PREDICA
PERO NO PRACTICA
El
vecino de la casa de la derecha era un comerciante de artefactos
electrodomésticos; tenía aspecto de mercachifle y se daba ínfulas de ser un
tipo interesante aun siendo un pobre diablo. No ocultaba sus ambiciones de
prosperar en su negocio con la ayuda del Señor ni sus sueños de convertirse
en líder espiritual de su iglesia. Era pastor evangelista y, sin embargo, se
parecía más al
cura de Gatica, quien predica pero no
practica. Leí solo la Biblia
desde el día en que, de acuerdo a sus propias confesiones, se le reveló el
Supremo, provocándole transformaciones existenciales e induciéndolo a buscar
respuestas a sus infinitas preguntas en las Sagradas
Escrituras, como el yatiri busca
en las sagradas hojas de la coca las explicaciones en torno a los misterios de
la vida y la muerte.
–Sentí
el toque del Señor –me manifestó en cierta ocasión–, pero no en la mente, sino
en el corazón. Fue la primera vez que sentí una paz interior y que él me amaba
más que nadie. Desde entonces, como no podía ser de otra manera, estoy
convencido de que en la palabra de Dios está la verdad, la vida y el camino
hacia la bendición eterna, aparte de que esta ha sido escrita en la Biblia por el Espíritu Santo y no por la
mano del hombre. La fe interior, como la vida y la muerte, viene a través de la
palabra de Dios…
–¡¿Así?!
–le dije en tono de sarcasmo–. ¿Eso quiere decir que, aparte de la palabra de Dios,
no existe otra verdad ni otro camino?
Él
me miró sorprendido y no demoró en contestar:
–El
hijo del Hombre dice: Soy la verdad y la
vida, la verdad que tan afanosamente buscamos y la vida que todos deseamos
tener, y con su maravillosa voz nos convoca: Vengan los que están cansados, que yo los haré descansar, Beban del
agua que les daré y jamás volverán a tener sed.
–Y
tú, ¿de cómo sabes cómo suena la voz de Cristo?
–Lo
sé porque él mismo me habló a los oídos –enfatizó, Luego, incluso hablándome
con voz jovial, como repitiendo algunas frases de memoria, añadió–: Pidan y se les dará, busquen y hallarán,
llamen y se les abrirá. Nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los
que se lo pidan, pues quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama
se le abre…
–Entonces
escuchaste la voz de Cristo –le dije–. Eso debe ser como un milagro, ¿no es así?
–Así
mismito –contestó como en trance de alucinación–. Es un estado de sugestión en
el que puede darse un milagro o algo que parece un milagro, aunque en la
realidad no lo sea. Lo cierto es que la fe te ayuda a ver lo que no existe y te
permite oír voces en medio del silencio. No en vano, los sabios entre los
sabios, afirman: La fe puede mover
montañas y secar mares.
Después
giró sobre el talón izquierdo y desapareció con vertiginosa rapidez de la
habitación, sin despedirse ni darme opción a meter el hocico. Se lo notaba
enfadado y cerró bruscamente la puerta a sus espaldas.
II
Otro
día, como ya era habitual, volvió a entrar en mi cuarto, sin anunciar su presencia
ni pedir permiso. Apenas lo vi, con la Biblia
en la mano, sabía que iba a arengarme sobre los castigos y las bondades del
Creador.
–¿Cómo
te va, pastor? –le pregunté con cierta molestia, como quien no soporta el olor
del pescado pasado de tiempo.
–Como
todo mensajero de buenas noticias, sigo predicando la palabra del Señor
–contestó. Se me plantó enfrente y agregó–: Quería informarte acerca de la
venida del Reino de Dios… Jesucristo vive, ha resucitado venciendo a la muerte
y es el único hombre que, en toda la historia, ha realizado semejante hazaña… Cristo
es tan bueno, tan bueno… Nos ha hecho ver cuán grande e importante es la
autoridad moral del Santo Padre en un mundo materializado, ateo y dado a las
pasiones de la carne, el alcohol y las drogas…
–Eso
quiere decir que las criaturas del Señor somos como las ovejas descarriadas…
No
me dejó ni siquiera terminar la frase, cuando, agitándose de cuerpo entero, dio
un paso adelante, levantó las manos con los dedos abiertos y, como si me
increpara por una falta que no cometí, dijo:
–Nosotros,
a diferencia del Hijo del Hombre, somos unos cerdos, mañudos, corruptos, irracionales,
que todo hacemos por interés y nada hacemos gratis. Incluso peleamos entre
hermanos por la herencia de nuestros progenitores… Somos bandidos y vividores,
esa clase de gente somos… Desconocemos que el bien nunca será alcanzado por la
escarpada vía de la violencia, sino de la caridad, tolerancia y humildad. Nos
empecinamos en envenenarnos y mordernos los unos a los otros. Nunca hemos
aprendido a amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos…
–¿Los
pecados y errores que cometemos, más que ser obras humanas, no serán obras de Satanás?
–le pregunté solo por observar cuál sería su reacción.
Me
miró con el ceño fruncido, como si asumiera una actitud de desdén, y no tardó
en contestar:
–Somos
buenos para echarle la culpa a Satanás por todo, pero nunca a nuestra propia
ceguera ni maldad, como si olvidáramos que la violencia la engendramos nosotros
mismos… Otros incluso están de acuerdo con el aborto, la homosexualidad, el
evolucionismo y la perversión sexual...
Me
quedé pensativo, mientras escuchaba su arenga que parecía producir ecos entre
las paredes de la habitación.
–¡Fuera
Satanás!, gritamos, cuando en realidad somos nosotros mismos los culpables de
nuestros males, porque encarnamos no solo los siete pecados capitales, sino
también los pecados que nos concede Satanás, ese ser maldito que nunca duerme y
está en todas partes, incluso en el Paraíso, donde puede aparecerse convertido
en la serpiente del pecado, como se apareció en el Jardín del Edén.
–¿Y qué podemos hacer para apartarnos del mal
y redimirnos de nuestros pecados?
–Debemos
orar para que nuestros anhelos y problemas sean escuchados por el Señor. Cuando oramos
a Dios, debemos hablarle desde el corazón, en cualquier momento y en cualquier
lugar. Él oye incluso las oraciones que hacemos en silencio, apartados de otras
personas, pero tienen que salir del corazón y no ser repetidas de memoria ni
ser leídas de una breviario. Asimismo, debemos aprender a reconocer
nuestros propios errores y ser capaces de superarlos con honestidad y
constancia para no volver a cometerlos y acercarnos mucho más a Cristo, quien
siempre hizo el bien sin mirar a quién…
En
ese instante me venció un acceso de tos. El pastor calló de golpe, acarició el
lomo de la Biblia y me sugirió respirar
profundamente por la nariz. Así lo hice, hasta que la tos abandonó mi vía
respiratoria.
Al
cabo de un silencio, el pastor volvió a asumir su pose de superioridad y
reanudó su sermón:
–Todos
somos pecadores y malvados. En nuestra lápida debía escribirse el siguiente
epitafio: Pasó su vida haciendo el mal.
No en vano nos emborrachamos, robamos, peleamos, mentimos, adulteramos y nos
masturbamos, sabiendo que en el reino de Dios no tendrán parte quienes son
ladrones, avaros, borrachos, chismosos, tramposos… ni los idolatras, ni los que
cometen adulterio, ni los hombres que mantienen una relación contra natura con
otros hombres…
–Pero
me imagino que los cristianos, que llevan una vida menos pecaminosa y más
pegada a las enseñanzas del Creador, serán salvados de las llamas del infierno
y se ganarán un lugarcito en el reino de Dios. ¿Sí o no?
–¡Depende!
–dijo aferrándose a la Biblia con ambas
manos–. Uno puede hacerse el cristiano y creer que tiene ya el cielo ganado,
pero no es así de simple; ser cristiano no significa nada, ¡absolutamente nada!
Lo importante es la actitud que asumimos antes la vida y nuestro semejantes, permitiendo
que los legados de Cristo hagan carne de nuestra carne y los practiquemos desde
la alborada hasta el crepúsculo.
–Eso
quiere decir que debemos estar alertas y no permitir que el diablo se meta en
nuestra casa ni en nuestra vida.
–Así
es –dijo categórico–. El diablo es una realidad y no la invención de la
fantasía. Él anda suelto y siempre intenta apoderarse de la conciencia del más débil.
Anda alrededor buscando hacerle caer en el pecado y en la misma condenación en
la que Lucifer cayó por haberse rebelado contra el Creador. El diablo busca a
quien someterlo a su voluntad y luego tragárselo con cuchillo y tenedor…
III
En
la práctica, este evangelista trasnochado, a juzgarlo por sus actos, se parecía
cada vez más al cura de Gatica, quien predica
pero no practica. Los demás detalles de su vida sucedían a espaldas de los
vecinos, detrás de los muros de su casa, a pesar de que la puerta de su negocio
de artefactos electrodomésticos estaba casi siempre abierta, ora de noche, ora
de día.
Este
pastor evangelista, como contradiciendo sus propias prédicas y acostumbrado a
condenar a los individuos que no compartían sus creencias, rompía con los mandamientos
de Dios, como si Satanás estuviera con él, metido dentro de él. Llamaba a la
puerta de los vecinos para predicarles los evangelios, pero ellos no le abrían
porque lo consideran un embustero y la encarnación de la doble moral… Más de
una vecina lo sacó tostando almanaques de su casa. Tampoco faltó quien, en su
impotencia y falta de tolerancia, le espetó en la cara: ¡Eres más peligroso que
una serpiente! Un arma de doble filo. En tus ojos brilla la doble moral y en tu
rostro se reflejan las mentiras que predicas. Tú no eres digno de ese proverbio
que enseña: Quien dice la verdad, no peca
ni miente.
Lo
único que estaba claro para los vecinos, que lo miraban de sesgo y con mucho
escepticismo, era que el pastor evangelista deliraba con ser un comerciante
próspero; le fascinaban los billetes y los bienes materiales, aunque aseveraba
haber leído, una y otra vez, las sabías enseñanzas de Cristo, sin haber llegado
a comprenderlas en su verdadera dimensión, como quien se pasa de alto esa sabia
enseñanza que dice: Será más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los
cielos. Además, a diferencia del evangelista, Cristo enseñaba de modo original,
con ejemplos sencillos tomados de la vida cotidiana, para introducir a sus
discípulos en los misterios del Reino de los Cielos, especialmente, por medio
de las parábolas, que encerraban una educación moral y religiosa, revelando
una verdad espiritual de forma comparativa, como cuando enseñaba cómo debe
actuar una persona para entrar al Reino de los Cielos. No cabía duda de que el
evangelista, como el resto de los comerciantes ávidos de riquezas, no hizo
carne de su carne las enseñanzas del Maestro de maestros; por el contrario,
vivía pensando en cómo forrarse de dinero, sin considerar que, al final de sus
días, la codicia lo lanzaría de cabeza en los calderos del infierno.
Alguna
vez, acaso sin pensarlo bien, me confesó que mientras pedía riquezas en sus
plegarias, Dios se lo negaba una y otra vez; más todavía, como todo evangelista,
que despreciaba lo poco a costa de perder lo mucho, creía que la verdadera fe
estaba hecha de fortuna y buena vida; por eso, a diferencia de los deseos y la
vida que tuvo Cristo, buscaba otra mujer más bella que la que tenía en casa,
aunque Dios se lo negaba una y otra vez.
A
pesar de que su propia existencia estaba hecha de falsas prédicas y de la ciega
ambición de convertirse en un guerrero
del Supremo en tiempos de paz y en un líder espiritual para sentirse como
un tuerto entre los ciegos, no dejaba de predicar la palabra de Dios como el
cura de Gatica, quien predica pero no
practica. Parecía no haber entendido que las enseñanzas del Mesías iban acompañadas por sus acciones: cada una
de sus palabras encontraban resonancia en su vida. Él vivía como predicaba y no
se parecía en nada al cura de Gatica, quien predica
pero no practica.
Un
día de vientos fríos y pesadas nubes, apenas terminé de vestirme después de la
ducha, entró en mi cuarto como casi siempre, sin tocar la puerta ni pedir
permiso. Avanzó hacia mí y, plantándose delante de mis ojos, empezó con su eterna
cantaleta:
–Dios,
creador de las cosas visibles e invisibles, nos ha llevado a iluminar y
vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno que, como
los hombres de mal, reusó a someterse a su voluntad…
Levanté
la cabeza y lo miré de reojo, como quien no estaba dispuesto a escuchar su consabida
cantaleta, pero él, sin inmutarse por mis reacciones de hastío por sus falsas
prédicas, prosiguió sermoneándome como siempre:
–El
diablo es el culpable de la enfermedad y la muerte. Es más activo de noche que
de día y se disfraza hasta de manso cordero. Lo que vemos a nuestro alrededor
es la manifestación de la encarnizada batalla entre el Bien y el Mal. El diablo
es una fuerza maligna que causa dolor, sufrimiento, muerte y destrucción.
Tienta o dirige a la humanidad a cometer violencia y genocidio. Busca
exterminar a los seres humanos, porque sabe que Dios los creó y los ama. El
diablo es el padre de la mentira y la falsedad. Muchos de los que caen en su
trampa, morirán como ratas, después irán a purgar sus males en el infierno, porque
el maligno es el señor del espíritu de los condenados y guardián del
inframundo…
–¿Entonces
no es raro pensar que, a veces, más puede
el diablo que Dios. ¿No es verdad?
–Así
es –dijo dubitativo. Luego añadió–: No en vano se dice: Hágase el milagro, y hágalo el diablo. Aunque él no ejecuta
personalmente todas las acciones malignas, pero las orquesta todas. Incluso
quienes creen que lo tienen lejos, sienten su presencia cerca de ellos, por
mucho que se consideren insobornables.
–¿Pero
la imagen del diablo, como se la concibe en el imaginario popular, no será solo
un símbolo de la maldad, la violencia y los pecados carnales y espirituales?
–No
seas ingenuo –dijo–. El diablo existe. No hay dudas sobre su existencia.
Satanás existe y su estrategia es la confusión. Existen claros testimonios
bíblicos y evidencias empíricas. El diablo se mete en nuestras vidas, como el
zorro se mete en el gallinero, y nuestra obligación es sacarlo. El diablo, sea
de día o sea de noche, toma posesión de las casas abandonadas por las fuerzas
divinas de Dios.
–¡Qué
jodido! –reaccioné–. Eso quiere decir que el diablo se mueve cerquita de
nosotros…
–¿Y
qué creías, pues? El diablo no solo está cerca de nosotros, sino dentro de
nosotros. Así como existen ángeles de la
luz, existen ángeles de las tinieblas. Si Satanás está dispuesto a causar muchos
daños en la sociedad, Dios está para combatirlo en todos los frentes y nosotros
para ayudarlo, porque las tinieblas del diablo se combaten mejor con las luces
de la divinidad.
–No
creo que sea para tanto –le dijo–. Se trata de discernir lo que es posible
fantasía, invención humana o enfermedad psicológica de lo que es una verdadera
acción demoníaca, ¿o no?
–No
jodas –replicó–, el diablo se mete en nuestras vidas y nos hace meter la pata a
cada paso. Lo mejor es rechazarlo y seguir los mandamientos de Dios…
–¿Y
tú? ¿Cumples con los diez mandamientos? Porque en uno de ellos se condena la
codicia…. Y, por lo que veo, a ti te encanta ganar dinero, pero no con el sudor
de tu frente…
–Dios
no está en contra de las riquezas –replicó–, sino contra los pobres que son
pobres por cojudos. Además, si muchos cristianos se hicieron ricos a nombre de
Dios, por qué no lo puedo hacer yo… Hacerse rico a nombre de Dios no está
escrito como pecado en los mandamientos, ni prohibido en las Sagradas Escrituras… Por lo tanto,
acumular riquezas no es lo mismo que codiciar los bienes ajenos o codiciar a la
mujer del prójimo…
Se
dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome con la palabra en la boca.
Pues estaba a punto de echarle en cara que él, mi vecino de la casa de la derecha
y pastor evangelista, se parecía mucho más al cura de Gatica, quien predica pero no practica o como decía mi
vecina de enfrente: El evangelista es un
pobre pastor, sin un rebaño de ovejas que arrear y, para lo peor, es un falso
profeta, sin discípulos que crean en sus amañadas creencias.