REALISMO SOCIAL EN LA PROSA DE MARCO MINGUILLO
Los relatos de este libro, de prosa pulcra y amena, son la
expresión de un espíritu inquieto por los temas humanos, cuyos conflictos
encuentran su mejor asidero en una propuesta que desafía la frivolidad y deja
constancia de que la ficción tiene también su punto de partida en una realidad
compleja y contradictoria, que no deja indiferente a ningún lector acostumbrado
ya al discurso poético y narrativo de este autor peruano, quien conoce el drama
que azota a los desposeídos de su tierra natal y los avatares del inmigrante en
Suecia, donde escribió la totalidad de su breve pero intensa obra literaria.
A medida que nos adentramos en las páginas del libro, se
advierte que Marco Minguillo puso especial énfasis en las descripciones de los
paisajes, las situaciones y los personajes, con el desparpajo de quien está consciente de
que un libro debe ser transparente como la radiografía del alma, sin que
por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y
enardecidos por la experiencia.
Si Al borde del camino es un buen ejemplo de la literatura
de compromiso social y realismo concreto, Madriguera de topos, trazada con
pinceladas autobiográficas, tiene la fuerza de ubicarnos en los años de la
represión política y la vida clandestina de los jóvenes militantes de izquierda
en un Perú que durante decenios se desangró bajo gobiernos civiles y militares.
Por el otro, sin descuidar el sentido del humor que, a pesar
de la ironía y el contrasentido, es un buen recurso en materia literaria, el
autor nos narra las experiencias de algunos inmigrantes ilegales enfrentados a
la distorsión de una nueva realidad, donde todo se torna en dificultad, incluso
el vehículo de comunicación que constituye el idioma, como ocurre en Sueños,
pesadillas y escondidas; un relato que se convierte en un regio alegato de las
aspiraciones y esperanzas de los inmigrantes anónimos, como la de ese personaje
que, al mismo tiempo que disfruta de
sus Vacaciones de verano en el
Mediterráneo, vive añorando a su país, puesto que en cada lugar y espacio,
incluidas las situaciones de vida o muerte, encuentra similitudes con la tierra
que lo vio nacer.
El relato Para arriba y para abajo, hecho de necesidades y
penurias, nos enfrenta a la cruda realidad de que los humanos y su entorno
inmediato forman parte de una sociedad que desprecia a los excluidos, quienes,
por mucho que se esfuerzan por superar su situación existencial, no lo
consiguen en un mundo cada vez más hostil y competitivo. La ciudad de Lima es
sólo un ejemplo para darnos cuenta de que en las zonas suburbanas sobreviven
las prostitutas, los pandilleros carteristas y los mendigos andariegos al
amparo de la luna, mientras en las casuchas de lata y cartón se violan los
derechos más elementales de los menores de edad, convencidos de que al día
siguiente todo seguirá igual. Marco Minguillo, acaso sin proponérselo, nos
recuerda que la pobreza multiplica la pobreza y la podredumbre humana, lejos de
las zonas residenciales y el despacho de las autoridades gubernamentales, se
expande por los barriales como sargazos en el mar.
Con todo, y a pesar de los pesares, hay algunos que no
pierden la ilusión de salvarse algún día de la miseria, ya sea por un golpe de
fortuna o gracias a la mano extendida de alguna alma piadosa. Esto es lo que se
refleja en Para arriba y para abajo, donde se retrata la conmovedora historia
de una niña, que un día tiene un desenlace relativamente feliz, al menos para
el consuelo de los lectores ávidos de historias clásicas en el mejor sentido de
la palabra.
En este libro, compuesto por ocho títulos de extensión
variada, no podían faltar los relatos escritos con sorprendente hedonismo, como José y Manuel. Planes de primavera y Puerto de tránsito, en los cuales
resalta una prosa poética, dejando que el lector se deleite más con el juego de
palabras, los vestigios de la memoria y las pasiones encendidas. Queda claro
que el hilo argumental de estos relatos, a diferencia de los tópicos que
caracterizan a este género literario, da paso a una fuerte dosis de ludismo
creativo y transgresión narrativa. Las palabras, en estos casos, son los signos
de las ideas, pero no siempre las palabras tienen por fin la expresión simple
de los pensamientos. Cuando se habla o escribe bajo la impresión de la emoción
estética, sucede, y a veces es indispensable, que el artista literario se
aparte de la fría, esquemática forma simplemente gramatical, sintáctica o semántica,
para dar a los pensamientos formas más ágiles, armoniosas y poéticas.
El penúltimo relato, titulado El centrodelantero, que bien
podía haber sido la llave para cerrar el libro tras de una apasionante lectura,
lo revela como a un escritor fanático del fútbol. No es para menos, cuando se
piensa que este deporte, que hace mucho dejó de ser un puro juego para trocarse
en un negocio rentable, ocupa la mente y el tiempo de millones de seres cuyas
vidas giran en torno al balón, que se parece a una bola mágica donde confluyen
los sueños de quienes la practican de manera activa y de quienes la contemplan
de manera pasiva. Ojalá el fútbol, como sucede en el relato, volviera a ser el
deporte de todos, de los aficionados que juegan en los barrios y en las canchas
pedregosas, sin importarles la fama ni el dinero, aunque todos, consciente o
inconscientemente, escondan en lo más profundo de su corazón las ansias de
conocer alguna vez el triunfo y la gloria.
Con este relato, estructurado sobre la base de un anhelo
universal, Marco Minguillo consigue pegar un fuerte puntapié contra el balón
literario, con la esperanza de marcar el gol deseado en medio de una tribuna de
lectores que esperan lo mejor de su artífice de relatos reales y rotundos. Por
mi parte, sólo me queda augurarle un venturoso viaje de la mano de su nueva
criatura del alma.
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