EXÁMENES Y CALIFICACIONES
Si en una sociedad, regida por
la ley de la selva, se premia al más
fuerte y se castiga al más débil, entonces en la escuela se castiga al deficiente y se premia al excelente, que, como en todo sistema
desigual, no siempre es el más creativo ni inteligente.
La posición privilegiada de
ciertos alumnos no está determinada necesariamente por la vocación que tienen
para el estudio, como por los conocimientos memorizados mecánicamente, sobre
todo, cuando el sistema educativo está estructurado en función de una prueba,
cuyos resultados, más que servir para evaluar los conocimientos del alumno, son
una suerte de premio o castigo, en los que unos encuentran la
frustración y otros la recompensa; más todavía, hay quienes memorizan la
lección tres días antes del examen y quienes se olvidan tres días después.
No falta el profesor que
utiliza el resultado de las pruebas para clasificar a los alumnos en buenos y malos, aun sabiendo que las notas no influyen en el proceso de
enseñanza ni en la adquisición de conocimientos. Por lo tanto, las pruebas,
como los llamados test de inteligencia
(que miden la capacidad lingüística, la memoria mecánica, las coordinaciones
sensomotoras y el grado de conocimientos adquiridos), son una trampa donde
pueden caer incluso los alumnos más aplicados,
pues toda prueba, basada en las teorías conductistas
del Estímulo y la Respuesta (E-R), contiene preguntas que tienen una sola
respuesta, cualquier otra alternativa, que no responda al pie de la letra lo
que está escrito en el libro de texto, es inmediatamente anulada por el
examinador, cuya única función consiste en seguir las pautas establecidas por
los tecnócratas de la educación.
En cualquier caso, no se trata
de usar los resultados de la prueba como premio
o castigo, ya que el niño no actúa
instintivamente como el perro de Iván Pavlov, que realiza sorprendentes
piruetas gracias a la recompensa (caricias o azucarillo) ofrecida por su amo,
sino como un ser humano complejo, cuya conducta está determinada no sólo por
los castigos, las recompensas asociadas a su comportamiento y su capacidad
intelectual, sino también por otros factores innatos y hereditarios ajenos a
las teorías conductistas del Estímulo
y la Respuesta (E-R).
Ya se sabe que la mayoría de
los alumnos estudian por obligación y memorizan los conocimientos para el día
del examen, con la esperanza de obtener la máxima calificación. El alumno sabe
que el numerito impreso en la libreta de calificaciones, aparte de indicar el
nivel de sus conocimientos, le servirá para proseguir sus estudios superiores,
pero no porque estuviese consciente de que un día aplicará estos conocimientos
en su vida real, sino porque este numerito le dará acceso a un título profesional, que le permitirá
gozar de un estatus social y económico privilegiados.
En un sistema educativo
acostumbrado a evaluar los conocimientos a base de un sistema compuesto de
números o letras (generalmente en sentido ascendente), el alumno no es tanto lo
que es, sino el número o la letra que tiene en la libreta de calificaciones. En
este caso, las calificaciones se convierten en sus señas de identidad y lo
clasifican como a deficiente o excelente.
El alumno que haya sido
suspendido en una asignatura o esté castigado a repetir el año lectivo, sentirá
un sensación de derrota y un complejo de inferioridad, que lo afectará por el
resto de sus días. Tampoco faltarán quienes, por temor a enfrentarse a la furia
de sus padres y a su propia vergüenza, tomen la extrema decisión de quitarse la
vida; un drama social que, sin duda, se podría evitar con nuevas formas de
evaluar el nivel de conocimientos del alumno.
Sin embargo, a la hora de poner
las calificaciones, a nadie parece importarle que el alumno haya reprobado en
el examen debido a que tenía problemas psicosociales tanto en la escuela como
en el hogar. El profesor no tiene la función de contemplar al alumno en su
micro y macro cosmos, sino, simple y llanamente, la obligación de cumplir con
el programa escolar establecido, y el alumno la obligación de asimilar lo que debe y no lo que puede y, mucho menos, lo que quiere.
Una escuela que no contempla el
aspecto emocional y la situación psicosocial del alumno y su entorno familiar,
es también una institución donde suele aplicarse el bullying contra los alumnos más débiles y donde se utilizan las
notas como instrumentos de poder, para infundir el miedo y el respeto hacia el
profesor, quien, sujeto a su función de autoridad
en el aula, decide la calificación que se merece cada alumno, indistintamente
de cuales sean los resultados del proceso de enseñanza/aprendizaje.
Ahora bien, a pesar de todas
las consideraciones, la sociedad ganaría con un sistema escolar donde el alumno
deje de ser un receptor pasivo de los conocimientos y el profesor un simple
transmisor del contenido de los libros de texto. Es justo que en una escuela
democrática se elimine la sumisión del alumno y el autoritarismo del profesor.
Es justo también que se elimine el criterio de que el alumno debe aprender y el profesor enseñar. En una escuela moderna es
lógico que exista una enseñanza más reflexiva que memorística y un ambiente en
que la motivación prevalezca sobre la obligación. En una escuela moderna y
democrática, como bien decía Gregorio Iriarte: El protagonista ya no es el profesor, sino el alumno. Él es el
constructor de su propio conocimiento. El mejor educador no es el que enseña
muchas cosas, sino el que facilita y anima a que el alumno aprenda.
Por último, valga recordar que
el proceso de aprendizaje del alumno es constante, desde el día en que nace
hasta el día en que fallece; que aprende mejor por motivación que por
imposición, que aprende de sus errores y con la ayuda de los medios didácticos
a su alcance; que los conocimientos adquiridos en la escuela no son para el día
del examen ni para la satisfacción de los padres, sino para que el propio
alumno se realice tanto en el plano personal como profesional; que una
educación forzada y autoritaria pueden destruir los propios procesos de
desarrollo armónico de la personalidad humana y que, en consecuencia, las
calificaciones de un alumno pueden ser tan injustas como injusta es la sociedad
en la que vive.
No hay comentarios :
Publicar un comentario