jueves, 23 de julio de 2020


CUENTAGOTAS

Monstruo marino

Cuando las olas avanzaron desde el horizonte, con una fuerza y un despliegue de tenebrosas espumas, el barco, con las velas desplegadas a la deriva, empezó a flotar entre las embravecidas olas del mar, cuyas aguas se vaciaban en un abismo sin fondo. Los tripulantes no alcanzaron a salvar sus vidas y desaparecieron entre gritos de espanto y auxilio. El único sobreviviente, quien fue tragado por una ballena y escupido cerca de un puerto, contó que el barco y los tripulantes no desaparecieron en un abismo, sino que fueron engullidos por un monstruo parecido al demonio, con escamas en el cuerpo, ojos en la punta de los cuernos, alas de quimera y cola de saurio.

La vida y la muerte

Sentadas en el tren del tiempo, conversaron sobre los altares y los ritos de Todos los Santos, hasta que la muerte, ataviada de negro, le dijo:

–Quisiera que me des tu vida para dejar de ser muerte.

–¡Eso ni muerta! –contestó la vida.

Háganse Dios y el Diablo

Dios habló: ¡Hágase la luz!
El Diablo habló: ¡Hágase la oscuridad!
El ser humano habló: ¡Háganse Dios y el Diablo!

Tilín-Talán

Tilín-Tilín tocó la  puerta.
–¿Quién es? –preguntó Talán-Talán.
–Tilín-Tilín –contestó.
–¿Qué desea?
–Hacer Tilín-Tilín con Talán-Talán.
–¿Y para qué?
–Para que nazca un Tilín-Talán.

El romántico

Quiso encontrar la felicidad en el amor, pero no encontró más que la desilusión y la muerte.

El profe

Los estudiantes de matemáticas, suspendidos una y otra vez, no dudaron en poner en duda los métodos de enseñanza del profe de mate.

–El profe es más complicado que una fórmula algebraica –comentaban de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres.

El profe ponía oídos sordos a los comentarios y no decía nada.

Los estudiantes sabían que el profe dominaba su materia al dedillo; lo que no dominaba era el arte didáctico de cómo hacerles tragar los números como aceite con cuchara.

Evolución

–Si el mono es el pariente cercano del hombre –se dijo un chimpancé enjaulado–, entonces es lógico que Tarzán sea el rey de los monos.

El rencor

En una población de la meseta andina, lejos de la mano de Dios y cerca de la mano del Diablo, un minero descubrió a su mujer recostada con otro hombre, en la misma cama y en el mismo cuarto en el que se juraron fidelidad.

El minero, cegado por los celos y el corazón partido por el rencor, mató al amante y descuartizó a su mujer.

El hijo de la pareja, único testigo del terrible crimen, se retiró empapado en lágrimas y se refugió en la cancha de fútbol, su gran pasión, donde acabó con su vida colgándose del travesaño.

lunes, 20 de julio de 2020


WILLY FLORES PARTIÓ HACIA EL PARNASO DE LOS GRANDES

Ahora que la prensa digital, en tiempos de pandemia, me trajo la infausta noticia de su deceso, acaecido el pasado domingo 19 de los corrientes, me embarga una amarga tristeza, porque a Willy le tenía un especial aprecio no sólo porque compartíamos intereses comunes, sino también porque nos unía una sincera amistad. Siento un hondo pesar al saber que no pudo asistir a tiempo a una consulta médica por sus afecciones cardiorrespiratorias, debido a que cumplía con una detención domiciliaria que le impusieron arbitrariamente desde noviembre del 2019, tras las revueltas iniciadas contra el gobierno del MAS, acusándolo, sin prueba alguna, de fabricar y distribuir bombas molotov, por órdenes del Ministerio de Culturas, entre los alteños que defendían el Proceso de Cambio.

Willy Flores vivía enamorado de la vida y las ideas libertarias. Se casó con su compañera de teatro María Elena Cárdenas, con quien tuvo un niño que, de seguro, es ya el heredero del talento artístico de su padre y el continuador de su actividad actoral, que si bien no le daba riquezas en metal, le dejaba enormes satisfacciones en el alma, que de por si es un valioso patrimonio espiritual, que no se puede cambiar ni por todo el oro del mundo.

Willy Flores jamás perdió su ajayu de alteño; tenía los pies clavados en su comunidad aymara y las esperanzas puestas en un porvenir mejor que el que ofrece la voracidad del capitalismo salvaje. Estaba comprometido con el destino de los sectores más desposeídos y compartía el sueño de los luchadores sociales empeñados en conquistar mejores condiciones de vida. Era por eso que admiraba la obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano, a quien, según me confesó en cierta ocasión, mientras caminábamos rumbo al local del Centro Cultural Albor, hubiera querido conocerlo en persona, para intercambiar ideas, estrecharle la mano y fundirlo en un fraternal abrazo.

Willy Flores no vivía del arte, sino para el arte. Su vida destilaba teatro y por sus venas corría poesía. Todo él era arte, un ser humano con una gran capacidad histriónica y un autor de piezas de teatro con fuerte contenido sociopolítico. Seguidor del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, creador del teatro épico y dialéctico, y admirador de la escritora sueca Astrid Lindgren, cuya obra infantil, Miguel el travieso, él adaptó con acertada intuición a la realidad boliviana.


Cuando puso en escena Bolivia Diez, me invitó a una de las presentaciones en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez de la ciudad de La Paz, donde me sorprendió con la magnífica interpretación que hizo de los relatos tomados de mis Conversaciones con el Tío de Potosí. Al finalizar el acto, lo visité en los camerinos para felicitarle a él y a sus compañeros. Fue entonces que, medio en serio y medio en broma, me invitó a formar parte de su elenco, con el argumento de que nadie podía encarnar mejor que yo las diabluras del Tío de la mina. Yo me limité a esbozar una sonrisa, en tanto él me miró a los ojos y dijo: Piénsalo, Montoya.

Willy Flores era un amigo que lo daba todo sin pedir nada a cambio, un compañero en la ruta de los enamorados de la libertad y la justicia, un hombre de teatro acostumbrado a ganarse los aplausos con honestidad y esmero, un maestro de miles de jóvenes que se formaron en teatro y poesía por el camino del arte, en el que él era un verdadero tejedor de sueños y esperanzas. Willy era, sin mayores preámbulos ni rodeos, el prototipo del intelectual revolucionario que intentaba descifrar la realidad social a través de sus actuaciones, uno de los precursores fundamentales del teatro alteño y pieza clave de la vida cultural de una ciudad que él amaba como si todas sus calles y todos sus parques fuesen escenarios al aire libre, sin dejarles de reclamar a las autoridades ediles cómo era posible que la segunda ciudad demográficamente más grande de Bolivia tuviera un solo teatro, el Teatro Raúl Salmón de la Barra que, en varias oportunidades, en lugar de fomentar actividades culturales, estaba al servicio de algunas sectas religiosas que lo usaban para congregar a sus feligreses los fines de semana.

Siempre pensé que si Albor existía era porque existía Willy, su dedicación y su esfuerzo eran recursos indispensables para asumir los retos de sus presentaciones teatrales en el ámbito nacional e internacional y, sobre todo, para llevar adelante los proyectos que se planteaban como institución cultural en la ciudad de El Alto, donde se ganaron un merecido respeto a fuerza de trabajo serio y perseverante. No en vano el grupo Albor, aparte de promover actividades poéticas y teatrales, constituía un referente fundamental de la vida cultural que se desarrolla en la ciudad más joven y más alta de Bolivia.


Algunas veces me invitó a participar de sus actividades, me presentó a los jóvenes que asistían a sus lecciones de teatro y me convocó a ser jurado del concurso de poesía Pluma de Plata y del festival poético Jiwasamphi Sartañani, que eran verdaderas fiestas de la palabra oral y escrita, en las que participaban estudiantes de los ciclos primarios y secundarios de todo el país; todo un movimiento cultural organizado con gran entusiasmo y encomio, en aras de formar a jóvenes y niños en las bellas artes de la poesía y el teatro, contextos en los cuales él supo descollar con talento natural, como natural era su forma de ser y de pensar, con el corazón bien puesto a la izquierda de su pecho.

Ahora que me llegó la fatal noticia de su partida hacia el parnaso de los grandes, recuerdo también que alguna vez, por solicitud de su compañera Leticia Guarachi, dirigí un taller de literatura en los ambientes de Albor, ubicados en la esquina de la Calle 6 de la zona Villa Dolores, donde los y las jóvenes escribieron textos, tanto en prosa como en verso, sobre la compleja y contradictoria realidad de la ciudad de El Alto, y cuyos textos, una vez reunidos y revisados, fueron publicados en una edición artesanal con el título de Muñecos, Heces y Reflejos, el año 2013; un resultado escritural por el que Willy me agradeció con palabras sinceras, consciente de que ese granito de arena le sumaba puntos a la institución cultural, con autogestión y principios basados en el respeto a los derechos humanos, a la que entregó su vida entera desde su fundación.


Willy Flores y sus compañeros hacía mucho que venían desarrollando una Cultura de Altura, con el único objetivo de rescatar el patrimonio histórico y la memoria colectiva alteña, para luego representarlos sobre las tablas, sin más compañía que los actores/ras, reflectores, telones, micrófonos y un público interesado en aprender y disfrutar de su propia historia puesta en escena, al margen de otras obras que él leía con sumo interés y las adaptaba a las técnicas propias del teatro, como ocurrió con Las venas abiertas de América Latina de Galeano, que presentaron cientos de veces tanto en Bolivia como en otros países del continente, en cuyos escenarios él supo destacar con su voz templada y ataviado siempre con un saco blanco y negro.

Para Willy Flores, en su condición de director del Teatro Albor, era importante que todas las representaciones estuviesen ligadas a temáticas políticas e históricas, desde una perspectiva ética y estética. El fondo y la forma debían ensamblarse y obedecer a parámetros destinados no solo a entretener al público, sino a entregarle un mensaje con la intención de ejercer influencia sobre sus ideas y su conciencia. Estaba empeñado en proponer un tipo de teatro que mostrara la realidad de los bolivianos, con escenas donde se reflejaran las contradicciones sociales y raciales, con todas las características que condicionan la vida humana. Se trataba de una propuesta teatral que conmoviera los sentimientos y obligara a pensar a los espectadores, ya sean estos niños, jóvenes o adultos, invitándolos a sacar sus propias conclusiones sobre la pieza puesta en escena. Todo esto motivado por la concepción de demostrarles a los críticos y escépticos que, a través del teatro, se podía contribuir a la educación y a modificar las estructuras socioeconómicas de una sociedad.

Con el prematuro deceso de Willy Flores, la ciudad de El Alto pierde a un gran actor, poeta y gestor cultural. Ahora, a sus familiares, amigos y conocidos, nos queda sólo aguardar que las semillas que sembró durante años, con honda pasión y desmedido amor, florezcan a plenitud en el jardín de los hombres y mujeres enamorados del arte, la poesía y el teatro.  

Fotos:

1. Willy Flores
2. Willy Flores y el Teatro Albor en la escenificación de cuentos del Tío de la mina, Llallagua, 5/9/2018.
3. Un miembro de Albor, Víctor Montoya y Willy Muñoz. En la premiación del concurso “Pluma de Plata”. Ministerio de Culturas, La Paz, 26/12/2013.
4. Leticia Guarachi, María Elena Cárdenas, Clemente Mamani, Marcela Gutiérrez, Víctor Montoya, Willy Flores y un miembro de Albor. Local del Centro Cultural Albor, El Alto, 16/12/2012.

martes, 14 de julio de 2020


DE FÁBULAS Y CUENTOS

En la capital de México, muy cerquita del Zócalo, en un kiosco de libros usados, adquirí a precio módico las Obras completas del guatemalteco Augusto Monterroso, cuyas tapas amarillentas daban la impresión de haber pasado como el diablo por los dientes de un molino; un aspecto que, sin embargo, no le restaba su valor literario, tratándose de una colección fabulosa donde, por supuesto, estaba bien plantado su microcuento El dinosaurio, compuesto nada menos que de siete palabras: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. La obra era completa porque, aparte de varios relatos dispersos, incluía La oveja negra y demás fábulas, que el autor escribió deslumbrado por la fauna del Jardín Zoológico de Chapultepec.

Esa misma noche, en el vernissage de un pintor boliviano afincado en México, compartí momentos agradables con el periodista y poeta Coco Manto, quien, a modo de tomarle el pelo al autor de La oveja negra, escribió en  su libro, Animalversiones (Zoopatología de ciertas bestias), un párrafo que, con ironía y gran sentido del humor, expresa: Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí... Éste es el cuento más corto, se dice. Lo escribió Tito Monterroso, aunque yo me sé uno más chiquito: había una vez truz... Como es natural, entre chiste y chiste, atiné a comentar su genial ocurrencia. Coco Manto se tragó la lengua, se hizo el despistado y esbozó una sonrisa como única respuesta. 

Cuando retorné a Suecia, con las obras de Esopo, Samaniego, Iriarte, La Fontaine y otros que se llenaron en la maleta, dejando afuera los souvenir y las botellas de mezcal, no hice otra cosa que enfrascarme en la lectura de las fábulas, a modo de refugiarme del espantoso frío escandinavo y olvidarme de la nieve a costa de leer historias ambientadas en la selva, hasta que una noche soñé que estaba tendido al pie de un árbol de follaje espeso. Miraba el sol que incendiaba el manto azul del cielo, cuando la sombra de otro árbol, de tronco macizo y leñoso, cayó aplastándome la mirada. Intenté pararme, pero sentí que algo pesado se me precipitó encima; no era el árbol, tampoco la sombra, sino la pata de un elefante aplastándome el cuello. El elefante era inmenso y poseía un peso ni para qué les cuento.

De pronto vi el sol descolgándose del cielo como pelota de fuego. Me quemó por dentro, como si el fuego se hubiese instalado en mi cuerpo. Me retorcí de dolor. Quise toser, pero no pude, hasta que el elefante me clavó los colmillos en las piernas, respirándome con su trompa rugosa y prensil.

Agonizaba con la mirada tendida en la nada, mientras una bandada de buitres sobrevolaba alrededor del elefante, que rápidamente se retiró al trote, batiendo el rabo, las orejas y la trompa. Uno de los buitres, la cabeza y el pescuezo desplumados como el de los gallos de pelea, se me acercó a los ojos. Desplegó las alas y dio pequeños brincos en derredor, como cuando se disputa un trozo de carroña entre otras aves de rapiña. Yo permanecí aterrado y quieto, con el corazón golpeándome contra la caja del pecho. A ratos, mientras miraba al buitre con el rabillo del ojo, sentía que la respiración se me iba entre estertores de agonía.

El buitre volvió a plegar las alas. Se detuvo a la altura de mi cabeza y, enseñándome una de sus garras fuertes y encorvadas, preguntó: 

¿Sabes para qué sirve esto?

No contesté con voz moribunda.

¿Así que no sabes? dijo. Se subió sobre mi pecho, se movió tambaleándose y desplegó las alas. Luego insistió: ¿Así que no sabes para qué sirven mis garras?  

No...

¡Sirven para deshacerte mejor! dijo lanzando un graznido que me desgarró los oídos.

Después hundió sus garras en mis ojos y me arrancó la carne a picotazos, hasta reducirme a un montón de huesos...

Qué terrible la pesadilla que me gasté, ¿verdad? Eso me pasó por haber leído obsesionadamente esas pequeñas composiciones literarias, escritas en verso y en prosa, cuyos protagonistas son animales con personalidad y voz propias, gracias al ingenio y la pluma de sus autores, quienes no solo tienen la capacidad de atribuirles dones humanos, sino también la capacidad de metamorfosearse en bichos inmundos como ocurre con Gregorio Samsa en la obra del atormentado Kafka.


Las Animalversiones de Coco Manto, a diferencia de las fábulas de Monterroso, son una suerte de alegorías donde los humanos se confunden con los animales, o estos con sus hermanos racionales, pues el autor, quien se burla del poder corrupto de los politiqueros de levita y se rebela contra el despotismo de las dictaduras militares, tiene la habilidad de entretenernos con cuentos que encierran verdades éticas y morales, y con otras que, rayando en las expresiones de doble sentido o los chistes, dicen: La vaca tomó al toro por las astas para que no le ponga cuernos. Otro: El loro le dijo al rey león que un burro quería ser burra. El sabio rey le ordenó: enciérralo con llave en la biblioteca para que se aburra. Otrito más y listo: El gallo es el palo del gallinero.

Aunque la fábula no tenga una enseñanza útil en el desenlace ni una moraleja al pie de página, es importante que al menos esté bien contada y en breve tiempo, porque la fábula es, ante todo, tiempo concentrado. ¡Ah!, quizás no tanto, pues como atinadamente advirtió Monterroso: No se trata solo de suprimir palabras. Hay que dejar las indispensables para que la cosa, además de tener sentido, suene bien, así como suenan las poesías del Coco Manto en la poderosa voz de Luis Rico, acompañado por la sonora Banda del Pagador, donde los platilleros, soplalatas y tamboreros, se parecen a los personajes de los fabulistas en Carnaval.

Foto: Coco Manto y Víctor Montoya en la redacción del periódico “Excelsior” de México (2002), donde trabajaba el periodista y poeta boliviano.

sábado, 4 de julio de 2020


A CUATRO DÉCADAS DEL ASESINATO Y DESAPARICIÓN
DE MARCELO QUIROGA SANTA CRUZ

Este 17 de julio se cumplen 40 años del asesinato y desaparición del connotado intelectual y líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz (Cochabamba, 1931 –  La Paz, 1980). Hijo de una familia vinculada a la oligarquía boliviana. Su padre, José Antonio Quiroga, que fue diputado por el Partido Republicano Genuino y ministro del gobierno de Daniel Salamanca en 1934, abandonó la política decepcionado por la caída del presidente, aunque en el fondo no escondía su simpatía por la candidatura de Hertzong y Urriolagoita, que era la mejor apuesta de la rosca minero-feudal.

En 1943, su familia se instaló en la ciudad de La Paz, al asumir su padre la gerencia general de la empresa Patiño Mines & Enterprises Consolidated, Inc., donde se lo conocía como el Monje Negro del patiñismo. Probablemente, en esa misma época, Marcelo conoció al pintor cataveño Enrique Arnal, quien fue su amigo de la infancia. Los padres de ambos trabajaban en la empresa de uno de los Barones del Estaño, cuyas oficinas principales se encontraban en la población de Catavi, al norte del departamento de Potosí. Más tarde, cuando Marcelo y Enrique eran jóvenes, decidieron zarpar en un barco rumbo al viejo continente, con el propósito de instalarse en París. Se cuenta que durante el viaje, el joven intelectual sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado en el navío. A pocos meses de haber permanecido en la Ciudad Luz, y tras algunas dificultades propias de los inmigrantes, retornó a Bolivia en 1959, año en que se publicó su conocida novela Los deshabitados, que en 1962 ganó el premio William Faulkner a la mejor novela hispanoamericana escrita desde la Segunda Guerra Mundial, con un discurso narrativo sin acción alguna, sin descripciones de ambientes ni paisajes, pero con una profunda descripción de sus personajes, con una temática introspectiva sobre el destino y los conflictos existenciales del hombre. Su segunda novela, Otra vez marzo, inconclusa, apareció de manera póstuma en 1990.


Su entrega política iba a la par con la pasión por la literatura y el arte. Fundó y dirigió el semanario Pro Arte (1952), la revista Guión (1959) y el periódico El Sol (1964), cuya línea central tendía a cuestionar las medidas antipopulares del régimen dictatorial del general René Barrientos Ortuño. Se dedicó a la crítica cinematográfica y teatral, fue delegado boliviano en el Congreso Continental de Cultura (1953) y en el Intercontinental de Escritores (1969).

En 1960 publicó en El Diario una serie de artículos sobre la situación boliviana bajo el título común de La victoria de abril sobre la nación, que fue también editado en formato de libro. Sus primeros textos literarios datan de su época de estudiante. Su primera obra fue el poemario Un arlequín está muriendo, escrita en 1952, poco antes de salir exiliado a Chile, y que aún permanece inédito. Sin embargo, continuó escribiendo versos a lo largo de su vida, algunos de los cuales se publicaron en periódicos y revistas, con el seudónimo de Pablo Zarzal, como cuando escribió el poema No es en vano, tras el golpe militar de Alberto Natusch Busch y la masacre de Todo Santos, que arrojó centenares de muertos y heridos en la zona central de la ciudad de La Paz, entre el Palacio Quemado y la Plaza de San Francisco, en noviembre de 1979.

En el poema No es en vano, arrancado desde el fondo de su alma, el poeta se muestra de cuerpo entero, retratándose en el texto y el contexto de sus versos, donde se despliega un humanismo auténtico, una literatura social y revolucionaria por excelencia. La tragedia humana tocó tanto la sensibilidad más profunda del poeta, quien denunció la violencia castrense en versos hilvanados con dolorosas palabras que, a ratos, se rompen en gritos de protesta y sollozos de hondo pesar. No en vano en el citado poema, que publicó con el seudónimo de Pedro Zarzal en Presencia Literaria, el 2 de diciembre del mismo año en que se produjo la masacre, nos dice: Dos/ fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo./ Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre./ Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos de fuego./ Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/ mitad colmillo de acero./ Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos./ Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero./ Millones/ serán millones los hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.


Marcelo Quiroga San Cruz, amén de su magnífica calidad como poeta, fue sobre todo un autor prolífico de ensayos y artículos sociopolíticos en los cuales abordó una infinidad de temas de interés general, como lo atestiguan todas sus obras, desde La victoria de abril sobre la nación (1960), hasta Hablemos de los que mueren (1982).

Como todo hombre apasionado por el arte dramático, cuyo formato maneja técnicas propias del género, incursionó en el ámbito cinematográfico, con los cortometrajes La bella y la bestia y Combate, ambos de 1959. No era casual su afición por las escenas y los tablados, ya que Marcelo, raíz de la revolución nacionalista de 1952, se instaló con su familia en Chile, donde cursó estudios de dirección teatral; una experiencia que le permitió dominar la actuación escénica que, en su vida pública como político y escritor, le sirvió para hablar con gran soltura, hasta con elegancia, y tener control ante las cámaras de la prensa; una actitud que lo reveló como a un orador nato y un intelectual de muchos quilates.

En 1966 fue elegido diputado por Cochabamba, como invitado independiente de la Comunidad Demócrata Cristiana, conformada por el Partido Demócrata Cristiano y la Falange Socialista Boliviana. Desde el parlamento continuó sus críticas al régimen de Barrientos; una posición radical que tuvo graves consecuencias para su vida personal, como el desafuero parlamentario, el secuestro, atentado con explosivos contra su domicilio, y, consiguientemente, la cárcel y el confinamiento en Alto Madidi, donde conoció a René Zavaleta Mercado y entró en contacto con el Control Obrero de Catavi, Sinforoso Cabrera, quien le informó sobre los objetivos políticos centrales de los mineros, cuyos principios ideológicos estaban planteados en la Tesis de Pulacayo; un programa revolucionario que fue aprobado en un congreso minero de 1946.   

Bajo el gobierno del general Alfredo Ovando Candía, fue ministro de Minas y Petróleo y, posteriormente, de Energía e Hidrocarburos; un cargo que él supo aprovechar para hacer posible la nacionalización de la Bolivian Gulf Oil Company y escribir, con conocimiento de causa, los libros Acta de transacción con la Gulf - Análisis del decreto de indemnización a Gulf (1970) y Oleocracia o patria (1976), aunque ya antes de que fuera ministro, escribió dos valiosos ensayos sobre el mismo tema: Desarrollo con soberanía, desnacionalización del petróleo (1967) y El gas que ya no tenemos (1968). Poco tiempo después de que Marcelo Quiroga revirtiera los recursos petrolíferos a los bolivianos y pusiera en aprietos a los consorcios transnacionales, renunció a su cargo de ministro, al constatar que el general Ovando dio un brusco viraje hacia la derecha y ordenó la masacre de los guerrilleros en Teoponte.


El 1 de mayo de 1971, durante el gobierno del general Juan José Torres y mientras estaba vigente la Asamblea Popular, fundó el Partido Socialista de Bolivia, junto a obreros, campesinos e intelectuales; pero, como ya se sabe, su proyecto político quedó trunco en agosto del mismo año, cuando el coronel Hugo Banzer Suárez protagonizó el golpe de Estado contra el gobierno progresista de Torres. En esas jornadas de agosto, Marcelo, con el fusil en la mano, peleó junto a las fuerzas populares que resistieron el golpe de Estado. No obstante, una vez derrotada la resistencia e instaurada la dictadura militar, se vio forzado a salir al exilio, primero a Chile, después a Argentina y, finalmente, a México, donde ejerció la docencia en la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En 1977 retornó clandestinamente a Bolivia, reasumió la conducción del Partido Socialista y adoptó la sigla PS-1 (Partido Socialista Uno), con el propósito de reafirmar la ideología socialista en el país, apoyado por varios sectores que ya lo consideraban un líder indiscutible en el campo de la izquierda nacional. Fue tres veces candidato a la presidencia y su perfil político creció como la espuma y, si no caía asesinado, se hubiese constituido en el primer presidente socialista de la república de Bolivia, porque estaba convencido de que, a pesar de su origen de clase, era un socialista por convicción. De ahí que en una entrevista que le hicieron en el programa El Informal de radio Nueva América, poco antes de las elecciones de 1978, ante la crítica de sus contrincantes políticos, quienes lo acusaban de ser un burgués que juega al socialista, Marcelo Quiroga, con la inteligencia natural que lo caracterizaba, contestó seguro de sí mismo: Creo que no es reprochable que alguien que hubiese nacido en un estrato social que no es el proletariado, que no es la clase obrera, se hubiese entregado a su servicio. Y, refiriéndose a sus críticos, prosiguió: A ellos debería recordarles que un socialista no lo es, precisamente y con carácter excluyente, por su origen de clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario (…) Lo que me parece reprochable, y de éstos tenemos muchos ejemplos en nuestra clase política, es que aquellos que nacen en el seno de la clase trabajadora, o en sectores populares, o sectores de la clase media de pequeños ingresos, consagren su vida a ascender socialmente, a acumular fortuna, a traicionar los intereses de la clase (de la) que son originarios.

Su labor política fue frenética y participó en varios eventos que se realizaron en contra de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Incluso participó en las huelgas y los mítines gestados por los movimientos más radicales de la izquierda tradicional, consciente de que había que eliminar el abuso de poder, la violencia, crueldad y la persecución del adversario político; más todavía, actuó desde el mismo seno de los movimientos populares, porque jamás perdió las esperanzas de unificar a toda la izquierda en torno a un programa antiimperialista, que incluyera las aspiraciones de las mayorías nacionales.


Filemón Escobar, en su libro Semblanzas (2014), relata que Marcelo era un ser muy fino, no podía estar sin la ducha de cada día. Sufría más por la falta de ducha que de la comida o del agua. Esto lo advirtió cuando ambos se sumaron a la huelga de hambre, iniciada por cuatro mujeres mineras a fines diciembre de 1977.  Filippo cuenta: Me dijo, mi cuerpo me escuece, ráscame la espalda, que ‘mierda que no haya ducha en este lugar’. Lo que Filippo no contó en sus Semblanzas es lo que me refirió en cierta ocasión, cuando le pregunté por qué tenía el saco tan pequeño en una de las fotografías que incluyó en su libro De la revolución al Pachakuti (2008). Me contestó que ese saco café a cuadros se lo prestó Marcelo cuando iban a entrevistarse con el presidente Alfredo Ovando Candia. Marcelo le dijo a Filippo, que por entonces se encontraba refugiado y protegido por los dirigentes de la FUL en el último piso de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, que no podía ir vestido como un playboy minero, con un sacón de cuero y pantalones jeans. Fue entonces que Marcelo le prestó su saco, cuyas mangas le quedaban cortas a Filippo.

En 1979, estando como diputado en el congreso nacional boliviano, emplazó a juicio de responsabilidades al exdictador Banzer Suárez y sus colaboradores, por los delitos cometidos en siete años en los que se vulneraron los Derechos Humanos y se violaron los principios elementales de la Constitución Políticas del Estado. Planteó el juicio de manera brillante, con un lenguaje propio de los eximios oradores y con una documentación convincente entre las manos. Esta su actuación valiente y decidida, entre agosto y septiembre, fue, sin lugar a dudas, uno de sus aportes más significativos a la conciencia democrática de la nación boliviana.

El juicio de responsabilidades a Banzer, como era de suponer, lo convirtió en un enemigo declarado no sólo del exdictador, sino también de la fracción derechista más recalcitrante del Ejército. De modo que el 17 de julio de 1980, al producirse el sangriento golpe de Estado contra el Gobierno de Lidia Gueiler Tejada, el líder socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, que se encontraba en la reunión de emergencia del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), en la sede de la Central Obrera Boliviana (COB), junto a otros dirigentes políticos y sindicales, fue herido con una ráfaga disparada a quemarropa, presumiblemente,  por el suboficial Froilán Molina Bustamante, El Killer, quien se escabulló entre las fuerzas paramilitares al servicio de los golpistas Luis García Meza y Luis Arce Gómez.


Durante el asalto armado, que acabó con varias vidas, se supo que Marcelo Quiroga fue trasladado al Estado Mayor del Ejército, donde fue bestialmente torturado hasta la muerte y luego desaparecido. No se sabe hasta la fecha dónde fueron enterrados sus restos, aunque algunos testimonios, tanto de civiles como de militares, señalaron que el malogrado cadáver del líder socialista estaba enterrado en Santa Cruz, en la hacienda del expresidente Hugo Bánzer Suárez, un dictador sanguinario que se salvó de la justicia, a diferencia de sus sucesores, Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes fueron sentenciados, por sus vínculos con el narcotráfico y sus crímenes de lesa humanidad, a 30 años de prisión sin derecho a indulto.

Cuando leí el libro Con el testamento bajo el brazo (2018), que escribió el bogado e historiador Tomás Molina Céspedes, con las entrevistas que le hizo a Luis Arce Gómez en la cárcel de máxima seguridad de Conchocoro, me enteré que el exministro de García Meza quería revelar el lugar donde estaba enterrado el cadáver de Marcelo a cambio de su libertad. Como es natural, sus confesiones me dieron mucho coraje, no sólo por su conducta soberbia y de cara dura, propia de un militar de mentalidad nazista, sino porque yo estaba seguro que él mismo no sabía, con absoluta certeza, dónde estaban enterrados los restos de Marcelo Quiroga, aparte de lo que ya sabíamos todos, que uno de los autores intelectuales de su asesinato fue el dictador Hugo Banzer Suárez, el enemigo principal del hombre que quiso hacerle pagar por sus delitos con todo el peso de la ley.

El pueblo boliviano, a cuarenta años del asesinato y desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, una de las mentes más lúcidas que destelló con luz propia en la constelación política y cultural, sigue clamando por que algún día se sepa con certeza quién fue el asesino que disparó la ráfaga contra su humanidad y dónde escondieron exactamente su cadáver, a pesar de que todos sabemos que Marcelo no está muerto, sino que permanece vivito en la memoria de quienes compartíamos sus luchas, sus creaciones literarias y sus ideales de libertad y justicia.