domingo, 15 de enero de 2012


EL TEMA DEL DICTADOR
EN LA LITERATURA LATINOAMERICANA

Cuando las dictaduras militares latinoamericanas asolaban sus países, los lectores buscamos desenfrenadamente libros que, de algún modo, fuesen análogos al Tirano Banderas del escritor español don Ramón María del Valle-Inclán, quien, estando de viaje por México, fue impactado por los movimientos insurgentes y sus poblaciones fascinantes, cuyas gentes y giros idiomáticos se reflejan en su producción literaria, con una deformación grotesca de la realidad social y la personalidad humana.

La historia de América Latina, contrariamente a lo que muchos se imaginan, es la historia de las dictaduras civiles y militares, que asaltaron el poder desde los primeros decenios del Siglo XIX: Manuel Rosas, en Argentina; Mariano Melgarejo, en Bolivia; José Gaspar Rodríguez de Francia, en Paraguay; Porfirio Díaz, en México; Rafael Leónidas Trujillo, en la República Dominicana…, cuyos dichos y hechos -casi siempre deplorables-, que no conocen límites excluyentes entre la realidad y la fantasía, aparecen expuestos en las obras de los novelistas contemporáneos: en Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del Método, de Alejo Carpentier; El señor Presidente, de Miguel Angel Asturias; Oficio de difuntos, de Arturo Uslar Pietri; El dictador suicida, de Augusto Céspedes; La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, La tempestad y la sombra, de Néstor Taboada Terán y en El otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez, quien confesó haber leído durante diez años la biografía de varios dictadores, antes de escribir su novela, en la cual recrea a un dictador con los pedacitos de los dictadores latinoamericanos.

Ahora bien, escribir sobre dictadores es siempre un desafío contra el tiempo y la memoria, porque la vida de un dictador no sólo pesa en la mano y la conciencia, sino que, además, constituye la metáfora más perfecta del poder absoluto, donde el hombre se enfrenta en soledad a la grandeza y la miseria, a la gloria y la derrota. En cualquier caso, en nuestras repúblicas, que vivieron a caballo entre la tiranía y la anarquía desde las guerras de la independencia, el dictador es un tema constante en la literatura, debido a que estas figuras, que se proyectan como sombras sobre la historia de los pueblos, están inmersos en la identidad latinoamericana, en la memoria colectiva y, por lo tanto, en el texto y contexto de las obras de ficción, donde los personajes cobran autonomía con respecto a las figuras históricas que las inspiraron, como es el caso de la novela Yo el Supremo, cuyo protagonista, arrancado de la realidad, es el Doctor Rodríguez de Francia, Dictador Perpetuo del Paraguay.

De otro lado, en mi condición de escritor proveniente de un país que experimentó dictaduras arropado en las banderas de la libertad, debo confesar que leer la biografía de los dictadores es un acto más simple que escribir sobre ellos, puesto que la lectura, aun siendo un acto que requiere tiempo y paciencia, es siempre un modo de distraer la mente, sobre todo, cuando la vida del dictador está salpicada de anécdotas que a uno le deparan la satisfacción que muy raras veces se encuentran en otras lecturas. Es decir, aunque no todos los dictadores acaban sus días como en El otoño del Patriarca, envejecido y desolado en un palacio lleno de vacas, tienen, al menos, la ocurrencia de haber forjado un mundo personal lleno de asombro y maravilla, en medio de un reguero de muertos, desaparecidos, hambrientos y analfabetos.

Considero también que, durante el acto de escribir, resulta tan difícil -acaso imposible- hablar con voz de dictador como encarnar a un ser omnipresente aferrado al poder absoluto. No obstante, este tema sigue siendo caldo de cultivo para quienes están dispuestos a llevar la realidad histórica al límite de la ficción y la personalidad del dictador al nivel del mito imperecedero, aun a riesgo de convertirlo en figura emblemática de un grupúsculo de partidarios fanáticos, pues el discurso literario de la novela, así esté basado en la biografía de un personaje histórico concreto, se distancia del género documental tanto por el estilo como por el tratamiento del tema.

Con todo, a los escritores latinoamericanos sólo nos queda reconocer que, como bien dice García Márquez, la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro destino, y tal vez nuestra gloria, es tratar de imitarla lo mejor que nos sea posible. En efecto, la realidad es la realidad, que a menudo supera a la ficción, y la vida de un dictador, además de ser un golpe a la lógica y la razón, como en el caso de Pinochet, Videla o Stroessner, es la demostración de lo que le ocurre al hombre cuando sus relaciones no pueden desarrollarse de manera natural; cuando, para sustituir a la unidad familiar o a la fe religiosa, sólo es posible la adhesión al poder, encarnado en un personaje que se mueve entre la luz y las tinieblas, entre el sueño y la pesadilla, entre la realidad y la fantasía.

Imagen:

The Presidential Family, 1967, pintura de Fernando Botero.

miércoles, 11 de enero de 2012


ARTISTAS Y ESCRITORES LATINOAMERICANOS
EN SUECIA HACIA EL AÑO 2000

El número 30 de la revista de artes visuales Heterogénesis, que acaba de salir a luz, está dedicada a la obra de los artistas y escritores latinoamericanos residentes en Suecia. No es casual que Miguel Gabard, en calidad de director invitado, apunté en su nota editorial: Celebrando nuestro trigésimo número al comienzo de nuestro noveno año de existencia y en vistas de este nuevo milenio, nos hemos propuesto agregar aún una coincidencia, ampliando nuestras fronteras al campo ya no sólo artístico, sino también literario.

Según Ximena Narea, directora permanente de la revista desde octubre de 1992, la publicación de este número especial, además de difundir lo más valioso de lo nuestro, obedece a la inquietud de elaborar un número con material gráfico y literario. En efecto, la revista de edición bilingüe castellano-sueco, cuya portada y contraportada a colores están diseñadas por Rolando Pérez, es una suerte de calidoscopio que permite apreciar las distintas técnicas y los diversos estilos, que constituyen la impronta de cada uno de los artistas y escritos.

Los textos literarios, que fueron seleccionados por el poeta Rubén Aguilera y Miguel Gabard, llevan las firmas de: Alda Simón (Uruguay), Julio Millares (Argentina), Juan Carlos Piñeyro (Uruguay), Víctor Montoya (Bolivia), Harold Durán (Chile), Leonardo Rossiello (Uruguay), Daniel Olivera (Uruguay), Ernesto Arturo Rico (Colombia), José Goñi (Chile), Roberto Mascaró (Uruguay), Miryan López (El Salvador), Rubén Aguilera (Chile) y Hebert Abimorand (Uruguay).

Para quien conozca la vasta producción literaria latinoamericana en Suecia, desde 1974 a la fecha, no será extraño que los nombres mencionados sean apenas una parte de ese medio centenar de autores que conforman la llamada literatura del exilio, con obras escritas tanto en verso como en prosa. Sin embargo, la sola presencia de algunos escritores conocidos y reconocidos en sus países de origen y en Suecia, justifica y dignifica la edición de este número especial de la revista, que en principio tuvo la intención de incluir a 26 poetas y narradores.

La parte dedicada a las artes plásticas estuvo a cargo de Ximena Narea, quien actualmente prepara una tesis doctoral sobre el tema de los artistas latinoamericanos en Suecia. Entre los invitados destacan: Rudyard Pepe Viñoles (Uruguay), José Luis Liard (Uruguay), Patricio Aros (Chile), Ingrid Falk (Suecia), Gustavo Aguerre (Argentina), Francisco Banzai Blanco (Venezuela), Guillermo Lorente (Cuba), Luis Deza Arancibia (Perú), Marta Santos (Colombia), Héctor Siluchi (Chile), Enrique Battista (Argentina), José Estoardo Barrios (Guatemala), Hans Hoffmann (Bolivia) y Juan Castillo (Chile)

La revista, rescatable en su forma y contenido, destaca también la actividad del grupo de bailes folklóricos Chile Lindo y la labor periodística del semanario Libración, que, durante dieciocho años consecutivos, se ha convertido en el único medio de información alternativa para los hispanohablantes en Suecia, registrando las noticias más importantes del acontecer latinoamericano y mundial.

No cabe duda, este número especial de la revista, hecha con hermosas imágenes y palabras, cumple con sus objetivos propuestos; por un lado, evidenciar el fervor creativo de los artistas y escritores latinoamericanos que, debido a razones de sobra conocidas, ejercen su vocación lejos de sus países de origen; y, por el otro, ser una puerta abierta para la integración y el diálogo en una sociedad multicultural como es Suecia, aun sabiendo que, como señalaba Ximena Narea en un artículo aparecido en el número 26 de la revista, el diálogo cultural no es fácil, son dos universos culturales que se encuentran y que tienen que convivir en un mismo espacio físico y bajo una estructura socio-cultural preexistente para los latinoamericanos. Pero, a la vez, el diálogo, que implica una constante interpelación del otro, no deja intacta a ninguna de las partes. Tanto suecos como latinoamericanos se encuentran con un grupo de individuos que habla otro idioma y que tiene otros referentes culturales.

La revista Heterogénesis, al margen de las dificultades inherentes a este tipo de publicaciones, es un excelente puente de comunicación entre dos culturas, que conviven atrapadas por la curiosidad de conocerse, en gran medida, a través de sus artistas y escritores, pues ellos son los intérpretes de los valores culturales de un pueblo, y ellos son los transmisores de los sentimientos y pensamientos de una colectividad que busca la integración, pero a condición de preservar su propio idioma y su propia identidad cultural.

Esperemos, pues, que los responsables de la revista, en posteriores números, vuelvan a darnos una grata sorpresa con su entusiasmo y profesionalismo, que tanto falta nos hacen en tiempos de dejadez y pesimismo.

Imagen:
 
Portada: "Altar de los Recuerdos", de Rolando Pérez.

sábado, 7 de enero de 2012


EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

El pan, uno de los productos más antiguos de la humanidad, se convierte cada vez más en un alimento de lujo en países donde la crisis económica ha tocado fondo y donde la falta de circulantes pende como la espada de Damocles sobre la cabeza de los pequeños y medianos productores del pan nuestro de cada día.

Cristo, como ya se sabe, no sólo es Dios hecho hombre en la Tierra, sino también el Hombre que se hizo pan por obra y gracia de Dios. El pan, símbolo de la vida y el bienestar, es uno de los alimentos vitales de la dieta mundial y, sin embargo, es el producto que más escasea en tiempos en que muchos pierden las esperanzas y los tenderos cierran sus puertas por falta de compradores.

Entonces viene la pregunta obligada: ¿De qué sirve que el pan simbolice el cuerpo de Cristo, si sus seguidores, que son miles de millones, no tienen pan que llevarse a la boca? ¿Qué comerá la población cuando la crisis económica se agrave y los alimentos tengan un precio al nivel de las nubes? De seguro que los pobres nacerán sin trasero.

La falta del pan nuestro de cada día, en países de estructuras socioeconómicas endebles, provoca las marchas de protesta, las huelgas de hambre, las crucifixiones y las avalanchas de quienes viven con el estómago vacío, sin saber dónde ni cómo ganarse el pan del día, aunque aprendieron desde la cuna que en una sociedad injusta y jerárquica, donde los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, no queda otra que ganarse el pan del día con el sudor de la frente, peleando a brazo partido y a pecho abierto, más aún cuando no se repartan equitativamente los bienes de la tierra ni los frutos del trabajo humano.

Cristo, durante la última cena y poco antes de caer a merced sus verdugos, repartió el pan entre sus discípulos: Éste es mi cuerpo, les dijo. Luego distribuyó el vino: Ésta es mi sangre. Y pidió que hicieran lo mismo por el bien de todos y para que nunca le falte a nadie el pan de cada día. No en vano en Semana Santa se celebra la institución del sacramento de la presencia viva de Cristo en el pan. La eucaristía, según la doctrina católica, contiene realmente y sustancialmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino.

Con todo, en nuestros días, en que los gobernantes de turno rezan el Padre Nuestro/pan nuestro, como si pronunciaran un discurso demagógico, son innumerables los ciudadanos que no comen pan, así el pan sea el alimento más universal y el que menos empalaga, como acertadamente dijo Frei Betto.

¡Qué injusticia! Cómo se diferencian las enseñanzas del evangelio y las enseñanzas del sistema neoliberal, que va quitando de la boca de los pobres el poco pan que les queda, como si el hecho de amasar pan fuese lo mismo que amasar fortuna.

Hoy por hoy, ni siquiera los cristianos más confesos, quienes más bienes materiales tienen, se brindan a llevar alimentos a los templos para anegar el hambre de los feligreses más desposeídos, puesto que a la escasez del pan nuestro de cada día, se ha sumado el egoísmo y la insensibilidad social de quienes, hablando a nombre de los pobres, meten la pata y las manos en las arcas del Estado.

martes, 3 de enero de 2012



La corrida de toros, cuya tradición se remonta a la antigüedad, es un arte controvertido y polémico, que divide a los aficionados y los detractores, quienes consideran que las ferias taurinas deben ser prohibidas por tratarse de un espectáculo en el cual se da muerte cruel a un animal indefenso y malherido. Este video, que reproduce un relato de Víctor Montoya, fue animado y producido por Michel Gladu, Montreal, Canadá.

LA CORNADA

En la plaza de toros, bajo un cielo teñido de fiesta, el toro y el matador se enfrentaron cara a cara.

El toro, la cerviz ensangrentada por las banderillas, miró a su adversario con la lengua colgante, babeante, como calculando la escasa distancia que los separaba.

El matador, espada y capote en manos, adoptó una pose triunfal y recibió las ovaciones entre las blancas palomas de los pañuelos.

El toro pateó la arena, exhaló hilos de vapor y reinició el combate.

El matador lanzó un capotazo y no logró sortear la embestida.

El toro lo tumbó y lo rebozó en la arena. Lo ensartó en sus cuernos, lo sacudió como a un muñeco en jirones y lo lanzó por los aires.

Las imprecaciones y el suspenso se apoderaron del ruedo.

El matador cayó boca abajo, sin un hálito de vida.

El toro, bravo y de buena raza, prosiguió el ataque. Le asestó una cornada entre las piernas y, ante la mirada atónita de un público en vilo, le arrancó los genitales de cuajo.

La plaza estalló en sangre y en gritos de ¡Olé!, ¡Olé!, ¡Olé!

Imagen:
La cornada, 1988. Pintura de Fernando Botero.

sábado, 31 de diciembre de 2011


AMORES Y DESAMORES EN LOS CUENTOS
DE ADOLFO CÁCERES ROMERO

La reciente publicación de Cinco noches de boda, bajo el sello Editorial Kipus y Escritores Unidos, es un buen ejemplo de que la literatura boliviana ofrece emoción y belleza, con escritores de la talla de Adolfo Cáceres Romero, quien, a tiempo de moverse con soltura en un territorio sensual y explosivo, donde convergen las descargas eróticas y el fulgor de las pasiones, nos acerca a temas narrados con verisimilitud, recreando a personajes que se cruzan en las rutas de la realidad y la ficción, con un estilo sencillo pero elegante, propio de un autor capaz de elevar a potencia literaria una situación cotidiana, sin más recursos que el verbo y la imaginación.

Los cuentos de Cáceres Romero, que en el fondo cuestionan la doble moral en torno a la sexualidad y los cánones de un sistema patriarcal, nos revelan la variedad de relaciones que se dan en una cultura compleja y contradictoria. Recrea con conocimiento de causa las historias en las cuales el matrimonio dura sólo hasta la misma noche de bodas o se declara el divorcio seis meses después de una luna de miel apenas disfrutada. Se tratan de parejas que, por motivos de infidelidad, conveniencia, presión social o incompatibilidad, están destinadas a romperse como vasijas de barro antes de que terminen de sonar los valses de Strauss.

No es casual que los protagonistas de Noche de bodas 1  tengan un matrimonio fugaz, al descubrirse que la novia no llegó virgen al lecho nupcial. En tales circunstancias es probable que el sueño de envejecer junto a un solo hombre puede trocarse en una pesadilla en países donde existen familias conservadoras que, debido a los tabúes sexuales y los atavismos culturales, aconsejan a la novia conservar su virginidad hasta la noche de bodas.
 
El libro es un abanico de matrimonios por conveniencia y por los qué dirán en el entorno social; bodas en las cuales los padrinos e invitados se miran extrañados cuando no oyen un sí rotundo en los labios de la novia o el novio, sino dubitativo, como cuando se pronuncia una queja luego de tener un cuchillo clavado en el pecho. En el cuento Noche de bodas 3 asistimos a un enlace pactado por los padres y familiares de la pareja, según rigen las tradiciones en el mundo musulmán, ya que la hija del comerciante árabe es desposada con un hombre que llega desde Palestina. El matrimonio, en este caso, no sólo se da por conveniencia, sino también por afinidad social, cultural y racial. Y, lo que es más grave, tanto el hombre como la mujer deben pedir perdón a Alá por sus impulsos sexuales y su deseo de conocer el amor a través de un orgasmo compulsivo y placentero, como si se tratara de un pecado fatal.

Los motivos del divorcio son varios, como varias son las desilusiones en la vida conyugal; a veces por el simple hecho de que la obesidad de la mujer no permite la satisfacción sexual del hombre o porque al marido le falta ingenio erótico para complacer la lujuria de su esposa. A estos casos se suman los matrimonios imposibles por falta de compatibilidad de caracteres o porque la mujer perdió, tras largos años de consorte, los bríos y la bellaza de la juventud, como en el cuento Bodas de plata.

El autor está consciente de que en algunos matrimonios se esconde la infelicidad detrás de los mantos de la apariencia, hasta que no demora en ser descubierta como en Noche de bodas 2, pues allí donde no reina un amor verdadero, los besos no saben a nada y la relación, aparte de convertirse en una situación insostenible, acaba por ser una farsa ante propios y extraños. Queda claro que en estas bodas no tienen sentido los sermones del cura ni suena como debe la marcha nupcial en el órgano de la iglesia.

El cuento La última noche de boda nos transmite el mensaje de que la mujer viuda puede vivir abrazada a los recuerdos. Incluso el vestido de novia usado durante la ceremonia llega a ser tan importante como el amor que los novios se prometieron ante el altar. Un vestido de novia tiene la fuerza de evocar los recuerdos de quien la usó y lució durante esos instantes en que la felicidad parecía eterna como en los cuentos de hadas, donde los amores se redimen y la muerte está asociada a la infelicidad. No cabe duda que la memoria es un instrumento que permite conservar los recuerdos del pasado. De ahí que el simple hecho de ver una imagen impresa en el periódico, como sucede con la protagonista de El compromiso, puede ser suficiente motivo para recordar tiempos idos y un episodio importante en la vida, sobre todo, si la imagen está asociada a un compromiso que se hizo público y sirvió de preámbulo al acto matrimonial.

Cáceres Romero, con la experiencia de vida que lo amerita, nos enseña que no siempre se cumple el dicho de que el amor lo puede todo, cuando es verdadero. No al menos en una cultura donde una mujer puede ser despreciada cuando pierde la virginidad antes de la boda o pierde a la criatura que crece en su vientre; en una colectividad que cree en la falacia de que una solterona es una mujer incompleta y un solterón la vergüenza de la familia; en un una sociedad donde las empleadas domésticas son las cenicientas de la casa, las que realizan todas las tareas que rechazan las damiselas, atenidas a la absurda idea de que el cumplimiento de los deberes domésticos les corresponde a las sirvientas y no a las señoritas.

Cinco noches de boda, además de ilustrarnos que el desamor es una fuerza capaz de convertir al hombre en una bestia, está lleno de dramas provocados por el crimen pasional, el adulterio, los celos enfermizos, la violencia de género, el odio, la venganza y la sinrazón, como cuando el personaje de El ADN de Dinora cree que su mujer lo traicionó con otro hombre, y que la hija que tiene es ilegítima, hasta que comete un crimen y se entera tarde, ya demasiado tarde, que la prueba de ADN no correspondía a su hija, sino a otro persona, y que la información que recibió se debió a un error involuntario.

En el cuento Noche de bodas 4 asistimos a la frustración de un amor soñado pero perdido de antemano, ya que la ausencia del personaje, destinado a cumplir el servicio militar obligatorio, provoca que la mujer de su vida se entregue a los brazos de otro hombre. Entonces el protagonista, presa de un torbellino de celos y navaja en mano, se ve impulsado a cometer un crimen pasional. Lo interesante del cuento es que es el autor permite que el lector imagine el desenlace trágico de esta historia de amor.

Al culminar la lectura de Cinco noches de boda, compuesto por dieciocho cuentos, uno queda con la ligera sensación de que el tema del amor es tan infinito como infinitas son las razones del desamor. Los temas se yuxtaponen en un recio manejo del lenguaje coloquial, mientras las reacciones psicológicas de sus protagonistas son afines a las de cualquier ser humano. El lector está ante una obra que lo hará vibrar de emoción y suspenso, con pinceladas que reflejan el mosaico multicultural de un país donde la geografía contrastante entre el altiplano y el oriente constituye un magnífico escenario para contextualizar cuentos que tienen un principio que atrapa de inmediato y un desenlace que es casi siempre sorpresivo, como en los mejores cuentos de los grandes cultores de este género literario.

Por lo demás, en este magnífico libro, que tiene la intención de desvelar los mantos de la hipocresía y romper con la mojigatería de quienes, amparados en la doble moral, pregonan las virtudes de una sociedad que vive a caballo entre su pasado y la modernidad, queda de manifiesto que los tabúes sexuales, los prejuicios sociales, las ataduras mentales y los atavismos culturales son, de una manera consciente o inconsciente, verdaderas cuñas en la felicidad de un hombre y una mujer que funden sus vidas en una noche de bodas.


Adolfo Cáceres Romero (Oruro, 1937). Narrador e investigador de la literatura boliviana. Ejerció la docencia universitaria. Obras principales: Galar (premio nacional de cuento de la Municipalidad de Cochabamba, 1968), La mansión de los elegidos (1973), Copagira (1975), Las víctimas (1978), Entre ángeles y golpes (premio nacional de cuento “Franz Tamayo”, 1982), Los golpes (1983), Poésie Bolivienne du XX-Sicle (1986), La Hora de los ángeles (1987), Nueva Historia de la Literatura Boliviana,(en cuatro volúmenes, 1982, 1990, 1995), Poésie quechua en Bolivie (1990), Diccionario de la Literatura Boliviana (segunda edición, 1997), La saga del esclavo (2006), Octubre negro (2007) y El charanguista de Boquerón (2009).

viernes, 23 de diciembre de 2011


TRADICIONES NAVIDEÑAS

No hace mucho que el Tío, ni bien asomó el invierno y sintió el frío calándole hasta los huesos, me pidió que lo arropara con bufanda, gorro, poncho y botines de caña alta.

Cumplí con su pedido no sólo por evitarle una pulmonía de mil demonios, sino porque tenía curiosidad por saber cómo se lo veía con una vestimenta diferente a su traje de Lucifer.

–¡Qué buenmozo estoy! –exclamó mirándose en el espejo–. Con esta pinta cualquiera puede conquistar el corazón de una mujer que busca un hombre exótico, capaz de encenderle la hoguera del amor en sus noches de invierno...
 
–No es tan fácil, Tío –aclaré, mientras abría la botella de vinglögg que compré para invitarle en su primer invierno en Suecia, aunque todavía no cayó la nieve ni el paisaje se vistió de novia.

El Tío, que posee la facultad de mirar a través de las paredes lo que hacen los vecinos, sintió desde hace días el olor de la Navidad, que es diferente al de los gases malignos de la mina. Y, al verme vaciar el contenido de la botella en una tetera puesta sobre la hornilla, con clavo de olor, canela y pasas, se calentó las manos con el vaho de la respiración y preguntó:

–¿Por qué compraste vinglögg cuando podías haber comprado el Casillero del Diablo?

–Porque es la bebida tradicional sueca. Se toma en invierno para aplacar el frío y templar el cuerpo –le expliqué mientras mecía las pasas, la canela y los clavos de olor en la tetera. Después vacié el humeante líquido en una copa con asa y se la pasé al Tío, quien, de puro sentir la fragancia del alcohol, se acomodó en su trono, los ojos iluminados por la alegría y los dientes perlados por la sonrisa.

–Mmm... –musitó al primer sorbo–. Esto me recuerda al ponche, al té con trago y al sucumbe, que se toman en las frígidas noches del altiplano boliviano.  

El Tío, que hasta entonces también vio los adornos de la Navidad en la casa de los vecinos, obedeció al natural impulso de su curiosidad y lanzó la pregunta:

–¿Qué simboliza el arbolito de plástico, lleno de cintas, luces y regalos, que la gente pone en el lugar más llamativo de la casa?

–Dicen que simboliza el árbol que Dios puso en el Paraíso –contesté–. De ese árbol cuelgan las frutas de la vida, representadas por manzanas, nueces, bizcochos y, en sentido figurativo, por adornos esféricos dorados y plateados, y luces multicolores que se encienden en vísperas de la Noche Buena.

–¡Noche Buena! ¿Cuándo es la Noche Buena? –indagó con voz imperativa, atravesándome con la mirada y alisándose las barbas.

–El 24 de diciembre, que es la noche en que nació Jesucristo. Dicen que para redimir a los hombres de buena fe y construir un reino de paz y de amor en la Tierra.

El Tío se quedó callado y dubitativo, quizás pensando en que él, en su condición de absoluto soberano de las tinieblas, era el único que sabía lo que era una noche buena y una noche mala. Después aligeró otro sorbo de vinglögg, sin ch’allarle a la Pachamama, y dijo: 

–¿Y cómo se enteraron del nacimiento del Redentor de la humanidad?

–Por medio de una estrella que iluminó los cielos del Oriente. Los Reyes Magos, llamados Melchor, Gaspar y Baltasar, al enterarse del nacimiento del Macías en un pesebre de Belén, acudieron a adorarlo, a lomo de camellos, llevándole preciosos regalos. La tradición cuenta que fueron guiados por la estrella hasta el mismo lugar donde su santa madre lo tenía entre sus brazos después de un parto indoloro, a diferencia del resto de las mujeres que fueron condenadas a parir con dolor debido al pecado original cometido por Eva, quien fue echada del jardín del Edén por haber contrariado las palabras de su Creador y haber cedido a las tentaciones de Satanás...

–¡Ah, carajo! –prorrumpió–. Esto que me refieres parece un cuento de hadas. Pero, bueno, dejemos de hablar del Mecías y pasemos a otro tema. Cuéntame, por ejemplo, dónde y cómo pasaste tu primera Navidad en Suecia...

–En un hotel de refugiados, donde me llevaron los policías de inmigración apenas pisé el aeropuerto de Estocolmo. El administrador del hotel alzó su copa de aguardiente y brindó por la felicidad y la buena suerte. Al pie del arbolito, que en realidad era la rama de un abeto natural, estaban los regalos empaquetados y amarrados con cintas de colores. El administrador, un hombre alto, delgado y rubio, puso su copa en la mesa y, gritando el nombre de los presentes, repartió los paquetes con un gesto amable y una sonrisa de ceja a oreja. A mí me tocó una bolsita de condones Black.

–¿Y para qué condones si no tenías ni mujer? –se rió el Tío y luego sorbió el vinglögg con fruición.

No supe qué contestar. Se me ruborizó la cara como si el mismo vinglögg me quemara por dentro y, sin darle más chances, preferí proseguir con mi relato:

–Los niños estaban reunidos en otra sala, donde entró un hombre disfrazado de Papá Noel; tenía un gorro en forma de cono, una máscara con los pómulos rosados y la barba blanca; un traje rojo que le daba la apariencia de estar embarazado y unos botines de cabritilla; llevaba una bolsa de regalos al hombro y una lista con nombres en la mano.

El Tío sopló el líquido humeante de la copa y preguntó:

–¿Y quién es ese personaje tan extraño, vestido de rojo como los demonios?

–Es Papá Noel –contesté–. Es el personaje central de estas fiestas de derroche y alegría, de farra y glotonería. Según la tradición escandinava, este viejito vive en los bosques nevados al norte de Finlandia, desde donde llega una vez al año, pero una sola vez, en un trineo tirado por renos. Los niños lo esperan con ansiedad, porque les trae los regalos con los cuales ellos soñaron todo el año. Antiguamente, aparecía por las chimeneas y, antes de desaparecer, depositaba los regalos debajo de las almohadas o dentro de los calcetines que los niños colgaban de la ventana. Mas ahora, que vivimos en una sociedad de consumo desenfrenado, los niños saben que Papá Noel no existe, pero igual lo esperan año tras año.

–Qué coincidencia. Papá Noel y yo nos parecemos –dijo ensimismado–. Él da regalos a los niños y yo les doy de regalo el mineral a los mineros. Él  aparece y desaparece por las chimeneas, y yo aparezco y desaparezco en las galerías...

–Sí, Tío –le dije–, pero en algo más se parecen.

–¿En qué, pues?

–En que Papá Noel, a modo de castigo, no distribuye regalos a los niños desobedientes, como tú no concedes los pedidos a quienes no te respetan ni te rinden pleitesía.

–¡Bien dicho, carajo! –concluyó, tomándose con gusto el último sorbo de vinglögg.

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Vinglögg: Ponche navideño sueco.
Tío: Dios y diablo de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinde pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

Imagen:

Y Dios creó al hombre, Pintura de Manuel L. Acosta, 2004

viernes, 16 de diciembre de 2011


LA SENSUALIDAD TIENE CUERPO DE MUJER

El pintor inglés John William Godward (1861 – 1922), como pocos artistas de su época, concita la sensibilidad humana con su arte, debido a que la mayor parte de sus pinturas muestran a mujeres semidesnudas o parcialmente desnudas.

Estas hermosas féminas, ataviadas con prendas translúcidas a la usanza de la antigua Grecia y Roma, resaltan las formas curvilíneas de sus cuerpos, revelando sus abultadas caderas, sus protuberantes nalgas y unos turgentes senos que, libres de toda banda de tela o fascia pectoralis, asoman por debajo de la túnica como frutos tropicales.

No pocas veces, estas modelos de carne y hueso, que lucen la túnica interior de seda hasta los pies y ceñida a la cintura con una franja púrpura, aparecen despojadas de sus alhajas, como las ajorcas, collares, pendientes, anillos, broches, tocados y agujas largas para sujetar los pelos recogidos en moño. Es muy probable que el pintor las prefería así, sin joyas ni prendas inferiores, a la hora de inmortalizarlas en los lienzos cual ninfas de paraísos perdidos.

Estas pinturas, de colores cálidos y motivos deslumbrantes, eran las iconografías del erotismo de su época, mucho antes de que los cuerpos desnudos invadieran los medios audiovisuales, donde la desnudez de los actores y las actrices, con atributos sexuales remarcables y físicamente atractivos, aparece vinculado al erotismo más desenfrenado, que la industria de la pornografía usa como un recurso expresivo para retratar la vulnerabilidad de nuestro cuerpo o como metáfora de la fragilidad del mismo en escenas impactantes y conmovedoras que, despojadas de toda connotación moral, nos despiertan el apetito sexual hasta arrastrarnos al límite de un orgasmo salvaje y explosivo.

John William Godward, sin embargo, a diferencia de los productores de la pornografía moderna, nos plantea en sus cuadros una forma velada de desnudez en los cuales el cuerpo aparece semi cubierto por vestiduras, sombras o superficies, que permiten entrever sólo algunas partes del mismo, consciente de que las zonas más íntimas había que dejárselas a la imaginación del espectador.

Es lógico considerar que el artista, que se dejó llevar por la intuición de enseñarnos la belleza femenina desde su más recóndito secreto, utilizó las paletas y los pinceles para retratar un mundo que le fascinaba desde su perspectiva de macho lujurioso, pero con el cuidado de no romper con los cercos de la sensualidad, conforme sus cuadros fuesen una forma de erotismo apta para todo público.

Para quienes conocen el arte de la desnudez, desde la antigüedad hasta nuestros días, es fácil identificar las pinturas de Godward como strategic nude scene (escena de desnudo estratégico), ya que las modelos, aparte de lucir sus mejores poses artísticas y una coquetería a flor de piel, no exhiben su monte de Venus, por lo que el estado de desnudez se mantiene sólo en el ámbito de lo sugerido.

John William Godward, para asegurar que sus trabajos llevaran el sello de autenticidad, incorporó de manera meticulosa detalles importantes en sus cuadros: arquitectura clásica, ornamentos de mármol con bajorelieves, indumentaria de la antigua Grecia y Roma, pieles de animales, bosques y flores silvestres.

Las mujeres en posturas estudiadas, en tantos lienzos de Godward, causan en muchos una confusión en cuanto a la escuela pictórica a la que perteneció y no pocos lo catalogan equivocamente como prerrafaelita, cuando en realidad era un “Alto Soñador Victoriano” Neoclasicista, fascinado por la producción de imágenes fascinantes de un mundo que, dicho sea de paso, idealizó como en un trance onírico.

Es cuestión de ver varios de sus cuadros para advertir que Godward eran un Victoriano Neoclasicista y, por lo tanto, un seguidor de la obra de Frederic Leighton. Aunque para algunos estudiosos del arte, como en cualquier especulación de diletantes, su obra está más próxima, estilísticamente, a la de Sir Lawrence Alma-Tadema, con quien compartió el gusto por la interpretación de la arquitectura clásica, en particular, restos de edificios construidos en mármol. Sólo que en el caso de Godward era imprescindible incluir en el escenario, en primera plana y con vibrante colorido, a mujer de cuerpos y rostros divinamente despampanantes.


No es menos espectacular la vida de este pintor inglés, que vivió contra corriente, como un ser incomprendido por su entorno más cercano. Se cuenta que el día en que se trasladó a Italia, con una de sus modelos, su familia rompió todo contacto con él y recortó su imagen de los cuadros de la familia. Por eso sus biógrafos aseveran que no se conocen fotografías de este pintor que se suicidó en 1922, a los 61 años de edad, luego de dejar una nota en la que se leía que “el mundo no era bastante grande” para él.

Su familia, que desaprobó desde un principio su vocación de artista, se avergonzó de su suicidio y quemó parte de sus papeles, que hoy podían haber sido un excelente testimonio de un hombre que vivió, por un lado, atormentado por su genio creativo y, por el otro, rodeado por las musas que lo inspiraron a lo largo de su carrera. Ellas, desde los cuadros que cuelgan en museos y colecciones privadas, le sobrevivieron a su retratista, cuyo talento estaba destinado a sobreponerse al tiempo y el olvido.

miércoles, 14 de diciembre de 2011


REFLEXIONES DE NAVIDAD

Son las 2 de la mañana y no puedo conciliar el sueño. Enciendo la lámpara del velador y pienso en la Navidad, en ese arbolito de plástico que todos los años se debe desempolvar y, una vez adornado con luces, nieve artificial y cintas multicolores, colocar en el sitio más atractivo del apartamento, sin importarnos mucho el porqué de esta festividad, que los comerciantes aprovechan para asaltarnos los bolsillos, caiga o no la nieve, llegue o no Papá Noel.

Son las 2 y 15 de la mañana y, aparte de pensar en los politiqueros corruptos y en las guerras tramadas por el imperio, pienso en los niños de la calle, en ésos que a diario se levantan y se acuestan en un banco del parque, y en los andariegos de la limosna, quienes no conocen a Papá Noel ni disfrutan de los regalos de Navidad, pues la calle es su alimento, su protección y su vida. En la calle los adoptan otros parias que habitan la ciudad y viven cada día como si fuese el último. 

Los niños de la calle se agrupan en pandillas y en pandillas recorren por las avenidas comerciales, donde hacen de mendigos, prostitutas y raterillos. Son niños que han aprendido a ganarle tiempo al tiempo y, en cuestión de segundos, se apoderan de la pulsera de un transeúnte desprevenido, arrancan de un tirón las joyas de una dama o despojan a un anciano de lo poco que lleva en los bolsillos. Los niños de la calle se regalan a sí mismos lo que Papá Noel no puede darles, son niños que aparecen y desaparecen entre los escaparates comerciales, iluminados por las luces de los arbolitos de Navidad.

Entrada ya la noche, estos andariegos de la limosna inhalan pegamento, se ríen de su suerte, juegan con la muerte y, tras una ola de alucinación que los arranca de sí mismos, caen rendido en la intemperie. En el peor de los casos, puede pasarles lo que hace un tiempo atrás ocurrió en Río de Janeiro. Los comerciantes de la Navidad, considerándolos una escoria social, contrataron escuadrones de la muerte para barrerlos a tiros del centro financiero de la ciudad. Los asesinos, las caras cubiertas y pistolas al cinto, se montaron en trineos de asfalto y, rastreando los parques y las calles, se dieron a la caza de niños mendigos. No se oyó el trote de los renos, pero sí una descarga de tiros confundiéndose con las salvas que anunciaban el nacimiento del Redentor, mientras los niños de la calle eran linchados como perros y arrojados en los terrenos baldíos, donde aparecieron sus cadáveres con un tiro en la frente y un letrero que decía: Hijo de nadie. Basura de la ciudad.

Son las 2 y 30 de la mañana y pienso que, en los países del llamado Tercer Mundo, millones de niños son víctimas de la explotación, la prostitución y la pornografía, debido a que los mercaderes de carne humana, aprovechándose de las llagas del subdesarrollo, exportan niños por montones, con el fin de abastecer la demanda del mercado internacional y llenarse los bolsillos con la misma insensatez de los comerciantes que nos ofrecen la muñequita Barbie en Navidad. 

En América Latina se venden anualmente miles de niños y el valor que se paga por ellos fluctúa entre 200 y 9.000 dólares; un negocio millonario al que se añade el tráfico ilegal de menores, cuyos órganos son extraídos y trasplantados a pacientes en prestigiosos hospitales de los países industrializados, donde la carnicería humana, que cobró ya la vida de cientos de niños asiáticos y latinoamericanos, es un hecho tan normal como matar pavos, lechones y gallinas en la Noche Buena y en vísperas del Año Nuevo.

Son las 2 y 45 de la mañana y aún no puedo conciliar el sueño, pues tengo la sensación de que en esta Navidad, que será como suelen ser todos los años, no habrá noche de paz ni de amor entre las víctimas de la guerra y el despojo, ni Papá Noel tocará la puerta de los niños pobres, porque su cargamento de regalos se vaciará en la casa de los ricos, a diferencia de lo que hicieron los Reyes Magos cuando nació Jesucristo, ese hombre que 33 años después murió fijado en los maderos, entre otras cosas, por predicar el amor al prójimo y convencido de que sería más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un comerciante rico entre en el reino de los cielos.

Son las 3 de la mañana y recuerdo que la Navidad no sólo sirve para celebrar el nacimiento de Jesucristo, sino también para beber y comer hasta por los codos. Esto lo constaté en un hotel de Estocolmo, donde el administrador del restaurante, con una copa de vinglögg (ponche) en la mano, nos invitó a pasar al comedor.

En una mesa metálica habían bandejas con lechones asados, una hilera de botellas de vino, presas de pavo y de gallina; pasteles, biscochos, papas fritas y cocidas; jamones, licores, cervezas, refrescos y una variedad de frutas y verduras, cuyos sabores, olores, colores y decorados constituían una verdadera fiesta para el paladar.

Al término de la comilona, y mientras los copos de nieve caían como si bailaran al rito de los villancicos, los camareros y cocineros tiraron las sobras en bolsas de plástico. No me convencía cómo ese país, ubicado en el techo del mundo, podía ser tan rico siendo tan pequeño. No me cabía la idea, ni aun sabiendo que los países del hemisferio Norte eran ricos gracias a las riquezas naturales que durante siglos saquearon de los países del hemisferio Sur, sin dejarles más recompensa que la pobreza y el olvido.

Cuando me retiré a la habitación, desde cuya ventana podía divisar un lago congelado en medio de un paisaje que parecía una novia vestida con velo, me tendí en la cama, fijé la mirada en el cielo raso y pensé que en los países del llamado Tercer Mundo hay miles y millones de niños hacinados en humildes hogares, donde jamás llega Papá Noel con su trineo cargado con juguetes navideños.

Los niños y las niñas pobres, en los países más pobres de este pobre planeta, trabajan en los basurales, disputándose los restos de comida con ratas, perros, cerdos y aves de rapiña. Los niños y las niñas pobres, que por ser pobres han perdido sus derechos más elementales, juntan latas, cartones, plásticos y vidrios, con la esperanza de ganarse unos centavos que les permita llevarse un pan a la boca. Los niños y las niñas pobres, víctimas del abuso sexual y los estupefacientes, se levantan y se acuestan a cielo abierto. Son hijos de nadie pero sueñan con un regalito que no tendrán y con los tres Reyes Magos que, montados a lomo de camello y guiados por una luminosa estrella, acuden al nacimiento del redentor de los pobres.

Antes de quedarme dormido, me prometo a mí mismo seguir luchando por mis ideales, mientras la injusticia campee en el mundo y no cambie la ley del embudo. Pienso también que los creyentes, por su parte, debían ponerse la mano al pecho y reflexionar que a Jesucristo no le hubiese gustado que celebren su nacimiento entre bombos y sonajas, entre unos que tienen todo y otros que no tienen nada, pues así como están las cosas, patas arriba, es probable que las heridas de su cuerpo vuelvan a sangrar, la corona de espinas le lastime la frente y les mire desde los maderos con una desilusión que a cualquiera le atravesaría el corazón.