Mostrando entradas con la etiqueta pre-textos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pre-textos. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de junio de 2020


LOS COMERCIANTES INSENSATOS DE LA AVENIDA DEL POLICÍA

La Avenida del Policía, en Ciudad Satélite de El Alto, al menos en la cuadra donde vivo desde hace varios años, se ha transformado, casi de la noche a la mañana, en una avenida inundada por el comercio y el bullicio estridente. Si antes era una urbe tranquila y silenciosa, ahora es una avenida caótica, donde los vecinos no pueden ya ni conciliar el sueño, que es uno de los derechos elementales de todo ciudadano, ya que los comerciantes (algunos de ellos, no todos), afanados en ganar dinero a cualquier precio, se ríen de los derechos de la vecindad e instalan sus restaurantes fuera de sus locales y, no pocas veces, con tinglados que llegan hasta media calle, dificultando la circulación de los peatones; un hecho que no está permitido por las disposiciones municipales, pero que se repite a diario.

Varios de los edificio de la avenida, que cuentan con amplios salones en la planta baja, y cuyas puertas de acceso dan a la calle, han sido tomados en alquiler por comerciantes inescrupulosos, que creen que son los únicos dueños de la ciudad y los amos de la avenida, pues desde que amanece instalan sus parlantes en la puerta y meten la música a todo volumen, en procura de vender salteñas, salchipapas (salchichas con papas fritas) y asados a la parrilla, así nadie asome sus narices a esos improvisados restaurantes.

Todas las mañanas, sobre todo los fines de semana, tengo que soportar, cerca de mi apartamento, los aderezos quemados de las carnes asadas, puestas sobre una parrilla colocada bajo la ventada de mi dormitorio, que se llena de humo y de olores nauseabundos. Parece que este es el precio que debe pagarse para justificar el contrato que los “dueños de casa” (algunos de ellos, no todos) firmaron con los comerciantes, que no piensan en otra cosa que en la rentabilidad de sus negocios, así sea jodiendo a los que ocupan las viviendas aledañas.

En la Avenida del Policía se ha dejado de respetar el derecho de los demás. Los comerciantes no solo imponen una música que nadie quiere escuchar, sino que también ofrecen comidas que nadie desea consumir y, lo que es peor, nadie dice: esta boca es mía. Da la sensación de que los vecinos, quienes creemos en la consideración y la empatía por los demás, nos hemos convertido en pasivos observadores de un fenómeno por demás insoportable y vivimos resignados a aceptar el bullicio y el desbarajuste ocasionados por los comerciantes inescrupulosos, que no piensan en otra cosa que en su propio interés, como si ellos fuesen los únicos que habitan en la populosa zona de Ciudad Satélite.

Estoy harto de vivir en una avenida caótica que, más que ser una avenida, parece un mercado donde el que grita más y pone más fuerte la música es el dueño de la avenida, sin importarles que, alrededor de estos locales de comida ligera, existen familias con hijos en edad escolar, que necesitan tranquilidad para realizar sus deberes escolares y reponer energías para emprender un nuevo día.

Estos comerciantes son los seres más detestables de la urbe, donde la música retumba en los oídos y la basura que dejan en la calle es un verdadero foco de infección; pero lo que más me duele, aparte de la bulla y el olor nauseabundo de las comidas, es la pasividad de los vecinos que no hacen respetar su derecho a vivir como mandan las normativas emanadas por las instituciones pertinentes del gobierno municipal.

En los años que llevo viviendo en uno de los edificios de la mencionada avenida, no he visto a un solo vecino que proteste y conmine a los comerciantes a que dejen de joder la paciencia con la música y el olor que emerge de sus locales, que no cuentan con lavabo ni baño higiénico. Lo cierto es que a mí, la calamitosa situación de los restaurantes no me importa mucho. Lo que me importa es que estos comerciantes respeten mi sueño, mis horas de descanso y mi derecho a vivir sin escuchar una música que me retumba en los oídos y me estorba en mi trabajo cotidiano; un trabajo que requiere de relativa calma y silencio.

Tampoco está demás decir que me molesta la inconciencia de estos comerciantes que, además de estorbar la tranquilidad de sus vecinos, se ríen de las normas establecidas para la convivencia urbana y se pasan por las narices las ordenanzas de la intendencia municipal; es más, por dejadez o desidia, nunca he visto a un solo empleado de la intendencia que se dé una vuelta por estas calles y les pongan una sanción a los infractores del orden público. De modo que los vecinos, que contemplamos desde las ventanas esta suerte de desbarajuste social, estamos como sometidos a los caprichos de los comerciantes insensatos, a quienes les importa un rábano el bienestar de los demás, salvo llenar sus bolsillos con el expendio de sus comidas, que es lo único que cuenta en un mundo donde prima la ley de la selva y del sálvese quien pueda.

Esta avenida, desde un tiempo a esta parte, se ha transformado en sitio al margen de la ley y ha dejado de ser lo que era en otrora, cuando los vecinos convivían como si fuesen miembros de una misma familia, respetándose los unos a los otros, y cuando todos sabían que para convivir había que respetar el derecho de los otros, de esos vecinos que tenían todo el derecho a vivir en paz y en armonía con los vecinos, sin escuchar música a todo volumen ni oler el humo de las parrillas instaladas en plena calle.

Estos comerciantes, que son despreciables desde todo punto de vista, no se han puesto a pensar que, incluso para ganar dinero, primero se debe considerar el bienestar de quienes les rodean, de esos viejos vecinos que fueron los pioneros de esta avenida que, hace unas cinco décadas atrás, era un descampado árido y polvoriento, sin calles asfaltadas ni áreas arborizadas.

Espero que los comerciantes, que se supone que también tienen cerebro, piensen un poco en el bienestar de sus vecinos, en una convivencia más saludable y más cordial, ya que sus vecinos son trabajadores como ellos y que necesitan descansar después de cada jornada, a dormir sin sobresaltos, con la esperanza de reponer fuerzas y empezar una nueva jornada para ganarse el pan del día.

Desde este medio digital, hago un llamado vehemente a los vecinos, quienes deben aprender a hacer respetar sus derechos; entre los cuales está el derecho a vivir sin escuchar música altisonante ni aspirar olores nauseabundos que imponen los comerciantes, quienes, como ya lo anotamos, valoran más su lucrativo negocio que convivir en confraternidad con sus congéneres.

Estoy disgustado, asimismo, con los dueños de casa que, a cambio de unos billetes, alquilan sus salones o cuartos al mejor postor, sin considerar los derechos de sus otros inquilinos, quienes necesitan vivir en paz, tranquilidad y armonía, porque no todos son comerciantes ni todos tienen el interés de ganar dinero a cualquier costo, olvidándose que existen inquilinos –niños y adultos– que necesitan descansar después de llegar del trabajo o de la escuela.

No estoy de acuerdo con los llamados dueños de casa, que no hacen nada para resolver un problema que afecta a muchas familias, al menos a aquellas que, desde las  décadas de los 60 a los 90 del pasado siglo, se asentaron en estas tierras con la esperanza de hallar un sitio donde pudieran disfrutar de la buena convivencia ciudadana; más todavía, los dueños de casa actúan como si fuesen cómplices de los comerciantes, tolerando conductas que están reñidas con las normativas municipales y las leyes constitucionales de un país donde los ciudadanos tenemos todo el derecho a vivir lejos del mundanal ruido de la ciudad.

Espero que estas líneas no sean consideradas como un ataque a los comerciantes, sino como un llamado a la reflexión para que todos los ciudadanos podamos convivir en concordia, sin que ningún comerciante inescrupuloso y desconsiderado nos imponga música altisonante y olores nauseabundos a quienes no estamos dispuestos a tolerar la insensatez de unos cuantos necios que han convertido la Avenida del Policía en un desastre que dan ganas de llorar.

(Este texto fue escrito antes de la pandemia del COVID 19).

jueves, 14 de mayo de 2020


LA SOLEDAD DEL ESCRITOR

Escribo con gran pasión desde el día en que concebí la idea de que mi oficio era contar historias tanto ficticias como reales. A partir de entonces no ostento títulos ni rótulos en la puerta de mi modesta vivienda, no reparto Biblias entre los niños, no prendo crucifijos en la solapa de los caballeros, no cuelgo rosarios en el cuello de las damas ni me dedico a predicar como los falsos profetas.

No ejerzo trabajos públicos ni pertenezco a ningún cenáculo de celebridades. No formo parte de aquellos que, cuando suena un estampido de aplausos, sienten regocijo en el corazón, en tanto la vanagloria de la fama se les trepa como el humo a la cabeza, aunque las desgracias, enfermedades y achaques de la vida son los únicos que cambian la conducta de las personas, más que los premios, el dinero y la fama.

Pertenezco, contrariamente a lo que muchos se imaginan, a esa particular categoría de artesanos de la palabra escrita, que viven pegados a su escritorio, donde forjan su propio mundo con un material tan noble como es la fantasía, a esa categoría de seres que prefieren mantenerse alejados de la petulancia y la soberbia; actitudes de las que, de manera consciente o inconsciente, suelen adolecer algunos talentos jóvenes, proclives a lucir sus plumas de pavorreales en los corrales del espectáculo mundano.

Salgo muy poco a la calle y las pocas veces que lo hago es para tomar un poco de aire fresco y no empezar a trepar por las paredes de mi cuarto. Si salgo es para recuperar la necesidad de estar solo y seguir dedicando el máximo del tiempo a la escritura, con la esperanza de crear alguna obra literaria que, a pesar del carácter introspectivo y solitario del autor, tenga algún valor ético y estético. Todo lo demás no tiene sentido de ser, no, al menos, si se considera que el acto creativo es un oficio que consiste en reflejar, con pasión e intuición, el carácter y el alma de los individuos, indistintamente de su condición social, racial o sexual.  

No me pregunten por qué busco la soledad en la misma soledad, pues yo mismo no lo sé. Por cuanto un prolongado silencio sería mi única respuesta. Y si insisten, les diré que quizás sea porque prefiero refugiarme en la soledad para recobrar un poco de felicidad. Elegí vivir apartado de las máscaras de la hipocresía, porque no soporto las falsas adulaciones que, por desgracia para las almas sinceras y cautas, son frecuentes entre los individuos dados a las pasarelas, espectáculos y escenarios donde se representan las comedias y los dramas de la condición humana.

A pesar del ascetismo existencial, que parece una forma de vida extraña, reconozco que siempre intenté buscar la felicidad a través del silencio y la fantasía, como cualquier persona que confía más en el poder de la imaginación que en el racionalismo de una sociedad hecha a golpes de superficialidad y mercantilismo; más todavía, debo reconocer que si de niño tenía miedo a la oscuridad, a los maestros autoritarios y a los individuos de miradas amenazantes, ahora tengo miedo a los pantallazos luminosos del espectáculo público, donde uno queda radiografiado de pies a cabeza; quizás por eso, no me apetece formar parte de los espectáculos masivos, prefiero mantenerme como el hombre primitivo, quien huye de las pantallas y cámaras fotográficas para evitar que le rapten el alma.

Después de muchos años de encierro en mi propio mundo, no tengo dificultades para convivir con la soledad -convertida en mi mejor compañera-, a escuchar la cadenciosa música del silencio y a dialogar conmigo mismo como un ventrílocuo, repitiéndome las mismas historias como en un interminable soliloquio. He aprendido, asimismo, que la elección voluntaria de la soledad, a veces parecida a la de un ermitaño, permite elaborar, entre el silencio y la meditación, ideas coherentes con la realidad y opiniones fundamentales para cualquiera que tenga dos dedos de frente. No en vano Henrik Ibsen, escritor y dramaturgo noruego, aseveró: Solo soy verdaderamente yo mismo cuando maduro mis pensamientos en soledad, consciente de que el hombre más fuerte es el que está más solo; sobre todo, si se considera que la soledad es imprescindible para el desarrollo libre del pensamiento y la creación literaria. Ahora bien, esto no implica que la soledad signifique aislarse del mundo, ser misántropo y rehuir el contacto con la gente.

De otro lado, manifiesto que no sigo a las corrientes literarias de moda ni me preocupo de las opiniones de los críticos del arte y la literatura. Escribo, simple y llanamente, para mí mismo y solo cuando me pican los dedos de las manos. No escribo por encargo de nadie, ni siquiera de mí mismo, y mucho menos por mandato del mercado editorial.

Tampoco leo las obras de los escritores catalogados como célebres o famosos, no solo porque no dispongo de tiempo, sino porque prefiero deleitarme con las obras de los escritores marginales, de esos cuyos nombres y cuyas caras nunca aparecen en los medios de comunicación ni tienen la mínima intención de figurar y hacer protagonismo en la palestra pública, donde brillan más quienes menos se lo merecen, como esa tracalada de mediocres que se hacen cargo de elaborar antologías a sueldo y a pedido de alguna institución privada o estatal, y esa otra tracalada de comentaristas que pasan por especialistas a la hora de elaborar doctos ensayos sobre literatura; cuando en realidad no hacen otra cosa que echarse rosas entre compinches que forman parte de la misma cofradía de aduladores y figurones, incluyendo a los muertos y a quienes no representan una seria amenaza para su carrera literaria, y excluyendo, deliberadamente y con los sentimientos más oscuro del celo profesional, a quienes les echan sombras al poco brillo que tienen, a pesar del gran esfuerzo que hacen por tragarse incluso las luces ajenas.

Con todo, debo aclararles que no estoy vendiendo un estereotipo de escritor, ya que no todos somos iguales. Tampoco quiero insinuar que los escritores introvertidos sean mejores que los extrovertidos, ni mucho menos. Simplemente abogo por el escritor solitario que, por razones inherentes a su oficio, necesita del silencio para expresarse delante de una hoja de papel o delante de la pantalla del ordenador, quizás porque yo mismo necesito estar solo o, por mejor decir, sentirme solo, y esto solo es posible si se lleva una vida relativamente tranquila, alejada del bullicio y el superficial desenfreno que nos propone la sociedad moderna, que exige que las expresiones artísticas sean más un espectáculo de masas que una manifestación del fuero interno a través de la fantasía, que suele ser una de las válvulas de escape de las mentes creativas.

martes, 2 de julio de 2019


ASCENSO Y DESCENSO DE LA HUELGA NACIONAL 

MINERA DE 1976

El primero de mayo de 1976, un mes antes de la violenta intervención militar a las minas, se realizó el XVI Congreso Nacional Minero en la población de Corocoro del departamento de La Paz. El significativo evento, que marcó un hito en la historia del movimiento obrero boliviano, no sólo tuvo la importancia de ratificar las tesis socialistas de la Central Obrera Boliviana (COB) y reelegir a los dirigentes históricos de la Federación Sindical de Trabajadores de Bolivia (FSTMB), sino también de reflejar el ascenso revolucionario de los mineros y los sectores empobrecidos del país, que, a pesar de encontrarse asolados bajo las bayonetas de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez, fiel sirviente de los consorcios imperialistas, luchaban en afán de conquistar sus reivindicaciones más elementales y replantearse su misión de sepultureros del sistema de explotación capitalista.

La resistencia de los movimientos populares contra la dictadura tuvo sus primeros brotes de protesta desde el momento en que el gorilismo, mediante un golpe de Estado, desplazó del poder al gobierno progresista de Juan José Torres, el 21 de agosto de 1971, que dejó decenas de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional. 

Inmediatamente después, el nuevo régimen arremetió brutalmente contra los partidos de izquierda, los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas, estudiantiles y otras, obligándolos a someterse a la dura vida clandestina. Sin embargo, a los pocos meses de la asonada militar, el pueblo, a la vanguardia de los indómitos mineros, volvió a reorganizarse en sindicatos y comités de base, con la intención de ganar las calles y poner en marcha sus reivindicaciones inmediatas, aunque, de cuando en cuando, en el seno de los movimientos populares se generaban actitudes espontáneas de violencia, expresando su más airado repudio contra el gorilismo encaramado en el poder.

De modo que el gobierno, debido a la tensa situación política que vivía el país y a la crisis latente en el interior de las Fuerzas Armadas, no tuvo más alternativa que aplicar medidas antiobreras y antinacionales. Así fue que en noviembre de 1974, los decretos tenían el propósito de justificar la sañuda persecución desencadenada contra los opositores políticos de la dictadura militar. Las organizaciones políticas y sindicales fueron declaradas en receso, en tanto la ciudadanía fue sometida al Servicio Civil Obligatorio, cuya estrategia consistía en imponer a dirigentes oficialistas bajo el marbete de coordinadores y desconocer a las auténticas direcciones sindicales, arguyendo que éstas estaban manejadas por elementos agitadores y extremistas.

El pueblo boliviano y la clase obrera, a pesar de todo, resistieron heroicamente los rudos golpes asestados por el gorilismo, ya que, al poco tiempo de ser arrasadas sus direcciones políticas y sindicales, se vieron obligados a desarrollar un trabajo de hormigas en procura de reestructurar sus legítimas organizaciones de clase, que venían planteando, desde la aprobación de la Tesis de Pulacayo en 1946,  la necesidad de mantener en toda circunstancia la independencia de clase ideológica, política y organizativa; lo que implicaba que la clase obrera no podía subordinarse a la ideología ni dirección de las otras clases sociales, debido a que el proletariado nacional tenía la facultad de cumplir con sus tareas históricas y convertirse en el caudillo de la revolución socialista.

Por otro lado, el brutal asesinato del ex presidente Gral. Juan José Torres en Buenos Aires, Argentina, precipitó los acontecimientos. La población boliviana responsabilizó de este crimen al régimen militar que, por entonces, estaba trabajando en coordinación con el resto de las dictaduras militares del Cono Sur de América Latina. En Bolivia se realizaron manifestaciones de protesta  y se pidió la repatriación de sus restos en medio de un descontento popular que crecía como la espuma.

En ese contexto, el XVI Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Corocoro los primeros días de mayo, y la posterior huelga general indefinida, que se desarrolló en las jornadas de junio de 1976, fue la máxima expresión del alto grado de conciencia política alcanzada no sólo por los sectores de la minería nacionalizada, sino también por los sectores empobrecidos del campo y las ciudades.

Las demandas y la arremetida militar

Los trabajadores, reunidos en el XVI Congreso Minero de Corocoro, amenazaron al gobierno con una huelga general si no se aumentaba los salarios en el lapso de un mes. Además, exigieron una amnistía general e irrestricta para los presos y exiliados, rechazaron todo tipo de control de las organizaciones sindicales y demandaron que las Fuerzas Armadas desmilitaricen los centros mineros; de lo contrario, en caso de no ser atendidas las demandas salariales y el respeto a las libertades democráticas, la clase obrera iniciaría una huelga general indefinida a nivel nacional.

Los Comités de Base, creados en oposición a los coordinadores elegidos por el gobierno, se encargaron de orientar a los trabajadores en su lucha antifascista; es decir, los elementos políticos más radicalizados se pusieron a la vanguardia para hacer cumplir las demandas socioeconómicas que fueron aprobadas en el XVI Congreso Minero de Corocoro, como el aumento de salarios con escala móvil; rebaja de la jornada a 6 horas; constitución de una Federación Nacional de Comités de Amas de Casa; apoyo al campesinado y a los universitarios en sus reivindicaciones; vigencia de la COB y del fuero sindical, liberación de los presos políticos y retorno de los exiliados.

El gobierno fascista, lejos de atender las demandas de los trabajadores, contraatacó brutalmente. Así fue que el 9 de junio de 1976, las tropas del ejército asaltaron los locales de la FSTMB, donde fueron detenidos los dirigentes y, en algunos casos, fueron inmediatamente exiliados a Chile; los principales campamentos mineros fueron ocupados militarmente y se declaró el estado de sitio en todo el país, que prohibía los congresos, ampliados y las reuniones político-sindicales.

Tras la ocupación militar, en los centros mineros de Siglo XX y Catavi se declaró una huelga general indefinida y los dirigentes se refugiaron en el interior de la mina, mientras los uniformados rastrillan los campamentos. Los ocupantes, a través de las radioemisoras intervenidas, amenazaron con cerrar las pulperías, cortar la electricidad y el suministro de agua.

En el distrito de Siglo XX, en una asamblea de emergencia realizada en la bocamina, se decidió iniciar la huelga general indefinida, según lo acordado en la XVI Congreso Minero de Corocoro y, consiguientemente, se acordó plantear, frente a la sorpresiva ocupación militar de la región, las siguientes demandas: 1) Desalojo de las tropas del ejército de todos los centros mineros. 2) Vigencia de las organizaciones sindicales y devolución de las radios. 3) Inamovilidad de todos los trabajadores de su fuente de trabajo. 4) Libertad de todos los dirigentes y obreros de base detenidos. 5) Aumento de salarios con escala móvil.

En pocos días, la huelga se extendió hacia otras minas nacionalizadas y privadas (incluidas las cooperativas), las fábricas y universidades, mientras en los campamentos se intensificó la represión, multiplicando los rastrillajes y los arrestos de los dirigentes de base, al mismo tiempo que los campesinos oficialistas del norte de Potosí amenazaron con atacar a los mineros, en coordinación con los rompehuelgas y la policía femenina, que puso en su mira el accionar del Comité de Amas de Casa.

El Decreto Supremo del 14 de junio

El gobierno dictatorial, no sabiendo cómo frenar el movimiento huelguístico timoneado por los mineros, se apresuró en lanzar un Decreto Supremo el 14 de Junio de 1976, declarando Zonas Militares a todos los distritos donde se encontraban ubicadas las empresas y establecimientos de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), considerando: que, dirigentes mineros extremistas de las empresas dependientes de la Corporación Minera de Bolivia y otros elementos disociadores, obedeciendo consignas foráneas, han creado en el país un ambiente subversivo y de agitación, promoviendo y realizando paros en diferentes minas e incitando o distintos sectores laborales a la huelga general con fines inconfundiblemente políticos; que, es necesario velar por la seguridad de los pobladores en los diferentes centros de la minería nacionalizada; que, es deber del Supremo Gobierno precautelar los bienes de la Corporación Minera de Bolivia, para evitar daños o destrucción de los mismos, ya que constituyen parte del patrimonio del Estado y del pueblo boliviano.

Por lo tanto, en el Consejo de Ministros, se aprobaron los siguientes artículos:

ARTÍCULO 1.- Declárase zonas militares aquellas en las que se encuentran ubicadas las empresas y los establecimientos de la Corporación Minera de Bolivia.

ARTÍCULO 2.- El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de la Nación, designará a los Comandantes de Zona, fijándoles su Jurisdicción y atribuciones.

ARTÍCULO 3.- Las personas que en las zonas militares declaradas incurrieren en cualquiera de los hechos que a continuación se señalan, quedarán sometidas a la Jurisdicción y a las disposiciones del Código Penal Militar:

1).-Posesión de armas de fuego sin la autorización legal correspondiente.

2).-Empleo de armas de fuego, explosivos, armas blancas, o medios para intimidar, atentar o cometer actos delictivos contra la vida y seguridad de los miembros de las Instituciones encargadas del mantenimiento del orden.

3).-Los que inciten, organicen o formen parte de grupos que atenten o traten de enfrentarse a los miembros de unidades o tropas regulares del orden, o que impidieren el cumplimiento de sus misiones.

Los señores Ministros de Estado en los Despachos de Minería y Metalurgia, del Interior, Migración y Justicia y de Defensa Nacional, quedan encargados del cumplimiento y ejecución del presente Decreto Supremo.

Sin embargo, a pasar del Decreto Supremo, los trabajadores y el pueblo en general no se dejaron amedrentar y prosiguieron la lucha de resistencia antifascista. La huelga nacional indefinida, que fue la más larga en la historia del movimiento obrero boliviano, sirvió como un catalizador para medir la correlación de fuerzas entre el gobierno y el pueblo; es más, sirvió también para superar los errores que, algunas veces con mayores o menores aciertos, se cometieron en el seno de la clase obrera, como la falta de condiciones objetivas concretas, calibradas de acuerdo a la correlación de fuerzas existentes entre el grado de organización de los mineros y la capacidad represiva del régimen dictatorial; la mala coordinación de las direcciones sindicales con sus bases en huelga; la falta de mayor planificación; la falta de precaución ante la arremetida fascista, la falta de provisión de alimentos para los huelguistas y sus familias; y la ausencia de fuentes fidedignas de información entre los huelguistas que, acéptese o no, fueron algunos de los factores que no se previnieron en las organizaciones sindicales, hasta el día de la intervención militar a los centros mineros, aunque se abrigaban las esperanzas de que, al calor de la lucha de resistencia, surgieran de manera espontánea y sobre la marcha; cosa que no sucedió, como se tenía pensado, en el terreno de los acontecimientos concretos.

Asimismo, fue notoria la falta de condiciones subjetivas, que garantizaran el buen curso de la ola huelguística; es decir, que en el momento en que la clase obrera pasó a la resistencia contra la arremetida militar no existía la presencia de una dirección sindical fortalecida, que sirviera como timón en el rumbo de los acontecimientos. Por lo tanto, no existía una dirección capaz de movilizar a los obreros hacia la conquista de las reivindicaciones inmediatas, que se condensaban en los siguientes planteamientos: retiro inmediato de las tropas militares acantonadas en los distritos mineros, devolución de las radioemisoras ocupadas, libertad incondicional de los dirigente de la FSTMB y otros detenidos durante la huelga, aumento general de sueldos y salarios, repatriación de los restos del general Juan José Torres, asesinado en Buenos Aires, y el respeto a las libertades democráticas. Tampoco existía una organización política de izquierda capaz de dirigir al torrente popular, acaudillado por el proletariado, hacia la toma del poder y la conquista del socialismo, misión que históricamente debe cumplir el proletariado, independiente de los partidos oligárquicos y pro-imperialistas que, a su turno, demostraron incapacidad para cumplir las tareas democrática-burguesas.

Los errores y la derrota

El movimiento huelguístico de los mineros, sin resquicios para la duda, fue el combate más largo y frenético sostenido contra los opresores de ayer y de siempre. Para los revolucionarios de avanzada, el inicio y desenlace de la huelga, constituyó una gran experiencia de lucha no sólo porque tuvo la capacidad de unificar a la clase obrera, sino también a otros sectores populares, como los fabriles, campesinos, universitarios, amas de casa y estudiantes de secundaria, que acompañaron el incontenible ascenso revolucionario de los mineros.

De otro lado, se advirtió que la huelga podía culminar en una derrota, debido a que no se habían preparado las condiciones necesarias para alcanzar el triunfo. Ya se sabe que la coyuntura política fue favorable para la huelga, aunque no fue debidamente aprovechada por la dirección sindical, por cuanto la arremetida obrera no logró tumbar al gorilismo, sino que, por el contrario, demostró que no poseía la fuerza necesaria para materializar este objetivo tan acariciado. Esto se debió, en gran medida, a que ni los representantes mineros, ni fraternos, hicieron notar, en las sesiones del XVI Congreso realizado en Corocoro, la necesidad de organizar, a la brevedad posible, tanto un Comité Nacional de Huelga como los comités clandestinos.

Nadie advirtió que, en el lapso de tiempo que se le concedió al gobierno para que respondiera al pliego de peticiones, era demasiado larga y que, en cualquier momento, la dictadura militar, con uno u otro pretexto, podía movilizar a sus fuerzas de seguridad y ocupar los distritos mineros, con el objetivo de frenar la huelga que se venía  preparando sin precauciones ni celeridad.

Culminada la huelga, las minas permanecieron bajo el control de las Fuerzas Armadas, centenas de mineros fueron retirados de sus fuentes de trabajo y la dirección de la FSTMB se encontraba en la clandestinidad. Los representantes de los mineros, fabriles, universitarios, periodistas y estudiantes de secundaria fueron encarcelados y exiliados. Lo que significó que la resistencia organizada contra la dictadura militar fue decapitada.

La derrota del movimiento obrero y el campo libre que se le concedió al gorilismo, para que pasara con facilidad a la ofensiva, hondó sus raíces en la falta de una dirección nacional debidamente organizada y la falta de una participación más activa en la planificación de la huelga por parte de las organizaciones de izquierda, desaprovechando así la rica experiencia que existía al respecto en las filas mineras. Por cuanto ni la FSTMB, ni los sindicatos distritales, ni los partidos políticos, pudieron desarrollar la labor de preparar las condiciones necesarias para lanzarse a la huelga y prever cualquier intento de arremetida militar; por el contrario, fue el gorilismo que, con mayor rapidez y eficacia, preparó sus planes para hacer fracasar la huelga, que fue una de sus prioridades y la punta de lanza para demostrar que todavía ellos tenían el control de la situación política en el país.

En síntesis, el gobierno antiobrero pasó a la arremetida y obligó a los trabajadores a retroceder. Se había consumado una derrota del sindicalismo, aunque no hubo baño de sangre, circunstancia que determinó las características del retroceso que siguió a las jornadas de junio.

De ahí que la realidad concreta, en la cual se agitaba el pueblo boliviano, daba a entender que su caudillo natural, el proletariado minero, aún necesitaba forjar su condición subjetiva, expresada en su organización político-sindical, capaz de materializar la revolución socialista, junto a las capas empobrecidas del campo y las ciudades. Quedó demostrado también que, mientras no se lograra forjar la palanca de transformación revolucionaria, se seguirían sufriendo amargas derrotas y se seguirían frenando las posibilidades de establecer un gobierno obrero respaldado por las mayorías nacionales.

La huelga nacional minera de 1976, debido a la falta de mejores condiciones objetivas y subjetivas, se vio acorralada por las fuerzas represivas del gobierno, sufriendo una derrota inminente. Las banderas del fracaso se agitaron en el campo de batalla, donde la clase obrera se vio arrinconada por la dictadura militar, que se enfrentó despiadadamente contra la nación oprimida. Los trabajadores retornaron resignados y cabizbajos a sus fuentes laborales, pero conscientes de que sufrieron una derrota transitoria, ya que la victoria final les correspondía a ellos, por ser la vanguardia indiscutible de las luchas sociales y los protagonistas de la revolución socialista.

miércoles, 26 de julio de 2017


LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE FILIPPO

¿Qué se puede decir de un luchador social como Filemón Escóbar? Supongo que son muchos quienes conservan en su memoria una imagen particular del dirigente político y sindical, con sus virtudes y defectos, sus encendidas polémicas y sus declaraciones públicas, unas veces, acertadas y, otras, controvertidas, como en cualquier hombre cuya ocupación consistía en analizar la realidad social, política y económica de un país que no deja de sorprendernos cada día por su esencia compleja y contradictoria.

Debo confesar que Filippo, conocido también como el Flaco en el seno familiar, era en realidad mi tío, el hermano menor de mi señora madre, Gloria Lora Escóbar. Por eso mismo, me embarga su partida y, al mismo tiempo, me llena de orgullo el simple hecho de haber sido su pariente; un privilegio que me permitió conocerlo en algunas de sus facetas menos mentadas entre sus amigos y enemigos.

El cuarto de los solteros

En cierta ocasión, cuando alcancé el umbral de la pubertad, me pidió que cuidara el cuarto que disponía en el campamento II del centro minero de Siglo XX, conocido por sus camaradas como el cuarto de los solteros, donde me enfrenté a un ambiente de pesado aire y pocos muebles. Lo primero que me impresionó fue ver pipas de todos los tamaños, colores y marcas, esparcidas por doquier, y en el piso un manto de cenizas y tabaco, que él fumaba de manera empedernida. De ahí que no es casual que el cáncer de pulmón haya sido la enfermedad que le aceleró la muerte.

Lo que muchos todavía desconocen es que Filippo, para bien o para mal, era el hermano menor del ideólogo trotskista Guillermo Lora Escóbar y del caudillo y mártir obrero César Lora Escóbar. Filippo se inició como dirigente minero en el distrito de Siglo XX y, en mérito a su lucha por mejorar las condiciones de vida de sus compañeros de clase, llegó a ser uno de los principales miembros de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y de la Central Obrera Boliviana.

Una vida en la clandestinidad

Lo encontré esporádicamente durante los años de la represión política desencadenada por el régimen dictatorial de Hugo Banzer Suárez. Aparecía en mi casa por las noches y por las noches desaparecía, para no despertar sospechas en el vecindario. Estaba acostumbrado a la dura vida clandestina. Así vivió y sobrevivió durante la represión del Comando Político del MNR, las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales; era ingenioso para disfrazarse y mimetizarse entre la gente, sin que nadie advirtiera su presencia ni lo reconociera.

Recuerdo que una vez, ya entrada la noche, llegó a mi casa, ubicada en la ahora Avenida María Barzola, a poco de haber burlado el control policial en las trancas de Huanuni y Llallagua. Cuando le abrí la puerta, no pude reconocerlo porque estaba ataviado con una indumentaria típica de los hippies de los años 60, con botines de caña alta, chaqueta de cuero revuelto, peluca hasta los hombros, mostachos largos, gafas oscuras y gorro con borla en la nuca; desde luego que él usaba gorritas desde entonces, pero no tanto por seguir la tradición iniciada por su amigo Liber Forti, sino más bien para disimular su prematura calvicie, que para él no era nada elegante, quizás por eso admiraba la cabellera cetrina y espesa de quien la lucía como un tupe en la cabeza.

Una de esas noches, antes de despedirse y partir con rumbo desconocido, me pidió que le regalara mis juegos de lego, diciéndome que les serviría a sus hijos, y me pidió mi poncho de alpaca a cambio de una chamarra de cuero que nunca vi ni llegó a mis manos. Sólo años más tarde, al experimentar en carne propia las vicisitudes de la persecución y la clandestinidad, comprendí que el falso compromiso era una de las tantas formas de sobrevivencia de un clandestino con responsabilidades familiares. 

El amigo de los libros

En esos mismos años de clandestinidad, despedido de su fuente laboral por su actividad subversiva, se refugió en las ciudades, donde aprovechó su tiempo para leer y escribir, aunque él solía decir que leía y escribía sólo en sus ratos de ocio. Sin embargo, lo cierto es que Filippo tenía siempre un libro a mano; así lo conocieron los dirigentes universitarios de la UMSA durante el gobierno de Alfredo Ovando Candia, cuando se encontraba en calidad de huésped-clandestino en el último piso del Monoblock y, más tarde, cuando un grupo de curas le ofreció cobijo y trabajo como profesor de filosofía y literatura en un colegio secundario de Cochabamba, donde los alumnos lo conocían por su nombre ficticio y lo trataban de hermano, creyendo que era un cura más y no un refugiado de la sañuda persecución banzerista.


Fue en aquella época que leyó una montonera de libros de literatura y filosofía no sólo porque tenía que preparar sus lecciones para impartírselas a sus alumnos, sino también porque tenía la necesidad de completar su bagaje cultural con una lectura que contribuyera a sus conocimientos de marxismo, leninismo y trotskismo; lecturas que después, tras el Decreto Supremo 21060 y la relocalización minera en 1985, le sirvieron para complementar sus teorías en torno a complementariedad de los opuestos, la ecología medioambientalista y el indigenismo katarista, que lo llevaron a apartarse definitivamente de las concepciones del marxismo ortodoxo para declinar hacia las concepciones pluralistas y electoralistas; una discusión que sostuvimos durante toda una noche en la casa de mi madre, mientras nos vaciábamos las botellas de vino que mi padrastro añejó en el depósito de su casa, ubicada en un barrio de la ciudad de Estocolmo.
.
El reencuentro en Suecia

Al cabo de unos años, cuando nos reencontramos en Suecia, me comentó que el alcalde potosino René Joaquino era su candidato a la presidencia en las elecciones que se avecinaban, y me enseñó el programa que recién había elaborado como declaración de principios de Alianza Social (AS), convencido de que Joaquino sería el mejor contrincante de Evo Morales en el proceso electoral.

Ese mismo día, mi madre, que era su hermana mayor por dos años, lo invitó a sentarse a la mesa para almorzar. Y, a modo de demostrarle el cariño y respeto que se tuvieron desde la infancia, se esforzó por cocinar platillos con sabor boliviano, y cuando lo llamó, lo hizo por su apelativo de Flaco, que ella solía reducirlo al diminutivo de Flaquito. No era para menos, pues Filippo siempre fue delgado y espigado, probablemente, porque tenía los genes de su padre de ascendencia palestina, quien nunca le dio su apellido ni lo reconoció como a su hijo legítimo.

Al término del almuerzo, recorrió la silla y se puso de pie, se quitó la chompa, la camisa y la camiseta y, dándose media vuelta, nos mostró la enorme cicatriz que tenía en la espalda, tras la intervención quirúrgica que le realizaron en Santiago de Chile. Dio saltos con los brazos en alto y, tocando con los dedos de la mano el cielo raso del comedor, dijo con gran ahínco: ¡No tengo nada! ¡Estoy bien! ¡Estoy bien!... Aunque todos sabíamos que le quitaron medio pulmón y que el cáncer no era como la gripe que se iba del cuerpo.

Él volvió a sentarse a la mesa y, como es natural, conversamos de manera larga y tendida sobre la vida política del país; un tema que a él le apasionaba tanto como tomarse café, fumarse cigarrillos o leer las publicaciones que caían en sus manos. No es casual que, mientras recordábamos su pasado como militante del Partido Obrero Revolucionario (POR), me clavó su mirada escudriñadora y dijo: Lo único que tengo que agradecerle a Guillermo (Lora) es mi gusto por la lectura. Él me inculcó el hábito de la lectura.

Todos tenemos que morir de algo

Todos sabíamos que, por prescripción médica, estaba terminantemente prohibido de que volviera a fumar, pero él, de manera obstinada, seguía queriendo pitar, al menos para aplacar un instante su adicción crónica al tabaco. Mi tía Olga lo acechaba de cerca, intentando evitar que Filippo se llevara la hebra del cigarrillo a la boca. Así fue como una tarde, apenas salimos al patio para tomarnos un baño de sol, lo sorprendió pitando. Ella se plantó delante de él y, en tono de reproche, le dijo: ¡Eres el colmo, Flaco, no puedes seguir fumando! A lo que él, con una mirada de sorna y echando una bocanada de humo, le replicó: ¡Va, que importa, oye! ¡No molestes, oye!¡Todos tenemos que morirnos de algo!


Para entonces, Filippo había sido excluido del Movimiento Al Socialismo (MAS), acusado de haber recibido dineros de la embajada norteamericana para darles cancha libre a los mercenarios de la DEA. Él juraba que esas acusaciones eran patrañas montadas por los asesores cubanos del gobierno, porque nunca recibió un solo centavo de nadie y mucho menos de los gringos interesado por erradicar las plantaciones de coca en el Chapare; más todavía, estaba convencido de que las falsas acusaciones eran los mismos métodos estalinistas, que se usaron en la Unión Soviética durante los años de purga contra los trotskistas y críticos de la burocracia del Kremlin.

Un obrero intelectual

Un día, después del almuerzo, salíamos de la casa de mi madre y nos fuimos a dar unas vueltas por los bosques de Tyresö, donde aprovechamos para conversar sobre diversos temas que eran de su dominio. Fue entonces que me di cuenta de que Filippo, a diferencia de la mayoría de los mineros, era un obrero intelectual, un autodidacta que no sólo leía, sino que también escribía con la misma pasión con que se dedicaba a sus quehaceres de dirigente político y sindical.

Conocía la realidad de los mineros desde el interior de la mina y se relacionó con los dirigentes legendarios del sindicalismo nacional. Por cuanto no es casual que en su libro Semblanzas, que es un magnificó testimonio personal y colectivo, aparezcan bosquejadas las biografías de varios de ellos, como Juan Lechín Oquendo, Simón Reyes, César Lora, Isaac Camacho, Federico Escóbar, Irineo Pimentel y Domitila Barrios de Chungara, sin dejar de lado a otros personajes de la política nacional y a un par de gerentes de la Empresa Minera Catavi.

No cabe duda de que Filippo era uno de los pocos obreros intelectuales, gracias a su inteligencia natural y sus ganas de saber cada vez más, más y más, como quien quiere superarse a sí mismo en su condición de persona sentipensante. No es nada raro que, entre la variada gama de dirigentes mineros de todos los tiempos, haya sido el único o casi el único que tenía la facultad de metamorfosearse de su condición de topo en ratón de biblioteca.

De llok’allas y mangueros

Cualquiera que conversaba con Filippo, se daba cuenta de que este hombre, de recio temple y actitud impulsiva, que estaba acostumbrado a llamar las cosas por su verdadero nombre; al blanco, blanco y al negro, negro, era una piedra en el zapato de los gobernantes, a quienes, sin consideraciones ni pelos en la lengua, los trataba de carajitos, cojudos y llok’allas. En cierta ocasión, cuando le hice notar que sus expresiones eran peyorativas y rayaban en el menosprecio y la discriminación, me contestó que no tenía otra forma de referirse a los traidores del pueblo, a los mangueros del gobierno y a los tránsfugas que nunca lucharon contra las dictaduras militares para recuperar la democracia cautiva, que no sabían lo que eran las cárceles, las torturas ni el exilio; pero que, sin embargo, se treparon al poder para desvirtuar los principios del programa que él mismo elaboró antes de que se fundara el MAS, con una sigla que le compraron a un falangista cruceño.

Lo interesante es que Filippo, antes y después de su participación en el parlamento boliviano, donde se hizo conocido por agarrarles a t’ajllazos (sopapos) a sus adversarios políticos, no podía estar sin leer ni hacer apuntes de su experiencia, con la convicción de que todo esto le serviría para escribir sus libros que, con el apoyo de sus amigos y dineros de su propio bolsillo, se publicaron uno a uno. De los cinco libros que conozco, De la revolución al Pachakuti es el que mejor refleja los triunfos y las derrotas en su vida, desde su infancia encerrada en un orfelinato para huérfanos de la Guerra del Chaco, su formación como dirigente sindical, su participación en las dos cámaras del parlamento boliviano y sus posteriores roces con el poder político; un poder que se le esfumó de su control y de sus manos, porque tuvo la mala suerte de haber sido estrangulado por el mismo Frankestein que él intentó crear a su imagen y semejanza.

A mi retorno a Bolivia, cuando me encontraba de paso por Cochabamba, me llamó por teléfono para invitarme a su cumpleaños. Le agradecí por el cometido, pero le expliqué que no podía asistir porque tenía previsto, desde hacía mucho tiempo, una reunión importante con unos amigos. Él subió el tono de su voz y, casi gritándome desde el otro cabo del teléfono, me dijo: ¡Qué reunión importante ni qué ocho cuartos. En este país no hay otro tipo más importante que yo, así que tienes que venir nomás, oye… Si no vienes, te voy a cortar los huevos, carajo! Con amenazas y todo, no pude deshacerme de mi compromiso ni pude asistir a celebrar su cumpleaños. Desde ese día, no volvimos a hablarnos ni a fundirnos en un afectuoso abrazo entre un tío y un sobrino.

El legado de un carismático hombre

Ahora que Filippo no está ya con nosotros, sólo nos queda su legado de lucha, sus libros con experiencias vividas y sufridas, sus malas palabras, sus actitudes irreverentes contra los poderes de dominación y sus sabias enseñanzas que nos harán falta a todos, a los que estaban con él y a los que estaban en contra, porque Filippo correspondía a esa categoría de hombres que, a pesar de su partida, permanecerá en la memoria histórica del pueblo y brillará con luz propia en la constelación de los mejores líderes políticos y sindicales que parió el movimiento obrero boliviano.


Asimismo, el Filippo humanista, revolucionario y contestatario, seguirá siendo mi tío Flaco, con quien tenía coincidencias y discrepancias, pero también con quien tuve la fortuna de compartir inolvidables momentos tanto dentro como fuera del país, y a quien siempre lo recordaré con un profundo cariño y respeto, porque de él aprendí mucho, como de un maestro armado de conocimientos, aunque él nunca tuvo la intención de enseñarme nada, atenido a la idea de que un escritor, como me lo dijo en una de nuestras charlas, es una persona que aprende más de los libros que de las conversaciones que se las lleva el viento.

Siempre será recordado

El Filippo de los ojos grandes y claros, la piel algo picada por el acné de la adolescencia y la voz con inflexiones de mando, el Filippo con la pinta del playboy minero y la risa amigable que, cuando estaba de buen humor, podía estallar en una sonora carcajada, será siempre recordado por esa llama interior que lo convertía en un personaje ineludible y carismático. De su inteligencia natural y su fecunda verba, que despertaba la admiración de los suyos y la furia de sus enemigos, no hay nada que hablar, salvo que sus ideas, transformadas en palabras, se le disparaban como dardos por la boca, unas veces para defender sus principios ideológicos y otras veces para ofender a sus adversarios.

Con todo, el Filippo intelectual será el que permanecerá entre nosotros a través de sus obras, puesto que no necesitó de intermediarios ni plumas prestadas para escribir, con su puño y letra, algunas de las tesis políticas fundamentales del movimiento obrero boliviano, como no necesitó de voces prestadas ni correctores de pruebas para escribir su historia personal, desde Testimonio de un militante obrero hasta su libro Semblanzas que, con sus aciertos y desaciertos, resultó ser la historia de todo un pueblo. En esto radicaba, probablemente, la importancia de llamarse FILIPPO, con mayúsculas.

Imágenes

Filippo con su infaltable bolsa de coca
Filippo en su biblioteca
Filemón Escóbar, Víctor Montoya y Olga Vásquez
Interviene en un ampliado minero en su juventud

sábado, 20 de mayo de 2017


TANIA, LA GUERRILLERA INOLVIDABLE

Cuando Tamara Bunker (Tania) llegó a Bolivia en noviembre de 1964, con el nombre de Laura Gutiérrez, de nacionalidad argentina y profesión etnóloga, en la frontera andina se le anticipó un viento que hablaba la lengua aymara.

Tania vivió en La Paz dando la apariencia de ser una persona pudiente y, valiéndose de su vasta cultura e inteligencia, empezó a hilar amistad con personalidades afines a la cúpula del gobierno. Así, camuflada, se mantuvo por mucho tiempo, sin que nadie sospechara de ella, ni siquiera los presidentes René Barrientos Ortuño y Alfredo Ovando Candia, junto a quienes emerge su imagen en una fotografía captada durante una concentración campesina.

Al iniciar la fase de preparación y organización de la lucha armada, Tania era ya un engranaje indispensable en el desarrollo del trabajo urbano de la guerrilla, aunque la idea general de su utilización por el Che –recuerda Harry Villegas (Pombo)– no era de que participara directamente en la ejecución de acciones, sino que, dadas las posibilidades de conexiones en las altas esferas gubernamentales y dentro de los medios donde se podía obtener algún tipo de información estratégica y de importancia táctica, dedicarla abiertamente a este tipo de tarea y mantenerla como reserva, desde el punto de vista operativo, que en un momento determinado fuera necesario utilizar a una persona que no fuese sospechosa, contándose con alguien confiable para poder realizar el ocultamiento de algunos compañeros e incluso la recepción de algún mensajero que viniese con algo extremadamente importante.

En diciembre de 1966, en vísperas de Año Nuevo, Tania y Mario Monje llegaron al campamento guerrillero, donde los esperaba el Che. Su llegada fue un verdadero júbilo para todos, no sólo porque la conocían desde Cuba, sino también porque llevó consigo grabaciones de música latinoamericana.

En esa ocasión, el Che habló primero con Tania y después con Monje. A Tania le dio la instrucción de viajar a Argentina para entrevistarse con Mauricio y Jozami, y citarlos al campamento. A Monje, que pretendía detentar el mando supremo de la lucha armada, le dijo: la dirección de la guerrilla la tengo yo y en esto no admito ambigüedades, porque tengo una experiencia militar que tú no tienes. A lo que Monje contestó: mientras la guerrilla se desarrolle en Bolivia, el mando absoluto lo debo tener yo (...) Ahora si la lucha se efectuara en Argentina, estoy dispuesto a ir contigo aunque no más fuera para cargarte la mochila.

Apenas Tania cumplió su misión, sorteando los diversos obstáculos, retornó acompañada, entre otros, de Ciro Bustos (sobreviviente de la guerrilla de Salta). Y desacatando las instrucciones del Che, quien la ordenó no regresar a Camiri porque corría el riesgo de ser detectada, condujo en su jeep a Régis Debray, Ciro Bustos y otros, a la Casa de Calamina en Ñancahuazú.

Éste fue su tercer y último viaje a la base guerrillera, puesto que a partir de entonces se incorporaría a la lucha armada. Es decir, a compartir con sus compañeros todo cuanto aprendió en Cuba. El Che, considerándola una combatiente más, le entregó un fusil M-1.

Su adaptación al medio geográfico fue asombrosamente rápida, a pesar del terreno abrupto. Había momentos en que hubo que colgarse por sogas –dice Pombo–, en que hubo que gatear, prácticamente, arañando sobre las rocas, y podemos decir con toda sinceridad que Tania lo hizo en muchísimos casos con más efectividad que algunos compañeros, que, siendo hombres, tampoco estaban adaptados a este tipo de condiciones de vida.


No obstante, meses después, debido a su delicado estado de salud, el Che la dejó en el grupo de la retaguardia, donde habían algunos elementos considerados resacas, y donde el valor estoico de Tania sirvió de ejemplo a varios de sus compañeros, junto a quienes, cuatro meses más tarde, caería acribillada en la emboscada de Vado del Yeso.

A fines de agosto de 1967, la tropa guerrillera, comandada por Vilo Acuña Núñez (Joaquín), salió al Río Grande y, orillándolo, llegó al cabo de una jornada a la casa de Honorato Rojas, de quien, meses antes, dijo el Che: El campesino está dentro del tipo; capaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso.

Cuando la retaguardia contactó a rojas, nadie pensó que la delación de este cobarde los arrojaría bajo el fuego enemigo. En efecto, el día en que fue apresado junto a otros campesinos, se comprometió a colaborar con las tropas del regimiento Manchego 12 de Infantería.

Por la noche, los guerrilleros durmieron en la casa del campesino y, al despuntar el alba, se retiraron, previo al acuerdo de que al día siguiente los guiaría, por un paso corto, hacia el Vado del Yeso.

Esa misma noche, una compañía de soldados, dirigida por el capitán Mario Vargas, marchó en dirección al Masicuri Bajo. Al otro día, el jefe del destacamento discutió los últimos detalles del plan con Rojas. Usted haga lo que los guerrilleros le han pedido –le dijo–. Pero hágalos cruzar el Vado exactamente donde yo le diga y no más tarde de las tres.

El 31 de agosto, a la hora convenida, los guerrilleros se encontraron con el campesino, quien les guió un trecho y les indicó el Vado. De súbito, la columna guerrillera hizo un alto y el teniente Israel Reyes (Braulio), como presintiendo el holocausto anunciado, dijo: Hay muchas pisadas por este lugar. El campesino, dubitativo, contestó: Son mis hijos vigilando a los chanchos.

Los guerrilleros caminaron un trecho y, antes de que el sol declinara a su ocaso, el campesino se despidió dándoles la mano. Luego se alejó sin volver la mirada, mientras su camisa blanca servía como señal a los soldados agazapados en las márgenes del río, prestos a presionar el dedo en el gatillo.

El capitán Vargas, al detectar a los guerrilleros entre los árboles que sombreaban el sendero, levantó los prismáticos a la altura de sus ojos y divisó la imagen física de Tania; era una mujer blanca en medio de la estepa verde, delgada por las privaciones de la lucha. Llevaba pantalones moteados, botines de soldado, blusa desteñida, mochila y fusil al hombro.

La distancia entre las tropas se hizo cada vez más corta. Braulio se internó en la emboscada y los soldados apuntaron sus armas contra los guerrilleros.

Braulio fue el primero en sentir el roce tibio del agua. Volteó la cabeza y, machete en mano, ordenó cruzar el río. Tania avanzaba en la retaguardia, antecedida por un guerrillero boliviano a quien el Che lo llamó resaca. Cuando se hubieron sumergido en el agua -excepto José Castillo-, con la mochila pesada y sosteniendo el arma sobre la cabeza, el capitán Mario Vargas impartió la orden de abrir fuego.

Los tiros vibraron como alambres tensos y, en medio de un torbellino de agua y cuerpos, los combatientes fueron cayendo en ademanes de fuga. Quienes no murieron en la primera descarga, se dejaron arrastrar por la corriente o se zambulleron. Braulio, haciendo ágiles contorsiones, disparó contra un soldado que estaba en el flanco, mientras los otros fallecían dando tiros en el aire. Tania intentó manipular su fusil con destreza, pero una bala le atravesó el pulmón y la tendió sobre el remanso.

Entre las ropas chamuscadas, la sangre y los cadáveres, quedaron dos prisioneros y otro que se escabulló en la maleza, hasta que una patrulla de rastrillaje dio con él y lo acribilló en el acto.

Al cabo de la masacre, los soldados, que disparaban todavía contra todo bulto que flotaba en el agua, no dieron con el cadáver de Tania. El médico José Cabrera Flores (Negro), al verla herida, quiere salvarla y se deja arrastrar por la corriente. El médico sale a la orilla arrastrando el cuerpo de la guerrillera. Verifica que está muerta, abandona el cadáver y vaga por los senderos, hasta que lo encuentran por el rastreo de los perros. El médico es asesinado por el sanitario de la patrulla que lo capturó.

Los soldados prosiguen la búsqueda de Tania y, a los siete días, encuentran su cadáver en la orilla. Se encontró también la mochila, con algo que tanto quiso a lo largo de su vida: la música latinoamericana.

Concluida la misión, los soldados inician su marcha hacia Vallegrande, con los cuerpos de los guerrilleros atados a largas ramas.

El capitán Mario Vargas es condecorado con galones y promovido a Mayor de ejército por su fulgurante carrera militar y, al mismo tiempo, es víctima de trastornos psíquicos y pesadillas angustiosas, en las que ve a Tania incorporándose con el fusil en alto, dispuesta a vengar su muerte.

Bibliografía consultada

Guevara, Ernesto-Che: Obras 1957-1967. I. La acción armada. Ed. François Maspéro, París, 1970.
Lara, Jesús: Guerrillero Inti. Ed. Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1971.
Peredo-Leigue, Guido-Inti: Mi campaña junto al Che. Ed. Siglo XXI, México, 1979.
Rojas, Martha. Rodríguez, Mirta: Tania, la guerrillera inolvidable. Ed. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1974.