domingo, 8 de agosto de 2010


VÍCTOR MONTOYA EN VENEZUELA (2)

El día que tenía previsto asistir a una charla informal con los miembros de FRAPOM (Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte), el cielo se rompió entero y la lluvia se vació sin piedad. En poco menos de una hora, en las calles se formaron trombas de agua y los ríos, que atraviesan la ciudad de lado a lado, arrastraban todo cuanto pillaban a su paso. Aun bajo estas condiciones, más parecidas a un panorama surrealista, nos reunimos en la sede que ocuparon estos activistas comprometidos con la causa bolivariana y los procesos de cambio que vienen impulsándose en el Cono Sur de América Latina. Con ellos venía discutiendo desde cuado asistieron a una conferencia que dicté sobre arte y revolución en la Coorporación de Desarrollo de la Región Central de Valencia, donde se inició una interesante polémica en torno a la tradición oral y el compromiso social del escritor.


Debo reconocer que nuestra amistas fue sincera y cordial, a pesar de los momentos tensos que se dieron durante mi exposición y el posterior debate que se armó con palabras incendiarias, como en cualquier foro donde se desatan las pasiones del alma y las opiniones fluyen en una dirección y en otra. No coincidimos en todos los puntos planteados, pero sí en la necesidad de crear alternativas que permitan la participación directa de los artistas y escritores en las instituciones culturales del Estado, cuyo principal objetivo es defender y promover las diferentes manifestaciones del patrimonio cultural de un pueblo.

Estos jóvenes activistas, lejos de toda retórica formal, me sorprendieron con su entusiasmo y sus ansias de ver una Venezuela donde el arte y la literatura no sean un privilegio reservado para una élite, sino un campo abierto al que tengan acceso todos los individuos, sin distinciones de raza, sexos ni condición social. Una intención por demás ponderable, sobre todo, cuando viene de personas que desde siempre se dedican al teatro, la pintura, la música y la literatura.



En esta ciudad, mientras mis anfitrionas me transportaban en auto de una actividad a otra, me contaron las aventuras y desventuras de “Florentino y el Diablo”, una fascinante leyenda popular de los llanos venezolanos que, además de estar revestida con valores propios del folklore nacional, presenta características universales por el tratamiento del tema sobre la diatriba constante entre el Bien y el Mal.

Esta leyenda demuestra que la cultura regional no importa cuando los arquetipos hermanan a todos los pueblos, puesto que esta misma historia bien podía haber sucedido en cualquier otra parte del mundo. Lo interesante es que, como en muchas de las consejas de antaño, no se sabe a ciencia cierta ¿quién vence a quién? Lo único que trasciende en la trama es que tanto Florentino como el Diablo poseen el poder de la seducción. Es más, lo que no se sabe es quién es el creador de ese poder, si Dios o el Diablo.



Las actividades eran tantas que, algunas veces, tenía que hacer esfuerzos para darme tiempo y asistir a las entrevistas programadas en las radios, los periódicos y la televisión. Por suerte, con paciencia y disciplina, logré superar los contratiempos y cumplir con los compromisos.


En la sede del Tkanela Teatro, cuando menos me lo esperaba, me presentaron a Miguel Torrence, un profesional de las tablas escénicas y conocedor de las piezas dramáticas de Ibsen, la escritura contestataria de Strindberg y la linterna mágica de Bergman, cuya visión particular del mundo femenino y los conflictos subconscientes que anidan en la relación de una pareja, según su opinión, lo convertían en un cineasta y dramaturgo de envergadura universal. Con Miguel Torrence, que dedicó su talento al arte escénico y levantó polémicas en torno a su vida privada, sostuve una conversación salpicada de anécdotas y lecturas. Parecíamos dos viejos amigos, compartiendo las mismas palabras, los mismos temas y las mismas inquietudes. No fue menos interesante el hecho de que me contara, de primera mano y conocimiento de causa, sobre las aventuras y desventuras del poeta, pintor y titiritero boliviano Luis Luksic, quien un buen día decidió abandonar Oruro para instalarse en Venezuela, donde compartió, tanto en los escenarios como en las aulas de enseñanza, su amor por el arte y su experiencia, hasta el día en que se lo llevó la muerte un 16 de septiembre de 1988.


Aún recuerdo mi paseo por los campos de batalla en Carabobo, una llanura espectacular que, merced a su importancia en la historia venezolana, todavía conserva la gloria y la bravura de los próceres de la Guerra de Independencia, con su imponente Altar de la Patria y sus guardias de honor que custodian la Tumba del Soldado Desconocido. En este preciso escenario, como por un arrebato de la imaginación, me asaltó la imagen que tenía de Simón Bolívar, batallando contra las tropas de la Corona española, con la espada desenfundada y montado sobre un caballo al galope. Lo cierto es que este acápite de mi viaje, debido su trascendencia y su valor histórico, merece una nota aparte. Por ahora, sólo me queda confirmar que el llano de Carabobo, a donde se llega por una carretera llena de árboles frutales y aires libertarios, fue la cuna de la independencia latinoamericana.


Fotografías

1. Conferencia en Valencia
2. Presentando su obra en la sede de FRAPOM
3. Una charla con los miembros de FRAPOM
4. Florentino y el Diablo
5. Con una periodista
6. Entrevistas radiales
7. Con Miguel Torrence en la sede del Tkanela Teatro
8. Con un profesor de artes escénicas
9. El Altar de la Patria en Carabobo
10. En la Tumba del Soldado Desconocido.

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