RADIOGRAFÍA DE JULIO CORTÁZAR
Abrigo la esperanza de que alguien pueda
compartir conmigo la enorme impresión que causa esta fotografía encontrada en
la vidriera de un hospital, donde algún admirador -o admiradora- de Julio
Cortázar, luego de recortarla de una revista, la pegó cuidadosamente por las
cuatro esquinas. Cuando la miré de cerca, absorto por la iluminación frontal
que lo destaca tan vivamente, no resistí a la tentación de llevármela conmigo,
dispuesto a describirla para quienes no la conocían. Empero, debo reconocer que
no fue tarea fácil, sino un desafío contra la subjetividad que me acechaba a
cada instante, pues pasé varias horas queriendo describirla, sin conseguirlo, y
sólo quienes hayan pasado noches en vela, con una idea insistente que revolotea
en la cabeza, comprenderán la desesperación que supone intentar atrapar las
palabras exactas para describir una fotografía que de por sí es una poesía
hecha de luz y de sombra.
Querido Julio, en esta fotografía, más que en
ninguna otra, nos miras desde el fondo de tus ojos tiernos, mientras tu rostro,
marcado por una profunda expresión de melancolía, nos inspira un súbito respeto
y admiración por lo que fuiste en la sencillez y el silencio, circunstancias en
las cuales aprendiste a comunicarte más con los gestos que con palabras, como
todo gran escritor que manifiesta sus pensamientos y sentimientos a través de
la palabra escrita, de esos pequeños grafemas que tú, desde niño, escribías con
el dedo en el aire, como si se trataran de signos mágicos que nacían de tu
imaginación o a partir de un palíndromo, donde la palabra Roma se leía amoR al
invertirla.
Al contemplar intensamente esta fotografía, en
la cual apareces con la melena y barba leoninas, crecidas con tanta rebeldía
como las llamas de tu alma, te imagino en tu escritorio cual gigante perdido en
el País de las Maravillas,
escuchando las improvisaciones del jazz, leyendo los libros de tu preferencia
o, simplemente, acariciando el lomo de tu gata Flanelle, cuyo ronroneo era la
única música que rompía la monotonía del silencio.
Apenas miro tu jersey de mangas largas y
cuello alto, te imagino en invierno, deslizándote por las calles mojadas de una
ciudad grisácea, envuelto en una gran bufanda, y en verano, tendido a la sombra
de un árbol, los ojos clavados en el vacío y meditando en la dimensión de tu
obra, donde la fantasía y la realidad se funden como las dos caras de una misma
medalla. A ratos, me parece oírte hablar con voseo argentino y erre afrancesada sobre Fidel y la
revolución cubana, país donde redescubriste la alegría, la solidaridad, la
espontaneidad y los temas latinoamericanos, tras haber pasado media vida en
París, en esa ciudad que amabas y odiabas al mismo tiempo.
Cuando leí una de tus cartas escritas a Fernández
Retamar -Director de Casa de las Américas (nuestra casa)-, me quedé sin aliento
y con el corazón partido, ya que no me convencía cómo un cronopio de tu talla podía sentirse solo y extranjero en el barrio
15 de París, recluido en una casita alta y angosta como tu imagen. Mas recién
ahora, al releer El perseguidor
(ese excelente relato inspirado en Charlie Parker, el famoso Bird, el jazzman que alucinaba con la droga y el alcohol, y hacía alucinar
con el saxofón a los amantes de su música), puedo comprender el porqué de tu
soledad y tu amor desmedido por la humanidad y sus asuntos, que la vida de
Charlie Parker te enseñó a mirar por dentro, desde el fondo mismo del ser, y
lejos de la superficialidad que nos corroe cada día. Asimismo, debo decirte que
tu sensibilidad -o hipersensibilidad- de hombre de letras te llevó a tomar
partido por la justicia social y la defensa de los procesos socio-políticos que
expresaban el sentir popular; la prueba está en el compromiso que asumiste con
la revolución cubana, con los acontecimientos de mayo del 68 en París o con la
revolución sandinista, que tan bien la retrataste en tu Nicaragua tan violentamente dulce. Sin lugar a dudas, tu obra
literaria se fundió con las luchas de emancipación desde cuando comprendiste
que el socialismo democrático era la única alternativa histórica capaz de
abolir la explotación del hombre por el hombre. Pero ahora que ya no estás
entre nosotros, porque la muerte te privó de ver los bruscos virajes que se
produjeron en el mundo, desde la caída del Muro de Berlín hasta el trágico
resurgimiento de los nacionalismos, sólo me cabe imaginar que tú no darías un
solo paso atrás, convencido de que la humanidad no volverá la rueda de la
historia y resistirá los embates del imperialismo como lo está haciendo Cuba,
esa pequeña isla y esa gran causa que tanto amaste en vida.
Así, pues, querido Julio, ante esta hermosa fotografía que te retrata el
alma de niño grande y bueno, constato una vez más que fuiste un cronopio de verdad, un ser magnífico
cuyo espíritu era portador de los mejores valores humanos, un hombre en quien
se podía depositar toda la confianza del mundo como en una cajita que guarda
los secretos más íntimos bajo siete llaves; es más, al mirar tus grandes manos
pecosas, puedo también constatar que tus brazos de boxeador están aún
dispuestos a batirse con los adversarios de los desposeídos en El último round, en ese round
en el que te acompañaremos los hinchas de tu obra, que es tan grande como fue
tu vida.
Julio Cortázar, foto de Ulla Montan
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