A CUATRO DÉCADAS DEL ASESINATO Y DESAPARICIÓN
DE MARCELO QUIROGA SANTA CRUZ
Este 17 de julio se cumplen 40 años del asesinato y
desaparición del connotado intelectual y líder político Marcelo Quiroga Santa
Cruz (Cochabamba, 1931 – La Paz, 1980).
Hijo de una familia vinculada a la oligarquía boliviana. Su padre, José Antonio
Quiroga, que fue diputado por el Partido Republicano Genuino y ministro del
gobierno de Daniel Salamanca en 1934, abandonó la política decepcionado por la
caída del presidente, aunque en el fondo no escondía su simpatía por la
candidatura de Hertzong y Urriolagoita, que era la mejor apuesta de la rosca
minero-feudal.
En 1943, su familia se instaló en la ciudad de La Paz, al
asumir su padre la gerencia general de la empresa Patiño Mines & Enterprises Consolidated, Inc., donde se lo
conocía como el Monje Negro del
patiñismo. Probablemente, en esa misma época, Marcelo conoció al pintor cataveño
Enrique Arnal, quien fue su amigo de la infancia. Los padres de ambos
trabajaban en la empresa de uno de los Barones
del Estaño, cuyas oficinas principales se encontraban en la población de
Catavi, al norte del departamento de Potosí. Más tarde, cuando Marcelo y
Enrique eran jóvenes, decidieron zarpar en un barco rumbo al viejo continente,
con el propósito de instalarse en París. Se cuenta que durante el viaje, el
joven intelectual sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado en el
navío. A pocos meses de haber permanecido en la Ciudad Luz, y tras algunas
dificultades propias de los inmigrantes, retornó a Bolivia en 1959, año en que
se publicó su conocida novela Los
deshabitados, que en 1962 ganó el premio William Faulkner a la mejor novela
hispanoamericana escrita desde la Segunda Guerra Mundial, con un discurso
narrativo sin acción alguna, sin descripciones de ambientes ni paisajes, pero
con una profunda descripción de sus personajes, con una temática introspectiva
sobre el destino y los conflictos existenciales del hombre. Su segunda novela, Otra vez marzo, inconclusa, apareció de
manera póstuma en 1990.
Su entrega política iba a la par con la pasión por la
literatura y el arte. Fundó y dirigió el semanario Pro Arte (1952), la revista Guión
(1959) y el periódico El Sol (1964),
cuya línea central tendía a cuestionar las medidas antipopulares del régimen
dictatorial del general René Barrientos Ortuño. Se dedicó a la crítica cinematográfica
y teatral, fue delegado boliviano en el Congreso Continental de Cultura (1953)
y en el Intercontinental de Escritores (1969).
En 1960 publicó en El
Diario una serie de artículos sobre la situación boliviana bajo el título
común de La victoria de abril sobre la
nación, que fue también editado en formato de libro. Sus primeros textos
literarios datan de su época de estudiante. Su primera obra fue el poemario Un arlequín está muriendo, escrita en
1952, poco antes de salir exiliado a Chile, y que aún permanece inédito. Sin
embargo, continuó escribiendo versos a lo largo de su vida, algunos de los
cuales se publicaron en periódicos y revistas, con el seudónimo de Pablo Zarzal,
como cuando escribió el poema No es en
vano, tras el golpe militar de Alberto Natusch Busch y la masacre de Todo Santos, que arrojó
centenares de muertos y heridos en la zona central de la ciudad de La Paz,
entre el Palacio Quemado y la Plaza de San Francisco, en noviembre de 1979.
En el poema No es
en vano, arrancado desde el fondo de su alma, el poeta se muestra de cuerpo
entero, retratándose en el texto y el contexto de sus versos, donde se despliega
un humanismo auténtico, una literatura social y revolucionaria por excelencia.
La tragedia humana tocó tanto la sensibilidad más profunda
del poeta, quien denunció la violencia castrense en versos hilvanados con
dolorosas palabras que, a ratos, se rompen en gritos de protesta y sollozos de
hondo pesar. No en vano en el citado poema, que publicó con el seudónimo de
Pedro Zarzal en Presencia Literaria,
el 2 de diciembre del mismo año en que se produjo la masacre, nos dice: Dos/
fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de
miedo./ Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de
nombre./ Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/
y cinco ávidos de fuego./ Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad
lengua de veneno/ mitad colmillo de acero./ Quinientos/ fueron quinientos/
caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos./
Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/
opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero./ Millones/ serán millones los
hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.
Marcelo Quiroga San Cruz, amén de su magnífica calidad
como poeta, fue sobre todo un autor prolífico de ensayos y artículos sociopolíticos
en los cuales abordó una infinidad de temas de interés general, como lo
atestiguan todas sus obras, desde La
victoria de abril sobre la nación (1960), hasta Hablemos de los que mueren (1982).
Como todo hombre apasionado por el arte dramático, cuyo
formato maneja técnicas propias del género, incursionó en el ámbito
cinematográfico, con los cortometrajes La
bella y la bestia y Combate,
ambos de 1959. No era casual su afición por las escenas y los tablados, ya que
Marcelo, raíz de la revolución nacionalista de 1952, se instaló con su familia
en Chile, donde cursó estudios de dirección teatral; una experiencia que le
permitió dominar la actuación escénica que, en su vida pública como político y
escritor, le sirvió para hablar con gran soltura, hasta con elegancia, y tener
control ante las cámaras de la prensa; una actitud que lo reveló como a un
orador nato y un intelectual de muchos quilates.
En 1966 fue elegido diputado por Cochabamba, como
invitado independiente de la Comunidad Demócrata Cristiana, conformada por el
Partido Demócrata Cristiano y la Falange Socialista Boliviana. Desde el
parlamento continuó sus críticas al régimen de Barrientos; una posición radical
que tuvo graves consecuencias para su vida personal, como el desafuero
parlamentario, el secuestro, atentado con explosivos contra su domicilio, y, consiguientemente,
la cárcel y el confinamiento en Alto Madidi, donde conoció a René Zavaleta
Mercado y entró en contacto con el Control Obrero de Catavi, Sinforoso Cabrera,
quien le informó sobre los objetivos políticos centrales de los mineros, cuyos
principios ideológicos estaban planteados en la Tesis de Pulacayo; un programa revolucionario que fue aprobado en un
congreso minero de 1946.
Bajo el gobierno del general Alfredo Ovando Candía,
fue ministro de Minas y Petróleo y, posteriormente, de Energía e Hidrocarburos;
un cargo que él supo aprovechar para hacer posible la nacionalización de la
Bolivian Gulf Oil Company y escribir, con conocimiento de causa, los libros Acta de transacción con la Gulf - Análisis del
decreto de indemnización a Gulf (1970) y Oleocracia o patria (1976), aunque
ya antes de que fuera ministro, escribió dos valiosos ensayos sobre el mismo
tema: Desarrollo con soberanía, desnacionalización del petróleo (1967) y El gas que ya no tenemos
(1968). Poco
tiempo después de que Marcelo Quiroga revirtiera los recursos petrolíferos a
los bolivianos y pusiera en aprietos a los consorcios transnacionales, renunció
a su cargo de ministro, al constatar que el general Ovando dio un brusco viraje
hacia la derecha y ordenó la masacre de los guerrilleros en Teoponte.
El 1 de mayo de 1971, durante el gobierno del general Juan José Torres y
mientras estaba vigente la Asamblea Popular, fundó el Partido Socialista de
Bolivia, junto a obreros, campesinos e intelectuales; pero, como ya se sabe, su
proyecto político quedó trunco en agosto del mismo año, cuando el coronel Hugo
Banzer Suárez protagonizó el golpe de Estado contra
el gobierno progresista de Torres. En esas jornadas de agosto, Marcelo, con el
fusil en la mano, peleó junto a las fuerzas populares que resistieron el golpe
de Estado. No obstante, una vez derrotada la resistencia e instaurada la
dictadura militar, se vio forzado a salir al exilio, primero a Chile, después a
Argentina y, finalmente, a México, donde ejerció la docencia en la carrera de
Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En 1977 retornó clandestinamente a Bolivia, reasumió la conducción del Partido Socialista y adoptó la sigla PS-1
(Partido Socialista Uno), con el propósito de reafirmar la ideología socialista
en el país, apoyado por varios sectores que ya lo consideraban un líder
indiscutible en el campo de la izquierda nacional. Fue tres veces candidato a
la presidencia y su perfil político creció como la espuma y, si no caía
asesinado, se hubiese constituido en el primer presidente socialista de la república
de Bolivia, porque estaba convencido de que, a pesar
de su origen de clase, era un socialista por convicción. De ahí que en una
entrevista que le hicieron en el programa El
Informal de radio Nueva América,
poco antes de las elecciones de 1978, ante la crítica de sus contrincantes
políticos, quienes lo acusaban de ser un burgués
que juega al socialista, Marcelo Quiroga, con la inteligencia natural que
lo caracterizaba, contestó seguro de sí mismo: Creo que no es reprochable que alguien que hubiese nacido en un estrato
social que no es el proletariado, que no es la clase obrera, se hubiese
entregado a su servicio. Y, refiriéndose a sus críticos, prosiguió: A ellos debería recordarles que un
socialista no lo es, precisamente y con carácter excluyente, por su origen de
clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario (…) Lo
que me parece reprochable, y de éstos tenemos muchos ejemplos en nuestra clase
política, es que aquellos que nacen en el seno de la clase trabajadora, o en
sectores populares, o sectores de la clase media de pequeños ingresos,
consagren su vida a ascender socialmente, a acumular fortuna, a traicionar los
intereses de la clase (de la) que son originarios.
Su labor política fue frenética y participó en varios eventos que se
realizaron en contra de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Incluso participó
en las huelgas y los mítines gestados por los movimientos más radicales de la
izquierda tradicional, consciente de que había que
eliminar el abuso de poder, la violencia, crueldad y la persecución del
adversario político; más todavía, actuó desde el mismo seno de los movimientos
populares, porque jamás perdió las esperanzas de unificar a toda la izquierda
en torno a un programa antiimperialista, que incluyera las aspiraciones de las
mayorías nacionales.
Filemón Escobar, en su libro Semblanzas (2014), relata que Marcelo
era un ser muy fino, no podía estar sin la ducha de cada día. Sufría más por la
falta de ducha que de la comida o del agua. Esto lo advirtió cuando ambos
se sumaron a la huelga de hambre, iniciada por cuatro mujeres mineras a fines
diciembre de 1977. Filippo cuenta: Me dijo, mi cuerpo me escuece, ráscame la
espalda, que ‘mierda que no haya ducha en este lugar’. Lo que Filippo no contó
en sus Semblanzas es lo que me
refirió en cierta ocasión, cuando le pregunté por qué tenía el saco tan pequeño
en una de las fotografías que incluyó en su libro De la revolución al Pachakuti (2008). Me
contestó que ese saco café a cuadros se lo prestó Marcelo cuando iban a
entrevistarse con el presidente Alfredo Ovando Candia. Marcelo le dijo a
Filippo, que por entonces se encontraba refugiado y protegido por los
dirigentes de la FUL en el último piso de la Universidad Mayor de San Andrés de
La Paz, que no podía ir vestido como un playboy
minero, con un sacón de cuero y pantalones jeans. Fue entonces que Marcelo
le prestó su saco, cuyas mangas le quedaban cortas a Filippo.
En 1979, estando como diputado en el
congreso nacional boliviano, emplazó a juicio de responsabilidades al exdictador Banzer
Suárez y sus colaboradores, por los delitos
cometidos en siete años en los que se vulneraron los Derechos Humanos y se
violaron los principios elementales de la Constitución Políticas del Estado.
Planteó el juicio de manera brillante, con un lenguaje propio de los eximios
oradores y con una documentación convincente entre las manos. Esta su actuación
valiente y decidida, entre agosto y septiembre, fue, sin lugar a dudas, uno de
sus aportes más significativos a la conciencia democrática de la nación boliviana.
El juicio de responsabilidades a Banzer, como era de
suponer, lo convirtió en un enemigo declarado no sólo del exdictador, sino
también de la fracción derechista más recalcitrante del Ejército. De modo que
el 17 de julio de 1980, al producirse el sangriento golpe de Estado contra el Gobierno de Lidia Gueiler Tejada, el líder socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, que
se encontraba en la reunión de emergencia del Comité Nacional de Defensa
de la Democracia (CONADE), en la sede de la Central Obrera Boliviana
(COB), junto a otros dirigentes políticos y sindicales, fue herido con una
ráfaga disparada a quemarropa, presumiblemente,
por el suboficial Froilán Molina Bustamante, El Killer, quien se escabulló entre las fuerzas
paramilitares al servicio de los golpistas Luis García Meza y Luis Arce Gómez.
Durante el asalto armado, que acabó con varias vidas, se supo que Marcelo
Quiroga fue trasladado al Estado Mayor del Ejército, donde fue bestialmente torturado
hasta la muerte y luego desaparecido. No se sabe hasta la fecha dónde fueron
enterrados sus restos, aunque algunos testimonios, tanto de civiles como de
militares, señalaron que el malogrado cadáver del líder socialista estaba enterrado en Santa Cruz, en la hacienda del
expresidente Hugo Bánzer Suárez, un dictador sanguinario que se salvó de la
justicia, a diferencia de sus sucesores, Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes fueron sentenciados, por sus
vínculos con el narcotráfico y sus crímenes de lesa humanidad, a 30 años de
prisión sin derecho a indulto.
Cuando leí el libro Con
el testamento bajo el brazo (2018), que escribió el bogado e historiador
Tomás Molina Céspedes, con las entrevistas que le hizo a Luis Arce Gómez en la
cárcel de máxima seguridad de Conchocoro, me enteré que el exministro de García
Meza quería revelar el lugar donde estaba enterrado el cadáver de Marcelo a
cambio de su libertad. Como es natural, sus confesiones me dieron mucho coraje,
no sólo por su conducta soberbia y de cara dura, propia de un militar de
mentalidad nazista, sino porque yo estaba seguro que él mismo no sabía, con
absoluta certeza, dónde estaban enterrados los restos de Marcelo Quiroga,
aparte de lo que ya sabíamos todos, que uno de los autores intelectuales de su
asesinato fue el dictador Hugo Banzer Suárez, el enemigo principal del hombre
que quiso hacerle pagar por sus delitos con todo el peso de la ley.
El pueblo boliviano, a cuarenta años del asesinato y
desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, una de las mentes más lúcidas que
destelló con luz propia en la constelación política y cultural, sigue clamando
por que algún día se sepa con certeza quién fue el asesino que disparó la
ráfaga contra su humanidad y dónde escondieron exactamente su cadáver, a pesar
de que todos sabemos que Marcelo no está muerto, sino que permanece vivito en
la memoria de quienes compartíamos sus luchas, sus creaciones literarias y sus
ideales de libertad y justicia.