LOS PIES Y EL FÚTBOL
Los pies, no devastados
por lesiones ni ulceraciones, son fabulosos instrumentos. Sirven no sólo para caminar
de un lugar a otro, pasito a paso, sino también para amasar fortuna en un
deporte convertido en una religión más allá de toda lógica y razón, pues las
figuras emblemáticas del fútbol, que aprendieron a chutar la pelota de trapo en
los barrios periféricos de las grandes urbes, se han hecho millonarios gracias
a sus pies, cuya destreza es una suerte de imán que atrae la atención de
millones de espectadores que, sentados en las tribunas donde todo parece
levitar en un estado de euforia y éxtasis, estallan en una algarabía de voces y
gritos cada vez que el arquero se lanza al aire sin despejar el balón con la
punta de los dedos.
Al grito desenfrenado de: ¡Goooool...!, como es natural, los pies del goleador son los únicos gemelos
que atrapan la mirada de los espectadores en un partido de fútbol; tal vez por
eso, la fotógrafa norteamericana Annie Leibovitz, famosa como los personajes
que retrató, concibió la idea de hacer un retrato de Pelé, pero no uno más de
su colección sino otro diferente. Así, guiada por mito del Rey del Fútbol, se
limitó a fotografiarle los pies, en Nueva York, en 1981.
Como comprenderá el lector,
no se tratan de dos pies cualquiera, con olor a queso manchego y aprisionados
en el fondo de los zapatos, sino de los pies de uno de los astros que cautivó a
multitudes; dos extremidades de color petróleo -oro negro-, que ostentan el
empeine cuajado de venas y cicatrices, y cuyos dedos cortos y nudosos dan la
sensación de estar hechos para tirar un chutazo en el trasero de su adversario
y hacer maravillas con la pelota, ya sea de trapo o de cuero.
Jorge Amado, escritor
brasileño, dedicaba sus tiempos libres a mirar los partidos de fútbol. Eduardo
Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, interpreta políticamente los
negociados del balompié, mientras Vargas Llosa habla de la riqueza lingüística
que los comentaristas deportivos manejan como gambetas delante de los
micrófonos, explayando una pirotecnia verbal tan efectiva como la de los
mejores oradores de la historia. Pero eso sí, no se sabe a ciencia cierta si
alguna vez los pies de Pelé serán amputados, embalsamados y conservados en un
museo, para que los hinchas del fútbol sepan que esos trofeos naturales
pertenecían a uno de los mitos brasileños más afamados de todos los tiempos.
Como fuere, a cualquiera
que tenga los pies deformes, con el arco plantar cóncavo y los dedos
flexionados hacia arriba como los espolones de un gallo, no le queda más
remedio que vivir apoltronado delante de una pantalla, limitado a jugar el
fútbol con los ojos y añorando las gambetas y los goles de Pelé, quien durante
años hizo soñar que el mundo es también un balón suspendido en el universo de
un puntapié.
El pie tiene un esqueleto
formado por 26 huesos pequeños reunidos en el tarso, metatarso y las falanges
digitales. Es la base sobre la cual está asentado todo el peso del cuerpo y una
de las zonas más sensibles y sensuales del organismo. No en vano los pies
enanos de una mujer eran símbolo de belleza en la China, como no es casual que
los hombres del mundo occidental se postren de rodillas para besar los pies de
la mujer amada.
A propósito de los pies
deformes, recuerdo el caso de un amigo de infancia que jamás tocó una pelota de
fútbol en su vida, precisamente porque tenía el pie cavo, algo opuesto al pie
plano llamado también de atleta, y cuya característica es la excesiva
excavación de la bóveda plantar; un defecto que no lo dejaba desplazarse con la
agilidad de un Michael Jonson o un Carl Lewis. De modo que, desde su infancia,
vivió convencido de que todos, incluso los atletas de anatomía aparentemente
perfecta, tenían algún defecto físico -congénito o adquirido-, pues nadie es
obra de la geometría, sino de la naturaleza humana, como bien dice Cristopher
Lichtenberg: Me cuesta creer que se llegue a demostrar un día que somos obra
de un Ser supremo y no, como parece, de un ser muy imperfecto que nos ha fabricado
a modo de pasatiempo.
Los problemas en los
pies, además de tener causas hereditarias, son castigos de la civilización
moderna, donde la moda, la vanidad y el aspecto estético, determinan el diseño
de los zapatos cada vez más extravagantes e inapropiados. Ahí tenemos a las
supermodelos que, estropeando la belleza anatómica de sus pies, lucen calzados
con tacón en alfiler y puntera en cono, como si la calle fuese una pasarela y
no un terreno que exige zapatos cómodos, que permitan la libertad de los dedos
y no causen molestias al andar.
Cuando el dolor de los
pies se irradia hasta la punta de los vellos, no queda otro remedio que asistir
a la clínica de un cirujano ortopedista, quien se encarga de aplicar sus
conocimientos y los instrumentos del quirófano en la parte afectada de los pies
planos, los dedos en martillo y los pies en garra; lo mismo que para aliviar el
dolor provocado por las uñas encarnadas, los callos y las ampollas, cuyas
molestias no pueden disimularse ni teniendo los pies metidos en un par de
zapatos.
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