CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LITERATURA JUVENIL
Alguna vez me preguntaron: ¿Qué deben leer los jóvenes? Pensé unos segundos
y contesté: Todo lo que caiga en sus manos. No existen recetas ni fórmulas precisas para recomendar
cuáles son los libros que deben y no deben leer los jóvenes, ya que, contra toda premisa
didáctica, son ellos mismos quienes deciden qué libros son de su preferencia.
Si bien es cierto que la definición de literatura juvenil va asociada, de manera tradicional, a la literatura infantil, es cierto también
que cada una de ellas guarda características que las diferencian por el
tratamiento de los temas, las formas narrativas y el manejo de un léxico determinado. Si los niños tienen un vocabulario
restringido, se supone que los jóvenes, que se encuentran en otra etapa de su
desarrollo lingüístico, manejan una competencia lectora que les permite acceder
a una literatura
que no siempre está clasificada como juvenil por las editoriales ni por
los bibliotecólogos, y mucho menos por los profesores que enseñan lenguaje y
literatura en las aulas de educación secundaria.
La literatura, que en cierto modo influye en
la vida de los jóvenes, no siempre tiene que abordar temas relacionados a los conflictos emocionales y existenciales propios de
la juventud, en vista de que una de las principales funciones de la literatura consiste
en ganarlos hacia el mundo de los libros, a partir de una lectura lúdica, que
les permita
el escapismo, la gratificación instantánea, el placer de leer historias que les
abran puertas hacia lo desconocido y los inviten a viajar en la fantasía hacia
mundos ajenos al suyo, ya que la buena literatura es aquella que despierta el interés de los lectores mucho más
que enseñarles conocimientos científicos para su formación profesional.
Los libros para los
jóvenes, que si bien sirven como instrumentos de información y formación, no
tienen por qué cumplir con el requisito de presentar personajes reales o
ficticios con los cuales puedan identificarse los jóvenes, quienes están buscando
consolidar su identidad personal o resolver algún conflicto social, educativo o
familiar. La obra literaria, en primera instancia, más que transmitir valores
morales y lecciones didácticas, está destinada a atrapar el interés
del lector y estimular el hábito de la lectura, con o sin la guía de un
profesor.
Con esto no se quiere eludir la
lectura de obras de carácter didáctico, que abundan en el amplio espectro de la
literatura juvenil, gracias a que algunos autores, capaces de fusionar la fantasía con el conocimiento científico, ofrecen
una lectura tanto lúdica como didáctica, sin que los jóvenes lectores lo
adviertan durante el proceso de la lectura.
La literatura como material didáctico en la
enseñanza
Cuando los educadores se refieren a la literatura juvenil, desde un punto de vista didáctico, señalan los
requisitos formativos que deben reunir las obras literarias en función de los
objetivos educativos preestablecidos por los programas pedagógicos, que no
siempre consideran el interés de los jóvenes lectores, sino los objetivos
trazados por un sistema educativo que, más que promover el hábito de la
lectura, usa la obra literaria como material auxiliar en la enseñanza de otras materias curriculares, como la gramática, la comprensión lectora y, en el peor de los casos, para
impartir lecciones morales y éticas, según ciertos principios ideológicos o creencias
religiosas; cuando en realidad, la lectura de una obra
literaria debía ser una suerte de ejercicio de libertad y de reflexión crítica
ante las creaciones literarias.
No faltan los docentes, pedagogos y literatos que, en afán de completar
un programa de educación secundaria, convierten la literatura juvenil en una literatura
educativa, reduciéndola a favor
de la lectura funcional, con el propósito de usarla
como material de apoyo didáctico en
las prácticas de lectura y escritura de los alumnos, a veces, sin que las obras
estuvieran en consonancia con los intereses, conocimientos y formación integral propios de la edad
juvenil.
No es difícil imaginar cuáles son los criterios y
fundamentos que los docentes ponen en juego a la hora de elegir determinadas
obras literarias para sus alumnos. Se supone que no es necesariamente por la connotación
literaria, sino por la función didáctica de éstas, conforme puedan facilitarle
el trabajo a realizarse en el aula. Por consiguiente, en esta elección, nada acertada
y por demás arbitraria, influye decisivamente el grado de formación profesional
del docente, su propia experiencia como lector y las concepciones ético-morales
que maneja para definir lo que es buena
o mala literatura para los alumnos.
Las mismas editoriales, más por
un afán comercial que por contribuir al Plan
Lector, han creado colecciones específicas dirigidas a los adolescentes de educación
secundaria, con criterios que consideran el valor literario, el valor moral y
la explotación de los mecanismos de identificación psicológica de los lectores
con el personajes de una obra que, así bien cumple con las expectativa del educador
y el educando, no fue pensado ni creado para ser leído como material auxiliar o
didáctico en la enseñanza de la asignatura de lenguaje y literatura.
La difusa franja entre
adolescencia y juventud
La denominada literatura juvenil, destinada al adolescente que cabalga entre el mundo infantil y juvenil, se
encuentra mucho más cerca de la
literatura de evasión concebida para los lectores adultos. Y, sin embargo, los términos literatura infantil y literatura
juvenil se emplean como sinónimos, y los libros se clasifican en el marco
de la denominada literatura infanto-juvenil,
aun sabiendo que esta etiqueta es muy subjetiva y relativa, pues no pocos
adolecentes, al hallar sus obras preferidas entre los libros destinados a los
niños, sienten un rechazo instintivo por este tipo de clasificación arbitraria,
porque lo último que desea un adolescente es ser tratado como un niño cuando él
mismo se considera una persona mayor;
es más, los adolescentes se inclinan por elegir obras que son leídas por los
adultos, debido
a que la caracterización psicológica de los personajes y las historias narradas
no difieren mucho entre la literatura juvenil y la literatura para los adultos
que, acéptese o no, abordan los mismos temas: el amor, la tragedia, el
desengaño, el sexo, las aventuras sobrenaturales, los conflictos familiares, los primeros amores, la
timidez, el bullying y muchos otros que afloran en la etapa de la pubertad y
que forman parte de la condición humana. Por lo tanto, las obras literarias
denominadas por los expertos como crossover books ponen en entredicho la pretendida distancia entre la literatura juvenil
y la escrita para los adultos.
Asimismo, la
buena literatura juvenil es aquella que puede ser también leída por los
adultos, sobre todo, si el adulto se enfrenta a la lectura de una obra que le plantea estructuras
más complejas en su tratamiento temático y un lenguaje más elaborado que exige
el manejo de un amplio vocabulario para poner a prueba su comprensión lectora y
gozar de la belleza estética de la obra.
Aunque éste no deja de ser un
tema controvertido, cabe advertir que es difícil establecer un límite
cronológico entre el adolescente y el joven, entre el joven y el adulto, ya que
nadie puede trazar una línea exacta de cuándo empieza y finaliza la etapa de la
juventud. A propósito de este tema, en 1985, la Asamblea General de Naciones
Unidas definió como jóvenes a las
personas entre los 15 y 24 años de edad; en tanto la Convención de Naciones
Unidas sobre los Derechos del Niño definió la infancia hasta los 18 años; de modo que una persona entre los 12 y 18 sería
definida como adolescente; una etapa que oscila entre la infancia y la
juventud. Ahora bien, estas definiciones varían de un país a otro, dependiendo
de factores socioculturales, económicos y credos religiosos.
Cuando hablamos de la narrativa para jóvenes, casi de manera espontánea y sin mayores
reflexiones, nos referimos a los libros destinados a los adolescentes que se
encuentran en la educación secundaria, aunque el término joven involucra también a quienes son mayores de 18 años. En este
contexto, la definición de literatura
juvenil es mucho más amplia que la atribuida exclusivamente a los lectores
adolescentes.
La literatura para
jóvenes es aquella que está dirigida a los lectores mayores de 12 años, a quienes
han dejado de tener un pensamiento mágico
y han pasado a tener un pensamiento lógico.
No obstante, la buena literatura juvenil puede ser leída no solo por los
adolescentes, sino también por quienes se consideran jóvenes a los 25 ó 40 años
de edad; al fin y al cabo, lo que importa no es si una obra ha sido creada con
la idea puesta en los lectores jóvenes, sino que la obra sea buena tanto por la
forma como por el contenido. De ser así, todos coincidiríamos en el criterio de
que una buena obra literaria puede ser leída, lejos de todo concepto moral y consideración
didáctica, por los adolescentes, jóvenes y adultos.
El placer de leer por puro
placer
Nadie pone en duda
el planteamiento de que los alumnos adolescentes necesitan acceder al goce
pleno de la literatura, en procura de satisfacer sus inquietudes emocionales,
despejar sus dudas y curiosidades; más todavía, se sabe que los jóvenes no
leen, por iniciativa propia e interés personal, los libros recomendados por los
tecnócratas de la educación, sino
aquellos que están al margen de los programas establecidos para las asignaturas
de lenguaje y literatura en la educación secundaria.
Los jóvenes, de manera
intuitiva y con toda su capacidad intelectual y lingüística, eligen los cómics, las revistas de súper héroes, las publicaciones populares y los
libros que poco o nada tienen que ver con el sistema educativo. Son libros cuyos temas oscilan entre la realidad y la
fantasía, como los de aventuras de Stevenson, Kipling,
London, Defoe o Julio Verne que, además, tienen personajes adolescentes, que conducen
a territorios lejanos, exóticos o, al menos, diferentes a los que los lectores
experimentan en su entorno cotidiano. Los jóvenes siempre se han sentido
atraídos por historias contextualizadas en lugares desconocidos y tiempos
indefinidos, quizás por eso tienen preferencia por las novelas fantásticas, de
terror o ciencia ficción.
Por otro lado, los estudiantes
de educación secundaria, por inquietudes propias de su edad, destacan las obras
que abordan los vericuetos del amor y el desamor. No es casual que lean cuentos
y novelas con argumentos románticos y protagonistas adolescentes, cuyas
acciones reflejan las preocupaciones y curiosidades de toda persona que cruza
el umbral de la pubertad. A pesar de este inusitado interés entre los adolescentes, en la
mayoría de los libros clasificados como literatura
juvenil se nota la ausencia del tratamiento de la sexualidad, aunque éste
ha sido uno de los temas recurrentes en la vida de los individuos desde la
noche de los tiempos, ya que nadie es ajeno a la sexualidad como parte
integrante del desarrollo humano, y así lo comprenden los lectores adolescentes
que, en los tiempos modernos y con una tecnología que pone en sus manos toda la
información sobre el tema, se despojaron
de los caparazones que los protegían del mundo
complicado de los adultos y los mantenían recluidos en el paraíso eterno de
la dulce infancia.
En este caso, para dar
paso a una literatura transgresora de las buenas
costumbres ciudadanas, no queda otra alternativa que permitirles leer obras
que les toca las fibras íntimas de su personalidad, así esta lectura los lleve
a cuestionar los preceptos morales del mundo religioso, las normas rígidas de
los padres y educadores; y, sobre todo, que les permita hallar la luz entre las
sombras de las sensaciones
del amor y las relaciones sexuales.
Cabe recordar que
al alumno no siempre le encanta lo que le gusta al profesor, ya que los gustos
sobre lo que es bueno o malo en literatura es tan relativo que,
frecuentemente, se da la paradoja de que el profesor lee un tipo de obras y el
alumno lee otras, a partir de su propio interés personal y sin pensar si las
obras elegidas le entregarán o no conocimientos válidos para su formación
profesional.
Entonces, por
deducción lógica, lo mejor será dejar que los propios jóvenes elijan el libro
que desean leer, sin que el profesor de lenguaje y literatura ejerza presiones
de carácter didáctico o pedagógico. En la educación secundaria es preferible
que no existan fuerzas coercitivas que obliguen al adolescente a leer libros
que no son de su interés, habida cuenta que la lectura de obras literarias debía contribuir a formar verdaderos lectores
y no a crearles antídotos o mecanismos de defensa contra la literatura impuesta
a fuerza de exigirles una lectura
obligatoria.
Dejarlos elegir,
en absoluta libertad, un libro que llama poderosamente su atención, es la única
manera de acercarlos al ámbito de la literatura y estimular su hábito de
lectura; de lo contrario, como en toda enseñanza obligatoria, le despertará un
rechazo instintivo hacia la lectura y un resentimiento contra las obras ajenas
a su interés. Por cuanto la enseñanza de la literatura en el nivel secundario
requiere estar anclada en el interés de los jóvenes lectores que, por lo
general, tienen más preferencia por las obras que no están contempladas en los actuales
programas escolares elaborados por los tecnócratas
de la educación.
Los libros deben
leerse por el puro placer de leer, y no para enriquecer el vocabulario,
aprender la gramática ni tener lecciones de cómo escribir un texto con una
sintaxis correcta e impecable. Por lo tanto, pasarle al alumno una literatura
engorrosa implicará alejarlo de la literatura; es más, éste acabará por odiar
la lectura de los libros recomendados
por los especialistas. Y, desde
luego, nunca dejará de preguntarse: ¿Por qué tengo que analizar con tanto
detalle los libros? ¿No podría leerlos por puro placer e iniciativa personal?
Ya se sabe que
para gustar de un libro hay que leerlo con alegría y amor, como recomendaba
Pablo Neruda; una reflexión que nos induce a pensar que debemos leer lo que es
de nuestro interés y agrado, al menos, si consideramos que la lectura tiene que
ser una forma de felicidad, una suerte de escape de la realidad que nos
circunda, una válvula de escape que permita transportarnos, por medio de las
acciones de los personajes y las historias
narradas,
a otros contextos diferentes a los que experimentamos aquí y ahora.
Incluso
un libro que aborda temas cotidianos y realistas, debe ofrecernos la
posibilidad de poner en marcha nuestra imaginación, como si la historia narrada
la estuviésemos viviendo en carne propia, en vista de que la literatura no es
un tratado de filosofía ni una enciclopedia lingüística para eruditos, sino un espacio de libertad, relajamiento y
felicidad.