RICARDO JAIMES FREYRE,
IMPULSOR DEL MODERNISMO LITERARIO
El poeta Ricardo Jaimes Freyre (Tacna, 1868 – Buenos Aires,
1933), hijo del destacado escritor potosino Julio Lucas Jaimes y de la
escritora peruana Carolina Freyre, nació en el consulado boliviano de Tacna,
donde su padre ejercía como diplomático. Inició
su obra poética en Argentina, país en el cual pasó gran parte de su vida. En 1901, se instaló en Tucumán para
desempeñar tareas culturales, universitarias y periodísticas por el lapso de
veinte años. Fue redactor del diario El País y dirigió la Revista de
Letras y Ciencias Sociales, una propuesta única y vanguardista en su época.
Sus biógrafos
aseveran que este hombre de personalidad cautivante, de mostachos
erguidos y melena alborotada, se convirtió en un personaje singular en la vida
cultural tucumana no sólo porque lucía una capa española y un sombrero alón,
sino también por el timbre de su voz que lo destacaba como un declamador de
primera línea. Se dice que fue un talentoso orador, cuya retórica, hecha a la
medida de sus dotes de poeta y al magistral manejo de sus ideas, dejaba
pasmados a los hombres de letras y a los políticos acostumbrados a los debates
más exquisitos en los recintos parlamentarios.
Su amor por Tucumán lo llevó a escribir varios libros
historiográficos de la ciudad. Su prestigio se acrecentó tras la publicación de
su Historia de la República de Tucumán (1911); un trabajo que
todavía hoy constituye una piedra angular en la interpretación de la realidad
argentina, país que le extendió su carta de ciudadanía en 1917 y donde llegó a
ser miembro de la Academia de Letras y de la Sociedad Sarmiento, gracias a su
sólida formación humanista y al estímulo literario encausado por su entorno
familiar.
Años más tarde,
motivado por la actividad política, las ideas socialistas y las concepciones
anticlericales, James Freyre retornó a Bolivia dispuesto a trabajar por
el bienestar del país andino, pues pertenecía -y pertenece- a esa categoría de
seres que, además de tener una alta sensibilidad por los asuntos humanos,
poseen un caudal intelectual que les permite visualizar los entretelones de la
vida social, donde está presente el drama cotidiano de quienes no tienen acceso
a los privilegios de las clases dominantes.
Colaboró con el presidente
republicano Bautista Saavedra. Ejerció los cargos de ministro, canciller, diputado y diplomático
en México, Chile, Estados Unidos y Brasil. En 1926, fue candidato a la presidencia de la República; pero, al ser
elegido Hernando Siles, con quien estuvo en desacuerdo sobre el rumbo que debía
tomar el país, renunció a su cargo diplomático y volvió a establecerse en
Buenos Aires hasta el día de su muerte. El 8 de noviembre de 1933, sus
restos, junto a los de su padre, fueron trasladados a Potosí, para ser
depositados en la Catedral de la ciudad, con los honores que ameritan a los
hombres cuyos aportes son indiscutibles en las naciones iluminadas por sus
obras y sus ideas.
Ricardo Jaimes Freyre, dueño de una fulgurante personalidad
y un estilo literario inconfundible, está considerado como el primer poeta
boliviano de relieve continental. Tuvo el mérito histórico de haber sido uno de los artífices del movimiento
modernista en América, pero también un maestro en el manejo del lenguaje
rítmico y la métrica en el arte de la versificación castellana.
En Buenos Aires, con
la colaboración del nicaragüense Rubén Darío, fundó la Revista de América (1899),
publicación que, a pesar de su fugaz existencia, impulsó decisivamente la
difusión sus teorías enmarcadas en el
objetivo de trabajar por
el brillo de la lengua española en América y, al par que por el tesoro de sus
riquezas antiguas, por el engrandecimiento de esas mismas riquezas, en
vocabulario, rítmica, plasticidad y matiz... En efecto, los versos de
Jaimes Freyre, lejos de la embriaguez verbal de los románticos, tienen rima,
vocablos nuevos y giros insólitos, que resuenen por mucho tiempo en la mente de
los lectores. La musicalidad de sus versos ha sido admirada por propios y
extraños. No es casual que Borges, a tiempo de citar: Peregrina paloma imaginaria/ que enardece los últimos amores,/ alma de
luz, de música y de flores,/ peregrina paloma imaginaria..., manifestó que no
entendía el significado de estos versos, pero que éstos sí tenían un ritmo y
una musicalidad agradables al oído.
No cabe duda de que Ricardo Jaimes Freyre, que sabía manejar
con maestría sus conocimientos lingüísticos, se esforzó en fusionar la forma y
el contenido en la musicalidad de la poesía, consciente de que el ritmo era más
importante que el significado y tratando siempre de evitar que la poesía se
convierta en un simple híbrido de la prosa y el verso. Aunque algunos críticos
calificaron su poesía de preciosista y excesivamente meditada, lo cierto es
que el vate boliviano, quien no sólo fue considerado el teórico del modernismo
tras la publicación de su obra Leyes de la versificación castellana (1912),
ha dado muestras suficientes de que los temas universales, inherentes al ser
humano y su problemática social, pueden expresarse a través de la musicalidad recóndita que
conllevan los versos.
Siguiendo los principios métricos de Jaimes Freyre, quien
también usó el hexámetro yámbico que
empleaba Darío, se puede constatar que, en su poema Las Hadas, se
repite, a modo de estribillo, el verso inicial de la primera: Con sus rubias
cabelleras luminosas,/ en la sombra se aproximan. Son las Hadas./ A su paso los
abetos de la selva,/ como ofrenda tienden las crujientes ramas./ Con sus rubias
cabelleras luminosas se acercan las Hadas./ Bajo un árbol, en la orilla del
pantano,/ yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,/ su faz blanca, como un
lirio de la selva;/ dormida en sus labios la postrer plegaria./ Con sus rubias
cabelleras luminosas/ se acercan las Hadas. En tanto en su poema Los
cuervos: Sobre el himno del combate y
el clamor de los guerreros,/ pasa un lento batir de alas; se oye un lúgubre
graznido,/ y penetran los dos Cuervos, los divinos, tenebrosos mensajeros,/ y
se posan en los hombros del Dios y hablan a su oído, los cinco
primeros versos de cada estrofa están escritor en seis periódicos prosódicos
disílabos puros, y el sexto, en tres períodos prosódicos puros.
Ricardo Jaimes Freyre, como pocos de sus contemporáneos,
tenía una auténtica vocación por el arte de la versificación y un amor por las
palabras que denotan belleza en una sintaxis que refleja con coherencia las
vibraciones del poeta, quien es capaz de captar las sensaciones más sutiles del
alma y verterlas en palabras con una soltura y armonía que no dejan indiferentes
al lector acostumbrado al impacto de los versos y al significado que éstos
transmiten a través de las metáforas y las figuras de dicción, donde se alteran
en cierto modo las normas del lenguaje en afán de conseguir giros y expresiones
que enriquezcan la expresión poética.
Su afamado poemario Castalia Bárbara (1899), además de
reafirmar su talento y sus conocimientos de las estructuras rítmicas del
lenguaje, marcó un hito en la poesía iberoamericana por su evidente pasión y su
honda emoción humana. En sus versos, cargados de simbolismos y finas metáforas,
trasciende su filosofía, su fantasía y su interés por los mitos de la tradición
oral escandinava. Leopoldo Lugones, en el meditado prólogo del libro, confirma
la propuesta estética de su amigo y colega: Todo poema consta de tres
elementos internos o de concepción: la idea, el sentimiento y la proporción; y,
de tres externos o de realización: la perspectiva, la metáfora y el ritmo (...)
Se quiere que cada verso sea un diamante cuyas facetas produzcan fulguraciones
diversas a la vez. Por esto la reforma en el ritmo, en la perspectiva, en la
metáfora -los nuevos modos de decir adaptados a los nuevos modos de pensar.
Castalia bárbara presenta trece composiciones, precedidas
por el poema Siempre. El autor, en su afán de narrar de manera épica las
sagas de la mitología y el paganismo nórdicos, exalta la violencia y el
heroísmo en un Olimpo bárbaro; una realidad que, por ser lejana y extraña a su
medio, se torna en fantástica y misteriosa. Es aquí donde el lector, en medio
de la furia y la belleza, se encuentra
con paisajes que exhiben mares de olas encrespadas, noches de hielo, oscuros
bosques y tierras envueltas en sangre y nieve, donde se oyen los aullidos de
los lobos y el raudo vuelo de los cuervos sobre los pinos solitarios. En el
paraíso o Walhalla, cuya cosmogonía es propia de la invención popular, aparecen
personajes de cabelleras blondas como los elfos, las hadas y valquirias; héroes
con alma guerrera y montados en negros caballos, blandiendo lanzas y espadas, y
cubriéndose el pecho con escudos. Los versos dejan constancia de la
omnipresencia de Odín y sus cuervos, la belleza de Freiya y el heroísmo de
Thor, dios del trueno y la guerra, quien, conduciendo una carreta tirada por
machos cabríos voladores, se enfrenta en las batallas con su martillo mágico.
Castalia bárbara,
junto con Prosas profanas (1896) de Rubén Darío y Las montañas de oro (1897) de Leopoldo Lugones, está considerada como una de las piezas claves para
comprender las visiones de un movimiento literario que coincidió con el pujante
desarrollo de algunas ciudades latinoamericanas que, aparte de tornarse en
cosmopolitas, intensificaron sus relaciones comerciales y culturales con la
Europa de principios del siglo pasado.
Por mucho de que su obra poética, a diferencia de su prosa,
sea breve en extensión -en el lapso de casi veinte años publicó sólo libros de
poesía: Castalia bárbara y Los sueños son vida-, nadie pone en duda de que
sus teorías planteadas en Leyes de la versificación castellana, han
contribuido a perpetuar la genialidad de Ricardo Jaimes Freyre, considerado uno
de los poetas iberoamericanos más grandes del siglo XX.
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