jueves, 2 de enero de 2025

LA ESTATUA DE JUANA AZURDUY EN LA CIUDAD DE EL ALTO

Cualquiera que va de Ciudad Satélite a La Ceja de El Alto, pasa por la Plaza Juana Azurduy, donde está el monumento de bronce de la heroína de las guerras independentistas en el virreinato del Río de la Plata, realizado en 1989 por el magnífico escultor Gustavo Lara (Huanuni, 1932 – Oruro, 2014), quien ya, dos años antes de la revolución nacionalista de 1952, había levantado el notable Monumento del Minero en su ciudad natal.

Si uno se queda en la Plaza con forma circular, se dará cuenta que ésta está flanqueada por cuatro calles y ocho esquinas, y si uno contempla de cerca el monumento, no le queda más palabras que la expresión de asombro: ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!... ¡Qué maravilla!

Las movilidades no dejan de circular, a pesar de las trancaderas en la zona Villa Dolores y los peatones no dejan de transitar por las aceras atestadas de comerciantes que ofrecen sus productos a toda hora, por la mañana, la tarde y la noche, sin importar si está lloviendo, granizando o haciendo un frío helado calándose hasta los huesos.

Juana Azurduy aprendió de niña las faenas del campo, al acompañar a su padre mientras trabajaba, y así entró en contacto con los pobladores originarios, quienes no dudaron en enseñarle el idioma quechua, además de los usos y costumbres de los indígenas de la Real Audiencia de Charcas.

A los 25 años contrajo matrimonio con Miguel Asencio Padilla, el futuro guerrillero independentista, con quien tuvo cinco hijos, que vivieron junto a las tropas patrióticas sufriendo enfermedades y soportando carencias de toda índole. Se dice que, algunas veces, decidida a formar parte en las campañas patrióticas, dejaba a sus hijos al cuidado de conocidos de más confianza e indios identificados con la causa de los patriotas.

El escultor la concibió a la heroína en pleno combate, con la cabellera tendida al viento, el rostro, de piel color cobre, expuesto a las inclemencias del tiempo, la frente altiva y la mirada vivaz y siempre alerta. La hizo montada a la amazona, sujetando las riendas con una mano y con la otra blandiendo un afilado sable, quizás el mismo que le obsequió el prócer Manuel Belgrano, destacándola por su valentía y eficacia de mando; cualidades que, además, le valieron el nombramiento de teniente coronel en el verano de 1816.

En la estatua, que destaca en la zona Villa Dolores de El Alto, tiene la pierna derecha en posición correcta sobre el faldón y abrazada por la ligera curvatura de la corneta fija, hecha de pletina de hierro y forrada con cuero, precipitándose con holgura, sin obstaculizar el movimiento de la cruz y el dorso del caballo.

El escultor la concibió vestida de militar, conservando sus dotes femeninas a pesar de las guerras. Contemplada a la distancia, cualquiera que la imagina en el campo de batalla, puede suponer que lleva una chaqueta militar, una falda larga y una mantilla tipo capa flotando en la nada; las boleadoras al ciento, el sable desenvainado y la bota de montar izquierda ajustada en el estribo de plata.

Su caballo, de buena sangre y alta parada, enjaezado como la de un general, que está entrenado para avanzar al trote y al galope en las pampas, quebradas y montañas, parece estar ensillado con sus arreos de guerra; tiene el freno en la parte posterior de la boca, ladeándole la cabeza hacia abajo, las crines desgreñadas y levantándose sobre sus patas traseras, como si fuese a dar un salto en el vacío, mientras la heroína, con el sable fulgente bajo el sol, está dispuesta a embestir contra las tropas enemigas, que la tienen en la mira, con ganas de saciar su sed de sangre y decapitarla para exhibir su cabeza en la picota del escarnio.

Los realistas sabían que ella, acostumbrada a combatir sin bajar la guardia ni dejar que el enemigo la sorprenda por asalto, estaba al mando de los patriotas dispuestos a derramar su sangre a cambio de conquistar la independencia del virreinato del Río de la Plata. Ellos sabían que Juana Azurduy era la mujer que comandaba a las tropas patriotas, enseñándoles tácticas y estrategias de guerra; no en vano, ella misma se preparaba en artes militares, como cuando luchaba con muñecos de paja atravesándolos con su lanza, lanzando la boleadora por los aires, apretando la mano en la empuñadura de la espada y practicando la equitación al estilo de una amazona, sin temor a sentarse en la silla ni perder el equilibrio, tal como le había enseñado su padre desde que era niña.

El monumento representa a la mujer que lo perdió todo, esposo, hijos y bienes materiales, por ganar una patria grande, independiente y soberana. Se supone que no dejó de luchar un solo día contra el virreinato rioplatense. No es casual que haya participado en la revolución de Chuquisaca, en la batalla de Salta, Vilcapugio, Ayohuma y otras, donde  demostró su denuedo y coraje, incluso cuando en una de las batallas fue herida con dos proyectiles, uno en la pierna y otro en el pecho. Ella, a pesar de las heridas a sangre viva y conteniendo los gestos de dolor, continuaba luchando para no desmoralizar al resto de los guerreros que peleaban como leones contra la dominación española en tierras americanas.

Juana Azurduy, que representó la insurrección de la población indígena y mestiza agobiada por siglos de expoliación colonial, luchó en la región del Alto Perú, desde el norte de Chuquisaca, en el Altiplano, hasta las selvas del sur. Fue líder indiscutible en la organización de un batallón denominado Los Leales y un cuerpo de caballería conformado por veinticinco mujeres, conocido como Las Amazonas de la independencia.

En noviembre de 1925, en su casa de Chuquisaca, recibió la visita del libertador Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, el caudillo Lanza y otros personajes para homenajearla y reconocer su trayectoria. En esa ocasión, el libertador Bolívar se puso delante de los presentes, elogió a Juana Azurduy y dijo: Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre.

Simón Bolívar le ascendió a coronela y le otorgó una pensión de sesenta pesos, que apenas le alcanzaba para comer; lo peor es que dejó de percibirla en 1830, debido a los vaivenes políticos bolivianos. Desde entonces, vivió aislada de las convulsiones sociales y empeñada en recuperar sus tierras confiscadas por los realistas, de las cuales solo le devolvieron, tras la independencia de las antiguas colonias españolas, su hacienda del K’ullko y nada más.

Sus biógrafos aseveran que murió en la miseria y el olvido, el 25 de mayo de 1862, a los 81 años de edad. Sus restos mortales fueron enterrados en una fosa común, con la única compañía de un sacerdote que pronunció una oración. Décadas más tarde, sus restos fueron exhumados y depositados en un mausoleo construido en su homenaje en la ciudad de Sucre.

El monumento, realizado por el escultor Gustavo Lara, es uno más de los homenajes que le rindieron a Juana Azurduy de Padilla en Argentina y Bolivia, como un justo reconocimiento a sus heroicas hazañas en las luchas de independencia americana.

Que el monumento esté ubicado en la plaza que lleva su nombre en la zona Villa Dolores, de la ciudad de El Alto, es un acierto histórico que debe ser valorado por los ciudadanos alteños y los turistas que desean conocer a los personajes que entregaron su vida a la causa patriótica, en el afán de convertirnos en un pueblo libre y soberano.