jueves, 2 de marzo de 2017


ASTRID LINDGREN, ÍCONO DE LA LITERATURA INFANTIL

La escritora Astrid Lindgren, cuyo nombre completo es Astrid Anna Emilia Ericsson, nació en la granja de Näs, cerca de Vimmerby (Småland), al sureste de Suecia, el 14 de noviembre de 1907. Fue la segunda hija de un matrimonio de campesinos. Su infancia, según sus propias confesiones, fue feliz y estuvo llena de protección, gracias al amor recíproco que hubo entre sus padres a lo largo de sus vidas.

Los hermanos Ericsson, interrumpiendo sus momentos de juego, tenían que ayudar en la granja; una obligación que les otorgó el sentido del deber, la responsabilidad y, sobre todo, la autoestima, al mismo tiempo que disfrutaban del aire libre y de los ejercicios físicos que les exigía la labor agraria. Quizás por eso, Astrid Lindgren, recordando sus años de infancia, consideraba que la vida en el campo le permitió cultivar el cuerpo, la mente y la imaginación.

No cabe duda de que la célebre autora creció entre animales silvestres y carruajes tirados por caballos, tal y como apunta en su libro Mina påhitt (Mis invenciones). Fue en la granja de sus padres que Astrid Lindgren desarrolló una sensibilidad especial hacia la condición humana y la naturaleza; un espíritu ecologista y de respeto hacia la madre tierra que, de manera implícita o explícita, se reflejan vivamente en las páginas de su obra literaria.

Las vivencias como material literario

Está claro que las experiencias de su infancia ensombrecieron cualquier otra experiencia posterior en su vida. Nunca perdió a la niña que habitaba en su interior ni dejó de usar los recuerdos de su infancia como vitales recursos en la elaboración de sus libros, cuyos temas y  personajes, tanto niños como adultos, están ambientados en una naturaleza llena de bosques, lagos y paisajes que, para los lectores no escandinavos, parecen escenas arrancadas de los cuentos de hadas. 

Nunca perdió la referencia de los olores, colores, imágenes, sonidos y sentimientos que experimentó de niña, y su escritura proyecta la misma intensidad y frescura con que un infante descubre el mundo, mientras le encanta trepar a los árboles, subir a los tejados y hacer travesuras junto a los niños del barrio o la escuela. De ahí que no es casual que los lectores de su obra se vean transportados a la época y el lugar donde transcurrió su infancia. Ella recordaba vivamente y con lujo de detalles cómo era ser una niña campesina y cuáles eran sus preferencias y deseos a distintas edades.

Todos sus personajes de ficción –sobre todo Pippi– están dotados de una imaginación y creatividad poderosas, que son dos de los elementos más característicos del desarrollo emocional e intelectual del niño, quien no sólo explora en su entorno para comprenderlo mejor, sino también para representarlo e incorporarlo en su actividad lúdica. Los críticos especializados en su obra coinciden en señalar que la literatura lindgreniana está inspirada en las aventuras y la felicidad de su infancia, que transcurrió en la pequeña provincia de Småland.


Cuando Astrid Lindgren tenía 18 años de edad, su infancia y adolescencia se acabaron tras un inesperado embarazo, pero no por esto dejó de vestirse a la moda, ni dejó de disfrutar del jazz ni dejó de bailar las populares músicas de la época. No deseaba casarse con el padre de su hijo y prefirió considerarse madre soltera. Se dice que fue la primera muchacha en Vimmerby que se cortó el pelo por encima de los hombros en actitud de rebeldía; una conducta que pronto causaría revuelo entre los suyos y despertaría los chismes entre los habitantes del pueblo, obligándola a marcharse de casa y refugiarse en Estocolmo, la capital sueca, donde tomó cursos de mecanografía para convertirse en secretaria y luego trabajar en una oficina. 

Los inicios de una exitosa carrera

En 1934 empezó a escribir historias navideñas y otros textos breves que, luego de meterlos en un sobre, los envía a la redacción de los diarios locales. Astrid Lindgren jamás escribió bajo los dictámenes de la moda o el capricho de un editor, sino empujada por la irrefrenable necesidad interior de expresarse por medio de la palabra escrita.

Escribió su primer libro a los 38 años sobre una niña rebelde, llamada Pippi Calzaslargas, que surgió en los días en que su hija Karin, de siete años de edad, se enfermó de neumonía. Mientras estaba convaleciente, le pidió a su madre que le relatara las fascinantes historias de Pippi Calzaslargas, una huérfana de 9 años que, además de tener una descomunal fortaleza física, vivía con un caballo y un mono como únicos compañeros. Se trataba, en realidad, de una personaje de ficción basada en las experiencias que tuvo la autora en su infancia y cuyas acciones estaban contextualizadas en la pintoresca región de Småland, donde el invierno se llena de nieve, la primera estalla en flores multicolores y el verano exhibe una exuberante naturaleza, con sus lagos de cristalinas aguas, sus casas de madera pintadas de rojo, sus estrechos callejones y sus empinadas calles.

Astrid Lindgren, sin pensar demasiado, plasmó en hojas de papel las fabulosas historias sobre Pippi Calzaslargas, para obsequiárselas a su hija Karin el día de su décimo cumpleaños. Ese mismo año, 1944, como empujada por una fuerte intuición de que su literatura tendría un brillante porvenir, envió el manuscrito a la prestigiosa editorial Ruben & Sjögren, que no demoró en rechazarlo por contener episodios que no se ajustaban a la realidad de los niños suecos y, sobre todo, porque abordaba situaciones controversiales que atentaban contra la moral de quienes estaban educados bajo las normativas de la religión protestante.


La autora no se dejó intimidar por la crítica de los lectores de la editorial y siguió escribiendo historias arraigadas en una rica tradición popular, con muchos chistes, relatos y anécdotas, que ella escuchó en su infancia tanto en su entorno familiar como social, hasta que, tiempo después, se presentó a un concurso de literatura infantil, en el que obtuvo un segundo premio, más la publicación de su primer libro Cartas de Britta Mari. De modo que, entusiasmada por el premio, revisó el manuscrito de Pippi Calzaslargas y lo presentó en 1945 a la misma editorial que lo había rechazado un año antes; más todavía, Astrid Lindgren no sólo logró que se publicara el libro, sino que trabajó como editora en esa misma editorial entre 1946 y 1970, promocionando obras destinadas al público infantil y juvenil.

La trascendencia de su obra

Está por demás decir que su consagración llegó tras la publicación de Pippi Calzaslargas y una serie de libros para niños que, gracias a su singular estilo y calidad literaria, se tradujeron a decenas de idiomas y se vendieron en todo el mundo. En la actualidad, está considerada como una de las escritoras más trascendentales de la literatura infantil del siglo XX.

Los temas de sus libros, lo mismo que sus protagonistas, son irreverentes según los cánones de la educación retrógrada y moralista. No obstante, su narrativa, acorde a las necesidades emocionales y la fantasía infantil, se estableció como una lectura que despertó el interés de los pequeños lectores. Sus protagonistas son, unas veces, fuertes e inteligentes, y, otras veces, débiles y con dudas. En sus libros sobre Pippi Calzaslargas, como en la trilogía Los niños de Bullerbyn (1946), se respira un aire de humor anárquico y una rebeldía contra el autoritarismo familiar y escolar. La autora, consciente de que la literatura es un medio a través del cual puede transmitirse el respeto a los derechos humanos, jamás dejó de manifestar su defensa decidida de los valores de la paz, el ecologismo y el feminismo.

Entre sus obras cabe destacar también la serie de cuatro libros protagonizados por Emil, un niño que vive en una granja y que, en una popular adaptación televisiva, fue rebautizado como Miguel el travieso; la celebradas historia sobre El Superdetective Blomkvist (1946), una saga sobre un niño detective, que contiene reflexiones profundas sobre la relación entre niños y adultos, y otras obras como Karlsson del tejado (1955), Mío, mi pequeño Mío (1954), Vacaciones en Saltkrakan (1964), Los Hermanos Corazón de León (1973) y Ronja, la hija del bandolero (1981), sólo para citar algunas.


Sus obras le ganaron prestigio internacional y le hicieron merecedora del Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de Literatura Infantil y Juvenil, en 1958; recibió el galardón Nils Holguerson, en 1950; el Premio Nacional de Literatura de Suecia, en 1957; la Medalla de Oro de la Academia Sueca, en 1971; el Premio de la Paz, otorgado por los libreros alemanes; el Premio Internacional del Libro de la UNESCO, en 1993; el Premio Right Livelihood, llamado también Premio Nobel Alternativo, que concede el parlamento sueco, en 1994.

Una fundación en su memoria

Astrid Lindgren falleció de una infección viral el 28 de enero de 2002, en su casa ubicada en Dalagatan, en un céntrico barrio de Estocolmo, donde vivió desde los años 40 de la pasada centuria. Poco después de su deceso, su residencia se convirtió en museo y lugar de atracción turística, lo mismo que la casa donde nació, en Vimmerby, cuyos barrios y campos fueron los escenarios donde trascurrió su infancia y adolescencia, y que hoy son mundialmente conocidos, debido a que en este sureño pueblo de Suecia tienen su medio de acción la mayoría de los personajes de su vasta y magnífica obra literaria.

Asimismo, el gobierno sueco decidió instituir un premio en su memoria, destinado a destacar a los escritores, narradores orales, promotores de lectura e ilustradores de Literatura Infantil y Juvenil de todos los países del mundo. El premio Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA), administrado por Kulturrådet (Consejo Nacional de Cultura) desde 2002, asciende a los cinco millones de coronas suecas, que anualmente se otorga a los premiados en la ciudad de Estocolmo, con la presencia de destacadas personalidades del ámbito cultural y literario. 

lunes, 27 de febrero de 2017


LO MÁS IMPORTANTE

Si alguien me preguntara: ¿Qué es lo más importante en tu vida? La respuesta sería concluyente: Las cosas más cercanas, entrañables y sencillas; por ejemplo, mi madre que me trajo al mundo y me orientó durante los primeros años de mi vida, que me dio su aliento en los momentos difíciles y me invitó sus sabrosas comidas, que eran como para chuparse los dedos; mis hermanos que me brindan su apoyo cuando se los pido, mis hijos que me arropan con su cariño y alegría en mis horas de tristeza, mis amigos que siempre están ahí cuando más los necesito; mi padre que, sin ser carpintero de oficio, construyó con sus manos la cama donde duermo, la silla donde me siento y el estante donde están mis libros.

Y como todo individuo acostumbrado a la vida gregaria, a convivir con la comunidad y la familia, necesito del apoyo decidido de la persona que, en las buenas y en las malas, está siempre a mi lado. En este caso, mi compañera sentimental es más importante que todos los gobiernos del mundo, ya que ella no sólo me proporciona confianza y seguridad, sino que, además, me ofrece su amor incondicional que es el bien más preciado al que aspira todo ser humano.

Los gremios de segunda categoría

Fuera y dentro de las cuatro paredes de mi hogar, aunque muchos opinen lo contrario, necesito los servicios de los llamados profesionales de los gremios de segunda categoría. Es decir, puedo prescindir de los cirujanos, abogados, arquitectos, matemáticos e ingenieros, pues a ellos los necesito menos que a la caserita del mercado, al cocinero, sastre, panadero, peluquero, tendero, zapatero, cerrajero y otros que, sin lucir rimbombantes rótulos en sobre el pecho, suelen ayudarme a resolver los problemas más frecuentes y cotidianos.

No tengo la costumbre de medir a los profesionales por los años que se quemaron las pestañas estudiando, aquejados por la enfermedad de la titulitis, todo por conquistar un papelito o diploma que les concede un título profesional, con la esperanza de mejorar su estatus social y económico en una sociedad competitiva y materialista, hecha a golpes de categorías, clasificaciones y discriminaciones.

En un país dividido entre unos que tienen mucho y otros que tienen poco, donde el nacimiento de un hombre es más celebrado que el nacimiento de una mujer, el ser humano no vale tanto por lo que es, sino por lo que tiene: un título profesional, un inmueble confortable, un automóvil de lujo y una sagrada familia. No en vano reza el dicho popular: Tanto tienes, tanto vales. De modo que allí donde hay higos, hay amigos, y donde no hay higos, hay sólo enemigos.

De artistas y artesanos

Si de categorías profesionales se habla, para mí se sitúan en la cúspide aquellos que, tradicionalmente, están en la base de la pirámide social, como el carpintero que es un artesano de maravillosas manos, que aprendió las técnicas de su padre desde que se inició como aprendiz. Sin embargo, aunque algunos lo llaman maestro, sigue siendo un simple artesano, así su talento y experiencia lo conviertan en un artista consumado.

En Bolivia, como en otros países donde reina la escala de valores del mejor y del peor, es común subestimar al profesional que carece de un diploma académico; pero si un europeo o norteamericano hace lo mismo que el artesano boliviano, es considerado artista, así no interprete lo real o plasme lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos, sonoros u otros medios de las llamadas bellas artes, ya que el artesano, conforme a la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lenguas Española, es quien ejercita un oficio meramente mecánico y hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles un sello personal, a diferencia del obrero fabril.

Si pienso de este modo será porque no estoy de acuerdo con las categorías que separan a los unos de los otros según el título profesional que ostentan, o, quizás, porque estoy hecho más de cosas pequeñas que de cosas grandes. De ahí que los artesanos de oficios varios son imprescindibles en mi vida, que es similar a la de los ciudadanos de a pie, que requieren más de los profesionales de los gremios de segundas categoría, porque comen y beben todos los días, pero no todos los días asisten a una clínica quirúrgica ni todos los días mandan a construir una casa.

Todos somos igual de importantes

No sé si estoy equivocado en mis apreciaciones, pero sostengo que todos los ciudadanos somos igual de importantes para la colectividad en la que vivimos, siempre y cuando contribuyamos en ella con lo que mejor sabemos hacer, independientemente del tipo de profesión que ejerzamos en la vida pública, donde nadie está por demás y donde todos somos necesarios para resolver los múltiples problemas que aquejan a hombres y mujeres, a niños y adultos.

Considero, asimismo, que el progreso de una nación se alcanza con empatía y solidaridad, pensando más en el bienestar de los otros que en el bienestar de uno mismo, pues no es lo mismo servir al país que servirnos del país. Y, aparte de lo señalado, lo más importante es que cada uno de los individuos unamos nuestras fuerzas e iniciativas para forjar una sociedad donde todos podamos vivir en armonía, respetando los principios de los Derechos Humanos y la democracia participativa, habida cuenta de que nuestras diferencias, si nos lo proponemos de manera consciente, podrían complementarse y convertirse más en ventajas que en desventajas, ¿o qué opina usted, atento lector?  

viernes, 24 de febrero de 2017


EL INTENDENTE MUNICIPAL DE LLALLAGUA

Cuando retorné a la ciudad de Llallagua, después de muchos años de ausencia, vi en todos los noticieros de la televisión local la imagen de un hombre uniformado, que respondía al nombre de Arturo Bautista. Poco después me enteré de que era el intendente municipal, quien se ocupaba de organizar operativos para controlar el ordenamiento del tráfico vehicular y la calidad de los alimentos en los mercados; una actividad que, a su vez, consistía en reubicar a los vendedores ambulantes y minoristas en nuevos campos feriales, para evitar que realicen su actividad comercial allí donde los peatones tenían dificultades para transitar de un lado a otro, ya que tanto los transportistas como los comerciantes avasallaban arbitrariamente las aceras y calzadas.

Un personaje visible en la ciudad

Desde aquella primera ocasión en que lo vi en la pantalla chica, se me hizo una costumbre verlo casi todos los días en los noticieros, informando sobre las peripecias de su trabajo a los pobladores, quienes, de tanto verlo y escucharlo, lo conocen como si fuera un miembro más de su familia, así no sepan cuántos años tiene y en qué calle vive, si tiene o no familia, si disfruta de algún pasatiempo fuera de su trabajo y si está o no conforme con su labor de intendente municipal.

Arturo Bautista, como todo funcionario del orden público, lleva una libreta de apuntes en el bolsillo y una cartilla con las ordenanzas bajo el brazo; luce la seriedad de una autoridad con potestad y está siempre ataviado con su uniforme de “policía municipal”, para que no lo confundan con cualquier hijo de vecino. Aunque en su caso, no creo que nadie lo confunda con el cartero, el heladero o el oficial de la Escuela de Policías, habida cuenta de que, de tanto aparecer en los informativos de la televisión local, se ha convertido no sólo en un personaje visible, sino que también en una parte del ornamento de la ciudad, donde brilla con su presencia, su inconfundible uniforme de color azul, engalanado con sus inscripciones bordadas en el brazo y el pecho de su chamarra, la gorra con visera calada hasta las cejas y la mirada al acecho de los infractores.

Siempre que se lo ve merodeando por plazas y calles, unas veces solo y otras junto a sus compañeros de la Intendencia, causa revuelo entre los infractores reincidentes que, apenas lo divisan a la distancia, se ponen con los nervios de punta y esconden la cabeza como el avestruz, en un intento por esquivar el control de los intendentes, porque saben que ellos, que son las máximas autoridades del orden público, tienen carta blanca para hacer cumplir las ordenanzas municipales con todo el peso de la ley.

Con las ordenanzas municipales en mano

El amigo Arturo Bautista, en cumplimiento de sus atribuciones, intenta socializar y aplicar a raja tabla las normas de urbanismo establecidas por la Intendencia, que es el brazo operador del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, no sin antes discutir con los comerciantes, transportistas y propietarios de locales de expendió de comidas y bebidas alcohólicas que, como en acto de desacato y rebeldía, incumplen olímpicamente las ordenanzas municipales, como si estuvieran en tierra de nadie, donde no impera la ley sino el libre albedrío.

Una tarde, mientras el autotransporte hacía de las suyas en la Plaza 6 de agosto, lo detuve en seco y, extendiéndole la mano amiga, lo felicité por su encomiable labor. Él apretó mi mano y me agradeció por el gesto.

–Así estés rodeado de varios enemigos entre los transportistas y comerciantes, puedes contar con mi apoyo y solidaridad –le dije con franqueza–. Yo pienso también que es necesario imponer el orden, la limpieza y el reordenamiento vehicular…

Él asintió con un movimiento de cabeza y, despidiéndose de prisa, como estresado por el cumplimiento del deber, prosiguió su camino calle abajo, con un montón de tareas pendientes, como controlar el comercio informal, inspeccionar el tráfico vehicular, supervisar el precio y la calidad de los alimentos, para garantizar la inocuidad alimentaria de la población que, acéptese o no, es la más favorecida por la acción de la unidad de la Intendencia municipal.
   
Sin embargo, para cualquiera que ande y desande por las calles principales de Llallagua, parece que de nada sirve el haber socializado las ordenanzas municipales, el haber concientizado a los comerciantes y conductores de autos “chutos”, ya que la anarquía y el desorden siguen a la orden del día, ante la mirada pasiva de los ciudadanos de a pie.

Los operativos en calles y mercados

Arturo Bautista, que controla las calles en horario diurno y nocturno, da la impresión de tener la mano dura y ser dueño de una personalidad insobornable, aunque en el fondo de su alma es un ser sencillo y sensible. Si actúa de manera implacable es simplemente por cumplir con su trabajo, que está respaldado por las ordenanzas municipales que deben cumplirse por las buenas o por las malas.


Sus operativos tienen la finalidad de poner orden en la ciudad, limpiando las calles de vendedores que ejercen el comercio informal y exigiendo orden en el tránsito vehicular, para que los peatones, tanto niños como adultos, tengan mayor espacio para movilizarse de una calle a otra y de una acera a otra. Y no como ocurre ahora que, tanto los conductores como los tenderos, obstruyen el paso de los peatones, quienes tienen que pelearse cotidianamente con los transportistas y comerciantes, que congestionan el espacio público como si fuese su propiedad privada y no un bien colectivo de toda la población.

Los miembros de la Intendencia, que no hacen otra cosa que exigir disciplina, higiene y responsabilidad, son los más criticados y vilipendiados por transportistas y comerciantes, que no dudan en agredirles verbalmente, como una forma de poner resistencia a la incautación de sus productos comerciales o negarse a pagar las sanciones pecuniarias, que les duele en el bolsillo y en el alma, aun sabiendo que su modo de proceder infringe la normativa municipal y que se merecen una sanción estipulada por ley.

Controles “sorpresa” en locales clandestinos

En cierta ocasión, cuando le hicieron una entrevista en uno de los canales de la televisión local, Arturo Bautista contó que durante ese día realizaron un control “sorpresivo” del manipuleo de los alimentos y el estado de los mismos. Demostró, con pruebas contundentes en la mano, que decomisó algunos productos que no contaban con el registro sanitario y tenían la fecha de vencimiento caducada. Habló con voz dubitativa y con un gesto que denotaba cierta desilusión, lo que me hizo suponer que no tuvo un buen día ni una tarea fácil, y que se ganó más enemigos entre los comerciantes, quienes son capaces de vender incluso piedras del río como si fueran piedras preciosas.

Cuando un día lo encontré en la terminal de autobuses, sin su uniforme de “policía municipal”, lo aborde por la espalda y aproveché para reiterarle mis agradecimientos por la tesonera labor que realiza contra viento y marea. Él se sorprendió al verme y me contó que estaba con permiso del trabajo. Fue entonces que le pregunté en son de broma:

–Dime una cosa, Arturo. Si todos los días te buscas tantos insultos y enemigos entre los infractores de la ley, ¿qué te dice tu esposa cuando llegas a casa? Supongo que no siempre estás de buen humor, ¿verdad? ¿O las broncas te las haces pagar con ella?...

Él, asediado por mis preguntas, se limitó a esbozar una sonrisa amable, dio un paso atrás y nada me contestó.

En una población en constante crecimiento demográfico, es normal que proliferen los bares clandestinos y las cantinas nocturnas, que funcionan sin licencia en las zonas periféricas de la ciudad, donde los jóvenes, bajo los efectos de las bebidas espirituosas, protagonizan escenas de escándalo y hasta de violencia desenfrenada. Es entonces que la unidad de la Intendencia desata una “batida” en bares y cantinas. De las inspecciones “sorpresas” no se salvan las discotecas ni los karaokes que tienen las puertas abiertas hasta altas hora de la noche; cuando en realidad, según reza la ordenanza, está prohibido que los locales de servicio público atiendan a los clientes después de las once de la noche.

Una labor para precautelar la salud ciudadana

Si la unidad de la Intendencia, en sus regulares recorridos, más conocidos como “peinados”, encuentra a un propietario que no cuenta con su licencia de funcionamiento legal otorgado por el gobierno municipal, pasan a requisar el local de rincón a rincón y, si por alguna casualidad detectan bebidas alcohólicas adulteradas y de dudosa procedencia, no vacilan en confiscarlos para preservar la seguridad de los consumidores que, muchas veces, por falta de control, se vacían las botellas de “veneno” entre pecho y espalda.

Arturo Bautista, en su afán por mejorar el sistema administrativo de los comerciantes y precautelar la salud de la ciudadanía, realiza operativos de inspección en los mercados en los que, casi siempre, encuentra productos alimenticios en mal estado, que son una verdadera amenaza contra el bienestar de los consumidores; al menos, si nos atenemos a las determinaciones de las instituciones encargadas en el verificativo del control de los productos alimenticios. Por si fuera poco, en estos operativos no están libres del control ni las balanzas; si las encuentran descalibradas o “robadas”, debido a que las vendedoras tienen el objetivo de ganar un poco más a costa del desequilibrio, las decomisan hasta que las vendedoras se comprometen a no volver a vulnerar las ordenanzas emitidas por la Alcaldía.  

No pocas veces se lo vio inspeccionar restaurantes y puestos de comida ligera. Si éstos presentan un ambiente insalubre, falta de higiene en la manipulación de los alimentos o cocinas en pésimas condiciones, decomisa las ollas, platos, vasos y utensilios que no cumplen con los mínimos requisitos de salubridad. Y para que nadie le reclame por los objetos decomisados, creyendo que él y sus colegas se los llevan a casa o los venden en un “mercado negro”, Arturo Bautista convoca a la prensa para demostrar que los mismos son reducidos a nada por las ruedas de un camión de alto tonelaje.

Un ejemplo como funcionario municipal

El intendente Arturo Bautista, al margen de ser persona reservada y hasta reticente, da la impresión de ser un empleado público honesto, modesto e insobornable, como muy pocos individuos en una sociedad atravesada transversalmente por la corrupción y la desidia. Es, sin lugar a dudas, uno de los pocos funcionarios municipales que cumple con su deber a pie juntillas, sin esperar que nadie lo alague ni lo premie. Lo importante es hacer cumplir las sanciones estipuladas por el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, acomodándose a la altura de quienes, en las buenas y en las malas, haga calor o haga frío, están siempre dispuestos a emprender una batalla para que el municipio tenga un aspecto más atractivo y presentable.

Por lo demás, desde el día en que nos conocimos en persona, nos saludamos cada vez que nos cruzamos en la calle, como si fuésemos dos viejos amigos, dos Quijotes empeñados en seguir luchando contra molinos de viento. No será fácil reordenar el comercio ni el transporte, pero tampoco será imposible. Todo dependerá de que todos y cada uno de los pobladores hagamos conciencia de que una ciudad ordenada y limpia es siempre un poquito mejor que una ciudad desordenada y sucia.