EL AUTOCARRIL AL
CAPONE DE PATIÑO
Este autocarril de antaño, que los ferroviarios vieron
pasar y repasar delante de sus ojos, con la boca abierta y el aliento sostenido
en la garganta, se encuentra en el Museo Ferroviario del Municipio de
Machacamarca, a unos 30 km. al sur sobre la carretera interdepartamental
Oruro-Potosí, donde se exhiben algunas reliquias de la época dorada de la
historia del ferrocarril y el auge de la minería en Bolivia.
Un oasis en pleno altiplano
La población de Machacamarca, ubicada en la provincia
Pantaleón Dalence, parece tener más árboles que habitantes, es una suerte de
oasis en pleno altiplano, con numerosos árboles frutales flanqueados por
álamos, sauces, pinos y cipreses que, además de ornamentar las adoquinadas
calles, cobijan el trino de distintas aves que arrullan y revolotean entre sus
ramas.
Está claro que los empleados alemanes, estadounidenses e
ingleses de la Empresa Minera de Simón I. Patiño, para hacer más llevadera su
prolongada estadía en estas inhóspitas tierras, llenas de polvo, grava y
viento, se dieron a la tarea de arborizar la meseta, que en otrora parecía un
territorio desolado como un desierto. Incluso se cuenta que los pobladores, en
su mayoría de ascendencia indígena, se hacían regalar gajos para plantarlos en
sus patios, con la esperanza de que un día tuvieran una exuberante vegetación y
la sensación de estar viviendo en una zona subtropical, asediados por el
rebalse de las aguas del río Desaguadero y la laguna Uru-Uru.
No cabe duda de que la antigua estación de trenes de
Machacamarca, emplazada en la llanura desde 1913 a 1921, contribuyó al
transporte de las cargas de mineral, a falta de buenas carreteras para el
tráfico vehicular, entre los centros mineros del norte de Potosí y la capital
del folklore boliviano.
En la actualidad, en la misma estación donde antes
funcionaba la maestranza del ferrocarril, atravesada por un laberinto de rieles
que se pierden en el horizonte, se encuentra el Museo Ferroviario en una
especie de galpón de techo alto y paredes forradas con calamina, que abrió sus
puertas al público el 13 de julio de 2005.
Las reliquias del Museo Ferroviario
El Museo, actualmente administrado por la Alcaldía
Municipal, es una verdadera atracción turística, capaz de transportarnos, a
través de una interesante colección de piezas de incalculable valor histórico,
hacia el memorable pasado de la industria minera del país, que tuvo su mayor
apogeo durante las primeras décadas del siglo XX.
En el Museo Ferroviario, no muy lejos de los árboles de frondoso
follaje y herrumbrosos desechos olvidados sobre los rieles, se exponen
locomotoras de diferentes modelos y tamaños, unos vagones que, durante la
Guerra del Chaco, sirvieron también para transportar a los soldados bolivianos
hacia los frentes de batalla, una maestranza donde se realizaban trabajos de
mantenimiento de la empresa ferroviaria, con torno, martillo eléctrico
mecánico, prensa y otras herramientas muy bien conservadas y, para rematar el
recorrido por sus ambientes colmados de maquinarias y recuerdos, una muestra de
fotografías antiguas que reflejan la memoria de los trabajadores y sus
familias.
Aquí mismo, entre el legado histórico del ferrocarril
boliviano, se encuentra estacionada la primera locomotora alemana que arribó a
la ciudad de Oruro (1912), la locomotora a vapor No. 12 (1944), la locomotora
Sulzer No. 20 (1956) y, entre estas imponentes bestias forjadas en hierro, lo
que más llama la atención del visitante es el lujoso autocarril Al Capone, que perteneció al barón del estaño Simón I. Patiño.
El autocarril del magnate minero
El motorizado Buick modelo 1938, que fue importado desde
Estados Unidos hasta Machacamarca en 1940, debía cumplir la función de
transportar al magnate minero hacia las localidades de Uncía y Llallagua, donde
las minas de estaño lo habían convertido de un muerto de hambre en un hombre de
negocios a escala mundial.
El autocarril, que se desplazaba como una periquita por
las pampas y faldas de los cerros, atravesando por puentes y túneles construidos
a base de alta ingeniería, fue bautizado con el nombre de Al Capone, por la semejanza con el automóvil que usaba el capo de
los gánsteres de Chicago, con la diferencia de que el vehículo adquirido por
Patiño fue adaptado para su desplazamiento sobre rieles y no sobre ruedas de
caucho.
El autocarril Al
Capone, adquirido por Simón I. Patiño para viajar hacia las minas que lo
entronaron como al Rey del Estaño,
fue devuelto por Ferrocarril Andina (FCA) a las autoridades del Municipio de
Machacamarca, para que fuera expuesto como una reliquia en el Museo, junto a
una rigurosa documentación que registraba los siguientes datos: Fabricante
Buick, tipo Sedan, año de construcción 1938, procedencia alemana, fue puesto en
servicio sobre cuatro ruedas de fierro en 1940, su peso es de 3.69 toneladas,
velocidad máxima de 80 kilómetros por hora, está hecho de acero y con asientos
de cuero.
Este portento de la creación humana, digno de ser
exhibido en cualquier museo del mundo, para el deleite de los curiosos que
desean conocer los curiosos gustos de un hombre forrado de dinero, está
compuesto de una carrocería Fisher Body Corp. Job No. 8630, Body No. 355; dos
faroles delanteros, un asiento delantero, un asiento trasero, dos asientos
auxiliares, cuatro puertas, un tablero de control y un miriñaque. El motor es a
gasolina 8L (8 cilindros), sistema de arranque, sistema de admisión de aire,
sistema de escape, sistema de alimentación, sistema de refrigeración, sistema
eléctrico. La transmisión cuenta con una caja de velocidad automática, una
corona, un cardan, frenos, bogue delantero y eje trasero. Todo lo demás, está
hecho sólo para mirar y no tocar.
El Cadillac de Al Capone
Estando al lado de este fabuloso coche, en cuyo laqueado
uno puede reflejarse de cuerpo entero como en un límpido espejo, es difícil no
pensar en el mítico gánster estadounidense Alphonse Gabriel Capone, más
conocido como Al Capone o Scarface
(Cara cortada), apodo que recibió debido a la cicatriz provocada en una riña
por faldas en la que su rival le cortó tres veces la cara con una navaja de resplandeciente
filo.
En los años 20 de la pasada centuria, Al Capone,
convertido en el Rey del Hampa, puso
bajo su dominio los negocios ilícitos de la ciudad de Chicago, como eran el
tráfico de bebidas alcohólicas, el manejo de casas de citas y salones de juegos
de azar. De modo que en 1927, burlado el control policial y generando temor entre
sus adversarios de los bajos fondos, amasó una fortuna que ascendió a los cien
millones de dólares, una ganancia ilícita que le permitió, entre otras cosas,
adquirir un Cadillac Town Sedan V8 en 1928.
Desde entonces, la historia del coche de Al Capone se
hizo extensa debido a que era uno de los primeros blindados que se camuflaba
entre los automóviles de la policía y algunos ejecutivos por su inconfundible
color, pintado en verde con los pasos de rueda en negro, igual que otros 85
autos del Departamento de la Policía de Chicago.
El coche blindado a prueba de balas, perteneciente al
mafioso más mentado del crimen organizado, se deslizaba sobre sus ruedas con
una potencia de 90 caballos de fuerza y una caja de trasmisión manual de tres
velocidades. Entre sus puntos fuertes del Cadillac estaban los vidrios
antibala, con una pulgada de espesor; tenía sirenas y emisoras; sus cuatro
frenos eran de tambor y la suspensión trasera de ballestas semielípticas; en la
parrilla delantera llevaba ocultas un par de luces rojas intermitentes y en la
ventanilla trasera tenía un orificio para sacar el cañón de una ametralladora
liviana y disparar ráfagas a diestra y siniestra
Cuando Al Capone fue detenido por la policía en 1931,
acusado por evasión de impuestos y posteriormente condenado a pasar el resto de
sus días en la prisión de mayor seguridad llamada Alcatraz, el coche fue confiscado y pasó de mano en mano,
paseándose por las carreteras de diferentes países. No faltan quienes aseveran
que incluso el expresidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, llegó a
usar el famoso Cadillac del gánster más famoso de todos los tiempos.
Un extravagante deseo
Desde luego que ese Cadillac, que tenía blindajes con
planchas de acero en el interior y vidrios de una pulgada de espesor, no fue el
que llegó a manos del barón del estaño,
sino otro que intentaba replicar el modelo del original. Por cuanto el
autocarril de Simón I. Patiño no estaba equipado como el Cadillac de Al Capone,
no tenía el mismo peso ni el mismo color.
Se sobreentiende que el carrocero alemán fabricó esta
maravilla para concretizar una de las extravagantes ilusiones del potentado
minero, quien, embobado de ver que sus ganancias se multiplicaban en los
tableros de la bolsa de valores de los bancos europeos y norteamericanos, no
sabía en qué dilapidar su dinero. Así que un buen día, se le ocurrió la idea de
darse el gustito de comprar un autocarril para que pudiera recorrer, como
deslizándose por una autopista continental, por las pampas y laderas de los
cerros del altiplano, cuyos yacimientos de estaño lo convirtieron en uno de los
diez multimillonarios del mundo.
Al contemplar el autocarril Al Capone de Simón I. Patiño, que es una de las piezas más
apreciadas del Museo Ferroviario, es posible imaginarse que cuando el Rey del Estaño ocupaba el asiento del
conductor, lo primero que hacía era aferrarse al volante y manipular la palanca
de la caja de cambios, al menos para tener la sensación de que era él quien
conducía y determinaba la dirección del coche, aunque éste se movía casi por si
solo sobre las paralelas instaladas de manera fija entre una estación y otra.
Si algunos se preguntan por qué el magnate minero mandó a
fabricar un coche parecido al Cadillac de Al Capone, lo más probable es que las
respuestas sean tantas como tantos son los visitantes del Museo, aunque yo me
quedo con sospecha de que este autocarril, cuyos principales atributos eran la
elegancia y la velocidad, le fascinó a Simón I. Patiño desde que se enteró que
con este coche, diseñado al mejor estilo de los mafiosos norteamericanos, no
sólo le serviría para huir de la pobreza como una fugaz liebre, sino también
porque él sería el único en lucir este formidable objeto en un país que
bostezaba de hambre.
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