SANTA LUCÍA
Ahora que Estocolmo se viste de novia, con su velo de nieve, las calles adornadas con motivos navideños y una espléndida naturaleza, que parece arrancada de los cuentos de hadas, me recuerda a ese 13 de diciembre en que escuché por vez primera las letanías en honor a Santa Lucía.
Aún dormía en el hotel de segunda categoría, cuando de repente me despertaron unas voces celestiales y unos ruidos que se arrastraban hasta las penumbras de la habitación. Me levanté para ver de qué demonios se trataba y, tras abrir la puerta, me enfrenté a una de las escenas más insólitas de mi vida. No me lo podía creer cómo un grupo de muchachas, vestidas con una suerte de bata blanca, cinta plateada alrededor de la cabeza y banda escarlata ceñida a la cintura, recorrían por los pasillos como fantasmas a media luz.
Una llevaba corona de cirios encendidos, en tanto las otras, los pies descalzos y las manos sujetando una vela a la altura del pecho, entonaban cánticos cuyos textos no entendía, salvo las palabras: Santa Lucía, que en mis oídos sonaban a español o italiano. En el grupo habían dos muchachos que, disfrazados con túnica blanca, cucurucho en la cabeza y portando en la mano un palito con una estrella de cartulina dorada en la punta, se deslizaban sobre el piso alfombrado como duendecillos despistados, mientras repetían una y otra vez canciones dedicadas a un tal Staffan.
No sabía de qué tipo de espectáculo se trataba, hasta que alguien me informó que los muchachos representaban a los Stjärngossar (niños estrellas) y que las canciones que nombraban al tal Staffan no eran otras que las referidas a las proezas del primer mártir cristiano que respondía al nombre de Esteban. Asimismo, me enteré de que las muchachas, aun sin ser Santas ni Lucías, representaban una antigua tradición cristiana, con reminiscencias en Siracusa, la ciudad siciliana donde nació Lucía, de quien se dice que consagró su vida a Dios, hizo un voto de castidad y donó su fortuna a los pobres.
Santa Lucía significa la que porta luz, y nunca mejor dicho en un país exótico como Suecia, de invierno helado y noches largas, donde es necesario encender todas las luces, en medio del resplandor plateado del invierno, para romper con la monotonía de la oscuridad y el silencio.
Se dice también que Lucía renunció a contraer matrimonio con un joven de costumbres paganas, razón por la cual fue sometida a juicio por el emperador Diocleciano, quien le propuso abandonar la fe cristiana y adorar a los dioses paganos, pero Lucía no accedió y prefirió la muerte.
La leyenda cobró fuerza al saberse que cuando los guardias le sacaron los ojos, ella siguió viendo incluso en la oscuridad, y cuando le decapitaron, ella siguió con vida; por eso se hizo mártir y Santa a la vez. Es patrona no sólo de los ciegos, los pobres y las prostitutas, sino también de los escritores que necesitan de su luz para iluminar su mente a la hora de crear sus obras.
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