viernes, 16 de diciembre de 2011


LA SENSUALIDAD TIENE CUERPO DE MUJER

El pintor inglés John William Godward (1861 – 1922), como pocos artistas de su época, concita la sensibilidad humana con su arte, debido a que la mayor parte de sus pinturas muestran a mujeres semidesnudas o parcialmente desnudas.

Estas hermosas féminas, ataviadas con prendas translúcidas a la usanza de la antigua Grecia y Roma, resaltan las formas curvilíneas de sus cuerpos, revelando sus abultadas caderas, sus protuberantes nalgas y unos turgentes senos que, libres de toda banda de tela o fascia pectoralis, asoman por debajo de la túnica como frutos tropicales.

No pocas veces, estas modelos de carne y hueso, que lucen la túnica interior de seda hasta los pies y ceñida a la cintura con una franja púrpura, aparecen despojadas de sus alhajas, como las ajorcas, collares, pendientes, anillos, broches, tocados y agujas largas para sujetar los pelos recogidos en moño. Es muy probable que el pintor las prefería así, sin joyas ni prendas inferiores, a la hora de inmortalizarlas en los lienzos cual ninfas de paraísos perdidos.

Estas pinturas, de colores cálidos y motivos deslumbrantes, eran las iconografías del erotismo de su época, mucho antes de que los cuerpos desnudos invadieran los medios audiovisuales, donde la desnudez de los actores y las actrices, con atributos sexuales remarcables y físicamente atractivos, aparece vinculado al erotismo más desenfrenado, que la industria de la pornografía usa como un recurso expresivo para retratar la vulnerabilidad de nuestro cuerpo o como metáfora de la fragilidad del mismo en escenas impactantes y conmovedoras que, despojadas de toda connotación moral, nos despiertan el apetito sexual hasta arrastrarnos al límite de un orgasmo salvaje y explosivo.

John William Godward, sin embargo, a diferencia de los productores de la pornografía moderna, nos plantea en sus cuadros una forma velada de desnudez en los cuales el cuerpo aparece semi cubierto por vestiduras, sombras o superficies, que permiten entrever sólo algunas partes del mismo, consciente de que las zonas más íntimas había que dejárselas a la imaginación del espectador.

Es lógico considerar que el artista, que se dejó llevar por la intuición de enseñarnos la belleza femenina desde su más recóndito secreto, utilizó las paletas y los pinceles para retratar un mundo que le fascinaba desde su perspectiva de macho lujurioso, pero con el cuidado de no romper con los cercos de la sensualidad, conforme sus cuadros fuesen una forma de erotismo apta para todo público.

Para quienes conocen el arte de la desnudez, desde la antigüedad hasta nuestros días, es fácil identificar las pinturas de Godward como strategic nude scene (escena de desnudo estratégico), ya que las modelos, aparte de lucir sus mejores poses artísticas y una coquetería a flor de piel, no exhiben su monte de Venus, por lo que el estado de desnudez se mantiene sólo en el ámbito de lo sugerido.

John William Godward, para asegurar que sus trabajos llevaran el sello de autenticidad, incorporó de manera meticulosa detalles importantes en sus cuadros: arquitectura clásica, ornamentos de mármol con bajorelieves, indumentaria de la antigua Grecia y Roma, pieles de animales, bosques y flores silvestres.

Las mujeres en posturas estudiadas, en tantos lienzos de Godward, causan en muchos una confusión en cuanto a la escuela pictórica a la que perteneció y no pocos lo catalogan equivocamente como prerrafaelita, cuando en realidad era un “Alto Soñador Victoriano” Neoclasicista, fascinado por la producción de imágenes fascinantes de un mundo que, dicho sea de paso, idealizó como en un trance onírico.

Es cuestión de ver varios de sus cuadros para advertir que Godward eran un Victoriano Neoclasicista y, por lo tanto, un seguidor de la obra de Frederic Leighton. Aunque para algunos estudiosos del arte, como en cualquier especulación de diletantes, su obra está más próxima, estilísticamente, a la de Sir Lawrence Alma-Tadema, con quien compartió el gusto por la interpretación de la arquitectura clásica, en particular, restos de edificios construidos en mármol. Sólo que en el caso de Godward era imprescindible incluir en el escenario, en primera plana y con vibrante colorido, a mujer de cuerpos y rostros divinamente despampanantes.


No es menos espectacular la vida de este pintor inglés, que vivió contra corriente, como un ser incomprendido por su entorno más cercano. Se cuenta que el día en que se trasladó a Italia, con una de sus modelos, su familia rompió todo contacto con él y recortó su imagen de los cuadros de la familia. Por eso sus biógrafos aseveran que no se conocen fotografías de este pintor que se suicidó en 1922, a los 61 años de edad, luego de dejar una nota en la que se leía que “el mundo no era bastante grande” para él.

Su familia, que desaprobó desde un principio su vocación de artista, se avergonzó de su suicidio y quemó parte de sus papeles, que hoy podían haber sido un excelente testimonio de un hombre que vivió, por un lado, atormentado por su genio creativo y, por el otro, rodeado por las musas que lo inspiraron a lo largo de su carrera. Ellas, desde los cuadros que cuelgan en museos y colecciones privadas, le sobrevivieron a su retratista, cuyo talento estaba destinado a sobreponerse al tiempo y el olvido.

miércoles, 14 de diciembre de 2011


REFLEXIONES DE NAVIDAD

Son las 2 de la mañana y no puedo conciliar el sueño. Enciendo la lámpara del velador y pienso en la Navidad, en ese arbolito de plástico que todos los años se debe desempolvar y, una vez adornado con luces, nieve artificial y cintas multicolores, colocar en el sitio más atractivo del apartamento, sin importarnos mucho el porqué de esta festividad, que los comerciantes aprovechan para asaltarnos los bolsillos, caiga o no la nieve, llegue o no Papá Noel.

Son las 2 y 15 de la mañana y, aparte de pensar en los politiqueros corruptos y en las guerras tramadas por el imperio, pienso en los niños de la calle, en ésos que a diario se levantan y se acuestan en un banco del parque, y en los andariegos de la limosna, quienes no conocen a Papá Noel ni disfrutan de los regalos de Navidad, pues la calle es su alimento, su protección y su vida. En la calle los adoptan otros parias que habitan la ciudad y viven cada día como si fuese el último. 

Los niños de la calle se agrupan en pandillas y en pandillas recorren por las avenidas comerciales, donde hacen de mendigos, prostitutas y raterillos. Son niños que han aprendido a ganarle tiempo al tiempo y, en cuestión de segundos, se apoderan de la pulsera de un transeúnte desprevenido, arrancan de un tirón las joyas de una dama o despojan a un anciano de lo poco que lleva en los bolsillos. Los niños de la calle se regalan a sí mismos lo que Papá Noel no puede darles, son niños que aparecen y desaparecen entre los escaparates comerciales, iluminados por las luces de los arbolitos de Navidad.

Entrada ya la noche, estos andariegos de la limosna inhalan pegamento, se ríen de su suerte, juegan con la muerte y, tras una ola de alucinación que los arranca de sí mismos, caen rendido en la intemperie. En el peor de los casos, puede pasarles lo que hace un tiempo atrás ocurrió en Río de Janeiro. Los comerciantes de la Navidad, considerándolos una escoria social, contrataron escuadrones de la muerte para barrerlos a tiros del centro financiero de la ciudad. Los asesinos, las caras cubiertas y pistolas al cinto, se montaron en trineos de asfalto y, rastreando los parques y las calles, se dieron a la caza de niños mendigos. No se oyó el trote de los renos, pero sí una descarga de tiros confundiéndose con las salvas que anunciaban el nacimiento del Redentor, mientras los niños de la calle eran linchados como perros y arrojados en los terrenos baldíos, donde aparecieron sus cadáveres con un tiro en la frente y un letrero que decía: Hijo de nadie. Basura de la ciudad.

Son las 2 y 30 de la mañana y pienso que, en los países del llamado Tercer Mundo, millones de niños son víctimas de la explotación, la prostitución y la pornografía, debido a que los mercaderes de carne humana, aprovechándose de las llagas del subdesarrollo, exportan niños por montones, con el fin de abastecer la demanda del mercado internacional y llenarse los bolsillos con la misma insensatez de los comerciantes que nos ofrecen la muñequita Barbie en Navidad. 

En América Latina se venden anualmente miles de niños y el valor que se paga por ellos fluctúa entre 200 y 9.000 dólares; un negocio millonario al que se añade el tráfico ilegal de menores, cuyos órganos son extraídos y trasplantados a pacientes en prestigiosos hospitales de los países industrializados, donde la carnicería humana, que cobró ya la vida de cientos de niños asiáticos y latinoamericanos, es un hecho tan normal como matar pavos, lechones y gallinas en la Noche Buena y en vísperas del Año Nuevo.

Son las 2 y 45 de la mañana y aún no puedo conciliar el sueño, pues tengo la sensación de que en esta Navidad, que será como suelen ser todos los años, no habrá noche de paz ni de amor entre las víctimas de la guerra y el despojo, ni Papá Noel tocará la puerta de los niños pobres, porque su cargamento de regalos se vaciará en la casa de los ricos, a diferencia de lo que hicieron los Reyes Magos cuando nació Jesucristo, ese hombre que 33 años después murió fijado en los maderos, entre otras cosas, por predicar el amor al prójimo y convencido de que sería más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un comerciante rico entre en el reino de los cielos.

Son las 3 de la mañana y recuerdo que la Navidad no sólo sirve para celebrar el nacimiento de Jesucristo, sino también para beber y comer hasta por los codos. Esto lo constaté en un hotel de Estocolmo, donde el administrador del restaurante, con una copa de vinglögg (ponche) en la mano, nos invitó a pasar al comedor.

En una mesa metálica habían bandejas con lechones asados, una hilera de botellas de vino, presas de pavo y de gallina; pasteles, biscochos, papas fritas y cocidas; jamones, licores, cervezas, refrescos y una variedad de frutas y verduras, cuyos sabores, olores, colores y decorados constituían una verdadera fiesta para el paladar.

Al término de la comilona, y mientras los copos de nieve caían como si bailaran al rito de los villancicos, los camareros y cocineros tiraron las sobras en bolsas de plástico. No me convencía cómo ese país, ubicado en el techo del mundo, podía ser tan rico siendo tan pequeño. No me cabía la idea, ni aun sabiendo que los países del hemisferio Norte eran ricos gracias a las riquezas naturales que durante siglos saquearon de los países del hemisferio Sur, sin dejarles más recompensa que la pobreza y el olvido.

Cuando me retiré a la habitación, desde cuya ventana podía divisar un lago congelado en medio de un paisaje que parecía una novia vestida con velo, me tendí en la cama, fijé la mirada en el cielo raso y pensé que en los países del llamado Tercer Mundo hay miles y millones de niños hacinados en humildes hogares, donde jamás llega Papá Noel con su trineo cargado con juguetes navideños.

Los niños y las niñas pobres, en los países más pobres de este pobre planeta, trabajan en los basurales, disputándose los restos de comida con ratas, perros, cerdos y aves de rapiña. Los niños y las niñas pobres, que por ser pobres han perdido sus derechos más elementales, juntan latas, cartones, plásticos y vidrios, con la esperanza de ganarse unos centavos que les permita llevarse un pan a la boca. Los niños y las niñas pobres, víctimas del abuso sexual y los estupefacientes, se levantan y se acuestan a cielo abierto. Son hijos de nadie pero sueñan con un regalito que no tendrán y con los tres Reyes Magos que, montados a lomo de camello y guiados por una luminosa estrella, acuden al nacimiento del redentor de los pobres.

Antes de quedarme dormido, me prometo a mí mismo seguir luchando por mis ideales, mientras la injusticia campee en el mundo y no cambie la ley del embudo. Pienso también que los creyentes, por su parte, debían ponerse la mano al pecho y reflexionar que a Jesucristo no le hubiese gustado que celebren su nacimiento entre bombos y sonajas, entre unos que tienen todo y otros que no tienen nada, pues así como están las cosas, patas arriba, es probable que las heridas de su cuerpo vuelvan a sangrar, la corona de espinas le lastime la frente y les mire desde los maderos con una desilusión que a cualquiera le atravesaría el corazón.

viernes, 9 de diciembre de 2011


VÍCTOR MONTOYA EN UNA ANTOLOGÍA INTERNACIONAL DE MICRORRELATOS

El escritor boliviano Víctor Montoya, que desde hace mucho viene cultivando la prosa breve, es uno de los autores que integra la reciente Microantología del microrrelato III (2011), que Ediciones Irreverentes y Radio Exterior de España acaban de lanzar en Madrid, luego de que el responsable de la selección, Miguel Ángel de Rus, hizo un minucioso trabajo de investigación y compilación de los mejores relatos en este género literario que requiere una precisión de orfebre a la hora de hilvanar las palabras, conforme el relato tenga un principio que atrape el interés del lector y un desenlace que no sea menos sorprendente.

Microantología del microrrelato III recoge su cuento Escritor suicida, que anteriormente fue publicado en su libro Cuentos en el exilio (2008), y en el que relata la desesperación y la angustia de un novelista que decide acabar con si vida a las doce en punto del mediodía, pegándose un tiro en la sien, a poco de poner el punto final en su novela que le requirió diez años de acopio de material y otros tantos años de trabajo obsesivo.

El antólogo, consciente de que el microrrelato no es un género menor en el contexto de la literatura universal, apunta acertadamente en la presentación del libro: En Microantología del microrrelato III se presenta una brillante selección de relatos divertidos, sorprendentes, intimistas o humorísticos, terroríficos o fantásticos; sobre el amor y desamor, reflexiones sobre la muerte y la vida; de misterio, ciencia ficción o históricos. En todos los casos, la brevedad va unida al impacto y la sorpresa, de un mundo a otro, de un sentimiento al contrario. Al pasar cada página hay una nueva sensación (…) 'Microantología del microrrelato III' es el libro ideal para quienes tienen siempre prisa, quienes van a tomar un nuevo tren, para aquellos que no aguantan interrupciones en el cine o el teatro, para aquellos que piensan que un año es una eternidad y, especialmente, para los amantes de la buena literatura, porque la brevedad y la excelencia pueden ir unidas.

Víctor Montoya, como pocos escritores bolivianos, tiene una serie de cuentos publicados en antologías internacionales. Algunos de ellos traducidos a otros idiomas. Por lo tanto, la publicación de su cuento Escritor suicida en esta Microantología del microrrelato III, lo convierte en un narrador fecundo cuya obra es digna de ser leída tanto dentro como fuera de su país de origen. Cabe destacar también que entre los 65 autores reunidos en esta antología, todos ellos con magníficas creaciones literarias, figuran algunos maestros en el arte de narrar cuentos breves como Franz Kafka, Baldomero Lillo, Antón Chéjov, Mijail Bulgakov, Ariel Dorfman, Jules Renard, Leopoldo Lugones y Guillaume Apollinaire, entre otros.

jueves, 8 de diciembre de 2011


RADIOGRAFÍA DE JULIO CORTÁZAR

Abrigo la esperanza de que alguien pueda compartir conmigo la enorme impresión que causa esta fotografía encontrada en la vidriera de un hospital, donde algún admirador -o admiradora- de Julio Cortázar, luego de recortarla de una revista, la pegó cuidadosamente por las cuatro esquinas. Cuando la miré de cerca, absorto por la iluminación frontal que lo destaca tan vivamente, no resistí a la tentación de llevármela conmigo, dispuesto a describirla para quienes no la conocían. Empero, debo reconocer que no fue tarea fácil, sino un desafío contra la subjetividad que me acechaba a cada instante, pues pasé varias horas queriendo describirla, sin conseguirlo, y sólo quienes hayan pasado noches en vela, con una idea insistente que revolotea en la cabeza, comprenderán la desesperación que supone intentar atrapar las palabras exactas para describir una fotografía que de por sí es una poesía hecha de luz y de sombra.

Querido Julio, en esta fotografía, más que en ninguna otra, nos miras desde el fondo de tus ojos tiernos, mientras tu rostro, marcado por una profunda expresión de melancolía, nos inspira un súbito respeto y admiración por lo que fuiste en la sencillez y el silencio, circunstancias en las cuales aprendiste a comunicarte más con los gestos que con palabras, como todo gran escritor que manifiesta sus pensamientos y sentimientos a través de la palabra escrita, de esos pequeños grafemas que tú, desde niño, escribías con el dedo en el aire, como si se trataran de signos mágicos que nacían de tu imaginación o a partir de un palíndromo, donde la palabra Roma se leía amoR al invertirla.

Al contemplar intensamente esta fotografía, en la cual apareces con la melena y barba leoninas, crecidas con tanta rebeldía como las llamas de tu alma, te imagino en tu escritorio cual gigante perdido en el País de las Maravillas, escuchando las improvisaciones del jazz, leyendo los libros de tu preferencia o, simplemente, acariciando el lomo de tu gata Flanelle, cuyo ronroneo era la única música que rompía la monotonía del silencio.

Apenas miro tu jersey de mangas largas y cuello alto, te imagino en invierno, deslizándote por las calles mojadas de una ciudad grisácea, envuelto en una gran bufanda, y en verano, tendido a la sombra de un árbol, los ojos clavados en el vacío y meditando en la dimensión de tu obra, donde la fantasía y la realidad se funden como las dos caras de una misma medalla. A ratos, me parece oírte hablar con voseo argentino y erre afrancesada sobre Fidel y la revolución cubana, país donde redescubriste la alegría, la solidaridad, la espontaneidad y los temas latinoamericanos, tras haber pasado media vida en París, en esa ciudad que amabas y odiabas al mismo tiempo.

Cuando leí una de tus cartas escritas a Fernández Retamar -Director de Casa de las Américas (nuestra casa)-, me quedé sin aliento y con el corazón partido, ya que no me convencía cómo un cronopio de tu talla podía sentirse solo y extranjero en el barrio 15 de París, recluido en una casita alta y angosta como tu imagen. Mas recién ahora, al releer El perseguidor (ese excelente relato inspirado en Charlie Parker, el famoso Bird, el jazzman que alucinaba con la droga y el alcohol, y hacía alucinar con el saxofón a los amantes de su música), puedo comprender el porqué de tu soledad y tu amor desmedido por la humanidad y sus asuntos, que la vida de Charlie Parker te enseñó a mirar por dentro, desde el fondo mismo del ser, y lejos de la superficialidad que nos corroe cada día. Asimismo, debo decirte que tu sensibilidad -o hipersensibilidad- de hombre de letras te llevó a tomar partido por la justicia social y la defensa de los procesos socio-políticos que expresaban el sentir popular; la prueba está en el compromiso que asumiste con la revolución cubana, con los acontecimientos de mayo del 68 en París o con la revolución sandinista, que tan bien la retrataste en tu Nicaragua tan violentamente dulce. Sin lugar a dudas, tu obra literaria se fundió con las luchas de emancipación desde cuando comprendiste que el socialismo democrático era la única alternativa histórica capaz de abolir la explotación del hombre por el hombre. Pero ahora que ya no estás entre nosotros, porque la muerte te privó de ver los bruscos virajes que se produjeron en el mundo, desde la caída del Muro de Berlín hasta el trágico resurgimiento de los nacionalismos, sólo me cabe imaginar que tú no darías un solo paso atrás, convencido de que la humanidad no volverá la rueda de la historia y resistirá los embates del imperialismo como lo está haciendo Cuba, esa pequeña isla y esa gran causa que tanto amaste en vida.

Así, pues, querido Julio, ante esta hermosa fotografía que te retrata el alma de niño grande y bueno, constato una vez más que fuiste un cronopio de verdad, un ser magnífico cuyo espíritu era portador de los mejores valores humanos, un hombre en quien se podía depositar toda la confianza del mundo como en una cajita que guarda los secretos más íntimos bajo siete llaves; es más, al mirar tus grandes manos pecosas, puedo también constatar que tus brazos de boxeador están aún dispuestos a batirse con los adversarios de los desposeídos en El último round, en ese round en el que te acompañaremos los hinchas de tu obra, que es tan grande como fue tu vida.

Julio Cortázar, foto de Ulla Montan

martes, 29 de noviembre de 2011


LA PROSA ENIGMÁTICA DE JOHN CUÉLLAR

Como en toda obra destinada a ser leída con atención y sentido crítico, El cuarto enigmático y otras narraciones revela a un autor que, a pesar de su juventud y modestia, se perfila como un escritor serio y comprometido con la palabra escrita, ya que sus relatos no son simples garabatos narrativos ni el lector malgasta su tiempo una vez que ingresa en el laberinto de los textos escritos con pasión y talento. 

En el primer relato, ambientado en el edificio de un Instituto abandonado, nos permite entrar en un cuarto penumbroso y frío, donde tres amigos experimentan hechos inexplicables y enigmáticos, y en el que un libro abierto sobre una mesa, con una sola frase escrita en sus páginas, parece tener todas las explicaciones de un crimen recientemente ejecutado. Se trata de un suceso recreado al más puro estilo de Edgar Allan Poe y, desde un principio, se puede afirmar que la prosa de John Cuéllar, quien sabe tejer hábilmente los elementos de la realidad y la fantasía, nos hace vibrar con situaciones rodeadas por un halo de misterio y nos entrega una poderosa dosis de terror y espanto.

En Jorge Breen en la mira, el protagonista sueña con su propio asesinato, mientras duerme en uno de los bancos del cine, al mismo tiempo que en la película se comete un crimen pasional. Aquí, lejos de toda consideración lógica, el autor deja constancia de que el racionalismo es superado por la ficción del mundo onírico. No en vano Jorge Breen vive con la sensación de que su realidad depende de otra, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta el infinito. Los tiempos narrativos se sobreponen y se repiten las escenas como en la función rotativa de una película, con un personaje asediado y asesinado varias veces.   
   
En el tercer relato, Delirio, parece prolongarse la historia de Jorge Breen. Todo comienza cuando el protagonista, al salir de una megadiscoteca, encuentra en su camino a una bella mujer, quien, desilusionada por el repentino abandono de su novio, le pide pasar la noche en su apartamento. Estando allí, él aprovecha para invitarle unas copas de ron y, seducido por la voluptuosidad de sus senos y sus muslos, devorarla a besos mientras escuchan una canción de Laura Pausini. En este relato, cuyo tema recrea una falsa ilusión provocada por los efectos del alcohol, se explaya una prosa desinhibida y contemporánea, salpicada de sensualidad, picardía y erotismo.

En algunas narraciones se rastrea el tema de un amor no correspondido y las cavilaciones propias de los enamorados de mujeres imposibles, como en Destiempo y en Desolación, donde el protagonista adolescente, inconforme e insatisfecho, siente que su vida existencial está proyectadas en las letras de una canción: Sólo huele a tristeza, huele a soledad;/ en mis ojos perdidos, sólo hay humedad…, aunque no deja de abrigar las esperanzas de que si se pierde un amor, es posible encontrar otro a la vuelta de la esquina, al menos si se practica el lema: quien busca, encuentra, y quien insiste, consigue.

En una selección de relatos, como en este caso, existen algunas narraciones que destacan más que otras, ya sea por el tratamiento del tema o por la destreza narrativa del autor, quien, en su condición de intelectual de clase media, ensaya una literatura urbana que, de un modo consciente o inconsciente, usa los mismos recursos a los que nos tienen acostumbrados Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. En tal virtud, no es casual que nos cuente las razones y sinrazones de los hijitos de papá, de los muchachos que integran las tribus urbanas y se adueñan de la ciudad en medio del mundanal ruido, el incesante ajetreo de la gente, los servicios de las camaleonas y la música estridente de las discotecas a media luz.

No faltan las historias que transcurren entre hermanos celosos y madres preocupadas por buscar un buen partido para sus hijas en un ámbito en el cual la ascendencia social y el poder económico del pretendiente son decisivos a la hora de aceptar un compromiso formal en el seno de una familia con pretensiones de la alta sociedad, con servidumbre y chofer particular incluidos; una realidad que se refleja en Tienes que echarle la negra a un tipo llamada Frank, donde el personaje principal, un hijito de papá, tiene la vida servida en bandeja de plata y un futuro esplendoroso, al que todos son convocados, pero en el que pocos son los elegidos. Mas no por esto, según el hilo argumental, los ricos están libres de las tragedias familiares, así sea sólo en un sueño premonitorio, como sucede en este relato, en el que los hermanos menores del protagonista mueren ahogados en el mar; algo que se repite, de una manera paradójica y premonitoria, en el caso de su amigo Martín Rosse, muerto con un disparo en la frente.

Como en cualquier ciudad peruana, a altas horas de la noche, en las calles y bares pululan los borrachos propensos a las agresiones verbales y los asesinatos con arma blanca. Esto se describe, con precisión verbal y escenas de videoclip, en El desquite, cuyo protagonista, Claudio Selso, es acosado y asesinado por un hombre de apariencia misteriosa.

Por otro lado, llama la atención el hecho de que el relator/protagonista casi siempre reflexiona sobre los temas que lo aquejan mientras está en la cama, se supone que boca arriba y con la mirada perdida en el cielorraso. Así ocurre, por ejemplo, en Una vez más, tras la llegada de un forastero que despierta su curiosidad y cuyos pasos sigue hasta descubrir que se trata de un hombre decidido a quitarse la vida en el precipicio de la montaña; una acción impactante que, años más tarde, experimenta en carne propia el relator/protagonista, dejándose caer en el mismo abismo como un suicida potencial. Es digno destacar que en este relato se pone a prueba la intención experimental del autor, quien repite cuatro veces un mismo párrafo, con modificaciones claves al final de cada uno.

En Ellos me están esperando, último relato del libro, desfilan una serie de personajes secundarios que parecen no tener otro propósito que el de pasar el fin de semana en un cine o reunidos en un night club entre mujeres de prendas mínimas y bebidas tropicales. Aquí destaca El profe, un individuo resentido con la colectividad y con poca autoestima personal que, en su plan de borrachera y entre las muchachas del cabaré, funge ser el paradigma de quienes sueñan con un estatus social y económico que los dignifique de por vida.

No es menos interesante el caso de Apolonio Meder, más conocido como Apolo entre sus amigos; un muchacho que se unió a la noble causa de los guerrilleros, pero que, en realidad, resulto ser un soplón de los militares. Si bien es cierto que este sujeto, con un pasado como mercenario, logra salvar su pellejo y huir hasta la capital, es cierto también que no logra reintegrarse a la vida social ni laboral, hasta que termina por entrar en contacto con el hampa, y, consiguientemente, con los elementos que, debido a su actitud desalmada y sin escrúpulos, pertenecen a los fondos más bajos de la sociedad, donde campean los parricidas, violadores, atracadores y asesinos a sangre fría.

En Ellos me están esperando, el relator/protagonista nos va describiendo, paso a paso, la crónica de una muerte anunciada en medio de una galería de personajes siniestras que forman parte del texto y el contexto, y mientras él, Ángel Curtis, ya acostado y cubierto por la sábana, reproduce en su mente la frase: ellos te están esperando, siempre lo han hecho, pero hoy es diferente, debido a que ellos, los malandrines que son sus compinches en los actos delictivos, están dispuestos a despacharle a ese lugar del cual nadie retorna con vida. Y así ocurre, en el desenlace, el asesinato anunciado es consumado, poco antes de que la esposa de Ángel Curtis descubra el cadáver ensangrentado y una nota sobre su pecho: La sangre cubre lo que el dinero no puede.

Este volumen ágil y ameno, de un modo general, está compuesto por una galería de jóvenes atrapados por la melancolía y la desilusión, que divagan entre las cuatro paredes de un cuarto, siempre meditabundos y contraviniendo toda lógica y razón, como seres enajenados que vagan por un laberinto de preguntas sin respuestas y por calles que más parecen pobladas por fantasmas que por seres con vidas y realidades cotidianas. No obstante, aunque en varias de las narraciones las ilusiones y los ensueños adolescentes se rompen como vasijas de barro antes de ingresar en la antesala de la vida adulta, queda claro que el amor y el desamor son dos de los pilares sobre los cuales están estructuradas las breves prosas de John Cuéllar, quien, con la fuerza de la imaginación y el oficio escritural, no dejará de sorprendernos en un futuro inmediato con obras que dejarán su huella en el marco de la literatura peruana contemporánea. Por ahora, y sin mayores preámbulos, nos quedamos a gusto con los diez relatos de El cuarto enigmático y otras narraciones, un libro que merece ser leído con los cinco sentidos. 

John Cuéllar (Huánuco, Perú, 1979).  Poeta y narrador. Licenciado en Lengua y Literatura, egresado de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Ha sido encargado de edición de las revistas Kactus & Parnaso (2003-2004) y Parnaso (2005-2006). Obtuvo el segundo premio de poesía en los “II Juegos Florales Valdizanos, en 2000, y el primer premio en el “II Premio de Cuento Ciudad de Huánuco”, en 2001. Es autor de Narrativa joven en Huánuco (2005), Lexicón (2007) y Sin antídoto (2008). Tiene textos dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras. También ha publicado en medios electrónicos: Revista VOCES, Casa de Poesía ISLA NEGRA, Yo escribo, Revista del Pensamiento y la Cultura DIEZ DEDOS, Revista Literaria KATHARSIS, Revista Intercultural del mundo hispanohablante ÓMNIBUS, Revista Trimestral de Literatura EL HABLADOR y en la Revista de narrativa contemporánea en castellano NARRATIVAS.

jueves, 10 de noviembre de 2011


AJÍ DE LENGUA

La lengua es un órgano muscular importante en la vida de quienes la poseen. Quizás por eso se dice que Dios nos concedió la lengua para tres propósitos bien diferenciados: la función verbal, la función nutritiva y la función erótica; ésta última nos diferencia a los humanos del resto de los animales, pues la lengua -y no sólo la verbal- es la más eficaz embajadora de la pulsión sexual, así se insista en que el sexo no está dentro de la boca, ni entre las piernas, sino en la cabeza.

La lengua, como pocos órganos del cuerpo, tiene una libertad de movimientos en todos los sentidos y direcciones -proyecciones hacia afuera, retracción, descenso, elevación, desplazamiento lateral, acortamiento, arqueamiento y rotación-. Presenta, asimismo, un revestimiento superficial de mucosa, que rodea completamente su cara superior o dorso, donde están las papilas gustativas, con sus diversas formas y tamaños.

La lengua, que sirven para comer y sonreír, pero también para articular sonidos y palabras, es la protagonista principal de los primeros amores, el instrumento con el cual se penetra por vez primera en el cuerpo húmedo de la mujer amada. No en vano los enamorados, estén donde estén, acercan sus labios y se comen a besos, aun sabiendo que la lengua es la mejor portadora de los bacilos o bacterias.

La lengua de vaca, a diferencia de la lengua de gato -seca, roja y puntiaguda-, tiene la forma de una horma de zapato y la piel semejante al escroto por la presencia de granos y grandes pliegues rugosos. A primera vista, por el aspecto que presenta su superficie granulada, no despierta el apetito ni del más hambriento, pero una vez preparada tal cual manda la receta y la tradición culinaria, es como cualquier otro manjar que obliga a chuparnos los dedos.


Cada día, cuando nos sentamos a la mesa dispuestos a reponer energías, se nos asoman a los ojos y a la punta de la lengua las ganas de satisfacer nuestro paladar tanto como la necesidad de una obligación nada penosa. Y si en la mesa, llena de vasos, platos y utensilios, se nos sirve un humeante ají de lengua, entonces no queda más remedio que acompañarlo con una botella de cerveza o vino añejo, para estimular el apetito y acelerar el sistema digestivo.

Así, ¡a quién no se le hace agua la boca! Se dice que el fin de toda labor culinaria, aparte de ser saboreada y compartida, es el de satisfacer el gusto y no el apetito, como el gusto de comerse un ají de lengua no siempre tiene que ver con el gasto, sino con la destreza de las manos que lo han preparado. Ahí tenemos el caso de una amiga que, cada vez que la visito, con la debida antelación, me invita de mil amores un plato de ají de lengua, pues corresponde a esa estirpe de mujeres que gozan de la vida, la buena comida, la buena bebida y la poca vergüenza. Aparte, es una cocinera que domina el sabio secreto de seducir al hombre más por el estómago que por la cabeza.

A estas alturas de la crónica, más de uno se estará preguntado cómo diablos se prepara el ají de lengua. En principio, para ser más explicito, aclararé que hay una variedad de platos que contienen como base a la lengua: lengua al ajillo, lengua encebollada, lengua mechada, lenguados al gratín, lenguados fritos, lengua en salsa de perejil, lengua de escarlata y, entre ellos, el suculento ají de lengua, ese plato mama q’onqachi (que hace olvidar a la madre), cuya preparación es tan sencilla como comerse un pan con queso.

La lengua suele venderse limpia, pero de ser necesario se limpia sebos y pellejos, se lava y se mete en la olla a presión junto con los ingredientes y condimentos, empezando por el agua y la sal. Y por si las moscas, se recomienda no comprar la lengua de una vaca loca, cuya enfermedad tiene el nombre científico de encefalitis bovina espongiforme, que produce una degeneración del cerebro, una parálisis total y, como si fuera poco, una muerte fatal. Tampoco es recomendable comprar la lengua de una vaca belga, engordada a plan de hormonas y compuestos químicos, para evitar que después del gusto nos venga el susto.

Según los cocineros más expertos no hay nada más sabroso que comer ají de lengua después de una inolvidable borrachera, puesto que el ají, sobre todo el colorado y a veces el amarillo, tiene la propiedad de devolvernos a los cinco sentidos y a la realidad concreta. Además, el ají es un condimento importante en el cocido de la lengua; le concede un color particular y un saborcito que suele picar dos veces: al comer y…

Ahora bien, no se vayan a creer que por mucho comer ají de lengua, con ajos y pimientos,  a uno se le escapen más los sapos y lagartos por la boca, y menos aún que se llegue a conseguir por este medio el don de la palabra de los piquitos de oro, como Cicerón, Fidel Castro o Marcelo Quiroga Santa Cruz. ¡No señores! El ají de lengua no sirve para ponerse más hablador y dicharachero, ni para mejorar la lengua del Inca o de Cervantes, sino, simple y llanamente, para satisfacer el paladar más exigente de los entendidos en el arte culinario.

El ají de lengua, como ustedes mismos podrán constatar a la hora de comer, es un plato que tiene el prodigio de recrearnos la fantasía y ofrecernos un saborcito boliviano, aunque nomás sea por un cachito, como suele ocurrir con las buenas costumbres de quienes viven más para comer que para vivir, conscientes de que no es lo mismo comer cando se puede sino cuando se quiere.

En casi todas las culturas y épocas, tanto las mujeres como los hombres, le han dedicado a la lengua poemas, relatos, tratados, proverbios y hasta uno que otro chiste de doble sentido, como el de ese niño precoz y pícaro que un día le preguntó a su maestra: ¿Quiere que se lo toque la cucaracha con la lengüita? La maestra, sin dudar de la inocencia infantil, aceptó el pedido. Entonces el niño sacó la lengüita y se puso a cantar: La cucaracha/ la cucaracha/ ya no puede caminar...

La lengua, por ser un órgano vital tan antiguo como el hombre, es un tema que provoca discusiones y controversias, pues de ella hablan desde los doctos miembros de las Academias de la Lengua, hasta las comadres chismosas acostumbradas a batirla. Y, por añadidura, nadie está a salvo de ser pelado por una lengua viperina -como la de una suegra- o de ser redimido por la lengua piadosa de quien habla con el corazón en la boca.

Aquí los dejo, con la esperanza de que se animen a preparar un exquisito ají de lengua, aunque nomás sea para rendirle tributo al cocinero anónimo que tuve la ingeniosa idea de convertir en un manjar la lengua de vaca.

lunes, 7 de noviembre de 2011


VÍCTOR MONTOYA EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN COCHABAMBA

El escritor boliviano retornó al país para participar en la V Feria Internacional del Libro que, entre el 26 de octubre y el 6 de noviembre, se llevó a cabo en el campo ferial de la laguna Alalay, en Cochabamba.

El lunes 31 de octubre, junto a otros invitados especiales de Argentina, participó en la clausura del ciclo de conferencias sobre la vida y obra de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ernesto Sabato. En el homenaje, que la Cámara del Libro quiso resaltar por todos los medios, se inhibieron también audiovisuales sobre los dos autores, que dejaron una profunda huella en el contexto de la literatura boliviana y argentina respectivamente.

Víctor Montoya disertó sobre el compromiso social del escritor en la literatura latinoamericana contemporánea, tomando como ejemplos las obras y la militancia política de Quiroga y Sabato.

El martes 1 de noviembre, a las 18:30, en el salón Werner Guttentag, presentó su libro “Cuentos en el exilio”, que el grupo editorial Kipus reeditó para su distribución a nivel nacional. La presentación del libro estuvo a cargo de Adolfo Cáceres Romero y Gaby Vallejo Canedo.

El viernes, 4 de noviembre, dictó una conferencia magistral en el II Congreso Sur del IBBY (International Board on Books for Young People), que se dedica a la difusión de la literatura infantil y juvenil. El acto tuvo lugar en el Pabellón Unión Europea del campo ferial de Alalay, el viernes y sábado, entre las 9:00 y 18:30.

Entre los expositores del exterior estaban Manuel Díaz, de Venezuela; Ana Carlota González, de Ecuador; Franco Vaccarini, de Argentina. Víctor Montoya abordó el tema del derecho indiscutible que tienen los niños y jóvenes a contar con una literatura elaborada a partir sus necesidades y su desarrollo integral.

La presencia del escritor boliviano en la V Feria Internacional del Libro en Cochabamba fue sólo una parte de una larga agenda que tiene programada, con diversas actividades literarias y culturales, en ciudades como Tarija, La Paz, Oruro, Potosí y Santa Cruz.

Víctor Montoya retornó a Bolivia con las esperanzas de que sus conocimientos y experiencias sirvan para darle un mayor realce a la literatura nacional, que cada día se va consolidando en el ámbito de la literatura continental y mundial.

domingo, 30 de octubre de 2011


EL BUZÓN

Este insólito buzón, que representa a una mujer en posición de cuatro patas, tiene una ranura profunda desde donde termina el casto nombre de la espalda; una ranura abierta por la cual el cartero, sin pudor ni pensar dos veces, introduce los sobres de la correspondencia.

Como ven, a parte del número de la casa, no lleva una etiqueta con el nombre de la persona a quien corresponde este culo público, pero quizás sea mejor, pues así permanecerá en el anonimato y nadie le pedirá explicaciones por exponer el trasero de su mujer, como si fuese un objeto de uso colectivo, donde los peatones pueden pasar y posar sus manos como sobre una manzana partida de un tajo.

Para quienes prefieren a las mujeres en esta postura sexual, toparse con este buzón en la puerta de una vivienda particular, es lo mismo que compartir el libido del dueño de casa, quien, si no nos falla la intuición, debe tener una mujer cuyo mundo trasero fue digno de ser reproducido en este buzón broncíneo, donde cualquiera puede meterle la mano, mientras ella permanece de cuatro patas, como entregándose de retro, con las nalgas expuestas a la luz y el aire.

Este buzón, por su tema y forma, ha superado a los que son verticales u horizontales, y de seguro que, siendo de metal con tratamiento anti-corrosivo, es más perdurable que los fabricados en madera, plástico o aluminio. Sin embargo, no deja de ser motivo de controversias, sobre todo, en una época en que el culo de una mujer, al menos vista desde la perspectiva de las feministas, no puede usarse como un objeto de placer ni compararse con los buzones con otras formas y otros colores, decorados con un motivo animal o vegetal, como esos que se encuentran en el portal, el jardín o el cobertizo de una casa campestre.

Así como está, ofreciéndonos la plenitud de su trasero, no nos permite ver la portezuela que se abre con llave para extraer el correo privado. Pero si le damos la vuelta, lograríamos constatar que lleva un candado en la boca, y cuya llavecita para introducirla y abrirla está sólo en poder del dueño de casa. Él la asegura día a día, como si se tratara de un candado de castidad, para evitar que un ladrón de cartas meta la mano, el dedo u otro objeto ajeno al orificio del candado.

Tampoco parece estar ubicado en una zona discreta del patio de la casa, sino en plena calle, desprovista de valla de acceso a la puerta, por donde pasan y repasan los transeúntes en su diario trajinar. Por lo tanto, el culo abierto de este buzón está a disposición del primero que quiera usar la abertura de esta mujer en posición de cuatro patas, que nos recuerda a una perrita que despierta la pasión de los perros que la abordan con la lengua colgante y babeante, prestos a hincarle los colmillos en el pescuezo y penetrarla con su lanza roja como un clavo recién sacado del fuego avivado de la fragua.

Este buzón, que brilla con luz propia en la calle de una ciudad de cuyo nombre prefiero no acordarme, es un verdadero receptáculo, un culo predispuesto a recibir la correspondencia por la ranura que se le abre como si un certero hachazo le hubiese hendido las carnes, aparte de que un culo convertido en buzón inspira un oleaje de fantasías en quienes se conforman con la simple abertura que tienen en la puerta principal de su apartamento, por donde reciben el correo a diario, siempre por las mañanas y al levantarse de la cama.

No tengo un gusto específico en torno a la forma y el color de los buzones, que de algún modo representan los sueños y deseos de los dueños de casa, pero debo reconocer que también me hubiera gustado recibir mi correspondencia a través del culo abierto de este buzón, que atrae la atención y provoca una sensación de tener a una mujer como Dios la trajo al mundo y como el hombre la puso en la postura del can para saciar sus instintos salvajes.

Lo malo es que este buzón desaparecerá con el paso del tiempo, así esté hecho con un material resistente a las inclemencias de la intemperie, ya que el masivo uso del correo electrónico y el galopante desarrollo de la informática, darán fin con los carteros y con los buzones que hasta hace poco formaban parte del ornamento de una casa.

jueves, 13 de octubre de 2011


NO A LA VIOLENCIA

Hace mucho tiempo ya, mientras paseaba por las calles céntricas de Estocolmo, me llamó la atención esta escultura de bronce que, fijada sobre un pedestal de lustroso mármol, luce imponente entre las vidrieras de los edificios comerciales de Hötorget, por donde pasan y repasan los transeúntes, que no siempre se detienen a contemplar este revólver de cañón anudado, que el poeta y artista sueco Carl Fredrik Reuterswärd creó  en 1980, con el nombre de Non Violence  (No a la Violencia), en homenaje a su amigo John Lennon, quien, además de rebelde y músico genial, era un pacifista a carta cabal. No en vano se opuso a la Guerra de Vietnam y compuso sus famosas canciones Imagine y Give Peace a Chance, que pronto se convirtieron en los himnos de los movimientos declarados enemigos de la guerra.

Mas como la vida tiene muchas vueltas y no siempre da buenas sorpresas, el mundo quedó conmocionado al saber que el cantante del amor y la paz murió asesinado en Nueva York, la mañana del 8 de diciembre de 1980. Su asesino, un joven que horas antes le pidió su autógrafo y se declaró su fan, lo esperó en la puerta del edificio donde Lennon tenía un apartamento y, abordándolo por la espalda, le descerrajó cinco tiros por la espalda. La muerte fue casi instantánea. El cadáver fue incinerado y las cenizas esparcidas en Central Park, donde más tarde se creó el monumento conmemorativo Strawberry Fields, en memoria de uno de los íconos más significativos del pacifismo mundial.

Este famoso revólver de calibre 45 y tambor giratorio, que se inauguró en 1988 frente a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, ocupa en la actualidad un lugar de preferencia en varios países y en varias ciudades de Suecia, y no es casual que una de las réplicas estuviese en Estocolmo desde 1995, quién sabe si para burlarse de la hipócrita y decantada neutralidad de una monarquía parlamentaria que, a tiempo de criticar la política armamentista de las grandes potencias, exporta armas pesadas a las naciones más pobres de este pobre planeta en permanente conflicto bélico.

Debo reconocer que para mí, un apasionado de las armas de fuego, fue un impacto fuerte ver este revólver de semejantes dimensiones, aunque en el fondo pensé que esta escultura, nacida de la impotencia y el ingenio de un escultor pacifista, constituía un canto general a la paz y el amor, y un intento por convocarnos a la reflexión de que la violencia es innecesaria para resolver los conflictos que aquejan al género humano y que las muertes no mutiplican las vidas de quienes mueren en las guerras fratricidas por razones políticas, económicas, sociales, raciales, culturales o religiosas.

Ahora que estamos ante un revólver inhabilitado para disparar, sólo nos queda felicitarle a Carl Fredrik Reuterswärd por haber contribuido a la conciencia colectiva con un poderoso símbolo, como es esta arma de fuego que, siendo tan hermosa y peligrosa a la vez, refleja un cierto sentido de ironía de quien, además de ridiculizar a los pistoleros de todos los tiempos, deja constancia de su aprecio y admiración por John Lennon, cuya voz, junto al nombre de No a la Violencia de esta magistral obra fundida en bronce, se escucha como repiques de campana en los oídos de Oriente y Occidente.

Darse una vuelta por Hötorget, el centro más comercial y emblemático de Estocolmo, es un buen motivo para contemplar no sólo el edificio celeste de Konserthuset (La Sala de los Conciertos), donde anualmente se entregan los Premios Nobel, sino también un excelente pretexto para detenerse un instante ante este revólver de cañón anudado, que está situado en un lugar estratégico, como recordándonos que a unos doscientos metros más allá cayó también Olof Palme asesinado a pistoletazos, la fría noche del 28 de febrero de 1986.

Víctor Montoya junto al revólver de cañón anudado, Estocolmo, octubre, 2011. Foto: Miro Coca Lora.