La corrida de toros, cuya tradición se remonta a la antigüedad, es un arte controvertido y polémico, que divide a los aficionados y los detractores, quienes consideran que las ferias taurinas deben ser prohibidas por tratarse de un espectáculo en el cual se da muerte cruel a un animal indefenso y malherido. Este video, que reproduce un relato de Víctor Montoya, fue animado y producido por Michel Gladu, Montreal, Canadá.
martes, 3 de enero de 2012
LA CORNADA
En la plaza de toros, bajo un cielo teñido de fiesta, el toro y el matador se enfrentaron cara a cara.
El toro, la cerviz ensangrentada por las banderillas, miró a su adversario con la lengua colgante, babeante, como calculando la escasa distancia que los separaba.
El matador, espada y capote en manos, adoptó una pose triunfal y recibió las ovaciones entre las blancas palomas de los pañuelos.
El toro pateó la arena, exhaló hilos de vapor y reinició el combate.
El matador lanzó un capotazo y no logró sortear la embestida.
El toro lo tumbó y lo rebozó en la arena. Lo ensartó en sus cuernos, lo sacudió como a un muñeco en jirones y lo lanzó por los aires.
Las imprecaciones y el suspenso se apoderaron del ruedo.
El matador cayó boca abajo, sin un hálito de vida.
El toro, bravo y de buena raza, prosiguió el ataque. Le asestó una cornada entre las piernas y, ante la mirada atónita de un público en vilo, le arrancó los genitales de cuajo.
La plaza estalló en sangre y en gritos de ¡Olé!, ¡Olé!, ¡Olé!
Imagen:
La cornada, 1988. Pintura de Fernando Botero.
sábado, 31 de diciembre de 2011
AMORES Y DESAMORES EN LOS CUENTOS
DE ADOLFO CÁCERES ROMERO
La reciente
publicación de Cinco noches de boda, bajo el sello Editorial Kipus y
Escritores Unidos, es un buen ejemplo de que la literatura boliviana ofrece
emoción y belleza, con escritores de la talla de Adolfo Cáceres Romero, quien,
a tiempo de moverse con soltura en un territorio sensual y explosivo, donde
convergen las descargas eróticas y el fulgor de las pasiones, nos acerca a
temas narrados con verisimilitud, recreando a personajes que se cruzan en las
rutas de la realidad y la ficción, con un estilo sencillo pero elegante, propio
de un autor capaz de elevar a potencia literaria una situación cotidiana, sin
más recursos que el verbo y la imaginación.
Los cuentos de
Cáceres Romero, que en el fondo cuestionan la doble moral en torno a la
sexualidad y los cánones de un sistema patriarcal, nos revelan la variedad de
relaciones que se dan en una cultura compleja y contradictoria. Recrea con
conocimiento de causa las historias en las cuales el matrimonio dura sólo hasta
la misma noche de bodas o se declara el divorcio seis meses después de una luna
de miel apenas disfrutada. Se tratan de parejas que, por motivos de
infidelidad, conveniencia, presión social o incompatibilidad, están destinadas
a romperse como vasijas de barro antes de que terminen de sonar los valses de
Strauss.
No es casual que
los protagonistas de Noche de bodas 1
tengan un matrimonio fugaz, al descubrirse que la novia no llegó virgen
al lecho nupcial. En tales circunstancias es probable que el sueño de envejecer
junto a un solo hombre puede trocarse en una pesadilla en países donde existen
familias conservadoras que, debido a los tabúes sexuales y los atavismos
culturales, aconsejan a la novia conservar su virginidad hasta la noche de
bodas.
El libro es un
abanico de matrimonios por conveniencia y por los qué dirán en el entorno
social; bodas en las cuales los padrinos e invitados se miran extrañados cuando
no oyen un sí rotundo en los labios de la novia o el novio, sino dubitativo,
como cuando se pronuncia una queja luego de tener un cuchillo clavado en el
pecho. En el cuento Noche de bodas 3 asistimos a un enlace pactado por los
padres y familiares de la pareja, según rigen las tradiciones en el mundo musulmán,
ya que la hija del comerciante árabe es desposada con un hombre que llega desde
Palestina. El matrimonio, en este caso, no sólo se da por conveniencia, sino
también por afinidad social, cultural y racial. Y, lo que es más grave, tanto
el hombre como la mujer deben pedir perdón a Alá por sus impulsos sexuales y su
deseo de conocer el amor a través de un orgasmo compulsivo y placentero, como
si se tratara de un pecado fatal.
Los motivos del
divorcio son varios, como varias son las desilusiones en la vida conyugal; a
veces por el simple hecho de que la obesidad de la mujer no permite la
satisfacción sexual del hombre o porque al marido le falta ingenio erótico para
complacer la lujuria de su esposa. A estos casos se suman los matrimonios
imposibles por falta de compatibilidad de caracteres o porque la mujer perdió,
tras largos años de consorte, los bríos y la bellaza de la juventud, como en el
cuento Bodas de plata.
El autor está
consciente de que en algunos matrimonios se esconde la infelicidad detrás de
los mantos de la apariencia, hasta que no demora en ser descubierta como en
Noche de bodas 2, pues allí donde no reina un amor verdadero, los besos no
saben a nada y la relación, aparte de convertirse en una situación
insostenible, acaba por ser una farsa ante propios y extraños. Queda claro que
en estas bodas no tienen sentido los sermones del cura ni suena como debe la
marcha nupcial en el órgano de la iglesia.
El cuento La
última noche de boda nos transmite el mensaje de que la mujer viuda puede vivir
abrazada a los recuerdos. Incluso el vestido de novia usado durante la
ceremonia llega a ser tan importante como el amor que los novios se prometieron
ante el altar. Un vestido de novia tiene la fuerza de evocar los recuerdos de
quien la usó y lució durante esos instantes en que la felicidad parecía eterna
como en los cuentos de hadas, donde los amores se redimen y la muerte está
asociada a la infelicidad. No cabe duda que la memoria es un instrumento que
permite conservar los recuerdos del pasado. De ahí que el simple hecho de ver
una imagen impresa en el periódico, como sucede con la protagonista de El
compromiso, puede ser suficiente motivo para recordar tiempos idos y un
episodio importante en la vida, sobre todo, si la imagen está asociada a un compromiso
que se hizo público y sirvió de preámbulo al acto matrimonial.
Cáceres Romero,
con la experiencia de vida que lo amerita, nos enseña que no siempre se cumple
el dicho de que el amor lo puede todo, cuando es verdadero. No al menos en
una cultura donde una mujer puede ser despreciada cuando pierde la virginidad
antes de la boda o pierde a la criatura que crece en su vientre; en una
colectividad que cree en la falacia de que una solterona es una mujer
incompleta y un solterón la vergüenza de la familia; en un una sociedad donde
las empleadas domésticas son las cenicientas de la casa, las que realizan todas
las tareas que rechazan las damiselas, atenidas a la absurda idea de que el
cumplimiento de los deberes domésticos les corresponde a las sirvientas y no a
las señoritas.
Cinco noches de
boda, además de ilustrarnos que el desamor es una fuerza capaz de convertir al
hombre en una bestia, está lleno de dramas provocados por el crimen pasional,
el adulterio, los celos enfermizos, la violencia de género, el odio, la
venganza y la sinrazón, como cuando el personaje de El ADN de Dinora cree que
su mujer lo traicionó con otro hombre, y que la hija que tiene es ilegítima,
hasta que comete un crimen y se entera tarde, ya demasiado tarde, que la prueba
de ADN no correspondía a su hija, sino a otro persona, y que la información que
recibió se debió a un error involuntario.
En el cuento
Noche de bodas 4 asistimos a la frustración de un amor soñado pero perdido de
antemano, ya que la ausencia del personaje, destinado a cumplir el servicio
militar obligatorio, provoca que la mujer de su vida se entregue a los brazos
de otro hombre. Entonces el protagonista, presa de un torbellino de celos y
navaja en mano, se ve impulsado a cometer un crimen pasional. Lo interesante
del cuento es que es el autor permite que el lector imagine el desenlace
trágico de esta historia de amor.
Al culminar la
lectura de Cinco noches de boda, compuesto por dieciocho cuentos, uno queda
con la ligera sensación de que el tema del amor es tan infinito como infinitas
son las razones del desamor. Los temas se yuxtaponen en un recio manejo del
lenguaje coloquial, mientras las reacciones psicológicas de sus protagonistas
son afines a las de cualquier ser humano. El lector está ante una obra que lo
hará vibrar de emoción y suspenso, con pinceladas que reflejan el mosaico
multicultural de un país donde la geografía contrastante entre el altiplano y
el oriente constituye un magnífico escenario para contextualizar cuentos que
tienen un principio que atrapa de inmediato y un desenlace que es casi siempre
sorpresivo, como en los mejores cuentos de los grandes cultores de este género
literario.
Por lo demás, en
este magnífico libro, que tiene la intención de desvelar los mantos de la hipocresía
y romper con la mojigatería de quienes, amparados en la doble moral, pregonan
las virtudes de una sociedad que vive a caballo entre su pasado y la
modernidad, queda de manifiesto que los tabúes sexuales, los prejuicios
sociales, las ataduras mentales y los atavismos culturales son, de una manera
consciente o inconsciente, verdaderas cuñas en la felicidad de un hombre y una
mujer que funden sus vidas en una noche de bodas.
Adolfo Cáceres
Romero (Oruro, 1937). Narrador e investigador de la literatura boliviana.
Ejerció la docencia universitaria. Obras principales: Galar (premio
nacional de cuento de la Municipalidad de Cochabamba, 1968), La mansión de
los elegidos (1973), Copagira (1975), Las víctimas (1978), Entre
ángeles y golpes (premio nacional de cuento “Franz Tamayo”, 1982), Los
golpes (1983), Poésie Bolivienne du XX-Sicle (1986), La Hora de
los ángeles (1987), Nueva Historia de la Literatura Boliviana,(en
cuatro volúmenes, 1982, 1990, 1995), Poésie quechua en Bolivie (1990), Diccionario
de la Literatura Boliviana (segunda edición, 1997), La saga del esclavo
(2006), Octubre negro (2007) y El
charanguista de Boquerón (2009).
viernes, 23 de diciembre de 2011
TRADICIONES NAVIDEÑAS
No hace mucho que
el Tío, ni bien asomó el invierno y sintió el frío calándole hasta los
huesos, me pidió que lo arropara con bufanda, gorro, poncho y botines de caña
alta.
Cumplí con su
pedido no sólo por evitarle una pulmonía de mil demonios, sino porque tenía
curiosidad por saber cómo se lo veía con una vestimenta diferente a su traje de
Lucifer.
–¡Qué buenmozo
estoy! –exclamó mirándose en el espejo–. Con esta pinta cualquiera puede
conquistar el corazón de una mujer que busca un hombre exótico, capaz de
encenderle la hoguera del amor en sus noches de invierno...
–No es tan fácil,
Tío –aclaré, mientras abría la botella de vinglögg que compré para
invitarle en su primer invierno en Suecia, aunque todavía no cayó la nieve ni
el paisaje se vistió de novia.
El Tío, que posee
la facultad de mirar a través de las paredes lo que hacen los vecinos, sintió
desde hace días el olor de la Navidad, que es diferente al de los gases
malignos de la mina. Y, al verme vaciar el contenido de la botella en una
tetera puesta sobre la hornilla, con clavo de olor, canela y pasas, se calentó
las manos con el vaho de la respiración y preguntó:
–¿Por qué
compraste vinglögg cuando podías haber comprado el Casillero del Diablo?
–Porque es la
bebida tradicional sueca. Se toma en invierno para aplacar el frío y templar el
cuerpo –le expliqué mientras mecía las pasas, la canela y los clavos de olor en
la tetera. Después vacié el humeante líquido en una copa con asa y se la pasé
al Tío, quien, de puro sentir la fragancia del alcohol, se acomodó en su trono,
los ojos iluminados por la alegría y los dientes perlados por la sonrisa.
–Mmm... –musitó
al primer sorbo–. Esto me recuerda al ponche, al té con trago y al sucumbe, que
se toman en las frígidas noches del altiplano boliviano.
El Tío, que hasta
entonces también vio los adornos de la Navidad en la casa de los vecinos,
obedeció al natural impulso de su curiosidad y lanzó la pregunta:
–¿Qué simboliza
el arbolito de plástico, lleno de cintas, luces y regalos, que la gente pone en
el lugar más llamativo de la casa?
–Dicen que
simboliza el árbol que Dios puso en el Paraíso –contesté–. De ese árbol cuelgan
las frutas de la vida, representadas por manzanas, nueces, bizcochos y, en
sentido figurativo, por adornos esféricos dorados y plateados, y luces
multicolores que se encienden en vísperas de la Noche Buena.
–¡Noche Buena!
¿Cuándo es la Noche Buena? –indagó con voz imperativa, atravesándome con la
mirada y alisándose las barbas.
–El 24 de
diciembre, que es la noche en que nació Jesucristo. Dicen que para redimir a
los hombres de buena fe y construir un reino de paz y de amor en la Tierra.
El Tío se quedó
callado y dubitativo, quizás pensando en que él, en su condición de absoluto
soberano de las tinieblas, era el único que sabía lo que era una noche buena y
una noche mala. Después aligeró otro sorbo de vinglögg, sin ch’allarle a
la Pachamama, y dijo:
–¿Y cómo se
enteraron del nacimiento del Redentor de la humanidad?
–Por medio de una
estrella que iluminó los cielos del Oriente. Los Reyes Magos, llamados Melchor,
Gaspar y Baltasar, al enterarse del nacimiento del Macías en un pesebre de
Belén, acudieron a adorarlo, a lomo de camellos, llevándole preciosos regalos.
La tradición cuenta que fueron guiados por la estrella hasta el mismo lugar
donde su santa madre lo tenía entre sus brazos después de un parto indoloro, a
diferencia del resto de las mujeres que fueron condenadas a parir con dolor
debido al pecado original cometido por Eva, quien fue echada del jardín del
Edén por haber contrariado las palabras de su Creador y haber cedido a las
tentaciones de Satanás...
–¡Ah, carajo!
–prorrumpió–. Esto que me refieres parece un cuento de hadas. Pero, bueno,
dejemos de hablar del Mecías y pasemos a otro tema. Cuéntame, por ejemplo,
dónde y cómo pasaste tu primera Navidad en Suecia...
–En un hotel de
refugiados, donde me llevaron los policías de inmigración apenas pisé el
aeropuerto de Estocolmo. El administrador del hotel alzó su copa de aguardiente
y brindó por la felicidad y la buena suerte. Al pie del arbolito, que en
realidad era la rama de un abeto natural, estaban los regalos empaquetados y
amarrados con cintas de colores. El administrador, un hombre alto, delgado y
rubio, puso su copa en la mesa y, gritando el nombre de los presentes, repartió
los paquetes con un gesto amable y una sonrisa de ceja a oreja. A mí me tocó
una bolsita de condones Black.
–¿Y para qué
condones si no tenías ni mujer? –se rió el Tío y luego sorbió el vinglögg con
fruición.
No supe qué
contestar. Se me ruborizó la cara como si el mismo vinglögg me quemara
por dentro y, sin darle más chances, preferí proseguir con mi relato:
–Los niños
estaban reunidos en otra sala, donde entró un hombre disfrazado de Papá Noel;
tenía un gorro en forma de cono, una máscara con los pómulos rosados y la barba
blanca; un traje rojo que le daba la apariencia de estar embarazado y unos
botines de cabritilla; llevaba una bolsa de regalos al hombro y una lista con
nombres en la mano.
El Tío sopló el
líquido humeante de la copa y preguntó:
–¿Y quién es ese
personaje tan extraño, vestido de rojo como los demonios?
–Es Papá Noel
–contesté–. Es el personaje central de estas fiestas de derroche y alegría, de
farra y glotonería. Según la tradición escandinava, este viejito vive en los
bosques nevados al norte de Finlandia, desde donde llega una vez al año, pero
una sola vez, en un trineo tirado por renos. Los niños lo esperan con ansiedad,
porque les trae los regalos con los cuales ellos soñaron todo el año.
Antiguamente, aparecía por las chimeneas y, antes de desaparecer, depositaba
los regalos debajo de las almohadas o dentro de los calcetines que los niños
colgaban de la ventana. Mas ahora, que vivimos en una sociedad de consumo desenfrenado,
los niños saben que Papá Noel no existe, pero igual lo esperan año tras año.
–Qué
coincidencia. Papá Noel y yo nos parecemos –dijo ensimismado–. Él da regalos a
los niños y yo les doy de regalo el mineral a los mineros. Él aparece y desaparece por las chimeneas, y yo
aparezco y desaparezco en las galerías...
–Sí, Tío –le
dije–, pero en algo más se parecen.
–¿En qué, pues?
–En que Papá
Noel, a modo de castigo, no distribuye regalos a los niños desobedientes, como
tú no concedes los pedidos a quienes no te respetan ni te rinden pleitesía.
–¡Bien dicho,
carajo! –concluyó, tomándose con gusto el último sorbo de vinglögg.
--------
Vinglögg: Ponche
navideño sueco.
Tío: Dios
y diablo de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinde pleitesía,
ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.
Imagen:
Y Dios creó al
hombre, Pintura de Manuel L. Acosta, 2004
viernes, 16 de diciembre de 2011
LA SENSUALIDAD TIENE CUERPO DE MUJER
El pintor inglés John William Godward (1861 – 1922), como
pocos artistas de su época, concita la sensibilidad humana con su arte, debido
a que la mayor parte de sus pinturas muestran a mujeres semidesnudas o
parcialmente desnudas.
Estas hermosas féminas, ataviadas con prendas translúcidas a
la usanza de la antigua Grecia y Roma, resaltan las formas curvilíneas de sus
cuerpos, revelando sus abultadas caderas, sus protuberantes nalgas y unos
turgentes senos que, libres de toda banda de tela o fascia pectoralis, asoman por debajo de la túnica como frutos
tropicales.
No pocas veces,
estas modelos de carne y hueso, que lucen la túnica interior de seda hasta los
pies y ceñida a la cintura con una franja púrpura, aparecen despojadas de sus
alhajas, como las ajorcas, collares, pendientes, anillos, broches, tocados y
agujas largas para sujetar los pelos recogidos en moño. Es muy probable que el
pintor las prefería así, sin joyas ni prendas inferiores, a la hora de
inmortalizarlas en los lienzos cual ninfas de paraísos perdidos.
Estas pinturas, de colores cálidos y motivos deslumbrantes, eran las
iconografías del erotismo de su época, mucho antes de que los cuerpos desnudos
invadieran los medios audiovisuales, donde la desnudez de los actores y las actrices,
con atributos sexuales remarcables y físicamente atractivos, aparece vinculado
al erotismo más desenfrenado, que la industria de la pornografía usa como un
recurso expresivo para retratar la vulnerabilidad de nuestro cuerpo o como
metáfora de la fragilidad del mismo en escenas impactantes y conmovedoras que,
despojadas de toda connotación moral, nos despiertan el apetito sexual hasta
arrastrarnos al límite de un orgasmo salvaje y explosivo.
John William
Godward, sin embargo, a diferencia de los productores de la pornografía
moderna, nos plantea en sus cuadros una forma velada de desnudez en los cuales
el cuerpo aparece semi cubierto por vestiduras, sombras o superficies, que
permiten entrever sólo algunas partes del mismo, consciente de que las zonas
más íntimas había que dejárselas a la imaginación del espectador.
Es lógico
considerar que el artista, que se dejó llevar por la intuición de enseñarnos la
belleza femenina desde su más recóndito secreto, utilizó las paletas y los
pinceles para retratar un mundo que le fascinaba desde su perspectiva de macho
lujurioso, pero con el cuidado de no romper con los cercos de la sensualidad,
conforme sus cuadros fuesen una forma de erotismo apta para todo público.
Para quienes conocen el arte de la desnudez, desde la antigüedad hasta
nuestros días, es fácil identificar las pinturas de Godward como strategic nude
scene (escena de desnudo estratégico), ya que las modelos, aparte de
lucir sus mejores poses artísticas y una coquetería a flor de piel, no exhiben
su monte de Venus, por lo que el estado de desnudez se mantiene sólo en el
ámbito de lo sugerido.
John William
Godward, para asegurar que sus trabajos llevaran el sello de autenticidad,
incorporó de manera meticulosa detalles importantes en sus cuadros:
arquitectura clásica, ornamentos de mármol con bajorelieves, indumentaria de la
antigua Grecia y Roma, pieles de animales, bosques y flores silvestres.
Las mujeres en
posturas estudiadas, en tantos lienzos de Godward, causan en muchos una
confusión en cuanto a la escuela pictórica a la que perteneció y no pocos lo
catalogan equivocamente como prerrafaelita, cuando en realidad era un “Alto
Soñador Victoriano” Neoclasicista, fascinado por la producción de imágenes
fascinantes de un mundo que, dicho sea de paso, idealizó como en un trance
onírico.
Es cuestión de ver varios de sus cuadros para advertir que Godward eran
un Victoriano Neoclasicista y, por lo tanto, un seguidor de la obra de Frederic
Leighton. Aunque para algunos estudiosos del arte, como en cualquier
especulación de diletantes, su obra está más próxima, estilísticamente, a la de
Sir Lawrence Alma-Tadema, con quien compartió el gusto por la interpretación de
la arquitectura clásica, en particular, restos de edificios construidos en
mármol. Sólo que en el caso de Godward era imprescindible incluir en el
escenario, en primera plana y con vibrante colorido, a mujer de cuerpos y
rostros divinamente despampanantes.
No es menos
espectacular la vida de este pintor inglés, que vivió contra corriente, como un
ser incomprendido por su entorno más cercano. Se cuenta que el día en que se
trasladó a Italia, con una de sus modelos, su familia rompió todo contacto con
él y recortó su imagen de los cuadros de la familia. Por eso sus biógrafos aseveran que no se
conocen fotografías de este pintor que se suicidó en 1922, a los 61 años de
edad, luego de dejar una nota en la que se leía que “el mundo no era bastante
grande” para él.
Su familia,
que desaprobó desde un principio su vocación de artista, se avergonzó de su
suicidio y quemó parte de sus papeles, que hoy podían haber sido un excelente
testimonio de un hombre que vivió, por un lado, atormentado por su genio
creativo y, por el otro, rodeado por las musas que lo inspiraron a lo largo de
su carrera. Ellas, desde los cuadros que cuelgan en museos y colecciones
privadas, le sobrevivieron a su retratista, cuyo talento estaba destinado a
sobreponerse al tiempo y el olvido.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
REFLEXIONES DE NAVIDAD
Son las 2 de la mañana y no puedo conciliar el sueño.
Enciendo la lámpara del velador y pienso en la Navidad, en ese arbolito de
plástico que todos los años se debe desempolvar y, una vez adornado con luces,
nieve artificial y cintas multicolores, colocar en el sitio más atractivo
del apartamento, sin importarnos mucho el porqué de esta festividad, que los
comerciantes aprovechan para asaltarnos los bolsillos, caiga o no la nieve,
llegue o no Papá Noel.
Son las 2 y 15 de la mañana y, aparte de pensar en los
politiqueros corruptos y en las guerras tramadas por el imperio, pienso en los
niños de la calle, en ésos que a diario se levantan y se acuestan en un banco
del parque, y en los andariegos de la limosna, quienes no conocen a Papá Noel
ni disfrutan de los regalos de Navidad, pues la calle es su alimento, su
protección y su vida. En la calle los adoptan otros parias que habitan la
ciudad y viven cada día como si fuese el último.
Los niños de la calle se agrupan en pandillas y en pandillas
recorren por las avenidas comerciales, donde hacen de mendigos, prostitutas y
raterillos. Son niños que han aprendido a ganarle tiempo al tiempo y, en
cuestión de segundos, se apoderan de la pulsera de un transeúnte desprevenido,
arrancan de un tirón las joyas de una dama o despojan a un anciano de lo poco
que lleva en los bolsillos. Los niños de la calle se regalan a sí mismos lo que
Papá Noel no puede darles, son niños que aparecen y desaparecen entre los
escaparates comerciales, iluminados por las luces de los arbolitos de Navidad.
Entrada ya la noche, estos andariegos de la limosna inhalan
pegamento, se ríen de su suerte, juegan con la muerte y, tras una ola de
alucinación que los arranca de sí mismos, caen rendido en la intemperie. En el
peor de los casos, puede pasarles lo que hace un tiempo atrás ocurrió en Río de
Janeiro. Los comerciantes de la Navidad, considerándolos una escoria social,
contrataron escuadrones de la muerte para barrerlos a tiros del centro
financiero de la ciudad. Los asesinos, las caras cubiertas y pistolas al cinto,
se montaron en trineos de asfalto y, rastreando los parques y las calles, se
dieron a la caza de niños mendigos. No se oyó el trote de los renos, pero sí
una descarga de tiros confundiéndose con las salvas que anunciaban el
nacimiento del Redentor, mientras los niños de la calle eran linchados como
perros y arrojados en los terrenos baldíos, donde aparecieron sus cadáveres con
un tiro en la frente y un letrero que decía: Hijo de nadie. Basura de la
ciudad.
Son las 2 y 30 de la mañana y pienso que, en los países del
llamado Tercer Mundo, millones de niños son víctimas de la explotación, la
prostitución y la pornografía, debido a que los mercaderes de carne humana,
aprovechándose de las llagas del subdesarrollo, exportan niños por montones,
con el fin de abastecer la demanda del mercado internacional y llenarse los
bolsillos con la misma insensatez de los comerciantes que nos ofrecen la
muñequita Barbie en Navidad.
En América Latina se venden anualmente miles de niños y el
valor que se paga por ellos fluctúa entre 200 y 9.000 dólares; un negocio
millonario al que se añade el tráfico ilegal de menores, cuyos órganos son
extraídos y trasplantados a pacientes en prestigiosos hospitales de los países
industrializados, donde la carnicería humana, que cobró ya la vida de cientos
de niños asiáticos y latinoamericanos, es un hecho tan normal como matar pavos,
lechones y gallinas en la Noche Buena y en vísperas del Año Nuevo.
Son las 2 y 45 de la mañana y aún no puedo conciliar el
sueño, pues tengo la sensación de que en esta Navidad, que será como suelen ser
todos los años, no habrá noche de paz ni de amor entre las víctimas de la
guerra y el despojo, ni Papá Noel tocará la puerta de los niños pobres, porque
su cargamento de regalos se vaciará en la casa de los ricos, a diferencia de lo
que hicieron los Reyes Magos cuando nació Jesucristo, ese hombre que 33 años
después murió fijado en los maderos, entre otras cosas, por predicar el amor al
prójimo y convencido de que sería más fácil que un camello pase por el ojo de
una aguja, que un comerciante rico entre en el reino de los cielos.
Son las 3 de la mañana y recuerdo que la Navidad no sólo
sirve para celebrar el nacimiento de Jesucristo, sino también para beber y
comer hasta por los codos. Esto lo constaté en un hotel de Estocolmo, donde el
administrador del restaurante, con una copa de vinglögg (ponche) en la mano,
nos invitó a pasar al comedor.
En una mesa metálica habían bandejas con lechones asados,
una hilera de botellas de vino, presas de pavo y de gallina; pasteles,
biscochos, papas fritas y cocidas; jamones, licores, cervezas, refrescos y una
variedad de frutas y verduras, cuyos sabores, olores, colores y decorados
constituían una verdadera fiesta para el paladar.
Al término de la comilona, y mientras los copos de nieve
caían como si bailaran al rito de los villancicos, los camareros y cocineros
tiraron las sobras en bolsas de plástico. No me convencía cómo ese país,
ubicado en el techo del mundo, podía ser tan rico siendo tan pequeño. No me
cabía la idea, ni aun sabiendo que los países del hemisferio Norte eran ricos
gracias a las riquezas naturales que durante siglos saquearon de los países del
hemisferio Sur, sin dejarles más recompensa que la pobreza y el olvido.
Cuando me retiré a la habitación, desde cuya ventana podía
divisar un lago congelado en medio de un paisaje que parecía una novia vestida
con velo, me tendí en la cama, fijé la mirada en el cielo raso y pensé que en
los países del llamado Tercer Mundo hay miles y millones de niños hacinados en
humildes hogares, donde jamás llega Papá Noel con su trineo cargado con
juguetes navideños.
Los niños y las niñas pobres, en los países más pobres de
este pobre planeta, trabajan en los basurales, disputándose los restos de
comida con ratas, perros, cerdos y aves de rapiña. Los niños y las niñas
pobres, que por ser pobres han perdido sus derechos más elementales, juntan
latas, cartones, plásticos y vidrios, con la esperanza de ganarse unos centavos
que les permita llevarse un pan a la boca. Los niños y las niñas pobres,
víctimas del abuso sexual y los estupefacientes, se levantan y se acuestan a
cielo abierto. Son hijos de nadie pero sueñan con un regalito que no tendrán y
con los tres Reyes Magos que, montados a lomo de camello y guiados por una
luminosa estrella, acuden al nacimiento del redentor de los pobres.
Antes de quedarme dormido, me prometo a mí mismo seguir luchando por mis
ideales, mientras la injusticia campee en el mundo y no cambie la ley del
embudo. Pienso también que los creyentes, por su parte, debían ponerse la mano
al pecho y reflexionar que a Jesucristo no le hubiese gustado que celebren su
nacimiento entre bombos y sonajas, entre unos que tienen todo y otros que no
tienen nada, pues así como están las cosas, patas arriba, es probable que las
heridas de su cuerpo vuelvan a sangrar, la corona de espinas le lastime la
frente y les mire desde los maderos con una desilusión que a cualquiera le
atravesaría el corazón.
viernes, 9 de diciembre de 2011
VÍCTOR MONTOYA EN UNA ANTOLOGÍA INTERNACIONAL DE MICRORRELATOS
El escritor boliviano Víctor Montoya, que desde hace mucho
viene cultivando la prosa breve, es uno de los autores que integra la reciente
Microantología del microrrelato III (2011), que Ediciones Irreverentes y
Radio Exterior de España acaban de lanzar en Madrid, luego de que el
responsable de la selección, Miguel Ángel de Rus, hizo un minucioso trabajo de
investigación y compilación de los mejores relatos en este género literario que
requiere una precisión de orfebre a la hora de hilvanar las palabras, conforme
el relato tenga un principio que atrape el interés del lector y un desenlace
que no sea menos sorprendente.
Microantología del microrrelato III recoge su cuento
Escritor suicida, que anteriormente fue publicado en su libro Cuentos en el
exilio (2008), y en el que relata la desesperación y la angustia de un
novelista que decide acabar con si vida a las doce en punto del mediodía,
pegándose un tiro en la sien, a poco de poner el punto final en su novela que
le requirió diez años de acopio de material y otros tantos años de trabajo
obsesivo.
El antólogo, consciente de que el microrrelato no es un
género menor en el contexto de la literatura universal, apunta acertadamente en
la presentación del libro: En Microantología del microrrelato III se presenta
una brillante selección de relatos divertidos, sorprendentes, intimistas o
humorísticos, terroríficos o fantásticos; sobre el amor y desamor, reflexiones
sobre la muerte y la vida; de misterio, ciencia ficción o históricos. En todos
los casos, la brevedad va unida al impacto y la sorpresa, de un mundo a otro,
de un sentimiento al contrario. Al pasar cada página hay una nueva sensación
(…) 'Microantología del microrrelato III' es el libro ideal para quienes tienen
siempre prisa, quienes van a tomar un nuevo tren, para aquellos que no aguantan
interrupciones en el cine o el teatro, para aquellos que piensan que un año es
una eternidad y, especialmente, para los amantes de la buena literatura, porque
la brevedad y la excelencia pueden ir unidas.
Víctor Montoya, como pocos escritores bolivianos, tiene una serie de cuentos publicados en antologías internacionales. Algunos de ellos traducidos a otros idiomas. Por lo tanto, la publicación de su cuento Escritor suicida en esta Microantología del microrrelato III, lo convierte en un narrador fecundo cuya obra es digna de ser leída tanto dentro como fuera de su país de origen. Cabe destacar también que entre los 65 autores reunidos en esta antología, todos ellos con magníficas creaciones literarias, figuran algunos maestros en el arte de narrar cuentos breves como Franz Kafka, Baldomero Lillo, Antón Chéjov, Mijail Bulgakov, Ariel Dorfman, Jules Renard, Leopoldo Lugones y Guillaume Apollinaire, entre otros.
jueves, 8 de diciembre de 2011
RADIOGRAFÍA DE JULIO CORTÁZAR
Abrigo la esperanza de que alguien pueda
compartir conmigo la enorme impresión que causa esta fotografía encontrada en
la vidriera de un hospital, donde algún admirador -o admiradora- de Julio
Cortázar, luego de recortarla de una revista, la pegó cuidadosamente por las
cuatro esquinas. Cuando la miré de cerca, absorto por la iluminación frontal
que lo destaca tan vivamente, no resistí a la tentación de llevármela conmigo,
dispuesto a describirla para quienes no la conocían. Empero, debo reconocer que
no fue tarea fácil, sino un desafío contra la subjetividad que me acechaba a
cada instante, pues pasé varias horas queriendo describirla, sin conseguirlo, y
sólo quienes hayan pasado noches en vela, con una idea insistente que revolotea
en la cabeza, comprenderán la desesperación que supone intentar atrapar las
palabras exactas para describir una fotografía que de por sí es una poesía
hecha de luz y de sombra.
Querido Julio, en esta fotografía, más que en
ninguna otra, nos miras desde el fondo de tus ojos tiernos, mientras tu rostro,
marcado por una profunda expresión de melancolía, nos inspira un súbito respeto
y admiración por lo que fuiste en la sencillez y el silencio, circunstancias en
las cuales aprendiste a comunicarte más con los gestos que con palabras, como
todo gran escritor que manifiesta sus pensamientos y sentimientos a través de
la palabra escrita, de esos pequeños grafemas que tú, desde niño, escribías con
el dedo en el aire, como si se trataran de signos mágicos que nacían de tu
imaginación o a partir de un palíndromo, donde la palabra Roma se leía amoR al
invertirla.
Al contemplar intensamente esta fotografía, en
la cual apareces con la melena y barba leoninas, crecidas con tanta rebeldía
como las llamas de tu alma, te imagino en tu escritorio cual gigante perdido en
el País de las Maravillas,
escuchando las improvisaciones del jazz, leyendo los libros de tu preferencia
o, simplemente, acariciando el lomo de tu gata Flanelle, cuyo ronroneo era la
única música que rompía la monotonía del silencio.
Apenas miro tu jersey de mangas largas y
cuello alto, te imagino en invierno, deslizándote por las calles mojadas de una
ciudad grisácea, envuelto en una gran bufanda, y en verano, tendido a la sombra
de un árbol, los ojos clavados en el vacío y meditando en la dimensión de tu
obra, donde la fantasía y la realidad se funden como las dos caras de una misma
medalla. A ratos, me parece oírte hablar con voseo argentino y erre afrancesada sobre Fidel y la
revolución cubana, país donde redescubriste la alegría, la solidaridad, la
espontaneidad y los temas latinoamericanos, tras haber pasado media vida en
París, en esa ciudad que amabas y odiabas al mismo tiempo.
Cuando leí una de tus cartas escritas a Fernández
Retamar -Director de Casa de las Américas (nuestra casa)-, me quedé sin aliento
y con el corazón partido, ya que no me convencía cómo un cronopio de tu talla podía sentirse solo y extranjero en el barrio
15 de París, recluido en una casita alta y angosta como tu imagen. Mas recién
ahora, al releer El perseguidor
(ese excelente relato inspirado en Charlie Parker, el famoso Bird, el jazzman que alucinaba con la droga y el alcohol, y hacía alucinar
con el saxofón a los amantes de su música), puedo comprender el porqué de tu
soledad y tu amor desmedido por la humanidad y sus asuntos, que la vida de
Charlie Parker te enseñó a mirar por dentro, desde el fondo mismo del ser, y
lejos de la superficialidad que nos corroe cada día. Asimismo, debo decirte que
tu sensibilidad -o hipersensibilidad- de hombre de letras te llevó a tomar
partido por la justicia social y la defensa de los procesos socio-políticos que
expresaban el sentir popular; la prueba está en el compromiso que asumiste con
la revolución cubana, con los acontecimientos de mayo del 68 en París o con la
revolución sandinista, que tan bien la retrataste en tu Nicaragua tan violentamente dulce. Sin lugar a dudas, tu obra
literaria se fundió con las luchas de emancipación desde cuando comprendiste
que el socialismo democrático era la única alternativa histórica capaz de
abolir la explotación del hombre por el hombre. Pero ahora que ya no estás
entre nosotros, porque la muerte te privó de ver los bruscos virajes que se
produjeron en el mundo, desde la caída del Muro de Berlín hasta el trágico
resurgimiento de los nacionalismos, sólo me cabe imaginar que tú no darías un
solo paso atrás, convencido de que la humanidad no volverá la rueda de la
historia y resistirá los embates del imperialismo como lo está haciendo Cuba,
esa pequeña isla y esa gran causa que tanto amaste en vida.
Así, pues, querido Julio, ante esta hermosa fotografía que te retrata el
alma de niño grande y bueno, constato una vez más que fuiste un cronopio de verdad, un ser magnífico
cuyo espíritu era portador de los mejores valores humanos, un hombre en quien
se podía depositar toda la confianza del mundo como en una cajita que guarda
los secretos más íntimos bajo siete llaves; es más, al mirar tus grandes manos
pecosas, puedo también constatar que tus brazos de boxeador están aún
dispuestos a batirse con los adversarios de los desposeídos en El último round, en ese round
en el que te acompañaremos los hinchas de tu obra, que es tan grande como fue
tu vida.
Julio Cortázar, foto de Ulla Montan
martes, 29 de noviembre de 2011
LA PROSA ENIGMÁTICA DE JOHN CUÉLLAR
Como en toda obra
destinada a ser leída con atención y sentido crítico, El cuarto enigmático y
otras narraciones revela a un autor que, a pesar de su juventud y modestia, se
perfila como un escritor serio y comprometido con la palabra escrita, ya que
sus relatos no son simples garabatos narrativos ni el lector malgasta su
tiempo una vez que ingresa en el laberinto de los textos escritos con pasión y
talento.
En el primer
relato, ambientado en el edificio de un Instituto abandonado, nos permite
entrar en un cuarto penumbroso y frío, donde tres amigos experimentan hechos
inexplicables y enigmáticos, y en el que un libro abierto sobre una mesa, con
una sola frase escrita en sus páginas, parece tener todas las explicaciones de
un crimen recientemente ejecutado. Se trata de un suceso recreado al más puro
estilo de Edgar Allan Poe y, desde un principio, se puede afirmar que la prosa
de John Cuéllar, quien sabe tejer hábilmente los elementos de la realidad y la
fantasía, nos hace vibrar con situaciones rodeadas por un halo de misterio y
nos entrega una poderosa dosis de terror y espanto.
En Jorge Breen
en la mira, el protagonista sueña con su propio asesinato, mientras duerme en
uno de los bancos del cine, al mismo tiempo que en la película se comete un
crimen pasional. Aquí, lejos de toda consideración lógica, el autor deja
constancia de que el racionalismo es superado por la ficción del mundo onírico.
No en vano Jorge Breen vive con la sensación de que su realidad depende de
otra, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta el infinito. Los tiempos
narrativos se sobreponen y se repiten las escenas como en la función rotativa
de una película, con un personaje asediado y asesinado varias veces.
En el tercer
relato, Delirio, parece prolongarse la historia de Jorge Breen. Todo comienza
cuando el protagonista, al salir de una megadiscoteca, encuentra en su camino a
una bella mujer, quien, desilusionada por el repentino abandono de su novio, le
pide pasar la noche en su apartamento. Estando allí, él aprovecha para
invitarle unas copas de ron y, seducido por la voluptuosidad de sus senos y sus
muslos, devorarla a besos mientras escuchan una canción de Laura Pausini. En
este relato, cuyo tema recrea una falsa ilusión provocada por los efectos del
alcohol, se explaya una prosa desinhibida y contemporánea, salpicada de
sensualidad, picardía y erotismo.
En algunas
narraciones se rastrea el tema de un amor no correspondido y las cavilaciones
propias de los enamorados de mujeres imposibles, como en Destiempo y en
Desolación, donde el protagonista adolescente, inconforme e insatisfecho, siente que
su vida existencial está proyectadas en las letras de una canción: Sólo huele a tristeza, huele a soledad;/ en mis ojos perdidos, sólo hay humedad…,
aunque no deja de abrigar las esperanzas de que si se pierde un amor, es posible
encontrar otro a la vuelta de la esquina, al menos si se practica el lema:
quien busca, encuentra, y quien insiste, consigue.
En una selección
de relatos, como en este caso, existen algunas narraciones que destacan más que
otras, ya sea por el tratamiento del tema o por la destreza narrativa del
autor, quien, en su condición de intelectual de clase media, ensaya una
literatura urbana que, de un modo consciente o inconsciente, usa los mismos
recursos a los que nos tienen acostumbrados Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce
Echenique. En tal virtud, no es casual que nos cuente las razones y sinrazones de los hijitos de
papá, de los muchachos que integran las tribus urbanas y se adueñan de la
ciudad en medio del mundanal ruido, el incesante ajetreo de la gente, los
servicios de las camaleonas y la música estridente de las discotecas a media
luz.
No faltan las historias
que transcurren entre hermanos celosos y madres preocupadas por buscar un buen
partido para sus hijas en un ámbito en el cual la ascendencia social y el poder
económico del pretendiente son decisivos a la hora de aceptar un compromiso
formal en el seno de una familia con pretensiones de la alta sociedad, con
servidumbre y chofer particular incluidos; una realidad que se refleja en Tienes que echarle la negra a un tipo
llamada Frank, donde el personaje principal, un hijito de papá, tiene la
vida servida en bandeja de plata y un futuro esplendoroso, al que todos son
convocados, pero en el que pocos son los elegidos. Mas no por esto, según el
hilo argumental, los ricos están libres de las tragedias familiares, así sea
sólo en un sueño premonitorio, como sucede en este relato, en el que los hermanos menores del protagonista
mueren ahogados en el mar; algo que se repite, de una manera paradójica y
premonitoria, en el caso de su amigo Martín Rosse, muerto con un disparo en la
frente.
Como en cualquier ciudad peruana, a altas horas de la noche, en las calles
y bares pululan los borrachos propensos a las agresiones verbales y los
asesinatos con arma blanca. Esto se describe, con precisión verbal y escenas de
videoclip, en El desquite, cuyo protagonista, Claudio Selso, es acosado y asesinado por un hombre de
apariencia misteriosa.
Por otro lado, llama la
atención el hecho de que el relator/protagonista casi siempre reflexiona sobre
los temas que lo aquejan mientras está en la cama, se supone que boca arriba y
con la mirada perdida en el cielorraso. Así ocurre, por ejemplo, en Una vez
más, tras la llegada de un forastero que despierta su curiosidad y cuyos pasos
sigue hasta descubrir que se trata de un hombre decidido a quitarse la vida en
el precipicio de la montaña; una acción impactante que, años más tarde,
experimenta en carne propia el relator/protagonista, dejándose caer en el mismo
abismo como un suicida potencial. Es digno destacar que en este relato se pone
a prueba la intención experimental del autor, quien repite cuatro veces un
mismo párrafo, con modificaciones claves al final de cada uno.
En Ellos me
están esperando, último relato del libro, desfilan una serie de personajes
secundarios que parecen no tener otro propósito que el de pasar el fin de
semana en un cine o reunidos en un night club entre mujeres de prendas mínimas
y bebidas tropicales. Aquí destaca El profe, un individuo resentido con la
colectividad y con poca autoestima personal que, en su plan de borrachera y
entre las muchachas del cabaré, funge ser el paradigma de quienes sueñan con un
estatus social y económico que los dignifique de por vida.
No es menos
interesante el caso de Apolonio Meder, más conocido como Apolo entre sus
amigos; un muchacho que se unió a la noble causa de los guerrilleros, pero
que, en realidad, resulto ser un soplón de los militares. Si bien es cierto
que este sujeto, con un pasado como mercenario, logra salvar su pellejo y huir
hasta la capital, es cierto también que no logra reintegrarse a la vida social
ni laboral, hasta que termina por entrar en contacto con el hampa, y,
consiguientemente, con los elementos que, debido a su actitud desalmada y sin
escrúpulos, pertenecen a los fondos más bajos de la sociedad, donde campean los
parricidas, violadores, atracadores y asesinos a sangre fría.
En Ellos me
están esperando, el relator/protagonista nos va describiendo, paso a paso, la
crónica de una muerte anunciada en medio de una galería de personajes
siniestras que forman parte del texto y el contexto, y mientras él, Ángel
Curtis, ya acostado y cubierto por la sábana, reproduce en su mente la frase:
ellos te están esperando, siempre lo han hecho, pero hoy es diferente, debido
a que ellos, los malandrines que son sus compinches en los actos delictivos,
están dispuestos a despacharle a ese lugar del cual nadie retorna con vida. Y
así ocurre, en el desenlace, el asesinato anunciado es consumado, poco antes de
que la esposa de Ángel Curtis descubra el cadáver ensangrentado y una nota
sobre su pecho: La sangre cubre lo que el dinero no puede.
Este volumen ágil
y ameno, de un modo general, está compuesto por una galería de jóvenes
atrapados por la melancolía y la desilusión, que divagan entre las cuatro
paredes de un cuarto, siempre meditabundos y contraviniendo toda lógica y
razón, como seres enajenados que vagan por un laberinto de preguntas sin
respuestas y por calles que más parecen pobladas por fantasmas que por seres
con vidas y realidades cotidianas. No obstante, aunque en varias de las
narraciones las ilusiones y los ensueños adolescentes se rompen como vasijas de
barro antes de ingresar en la antesala de la vida adulta, queda claro que el
amor y el desamor son dos de los pilares sobre los cuales están estructuradas
las breves prosas de John Cuéllar, quien, con la fuerza de la imaginación y el
oficio escritural, no dejará de sorprendernos en un futuro inmediato con obras
que dejarán su huella en el marco de la literatura peruana contemporánea. Por
ahora, y sin mayores preámbulos, nos quedamos a gusto con los diez relatos de
El cuarto enigmático y otras narraciones, un libro que merece ser leído con
los cinco sentidos.
John
Cuéllar (Huánuco, Perú, 1979). Poeta y narrador. Licenciado en Lengua y Literatura, egresado de
la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Ha sido encargado de edición de las
revistas Kactus & Parnaso
(2003-2004) y Parnaso (2005-2006). Obtuvo el segundo premio de poesía en los “II
Juegos Florales Valdizanos, en 2000, y el primer premio en el “II Premio de
Cuento Ciudad de Huánuco”, en 2001. Es autor de Narrativa joven en Huánuco (2005), Lexicón (2007) y Sin antídoto
(2008). Tiene textos dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras.
También ha publicado en medios electrónicos: Revista VOCES, Casa de Poesía ISLA NEGRA, Yo escribo, Revista del
Pensamiento y la Cultura DIEZ DEDOS, Revista Literaria KATHARSIS, Revista Intercultural del mundo
hispanohablante ÓMNIBUS, Revista Trimestral de Literatura EL HABLADOR y en
la Revista de narrativa contemporánea en
castellano NARRATIVAS.
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