martes, 11 de diciembre de 2018


EL PATRIARCADO INVISIBILIZÓ A LA MUJER

La sociedad, además de sostenerse sobre pilares socioeconómicos, está estructurada sobre la base de una tradición cultural y un sistema de normas éticas y morales, que responden a los intereses del patriarcado a través de ideas que se manifiestan por medio de determinados códigos lingüísticos, que no son otra cosa que construcciones culturales que se transmiten, de manera consciente e inconsciente, de padres a hijos y de hijos a nietos.

El sistema patriarcal institucionalizó el dominio masculino en el seno de la familia y, consiguientemente, proyectó este dominio en todos los ámbitos de la vida social. Desde entonces, la mujer ha sido ignorada en los procesos de cambios trascendentales que se han producido en las sociedades existentes hasta nuestros días y, como si fuera poco, la mujer ha sido invisibilizada en la historia como un elemento ajeno a los cambios hegemonizados por los hombres.

La invisibilización consistía en omitir la presencia de determinado grupo social, mediante la discriminación, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el racismo o el sexismo; en el caso concreto que se aborda en esta nota, la invisibilización afectó particularmente a las mujeres en varios planos de la vida familiar y social, como ocurrió en la relación entre la mujer y el trabajo.

Desde hace varios siglos se ha impuesto una conceptualización de trabajo, que contemplaba como tal  solo a la actividad productiva que se desarrollada en el ámbito público, pero no así en el ámbito doméstico, donde el trabajo de la mujer no tenía remuneración y estaba considerado como una obligación familiar, debido, en gran medida, al hecho de que existía una antigua división del trabajo entre los sexos, en la que las mujeres debían hacerse cargo del trabajo doméstico, en tanto los hombres debían hacerse cargo del trabajo que se realizaba fuera de casa; es decir, en el ámbito público, donde las mujeres estaban ausentes hasta que irrumpió el sistema capitalista, que requirió de la fuerza de trabajo de hombres, mujeres y niños.

En los estamentos de poder, la ideología de la supremacía masculina excluyó a la mitad de la humanidad, representada por las mujeres, quienes fueron tratadas como sujetos de ideas cortas y cabelleras largas, que hablaban mucho pero que no decían nada, que eran incapaces de aportar con inteligencia propia al desarrollo de las naciones. Los hombres las preferían como madres, esposas, amantes y, en el peor de los casos, como animales de carga.

El sistema patriarcal no sólo tuvo una intención discriminadora contra la mujer, sino el propósito de confirmar la supremacía del hombre, que controlaba todos los poderes de dominación socioeconómicos; es más, en varias culturas se limitó la participación de las mujeres en la formación de los sistemas educativos, donde la enseñanza de las ciencias humanísticas y tecnológicas estaban reservadas exclusivamente para los hombres 

El patriarcado, al ser una construcción cultural, dividía la vida social en una esfera pública y otra privada. La esfera pública correspondía al dominio masculino, mientras la esfera privada correspondía al mundo femenino; una realidad que instituyó la idea de que la mujer no podía ser excelente como “académica” sino como “ama de casa”. Por lo tanto, su obligación debía ser la de aprender a cocinar, asear, bordar, cuidar a los hijos y atender al marido. Se le negó la oportunidad a ocupar una posición superior al hombre en la vida social, política, económica y cultural. No podía votar ni postularse a cargos jerárquicos dentro de la administración pública y gubernamental. La mujer, simple y llanamente, debía cumplir el rol de secundar al hombre como su sombra, de manera sumisa y sin levantar la voz.

Ella siempre estuvo marginada y relegada a asuntos propios de su supuesta naturaleza: concebir hijos, cuidar a los ancianos y ocuparse de los quehaceres domésticos. No en vano los nombres de muchas profesiones estaban en género masculino, porque estas profesiones no eran ejercidas por las mujeres, quienes, estaban destinadas a quedarse en casa por normas patriarcales, prejuicios machistas y tradiciones culturales.



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