sábado, 1 de enero de 2011


EL TÍO DE LA MINA

Querido Tío:

En esta fotografía, captada en el interior de la mina, destaca tu estatuilla de greda en medio de las ofrendas que te dejaron los mineros, quienes, sentados en los callapos de la galería, pijcharon en tu presencia, suplicándote que les concedas el filón más rico de estaño y les protejas de las enfermedades y los peligros. Las botellas de aguardiente son para aplacar tu sed y rendirte culto, pero también para ch’allar en honor a la Pachamama, la divinidad andina que no se ve pero que guarda las riquezas en sus entrañas.

Si te miro de cerca, escrutando los detalles de tu imagen, veo que tienes la nariz y la boca ennegrecidas por el humo de los k’uyunas, los ojos redondos como canicas de cristal, los brazos ligeramente flexionados y el cuerpo cubierto con confetis y serpentinas. En realidad, si hablamos con propiedad, diríamos que tienes el rostro más desfigurado que el Fantasma de la Opera y el cuerpo más contrahecho que un monstruo con cola y cuernos. Quizás por eso vives desterrado en la zona más sombría y profunda de la mina, cuyas galerías no son el reino de Hades ni el infierno de Dante, sino un recinto tenebroso sólo conocido por los trabajadores del subsuelo, donde los devotos te temen más que a Dios y los supersticiosos te veneran más que a la Virgen del Socavón.

Por otro lado, según la versión católica, eres el ángel celestial que, por haberte rebelado contra la voluntad suprema de tu Creador, fuiste condenado a sufrir un castigo eterno entre las llamas del infierno. Pero tú, generador de beneficios y maleficios, no llegaste ni siquiera hasta las puertas del purgatorio; preferiste amalgamarte con el Huari y el Supay de la mitología andina, hacerte llamar Thiula y meterte en los socavones de la mina, en cuyas tinieblas instalaste tu trono y tu reino. Desde entonces eres el dueño de los minerales y el amo de los mineros, quienes, en actitud de sumisa veneración, te rinden pleitesía al entrar y al salir de la mina, tributándote hojas de coca, k’uyunas y botellas de aguardiente, sin más intención que manifestarte su fe y cariño, y pactar contigo en una suerte de ritual milagroso. Aunque eres un ser ambivalente, mezcla del Bien y del Mal, ejerces una influencia decisiva sobre la vida de los habitantes del altiplano, donde te atreviste a medir tus fuerzas satánicas con las fuerzas divinas de Dios.

En vísperas del Carnaval, los mineros ch’allan tu cueva, adornan tu cuello con serpentinas y arrojan puñados de confetis y confites alrededor de tu trono, donde tú estás sentado, viendo cómo te miran el pene largo, grueso y erecto. Después te disfrazas de Lucifer y sales de la mina, con la alegría de bailar en la fraternidad de los diablos, bebiendo los tragos que te ofrece la gente y enamorándote de las doncellas más hermosas que, en honor a tu esposa perversa (la Chinasupay), se disfrazan de diablesas; botines de tacos altos, polleras cortas, blusas vaporosas y chaquetas drapeadas con saurios, arácnidos y batracios. Las diablesas tienen la máscara con ojos saltones y pestañas largas, pómulos de granate y labios sensuales, tan sensuales que, además de esbozar una sonrisa tentadora, dejan entrever una hilera de dientes engastados con piedras preciosas.

Tú bailas al compás de la música de tamboreros, platilleros y soplalatas, arrastrando el aire con tu capa de terciopelo y tu cetro de mando, mientras las diablesas, acosadas por los jukumaris y mallkus, coquetean alrededor del arcángel San Miguel, enseñándole el contorno de las piernas y cubriéndose las tetas con sus cabelleras recogidas en trenzas.

Tu traje de Lucifer, que parece hecho de luces y de sueños, es uno de los indumentos más envidiables del Carnaval orureño, donde todos te miran y admiran desde el fondo del espanto. Tu capa de terciopelo, lujosamente bordada con hilos de oro y plata, está adornada con víboras, lagartos y dragones; en cambio tu faldellín y tu pechera, salpicados de botones, lentejuelas y cristales, tienen figuras ornamentadas con relumbrante pedrería; tus botas y tus guantes lucen relieves de sapos, arañas y alacranes; mientras los pañolones que llevas al cuello, confundiéndose con tu larga cabellera, son adornos que flotan al aire como ramilletes de flores; tu máscara, deformada hasta el límite del horror, tiene la nariz estallada, las orejas puntiagudas y los dientes feroces; tus ojos, grandes y rotativos como los de un camaleón, desprenden colores vivos en el día y luces fosforescentes en la noche. Y para infundir miedo y respeto entre tus súbditos, llevas una serpiente de tres cabezas entre los cuernos alambicados de tu frente.

Pasado el Carnaval, en cuyo ámbito maravilloso te entregas por completo al baile, al amor y al alcohol, vuelves a entrar en las tinieblas de la mina, donde no eres más el Lucifer sino el Tío protector de los mineros. Ellos te consideran el sincretismo cultural entre la religión católica y el paganismo ancestral, no sólo porque formas parte de una leyenda que gira en torno a la mina y sus asuntos, sino también porque eres un ser mítico capaz de esclavizar y liberar a los hombres con tus poderes mágicos.

Por lo demás, ahora que vuelvo a mirar tu imagen, tengo la horrible sensación de que me persigues como si fueras mi propia sombra; a veces estás más cerca de mí que Mefistófeles de Fausto y siento que quieres hacerme caer en la tentación, induciéndome a cometer pecados horrorosos de los que no me salvaría ni la muerte. Asimismo, en el misterioso laberinto de los sueños, asumo tu imagen para hablar con voz de diablo, como si de veras existieras en la realidad y no sólo en la fantasía de quienes, acosados por el miedo y la superstición, te imaginan más peligroso que el dragón y más feroz que el Minotauro, mitad bestia y mitad humano.

Glosario

-Callapos: Troncos de árbol. Escalones de mina.
-Ch’allan: Celebran un acontecimiento rociando el suelo con alcohol, chicha o cerveza. Ofrenda o sacrificio en honor al Tío.
-Chinasupay: Diablesa. Deidad y esposa del Tío.
-Huari: Deidad mitológica de los urus, protector de los auquénidos y personaje simbolizado por el Tío de la mina.
-Jukumaris: Osos. Simbolizan la fuerza del pueblo andino, pero también la penetración europea en el territorio de los urus.
-K’uyunas: Cigarrillos.
-Mallkus. Cóndores.
-Pachamama: Madre Tierra. Divinidad de los Andes.
-Pijcharon: Mascaron coca.
-Supay: Diablo, Satanás. Personaje que representa la simbiosis entre la religión andina y la religión católica.
-Thiula: Tío.
-Tío: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas.

jueves, 30 de diciembre de 2010


CONCURSO DE MICRORRELATOS MINEROS

El VII Concurso de Microrrelatos Mineros MANUEL NEVADO MADRID fue convocado por la Fundación Juan Muñiz Zapico en septiembre de 2010, recibiéndose 155 microrrelatos. Un año más el concurso ha marcado su claro componente estatal con 45 participantes de Asturias y 80 del resto de España. Sin olvidarnos de la participación internacional con 17 concursantes, principalmente de Latinoamérica, EEUU, Alemania, Noruega o Italia. Este concurso sigue siendo el único en el mundo por su temática exclusivamente minera.

El Primer Premio recayó en el relato La última puerta abierta de la madrileña Paloma Hidalgo Díez. El Accésit Asturiano es para Texedora de suaños de turones Alberto Carrio Sampedro. El Accésit Joven (menor de 26 años) para El gato del Astronauta de la santanderina Laura González Tirador. Y el Accésit Testimonio Histórico para Octubre de David Fernández Tamayo, de Madrid.

La calidad de los microrrelatos presentados fue resaltada por el jurado mediante la mención, en sus respectivas categorías, a otros 9 microrrelatos. Siendo Mención Especial en Asturiano Colás, el de Rufona de Miguel Redondo García y Por un poco de maíz de Roberto Fernández Osorio. Con Mención Especial Testimonio Histórico Es otoño y no llueve de Rosi Serrano Romero, Truco de magia de Juan Luís Ruiz Sánchez de Molina y De la Pañoleta al mar de José Quesada Moreno. Mención Especial Joven a La primera mina de Lorena Escudero Sánchez y De cuando truena de Elena Martínez Martínez Por último, se hizo Menciones Especiales en Castellano a El carbón perpetuamente es negro de David Castrillo Cachón y El mensaje de la lámpara de Gabino Busto Hevia.

El jurado estuvo compuesto por el catedrático de literatura Benigno Delmiro Coto, presidente del mismo. Junto al escritor boliviano afincado en suecia Víctor Montoya. Ana Alonso Cabrera, Secretaria de Mujer y Cultura de CCOO de Asturias. Marcelino Álvarez, Presidente del CJPA y la periodista Matu Fernández.

El fallo del jurado se publicó en nuestra web: www.fundacionjuanmunizzapico.org el 4 de diciembre de 2010, festividad de Santa Bárbara. Leyéndose ese mismo día el ganador en el festival musical De castilletes y carbón organizado por la Fundación Nuberu en el Pozo Mª Luisa. Los cuentos serán publicados en un libro a principios del 2011.

Fundación Juan Muñiz Zapico

martes, 28 de diciembre de 2010


TESTIMONIO Y MEMORIA HISTÓRICA EN BERLÍN

En junio de 2010, un día soleado en Estocolmo, me contactó la artista y documentalista Karen Michelsen, luego de haber leído mi cuento En el país de las maravillas en la antología Vivir en otra lengua, de Esther Andradi, quien tuvo la gentileza de proporcionarle mi correo electrónico. La razón era simple: invitarme a participar en el proyecto Entfesselte Worte (Palabras Desencadenadas), cuyo principal objetivo era llevar a cabo un ciclo de conferencias sobre la literatura escrita en prisión. Me especificó que todo el proyecto estaba bajo la responsabilidad de MEMOS, una organización ideal con sede en Berlín, que asumió la difícil tarea de rescatar la memoria histórica en torno a las crisis y los conflictos en el mundo.

Me llamó la atención el nombre de la organización y quise saber algo más sobre sus actividades desde el día de su fundación. Así que busqué más información en Internet y, para mi grato asombro, me encontré con una página Web en alemán. En el portal se lee: Verein für Erinnerugskultur zu Krisen und Konflikten (Asociación para la Cultura de la Memoria, Crisis y Conflictos). Seguidamente se informa que MEMOS es un foro para conservar la memoria histórica y cultural de quienes han sufrido la violencia bajo regímenes totalitarios en los distintos países, incluido Alemania, donde viven personas con una experiencia marcada por la presecución, la tortura y los conflictos armados. Se aclara, con absoluta razón, que estos testimonios no sólo forman parte de una biografía personal, sino que también son importantes documentos históricos, que deben ser registrados y archivados para la posteridad.

La misión de MEMOS es crear un archivo, muy parecido a los que se tiene sobre el holocausto del nazismo, con el fin de darlo a conocer a un público mayor a través de actividades concretas, como son las conferencias, exposiciones, lecturas y talleres, con la participación de personalidades del ámbito científico, literario, artístico y periodístico, sin otro afán que motivar un debate necesario, abierto y dinámico sobre la memoria histórica y cultural de los pueblos.

La asociación MEMOS, que actualmente redobla esfuerzos por establecer una red nacional e internacional que articule a personas y organizaciones comprometidas con la defensa de los Derechos Humanos, está compuesta por la antropóloga y documentalista Judith Albrecht, quien es la directora y promotora de este valioso proyecto; la antropóloga Anne Wermbter, experta en conflictos bélicos y desastres naturales; la politóloga y periodista Sabine Rietz, quien trabajó durante años con la situación de los inmigrantes y refugiados en Alemania. Se trata, sin lugar a dudas, de un grupo de activistas capaces de documentar los recuerdos y testimonios de las personas cuya dignidad fue vulnerada por los sistemas de poder.

La conferencia

En la conferencia, programada para el sábado 27 de noviembre por la noche, hablé de mi experiencia de antes, durante y después de la cárcel, sin dejar de mencionar que yo, sin saberlo hasta diciembre de 1992, fui una víctima más de los sistemas de torturas que aplicaron las dictaduras militares durante la tristemente célebre Operación Cóndor; esa enorme maquinaria del terror institucionalizado de la que me enteré en Suecia, quince años después de haber salido al exilio.


La conferencia, que se inició con la exhibición de un vídeo/entrevista, de diez minutos de duración y con subtítulos en alemán, contó con la presencia del Embajador de Bolivia y de personas interesadas en la memoria histórica de América Latina. Leonor Abujatum, a manera de introducción, disertó sobre la importancia de mi obra en el contexto de la literatura boliviana contemporánea, haciendo énfasis en los relatos que abordan el tema de la represión política durante la dictadura militar. Seguidamente, leí tres textos de mi libro Cuentos violentos, que fueron traducidos al alemán por Claudia Wente y leídos por el actor Tim Knapper. Al final de la conferencia pasé a contestar las preguntas de los presentes, quienes tenían interés en tratar temas concernientes a la política, la literatura y los actuales retos del gobierno boliviano.

La Operación Cóndor

La Operación Cóndor o Plan Cóndor, que se constituyó en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado, fue establecido el 25 de noviembre de 1975 en una reunión realizada en Santiago de Chile entre Manuel Contreras, jefe de la DINA (policía secreta chilena), y los líderes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay.


La Operación Cóndor, cuyo plan siniestro consistía en instrumentar apresamientos, asesinatos y desapariciones forzadas de decenas de miles de opositores políticos, fue posible debido a una red de dictaduras establecidas en el Cono Sur. El general Alfredo Stroessner llevaba ya una década en el poder en Paraguay -desde 1954- cuando los militares brasileños derrocaron al gobierno democrático y popular de João Goulart, en 1964.

En Bolivia, después de una serie de golpes de Estado, se instaló en el Palacio Quemado una Junta Militar al mando del general Hugo Banzer Suárez, que dejó un reguero de muertos y heridos desde agosto de 1971. Durante su gobierno se inició el boom del narcotráfico, que se prolongó hasta la década de los '80, y se perpetró el asesinato de tres militares cuya imagen y popularidad se convirtió en un peligro dentro de las Fuerzas Armadas: Andrés Selich, Joaquín Zenteno Anaya y Juan José Torres. Más todavía, la osadía de Banzer, en plena Guerra Fría, le impulsó a declarar: Mientras en Europa se peleaba con la diplomacia, en Latinoamérica nosotros poníamos los muertos.


El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet, con el apoyo y las instrucciones de la CIA, terminó con el experimento socialista de un gobierno elegido democráticamente, derrocando al presidente Salvador Allende, quien se suicidó en la Casa de la Moneda sitiada por disparos y bombardeos. Ese mismo año, coincidiendo con el plan general de ajustar el Cono Sur, donde crecían movimientos populares de envergadura, Juan María Bordaberry posesionó a una dictadura cívico-militar que, entre 1973 y 1985, asesinó, torturó, encarceló, secuestró y desapareció a los activistas de izquierda, bajo el argumento de lucha contra la subversión.


El 24 de marzo de 1976, una Junta Militar, presidida por el general Jorge Rafael Videla, asaltó el poder en Argentina, país en el cual había comenzado a actuar la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) desde el 21 de noviembre de 1973, cuando Juan Domingo Perón todavía era presidente. La Triple A actuó, en una coordinación criminal, con la dictadura de Pinochet. Esto surgirá en las investigaciones sobre la Operación Colombo, un modelo de guerra sucia que actuó impunemente en 1975.

La DINA chilena y la SIDE argentina, a patir de 1976, fueron la vanguardia del Plan Cóndor. De ahí que durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, en Argentina, no sólo se torturaron y asesinaron a los prisioneros, sino que también se conoció casos de tráfico de bebés, que eran los hijos de las prisioneras que dieron a luz en las mazmorras de la dictadura y que, una vez arracandos de los brazos de sus madres y suprimida su identidad, fueron entregados en adopción a oficiales o personas afines a la dictadura militar. La mayoría de estos hijos de desaparecidos aún tienen un paradero desconocido, a pesar de los esfuerzos desplegados por las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes durante años lucharon por identificarlos y devolverlos al seno de sus verdaderas familias.


A estas alturas de la historia, para nadie es desconocido que los vuelos de la muerte, que fueron también utilizados durante la Guerra de Independencia en Argelia (1954-1962) por las fuerzas francesas, se aplicaron impunemente en Argentina, a fin de que los cadáveres, y por lo tanto las pruebas, desaparecieran sin dejar rastro alguno. Según confesiones de Rodolfo Scilingo, ex oficial de marina, se sabe cómo se llevó a la muerte a personas con vida, lanzándolas desde un avión al Río de la Plata. No importaba mucho si los prisioneros estaban conscientes o sedados. Lo importante era deshacerse de ellos a como de lugar. En los vuelos de la muerte fueron eleminados alrededor de 2.000 detenidos políticos.

La Operación Cóndor, además de las torturas y asesinatos, se ocupó de la captura y entrega de personas consideradas sediciosas o subversivas por los distintos regímenes dictatoriales. Es decir, los aparatos de represión no sólo intercambiaron información por encima de las fronteras nacionales, sino que también intercambiaron prisioneros. No en vano un documento desclasificado de la CIA, con fecha 23 de junio de 1976, explica que ya a principios de 1974, oficiales de seguridad de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia se reunieron en Buenos Aires para preparar acciones coordinadas en contra de blancos subversivos. En el acta de clausura de la reunión Interamericana de Inteligencia Nacional, se apuntó, entre otros, Iniciar contactos bilaterales o multilaterales, proporcionar antecedentes de personas y organizaciones conectadas con la subversión y establecer un directorio completo con los nombres y las direcciones de aquellas personas que trabajen en Inteligencia para solicitar directamente los antecedentes de personas y organizaciones conectadas directa o indirectamente con el Marxismo...

Los Archivos del Terror

La Operación Cóndor, que estaba en pleno apogeo entre 1975 y 1982, utilizó la tortura como el arma principal de lucha contra la subversión en el concepto de la guerra sucia. Por lo tanto, los prisioneros, considerados peligrosos para el orden y la ideología instaurados por las dictaduras militares, fueron sometidos a interrogatorios con apremios psico-físicos.


En el libro Nunca Más, informe e investigación que fue presidido por el escritor Ernesto Sábato, no sólo se echa luces sobre las desapariciones, secuestros y torturas, sino además se relata que los instrumentos, métodos y grado de crueldad de los tormentos, excede la comprensión de una persona normal: simulacros de fusilamiento, el submarino, estiletes, pinzas, drogas, el cubo (inmersión prolongada de los pies en agua fría/caliente), la picana eléctrica, quemaduras, suspensión de barras o del techo, fracturas de huesos, cadenazos, latigazos, sal sobre las heridas, supresión de comida y agua, ataque con perros, rotura de órganos internos, empalamiento, castraciones, presenciar la tortura de familiares, mantener las heridas abiertas, permitir las infecciones masivas, cosido de la boca... El sadismo de los torturadores es un dato común. Todos los detenidos/desaparecidos eran torturados: hombres, mujeres, ancianos, ancianas, adolescentes, discapacitados, mujeres embarazadas y niños (hay varios casos de niños menores de 12 años torturados frente a sus padres). En el caso de las mujeres, se combinaba la violación con la tortura.

En la Escuela de las Américas, situada desde 1946 a 1984 en Panamá, se adiestró a centenares de oficiales en acciones preventivas (métodos de tortura) y asesinato, con el fin de sembrar el pánico y el terror entre los activistas de la izquierda latinoamericana. Según algunas investigaciones, se deduce que la división de servicios técnicos de la CIA suministró equipos de tortura y ofreció asesoramiento sobre el grado de shock que el cuerpo humano puede resistir. De ahí que los métodos de tortura fueron similares en todos los países del Cono Sur, donde las fuerzas policiales fueron puestas bajo la autoridad del Ejército, y en particular de los paracaidistas, quienes generalizaron las sesiones de interrogatorio, la utilización sistemática de la tortura y las desapariciones.


Las víctimas de la Operación Cóndor se cuentan por millares en América Latina. En Uruguay, en tiempos de la dictadura, había un preso por cada 500 habitantes, en Paraguay se echaba en prisión al primero que opinaba en contra del régimen de Stroessner, en Chile la palabra tortura pasó a formar parte del lenguaje coloquial durante el régimen de Pinochet, y en Argentina, donde desaparecieron miles de presos en las mazmorras, todos los sectores de la sociedad resultaron afectados por la brutalidad de los aparatos represivos que pretendían combatir la subversión por medio de la tortura y el terror institucionalizado.

Todos estos actos, calificados de lesa humanidad, no fueron públicamente conocidos hasta el 22 de diciembre de 1992, en que un volumen importante de información sobre la Operación Cóndor salió a la luz cuando el juez José Fernández y el abogado Martín Almada, profesor y ex preso político paraguayo, descubrieron en la antigua comisaría de un suburbio de Asunción, concretamente en Lambaré, los archivos secretos del Plan Cóndor, que pasaron a ser conocidos como los Archivos del Terror. Se trata de toneladas de papel que revelan la entretela de la mayor organización represiva del Cono Sur, incluyendo su lenguaje cifrado y codificado. En estos archivos están registrados, de manera detallada, 30.000 desaparecidos, 50.000 asesinados y casi medio millón de encarcelados por los servicios de seguridad en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Y todo esto sin contar a quienes fueron torturados, asesinados y desaparecidos antes y después de la Operación Cóndor.

Un testimonio personal

Todo comenzó a mediados de 1976, el día que me detuvieron los agentes del Ministerio del Interior en la ciudad de Oruro, donde estaba clandestino junto a un grupo de dirigentes mineros de Siglo XX y Llallagua, poblaciones ubicadas al norte del departamento de Potosí.

Me torturaron varios días y varias noches. Fui sometido a casi todos los métodos de suplicio que, en los años ‘70 y ‘80, utilizaron las dictaduras militares latinoamericanas en su denominada lucha contra la subversión comunista.

Los mismos métodos se aplicaron en otros países: la represión sistemática, las amenazas y las torturas, que tenían la brutal consecuencia de marcar de por vida y llevar el martirio al límite de la pesadilla. En este contexto, los latinoamericanos fuimos perseguidos y torturados por el simple delito de haber simpatizado con las ideas libertarias y habernos opuesto a la brutalidad de los regímenes totalitarios.


Durante las sesiones de tortura, me desnudaron completamente y me encapucharon para que no viera ni reconociera a mis torturadores. Me hicieron la percha del loro, amarrándome con una cuerda los pies y las manos en una barra colocada de manera horizontal, probablemente, sobre el respaldo de dos sillas, y, mientras me interrogaban entre gritos e improperios, me golpeaban por todas partes.


Después me hicieron el submarino, que consiste en sumergir al preso, encapuchado y las manos atadas a la espalda, en un recipiente o turril de aguas servidas a manera de intimidarlo y provocarle náuseas. Algunas veces, me sujetaron de pies y manos en una silla o en un somier, donde, luego de echarme agua fría, me aplicaron la picana eléctrica o maquinita de picar carne humana en las zonas más sensibles del cuerpo, como ser la lengua, las orejas, los testículos y el ano. La maquinita de picar carne humana es un magneto que da golpes de corriente o descargas sostenidas en contacto con el cuerpo. Y, claro está, mientras me torturaban una y otra vez, subían el volumen de una radio para que no se oyeran mis gritos de dolor.

 
Me dejaron con el rostro y el cuerpo lleno de hematomas y contusiones, tras haberme propinado patadas y puñetes, y haberme golpeado con la culata de un fusil y otros objetos contundentes. La tortura, aun no teniendo nombre ni rostro, es ejecutada por individuos que asumen la función de verdugos, como si dentro de ellos cargaran una bestia o un asesino potencial.

Las torturas comenzaron en el Departamento de Orden Político de la ciudad de Oruro, prosiguieron en los sótanos del Ministerio del Interior y culminaron en el Departamento de Orden Político de la ciudad de La Paz.

Concluidas las torturas y los interrogatorios, me encarcelaron en el Panóptico Nacional de San Pedro y en otras prisiones de alta seguridad, hasta que Amnistía Internacional, que hizo una campaña a mi favor y me adoptó como a uno de sus presos de conciencia, me ofreció asilo político en Suecia. Así llegué a Estocolmo, directamente de la cárcel en 1977.

Por todo lo relatado, es justo que me considere una víctimas más del terrorismo de Estado que las dictaduras militares aplicaron sistemáticamente contra sus opositores políticos.

Los métodos de tortura, que iban desde el simulacro de fusilamiento hasta el maltrato físico, tenían la intención de doblegar la voluntad más firme del prisionero. Sólo quien haya sufrido el tormento en carne propia, con métodos y utensilios diversos, sabe que este acto inhumano y despiadado es más doloroso que la muerte y el olvido.

Por fortuna, quienes sobrevivimos a las mazmorras de las dictaduras, hemos denunciado las atrocidades que nos tocó vivir en carne propia, con la única intención de dejar un testimonio vivo a las generaciones del presente y del futuro, que deben aprender a decir: Nunca más a las dictaduras ni a las torturas.

La represión en Cuentos violentos

El tema de la tortura, en tiempos en que el clamor popular pide que los ex dictadores sudamericanos sean juzgados por sus delitos de lesa humanidad, vuelve a ser un punto de apoyo para no olvidar el pasado ni repetir la historia. Por eso mismo, todos los testimonios, y en todas las manifestaciones del arte, son necesarios para esclarecer uno de los acontecimientos más sombríos de la historia contemporánea.

Yo escribí un libro de cuentos que revela los crímenes cometidos por el régimen dictatorial de Hugo Banzer Suárez. El libro, publicado en 1991, con el título de Cuentos violentos, describe en sus páginas, impregnadas de realismo descarnado y hechos insólitos, los sótanos dantescos de las cámaras de tortura a partir de una experiencia personal y colectiva, con la única preocupación de rescatar la voz anónima de las víctimas y dejar un testimonio vivo de la flagrante violación a los Derechos Humanos.

 
Cuentos violentos, a dos décadas de su publicación, cuenta con lectores en diversos países y forma parte de esas obras que perpetúan la memoria histórica. Varios de los cuentos, de un modo implícito o explíco, denuncian los atropellos a la dignidad humana, que las dictaduras cometieron antes, durante y después de que se firmara el documento de fundación del Plan Cóndor; más todavía, aun siendo un trabajo de carácter literario, donde se ensamblan los elementos de la realidad y la ficción, aporta datos para seguir el juicio contra los responsables de los crímenes, con la esperanza de que no queden impunes ni se olvide la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado.

En Cuentos violentos, aparte de reflejar la tragedia de un país asolado por una dictadura, he logrado escribir la experiencia vivida y sufrida por un grupo de luchadores sociales, sin otro afán que el de recuperar los eslabones perdidos de la memoria. No en vano estos cuentos, tras una apariencia de literarura de ficción, hoy constituyen un testimonio valioso y una clara denuncia de la represión política que los sistemas de poder institucionalizaron en el Cono Sur de América Latina.

En síntesis, cumpliendo mi deber de creador y comunicador social, debo manifestar que he logrado forjar, sin más recurso que la memoria honesta y modesta, una literatura de conciencia crítica, desde el Tablero de la muerte, que recrea la captura y muerte del Inca Atahuallpa, hasta Días y noches de angustia que, además de desvelar las atrocidades cometidas por la dictadura militar, obtuvo el Primer Premio Nacional de Cuento en la Universidad Técnica de Oruro, en 1984, seguido por la crítica especializada, que no dudó en señalar que con Cuentos violentos se establece el tema de la tortura en la literatura boliviana del siglo XX.

Imágenes:

1. Víctor Montoya en la cárcel
2. En la conferencia
3. Walter Magne (Embajador de Bolivia), Víctor Montoya y Leonor Abujatum
4. La Operación Cóndor
5. Dictadores del Cono Sur
6. Represión en Chile
7. Represión en Bolivia
8. Abuelas de Plaza de Mayo
9. Interrogatorio
10. El simulacro de fusilamiento
11. La percha del loro
12. El submarino
13. La picana eléctrica
14. Cárcel de San Pedro, La Paz
15. Portada de Cuentos violentos

domingo, 19 de diciembre de 2010


JESUCRISTO, EL NAZARENO

Bastó mirar esta fotografía para comprender que los alfareros latinoamericanos venden tu imagen pintada con los mismos colores que representa su población tras más de quinientos años de colonización y mestizaje.

Esta misma fotografía me despertó la curiosidad de saber algo más sobre tu vida. Claro está, cómo no me voy a sentir intrigado por las proezas de quien era capaz de caminar sobre la superficie del agua, sin hundirse ni mojarse, que amainaba las tempestades con un soplo, que convertía el agua en vino y la piedra en pan, que saciaba la sed y el hambre de miles de personas con sólo cinco panes y dos pescados, que curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos.

Sin embargo, varias de mis preguntas han quedado sin respuestas. Nadie puede explicarme, por ejemplo, cómo te concibieron por obra y gracia del Espíritu Santo en el vientre de María, una mujer que era virgen a pesar de tener marido y que siguió siendo virgen después del parto. Es misteriosa tu encarnación, por eso supongo que si eres el hijo de Dios, hecho hombre para redimir al género humano, no eres el hijo biológico de José, el carpintero y legítimo marido de tu madre, sino sólo su hijo adoptivo.

Tampoco se sabe la fecha exacta de tu nacimiento; unos dicen que fue durante el reinado de Augusto; otros, en cambio, aseveran que llegaste al mundo durante el gobierno de Herodes, el tirano de Judea y enamorado de Salomé, su bellísima hijastra, quien, a cambio de entregarle las llaves de su amor, le pidió la cabeza decapitada de Juan Bautista, el profeta que vivió en el desierto, alimentándose con saltamontes y miel salvaje, y quien, metido en las aguas del río Jordán, bautizó a los creyentes, anunciándoles con voz encendida: ¡El verdadero Mesías está ya en camino y pronto se hará el Reino de Dios!...

Cuando los adivinos y sacerdotes le anunciaron a Herodes que habías nacido en un pesebre de Belén, con la misión de gobernar a tu pueblo e instaurar un imperio de paz y amor, Herodes se sobrecogió de asombro y, acosado por el pánico, mandó a degollar a los niños menores de tres años, temeroso de que el príncipe de la paz, anunciado por las profecías, hubiese ya nacido cerca de sus narices. Lo demás es puro cuento, y tú lo sabes bien. Te salvaste del filo de la espada por milagro y por milagro fuiste a dar en Egipto y otra vez en Nazaret. Pero lo que no queda claro es la fecha de tu nacimiento. Si los investigadores de las Sagradas Escrituras dicen que Herodes murió cuatro años antes de tu nacimiento, entonces habría que deducir que naciste algunos años antes de la muerte de Herodes. Es decir, la llamada Era común, que también lleva tú nombre, está cronológicamente mal calculada.

Los cuatro evangelios, así como no revelan varios detalles de cómo viviste hasta los 30 años de edad, aparte de la suposición de que ejercías de carpintero como tu padre adoptivo y diestro polemista contra los fariseos y saduceos, tampoco revelan qué idiomas hablabas, además de ese dialecto cercano al hebreo, que te identificaba como a Galileo. Algunas veces pienso que, por ser el hijo de Dios, creador del cielo y la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles, dominabas todas las lenguas que él mismo las confundió por castigo en la Torre de Babel. Otras veces, me sigo preguntando si acaso hablabas el griego y el latín; de no haber sido así, ¿en qué idioma te comunicabas con el procurador romano Poncio Pilato? ¿En qué idioma conversabas con los forasteros que cruzaban tu camino? ¿Conocías La República de Platón y El Estado de Aristóteles? ¿Sabías algo sobre los dioses del Olimpo y las tragedias griegas?... Los evangelios no me dan las respuestas por mucho que las busco sobre líneas y entre líneas. De modo que, recogido en mis dudas e interrogantes, me veo obligado a sacar mis propias conclusiones, que no siempre son coherentes ni satisfactorias.

Si aún no lo sabías, te anuncio que eres un Jesucristo hecho a imagen y semejanza de cada pueblo, raza y cultura. Tal vez por eso, en los mercados de la América mestiza se venden Jesucristos blancos y Jesucristos morenos, ya que en los cuatro evangelios, donde se citan tus palabras y se describen tus milagros, no se menciona casi nada sobre tu aspecto físico. Nadie parece saber si fuiste alto o bajo, gordo o flaco; si tenías el pelo negro o rubio, rizado o lacio. Ningún apóstol te ha descrito con ese lujo de detalles tan propio en los protagonistas de los novelistas o dramaturgos, aunque algunos pintores intentaron retratarte con la melena desgreñada y la barba crecida, el cuerpo magro y el rostro macilento; una imagen a la que nos fuimos acostumbrado con el correr de los siglos.

Los cuatro evangelios, escritos probablemente entre los años 70 y 80 después de tu muerte y resurrección, se refieren sólo a los dos o tres últimos años de tu vida pública, en los cuales escogiste a tus apóstoles y predicaste verdades profundas, perseguido por tiranos y fariseos, quienes consideraban tus palabras un fenómeno sacrílego de peligrosa agitación y, lo que es peor, no veían en ti al redentor de la humanidad, sino al simple impostor que, vestido en harapos, se mezclaba con los pordioseros, las prostitutas y los pecadores. Por lo tanto, el Mesías esperado por el pueblo hebreo no eras tú, que decías haber llegado para liberarnos del pecado original, sino en ese otro que llegaría ataviado como un verdadero rey, dispuesto a sentarse en su trono para gobernar a su pueblo.

Los tres años que predicaste contra viento y marea, infundiendo una sencillez y una pureza sin par, no fueron suficientes para hacerte profeta en tu propia tierra ni para salvarte del suplicio final, pues en una de tus visitas a Jerusalén, la ciudad prometida, fuiste delatado por uno de tus doce apóstoles y hecho prisionero por Poncio Pilato, quien, por medio de un consenso en el que tus enemigos votaron en contra de tu libertad, te condenó a morir crucificado entre dos ladrones. O sea que a los 33 años de edad, tú, Hombre y Dios a la vez, recorriste el largo camino del Gólgota, sin poder salvarte de la cruz, los látigos y la corona de espinas.

Desde entonces, tú, que asumiste el castigo por nosotros los pecadores y sacrificaste tu vida para salvarnos de las calamidades, te has convertido en el talismán de los falsos profetas, en cuyas iglesias usan tu imagen y tu nombre para predicar evangelios ajenos a los que nos legaron tus apóstoles, quienes, fieles a las sabias enseñanzas de su Maestro, nos acercaron a uno de los testimonios más trascendentales de todos los tiempos.

Por todo lo expuesto, no importa que me quede suspendido entre las dudas, o me cambien las preguntas cuando ya tengo las respuestas, pues estoy convencido de que a veces, como bien decía Jorge Luis Borges, son más importantes los enigmas que las explicaciones.

Foto de José Estay Jeldres

jueves, 16 de diciembre de 2010


A PROPÓSITO DEL ÁRBOL DE NAVIDAD

Otra vez se acerca la Navidad, con su lujo y sus luces en medio de la oscuridad. Otra vez los regalos empaquetados en las vitrinas de los comercios de la ciudad. Otra vez el árbol navideño, cuya presencia es tan importante como la de Papá Noel, pues nos recuerda que ya es tiempo de consumir lo que los negociantes ofrecen a nombre de los Reyes Magos, quienes, guiados por la estrella del Oriente, acudieron hacia el establo de Belén, donde nació el Redentor por obra y gracia divina. Los Reyes Magos, según cuenta la tradición, llevaron obsequios para el hijo del Señor, a diferencia de los comerciantes de hoy, que aprendieron el arte de escurrirnos los bolsillos, con la misma destreza de los fariseos de hace más de 2000 años.

Pero en este espacio no tengo la intención de referirme a los mercaderes de la sociedad cada vez más globalizada y neoliberal, sino al árbol navideño y a los árboles que tienen cierta fama en la historia universal. Así, debajo de un árbol se ahorcó Judas después de vender a Cristo por treinta monedas y debajo de un árbol perdimos el Paraíso terrenal; debajo de un árbol descubrió Newton la ley de la gravedad y salió Buda del sobaco de su madre; debajo de un árbol aguardaba el vellocino de oro a los argonautas de la mitología griega y debajo de un árbol lloró Hernán Cortés su derrota después de la Noche Triste. Cuando Cortés volvió a Tenochtitlán, junto a la india Malinche, su intérprete y amante, se enfrentó a los guerreros de Cuauhtémoc, el último emperador azteca, quien, derrotado y hecho prisionero, se negó a revelar dónde se encontraba el tesoro real. Los conquistadores lo sometieron a torturas, pero él soportó el suplicio con increíble serenidad. Fue llevado a una lejana selva tropical, donde le quemaron los pies y lo colgaron de un árbol.

Otro árbol histórico es el de las hadas, vieja encina francesa, a cuya sombra jugaba de niña Juana de Arco, la heroína que luchó por salvar a su país del yugo inglés. Pero abandonada en Compiegne, tal vez traicionada por los suyos, cayó en poder de sus enemigos, quienes la declararon culpable de herejías y la condenaron a arder como antorcha en la plaza del mercado viejo de Ruán. El árbol de las hadas está situado en Domremy-la-Puelle, la aldea donde nació la famosa doncella de Orleáns, quien, a pesar del calvario que la tocó vivir, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920.

La higuera es muy buena para protegerse del sol, pero es peligroso quedarse dormido debajo de ella. Su sombra actúa sobre el sueño de un modo mágico y es capaz de trocar en loco al pensador más cuerdo. Esto le ocurrió a Maupassant cuando buscó refugio a la sombra de una higuera, con la intención de escribir un cuento corto, cortísimo. La escuelita donde fue asesinado el legendario Che Guevara, allá en el sudeste boliviano, se llama también La Higuera como el árbol que le dio nombre a esa región hoy convertida en atracción turística.

En la India, según cuenta la leyenda, el árbol cosmogónico es el dios Brahma, del cual salieron el cielo y la tierra, y los otros dioses a quienes se los considera ramas suyas. En ese mismo país, bajo el follaje de un árbol, que es el testigo mudo de los amores y desamores de los corazones violentamente apasionados, se enamoró Octavio Paz de su mujer de origen francés y corazón mexicano. Pero el árbol más mentado es el árbol genealógico, en cuyas ramificaciones, ordenadas cronológicamente, aparecen los miembros descendientes de la sagrada familia, un árbol simbólico que acuñó el refrán: de tal tronco, tal astilla, para aludir al hijo parecido a su progenitor en las virtudes y los defectos.

El manzano, según explica el Génesis bíblico, es el árbol del fruto prohibido y el árbol de la vida, el árbol de la ciencia del bien y el mal, el que, con propiedad natural o sobrenatural de prolongar la existencia humana, puso Dios en el Jardín del Edén. Empero, el árbol navideño es el más famoso de todos, incluso más famoso que el árbol de la cruz, donde fue crucificado Cristo, y más famoso que el árbol genealógico.

Se cree que el llamado árbol de Navidad existía ya como tradición mucho antes del nacimiento de Cristo. En algunos pueblo, para celebrar el solsticio de invierno, se talaban ramas verdes en las noches heladas como medios de protección y magia, y también para la evocación del verano. En todas las culturas y religiones, el árbol eternamente verde fue considerado la morada de los dioses y, a la vez, un símbolo de la vida, la fertilidad y el crecimiento.

La costumbre cristiana de poner un árbol navideño surgió en Alsacia y Selva Negra, aproximadamente el año 1509. Martín Lutero y los protestantes fueron los primeros en declararlo símbolo de la Navidad. Después se hizo presente en las iglesias católicas y viviendas hacia fines del siglo XIX. El árbol navideño simboliza el árbol del Paraíso, del cual cuelgan, de un modo figurativo, todos las frutos de la vida.

Con el transcurso del tiempo, el árbol navideño, que no es forestal, frutal ni medicinal, se convirtió en el símbolo de la sociedad de consumo, donde no faltan quienes lo usan como un amuleto de prosperidad, como si un abeto artificial, adornado con profusión de cintas, luces y regalos, fuese una garantía contra las calamidades que azotan a la humanidad; cuando en realidad, el árbol navideño es un simple objeto comercial que todos los años se debe armar, desarmar y guardar.

domingo, 12 de diciembre de 2010


SANTA LUCÍA

Ahora que Estocolmo se viste de novia, con su velo de nieve, las calles adornadas con motivos navideños y una espléndida naturaleza, que parece arrancada de los cuentos de hadas, me recuerda a ese 13 de diciembre en que escuché por vez primera las letanías en honor a Santa Lucía.

Aún dormía en el hotel de segunda categoría, cuando de repente me despertaron unas voces celestiales y unos ruidos que se arrastraban hasta las penumbras de la habitación. Me levanté para ver de qué demonios se trataba y, tras abrir la puerta, me enfrenté a una de las escenas más insólitas de mi vida. No me lo podía creer cómo un grupo de muchachas, vestidas con una suerte de bata blanca, cinta plateada alrededor de la cabeza y banda escarlata ceñida a la cintura, recorrían por los pasillos como fantasmas a media luz.

Una llevaba corona de cirios encendidos, en tanto las otras, los pies descalzos y las manos sujetando una vela a la altura del pecho, entonaban cánticos cuyos textos no entendía, salvo las palabras: Santa Lucía, que en mis oídos sonaban a español o italiano. En el grupo habían dos muchachos que, disfrazados con túnica blanca, cucurucho en la cabeza y portando en la mano un palito con una estrella de cartulina dorada en la punta, se deslizaban sobre el piso alfombrado como duendecillos despistados, mientras repetían una y otra vez canciones dedicadas a un tal Staffan.

No sabía de qué tipo de espectáculo se trataba, hasta que alguien me informó que los muchachos representaban a los Stjärngossar (niños estrellas) y que las canciones que nombraban al tal Staffan no eran otras que las referidas a las proezas del primer mártir cristiano que respondía al nombre de Esteban. Asimismo, me enteré de que las muchachas, aun sin ser Santas ni Lucías, representaban una antigua tradición cristiana, con reminiscencias en Siracusa, la ciudad siciliana donde nació Lucía, de quien se dice que consagró su vida a Dios, hizo un voto de castidad y donó su fortuna a los pobres.

Santa Lucía significa la que porta luz, y nunca mejor dicho en un país exótico como Suecia, de invierno helado y noches largas, donde es necesario encender todas las luces, en medio del resplandor plateado del invierno, para romper con la monotonía de la oscuridad y el silencio.

Se dice también que Lucía renunció a contraer matrimonio con un joven de costumbres paganas, razón por la cual fue sometida a juicio por el emperador Diocleciano, quien le propuso abandonar la fe cristiana y adorar a los dioses paganos, pero Lucía no accedió y prefirió la muerte.

La leyenda cobró fuerza al saberse que cuando los guardias le sacaron los ojos, ella siguió viendo incluso en la oscuridad, y cuando le decapitaron, ella siguió con vida; por eso se hizo mártir y Santa a la vez. Es patrona no sólo de los ciegos, los pobres y las prostitutas, sino también de los escritores que necesitan de su luz para iluminar su mente a la hora de crear sus obras.

martes, 7 de diciembre de 2010


MARIO ROMERO ENTRE AMIGOS

A Mario Romero lo conocí en una tertulia literaria, cuando recién llegó a Estocolmo. Por entonces había publicado su poemario Pintura ciega (1982), que, en realidad, debía llamarse Pintura a ciegas, por eso de no haber tenido enfrente a la musa que lo inspiró. De cualquier modo, fue una buena ocasión para tomarnos unas cervezas y planificar la presentación conjunta de: Cuentos de ultratumba de William Peña y Manuel Vargas, Días y noches de angustia de quien escribe esta nota y el poemario arriba mencionado. Lanzamos un vistoso afiche con las tapas de los tres libros y nos pusimos de acuerdo para organizar la presentación en un restaurante de Gamla Stan, donde, por primera vez, le escuché leer su poema La mujer que gira, con una voz agitada que parecía rasgarle los pulmones y una emoción que le brotaba desde el fondo del alma:

La mujer que gira en la pista del circo,
asida de los cabellos, pendiente de una soga,
es una flor en cuyo vértigo
los pensamientos desaparecen.

La mujer que gira no existe mientras gira
como las aspas del cielo claro
en la carpa un poco sucia por el sol,
el aroma la distingue.

La mujer que gira tiene abismo
y en los recodos el sueño
y en el corazón el vacío brillante.

La mujer colgada de los pelos
es un círculo por donde
la tierra vuelve a su infinito.

Cuando le llamé por teléfono y le cité a la Casa de la Cultura para entrevistarlo sobre sus experiencias en Bolivia, me dijo: Me reconocerás por mi aspecto de latinoamericano, tirado a hindú. En efecto, Mario Romero era un argentino atípico en el verbo y el aspecto. El día que nos reunimos en la cafetería de la Casa de la Cultura, le estreché la mano húmeda y le pregunté: ¿Cómo te sentiste cuando en 1976 tuviste que abandonar Argentina y enfrentarte a Bolivia? Él me miró serio y, entre la duda y el recuerdo, contestó: Cuando crucé la frontera, que lo hice a pie, sentí como si me hubiese caído del caballo. Bolivia es muy diferente, en apariencia, a la Argentina y yo sufrí el cambio como un choque. Al poco tiempo, con la ayuda de algunos amigos, especialmente poetas, descubrí que lo que yo había sentido como un golpe no era nada más que el ingreso a una realidad fascinante, extraña y maravillosa. Así recordaba Romero su encuentro con Bolivia y los bolivianos. Después me contó que vivió casi cuatro años en Santa Cruz, donde trabajó como redactor de la página cultural del diario El Mundo. Asimismo, me sorprendió cuando me reveló, con un cierto halo de nostalgia y tiempos idos, que le gustaban los tamarindos y los versos de Jaime Saenz, a quien lo consideraba uno de los mejores exponentes de la poesía latinoamericana contemporánea.

Cierta tarde de verano, mientras caminábamos en dirección a Skansen, luego de cruzar el canal de Slussen, encontramos a nuestro paso un billete de cien coronas, con el que pagamos las cervezas que nos sirvieron en un restaurante ubicado cerca de Gröna Lund, donde hablamos de su compromiso con la causa de los oprimidos y sus exilios, pero también de su interés por el teatro infantil y de esa niña traviesa que, en el mundo de la ficción y las maravillas del teatro, intentaba matar su sombra con la luz de una linterna.

Mario Romero, como pocos poetas en estos pagos, estaba acostumbrado a contar sus sueños, sin agregar ni quitar detalles, y los amigos estábamos dispuestos a escucharlo, tal vez porque todos sabíamos que la voz del poeta correspondía al niño de su infancia, a ese muchacho que soñaba mirando los retratos de Evita Perón, y a ese otro niño auténtico, universal, que todos llevamos dentro. Por lo demás, donde quiera que esté, los amigos seguiremos compartiendo con él aquella frase estampada en una postal que le llegó desde Madrid: Que la poesía nos salve mientras pueda. Aunque él, claro está, no tenía por qué preocuparse, pues su poesía, cargada de emoción y fuerza expresiva, se encargó ya de salvarlo del olvido. Ahora sólo falta que sus versos sean dispersados como la hojarasca por el viento y lleguen a manos de quienes, además de proteger al niño que lo habitaba, estén dispuestos a defender a los hijos de su alma.

Este poeta argentino, de contextura robusta y pelo ceniciento, sabía interpretar el ritmo de sus versos y reavivar la llama de la amistad con su calor humano; más humano todavía cuando la sencillez era una de las virtudes más transparentes de su personalidad. Mario Romero era amigo de los amigos y quienes lo conocieron tienen la sensación de que se trataba de un ser magnífico. No era mezquino con los elogios y siempre estuvo dispuesto a cooperar con quienes se lo pedían. Ahí está el ejemplo, sin otro interés que su amor por los libros, publicó a varios escritores amigos en la editorial Saltomortal y organizó talleres de literatura para incentivar a los iniciados en el arte de la poesía.

Con Mario compartimos varios recitales desde 1982 hasta febrero de 1994, fecha en la que fuimos invitados por el Marionetteater a un acto de solidaridad con el poeta peruano Luis Bárcena Giménez, cuya solicitud de asilo político fue rechazada por la Oficina de Inmigración. En esa oportunidad hablamos muy poco, pero fue suficiente mirarle los ojos para intuir que algo lo inquietaba o que alguien lo llamaba desde el más allá. No le dije nada ni insistí en molestarlo, mas cuando leí la nota Apoyo a Mario Romero, publicada en el semanario Liberación, comprendí el porqué de su cansancio y su silencio.


Luego de abandonar el Marionetteater, bajo un cielo congelado y sin estrellas, caminamos en dirección al metro de Östermalmstorg, oportunidad que aproveché para retomar la conversación. Me comentó que estaba preparando las maletas para marcharse definitivamente de estas tierras frígidas. Los escritores latinoamericanos nos movemos en la periferia de esta sociedad, me dijo. Levantó las cejas y prosiguió: Nadie nos conoce aquí... Lo escuché atentamente, pensando en que este poeta, que añoraba y soñaba con la tierra que lo vio nacer, había llegado a la conclusión de alejarse rumbo al noreste argentino, quizá hacia ese pueblo ventoso y polvoriento de la provincia de Tucumán, donde, según confesó en un artículo: Corría viento todos los días, sobre todo a la siesta. Se levantaba tanto polvo que uno quedaba como en medio de una nube caliente, enceguecido y respirando con dificultad. Al final, qué importaba que Las Cejas se pareciera a un infierno, si la llamada de la patria era más fuerte que la del paraíso.

Nuestro silencio se hizo mutuo, aunque siempre conservamos un respeto recíproco, en parte, debido a que nuestras afinidades eran muchas más que nuestras diferencias. No pude asistir a la presentación de su último poemario: Rött bläck på svart bläck (Tinta roja sobre tinta negra, editorial Orions, 1997), cuya organización estuvo a cargo de sus colegas del Teatro Popular Latinoamericano (alias Teatern) y la presentación a cargo de Sun Axelsson. Según me enteré después, la presentación de la antología de su obra poética, traducida al sueco por Hans Bergqvist, fue todo un éxito. No era para menos. Mario Romero era -y será- una de las figuras centrales de la poesía latinoamericana en Suecia y un amigo que sabía ganarse el aprecio de los amigos.

OBRA COMPLETA DE MARIO ROMERO

Mario Romero nació en Las Cejas, provincia de Tucumán, Argentina, el 15 de febrero de 1943.
Su obra poética está compuesta por los siguientes libros: Las señales (Editorial Monopolo, Tucumán, 1973), Pintura ciega (Editorial Estaciones, Madrid, 1982), La otra lanza (Editorial Siesta, Estocolmo, 1983), La última mejilla (Editorial Tierra Firme, Buenos Aires, 1988), Tinta roja sobre tinta negra (Editorial Orions, Estocolmo, 1997) y Vieja pared (Florida Blanca, Buenos Aires, 1998).
Traducciones del sueco al castellano: Detrás de las máscaras, de Eva Stenvång, libro que recoge la experiencia del teatro latinoamericano en Suecia; La nueva poesía sueca, en colaboración con Roberto Mascaró; Cuando despunta el alba, obra de teatro de Birgitta Edberg; Francisco, querido, ¿dónde te has metido?, obra para niños de Staffan Westerberg.
Textos de teatro: La luna llena y el sol vacío, en colaboración con Christian Kupchilk; Versión libre del lazarillo de Tormes, en colaboración con Manuel Martínez Novillo; y Por la huella, compadre.
Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, finlandés, italiano, portugués y sueco , y han sido recogidos en las antologías: Nueva poesía argentina, de Leopoldo Castilla, Editorial Hiperión, Madrid, 1987; A palabra nomade, de Santiago Kovadloff, Editorial Iluminarias, San Pablo, Brasil; L’arbre á peroles, Bruselas, 1985; y Världen i Sverige (El mundo en Suecia), de Madelaine Grive y Mehmed Uzun, Editorial En Bok för Alla, Estocolmo, 1995.
Tiene inédita la novela Alias Minotauro .

Fotografías:

1. Mario Romero.

2. De izq. a der. William Peña, Sergio Infante, Orieta Alveal, Carlos Alberto Muñoz, Mario Romero y Víctor Montoya (sentado), Biblioteca de Tyresö, Estocolmo, 1983

martes, 23 de noviembre de 2010



El autor del volumen de Cuentos violentos, a través de un impactante testimonio personal y colectivo, revela los métodos de tortura que las dictaduras militares usaron contra sus opositores políticos durante la Operación Cóndor. El vídeoclip fue realizado por Miro Coca Lora en junio de 2009.

lunes, 22 de noviembre de 2010


EL ENCAPUCHADO

Cuando Aquiles entró en la cámara de torturas, donde estaba el preso colgado de una viga, un oficial cerró la puerta de un puntapié y dijo:

–¡Torturar es un oficio y un deber!

Aquiles, consciente de que su oficio estaba en contra de su voluntad, no sabía si empezar hablando o golpeando como otras veces. Se acercó a las gavetas de la mesa, se quitó el cinturón ribeteado de balas y bebió varios sorbos de agua en una calabaza. Limpió el gollete con una mano, mientras con la otra acariciaba la cacha de su revólver.

Paseó alrededor del encapuchado, mirándolo sin mirarlo. A medida que se desabrochaba la camisa, recordaba el día en que fue sorprendido forcejeando con una muchacha en el sótano del colegio, la mirada inquisidora del profesor y esos pechos similares a cántaros de miel.

–¡Está expulsado! –le increpó el profesor.

Aquiles, al cabo de aflojarse la camisa a la altura del tórax, fijó los ojos en el encapuchado, quien pendía con las manos esposadas, las ropas desgarradas y empapadas por el agua.

–¿Dónde están los otros? –inquirió, respirándole muy cerca.

El encapuchado, consternado por la voz que le parecía conocida, se limitó a negar con la cabeza, poco antes de que un puñetazo retumbara en su pecho y reventara sus huesos.

–¡Hijo de puta! ¿Dónde están los otros? –insistió Aquiles, exhalando suspiros profundos, justo cuando sus energías comenzaban a languidecer.

Más tarde dejó errar la mirada por doquier, hasta que gotas escarlata le cruzaron por los ojos. Levantó la cabeza hacia el torturado y le sacó la capucha, despavorido por la muerte que se cargaba toda la información, sólo por la maldita suerte de haber empuñado la mano en un momento de furor.

Cuando la capucha cayó al agua, la víctima se había ido ya en un vómito de sangre, y, en su rostro pálido como la luz de la luna, Aquiles no encontró más que los ojos desorbitados de su mejor amigo de infancia.