HOMENAJE A LOS
CREADORES LATINOS EN SUECIA
Algunas olas
migratorias, provocadas por circunstancias adversas en la historia
contemporánea, van a dar en puertos insospechados lejanos. Éste es el caso de
los cientos de miles de latinoamericanos que, cabalgando sobre las olas de un
éxodo forzado, desembarcaron en las tierras de Odín.
Algunos de ellos, que
destacaron como genuinos trabajadores de la cultura, no están ya con nosotros.
La muerte se los llevó al más allá, sin dejarnos más consuelo que la
resignación y el recuerdo; pero un recuerdo que persiste en la memoria gracias
a su talento creativo, con el cual fueron capaces de forjar obras que
perdurarán para siempre no sólo por ser auténticas creaciones del alma, sino
también por tratarse de manifestaciones artísticas que se sobreponen a las
barreras del tiempo y el espacio.
Estas personalidades
del ámbito cultural latinoamericano, obligados a dejar sus territorios tras el
advenimiento de las dictaduras militares, asumieron con dignidad su condición
de asilados políticos luego de haber sufrido la persecución, la cárcel y el
destierro. No se doblegaron ante el terrorismo de Estado ni ante las
dificultades que les impuso la nueva realidad; al contrario, con la frente en
alto y afrontando el desarraigo, continuaron con su compromiso social a favor
de los más desfavorecidos y no dejaron de crear obras que, con los aciertos y
desaciertos propios de la imaginación, hoy constituyen un valioso aporte tanto
en Suecia como en sus países de origen.
Algunos de ellos
anclaron y quemaron sus naves para siempre antes de atracar en los puertos de
esa lejana Thule, como Sergio Canut de Bon (poeta chileno), René Rodríguez
(escritor chileno), Rafael Bellange (escultor chileno), Gastón Villamán (cantautor
chileno), Jeremías Penayo (editor paraguayo), Carlos Geywitz (poeta chileno) y el
boliviano Edwin Salas Russo (Carasabe, Santa Cruz, 1954 -1992).
Edwin Salas Russo
falleció de una enfermedad incurable en el Hospital de Huddinge, Estocolmo,
según informó su esposa Carina Amnér, madre de sus tres hijos. Este boliviano
ejemplar, además de haber realizado una amplia labor en el campo literario, se
desempeñó en tareas de investigación en la Escuela Superior Real Técnica de
Estocolmo, ciudad en la que residió desde 1973, tras huir del golpe militar que
se consolidó en Chile. Publicó los poemarios: Conversación con personas extrañas (1983), Delolvido (1986) y Dosenuno (1990).
Tradujo al español la obra Indios y
blancos del científico sueco Erland Nordenskiöld. Fue miembro y fundador
del Grupo Cultural Noche Literaria y
uno de los organizadores del Primer Encuentro de Escritores Bolivianos en
Europa, que se llevó a cabo en septiembre de 1991. El deceso de Edwin Salas
Russo implicó una pérdida irreparable tanto para las letras bolivianas como
para la colonia de residentes bolivianos en Suecia, entre los que se destacó
por su generosidad y su labor desinteresada puesta al servicio de la difusión
de los valores culturales de su país.
Otros, al igual que
los viejos elefantes que prefieren dejar sus restos en su propio panteón,
decidieron retornar a la tierra que los vio nacer para descansar en paz, como
Aníbal Sampayo (cantautor uruguayo), Carlos Bongcam (escritor chileno), Jaime
Barrios Peña (escritor guatemalteco) y Mario Romero (Tucumán, Argentina, 1943 -
1998), cuya vida fue el vivo reflejo de un ser sensible, creativo y
comprometido con la realidad social.
Mario Romero, aunque
vivía con la desesperanza de no volver a ver los paisajes de su tierra natal,
porque la muerte se lo privaría, como las dictaduras militares le privaron el
derecho de vivir en paz, cumplió con su sueño de retornar a su Tucumán tantas
veces añorado y soñado en las nieves y los lagos de un país escandinavo que
dejó de ser lo que era. Estaba consciente de que el destino le jugaría una mala
pasada y que la muerte le cortaría las alas en la plenitud de su poesía, pero
estaba también consciente de que volvería a sentir, así sea al borde de la
muerte, el afecto de sus parientes y amigos, quienes, sin resquicios para la
duda, lo tendrán eternamente en el recuerdo, así no vuelvan a estrecharle la
mano ni a dirigirle la palabra.
A nosotros, los
latinoamericanos que lo conocimos en la diáspora del exilio, sólo nos queda
agradecerle por su tolerancia y desprendimiento desinteresado hacia los amigos,
con quienes compartió aquello que él plasmó en una de sus poesías, luego de
haber leído la tarjeta postal que le llegó desde Madrid en 1982: Que la poseía nos salve mientras pueda. Claro
está, su poesía ya lo puso a salvo, y el niño que habitaba en él se quedó entre
nosotros, para quererlo y protegerlo. Ahora sólo falta que sus versos sean
dispersados como hojarascas por el viento y lleguen a las manos de quienes los leerán,
amarán y conservarán como a los hijos de su alma.
No cabe duda de que a
estos creadores latinoamericanos, cuya enorme sensibilidad humana los convirtieran
en destacados trabajadores de la cultura, se los recordará siempre en Suecia,
con lo mejor que sabían hacer en el campo de las artes plásticas, la música y
la literatura. Por eso mismo, estoy seguro que un buen día sus obras y sus
vidas formarán parte de alguna institución cultural que rastreará sus huellas
para dejar constancia de su paso por este país cada vez menos ancho y más ajeno.
Aunque vivieron muchos
años en Suecia, ejerciendo oficios diversos para ganarse el sustento diario, se
sentían profundamente latinoamericanos, incluso a la hora de cultivar su arte,
como quienes, de un modo consciente o inconsciente, saben que sus obras son el
mayor testimonio de sus vidas; un testimonio que no sólo servirá para
reconstruir la historia de la diáspora latinoamericana, sino también para que
las futuras generaciones sepan las razones por las cuales llegaron a poblar esas
tierras tan distintas y tan distantes de las suyas.
Rendirles un sincero y
sentido homenaje es poco menos que una obligación para quienes tuvimos el
privilegio de compartir con ellos lo bueno y lo malo que depara una vida en el
exilio, sin saber que el destino, a veces, da un pasaje de ida pero no de
vuelta, tal como ocurrió con algunos de los compañeros mencionados, quienes
legaron sus obras para la posteridad, pero que dejaron sus restos en las
tierras de Odín.
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