo, como si estas formaran parte de nuestras propias vidas, ya que los relatos amorosos tanto de la abuela como de la nieta reflejan los sentimientos más profundos que experimentan las personas en su adolescencia, cuando asoma por primera vez el amor, con sus luces y sus sombras, dejando sus tatuajes en la mente y el corazón.

El libro tiene varias facetas que pueden ser aprovechadas por los educadores para entablar discusiones sobre temas que conciernen a los alumnos de educación media. No pocos de ellos se identificarán con las emociones, los secretos y la problemática de los protagonistas, que son seres arrancados de una realidad social conocida por quienes viven en urbanizaciones cosmopolitas como Cochabamba, donde las pandillas, cuya presencia no pasa desapercibida en las calles céntricas de la ciudad, buscan distinguirse del orden social dominante y desafiar los códigos culturales como un mecanismo de descontento y rebelión.

El libro, a través del relato de la nieta, que conversa con su abuela, ya fallecida, a partir de un diario que ella escribió en su adolescencia, retrata los amores entre adolescentes , que se inicia de manera ingenua e incondicional, pero también la historia de una familia de clase media y socialmente disfuncional de la que proviene el enamorado de la nieta, Andrés Pereira Cuba, con una madre alcohólica y un padre ausente en su vida; una existencia con vacíos emocionales que lo empujan a buscar refugio, respeto y reconocimiento en una pandilla dedicada a actividades ilícitas en el underground (subterráneo), donde no interesan los apellidos familiares ni las condiciones sociales, salvo que el nuevo miembro esté interesado en integrarse a la pandilla, porque cuando un adolescente se une a un grupo es porque, de manera consciente o inconsciente, se identifica tanto con el pensamiento de sus miembros como con sus símbolos.

Al lector le queda claro que el enamorado de Ylonka, un muchacho que se dedica a tatuar signos e imágenes en la piel de los clientes, como a ella le tatuó en una zona sensible de su cuerpo, es miembro de una agrupación marginal, cuyos integrantes se resisten a las normativas de la sociedad tradicional, pero que, al mismo tiempo, emprenden un modelo de subcultura, propia del capitalismo en su fase de crisis y descomposición, donde no faltan los seres insensatos involucrados en el acoso sexual, la violación grupal y el tráfico de órganos humanos.

Las tribus urbanas son, en esencia, agrupaciones de adolescentes en la sociedad contemporánea, organizadas en pandillas o bandas citadinas que comparten un universo de intereses comunes contrarios a los valores socioculturales de la sociedad normalizada, mediante códigos y conductas subyacente a la cultura oficial o hegemónica, con identidades compartidas de manera grupal y expresadas a través de ciertos hábitos y comportamientos que los diferencia del resto por su estilo de vida, que se exteriorizan por medio de la ropa, gusto musical, lenguaje, maquillaje, danza y símbolos tatuados en la piel, incluidos el consumo de drogas y alcohol.

La lectura de Tatuaje mayor, con toda la carga psicosocial implícita en el modus vivendi de los personajes, ayuda no solo a desentrañar el complejo mundo de ciertas familias que, a veces, está oculto entre las cuatro paredes del hogar, sino también a comprender mejor el oscuro mundo de los pandilleros.

A pesar del desenlace trágico del enamorado de Ylonka, quien es asesinado en una reyerta de pandillas, la autora nos deja el mensaje de que la vida sigue su curso y que las esperanzas no se pierden jamás. Aquí es donde la voz de la abuela, que Ylonka parece escuchar como cada vez que estaba triste, le dice: Resiste. Los sufrimientos solo sirven cuando van a construir algo. De modo que al final, a la protagonista principal de la novela no le queda otra alternativa que abrazarse a su guitarra, como si fuese un instrumento que ayuda a superar las penas y la pérdida de los seres queridos, para acceder a canciones poéticas interpretadas por voces privilegiadas como la de Andrea Bocelli.

Este libro es un buen ejemplo de que la literatura juvenil puede cumplir una función terapéutica para los adolescentes que buscan una luz de esperanza en un túnel oscuro que se presentan en algún momento de sus vidas. Las historias narradas, con sus ilusiones, dificultades, dramatismos y esperanzas, son elementos que ayudan a respirar aires que, después de las desilusiones y la muerte, recuerdan que la vida sigue su marcha y que uno no tiene el porqué desmayar ante las vicisitudes que, una y otra vez, se manifiestan como tatuajes plasmados en la mente, la piel y el corazón.

 

lunes, 5 de diciembre de 2022

EL MONUMENTO AL MINERO TIENE NOMBRE Y APELLIDO

El planteamiento de erigir un monumento en homenaje a los mineros y colocarlo en la Plaza del Minero, se aprobó de manera unánime en 1953, en la gestión del dirigente Gabriel Porcel, quien, por decisión de una apoteósica asamblea, fue elegido como Secretario General, y se terminó el proyecto del monumento durante la gestión de Irineo Pimentel, quien ocupó la secretaria general del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX en 1954, remplazando a Gabriel Porcel, que ese año pasó a cumplir funciones en calidad de Control Obrero en la Empresa Minera Catavi.

La obra le fue encomendada al escultor orureño Bracamonte y los trámites para su concretización fueron gestionados por el sindicato. El escultor se fijó en la recia personalidad del obrero Félix Trujillo Omonte, lo miró de arriba abajo y decidió que este perforista de interior mina, por su contextura física y su rostro de k’achamozo (joven hermoso), era el modelo perfecto para plasmar el Monumento al Minero.

¿Quién era, en realidad, el modelo? En su expediente personal se establecen los siguientes datos: Félix Trujillo Omonte nació en Quillacollo, Cochabamba, el 27 de febrero de 1925. Era concubino de Angélica Torrez Daga, natural de Poopó y nacida el 31 de mayo de 1930, con quien tuvo seis hijos: Carlos, Germán, Delfina, Victoria, Félix y Nora. Ingresó a trabajar en la empresa Patiño Mines, el 27 de febrero de 1942, el mismo año que se produjo la masacre minera en las pampas de Catavi. Le designaron la Ficha No. 5008 y el Archivo No. 50879, tras aceptar en el Departamento de Empleos, imprimiendo el sello de sus huellas digitales, las siguientes condiciones impuestas por el Contrato de Trabajo:

Conste que yo, Félix Trujillo Omonte, convengo en trabajar con la PATIÑO MINES & ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), en calidad de Jornalero, en las condiciones siguientes:

1°- Me comprometo a cumplir y respetar los reglamentos de la Empresa.

2°- Ejecutaré los trabajos que se me encomienden, con puntualidad, corrección y honorabilidad, acatando las órdenes e instrucciones de mis superiores.

3°- Conservaré mi ficha de identidad para presentarla en cualquier momento, no pudiendo, bajo ningún pretexto cambiarla; y, en caso de extraviarla, abonaré, en calidad de multa, la suma de DIEZ BOLIVIANOS, descontables por planilla.

4°- Declaro estar conforme con el examen médico hecho en mi persona, y haber recibido un ejemplar del certificado médico de ingreso.

5°- Las inasistencias a mi trabajo, sin licencia podrán ser multadas discrecionalmente por la Gerencia de la Empresa, con una suma que no excederá de cinco bolivianos, así como también, en igual forma podrán ser multadas las faltas que yo cometiera contra las disposiciones del Reglamento Interno de la Patiño Mines & Enterprises Consolidated Incorporated.

6°- La Empresa me pagará un jornal de bolivianos, 32.70…… salvo de darme trabajo a contrato en cuyo evento me reconocerá únicamente el avío de pulpería establecido por ella.

7°- Este contrato es válido por treinta días. Si no hay manifestación de contrario, quedará tácitamente renovado de treinta en treinta días. Cesará de hecho sin lugar a indemnización alguna, en cualquier de los casos siguientes: a) por reducción de trabajo; b) por notificación de retiro con 15 días da aviso; c) por infracción de los Reglamentos de la Empresa; y d) por un simple aviso dado por parte del obrero, manifestando su deseo de retirarse de los trabajos de la Empresa.

8°- El obrero deberá presentarse al trabajo, inmediatamente o en el término máximo de tres días, a partir de la fecha; caso contrario quedará nulo este contrato.

9°- El que suscribe Jefe de la Oficina de Empleos, como encargado de la PATIÑO MINES & ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), para recibir trabajadores, acepta el presente contrato en las condiciones antedichas.

ACEPTO

Patiño Mines Enterprises Consolidated (lnc.)

V° B°

G. Barrón

PREFECTO DEL DEPARTAMENTO.

En la Empresa, desde el día en que aceptó las condiciones del Contrato de Trabajo, prestó sus servicios como jornalero, enmaderador, carrero y cabecilla perforista, en las secciones La Blanca, La Salvadora y Laguna.

El dirigente Gabriel Porcel aceptó la sugerencia del escultor y determinó que a Félix Trujillo Omonte se le pagaran sus jornales por quince días hábiles, mientras estuviese posando como modelo delante del escultor, quien no demoró en indicarle las poses que debía asumir para que la escultura resultara tal cual tenía pensado desde que le propusieron realizar un monumento para colocarlo en la Plaza del Minero, como una prueba de que los campamentos y las poblaciones, que nacieron y crecieron al pie de una gibosa montaña, merecían tener un monumento que representara al trabajador minero y fuese una suerte de emblema digno de ser admirado y respetado por propios y extraños.

El modelaje y diseño de la maqueta se llevaron a cabo en una de las viviendas del campamento Gualberto Villarroel, ante las miradas de algunos curiosos que se agolpaban en la puerta de la vivienda donde posaba Félix Trujillo Omonte, con la frente altiva y la mirada tendida en el horizonte, como anunciando el nacimiento de una sociedad sin explotados ni explotadores.

La curiosidad de los vecinos se prolongó por vario días, hasta que la maqueta del minero, de 70 cm, estaba lista para ser presentada al Secretario General del Sindicato, don Irineo Pimentel Rojas, quien fijó la mirada en la maqueta, extraordinariamente trabajada por el artista orureño, y dio su visto bueno para luego ser procesado en los hornos de la fundición de Catavi, donde la maqueta cobraría otras dimensiones, esta vez vaciada en bronce, con una altura de 2.50 metros, el fusil con una medida de 1.30 mts. y la chicharra (perforadora) de 1.50 mts.; una maravilla que sería del pasmo de los obreros de la fundición, quienes, orgullosos del resultado de su trabajo, que se materializó pieza por pieza para luego soldar las partes de la cabeza, el tronco y las extremidades, se tomaron una fotografía delante del magnífico monumento, que lucía espectacular no solo por sus imponentes proporciones, sino también por el enorme significado que tendría para los mineros y sus familias que, por primera vez en sus vidas, verían un monumento en homenaje a los seres que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un mísero salario, a los trabajadores que dejaban sus pulmones en los tenebrosos socavones para extraer el mineral y hacer ricos a unos pocos, mientras ellos vivían hacinados en los campamentos, con una escalera de hijos y a cuatro mil metros sobre el nivel de la pobreza.

El pedestal del monumento

Según testimonios de los trabajadores más antiguos, se sabe que, mientras se realizaba el vaciado en bronce en los hornos de la fundición, empezó a construirse, en los predios de la Plaza del Minero, una estructura de piedra y argamasa que serviría como pedestal para colocar el monumento, con una altura de cinco metros y en forma de cúpula, con aberturas en las partes laterales representando el socavón y algunas escenas mineras; en la parte frontal se puso un carro metalero, empujado por un minero carrero, quien, con la lámpara eléctrica enganchada en la parte frontal del guardatojo, el rostro jaspeado por el polvo y ataviado con sacón, botas de goma y mameluco salpicados por la copajira, era el que mejor personalizaba el trabajo de explotación del estaño extraído desde el vientre de la Pachamama.


Se dice que el diseño del pedestal fue realizado por los ingenieros de la empresa y la obra fina por el personal del departamento de construcciones, hasta que, por fin, una vez que todo estaba listo, el monumento fue descubierto el 21 de diciembre de 1954, en homenaje al Día del Minero Boliviano. Así es como esta obra de arte pasó a formar parte del sindicalismo revolucionario y de la historia del movimiento obrero de Siglo XX, Llallagua y Catavi.

Tiempo después, en el pedestal de la enorme figura de bronce, de más de dos metros de alto, se vio la necesidad de colocar en la parte frontal, detrás de una estructura de vidrio y metal, la estatuilla del Tío de la mina, el ser que representa lo profano y lo sagrado en la cosmovisión andina, el personaje central en la mitología minera, a quien le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y botellas de aguardiente. 

Félix Trujillo Omonte falleció en el Hospital Obrero de la Empresa Minera Catavi, el 15 de julio de 1963, a los escasos 38 años de edad, sin volver a ver su tierra valluna, donde trabajó como labrador en su infancia y adolescencia. Según el certificado médico extendido por el Departamento Médico de la Empresa, firmado por Dr. Carlos Torricos T., se constata que el deceso se debió a: colecistitis crónica, colecistectomía, apendicetomía, enfisema sub-cutáneo, colapso periférico; en palabras más sencillas, la causa de la muerte fue por fibrosis nodular (silicosis o mal de mina, conocida también como enfermedad profesional).

El modelo Félix Trujillo Omonte, como todos los mineros, acabó sus días con los pulmones destrozados por la silicosis, dejando a una numerosa familia en la orfandad. Su viuda se conformó con un miserable pago por desahucio e indemnización por varios años de servicios en la Empresa, mientras los jerarcas de la COMIBOL vivían a cuerpo de rey y percibían altos salarios a costa de quienes fallecían al borde de la infinita miseria, dejando a una viuda sin consuelo y una escalera de huérfanos que no tenían más remedio que buscarse otra vida lejos de los campamentos mineros, lejos de los socavones dispuestos a tragarse a quienes se internaban en el laberinto de sus galerías. ¡Qué desgracia más grande para un minero que, además de haber sido el modelo de un escultor, se convirtió en la imagen más visible y fotografiada en la Plaza del Minero de Siglo XX!

Félix Trujillo Omonte fue el perforista que, sin saber la importancia que tendría en la Plaza del Minero, se convirtió en un monumento que, aparte de formar parte del patrimonio histórico del movimiento obrero, se conservará para siempre en la mente y el corazón de los habitantes de los distritos mineros, que escribieron a sangre y fuego las páginas más memorables de la historia boliviana.

El Monumento al Minero como patrimonio histórico

Este memorable monumento, que se yergue en plena Plaza del Minero de Siglo XX, cual gigante de bronce acostumbrado a batirse como un titán contra las rocas, como tantas veces se batió contra los enemigos declarados de la clase obrera, es uno de los mejores que existen en los centros mineros del país.


Ya se sabe que el modelo tenía un físico debidamente proporcionado, puesto que el monumento, una combinación de arena, argamasa, bronce y roca, lo muestra con el torso desnudo, los músculos de hombre acostumbrado al trabajo duro y rudo. Así era Félix Trujillo Omonte, quien, con el pie derecho por delante y asentado la bota sobre las rocas del pedestal, el pantalón arrugado y el cinturón de correa gruesa y hebilla impresionante, que sujeta en la parte posterior la batería de su lámpara engancha al guardatojo, convierte al minero en el héroe de las luchas sociales, portando el fusil en una mano y la perforadora en la otra, como si estuviese decidido a ponerse siempre a la vanguardia de la nación oprimida y conquistar mejores condiciones de vida y de trabajo. Por eso mismo, merece permanecer como patrimonio histórico de la clase obrera, que desde siempre soportó los látigos de la opresión imperialista; se trata, pues, de un monumento que sirve para dejar constancia de que los mineros fueron quienes forjaron la patria con la fuerza de sus brazos y su indiscutible conciencia de clase.

El Monumento al Minero es una esfinge que evoca a los obreros combativos, que algunas veces sufrieron amargas derrotas en las contiendas que costaron baños de sangre, a los que estaban dispuestos a ofrendar su vida a la causa de la revolución proletaria, a los que fueron víctimas de las masacres perpetradas por las fuerzas represivas al servicio de las oligarquía minero-feudal y las tropas del ejército que actuaron al mando de las dictaduras militares.

El Monumento al Minero es también un reconocimiento al trabajo de esos esforzados hombres de los socavones que, escupiendo sangre por la tuberculosis y silicosis, lo dieron todo por el progreso del país a través de una actividad que durante el siglo XX fue el pilar fundamental de la economía nacional. El Monumento al Minero es, asimismo, un reconocimiento a la labor ardua y arriesgada de los trabajadores del subsuelo, sobre todo, cuando la seguridad industrial nunca ha sido una prioridad para los dueños de la empresa, salvo la explotación despiadada para acumular ganancias millonarias a costa de la miseria y el desmerecido sacrificio de los obreros.

El Monumento al Minero es la figura más emblemática de la Plaza del Minero de Siglo XX, cumple la función de conservar la memoria histórica de un proletariado que, durante la exploración de los recursos mineralógicos, fue revolucionario por excelencia. No cabe duda que representa a la clase social antagónica de la burguesía en un sistema de producción capitalista, que tuvo la injerencia de consorcios transnacionales, interesados en la explotación extractivista de los recursos naturales en una nación con enormes desigualdades sociales.

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

LA HISTÓRICA PLAZA DEL MINERO

Pasar y repasar por la histórica y gloriosa Plaza del Minero de la población de Siglo XX, sea de día o sea de noche, evoca mucha nostalgia y recuerda un pasado que dignificó las luchas de los mineros nortepotosinos, quienes, con el verbo encendido y su afilada conciencia política, estaban dispuestos a transformar las tareas democráticas burguesas en socialistas, acaudillando a la nación oprimida por el imperialismo y sus sirvientes nativos.

Hablar de la Plaza del Minero es hablar del sindicalismo revolucionario, de ese sindicato que se creó en 1941 y luego construyó su sede con piedra labrada sobre las ruinas de otro edificio que tenía las paredes de adobes y el techo de paja.

En la Plaza del Minero, en momentos en que el ardor de las luchas obreras alcanzaba su mayor esplendor, se realizaban las apoteósicas asambleas, donde no faltaban los discursos que anunciaban el fin del sistema capitalista y el nacimiento de una sociedad con libertades democráticas y justicia social. Los discursos, beligerantes e incendiarios, se pronunciaban al son del ulular de la sirena del sindicato, que servía para convocar a los obreros al trabajo, pero también para convocarlos a las asambleas cuando urgía tomar decisiones en épocas de convulsiones políticas y sociales.

La Plaza del Minero fue el escenario donde se libraron intensas batallas ente los guardianes de la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales. No pocas veces, los obreros, armados con cachorros de dinamitas y fusiles en mano, se enfrentaron a las tropas castrenses y los agentes de la policía, como leones azuzados por sus cazadores, sin perder las perspectivas libertarias ni las esperanzas de coronar una victoria en el campo de batalla.

Cuando el país se encontraba al borde de una guerra civil, durante el gobierno rosquero de Enrique Hertzog, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia declaró una huelga general. El gobierno ordenó el apresamiento de Juan Lechín y Mario Torrez y envió dos avionetas que ametrallaron los campamentos de Siglo XX, provocando un muerto y varios heridos. Las valerosas amas de casa y los mineros, enardecidos por los violentos hechos, sitiaron la Superintendencia de Siglo XX y tomaron como rehenes a varios técnicos norteamericanos de la Patiño Mines, exigiendo la libertad de sus dirigentes el 29 de mayo de 1949. Horas después, en la segunda planta de la sede sindical, donde se encontraban los rehenes, se suscitó, en circunstancias no del todo esclarecidas, la muerte de John O’Connor, Albert Kreffting y el jefe del campamento de Siglo XX.

En la misma segunda planta, donde estaba –y sigue estando la combativa y varias veces intervenida militarmente– Radio La Voz del Minero, fue victimado a tiros Rosendo García Maisman, dirigente minero y militante del Partido Comunista, en la madrugada del 24 de junio de 1967; es decir, el mismo día que se produjo la horrenda masacre de San Juan.

Las paredes de la sede sindical, con impactos de bala en el frontis, son testigos mudos de las intervenciones militares, las protestas de los obreros y las masacres perpetradas por los regímenes dictatoriales. En el mismo frontis luce el histórico balcón de la segunda planta, donde descollaron las figuras de los dirigentes mineros, amas de casa y estudiantes de secundaria, dispuestos a pronunciar sus arengas contra los enemigos de la clase obrera y el pueblo boliviano.

En la histórica plaza de la población de Siglo XX, además del Monumento al Minero, que no solo es una obra escultórica elaborada con un alto criterio estético, sino también un atractivo turístico de esta tierra minera, se encuentran la estatua de Federico Escobar, la Palliri y Filemón Escóbar, pero también los bustos de Irineo Pimental y César Lora, cuyo pedestal, que parece un sólido bloque de hormigón armado, está lleno de plaquetas conmemorativas y altorrelieves, como la imagen del desaparecido Isaac Camacho y el perfil del líder trotskista Guillerno Lora, incluyendo las inscripciones colocadas en un lugar significativo del busto tallado en mole de granito por el artista Indio Víctor Zapana.

El busto de César Lora fue inaugurado a finales de julio de 1975, en un acto sencillo pero significativo. La inauguración contó con numeroso público que se agrupó alrededor de una fogata que desprendía chispas bajo el cielo cuajado de estrellas. En las plaquetas pueden leerse diversas inscripciones; por ejemplo, en la que está en la parte superior, dice: Homenaje a los mártires obreros asesinados por el gorilismo: César Lora, 29 de julio de 1965. Isaac Camacho, julio de 1967; Julio C. Aguilar, julio de 1965. C.R. del P.O.R. Siglo XX, 29 de julio de 1975. En la plaqueta empotrada en el centro se lee: Los trabajadores de Siglo XX-Catavi a César Lora e Isaac Camacho. Mártires de la revolución proletaria. Siglo XX-Catavi, 29 julio 1975 y en la plaqueta empotrada en la parte inferior, con fondo rojo y letras en alto relieve, se lee: A Guillermo Lora, el redactor de la ‘Tesis de Pulacayo’, Siglo XX, mayo 2009.

El Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX se mantuvo vigente por más de medio siglo, desde el 10 de enero de 1941, fecha de su fundación, hasta 1987, año en que entornó sus puertas, tras el cierre de las minas nacionalizadas dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la famosa Marcha por la Vida, en agosto de 1986. Desde entonces, el sindicato más combativo del país pasó a la historia con sus luces y sus sombras, como cuando llega el ocaso de un día que despertó con una deslumbrante alborada.

Ahora que la sede sindical está vacía y la Plaza del Minero está siendo avasallada por comerciantes minoristas, es obligación de las autoridades ediles conservarla para la posteridad, para que las generaciones del presente y el futuro sepan que en este distrito minero, que parece haber quedado en el olvido tras la relocalización, nacieron, vivieron y se formaron los dirigentes sindicales más combativos del movimiento obrero boliviano.

La Plaza del Minero es uno de los sitios más preciados de esta tierra minera, bañada de mineral, lágrimas, sudor y sangre; es más, los bustos y monumentos conmemorativos son las piezas más visuales y visitadas del paisaje de la población de Siglo XX, en vista de que preservan la esencia misma de un centro minero que tiene un pasado, presente y futuro. La Plaza del Minero, por su valor político, social, cultural e histórico, es el símbolo del heroísmo de una clase social que forjó el destino de la patria profunda y, por eso mismo, el lugar más emblemático y turístico del norte de Potosí. No en vano, el Concejo Municipal de Llallagua, a solicitud de la Asociación de Rentistas Mineros Regional Llallagua y conforme establece la Ley No. 131/2017 del 23 de junio de 2017, Declara a la Plaza del Minero Monumento Histórico de Grandes Revolucionarios y Líderes Sindicales.