sábado, 14 de agosto de 2010


CANGREJO ERMITAÑO

Ya me había sucedido antes, pero esta vez mi sueño me reveló lo que fui en mi anterior vida o lo que seré después de la muerte: un cangrejo ermitaño contemplando el mundo desde su mundo. Lo único que no coincidía era el lugar de mi residencia y la forma estúpida como perdí la vida. Todo lo demás, como en los mejores cuentos de mutantes y metamorfoseados, era similar a mi vida cotidiana y al modo de experimentarme a mí mismo.

Si el sueño es el reflejo incoherente del subconsciente, hecho de impresiones y experiencias habituales, entonces el mío, que se mostró con tanta nitidez y coherencia, es el fiel reflejo de una vida recluida en la soledad voluntaria, al margen del ajetreo mundano, donde se originan y solucionan los problemas humanos. A qué se debe esta mi conducta de solitario, probablemente, a factores innatos y adquiridos que arrastro desde la infancia como una marca indeleble en la piel del alma.

El sentirme un poco extraño, como casi todos quienes leen estas líneas, no es extraño para nadie, sobre todo, si partimos del criterio de que cada individuo, indistintamente de su origen, raza y sexo, se ha sentido alguna vez diferente a los demás, así esta sensación sólo sea el producto de la imaginación.

Volviendo a lo que pensaba referirles, debo anticiparles que no soy un bicho raro, sino apenas un hombre cuya vida está situada en el límite exacto donde se juntan la realidad y la fantasía, y donde uno es capaz de repetir a viva voz el soneto de Quevedo: Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos,/ y escucho con mis ojos a los muertos.

De otro lado, asumiendo mi condición de narrador, quiero contarles mis pensamientos y sentimientos, y reiterarles, si acaso no quedó claro, que me parezco a ustedes tanto en los defectos como en las virtudes, salvo que en el sueño me vi convertido en cangrejo ermitaño; tenía los ojos grandes y pendulares. Cerca de mi boca había dos pares de antenas no muy largas, y en mi cuerpo, en forma de tenazas, seis pares de miembros moviéndose como las patas de una araña. Habitaba en el interior de una concha abandonada, cuya abertura la tapaba con mi pinza derecha, mientras mis extremidades, que seguían a mis pinzas, se arrastraban a tientas, evitando los obstáculos.

Vivía, como suele suceder en la dimensión onírica, cerca de una playa tropical, debajo de las piedras de coral, asediado de algas marinas y grandes colonias de invertebrados nadando en derredor. Aunque mis enemigos acudían en bandadas a explorar los territorios de mi dominio, no abandonaba la concha ni aun estando en los parajes rocosos que me servían de refugio, pues hasta en los vericuetos más insondables, en las cuevas y pequeñas oquedades, me acechaba el peligro y la muerte.

Cuando la brisa se arrastraba sobre la arena y los bañistas se retiraban de la playa, trepaba por los pináculos rocosos que se levantaban formando una pirámide submarina, sobre las que nadaban en apretadas formaciones miles de peces que, a la luz del poniente y en las aguas color turquesa, parecían criaturas deambulando en un paisaje enigmático, casi paradisíaco.

En la isla, sobre la arena todavía tibia, abandonaba la concha, amarraba un cinturón de hierba alrededor de mi tronco y trepaba hacia las ramas del cocotero. Arrancaba el fruto y lo dejaba caer sobre la arena, le quitaba las fibras una por una, desde el punto donde se encontraba el ojo del coco. Luego hacía una abertura con mis pinzas, raspaba la pulpa y me la comía a mi regalado gusto. Después me metía en la concha con la misma lentitud con que la abandonaba y, arrastrándome sobre mi abdomen, volvía hacia el fondo rocoso de mi guarida, donde no llegaba el ruido de las agitadas olas, salvo el siseo de los otros cangrejos que poblaban esos ámbitos poco iluminados del mundo marino.

Así viví en el sueño, hasta la última vez que salí a la superficie, ansioso por comer la pulpa refrescante de un coco. Me arrastré por la arena húmeda, dejando mis huellas allá donde no llegaban las olas. Trepé al cocotero, corté un fruto con mis pinzas y lo dejé caer sobre la arena. Después me dispuse a bajar retrocediendo, hasta que de pronto perdí el equilibrio y, dando volteretas en el aire, me descalabré mortalmente. Mis pinzas se quebraron con un ruido sordo y mi cabeza se partió cual un cántaro de barro. Ahí permanecí inmóvil, de espaldas, mirando el cielo por entre las hojas del cocotero.

Al despertar, las piernas separadas y los brazos cruzados, sentí un dolor intenso en la nuca y la espalda. No me pregunten el motivo de tal dolor, lo desconozco, pues lo cierto es que en el sueño, donde me transformé en cangrejo ermitaño, existe un misterio hasta hoy desconocido por los psicoanalistas y aficionados a la interpretación del subconsciente humano. Si algo recuerdo, a plan de forzar la memoria, es que el sueño lo experimenté después de una tremenda borrachera. Sin embargo, ésta no es la única ni definitiva explicación, sino apenas un detalle que nos aproxima al porqué del dolor que sentí a tiempo de abrir los ojos.

En realidad, para quienes aún tengan dudas, el cangrejo ermitaño de mi sueño era una alegoría de mi vida, debido a que forma parte de mi personalidad más íntima. Soy arisco con los desconocidos y casi nunca salgo de mi escritorio, donde, con el transcurso de los años, logré establecer un ámbito hecho a mi manera, con los personajes de la realidad y los fantasmas de la imaginación. La soledad, que para algunos es un fatal castigo, en mi caso constituye una hermosa compañera, con quien convivo día a día, brazo a brazo, sin otra esperanza que la de evitarme un sueño en el que se me acabe, así nomás, la libertad de haber elegido una vida apartada de la superficialidad y la hipocresía. No, no se imaginen lo peor, ya que una vida hecha de quietud y silencio es también un modo de alcanzar la felicidad a costa de crecer hacia adentro y no hacia fuera. No soy el primero ni el último en experimentar la satisfacción que produce una vida de anacoreta, pues hay algunos que la ejercieron y la ejercen por oficio o afición, ahí tenemos al Asterión de Borges, quien, ante las acusaciones de soberbia, misantropía y locura, decía: Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.

Está comprobado que el sueño de la razón produce monstruos, como advirtió Goya, el pintor español que intentó retratar, a fuerza de lápices y pinceles, los fantasmas que habitan en los cuartos oscuros de la memoria, mucho antes de que los psicoanalistas nos acercaran a la interpretación de los sueños, con explicaciones que no siempre satisfacen nuestra curiosidad y nuestro afán por desentrañar los misterios inherentes a los sueños que, como en mi caso, son cada vez más metafísicos y macabros.

1 comentario :

  1. Wow, me encantaria como escribe. Se ve que es un hombre educado. Tremendous sueño.

    Yo soñe con dos arañas inmensas, pero una era mas grande que la otra. Las dos eran
    Rojas parecidas a el cangrejo ermitaños. La arañas mas grande la mate. La mas pequeña, me trataba de picar. Yo mien traps, le pediatric ayuda a mi fallecido padre, el cual con un palo, trataba de matarla. Yo corria, pero la arañas se logro subir por mi espalda casi por mi cuello; y ahunque no senti picadura; sino, como que me caminaba por la espalda. Yo decia que me habit picado.

    Que significa este sueño?

    ResponderEliminar