miércoles, 27 de marzo de 2013


ESCRITORES MANIÁTICOS

Los escritores tienen manías que arrastran a lo largo de la vida, desde el instante en que son una suerte de náufragos que viven recluidos en una isla a lo Robinson Crusoe. El mismo acto de la escritura es, por antonomasia, una manía de solitarios, en cuyo trance nadie puede echarles una mano ni soplarles al oído lo que deben o tienen que escribir.

Las manías de los escritores son tan diversas como las de todos los mortales. He aquí algunos ejemplos: los escritores como Vargas Llosa se parecen a los peones que, una vez aseados y encerrados en el escritorio, se entregan a merced de su imaginación desde las primeras horas de la mañana, sin permitir que nada ni nadie los interrumpa en el instante de la inspiración; ese misterioso soplo que a uno lo toca en el proceso de la creación.

Otros no soportan cambiar de bolígrafo o color de tinta, como José Miguel Ullán y Tom Sharpe, quienes, además de usar estilográficas baratas, escriben primero a pulso y luego a máquina. Cortázar casi siempre leía los libros sorbiendo mate del poro y con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas, subrayando algunos párrafos hasta la extenuación o, simplemente, corrigiendo las erratas que en algunas ediciones se esconden como alimañas entre renglón y renglón. Faulkner escribía siempre sobre papel azul, Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera, Dostoievski caminando por la habitación, Günter Grass con una estilográfica Montblanc y en un rincón de su estudio de pintura.

Si Ernest Hemingwey escribía de pie, Graham Greene escribía con lápiz, en tanto Anthony Burgess escribía aproximadamente 300 palabras diarias y, como la mayoría de los escritores contemporáneos, usaba un mini-ordenador para producir y reproducir sus textos, aunque estaba convencido de que el ordenador sólo servía para escribir cartas a los amigos y no para crear textos literarios.

Algunos tienen la misma manía que García Márquez, quien, antes de que en su oficio irrumpiera el ordenador, utilizaba una máquina eléctrica de la misma marca y con el mismo tipo de letra; un papel blanco, de 36 gramos y tamaño carta. Alguna vez confesó también que no escribía mientras no tenía en el cuarto una temperatura de 30 grados y un ramillete de rosas amarillas en el florero, por esa vieja superstición de que las flores amarillas le traían suerte en el instante de describir a personajes encerrados en sí mismos, conversando con su propia soledad y creciendo como las raíces del chinchayote, a la manera de Rulfo, Pessoa y Onetti.

No se deben olvidar las manías de los autores que escriben en medio de un desorden organizado, a cualquier hora del día y en cualquier lugar; en el bar, la calle, el comedor y hasta en el baño, y no necesariamente en un cuadernillo sino sobre una tira de papel higiénico, la factura del restaurante, una cajetilla de cigarrillos o, simple y llanamente, en el borde de un periódico o revista.

Así, pues, las manías de los escritores, como todo lo demás en la vida, son tan variadas como las obras literarias y las manías de los mismos lectores. 

Entre la variada gama de escritores que ostentan diversas manías, yo me identifico con quienes tienen la manía de escribir en la cama, pues es el único espacio, de dos metros por dos, que el individuo habita por completo y donde saca a traslucir su estado más natural, aparte de que es un mueble indispensable donde comienza y termina el ciclo de la vida. No en vano Vicente Aleixandre, Marcel Proust y Juan Carlos Onetti cerraron el ciclo de su creación literaria en la cama. Tampoco se puede negar que Don Quijote -como su creador- pergeñó sus aventuras en la cama, que Miguel de Unamuno y Valle-Inclán recibían a sus amigos en la cama, o que Oscar Wilde escribió sus mejores obras en posición horizontal, al igual que Marcel Proust, quien reposaba hasta pasado el mediodía, escribiendo y corrigiendo sus manuscritos. Por eso la cama de Proust, en la cual pasó las tres cuartas partes de su vida, estaba siempre destendida, salpicada de folios y hojas sueltas que delataban su caligrafía menuda. Pasaba más tiempo en la cama que en el escritorio, ordenando sus asuntos y peleando con la máquina para terminar una crónica sin firma, en medio de un silencio que le era necesario para escribir lejos del ruido mundano y a espaldas del tiempo.

Las camas y recámaras, en todas las épocas, han tenido su debida importancia. En 1620, la marquesa de Rambouillet convirtió su recámara en un salón literario, donde reunía a sus amigos en célebres tertulias. En México, Frida Kahlo pintó algunos de sus autorretratos más célebres postrada en la cama, mirándose en el espejo empotrado en el techo de su recámara. Por cuanto la cama no sólo sirve para retozar y dormir, sino también para nacer, crear, amar y morir, tal cual reza el proverbio: En la cama duerme el Rey y duerme el Papa, porque de dormir nadie se escapa.

Por lo que a mí respecta, y sin el menor rubor en la cara, debo confesar que durante mucho tiempo tuve la manía de escribir en la cama. A veces, entre el sueño y la creación literaria, me asaltaba la extraña sensación de parecerme a un sultán, aunque no estaba rodeado de mujeres adornadas con joyas ni velos, sino apenas de almohadas que relajaban la tensión de mi cuerpo. Por las mañanas, al incorporarme en la cama, pegaba un salto hacia la silla del escritorio, y lo primero que hacía era coger mi pipa, llenarla con tabaco, llevármela a la boca y encenderla para que la fragancia del humo revoloteara entre las paredes del escritorio, que a la vez hacía de dormitorio. A un lado de la cama estaba el estante rojo empotrado en la pared, con los libros al alcance de la mano; y, al otro, el escritorio negro sobre el cual tenía el Pequeño Larousse y el Diccionario de la Real Academia Española, un papel a medio escribir metido en el rodillo de la máquina y un ordenador en cuya pantalla se reflejaban los movimientos más ridículos que ejecutaba en la cama.

De modo que escribir en la cama es también una manía que forma parte de la conducta personal de algunos escritores, quizás un vicio secreto sobre el cual todos prefieren callar, por temor a perder el pudor y la amistad, o quedarse definitivamente anclados en el aislamiento y la soledad que, al fin y al cabo, es la única y mejor compañera de quienes tienen la manía de escribir.

sábado, 23 de marzo de 2013


DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

Todos los poetas del pasado, todos los poetas del presente y todos los poetas del futuro, tan sólo escriben un fragmento, un episodio de un gran poema colectivo que escriben todos los hombres. Percy Bysshe Shelley

El Día Mundial de la Poesía es un tributo y homenaje a los verdaderos artesanos de la palabra escrita, quienes, poniendo en juego su integridad, ingenio y talento, nos regalan lo mejor de sí mismos a través de sus versos, que buscan ecos profundos en el pecho y la mente de los lectores de este mundo sustentado por la palabra como el mejor instrumento de comunicación y entendimiento. 

No está por demás recordar que la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), proclamó la celebración del Día Mundial de la Poesía el año 1999. Desde entonces, y cada 21 de marzo, los y las poetas se reúnen en todos los países para reclamar por sus derechos y compartir su universo poético con la mente lúcida y el fuego en la palabra.

Si el arte poético es una de las expresiones que simboliza la creatividad humana, entonces recitar poemas en las calles, los escenarios y establecimientos educativos, es la mejor manera de retomar lo mejor de la tradición oral de nuestros pueblos. No es menos importante cuando la poesía, en su condición de arte mayor entre las letras, restablece un diálogo con las diversas manifestaciones artísticas, como el teatro, la danza, el cine, la música y la pintura, entre otras. 

La poesía no sólo es el género más brillante de la literatura, sino también el que más cultores tiene en todas las latitudes del planeta. Lo extraño es que, siendo uno de los géneros literarios más extendidos, sea uno de los menos leídos y valorados en la vorágine comercial, casi siempre impuesta por las leyes de la oferta y la demanda del mercantilismo editorial.   

Sin embargo, los y las poetas, conscientes de la importancia que reviste la palabra escrita para las necesidades del alma, no se dan por vencidos y siguen machacando el oficio a pesar de los pesares, porque saben que sus versos, hilvanados como en un manto de tisú, son el mejor testimonio de la inteligencia humana y un legado para la posteridad.

Por fortuna, la permanente innovación de las nuevas tecnologías en el ámbito de la comunicación electrónica, está permitiendo que los creadores de la palabra escrita lleguen, por intermedio de las redes sociales como Twitter y Facebook, a un círculo cada vez mayor de lectores ávidos por compartir poemas que cantan a la vida, el amor y la muerte. Por lo tanto, no es tan cierta la afirmación de que la poesía va cediendo terreno ante las experiencias colectivas impulsadas por las redes sociales, en las cuales, aparentemente, los usuarios no escriben ni leen poemas, siendo que la poesía es el principal exponente estético del lenguaje y la máxima expresión del hombre pensante en su paso por la Tierra.

Si la declaración de la Unesco considera que una acción mundial a favor de la poesía daría un reconocimiento y un impulso nuevo a los movimientos poéticos nacionales, regionales, e internacionales, es también necesario considerar que la creación poética no cae del cielo, sino que es la obra de los y las poetas que se merecen todo el reconocimiento de parte de su colectividad, ya que poesía, como el resto de las expresiones artísticas, es un puente que permite aunar la diversidad idiomática y cultural esparcidas por el mundo.

El 21 de marzo, como todos los años, levantaremos nuestras copas y brindaremos por el Día Mundial de la Poesía, por los y las poetas que nos regalan sus versos como ramilletes de flores. A ellos les debemos nuestros eternos agradecimientos, incluso por pintarnos de colores el manto de la melancolía. La vida sin ellos sería más triste y desolada, como un campo sin mariposas, un río sin vida y un cielo sin estrellas.

La poesía tiene la magia de atrapar la realidad y la fantasía en una red idiomática construida por el poder de la palabra capaz de trocarse en metáforas y figuras de dicción, en una forma de expresión de las ideas que, una vez condensadas en el lenguaje poético, nos tocan las puertas del corazón, con la misma facilidad con que tocan las puertas del infierno o del paraíso, aunque ninguno de los artesanos de la palabra escrita provenga del reino de los dioses ni de las catacumbas del más allá.

La poesía, por otro lado, es también un arma de protesta y denuncia, una propuesta digna cuando nos convoca a una reflexión sobre la realidad social, cuando nos señala los caminos a recorrer para mejorar la condición de vida de los humanos y cuando nos desafía a superar las injusticias que se sienten como látigos en las espaldas de los pueblos menos favorecidos por la globalización y la modernidad.

La poesía es como un aliento de esperanza, que refleja las ansias de libertad de los presos de conciencia y trasciende las fronteras en las alas de la imaginación, como una paloma mensajera que no conoce vallas, barrotes ni balas que la detengan. La poesía es la creación libre de los seres libres, que no dejan que nadie les arrebate sus ideales ni sus sueños, porque los sueños, junto a las fantasías y los pensamientos, son las voces del fuero interno, de ese territorio íntimo donde no entran las fuerzas oscuras de la imposición y la censura.

Los poemarios, que son las criaturas del alma, serán siempre necesarios mientras el mundo sea mundo, mientras los hombres y las mujeres, entregados a merced de la fantasía y los deseos sublimes, sientan la fuerza vital de la palabra poéticas que, en su estado más puro y diáfano, es un canto a los ideales del humanismo hecho de amor, paz y libertad.

En el Día Mundial de la Poesía cabe reafirmar el concepto de que la palabra encandilada de los y las poetas, que viven aferrados a la vida con grandeza y sencillez admirables, es la luz que ilumina el pasado, presente y futuro de las culturas que se resisten a sucumbir entre los polvos del olvido y la desidia. Por eso mismo, la poesía es dueña de un alto valor ético y estético, capaz de testimoniar la identidad de un pueblo que ama y transmite sus tradiciones ancestrales a través de la sabiduría popular y el verbo. La poesía es, en este contexto, un alimento necesario para el espíritu de los hombres y mujeres, y un patrimonio cultural que deben defender y difundir los pueblos.

jueves, 14 de marzo de 2013


LA SOLEDAD ENIGMÁTICA DE GRETA GARBO

Nacimiento de una estrella


Greta Louisa Gustafsson nació en un barrio sureño de Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, en el seno de una familia humilde. Era la tercera y última de los hijos de Anna Louisa Karlsson, una campesina de sangre lapona que ejercía como empleada doméstica, y Karl Alfred Gustafsson, un barrendero municipal que murió de tuberculosis a los 49 años de edad. 

La diva, que en su adolescencia trabajó como dependiente en unos almacenes y en una peluquería, entró en el cine desde la publicidad, al realizar un anuncio comercial para una casa de trajes de baño en calidad de modelo fotográfico. Desde entonces, impulsada por la curiosidad y la pasión intuitiva por la escena, visitó los camarines y los corredores del Söder Teater (Teatro del Sur) en Mosebacke, donde experimentó por vez primera la fuerza y la magia de ese ámbito donde se daban cita las estrellas del arte dramático, sin sospechar que ella misma, años después, se convertiría en una de las lumbreras más apasionantes del séptimo arte, gracias al fulgor de su belleza y su personalidad inaccesible, que le valió el sobrenombre de “la diva” 

En la Escuela Real de Arte Dramática de Estocolmo, donde estudió una temporada, entró en contacto, a los 18 años de edad, con el director de ascendencia judía Mauritz Stiller, quien en ese momento buscaba una actriz que interpretara el rol de Elizabeth Dohna en la película sobre La saga de Gösta Berling (1923), basada en la novela de la afamada escritora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de literatura en 1909. La película nunca se terminó de filmar, pero Greta Gustafsson, que fue rebautizada con el nombre de Greta Garbo y  convertida en estrella de la noche a la mañana, firmó un nuevo contrato para encarnar a la protagonista central en la película Den glädjelösa gatan (La calle sin alegría), dirigida por el alemán G. W. Pabst, en 1925. Un año más tarde, y con tres películas en su haber, Greta Garbo, contratada por la Metro-Goldwyn-Mayer, llega a Hollywood, donde arrolló con su belleza y su talento, primero en el cine mudo y seguidamente en el sonoro, interpretando una serie de roles que hoy se recuerdan con nostalgia y admiración, no sólo porque fue la primera actriz que en la pantalla entreabrió sus labios al besar, sino también por esa mágica aura que la iluminaba entera.


La diva del celuloide

De Greta Garbo no se conoce una sola fotografía que la muestre desnuda ante sus admiradores, aunque todos se la imaginan tan cimbreante como Marilyn Monroe y tan candorosa como Ingrid Bergman. De cualquier modo, la lozanía de su rostro, cuya fascinante belleza rompía con los cánones de la estética tradicional del cine norteamericano, recorrió el mundo y fascinó a millones de espectadores, quienes admiraban el perfil de su nariz respingona, el arco de sus cejas sometidas a una depilación casi total, la mirada sensual que desprendían sus ojos, el arco de amor de su labio de granate y el espeso maquillaje que convertía su piel en una porcelana, lista para ser captada por las cámaras que la seguían de lejos y de cerca. Aunque era una mujer recatada por naturaleza, mantenía una relación casi erótica con la cámara, pidiendo rodar sus escenas en platós cerrados, como quien no permite en su recámara más que la presencia del director, del galán y del fotógrafo. No en vano Cecil Beaton, su camaraman y enamorado secreto, confesó que verla era estar presenciando las más remotas profundidades del rostro humano.

Su ya famosa pose, tan difícil de imitar, con la cabeza echada hacia atrás y vista de perfil, es el fruto de un minucioso estudio de su figura. Según dicen algunos aficionados al cine, Greta Garbo aprendió a estirarse el cabello hacía atrás para traslucir inteligencia y no destruir la calma de su mirada, a cerrar la boca para ocultar sus incisivos, a caminar despacio para disimular la desproporción de sus piernas, a dibujarse la boca primero con labios finos y después más carnosos; en fin, que pasó por una suerte de metamorfosis para convertirse en la estrella más codiciada de Hollywood, en cuyos estudios rodó 27 películas, encarnando a personajes como a Mata Hari, Ana Karerina, Camille, Ninotchka, La reina Cristina de Suecia y Margarita Gauthier, hasta que se retiró del mundo de las candilejas en 1941, cuando sólo tenía 36 años de edad y poco después de haber rodado uno de sus más grandes filmes: La mujer de las dos caras, dirigido por George Cukor. Es decir, su paso por el cine fue tan enigmático como su retirada, dejando la fascinación y el misterio para asombro de generaciones venideras; algo que no ha sido eclipsado por la imagen emblemática de Rita Hayworth ni por ningún otro mito creado por el celuloide.


 La dama de la soledad

Apenas se retiró voluntariamente del mundo ficticio de Hollywood, Greta Garbo adoptó el seudónimo de Harriet Brown y se recluyó en un apartamento de Nueva York, de donde sólo salía para pasar algunas temporadas en Suiza y Francia. No obstante, su anonimato no fue del todo hermético, pues hay quienes dicen haberla visto pasar, recta y casi siempre apresurada, por Park Avenue; mientras otras miradas curiosas la vieron paseando en Manhattan o durante algún veraneo en Suiza, envuelta en ropas sin forma y ocultando sus grandes ojos detrás de unas gafas oscuras. Tampoco faltan quienes afirman que Greta Garbo se convirtió en una figura huidiza no tanto porque pretendía ocultarse de la gente, sino porque no soportaba los rayos del sol en la cara.

De cualquier modo, su decisión de cortar abruptamente los lazos con el mundo del espectáculo, en el que había transcurrido lo más deslumbrante de su carrera artística, rodeó su vida de una leyenda de impenetrable silencio y de una aureola de misterio que no ha dejado de fascinar con el correr de los años, puesto que tanto el silencio como la soledad que ella impuso en torno a su vida, hoy tienen su propio lenguaje y su propio magnetismo; más todavía, su introversión y su soledad contribuyeron a fomentar el enigma y a inmortalizar el mito de quien en plena juventud se negó a que el mundo supiera más de ella.

Greta Garbo, a diferencia de otras damas de Hollywood supo guardar celosamente los secretos de su compleja personalidad, manteniéndose hierática ante la curiosidad de quienes la acosaban por donde iba. De ahí que los incontables intentos periodísticos de traspasar la muralla de silencio que había construido en torno a su vida fueron vanos, porque esta mujer diva, que daba al cine el aire sacro de la misa, no ha dejado oír su voz ni al más avispado de los hombres de prensa, ya que ni en los momentos estelares de su carrera dejó trascender los episodios de su vida íntima.

La historia de Greta Garbo es la historia de una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa. Los periodistas son la peor raza que existe, manifestó en alguna ocasión, disgustada de que le formularan demasiadas preguntas. Asimismo, como era simple y falta de pretensiones en todas las facetas de su vida, le declaró a un amigo suyo la causa de su silencio: No soy tímida -le dijo-, no soy asocial. Hablo con facilidad con la gente que conozco. Pero no me interesa en absoluto la vida oficial. No me gusta aparecer en periódicos y revistas. No me gusta verme expuesta...

Cuando la Academia de Hollywood le concedió un Oscar honorífico en 1955, la actriz no se presentó a recoger el galardón, para no levantar aspavientos ni verse sometida a lo que ella consideraba: la tortura de la publicidad. Lo mismo ocurrió cuando el gobierno sueco le concedió una condecoración en 1983. La actriz se negó a viajar a Suecia para recogerla, exigiendo que fuera el embajador sueco en EE.UU. quien le entregara el premio en su propio apartamento, en Manhattan. Claro está, qué más podía exigir una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa, para no sufrir el tormento de estar en el punto de mira de la gente. Prefería estar sola, como en una de las escenas de la película Gran Hotel, donde el guionista la hizo repetir: Quiero estar sola, una frase hecha a su medida y su manera, que se convirtió en norma por el resto de sus días.

En julio de 1988, cuando el periodista sueco Sven Broman le preguntó: ¿cómo se sentía? Ella contestó: No me encuentro bien (...) Sólo puedo dar unos pocos pasos. La mayor parte del tiempo permanezco en mi casa, apenas como nada. Me siento triste. La vida que me rodea no es real. Siento la sensación de irme muriendo poco a poco, una sensación que parece haberla seguido desde los años de su infancia, tal vez por eso hay algo de cierto en esa anécdota que trascendió a la prensa en Hollywood, cuando la actriz asistió al estreno de una película, donde, luego de la sesión, alguien le preguntó: Parece usted cansada; sería mejor que se fuera a casa. Esto le habrá dejado a usted muerta. Se produjo un silencio y ella replicó: ¿Muerta? Ya llevo muerta muchos años

Con todo, nunca se llegará a saber la secreta pasión que se escondía en su corazón y su cerebro, si apenas se guarda la sospecha de que ella, al igual que Marilyn Monroe, sentía un impulso concreto hacia la maternidad, aunque nunca deseó tener hijos propios, quizás, debido a que ella misma era una niña vulnerable y andrógina, que llegó a ser la estrella más cotizada de Hollywood, gracias a su talento y su voluntad de hierro. Por lo demás, la personalidad de Greta Garbo, por su complejidad y su misterio, es un campo en el que sólo podrán penetrar los psicoanalistas más expertos y alguno que otro admirador que no pierde las esperanzas de conocer algo más de su vida, aunque ella, la diva, eligió sumergirse en un silencio impenetrable y en una soledad de la que nadie consiguió arrancarla por más de medio siglo, hasta que el 15 de abril de 1990 dejó de existir, en un hospital de Nueva York, no sin antes dejar una estela luminosa en el mundo del cine y ante los ojos de millones de espectadores que seguirán admirando su fascinante belleza, su enigmático rostro, su carcajada casi varonil y sus ojos luminosos y sensuales como sus labios.

viernes, 8 de marzo de 2013


LAS MUJERES AFRICANAS 
EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Cada 8 de marzo, como todos los años, algunas celebran el Día Internacional de la Mujer entre bombos y platillos, mientras otras permanecen recluidas entre las cuatro paredes del hogar, ajenas a los actos y los discursos que se pronuncian en su honor. Éste es el caso de las mujeres pobres que viven en los países más pobres de este pobre planeta, como las africanas que son víctimas de la ablación genital, el desprecio y el olvido.

A estas alturas de la historia, cuando los avances de la ciencia y la tecnología nos deslumbran cada día, es horroroso constatar que millones de mujeres sufren la mutilación en los genitales, sin considerar los efectos negativos que tienen en las relaciones sexuales de una pareja. Las intervenciones quirúrgicas se realizan casi siempre sin anestesia, con instrumentos que carecen de esterilidad y en un entorno desprovisto de las condiciones higiénicas necesarias.

Según informes de la revista Populi -del fondo de Población de las Naciones Unidas-, esta brutal operación es una tradición milenaria que subsiste en varios países del continente africano, donde vive el mayor por ciento de mujeres mutiladas genitalmente. En Somalia, Eritrea, Etiopía, Sudán, Arabia Saudita, Togo y Egipto, casi la totalidad de las mujeres del ámbito rural han sufrido alguna variante de la mutilación en los genitales antes de alcanzar el umbral de la pubertad.

La ablación genital, a pesar de estar prohibida oficialmente en Asia y África, es un ritual indispensable establecido por la sociedad tribal, con el fin de controlar los impulsos sexuales de la mujer, quien, según las normas de determinadas etnias, debe conservar su virginidad hasta el matrimonio, sentirse sumisa y desvalorada ante la supremacía masculina.

Esta práctica ritual, contrariamente a lo que muchos se imaginan, se remonta a tiempos muy antiguos. La mayoría de las civilizaciones de Oriente, los hititas, asirios, egipcios y luego los judíos asociaron esta costumbre con la religión y llegó a formar parte de la cultura de estas civilizaciones. Según una leyenda islámica, Agar, concubina de Abraham y madre de Ismael, fue la primera mujer mutilada genitalmente. Esta práctica se realizaba para asegurar la fidelidad y la castidad de la mujer, y así evitar que sea más proclive a los placeres del sexo y la infidelidad.

Los mahometanos circuncidaban a los niños varones y mutilaban sexualmente a las mujeres, y según esta costumbre, ningún hombre que se respetara aceptaría por esposa a una mujer no mutilada. En árabe, la palabra ablación se designa con varios nombres: sello sagrado, pureza y reglamento de fe. Si una criatura fallecía, sin haber sido mutilada, ésta recibía el apelativo de inmunda. Rehuir esta tradición milenaria, en naciones donde los derechos de la mujer no se respetan ni se mencionan, implica contravenir las normas y leyes establecidas por el clan de los ancianos, cuya función de autoridades supremas les concede el derecho de hacer cumplir las tradiciones conforme a lo determinado por sus ancestros.

En las tribus africanas se practica la ablación general entre las niñas de cinco a doce años de edad, precedida por una larga ceremonia reglamentada por un sistema patriarcal que, aparte de ser una estructura histórica-cultural, es la institucionalización del dominio masculino sobre la mujer y sobre la sociedad en general. No es casual que el hombre pueda, con toda legitimidad, arrebatarle la vida a una mujer acusada de adúltera. El sistema patriarcal, como por mandato divino, establece que el rol tradicional de la mujer es criar a los hijos, obedecer al marido y cumplir con los deberes domésticos. La mujer, al ocupar los escalones más bajos de la pirámide social, no puede gozar de los mismos derechos que el hombre, quien, por su parte, le impiden levantar la voz y enfrentarse a un sistema que controla su sexualidad y la oprime a lo largo de su vida.

De acuerdo con un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se sabe que después de la mutilación se presenta una alta incidencia de morbilidad y mortalidad femenina, ya que la ablación -extirpación total o parcial del clítoris- se realiza con instrumentos rudimentarios que van desde una hoja de afeitar hasta un pedazo de vidrio. Las operaciones, además de ser riesgosas, son de diferentes grados. Así, la infibulación, conocida también como circuncisión faraónica, consiste en colocar un anillo u otro obstáculo en los órganos genitales para impedir el coito. Se secciona una parte del clítoris o de la piel que lo recubre, llegándose a extirpar en algunas tribus incluso los labios menores y coser la abertura, dejando apenas un pequeño orificio para dar paso a la orina, la menstruación y las secreciones vaginales.

A largo plazo, como es natural, los efectos de estas costumbres tribales suelen provocar trastornos urinarios, infecciones genitales crónicas, disfunciones sexuales y partos complicados que conducen a la muerte. Por éstas y otras razones, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la ablación genital es nociva para la salud y un atentado flagrante contra los derechos de la mujer, puesto que la integridad no se trata de identidad cultural ni de un designio religioso, sino de Derechos Humanos, y que la defensa del goce sexual es una parte importante de la emancipación femenina.

Ojalá que cada vez que se celebre el Día Internacional de la Mujer, a tiempo de reafirmar las conquistas alcanzadas por las mujeres del mundo Occidental, se afiancen las reivindicaciones de las mujeres africanas, quienes necesitan del concurso de todos para liberarse de las tradiciones patriarcales que, como si fuesen las cadenas de la esclavitud, las dejan profundas secuelas en el cuerpo y en el alma.

sábado, 2 de marzo de 2013

VÍCTOR MONTOYA TRADUCIDO AL ALEMÁN

No es frecuente que las obras de autores bolivianos sean vertidas a otros idiomas. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha incrementado el número de cuentistas y novelistas cuyas obras se leen tanto dentro como fuera del país. Éste es el caso del escritor Víctor Montoya, quien nos presenta la versión alemana de sus libros “Erzählungen der Grausamkeit” (Cuentos violentos) y “Die Legende vom Tio – Gottheit der Minen und dem Bergwerk” (Cuentos de la mina), que aparecieron a principios de este año bajo el sello de la editorial austriaca MackingerVerlaget.


Los libros, traducidos por la hispanista alemana Claudia Wente, están a disposición de los lectores de Alemania, Austria, Suiza y otros países de lengua germana. Se los puede adquirir tanto en las librerías como a través del portal digital de la editorial MackingerVerlag.


Testimonio del terrorismo de Estado

En la presentación de Cuentos violentos se indica que el libro es la expresión genuina de la “historia de la crueldad”, que vivió el país andino desde la conquista del Imperio Incaico. Desde entonces, las luchas revolucionarias emprendidas por los movimientos indígenas e independentistas republicanos, la palabra Libertad sigue siendo un sueño incorporado en la memoria colectiva de un continente que no deja de clamar por su derecho a la independencia y soberanía.   

Las condiciones de trabajo en las minas, desde la época de la colonia, no han sido fáciles para los habitantes del altiplano boliviano. Los centros mineros como Potosí, Llallagua, Siglo XX, Oruro y otros, han sido zonas de permanentes conflictos sociales, económicos y políticos.
El autor de Cuentos violentos, que se crió en la población de Llallagua, fue testigo de la pobreza y angustia, acompañadas por el terrorismo de Estado institucionalizado por quienes, una y otra vez,  intervinieron militarmente los centros mineros, donde se cometieron brutales masacres, apresamientos y torturas contra los opositores políticos, ante la mirada impotente de una población que resistía de pie, aunque amordazada y la espalda a la pared.

La tortura aplicada contra los opositores a los regímenes dictatoriales jamás condujo a la solución de los problemas sociales, pero sí dejó secuelas irreparables; por una parte, profundas heridas físicas y psicológicas; y, por otra, la desconfianza y el odio en el seno de una población dispuesta a defender sus derechos a cualquier precio.

Víctor Montoya fue apresado, torturado y encarcelado por sus actividades políticas en 1976. Estando recluido en las celdas de la cárcel de San Pedro y Viacha, escribió una serie de cuentos basados en las experiencias crueles que le tocó vivir en las mazmorras de la dictadura militar.


Los cuentos que integran este volumen, aparte de estar escritos como testimonio personal, son también el eco de otras voces anónimas que se alzan para denunciar los atropellos de lesa humanidad perpetrados por las dictaduras militares del Cono Sur de América durante la denominada Operación Cóndor.

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Mitos y leyendas del mundo minero

En el portal de la editorial se dice que Cuentos de la mina o La leyenda del Tío (subtítulo que se añadió en la versión alemana), es un libro escrito con destreza narrativa y responsabilidad social. En los cuentos se retrata la vida cotidiana de los mineros; su lucha, su tragedia, pero también sus creencias mitológicas, vinculadas al realismo mágico y la cosmovisión de las culturas indígenas.  

El libro, ilustrado con una serie de fotografías que destacan la estatuilla del Tío, registra la tradición oral de los mineros que, probablemente, se remonta hasta la época de la colonia, cuando los conquistadores ibéricos comenzaron a explotar los yacimientos de plata en Potosí; una tradición oral que persiste con el nacimiento de la república y el auge de gran industria minera, una vez que el magnate Simón I. Patiño descubre, a finales del siglo XIX, las vetas de estaño más ricas del mundo en las montañas de Llallagua.


Los cuentos recrean las creencias populares, leyendas, mitos, ritos y símbolos de una colectividad que, mediante una narración hecha de realidad y ficción, intenta explicar los acontecimientos de su entorno inmediato, la grandeza de su pasado histórico, los conflictos de su presente y las perspectivas de su futuro.

El Tío de la mina, personaje omnipresente en las galerías, tiene mucha semejanza con el dios Hades, quien representa el ultramundo en la mitología griega. El Tío es el protector de los mineros y el amo indiscutible de la mina, como si en sus cuernos escondiera los preciosos metales, y aunque tiene rasgos diabólicos, según las creencias judeo-cristianas, es un ser mitológico venerado por las familias mineras, que le brindan ofrendas a cambio de que les dé protección y prosperidad. 


Su mujer, la Chinasupay (diablesa), posee un fuerte atractivo eróticamente en el imaginario popular, aparece y desaparece misteriosamente en los sueños y las pesadillas de los mineros, quienes la temen tanto como al Tío. Algunos incluso creen que la Chinasupay es el mismo Tío que, a modo de poner a prueba su poder de atracción sexual, se convierte en mujer seductora capaz de envilecer a los hombres más desprevenidos.

El Tío de la mina es el protagonista principal en “Cuentos de la mina”. El autor nos quiera revelar desde un principio la pregunta: ¿Por qué el diablo se llamó Tío? La respuesta, narrada de una manera sorprendente y sobrenatural, la encontramos a lo largo del libro, donde se afirma que el Tío, en su estado demoniaco, hace suya a una chola de buen parecer, en quien engendra a un hijo que nace con el aspecto de iguana. Entonces el poder eclesiástico, al constatar que la criatura no es la hechura de Dios sino del diablo, condena a la madre y al hijo a arder en una hoguera. Es por eso que el diablo, según se relata en el cuento, actúa en venganza propia y causa estragos entre los pobladores, hasta que los mineros le suplican perdón por el asesinato de su legítimo heredero. El diablo recapacita, hace reaparecer los minerales en las galerías y decide llamarse Tío, a quien los mineros, como en una suerte de pacto, deben rendirle pleitesía ofrendándole sangre de llama blanca, hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.


Cuentos de la mina, con toda la magia que encierran los libros arrancados de la tradición oral, es un buen ejemplo de que los mitos y las leyendas, transmitidos de generación en generación, constituyen un excelente material literario en manos de un narrador que usa los instrumentos adecuados no sólo para darles vida en la fantasía de los lectores, sino también para universalizarlos y perpetuarlos en la memoria colectiva.

Apuntes sobre el autor

Víctor Montoya nació en La Paz, Bolivia, en 1958. Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivió desde su infancia en las poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua, al norte de la ciudad de Potosí, donde conoció el sufrimiento humano y compartió la lucha de los trabajadores mineros.

En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, fue encarcelado por la dictadura militar. Liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia en 1977. Cursó estudios de especialización en el Instituto Superior de Pedagogía en Estocolmo y ejerció la docencia durante varios años. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos publicados en antologías internacionales. Actualmente escribe para publicaciones en América Latina, Europa y Estados Unidos.

En su extensa obra, que abarca el género de la novela, el cuento, el ensayo y la crónica periodística, destacan: Huelga y represión (1979), Días y noches de angustia (1982), Cuentos Violentos (1991), El laberinto del pecado (1993), El eco de la conciencia (1994), Antología del cuento latinoamericano en Suecia (1995), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento boliviano (1999), Cuentos de la mina (2000), Entre tumbas y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002), Literatura infantil: Lenguaje y fantasía (2003), Poesía boliviana en Suecia (2005), Retratos (2006) y Cuentos en el exilio (2008).