UNA ANTOLOGÍA NECESARIA
Estos cuentos, escritos con el vértigo de la pasión y la
fuerza de la inteligencia, están destinados al niño que habita en nosotros, al
que se niega a abandonarnos y nos contempla desde el fondo del alma.
Cada autor, como atrapado en el torbellino de los
recuerdos, incursiona en los territorios invadidos por la infancia, intentando
reconstruir las astillas dispersas de la memoria, o simplemente, con el franco
propósito de traslucir las aventuras, pasiones, sentimientos y pensamientos de
quienes, más allá de ser rescatados de las brumas del olvido, son los
protagonistas principales de estas piezas de incalculable valor humano y
literario.
Es aquí donde los cuentistas, encumbrados con su mayor
sensibilidad, nos deslumbran con un estilo personal y un certero dominio del
discurso narrativo, aun a riesgo de asomarnos a las lindes de la literatura
infantil, que de hecho constituye un género distinto a las intenciones que
motivaron la elaboración de esta antología.
A la pregunta: ¿Por qué una antología de El niño en el
cuento boliviano? La respuesta es muy sencilla: porque considero que la
infancia constituye el cimiento de la personalidad humana, la etapa más noble y
sensitiva que nos depara la vida. No en vano reza el sabio proverbio: El niño
es el padre del hombre, pues nosotros, los adultos, somos lo que fuimos de
niños. Quien no tenga un punto de referencia en los años de la infancia, debe
considerarse un individuo sin pasado ni futuro, y por eso mismo, un desatino de
la razón y una fatalidad del destino.
El único criterio que se usó en la selección de los
cuentos, al margen de la inherente calidad literaria que se exige en este tipo
de publicaciones, fue el hecho de que los temas, cuyos escenarios están
ambientados en el campo, las minas y las ciudades, estuviesen contemplados
desde la perspectiva de los niños y niñas, quienes, gracias al poder de su
imaginación, son capaces de captar las vibraciones más sutiles de su entorno,
observando con perspicacia los atavismos ancestrales y las costumbres familiares,
debido a que la sensibilidad es uno de los hilos conductores de la condición
humana, sobre todo, cuando ésta se halla en pleno proceso de desarrollo.
De otro lado, valga advertir que ciertos cuentos, aparte
de reflejar el panorama multicultural del país, recrean el lenguaje popular,
salpicando el texto con interferencias del quechua y el aymara, en una suerte
de pirotecnia lingüística que enriquece los matices léxicos y sintácticos de
una lengua.
En algunos cuentos, cuyos temas son disímiles en su forma
y tratamiento, están retratados los niños marginados de las grandes urbes: los
huérfanos, mendigos, canillitas, lustrabotas, los que no tienen nombre ni
hogar, los que maduran antes de tiempo como si estuviesen hechos a golpes de
crueldad y tragedia. En otros, en cambio, aparecen los niños de la clase media
empobrecida, los niños de las minas y el campo, donde están presentes la
discriminación social y racial, la violencia y el menosprecio. Se tratan de
cuentos que, además de contener un alto valor ético y estético, nos convocan
vehemente a la reflexión y a la toma de conciencia, como si los autores, a
tiempo de exagerar intencionalmente el grotesco social, criticando los aspectos
más crudos de la realidad, desearan transformar la situación de los niños que
pertenecen a las clases menos privilegiadas de la sociedad imperante, donde el
atropello a los Derechos del Niño, junto a la pobreza y el autoritarismo, es
una ley contundente que habla su propio lenguaje.
Varios de los cuentos, expuestos con sobriedad y
transparencia, nos dejan con el aliento suspendido, pues parecen nacidos del
alma de su autor con el mismo dolor que implica el parto. Son cuentos que,
narrados en primera persona y con experiencias personales y colectivas, se
convierten en gritos de desesperación y denuncia. No obstante, es interesante
observar que en medio de la tragedia social, que en Bolivia se torna en un
doloroso problema nacional, se filtra el rayito mágico de la fantasía, permitiéndole
a cada niño y niña mantener encendida la llama de la esperanza y el goce
emocional que le proporciona la actividad lúdica, donde los deseos, palabras,
imágenes y sueños siguen su propio cauce, al margen de la realidad existencial
y el mundo racional de los adultos.
La antología reviste no sólo la importancia de haber sido
publicada en Suecia, como una contribución a la difusión de la literatura
boliviana, sino también la importancia de reunir, en un solo volumen, el tema de
la infancia en la cuentística del siglo XX, con la esperanza de que la
narrativa boliviana, tantas veces ausente en la constelación de la literatura
latinoamericana, tenga un mejor porvenir en el presente milenio, en provecho de
los autores que dedican su tiempo y talento al arte de la palabra escrita.
Asimismo, la presente antología, lejos de tener un afán
de lucro, es una suerte de reconocimiento y agradecimiento a los escritores que
se empeñan -y se empeñaron- en rescatar los sentimientos más sublimes de un
pueblo, cuyos valores culturales apenas trascienden más allá de sus fronteras.
En lo que a mí respecta, me complace el simple hecho de
haber compilado estos cuentos de mi tierra, donde no pocos escritores
descuellan como excelentes intérpretes del alma infantil. Éstos son los cuentos
que cautivaron mis inquietudes de lector y éstos son los autores que
inspiraron, con su palabra y aliento, la elaboración de este volumen que ahora
deposito en sus manos, como un cofre lleno de esperanzas y sorpresas
literarias.
Los 35
autores incluidos en la antología son: Germán Araúz Crespo, Virginia Ayllón,
René Bascopé Aspiazu, Adolfo Cáceres Romero, Zenobio Calizaya Velásquez, José
Camarlinghi, Adolfo Cárdenas Franco, Homero Carvalho Oliva, Jorge F. Catalano,
Oscar Cerruto, Carlos Condarco Santillán, Gary Daher Canedo, Porfirio Díaz
Machicao, Alfonso Gamarra Durana, Wálter Guevara Arze, Alfonso Gumucio Dragón,
Marcela Gutiérrez, Jesús Lara, Roberto Laserna, Alfredo Medrano, Víctor
Montoya, Jaime Nisttahuz, Blanca Elena Paz, Edmundo Paz Soldán, Giancarla de
Quiroga, Rosario Quiroga de Urquieta, Raúl Rivadeneira Prada, Ramón Rocha
Monroy, Oscar Soria Gamarra, Jorge Suárez, Grover Suárez García, Gaby Vallejo
Canedo, Manuel Vargas, César Verduguez Gómez y Víctor Hugo Viscarra.
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