EL MAGO DE LA BOTELLA
Otra
vez frente al Diablo, el corazón acongojado y la botella de aguardiente en la
mano.
–Desde
el maldito día en que empezaste a beber como un condenado, has perdido la
dignidad y el decoro –me regañó el Diablo–. No eres ya el mago de la palabra,
sino el mago de la botella.
Me
estremecí al oír sus palabras. Suspiré y me quedé callado. Lo miré desde abajo
y él me devolvió la mirada con desprecio, mientras sus colmillos, afilados y de
blanco esmalte, centelleaban como la ascua de sus ojos.
–Has
llegado al extremo en que tu tufo espanta a la gente y sólo atrae a las moscas
–dijo el Diablo, en tanto yo procuraba mantener el gollete de la botella en los
labios–. Primero has perdido tu casa y tu trabajo, después a tus hijos y a tus
amigos. A tu mujer nunca la perdiste, porque nunca la tuviste. Ella se burló de
tus nobles sentimientos y te puso cuernos conmigo. De nada sirvió que le
entregaras tu amor y le demostraras tu fidelidad de perro. Ahora es tarde,
demasiado tarde. No pararás de beber hasta que la muerte te encuentre tirado en
el piso cual un miserable diablillo entre los diablos...
Permanecí
callado pero sin derramar lágrimas, aunque sus reproches me dolían en el cuerpo
y en el alma, con la misma intensidad con que le duele a cualquiera que no
tiene el corazón de piedra ni el puño de hierro.
Aligeré
otro sorbo y, moviéndome como la llama de una vela mecida por un soplo, le
pregunté entre hipo e hipo:
–¿Y
qué debo hacer para dejar la botella y volver a ser el mago de la palabra?
–Debes
sobreponerte a tus debilidades, liberarte de los fantasmas del pasado, superar
las frustraciones del presente y tender tu mirada altiva en el horizonte del
porvenir. Sólo así lograrás vencer las tentaciones del alcohol que, tal cual
habrás constatado, son mucho más fuertes que mis propias tentaciones.
–Si
me ayudas –supliqué sintiendo que la angustia me devoraba por dentro–, estoy
dispuesto a darle un giro a mi vida, desterrar la botella y volver a ser un
ratón de bibliotecas; es más, quiero que me conviertas otra vez en el mago de
la palabra, aunque tú sabes, en lo más hondo de tu ser, que no soy una maquinaria
de palabras, sino un artesano que me rompo las manos para escribir lo poco que
escribo, con un esfuerzo que a veces me deja postrado como a todo aquel que
padece la enfermedad de las palabras. Pero eso sí, y esto también lo sabes
bien, estoy dispuesto a consagrarme como el mago de la palabra, a seguir
escribiendo los dictados de la razón y del corazón, y, de pasadita, seguir
escribiendo tus dictados que, de un tiempo a esta parte, me traen de cabeza
como a un loco de remate. Pero con todo, quiero que conviertas la botella en un
tintero y me devuelvas las ganas para continuar escribiendo lo que pienso y
siento.
–Si
ése es tu deseo, retirarte del vicio y no caer en un tonel sin fondo, así lo
haré –dijo el Diablo–. Te concederé tu deseo como el genio de la lámpara
maravillosa concedió los deseos de Aladino, pero..., pero con una condición...
–¿Qué
condición?
–Que
me rindas tributo y no me reclames tu alma, porque tu destino no está ya en tus
manos sino en las mías; más aún ahora que convivo contigo noche y día, en tu
casa y en tu cuerpo.
–¡¿Cómo?!
–retrocedí tambaleante, mirando doble y la botella todavía en la mano.
–Sí
–reafirmó el Diablo–. A estas alturas de nuestra relación, tu vida vale más que
la mía. Eres mis cinco sentidos y mi voz. Eres mi carne, mis huesos y mi
sangre. Además, a diferencia de lo que ocurrió entre Fausto y Mefistófeles, tú
no me vendiste tu alma a cambio de conservar una eterna juventud, sino que yo
te la arrebaté desde el primer día en que me viste, en mi estado más natural,
en la galería principal de la mina en Siglo XX. ¿Recuerdas?..., ¿recuerdas?
Me
quedé atónito, cabizbajo, hasta que de pronto, como quien retorna a la
sobriedad bañado por un cubetazo de agua fría, reflexioné un instante y
repliqué:
–Si
la condición para volver a ser el mago de la palabra es que te entregue mi vida
y te rinda tributo por el resto de mis días, entonces prefiero seguir siendo el
mago de la botella así me cargue la muerte.
–¡No
seas pendejo! –gruñó el Diablo, con el rostro encendido como por las llamas del
infierno–. ¿Cómo puedes permitir que el alcohol se lleve tu vida? ¿Cómo puedes
creer que el mal de borrachera sólo se cura con la muerte? En lugar de vivir
cual fantasma errante, agarrado de la botella como un crío de su mamadera,
piensa en que si me sigues idolatrando, tendrás lo que andas buscando, no sólo
salud, dinero y amor, sino también la capacidad de convertir en literatura todo
lo que toques; de desnudar tu alma como los poetas, de transformar tus
pensamientos más profundos en metáforas alucinantes, de atravesar los corazones
enamorados como los flechazos de Cupido; en fin, serás un mago entre los magos
de la palabra y no un pobre diablillo entre los diablos...
Fue
entonces cuando me cargué de coraje, alcé el tono de la voz y dije:
–No
es el alcohol el que se lleva mi vida, ni el que me roba el alma. Eres tú,
solamente tú, quien anda metido en el fondo de la botella como el genio andaba
metido en la lámpara de Aladino...
El
Diablo me miró por el rabillo del ojo, con un aire de solemne superioridad, y
sentenció:
–Si
quieres dejar de ser el mago de la botella y volver a ser el mago de la
palabra, y seguir escribiendo cada día como si fuese el último de tu vida, ya
sabes, no tienes otro remedio que someterte a mis designios y temerme como el
siervo le teme al amo, porque quien teme al diablo, no teme a la muerte...
–Quizás
sea cierto –dije acercándome hacia él, mientras un sudor pegajoso cundía en la
palma de mis manos–. Me rendiré a tus pies y me someteré a tu voluntad, pero
sólo hasta que se me rompa la botella y tú desaparezcas de mi vida como por
ensalmo.
El
Diablo, aunque intentó inclinarse hacia atrás, recibió una repugnante tufarada
en el rostro. Luego, malhumorado, frunció el entrecejo en actitud de reproche.
Me clavó su mirada diabólica, se restregó las manos ante el fuego de sus ojos
y, consciente de tenerme atrapado en sus redes, se dispuso a decirme algo,
pero...
En
ese instante, cuando la botella se me resbaló de la mano y saltó en pedazos
contra el piso, desperté de un sueño alborotado, el cuerpo terriblemente
machucado y una resaca pidiéndome a gritos hacer aparecer más botellas
destiladas por el Diablo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario