Entrevista a Mario Romero, poeta argentino.
Mario Romero, ex redactor
de El Mundo y encargado de la Sección Cultural desde su fundación hasta
diciembre de 1980, recuerda en una cafetería de Estocolmo a Santa Cruz, sus
poetas y su gente.
Me reconocerás por mi
aspecto de latinoamericano, tirado a hindú, me dijo por teléfono con un
inconfundible acento tucumano. A las cinco de la tarde, exacto como para
desmentir la impuntualidad latina, descendió del metro, con una bufanda liada
al cuello y un poemario debajo del brazo. Nos saludamos como si fuésemos viejos
amigos y caminamos rumbo a la Casa de la Cultura, desde cuyas ventanas se
podían contemplar las sombras de los edificios arrastrándose por el asfalto y
el tránsito ordenado y sistemático de los suecos.
Cuando ingresamos al
edificio, donde había estado antes con otros escritores latinoamericanos, nos
sentamos junto a una mesa para tomar café y conversar lejos del bullicio de la
calle.
-¿Cómo te sentiste cuando
en 1976, durante la dictadura militar, tuviste que abandonar Argentina y
“enfrentarte” a Bolivia?
-Cuando crucé la
frontera, que lo hice a pie, sentí como si me hubiese caído del caballo.
Bolivia es muy diferente, en apariencia, a la Argentina, y yo sufrí el cambio
como un choque. Al poco tiempo, con la ayuda de algunos amigos, especialmente
poetas, descubrí que lo que yo había sentido como un golpe no era nada más que
el ingreso a una realidad fascinante, extraña y maravillosa.
-Esa realidad a la que te
refieres, que tal vez se la pueda definir como la realidad profunda de América
Latina, ¿la encontraste en todo el país o en algunas zonas más que en otras?
-La encontré
especialmente en la zona del collado, en ciudades como La Paz y Cochabamba, o
en pueblitos como Cotoca. Me refiero a ese halo demente que la realidad exuda
en Bolivia y a través del cual la miseria, la explotación y el despotismo
adquieren dimensiones no humanas. Una realidad que, sin ir más lejos, el poeta
paceño Jaime Saenz, uno de los mejores exponentes de la poesía latinoamericana,
la expresó en forma total.
-¿Qué opinión tienes de
Santa Cruz, donde viviste durante cuatro años consecutivos?
-De Santa Cruz me gusta
la gente, que es lo mejor que tiene ese departamento. Me gusta el jugo de
tamarindos, que parece un poco alucinógeno, sobre todo, si se lo toma con
temperaturas de más de 40 grados. Me gustan también sus poetas, entre los que
recuerdo a Luis Andrade, Freddy Estremadoiro y Juan Fernández, este último un poeta
visual de extraña figura, cuya intuición y conocimientos sobre el arte son
difíciles de encontrar en cualquier lugar. Me gustan las pinturas y el
entusiasmo de su gente de teatro.
-¿Cuál fue tu experiencia
como redactor de la Sección Cultural de El Mundo?
-La Sección Cultural de
El Mundo, en sus comienzos, ayudó a crear una atmósfera cultural incitante a la
gente joven, buscando nuevos valores. Hubo muchos que respondieron con pasión,
tanto es así que, por una crítica de teatro que publiqué, y que los actores
consideraron injusta, se levantaron firmas para expulsarme del país. Por suerte
las autoridades de migración, que casi nunca leen críticas de arte, no hicieron
caso y me fui recién de Bolivia con el golpe de Natush Busch, que me produjo
tanto terror que tuve la impresión de que ser latinoamericano era una
desgracia. Entonces, resolví tomar distancia frente al modelo y me vine a
Suecia.
-¿Qué has hecho en Europa
en estos últimos años?
-En España publiqué un
poemario que titula Pintura ciega, donde hay poemas sobre Santa Cruz. En
realidad ese libro debería llamarse Pintura a ciega para no contrariar a
Leonardo da Vinci, que dijo: La poesía es una pintura ciega en tanto la
pintura nos muestra el mundo tal cual es. Después, en 1983, publiqué mi tercer
libro de poemas: La otra lanza, en la editorial Siesta de Suecia. Trabajé en
un libro de testimonio sobre la situación de los presos políticos durante la
dictadura argentina y traduje, junto con el poeta uruguayo Roberto Mascaró, una
muestra de las últimas tendencias de la poesía sueca.
-¿Piensas regresar a
América Latina?
-Me gustaría regresar a
Santa Cruz. Siempre es lindo volver a Santa Cruz, no importa de dónde se venga.
En cuanto a Argentina, no es fácil volver al lugar donde se ha sido humillado y
sometido al terror. Más de doce años no fueron suficientes para borrar la
pesadilla de tantos amigos desaparecidos o muertos. Ahora la pesadilla ha
terminado, pero queda el recuerdo y la estructura del poder intacta.
-¿Cómo te sientes en
Suecia?
-En Suecia tengo un solo
problema: el temor a la soledad. No digo que la soledad sea un problema, me
refiero al temor de la soledad, que es otra cosa...
De pronto, nuestra charla
languidece. La noche, casi incolora, ha empezado a cernirse sobre la ciudad.
Una noche extraña, sin señales de la oscuridad. Pero noche al fin. Desde la
ventana de la cafetería de la Casa de la Cultura de Estocolmo, veo alejarse la
figura de Mario Romero, poeta de Pintura ciega, ex redactor de El Mundo y
actual refugiado político en Suecia. De repente, el poeta, quien dice que lo
que más le gusta de Santa Cruz es su gente, desaparece en una multitud extraña,
mientras yo quedo cavilando en que todos dejamos jirones de vida por donde
andamos.
Estocolmo, primavera de
1988