LA SENSUALIDAD TIENE CUERPO DE MUJER
El pintor inglés John William Godward (1861 – 1922), como
pocos artistas de su época, concita la sensibilidad humana con su arte, debido
a que la mayor parte de sus pinturas muestran a mujeres semidesnudas o
parcialmente desnudas.
Estas hermosas féminas, ataviadas con prendas translúcidas a
la usanza de la antigua Grecia y Roma, resaltan las formas curvilíneas de sus
cuerpos, revelando sus abultadas caderas, sus protuberantes nalgas y unos
turgentes senos que, libres de toda banda de tela o fascia pectoralis, asoman por debajo de la túnica como frutos
tropicales.
No pocas veces,
estas modelos de carne y hueso, que lucen la túnica interior de seda hasta los
pies y ceñida a la cintura con una franja púrpura, aparecen despojadas de sus
alhajas, como las ajorcas, collares, pendientes, anillos, broches, tocados y
agujas largas para sujetar los pelos recogidos en moño. Es muy probable que el
pintor las prefería así, sin joyas ni prendas inferiores, a la hora de
inmortalizarlas en los lienzos cual ninfas de paraísos perdidos.
Estas pinturas, de colores cálidos y motivos deslumbrantes, eran las
iconografías del erotismo de su época, mucho antes de que los cuerpos desnudos
invadieran los medios audiovisuales, donde la desnudez de los actores y las actrices,
con atributos sexuales remarcables y físicamente atractivos, aparece vinculado
al erotismo más desenfrenado, que la industria de la pornografía usa como un
recurso expresivo para retratar la vulnerabilidad de nuestro cuerpo o como
metáfora de la fragilidad del mismo en escenas impactantes y conmovedoras que,
despojadas de toda connotación moral, nos despiertan el apetito sexual hasta
arrastrarnos al límite de un orgasmo salvaje y explosivo.
John William
Godward, sin embargo, a diferencia de los productores de la pornografía
moderna, nos plantea en sus cuadros una forma velada de desnudez en los cuales
el cuerpo aparece semi cubierto por vestiduras, sombras o superficies, que
permiten entrever sólo algunas partes del mismo, consciente de que las zonas
más íntimas había que dejárselas a la imaginación del espectador.
Es lógico
considerar que el artista, que se dejó llevar por la intuición de enseñarnos la
belleza femenina desde su más recóndito secreto, utilizó las paletas y los
pinceles para retratar un mundo que le fascinaba desde su perspectiva de macho
lujurioso, pero con el cuidado de no romper con los cercos de la sensualidad,
conforme sus cuadros fuesen una forma de erotismo apta para todo público.
Para quienes conocen el arte de la desnudez, desde la antigüedad hasta
nuestros días, es fácil identificar las pinturas de Godward como strategic nude
scene (escena de desnudo estratégico), ya que las modelos, aparte de
lucir sus mejores poses artísticas y una coquetería a flor de piel, no exhiben
su monte de Venus, por lo que el estado de desnudez se mantiene sólo en el
ámbito de lo sugerido.
John William
Godward, para asegurar que sus trabajos llevaran el sello de autenticidad,
incorporó de manera meticulosa detalles importantes en sus cuadros:
arquitectura clásica, ornamentos de mármol con bajorelieves, indumentaria de la
antigua Grecia y Roma, pieles de animales, bosques y flores silvestres.
Las mujeres en
posturas estudiadas, en tantos lienzos de Godward, causan en muchos una
confusión en cuanto a la escuela pictórica a la que perteneció y no pocos lo
catalogan equivocamente como prerrafaelita, cuando en realidad era un “Alto
Soñador Victoriano” Neoclasicista, fascinado por la producción de imágenes
fascinantes de un mundo que, dicho sea de paso, idealizó como en un trance
onírico.
Es cuestión de ver varios de sus cuadros para advertir que Godward eran
un Victoriano Neoclasicista y, por lo tanto, un seguidor de la obra de Frederic
Leighton. Aunque para algunos estudiosos del arte, como en cualquier
especulación de diletantes, su obra está más próxima, estilísticamente, a la de
Sir Lawrence Alma-Tadema, con quien compartió el gusto por la interpretación de
la arquitectura clásica, en particular, restos de edificios construidos en
mármol. Sólo que en el caso de Godward era imprescindible incluir en el
escenario, en primera plana y con vibrante colorido, a mujer de cuerpos y
rostros divinamente despampanantes.
No es menos
espectacular la vida de este pintor inglés, que vivió contra corriente, como un
ser incomprendido por su entorno más cercano. Se cuenta que el día en que se
trasladó a Italia, con una de sus modelos, su familia rompió todo contacto con
él y recortó su imagen de los cuadros de la familia. Por eso sus biógrafos aseveran que no se
conocen fotografías de este pintor que se suicidó en 1922, a los 61 años de
edad, luego de dejar una nota en la que se leía que “el mundo no era bastante
grande” para él.
Su familia,
que desaprobó desde un principio su vocación de artista, se avergonzó de su
suicidio y quemó parte de sus papeles, que hoy podían haber sido un excelente
testimonio de un hombre que vivió, por un lado, atormentado por su genio
creativo y, por el otro, rodeado por las musas que lo inspiraron a lo largo de
su carrera. Ellas, desde los cuadros que cuelgan en museos y colecciones
privadas, le sobrevivieron a su retratista, cuyo talento estaba destinado a
sobreponerse al tiempo y el olvido.