CARTA ABIERTA A UNA FOTOGRAFÍA
(de izq. a der.) Jorge Zabala (el poeta de las manos cruzadas y la mirada perdida entre copas y sombreros), Eduardo Kunstek (el artista que pinta versos con los colores de la vida), Alberto Guerra Gutiérrez (el viejo duende que nos mira desde el fondo de su alma de niño y nos invita a beber su poesía), Antonio Terán Cavero (el poeta que se infiltró en los recitales vestido de soldado), Edwin Guzmán (el intelectual que reniega de su inteligencia a través del poder de la palabra), Eduardo Nogales (el orureño que perdió sus huellas en los callejones del Barrio Chino), Marcelo Arduz Ruiz (el tarijeño universal, el que está en todas partes, incluso Tras el cristal del cielo) y, por supuesto, el poeta que no aparece en esta imagen, porque, como todo buen duende, prefirió esconderse detrás de los lentes de la cámara que fijó esta fotografía en un instante de solaz en el VI Encuentro de 15 Poetas de Bolivia, llevado a cabo en 1991.
Para ser franco, debo reconocer que esta fotografía, llegada en un periódico ajado desde Bolivia, junto a chuños, charquis y matecitos de coca, es suficiente para recordar a los amigos y sentir la nostalgia de no estar junto a ellos, bebiendo bajo el alero de un techo o a la sombra de un molle capinoteño, puesto que yo, recluido en estas alturas del planeta, donde no puedo sentarme a la sombra de un molle ni saborear el amarillo brebaje de la tierra valluna, siento la sensación de que no volveré a encontrar a estos amigos, quienes me miran desde el otro lado del océano y desde el fondo de esta fotografía, cuyo original (léase del periódico) guardo en un álbum de poesía, como estampilla llegada de un país mágico y secreto, tan lejos de aquí y tan cerca del cielo, donde estos seres de palabras, reunidos en torno al magnetismo de la poesía y las aventuras de la imaginación, brindan por los amigos ausentes que, mientras más ausentes, están siempre presentes en la lengua de quienes hablan y en el silencio de quienes callan.
Así, esta fotografía, que es el espejo que revela el alma de este grupo de poetas, es el mejor motivo para escribirles esta carta que, más que carta, es la nostalgia convertida en palabras.
A ratos, al volver la mirada sobre esta imagen hecha de tiempo y distancia, me entran ganas de acudir a Mosebacke, pedir una copa de Absolut Vodka y brindar por estos amigos, quienes no sólo discuten con la voz del corazón, sino también con las ideas encandiladas por el fuego de la poesía.
Cuando se lea esta carta, en algún recodo del país y en alguna columna del periódico, los amigos sabrán que la palabra es el mejor antídoto contra el silencio y la distancia, mientras yo estaré en Mosebacke, convencido de que una imagen vale más que mil palabras.
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