MIEDO Y ESPANTO EN LA
OBRA DE VELIA CALVIMONTES
El libro Misteria
pavoria. Cuentos de terror, publicado por la editorial colombiana Panamericana
e ilustrado por Luz Stella Rodríguez, es una verdadera cajita de sorpresas. Se
trata de una obra compuesta por cinco cuentos de espanto y aparecidos, reunidos
bajo un título sugestivo que atrapa de inmediato la atención del lector. La
narrativa de Velia Calvimontes, avalada por un estilo limpio de ripios, hace
gala de un lenguaje sencillo y ofrece una lectura amena a los lectores de todas
las edades.
Los cuentos, que destacan
por el buen manejo del hilo discursivo, nos relatan las historias de muertos,
almas en pena y personajes del mundo esotérico, poniendo en boca de sus
personajes palabras apropiadas y recreando situaciones sobrecogedoras, como en
los cuentos A dedo y El fraile encapuchado. Los relatos más tétricos
discurren en ámbitos insólitos, que van desde un cementerio hasta el patio
trasero de una casona de antaño. No faltan los gallos y caballos, el tañido de
la campana, el llanto de los difuntos, el lamento de los condenados, el viento
y la tormenta, que son también personajes secundarios. Todo esto recuerda a
esos seres que estando muertos, según la tradición y creencia popular, retornan
al reino de los vivos para vengarse de sus enemigos y ajustar cuentas con sus
deudores. Son cuentos de la más pura tradición oral que los niños bolivianos,
hasta el día de hoy, se siguen contando sentados en un ruedo y bajo el
resplandor de la luna.
Así ocurría en las
tabernas coloniales, donde se daban cita truhanes y cuenteros, músicos y
ciudadanos de vida alegre, en afán de confabular los sucesos más inverosímiles
que imaginarse pueda. Los parroquianos, blandiendo el verbo cual espada de doble
filo, abordaban temas de miedo y espanto, con una imaginación desbordante y
acaso proclive a las supersticiones. Muchos de esos relatos llegaron con los
colonizadores que se asentaron en la Villa Imperial de Potosí una vez
descubiertos los ricos yacimientos de plata. De ahí que Velia Calvimontes, en
su cuento Un aullido en el cementerio, ambientando en el siglo XVII, nos
recuerda que las naves llegadas de allende los mares, además de traer noticias
del Viejo Mundo, venían cargadas de historias que fascinaban a propios y
extraños
Las consejas coloniales,
atravesadas por personaje que aparecían y desaparecían de un modo misterioso y
sin ninguna explicación lógica, se mezclaban con la chismografía sobre la vida
privada de los habitantes de las urbes, sobre todo, de las familias
consideradas poderosas, donde aparentemente sucedían hechos increíbles y
macabros, como ocurre en Un aullido en el cementerio, cuyo argumento gira en
torno a un hombre que, siendo en vida rico pero avaro, se condena a poco de ser
sepultado. Las beatas dicen que se trata de un castigo por haberle negado al
cura una contribución para reparar la campana de la iglesia. Los vecinos saben
también que los aullidos lastimeros son de don Crisanto, quien, presa de su
avaricia, no encuentra paz en su tumba. Mientras esto se comenta de boca en
boca, los jóvenes parroquianos, reunidos en la taberna y en plan de desafío,
hacen apuestas por quien se atreva a entrar en el cementerio a medianoche y, en
señal de su valentía, dejar un puñal sobre la tumba de don Crisanto; un reto
que no pocos rechazan atravesado por un temor que les recorre el espinazo. Sin
embargo, como en todo cuento bien contado, no falta uno que, luciendo espada al
cinto y aspecto de valiente mancebo, se atreve a probar su bravura. Entra en el
camposanto, se acerca a la tumba de don Crisanto y, en el justo instante en que
va a clavar el puñal en el lugar preciso, se le aparece el muerto envuelto en
un manto oscuro. El mancebo se lleva tal susto que cae fulminado por un ataque
al corazón. A la mañana siguiente, sus amigos que apostaron por él, lo encuentran con el rostro ensangrentado y
sin un hálito de vida.
En el cuento Las tres
vueltas del gallo, escrito con un halo de misterio y contextualizado en una
casona colonial de la ciudad de Sucre, nos transporta al mundo fascinante de
Eliza, la joven protagonista, quien cuida de sus hermanas menores hasta altas
horas de la noche, mientras su madre trabaja como empleada doméstica. Eliza,
luego de acostar a sus hermanas, se reúne con un grupo de amigas que se
transmiten cuentos de espanto y aparecidos. Una de esas noches, al retornar a
su hogar, cruza ante su mirada atónica un gallo de alas desplegadas. El animal
se acerca a una tapia y, dando tres vueltas, escarba la tierra. Luego desaparece
con el mismo misterio con el que aparece. Eliza le relata a su madre lo
acaecido, pero ésta guarda silencio y espera la mejor oportunidad para
cerciorarse personalmente del hecho, hasta que llega la festividad de la Virgen
de Guadalupe. Entonces, en tanto el pueblo asiste a la celebración, madre e
hija deciden revelar el misterio que representa el gallo y, justo allí donde
éste escarbaba la tierra, encuentran enterrada una petaca de cuero que contiene
joyas y monedas de oro y de plata.
En El fraile
encapuchado, donde el suspenso y la curiosidad se apoderan del lector, se
recrea un suceso que se arrastra desde la época colonial en Potosí, donde años
más tarde, en el patio de una escuela, Elvira avista a un fraile con el rostro
cubierto por la capucha de su hábito. La protagonista, como suele suceder en
las historias de aparecidos, se queda helada y con el grito atascado en la
garganta. No obstante, y sin salir de su asombro ante tal aparición, guarda el
secreto por un tiempo. No se lo cuenta al cura de la parroquia ni a su marido.
Primero decide comprobar que la aparición del fantasma no es una aberración de
su mente sino un caso real. Para comprobarlo, un día arroja una piedra contra
el hábito del fraile; la piedra atraviesa la vestidura y deja un impacto en la
pared a modo de señal. Sólo entonces Elvira decide revelarle el secreto a su
marido, quien, a pesar del miedo que se le mete entre pecho y espalda, no tiene
más remedio que ayudarle a descifrar el misterio de aquella extraña aparición.
Una noche acuden al lugar
donde el fraile hacia acto de presencia. Abren a fuerza de pico un boquete en
la pared de adobe, se deslizan por él y, apenas iluminados por la luz mortecina
de la luna, distinguen a sus pies una entrada que conduce hacia un sótano. Para
continuar su pesquisa, se arman de velas y mecheros. Una vez en el fondo del
sótano, quedan deslumbrados ante una abundante riqueza junto a una docena de
ropajes de altos prelados de la iglesia cubiertos de pedrería. Durante tres
largas noches, Elvira y su marido acarrean a su casa el tesoro escondido, y,
una vez convertidos en ciudadanos prósperos, abandonan Potosí para disfrutar de
su fortuna en una ciudad valluna. Hasta aquí, todo parece tener un final feliz
como en los clásicos cuentos de hadas, pero no, en El fraile encapuchado los
sueños se tornan en pesadillas; primero se desvanece la dicha en la familia de
la pareja, y después Elvira, la protagonista principal, acaba enloquecida por
haber visto y tocado lo que no debía.
En La muerte azul, inspirado
en un acápite del libro Exploración Fawcett del explorador inglés Robert
Fawcett, nos arrima a finales del siglo XIX y al peligroso trayecto entre La
Paz y los Yungas; un recorrido que los aventureros, arrieros y errantes hacían
a lomo de bestias. En este territorio, cubierto de niebla, precipitaciones y
vegetación exuberante, el protagonismo recae en un jinete buscador de fortunas,
quien, en procura de pasar la noche, pide hospedaje en un aposento. El posadero
le niega arguyendo que todos los cuartos están ocupados, mas el forastero,
pistola al cinto y sin darse por vencido, solicita el último que queda, justo
aquél donde todo quien entra no sale con vida. Aquí valga destacar que la sola
descripción del cuarto, como en las historias de crímenes y terror, constituye
un excelente recurso literario que le permite al lector ubicarse en un contexto
escalofriante.
Entrada la noche, y
mientras afuera la tormenta ruge como bestia herida, en el cuarto de la muerte,
donde descansa el forastero, se oye el estampido de un disparo. El dueño de la
posada, que apenas alcanzó a cerrar los ojos, salta de la cama y se dirige al
temible lugar, donde el forastero sigue con vida, aunque visiblemente pálido.
Ante semejante realidad, el posadero no se lo puede creer, pero el protagonista
del cuento se encarga de explicarle que estando en la cama, todavía despierto,
vio que por el orificio del cielo raso descendía una gigantesca tarántula, que
era la causante de las muertes que se producían en ese cuarto, donde todos aparecían
al nacer el día con la cara y el cuello azules.
Misteria pavoria.
Cuentos de terror (2005) es una obra breve que tiene la propiedad de suspender
al lector en el terror de la imaginación, con narraciones que descubren un
mundo de misterios y se sumergen en el subconsciente colectivo, lejos del
maniqueísmo didáctico y las normas de moralización, tan propias en la mayoría
de los libros destinados a los jóvenes y niños.
Velia Calvimontes Salinas (Cochabamba, Bolivia, 1935). Escritora y profesora de
idiomas. Figura destacada de la narrativa infantil y juvenil. Según reveló en
una entrevista, desde niña supo que sería escritora pero no fue sino hasta 1963, cuando
residía en Chicago, Estados Unidos, que empezó a escribir. Debutó con su libro Y el mundo sigue girando... (1975). Obtuvo premios nacionales e internacionales. Entre
sus obras destacan: Abre la tapa y destapa un cuento (1991), La ronda de los
niños (1991), El uniforme (1993), Amigo de papel (1995), Lágrimas y
risas (1995), Cuentos de la vida (1997), En busca de hogar (2002), Sabor
a Navidad (2005), Nueve noches y un día (2007), El niño de
la pérgola (2007) y la serie de libros sobre Babirusa que, desde el año
en que empezó a publicarse (1993), se ha convertido en una referente de la
literatura infantil boliviana, como Papelucho, la clásica obra de Marcela
Paz, es un referente del cuento infantil chileno.
No hay comentarios :
Publicar un comentario