viernes, 8 de marzo de 2013


LAS MUJERES AFRICANAS 
EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Cada 8 de marzo, como todos los años, algunas celebran el Día Internacional de la Mujer entre bombos y platillos, mientras otras permanecen recluidas entre las cuatro paredes del hogar, ajenas a los actos y los discursos que se pronuncian en su honor. Éste es el caso de las mujeres pobres que viven en los países más pobres de este pobre planeta, como las africanas que son víctimas de la ablación genital, el desprecio y el olvido.

A estas alturas de la historia, cuando los avances de la ciencia y la tecnología nos deslumbran cada día, es horroroso constatar que millones de mujeres sufren la mutilación en los genitales, sin considerar los efectos negativos que tienen en las relaciones sexuales de una pareja. Las intervenciones quirúrgicas se realizan casi siempre sin anestesia, con instrumentos que carecen de esterilidad y en un entorno desprovisto de las condiciones higiénicas necesarias.

Según informes de la revista Populi -del fondo de Población de las Naciones Unidas-, esta brutal operación es una tradición milenaria que subsiste en varios países del continente africano, donde vive el mayor por ciento de mujeres mutiladas genitalmente. En Somalia, Eritrea, Etiopía, Sudán, Arabia Saudita, Togo y Egipto, casi la totalidad de las mujeres del ámbito rural han sufrido alguna variante de la mutilación en los genitales antes de alcanzar el umbral de la pubertad.

La ablación genital, a pesar de estar prohibida oficialmente en Asia y África, es un ritual indispensable establecido por la sociedad tribal, con el fin de controlar los impulsos sexuales de la mujer, quien, según las normas de determinadas etnias, debe conservar su virginidad hasta el matrimonio, sentirse sumisa y desvalorada ante la supremacía masculina.

Esta práctica ritual, contrariamente a lo que muchos se imaginan, se remonta a tiempos muy antiguos. La mayoría de las civilizaciones de Oriente, los hititas, asirios, egipcios y luego los judíos asociaron esta costumbre con la religión y llegó a formar parte de la cultura de estas civilizaciones. Según una leyenda islámica, Agar, concubina de Abraham y madre de Ismael, fue la primera mujer mutilada genitalmente. Esta práctica se realizaba para asegurar la fidelidad y la castidad de la mujer, y así evitar que sea más proclive a los placeres del sexo y la infidelidad.

Los mahometanos circuncidaban a los niños varones y mutilaban sexualmente a las mujeres, y según esta costumbre, ningún hombre que se respetara aceptaría por esposa a una mujer no mutilada. En árabe, la palabra ablación se designa con varios nombres: sello sagrado, pureza y reglamento de fe. Si una criatura fallecía, sin haber sido mutilada, ésta recibía el apelativo de inmunda. Rehuir esta tradición milenaria, en naciones donde los derechos de la mujer no se respetan ni se mencionan, implica contravenir las normas y leyes establecidas por el clan de los ancianos, cuya función de autoridades supremas les concede el derecho de hacer cumplir las tradiciones conforme a lo determinado por sus ancestros.

En las tribus africanas se practica la ablación general entre las niñas de cinco a doce años de edad, precedida por una larga ceremonia reglamentada por un sistema patriarcal que, aparte de ser una estructura histórica-cultural, es la institucionalización del dominio masculino sobre la mujer y sobre la sociedad en general. No es casual que el hombre pueda, con toda legitimidad, arrebatarle la vida a una mujer acusada de adúltera. El sistema patriarcal, como por mandato divino, establece que el rol tradicional de la mujer es criar a los hijos, obedecer al marido y cumplir con los deberes domésticos. La mujer, al ocupar los escalones más bajos de la pirámide social, no puede gozar de los mismos derechos que el hombre, quien, por su parte, le impiden levantar la voz y enfrentarse a un sistema que controla su sexualidad y la oprime a lo largo de su vida.

De acuerdo con un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se sabe que después de la mutilación se presenta una alta incidencia de morbilidad y mortalidad femenina, ya que la ablación -extirpación total o parcial del clítoris- se realiza con instrumentos rudimentarios que van desde una hoja de afeitar hasta un pedazo de vidrio. Las operaciones, además de ser riesgosas, son de diferentes grados. Así, la infibulación, conocida también como circuncisión faraónica, consiste en colocar un anillo u otro obstáculo en los órganos genitales para impedir el coito. Se secciona una parte del clítoris o de la piel que lo recubre, llegándose a extirpar en algunas tribus incluso los labios menores y coser la abertura, dejando apenas un pequeño orificio para dar paso a la orina, la menstruación y las secreciones vaginales.

A largo plazo, como es natural, los efectos de estas costumbres tribales suelen provocar trastornos urinarios, infecciones genitales crónicas, disfunciones sexuales y partos complicados que conducen a la muerte. Por éstas y otras razones, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la ablación genital es nociva para la salud y un atentado flagrante contra los derechos de la mujer, puesto que la integridad no se trata de identidad cultural ni de un designio religioso, sino de Derechos Humanos, y que la defensa del goce sexual es una parte importante de la emancipación femenina.

Ojalá que cada vez que se celebre el Día Internacional de la Mujer, a tiempo de reafirmar las conquistas alcanzadas por las mujeres del mundo Occidental, se afiancen las reivindicaciones de las mujeres africanas, quienes necesitan del concurso de todos para liberarse de las tradiciones patriarcales que, como si fuesen las cadenas de la esclavitud, las dejan profundas secuelas en el cuerpo y en el alma.

sábado, 2 de marzo de 2013

VÍCTOR MONTOYA TRADUCIDO AL ALEMÁN

No es frecuente que las obras de autores bolivianos sean vertidas a otros idiomas. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha incrementado el número de cuentistas y novelistas cuyas obras se leen tanto dentro como fuera del país. Éste es el caso del escritor Víctor Montoya, quien nos presenta la versión alemana de sus libros “Erzählungen der Grausamkeit” (Cuentos violentos) y “Die Legende vom Tio – Gottheit der Minen und dem Bergwerk” (Cuentos de la mina), que aparecieron a principios de este año bajo el sello de la editorial austriaca MackingerVerlaget.


Los libros, traducidos por la hispanista alemana Claudia Wente, están a disposición de los lectores de Alemania, Austria, Suiza y otros países de lengua germana. Se los puede adquirir tanto en las librerías como a través del portal digital de la editorial MackingerVerlag.


Testimonio del terrorismo de Estado

En la presentación de Cuentos violentos se indica que el libro es la expresión genuina de la “historia de la crueldad”, que vivió el país andino desde la conquista del Imperio Incaico. Desde entonces, las luchas revolucionarias emprendidas por los movimientos indígenas e independentistas republicanos, la palabra Libertad sigue siendo un sueño incorporado en la memoria colectiva de un continente que no deja de clamar por su derecho a la independencia y soberanía.   

Las condiciones de trabajo en las minas, desde la época de la colonia, no han sido fáciles para los habitantes del altiplano boliviano. Los centros mineros como Potosí, Llallagua, Siglo XX, Oruro y otros, han sido zonas de permanentes conflictos sociales, económicos y políticos.
El autor de Cuentos violentos, que se crió en la población de Llallagua, fue testigo de la pobreza y angustia, acompañadas por el terrorismo de Estado institucionalizado por quienes, una y otra vez,  intervinieron militarmente los centros mineros, donde se cometieron brutales masacres, apresamientos y torturas contra los opositores políticos, ante la mirada impotente de una población que resistía de pie, aunque amordazada y la espalda a la pared.

La tortura aplicada contra los opositores a los regímenes dictatoriales jamás condujo a la solución de los problemas sociales, pero sí dejó secuelas irreparables; por una parte, profundas heridas físicas y psicológicas; y, por otra, la desconfianza y el odio en el seno de una población dispuesta a defender sus derechos a cualquier precio.

Víctor Montoya fue apresado, torturado y encarcelado por sus actividades políticas en 1976. Estando recluido en las celdas de la cárcel de San Pedro y Viacha, escribió una serie de cuentos basados en las experiencias crueles que le tocó vivir en las mazmorras de la dictadura militar.


Los cuentos que integran este volumen, aparte de estar escritos como testimonio personal, son también el eco de otras voces anónimas que se alzan para denunciar los atropellos de lesa humanidad perpetrados por las dictaduras militares del Cono Sur de América durante la denominada Operación Cóndor.

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Mitos y leyendas del mundo minero

En el portal de la editorial se dice que Cuentos de la mina o La leyenda del Tío (subtítulo que se añadió en la versión alemana), es un libro escrito con destreza narrativa y responsabilidad social. En los cuentos se retrata la vida cotidiana de los mineros; su lucha, su tragedia, pero también sus creencias mitológicas, vinculadas al realismo mágico y la cosmovisión de las culturas indígenas.  

El libro, ilustrado con una serie de fotografías que destacan la estatuilla del Tío, registra la tradición oral de los mineros que, probablemente, se remonta hasta la época de la colonia, cuando los conquistadores ibéricos comenzaron a explotar los yacimientos de plata en Potosí; una tradición oral que persiste con el nacimiento de la república y el auge de gran industria minera, una vez que el magnate Simón I. Patiño descubre, a finales del siglo XIX, las vetas de estaño más ricas del mundo en las montañas de Llallagua.


Los cuentos recrean las creencias populares, leyendas, mitos, ritos y símbolos de una colectividad que, mediante una narración hecha de realidad y ficción, intenta explicar los acontecimientos de su entorno inmediato, la grandeza de su pasado histórico, los conflictos de su presente y las perspectivas de su futuro.

El Tío de la mina, personaje omnipresente en las galerías, tiene mucha semejanza con el dios Hades, quien representa el ultramundo en la mitología griega. El Tío es el protector de los mineros y el amo indiscutible de la mina, como si en sus cuernos escondiera los preciosos metales, y aunque tiene rasgos diabólicos, según las creencias judeo-cristianas, es un ser mitológico venerado por las familias mineras, que le brindan ofrendas a cambio de que les dé protección y prosperidad. 


Su mujer, la Chinasupay (diablesa), posee un fuerte atractivo eróticamente en el imaginario popular, aparece y desaparece misteriosamente en los sueños y las pesadillas de los mineros, quienes la temen tanto como al Tío. Algunos incluso creen que la Chinasupay es el mismo Tío que, a modo de poner a prueba su poder de atracción sexual, se convierte en mujer seductora capaz de envilecer a los hombres más desprevenidos.

El Tío de la mina es el protagonista principal en “Cuentos de la mina”. El autor nos quiera revelar desde un principio la pregunta: ¿Por qué el diablo se llamó Tío? La respuesta, narrada de una manera sorprendente y sobrenatural, la encontramos a lo largo del libro, donde se afirma que el Tío, en su estado demoniaco, hace suya a una chola de buen parecer, en quien engendra a un hijo que nace con el aspecto de iguana. Entonces el poder eclesiástico, al constatar que la criatura no es la hechura de Dios sino del diablo, condena a la madre y al hijo a arder en una hoguera. Es por eso que el diablo, según se relata en el cuento, actúa en venganza propia y causa estragos entre los pobladores, hasta que los mineros le suplican perdón por el asesinato de su legítimo heredero. El diablo recapacita, hace reaparecer los minerales en las galerías y decide llamarse Tío, a quien los mineros, como en una suerte de pacto, deben rendirle pleitesía ofrendándole sangre de llama blanca, hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.


Cuentos de la mina, con toda la magia que encierran los libros arrancados de la tradición oral, es un buen ejemplo de que los mitos y las leyendas, transmitidos de generación en generación, constituyen un excelente material literario en manos de un narrador que usa los instrumentos adecuados no sólo para darles vida en la fantasía de los lectores, sino también para universalizarlos y perpetuarlos en la memoria colectiva.

Apuntes sobre el autor

Víctor Montoya nació en La Paz, Bolivia, en 1958. Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivió desde su infancia en las poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua, al norte de la ciudad de Potosí, donde conoció el sufrimiento humano y compartió la lucha de los trabajadores mineros.

En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, fue encarcelado por la dictadura militar. Liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia en 1977. Cursó estudios de especialización en el Instituto Superior de Pedagogía en Estocolmo y ejerció la docencia durante varios años. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos publicados en antologías internacionales. Actualmente escribe para publicaciones en América Latina, Europa y Estados Unidos.

En su extensa obra, que abarca el género de la novela, el cuento, el ensayo y la crónica periodística, destacan: Huelga y represión (1979), Días y noches de angustia (1982), Cuentos Violentos (1991), El laberinto del pecado (1993), El eco de la conciencia (1994), Antología del cuento latinoamericano en Suecia (1995), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento boliviano (1999), Cuentos de la mina (2000), Entre tumbas y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002), Literatura infantil: Lenguaje y fantasía (2003), Poesía boliviana en Suecia (2005), Retratos (2006) y Cuentos en el exilio (2008). 

viernes, 22 de febrero de 2013


BREVE ENSAYO SOBRE LA GUERRILLA DEL CHE

El número 22 de la Revista FUENTES, editada bimestralmente por la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, ofrece a los lectores una serie de temas de interés general.

Ya se dijo, en reiteradas oportunidades, que la Revista FUENTES es una suerte de caleidoscopio donde se muestran los trabajos en torno a la archivística, el arte, la antropología, la bibliografía literaria y la historia, que la convierten en una valiosa fuente de información en la cual confluye lo mejor del pensamiento boliviano.

El editor responsable, Lic. Luis Oporto Ordóñez, no escatima esfuerzos en que cada uno de los números tenga la calidad suficiente tanto en el diseño como en la presentación; factores imprescindibles en cualquier publicación que está destinada, en primer lugar, a los profesionales e investigadores del país, Latinoamérica y el mundo.

En este número de la Revista FUENTES, que se presentó en el salón de Video Conferencia de la Vicepresidencia, el pasado jueves 21 de febrero, destacan los artículos: Ramiro Condarco Morales: Ensayo bio-bibliográfico, de Ramiro Duchén Condarco y Gonzalo Molina Echeverría; Los diccionarios biográficos del movimiento obrero: Análisis comparado de un género científico, de Bruno Groppo; La bibliografía sobre la campaña de Ñanzahuazú, de Luis Oporto Ordóñez, entre otros.

El breve ensayo Pasajes y personajes de la guerrilla de Ñancahuazú, que lleva la firma del escritor Víctor Montoya, recoge los episodios más trascendentales de la guerrilla del Che en Bolivia. El autor, acogiéndose a una rigurosa documentación, afirma que el fracaso de la gesta de 1967 obedeció a factores internos y externos del foco guerrillero. No obstante, sostiene que la imagen de Ernesto Guevara de la Serna es una suerte de efigie enclavada en la mente y el corazón de los luchadores sociales de América Latina y el mundo.

En el resumen de este breve ensayo, ilustrado con las fotografías de los principales protagonistas, se lee: El legendario guerrillero Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el ‘Che’, es uno de los personajes más emblemáticos de las luchas libertarias en América Latina. Su lucidez ideológica, su ejemplo en los campos de batalla y su trayectoria internacionalista lo convierten en un referente de la revolución socialista. A partir de su experiencia revolucionaria en Cuba, donde desempeñó diversos cargos administrativos, vio la necesidad de extender la lucha armada en los países del llamado Tercer Mundo, impulsando la creación de ‘focos’ guerrilleros, capaces de enfrentarse militarmente a las tropas mercenarias del imperialismo norteamericano, pues, según sus concepciones, en un país donde  existen  ‘condiciones objetivas’ para una revolución, es suficiente organizar un pequeño ‘foco’ guerrillero para crear las ‘condiciones subjetivas’ y desencadenar una insurrección  popular. La figura del Che, desde su asesinato, despertó controversias y grandes pasiones entre las multitudes. Para sus seguidores, como la argentina-alemana Tamara Bunke (Tania) y el boliviano Inti Peredo Leigue, representó la lucha contra las injusticias sociales, pero la extendida identificación con el Che se debe, en gran medida, a las ideas que planteó sobre el ‘hombre nuevo socialista’. Desde que ingresó clandestino a Bolivia, a finales de 1966, soñó en que este país, ubicado en el corazón de Sudamérica, ofrecía condiciones para extender la guerra de guerrillas a todo el continente. El desarrollo de la guerrilla de Ñancahuazú, entre escaramuzas y combates sangrientos, se prolongó hasta el día en que fue capturado en la Quebrada del Yuro (Churo) y ejecutado en la escuelita de La Higuera, por órdenes expresas del alto mando militar boliviano, asesorado por la CIA, el 9 de octubre de 1967.

El número 22 de la Revista FUENTES, como los anteriores que circularon ampliamente en Bolivia y otros países, dignifica la labor que viene realizando, con disciplina y profesionalismo, la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, en aras de fomentar el intercambio de información entre las distintas áreas del conocimiento humano, sobre todo, ahora que los cambios sociales exigen mayor efectividad de parte de los ciudadanos involucrados en la promoción cultural y la investigación científica.

lunes, 18 de febrero de 2013


EL GIGANTE DE PARURO

El gigante de Paruro, que posee toda la fuerza y dignidad de una estatua monumental, es una imagen captada por el fotógrafo peruano Martín Chambi, quien, en sus largos recorridos por los Andes y llevando a lomo de mula su cámara de placa de vidrio, supo fijar en un instante preciso, como todo buen poeta de la luz y la sombra, imágenes que provocaban un cierto vértigo entre nuestra realidad y la suya, entre la creación y la contemplación. Además, el artista que dibuja con la luz los objetos y las formas, está consciente de que todo lo que recoja su sensibilidad visual no es otra cosa que el reflejo de su mundo interior.
 
Martín Chambi hizo posar al gigante de Paruro al lado del mestizo de traje y gomina, para luego retratarlo tal cual estaba. Miró a través de los lentes y presionó el obturador. Y, tras el clic de la máquina, la fotografía se compuso en un instante mágico. Más tarde, en la fría penumbra del laboratorio y sus alquimias, la imagen del gigante de Paruro quedó fija sobre el papel, con todo su poder de sugerencia.
 
El impacto de la fotografía, que sintetiza la realidad contradictoria del continente latinoamericano, me devolvió a épocas remotas y a esos temibles mitos relacionados con la existencia de seres gigantescos, que los piratas de alta mar contaban en los puertos del Viejo Mundo. De ahí que el cronista italiano Antonio Pigafetta, quien navegó por las costas del Atlántico junto a las huestes de Fernando de Magallanes, escribió que los expedicionarios se encontraron con indios gigantes en la región meridional del continente sudamericano, con personajes que hablaban con voz de toro y tenían el cuerpo y la cara pintados de rojo, a quienes, por su impresionante estatura, los llamaron los patagones, pues se decía que eran tan altos y fornidos, que ni el más alto podía llegarles a la altura de los ojos sino montado sobre el caballo.
 
El gigante de Paruro tiene la cara alargada, los pómulos prominentes y quemados por el sol y el frío, los ojos irradiando los cinco siglos de opresión y menosprecio al indio, la nariz firme y aguileña, los labios carnosos, entreabiertos, y el mentón más amplio que la frente; lleva el poncho plegado y la chompa como un andrajo; tiene una mano nudosa apoyada sobre el hombro del mestizo, quien lo mira desde abajo, y la otra mano, donde las venas parecen lazos enraizados en su piel, sujetando el infaltable lluch’u*, que seguramente se lo calaba hasta más abajo de las orejas para protegerse del frígido soplo del altiplano; sus abarcas, cuyas delgadas suelas parecen aplastadas por el peso de su cuerpo, no tienen hebillas sino tiras que cruzan por entre los dedos y se amarran a la altura del tobillo. Sus pantalones de bayeta, en realidad, no existen, puesto que de tanto remiendo parecen un solo remiendo.
 
Con todo, así como están, me recuerdan al aparapita y a Jaime Sáenz (el viejo comealmas), el poeta surrealista boliviano que, en sus noches de bohemio, frecuentó el submundo de los aparapitas, intentando beber como ellos, con ellos, dos litros de alcohol por día, puesto que estos personajes enigmáticos, acostumbrados a comer la sopa de perejil con la cara contra la pared y lejos de las miradas indiscretas de la gente, no sólo le fascinaban porque viven en íntima relación con los toneles de aguardiente, sino también por su modo de vestir, pues el saco del aparapita, como los pantalones del gigante de Paruro, es una verdadera confección del tiempo y no del sastre.  Aunque la prenda existió en algún momento, fue desapareciendo poco a poco, según los remiendos iban cundiendo hasta aumentarle el peso con relación a su espesor. De modo que los pantalones del gigante de Paruro son una suerte de hilo sobre hilo y tela sobre tela.
 
Sin embargo, lo que deja perplejo de esta imagen no es tanto la vestimenta del indio como el impacto irresistible de su estatura, que a él sabría causarle un complejo de elefante, mientras a sus admiradores una curiosidad insondable, pues ver a un indio gigante, retratado gracias a los misterios de la luz, es siempre un golpe certero contra la percepción de la vista y un modo de  constatar que, a veces, los personajes creados por las aventuras de la imaginación son superados por la realidad contundente.
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Aparapita: Indígena aymará que trabaja como cargador en las ciudades.
Lluch'u: Gorro de lana. Prenda de abrigo para la cabeza.

jueves, 7 de febrero de 2013


EL TÍO DE LA MINA EN EL CARNAVAL DE ORURO

Cuando le informé al Tío que muchos de los que bailan en Oruro, sin saber lo que bailan, desconocían el verdadero origen del Carnaval, hizo chisporrotear la lumbre de sus ojos y se quedó calladito en siete idiomas. Acto seguido, mientras encendía su cigarrillo, asistió con un tono de furia en la voz:

–Ya ves, ya ves... Es lamentable que la gente no sepa que fui yo, y nadie más que yo, el promotor del Carnaval de Oruro, de esa festividad fastuosa que ahora llaman Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad... Y si no me lo crees o dudas de mi palabra, pregúntales a los antropólogos, etnólogos e historiadores, quienes de seguro confirmarán que, efectivamente, conmigo se inició el Carnaval en la tierra de los Urus.

–Eso quiere decir que a ti te debemos la grandiosidad de esa fiesta que año tras año sacude los cimientos de nuestro acervo cultural –le dije, en un intento por amainar su furia.

–Así es, pues –repuso–. La tradición oral relata que todo se inició en 1879, tras el descubrimiento de la imagen milagrosa de la Virgen de la Candelaria, quien apareció pintada en la guarida del Chiru Chiru, un ladrón romántico y justiciero que asaltaba a los ricos para luego distribuir el botín entre los pobres. Los mineros, asombrados por tan extraña aparición de la Virgen, la reconocieron como su protectora y la hicieron su Patrona. Después se dieron a la tarea de organizar una fiesta de tres días en su honor, se disfrazaron con el traje de luces de los diablos para bailarle su diablada en la primera celebración del Carnaval que, según los investigadores y especuladores, se remonta hasta la época de la colonia.

–Entonces, ¿tú fuiste el inspirador del Carnaval de Oruro?

–Claro, pues –contestó y aspiró el humo del cigarrillo–. Los curas construyeron la capilla de la Candelaria en las faldas del cerro Pie de Gallo, en el mismo lugarcito donde estaba ubicada la guarida del Chiru Chiru. En tanto los mineros, reunidos en mi paraje a la hora del pijcheo, decidieron por unanimidad disfrazarse de Tíos y bailar con devoción para la Virgen. La fiesta, entre ch’allas, q’oas y k’arakus, debía durar desde el convite hasta la kacharpaya. Así empezó todo... Por eso mismo, y por todo lo que te cuento, no es casual que en Oruro, ciudad minera que antiguamente fue bautizada con el nombre de real Villa de San Felipe de Austria, tengo un estatua impresionante cerquita de las faldas del cerro Pie de Gallo, debajo del monumento al minero y delante del santuario de la Virgen del SocavónPor eso mismo, debía ser el primer invitado a la tradicional Entrada del Carnaval y no el primero en ser echado al olvido...

Me limité a servirle una copa de quemapecho. El Tío hizo girar sus ojos como radares caldeados al rojo vivo y añadió:

–¡Pucha, caray! ¡Qué bella es la danza de la diablada! Aunque es de profunda inspiración religiosa, está revestida con mis atributos profanos de Supay o diablo benefactor de la mitología andina. Si los mineros se disfrazan de Tíos es para no provocarme enojo alguno ni olvidarse de las tradiciones ancestrales.

–¿Así que la deslumbrante danza de la diablada representa valores religiosos, ancestrales y mitológicos?

–Nada más, ni nada menos –replicó el Tío–. Por si no lo sabías, escribano del diablo, te cuento que el Carnaval orureño nace también de la simbiosis esencial de tres culturas: la indígena, la afro-boliviana y la española. Sin embargo, su mayor significado está en el sincretismo religioso, en el cual conviven y se complementan la religión católica y el paganismo ancestral, pues junto al Dios importado por los conquistadores, sobreviven los dioses ancestrales de las culturas precolombinas, y una de esas deidades milenarias soy yo, celoso protector de las riquezas minerales y amo indiscutible de los mineros.

Cuando le comenté que los organizadores tienían la intención de darle realce al Carnaval orureño con la presencia de autoridades del gobierno, el Tío lanzó una risita irónica y, echando bocanadas de humo y empinando la copa, asistió:

–Para qué autoridades gubernamentales, si la única autoridad en el Carnaval soy yo, ataviado con mi traje de Lucifer, capa ornamentada con las cuatro plagas, máscara feroz, botas charoladas y látigo en mano.

Por un instante, me quedé pensando en que el Carnaval de Oruro, cuyos usos y costumbres tienen su origen en las creencias de los mineros de antaño, no sólo servía para exaltar las bondades de las Virgen milagrosa, sino también para realizar rituales ancestrales y conservar la tradición del Tío de la mina, un personaje que le da mayor realce y colorido a esta fiesta pagano-religiosa, donde los diablos, una vez que recorren por las avenidas de la capital folklórica, representando en un acto teatral la disputa dramática entre el Bien y el Mal, entre el arcángel San Miguel y el Lucifer, finalizan su fervorosa promesa ingresando de rodillas al santuario sagrado donde los recibe la Virgen del Socavón, a quien le dedican su baile con devoción y le piden protección por el resto de sus días. 

Y justo cuando estaba perdido en mis cavilaciones, cruzó mi mujer en dirección al dormitorio. El Tío la miró de punta a punta, bajó la voz a un tono inaudible y, acercándose hacia mí, resopló en mi oído:

–Tu mujer sería la chinasupay más  seductora del Carnaval y tú el cornudo más perfecto que pisa la tierra.

–¡No jodas, Tío! –le dije retirándome con violencia–. Está bien que seas el generador del Carnaval de Oruro, pero no un degenerado que se aprovecha de la mujer del amigo.  

El Tío, como si desoyera mis palabras, aplastó la colilla del cigarrillo, sorbió las últimas gotas de la copa y, acariciándose la perilla, estalló en una sonora carcajada.

–¡¿Qué pasa!? –grito mi mujer desde el dormitorio, ya recostada en la cama.

–¡Nada! –contesté, a tiempo de que escuchaba, a mis espaldas, la grave voz del Tío:

–Es hora de que atiendas a tu mujer –dijo–. Otro día te contaré más detalles sobre el origen del Carnaval de Oruro, donde la tradicional Entrada es, cada vez más, un derroche de fastuosidad, gallardía, variedad cultural, colorido y belleza.

sábado, 19 de enero de 2013


VÍCTOR MONTOYA EN EDICIÓN DIGITAL

La editorial digital ¡Literatúrame! (www.literaturame.net) publica dos obras del autor boliviano. El libro Cuentos en el exilio y la novela El laberinto del pecado integran el catálogo de eBooks de la mencionada editorial española, que cuenta con la firma de prestigiosos autores de la Península Ibérica e Hispanoamérica.
 
¡Literatúrame! es una plataforma de publicación y distribución on-line, exclusivamente en formato digital, y una librería con puertas abiertas a todo el mundo. ¡Literatúrame! es, además, un lugar de encuentro entre editores, autores y lectores.

Uno de sus objetivos es difundir y comercializar on-line una literatura que no se encuentra con facilidad en otros lugares de la Red: literatura que entretiene, sí, pero también literatura que reflexiona (lenguaje y contenidos). Sus esfuerzos e instrumentos de difusión estarán centrados en España e Hispanoamérica. Asimismo, sus servicios se adaptan a las necesidades y requerimientos de sus clientes, siempre teniendo en cuenta que la distribución digital permite algunas ventajas para los editores en cuanto a participación en los posibles beneficios finales.

Las obras publicadas en ¡Literatúrame! pueden leerse casi en cualquier e-reader y en todos los ordenadores (están también preparando la adaptación para móviles). La venta se llevará a cabo a través de su Web. Para más información dirigirse a la siguiente dirección: contacto@literaturame.net


El escritor Víctor Montoya, uno de los narradores bolivianos más leídos fuera de su país, sostuvo que la edición electrónica de los libros permite romper con las fronteras nacionales y llegar a los lectores de cualquier parte del mundo. Son cada vez más los autores cuyas obras se leen de manera digital. Los lectores más jóvenes, que tienen acceso a Internet y manejan la cibernética, bajan libros de la Red y leen con mayor frecuencia en las pantallas de la computadora.

No es casual que los libros digitales sean una buena alternativa ante los libros en soporte papel. A veces tienen un costo menor y se los puede encontrar con más facilidad en la Red que en las librerías. Con la edición de libros digitales todos salimos ganando, manifestó Montoya. Los escritores necesitamos romper con el monopolio de las editoriales transnacionales y difundir nuestras obras por medio de otros canales menos tradicionales, finalizó.

martes, 8 de enero de 2013


COCA Y CACAÍNA


La coca, cuyas hojas se cosechan cuatro veces al año, es un arbusto originario de América del Sur, donde los indígenas la cultivan desde tiempos inmemoriales, aunque en la actualidad se la cultiva también en otros países tropicales y subtropicales como Jamaica, Ceilán, Indonesia y Australia.

Las hojas de la coca, que en principio fueron utilizadas por los aymaras y quechuas con fines ceremoniales, medicinales y moderadamente recreativos, fueron traídas a Europa por los conquistadores junto con el tabaco y el café, debido a que dan una sensación de bienestar, no alucinatoria, que permite superar el hambre, el cansancio y el abatimiento. De ahí que los indígenas hacen un alto en el trabajo cotidiano para masticar hojas de coca, mezclando el amasijo con saliva, lejía (pasta sólida hecha de alcalinos y ceniza) y manteniendo éste durante largo tiempo entre los molares y la cara interna de la mejilla, donde se extrae el jugo de la coca, que pasa luego a la sangre a través de las membranas mucosas de la boca, haciendo que la lengua y el carrillo queden adormecidos, como cuando se está terminando el efecto de la anestesia. Sin embargo, la mayor cantidad del jugo extraído va a dar en el estómago y los intestinos, sin provocar ningún tipo de reacción alucinógena.

El akullico (masticación de hojas de coca), que empezó como un acto sagrado entre los incas, se generalizó durante la colonia y se introdujo en el laboreo de las minas, donde los indígenas debían cumplir la mita (jornada de trabajo en el interior de la mina), impuesta por los colonizadores ávidos de riquezas. Desde entonces, el akullico (pijcheo, en quechua) se mantuvo como una parte importante en la vida de los mineros, quienes, antes y después de explotar los socavones a 4000 metros sobre el nivel del mar, mastican las hojas de coca para resistir el cansancio, la sed y el hambre.

Hoja andina, hoja divina

Cuando Francisco Pizarro conquistó el imperio de los incas en 1533, constató que los indígenas masticaban las hojas secas de un arbusto a la que más tarde los científicos denominarían Erythroxylon. Los cronistas de la época dejaron constancia de que el uso de la coca, bajo el concepto de derecho divino, era exclusivo para los principales del Tawantinsuyo, quienes estaban convencidos de que la coca era un regalo de los dioses. En efecto, los incas prohibían el uso de la coca entre las castas inferiores de su imperio y la prescribían sólo en casos especiales. El Inca Garcilaso de la Vega, historiador y cronista peruano, ratificó en uno de sus escritos esta afirmación: “...la yerba llamada coca, que los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comía sino el Inca y sus parientes y algunos curacas (autoridades indígenas), a quienes el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos de ellas por año.

Consumada la conquista del imperio incaico, los hijos del sol obsequiaron a los españoles esta planta asombrosa, que sacia a los hambrientos, da fuerzas nuevas a quienes están fatigados o agotados y hace olvidar sus miserias a los desdichados. Con el transcurso del tiempo, el uso de las hojas de coca empezó a extenderse en las tierras conquistadas, donde las autoridades de la colonia incentivaron entre los indígenas que trabajaban en las “encomiendas” y la explotación de las minas de plata, habida cuenta que los mitayos, que masticaban hojas de coca, no comían tanto y aguantaban mejor el trabajo al cual eran sometidos a sangre y fuego.

Hoja satánica, hoja prohibida

A mediados del siglo XVI, el Primer Concilio Provincial, realizado en Lima en 1551, se dirigió al rey de España para pedirle que sancione una cédula real que prohíba en las Indias españolas la producción, comercialización y consumo de la coca, arguyendo que este arbusto, más que poseer valores nutritivos, tenía propiedades satánicas, ya que los indígenas la usaban para fines maléficos, como la adoración o invocación a Satanás. El Segundo Concilio Provincial, en 1567, reafirmó su rechazo al consumo de la hoja de coca en el que incurrían los indígenas, y en el título XIV de la Recopilación de Leyes de Indias se dice: Somos informados que de la costumbre que los indios del Perú tienen en el uso de la coca, y su granjería, se siguen grandes inconvenientes, por ser mucha parte de sus idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca les da más fuerza, y vigor para el trabajo, que según afirman los experimentados es ilusión y Demonio, y en su beneficio perecen millares de indios, por ser cálida y enferma la parte donde se cría.

De modo que la coca, que la cultura incaica la cultivó otorgándole poderes divinos, fue vista por la Iglesia católica como una yerba satánica y maligna, cuyo uso atentaba no sólo contra las buenas costumbres humanas, sino también contra la moral cristiana.

Milagros y estragos de la cocaína

La coca, cuyo origen se remonta al período post-glacial en estado silvestre, fue asimilada y domesticada por los indígenas que habitaban en los descuelgues del macizo andino, hasta que los conquistadores la introdujeron en Europa, donde los científicos le dieron el nombre de Erythroxylon coca, debido a su compuesto químico, del cual la cocaína es uno de sus alcaloides más conocidos.

El alcaloide puro fue aislado por primera vez en 1860 por el químico alemán Niemann, quien observó que tenía sabor amargo y producía un efecto curioso en la lengua, dejándola insensible. Pocos años después, Ángelo Mariani se hizo famoso con la fabricación de un brebaje al que se atribuía propiedades mágicas, pues recibía cartas y saludos de todo el mundo, mientras se aplaudía las virtudes de su compuesto químico, introducido en el arsenal médico como anestésico local.

El psicoanalista Sigmund Freud, que consumió cocaína por vía intravenosa durante doce años, utilizó el hidroclorato de cocaína para enfrentar la depresión severa de sus pacientes. Freud estudió sus efectos fisiológicos y usó para curar a uno de sus colegas del hábito de la morfina. También se afirma que el escritor Robert Louis Stevenson concibió la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde bajo los efectos de la cocaína, que su médico le suministraba para combatir su padecimiento de tuberculosis.

La cocaína, al margen de su limitado empleo en la medicina, se ha convertido en uno de los negocios más rentables de los últimos tiempos, a pesar de que su uso ilícito provoca accidentes y trastornos irreparables en la vida de sus consumidores, pues la intoxicación por este alcaloide es, sin lugar a dudas, una de las más desastrosas en el ámbito de la salud pública. Inicialmente origina una euforia activa, con una sensación de vigor, ligereza, audacia y resistencia; pero a esta fase eufórica, que aumenta el dinamismo sensorial, le sigue una fase de apatía, de la cual el individuo intenta salir mediante nuevas dosis, iniciándose de esta manera un círculo vicioso y la consiguiente adicción a la droga.

domingo, 6 de enero de 2013


LA CURVA DEL DIABLO

El día que me contaron que en la tercera curva de la autopista que une El Alto y La Paz había una roca negra en la cual fue esculpida la cabeza del mismísimo amo de las tinieblas, y donde acudían sus devotos para rendirle culto y pleitesía, no me lo podía creer hasta la tarde en que bajé desde La Ceja para ver con mis propios ojos eso que me parecía una invención de quienes practican las artes esotéricas para estafar a los incautos o sembrar el pánico entre los crédulos.

Al cabo de cinco minutos de viaje, pedí al conductor del minibús que me dejará en esa curva tan temida y respetada. De pronto me vi frente a una colina casi empinada, en cuya parte inferior había una roca de aproximadamente un metro y medio de diámetro, donde los devotos del diablo asistían para ch'allarle con enorme fe y devoción, como los mineros le ch'allan al Tío en los tenebrosos socavones, pero en otro contexto que nada tiene que ver con los poderes de Lucifer. 

Sin embargo, debo confesar que cuando visité el lugar no estaban ya las tres escalinatas que conducían hacia la imagen esculpida del diablo, que tenía los ojos saltones, los cuernos pintados de rojo y retorcidos como los de un macho cabrío, y una boca grande por donde le daban de comer, fumar y beber. Tampoco estaban ya las otras tres imágenes que flanqueaban el ícono principal, y que, según rezaban las inscripciones, una era el Tío Contador y  la otra el Tío Lucifer.

La leyenda urbana, transmitida por tradición oral, narra que al construirse la autopista entre La Paz y El Alto, algunos trabajadores, que abrían la carretera a fuerza de pico y pala, fueron testigos de algunas apariciones del diablo, quien, a modo de advertencia y defensa propia, se les puso en frente de quienes invadían su territorio sin ofrecerle disculpas anticipadas. Así fue como en una ocasión, el maligno convertido en serpiente de dos cabezas, se le apareció a uno de ellos, justo allí donde los barrenos y combos, al ritmo de bum-bum-bum, herían la roca negra, que antes era frecuentada por los yatiris y brujos para realizar sus rituales ancestrales. En otra ocasión, bajo un cielo roto por los relámpagos y el aguacero, descendió desde la punta de la empinada colina, de ladera lodosa y resbaladiza por el agua, un sapo negro, rechoncho y gigante, que saltó por delante de uno de los trabajadores, cruzó la carreta y se perdió al otro lado del bosque sin dejar rastro alguno.

Los habitantes de la zona, de mentes proclives a las supersticiones, dijeron que esos terrenos eran de propiedad del diablo, el mismo que, como todo soberano de las tinieblas, estaba escondido en las inmediaciones de la tercera curva, la más cerrada y peligrosa de la carretera, donde los conductores bajan la velocidad por temor a perder la vida. 

De modo que los trabajadores, al terminar la construcción de la autopista, prometieron levantarle un altar y rendirle culto a manera de ofrecerle disculpas por haberse entrometido en sus predios, sin previo aviso ni consideración. Pero también para suplicarle favores a tiempo de ofrendarle alcohol, cigarrillos, serpentinas y mixturas, con la creencia de que el diablo no es una simple roca, sino el  guardián de la zona.

Los menos creyentes, que se reían en sus barbas y de la fuerza de sus poderes mágicos, han sido víctimas de horribles pesadillas y en algunos momentos han llegado a temer por sus vidas, como los transportistas que transitan por el lugar, sin rendirle culto ni suplicarle que los proteja de los accidentes. De hecho, en los anales de la policía de tránsito se registran varios incidentes  protagonizados por los conductores en la Curva del Diablo. El más insólito fue cuando un minibús de color blanco, con diez pasajeros a bordo, impactó contra la roca, provocando graves mutilaciones en los miembros superiores de algunos pasajeros que, ensangrentados y conmocionados por el choque frontal, clamaron a Dios y a la Virgen entre ayes de dolor. 

Desde entonces los choferes y transeúntes se hacían presentes los martes y viernes, como ocurre con las apachetas, para ch'allar en la Curva del Diablo; un rito que se hizo habitual por varios años, hasta que los funcionarios de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) y efectivos de la policía procedieron, la tarde del 5 de agosto de 2011, a derribar el altar con una retroexcavadora que hizo chillar la roca.

La destrucción se realizó debido a que, una semana antes, en el primer día del mes de la Pachamama, se halló el cadáver de un hombre tirado en el suelo, rodeado por botellas de aguardiente, hojas de coca y colillas de cigarrillos. La víctima, de aproximadamente 35 años de edad, estaba congelada, tenía signos de violencia y presentaba un corte de unos quince centímetros alrededor del cuello. La Policía sospechó que el cuerpo fue una ofrenda satánica, que alguien hizo en el lugar, poniendo en la agenda pública la existencia de los cofrades.

Este hecho macabro bastó para que la policía se diera tras la pista de los sospechosos, pero sin lograr resultado alguno hasta la fecha. Lo que sí queda claro es que en este lugar, donde acude mucha gente en busca de ayuda y protección, se siguen celebrando misas en honor al diablo que, más que diablo, parece un santo patrón para los vecinos de El Alto. Sólo faltaría que lo levanten en hombros y lo lleven en procesión por las avenidas de esta ciudad llena de yatiris, q'oas y ch'allas.  

Lo increíble es que, a pesar de la destrucción del altar con maquinaria pesada, los devotos no han dejado de visitar el lugar y hacerle ofrendas, acompañadas de coca, cigarrillos, serpentina, mixtura, azúcar, flores, botellas de alcohol, latas de conservas, fotocopias de cédulas de identidad, facturas, fotografías con clavos incrustados a la altura del rostro y los genitales, mechones de cabello amarrados con lana y hasta tangas de mujeres celosas.

Las crónicas rojas de la prensa revelan que la policía, al lado de las monedas y los billetes de diverso valor, halló también amuletos, fetiches, una hoja de papel manchada con sangre en la cual un hombre pedía a su amada entregarle su cuerpo y otros objetos de supuesta brujería, al lado de huesos de animales sacrificados, en una suerte de misas negras, al pie de la imagen del diablo.

A dos metros de la roca y muy cerquita de la autopista por donde las movilidades cruzan a 80 kilómetros por hora, una comerciante alteña instaló su puesto de venta de artículos para que los devotos del diablo celebren sus mesas blancas y negras. No es casual que unos acudan a este lugar en busca de favores, protección para la salud y el éxito en los negocios; mientras otros llegan cada 7 de agosto y el martes de ch'alla para celebrar una pequeña fiesta, con preste incluida, en devoción al diablo, a quien, en ritos de maldición, le encomiendan que haga daño a los deudores, enemigos, maridos infieles y mujeres de mala vida.

Este es el panorama que se observa cada martes y viernes en la Curva del Diablo, en cuya roca donde estaba tallada su imagen y alrededor del altar no faltan velas derretidas de varios colores junto a las cenizas de las fogatas en las que se advierten prendas de vestir chamuscadas y cortadas en tiras.

Algunos creyentes aseveran que el incumplimiento con el pacto que se realiza con el diablo, podría ocasionar desgracias en la vida familiar y laboral, en tanto otros creen que si se le rinde un merecido tributo, el diablo hace que incluso las maldiciones, a las que están expuestas las víctimas, rebotan contra la misma persona que las encomendó en un acto de brujería; es más, los delincuentes suelen dejarle ofrendas para que en el próximo“golpe”les vaya bien y los ampare de la policía, así como las prostitutas, que se aparecen los lunes al mediodía, le prenden cigarros y le dan besos como retribución por los presuntos favores recibidos.

Lo cierto es que todo esto, que en principio me parecía la invención de los practicantes de las artes esotéricas, correspondía -y corresponde- a una realidad contundente que forma parte de una sociedad donde el bien y el mal va de la mano; la prueba está en el hecho de que ahora se dice de que apareció otro altar dedicado al amo de las tinieblas frente a la Curva del Diablo, pero ésta es otra historia que se las contaré otro día. 

lunes, 24 de diciembre de 2012


VÍCTOR MONTOYA CONDECORADO EN LLALLAGUA

El 22 de diciembre, en horas de la mañana, fue condecorado el escritor Víctor Montoya por el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, en el marco del 55 aniversario de la creación de esta ciudad y una sesión de honor, donde se destacó la labor literaria del autor y se le hizo entrega de la condecoración por su aporte intelectual reflejado en la labor literaria a través de su obra.

Víctor Montoya, evocando su condición de escritor comprometido con la realidad social y reconociéndose como hijo de entrañas mineras, agradeció al Honorable Concejo Municipal por haber decidido condecorarlo con tan alta distinción, que lo llenaba de orgullo y felicidad, porque no siempre uno es profeta en su propia tierra.

En esta ciudad rodeada de montañas, donde el magnate minero Simón I. Patiño se convirtió en el barón del estaño, tras haber hallado la veta más rica de este preciado metal, vivió y estudió el reconocido escritor boliviano Víctor Montoya, quien supo plasmar en sus obras, con realismo descarnado y desbordante fantasía, el mundo de las minas y sus habitantes, a partir de una experiencia que le tocó vivir desde su más tierna infancia.

En el relato La letra con sangre entra, incluido en el libro Cuentos violentos, narra los años de su infancia en la escuela Jaime Mendoza, en la cual cursó el ciclo primario. Asimismo, la novela El laberinto del pecado, que se editó por primera vez en Suecia, en 1992, recrea sus años de estudiante en el Colegio Primero de Mayo y el Colegio Junín, ubicado en los Campos de María Barzola.

En las calles de Llallagua, ahora llena de comercios y estudiantes universitarios, transcurrió su infancia y adolescencia, sin sospechar que un día llegaría a constituirse en uno de los escritores más connotados del país y en uno de los más importantes cronistas de los centros mineros, con novelas, cuentos, artículos y ensayos, que se leen a nivel nacional e internacional.

En este mismo baluarte de las luchas sindicales, que en la primera mitad del siglo XX fue el sostén de la economía nacional, asumió conciencia política y se hizo dirigente estudiantil, hasta que el régimen dictatorial de los años 70, acusándolo de subversor del orden establecido, primero lo lanzó a la cárcel y posteriormente al exilio.

Estando en Estocolmo, en calidad de refugiado político, escribió gran parte de su obra, que se inició con la publicación de su libro de testimonio Huelga y represión, cuyas primeras páginas redactó en las celdas del Panóptico de San Pedro y en la cárcel de Viacha.

Su libro Cuentos de la mina, que ha merecido varias traducciones y comentarios elogiosos de la crítica especializada, nos acerca al realismo fantástico de las minas, donde sobreviven el sincretismo religioso y los resabios del mestizaje colonial a través del Tío de la mina, quien encarna la cosmovisión andina y la religión católica en perfecta combinación entre lo profano y lo sagrado.

El Tío de la mina es uno los personajes centrales en la obra de Víctor Montoya, un escritor que rescata el modus vivendi de las familias mineras, con las grandezas y tragedias registradas en la historia del movimiento obrero, que siempre estuvo rodeada por la pobreza de las comunidades indígenas dispersas en el norte de Potosí.

Las Crónicas mineras, escritas con pasión y conocimiento de causa, recogen pasajes de la historia de Llallagua y trazan la semblanza de algunos destacados sindicalistas que ofrendaron su vida a la causa de los trabajadores mineros, como César Lora y Domitila Chungara.

En consecuencia, no es casual que el Honorable Concejo Municipal haya decido condecorarlo el 22 de diciembre, día de celebración de la efemérides de Llallagua, una ciudad que guarda reliquias, recuerdos y legados de valor histórico desde la época en que Simón I. Patiño, con el propósito de amasar fortunas, creó la legendaria industria minera, que trituró la vida de miles de trabajadores, que murieron con los pulmones destrozados por la silicosis, una tragedia nacional que destaca en la obra literaria del ahora reconocido y condecorado escritor.

domingo, 16 de diciembre de 2012



NUEVA CONDECORACIÓN PARA VÍCTOR MONTOYA

El Gobierno Autónomo de la Municipalidad de Llallagua, por resolución del Honorable Concejo Municipal, decidió condecorar al Escritor Víctor Montoya por su extensa labor literaria y cultural. Además, según versiones oficiales, será reconocido por su indiscutible aporte a esta ciudad minera, donde vivió y estudió el ciclo primario y secundario.

El acto se llevará a cabo en una sesión de honor,  el sábado 22 de diciembre en los salones del Municipio que, por otra parte, conmemorará un año más de la fundación de Llallagua, que se realizó el 22 de diciembre de 1957.

Llallagua, que se dio a conocer a nivel internacional tras la creación de la industria minera por Simón I. Patiño, pasó a convertirse en uno de los temas centrales en la obra literaria de Víctor Montoya, no sólo por la importancia que esta ciudad minera tuvo en el marco de la economía nacional, una vez descubierta la veta de estaño más rica del mundo, sino también porque fue el centro neurálgico del sindicalismo nacional.

Víctor Montoya forjó su personalidad y sus ideales en el seno de los trabajadores del subsuelo, junto a quienes participó en los diferentes movimientos sociales que se protagonizaron durante los años en que el país fue asolado por la dictadura militar de los años 70.

El Honorable Concejo Municipal ha considerado el aporte literario y cultural de Víctor Montoya, quien durante los años que estuvo fuera del país, luego de haber sido perseguido, torturado y exiliado por la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez, difundió la literatura nacional a través de obras que tuvieron repercusión internacional, como  la antología Poesía Bolivia en Suecia (2006) y El niño en el cuento boliviano, que se publicó en Suecia, en 1999, sobre la base de 37 autores más representativos de nuestra literatura. Asimismo, se constituye en un escritor reconocido no sólo en Europa, sino también en América Latina, con una amplia producción que, en la actualidad, está siendo traducida a varios idiomas.

Víctor Montoya es autor de ensayos, novelas, cuentos y crónicas periodísticas. Algunos de sus libros están dedicados a Llallagua y al mundo minero, como su novela El laberinto del pecado o el volumen Cuentos de la mina, que recrea los mitos y las leyendas que giran en torno al mítico Tío de la mina, quien es el protagonista central en la obra de este escritor comprometido con la realidad social y con la lucha por la defensa de los Derechos Humanos.

La Honorable Alcaldía Municipal de Llallagua consideró que Víctor Montoya es digno de este reconocimiento y la condecoración oficial, porque está comprometido con la causa de los trabajadores de este centro minero y, sobre todo, porque constituye un ejemplo para la juventud estudiosa de Llallagua y un orgullo para la provincia Rafael Bustillo del Departamento del norte de Potosí.