UN TESTIMONIO ENTRE CUATRO PAREDES
En el apartamento de Angel Ontiveros, como en toda casa de
soltero donde le faltan los detalles de la mano femenina, todo tiene su tiempo
y su lugar; el reloj de pared tiene las agujas que corren al revés y las
mujeres de su preferencia miran y sonríen por doquier, pues ni siquiera estando
en el baño -el sitio más privado de un apartamento- uno está libre de esas
mujeres semidesnudas que, convertidas en hermosos afiches, provocan una
inmediatez erótica.
Ontiveros, aparte de los toques surrealistas de su
apartamento, tiene una suerte de ocurrencias, como eso de haber trascrito, a
pulso y con letra de imprenta, un párrafo de El arte de amar de Erich Fromm;
una cita que, en un formato de aproximadamente dos metros por dos, puso sobre
la cabecera de su cama, entretanto en la puerta del dormitorio nos sorprende un
letrero que dice: Schiiissst...! Obrero durmiendo. Despertarme a las 16.00.
Firma: El capitán.
Sobre el televisor tiene un retrato de familia, donde
asoman su madre y sus hermanos, y donde él, la cabeza inclinada a un costado y
los hombros encogidos, trasluce un gesto de niño arisco, como si el fotógrafo
le hubiera obligado a posar contra su voluntad. Con todo, su apartamento, que
parece hecho para la sorpresa y el asombro, es relajante y acogedor como su
dueño.
Angel Ontiveros viste con evidente sencillez, indiferente
a la moda intelectual. Unas veces se deja crecer la barba al estilo Fu Manchú
y, otras, una melena alborotada que, ajustada por un cintillo a la altura de la
frente, le concede la pinta de un hippy a destiempo. Pero eso sí, lo más
característico es su maletín de invandrare (inmigrante), en el que carga los libros de su
preferencia, su cd-rom portátil y, de cuando en cuando, las cervezas o la
botella de trago que invita a quienes comparten sus inquietudes, puesto que
Ontiveros es un amigo que se desvive por los amigos.
En su apartamento, ubicado en una colina de la montaña de
las frambuesas (Hallonbergen), en las afueras de Estocolmo, se arman las
tertulias para hablar de la obra de Jaime Saenz o de la vida de los poetas
malditos, hasta cuando alguna de sus enamoradas nos sorprende parapetados en el
comedor, donde nos refugiamos para conversar hasta perder la voz, mientras
transcurre la noche y nos sorprende un nuevo día, como a esos bebedores fuertes
que están acostumbrados a empinar el codo en plena calle y a vaciarse el trago
del gollete de la botella, dispuestos a salirse del tiempo y del espacio para
ingresar en otros, donde todo está permitido, excepto la muerte disfrazada de vieja.
A pesar de sus caminatas por el otro lado de la noche,
donde algunos se refugian en un silencio que no puede ser traspasado por nadie,
es un trabajador a tiempo completo, un revolucionario sin partido ni programa,
pero con una clara convicción de que un día se hará la justicia social por las
buenas o por las malas. No en vano es miembro activo del movimiento de
solidaridad con los insurgentes de Chiapas y uno de los contestatarios contra
el autoritarismo de la sociedad de consumo,
donde él sabe que uno vale lo que tiene, y donde el que nada tiene, nada
vale...
Todavía recuerdo
la noche en que nos reunimos en su apartamento, junto con el poeta Javier
Claure, para despedir a los escritores Alberto Guerra y Homero Carvalho,
quienes asistieron invitados desde Bolivia al Primer Encuentro de Poetas y
Narradores Bolivianos en Europa, que se realizó en Estocolmo en septiembre de
1991. En esa ocasión, en que se bebió botellas de Vodka y se habló de todo y de
todos, surgió la idea espontánea de posar ante la cámara fotográfica de su
amada Tity, con la intención de perpetuar nuestro encuentro y nuestra despedida
en una o dos fotografías. Fue entonces cuando Homero Carvalho, actuando bajo
los efectos del alcohol, tuvo la ingeniosa iniciativa de sacarse una fotografía
enfundado en un abrigo del Ejército Rojo, que Ontiveros trajo como souvenir
desde Berlín, tras la caída del Muro, se entiende. Días después, cuando
revelaron las fotografías, nos quedamos sorprendidos ante una imagen que nos
llamó la atención, pues Homero Carvalho, uno de esos seres de palabras,
retratado con el abrigo del Ejército Rojo, de perfil y la mirada clavada en la
nada, representaba la imagen casi perfecta de Stalin, con la cabellera peinada
hacia atrás y los mostachos nietzscheanos cubriéndole los labios.
Ésta es una de las tantas anécdotas vinculadas al apartamento
de Angel Ontiveros, a quien espero se lo conozca mejor una vez que publique su
poemario que permanece inédito. Dice estar escribiendo sus versos agarrado de
las manos de Borges y Octavio Paz, quienes le inspiran a escribir en sus ratos
de ocio y en sus noches de Drácula, pues no olvidemos que, por las necesidades
de subsistencia y las condiciones laborales, este poeta solterón vive de noche
y duerme de día.
Foto: De izq. a der. Víctor Montoya, Javier Claure, Alberto Guerra, Ángel Ontiveros y Homero Carvalho.
Hola estimado Víctor Montoya, hoy 05/09/2011 acabo de escribirle a su e-mail montoya@tyreso.mail.telia.com, espero pueda leerlo. Desde Perú. JOHN CUELLAR
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