EL LENGUAJE SIMBÓLICO EN LOS CUENTOS POPULARES
Los cuentos populares son
alimentos para el alma del niño, estimulan su fantasía y cumplen una función
terapéutica; primero, porque reflejan sus experiencias, pensamientos y
sentimientos; y, segundo, porque le ayudan a superar sus ataduras emocionales
por medio de un lenguaje simbólico, haciendo hincapié en todas las etapas
-períodos o fases- por las cuales atraviesa a lo largo de su infancia.
Cuando el niño lee o
escucha un cuento popular, pone en juego el poder de su fantasía y, en el mejor
de los casos, logra reconocerse a sí mismo en el personaje central, en sus
peripecias y en la solución de sus dificultades, en virtud de que el tema de
los cuentos le permite trabajar con los conflictos de su fuero interno.
Los psicoanalistas han
manifestado que en el campo de la literatura infantil no existe otra cosa más
enriquecedora que los cuentos populares, no sólo por su forma literaria y su
belleza estética, sino también porque son comprensibles para el niño, cosa que
ninguna otra forma de arte es capaz de conseguir. Bruno Bettelheim, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas,
afirma: A través de los siglos (sino
milenios), al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido refinando y
han llegado ha transmitir, al mismo tiempo, sentidos evidentes y ocultos; han
llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad
humana y a expresarse de un modo que alcanza la mente no educada del niño, así
como la del adulto sofisticado. Aplicando el modelo psicoanalítico de
personalidad humana, los cuentos aportan importantes mensajes al consciente,
preconsciente e inconsciente, sea cual fuese el nivel de funcionamiento de cada
uno en aquel instante. Al hacer referencia a los problemas humanos universales,
especialmente aquellos que preocupan a la mente del niño, estas historias
hablan a su pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, mientras que, al
mismo tiempo, liberan al preconsciente y al inconsciente de sus pulsiones. A
medida que las historias se van descifrando, dan crédito consciente y cuerpo a
las pulsiones del ello y muestran los distintos modos de satisfacerlas, de
acuerdo con las exigencias del yo y del super-yo (Bettelheim, B., 1986, pp.
12-13).
Conforme a lo señalado
por Bettelheim, no cabe duda que casi todos los cuentos provenientes de la
tradición oral abordan el mismo tema: la sublimación de los conflictos
emocionales y los problemas existenciales que aquejan a los niños. No es
extraño que las niñas, que son víctimas de abusos sexuales, asocien a sus
violadores con los personajes malditos
de los cuentos populares, cuyos protagonistas (lobos, ogros, gnomos, brujas y
otros) se tornan en individuos del mundo real.
Si bien existen libros
pedagógicos que ayudan a desarrollar las funciones cognoscitivas del niño,
existen también libros que ayudan a superar los traumas psicológicos por medio
de la ficción y el lenguaje simbólico, que representa cosas que no están al
alcance del entendimiento humano. Ya Carl G. Jung, en El hombre y sus símbolos, dice: Usamos
constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos
definir o comprender del todo. Ésta es una de las razones por las cuales todas
las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes. Pero esta utilización
consciente de los símbolos es sólo un aspecto de un hecho psicológico de gran
importancia: el hombre también produce símbolos inconscientes y espontáneamente
en forma de sueños (Jung, C-G., 1995,
p. 21).
La tesis de Betellheim
parte de la base de que todos los cuentos populares reflejan la evolución
física, psíquica, intelectual y social del niño. Por ejemplo, el fracaso del
egocentrismo, la soledad y falta de afecto, la satisfacción del deseo (casa de
chocolate) y el triunfo sobre el peligro (la bruja) está simbolizado en el
cuento Hansel y Gretel; el complejo
de Edipo en Blancanieves; la pubertad
en Caperucita roja; la rivalidad
entre hermanos en La Cenicienta; el
temor sexual en La Bella y la Bestia y
el incesto en Piel de asno, un tema
tabú del que todos saben algo, pero del que pocos se atreven a hablar.
El rey y la reina
simbolizan a los padres, la flor al desarrollo sexual y la casa a la seguridad
y armonía en el hogar. El árbol simboliza la vida, el crecimiento o la
maduración física y psíquica del individuo. Así como el perro simboliza la
fidelidad, las aves simbolizan la libertad y la ayuda; esto ocurre en el cuento
de La Cenicienta, cuando su madrastra
echa ante ella un montón de guisantes buenos y malos y le pide que los separe.
Aunque parece una tarea imposible, Cenicienta comienza, pacientemente, a
separarlos y, de pronto, las palomas (los ratones, según otras versiones)
acuden a ayudarla. Asimismo, la rama que Cenicienta planta en la tumba de su
madre, se convierte en un árbol, en cuyas ramas vive un pájaro que, cada vez
que Cenicienta llora, le concede sus deseos, puesto que el árbol y el pájaro simbolizan el espíritu o
la reencarnación de la madre de Cenicienta.
En el cuento de Blancanieves, justo cuando ésta yace en
el féretro de vidrio, que simboliza su muerte espiritual, tres pájaros acuden a
llorar junto a los siete enanitos; la lechuza (pájaro de la muerte y la
sabiduría), el cuervo (pájaro de Odín, jefe de las fuerzas oscuras) y la paloma
(pájaro de Afrodita, de la inocencia y el amor). Los tres pájaros, aparte de
constituir piezas claves en la trama del cuento, simbolizan un número mágico
que también aparece en otros cuentos. El genio en Las mil y una noches concede tres deseos a Aladino; tres son las
dificultades o pruebas que deben vencer los héroes de los cuentos fantásticos
para liberar a la mujer amada y coronar su triunfo; tres veces la madrastra de
Blancanieves visita la casa de los enanitos. En su primera visita, disfrazada de una vieja buhonera, intenta
estrangular a la hijastra con un corsé (no un lasito como dice la versión
española), dramatizando su deseo de contrarrestar la pubescencia en proceso de
la joven. Blancanieves, medio muerta, es reavivada por los enanos, y el espejo
informa a la reina malvada del hecho. En la segunda visita la madrastra le da
un peine envenenado, que igualmente la deja ‘como muerta’. El envenenar los
cabellos parece ser otro signo de la culpa que la madrastra le achaca a
Blancanieves por crecer. Esto es confirmado por la tercera visita, después de
que los enanos nuevamente procuran salvarla. Esta vez la madrastra, disfrazada
de campesina, le ofrece una manzana ‘con un veneno de lo más virulento’. La
bruja come de la mitad blanca para demostrar su inofensividad, pero cuando
Blancanieves la recoge y come de la mitad roja, se desmaya con la manzana
atorada en la garganta (Heisig, J-W., 1976, p. 76).
El siete es otro de los
números mágicos en los cuentos populares. Ahí tenemos a los siete enanitos en
el cuento de Blancanieves, quien se
convierte en una niña hermosa a los siete años. Siete son los colores
primarios, siete los días de la semana, siete los planetas de la antigüedad,
siete las virtudes, siete los pecados capitales, siete los misterios, siete las
maravillas del mundo y, según el mito de creación, el séptimo día es sagrado y
de descanso.
Los animales salvajes
simbolizan los conflictos no resueltos y los instintos de agresión. La víbora y
el elefante, por su forma, pueden simbolizar la masculinidad, mientras que la
manzana (los senos de la madre) es un viejo símbolo del amor y el matrimonio,
pero también del peligro y el pecado. En la Biblia se dice que Adán y Eva
incurren en el pecado por comer la fruta (manzana) del árbol de la ciencia del
bien y del mal.
La madrastra de
Blancanieves, asaltada por los celos y la envidia, le procura la muerte con una
manzana envenenada. De otro lado, el color rojo o colorado de la manzana
-simbolismo extensamente repetido en ritos primitivos de la pubertad-
representa la menstruación, la culminación de la etapa latente y la maduración
sexual; lo mismo que la caperuza roja es un atributo de la primera menstruación
de Caperucita, quien, aparte de sentirse acosada por la sexualidad masculina,
es capaz de concebir y ser madre desde el punto de vista biológico.
La belleza está
simbolizada por el color rojo, blanco y negro. El cuento de Blancanieves, en algunas versiones,
comienza con un rey y una reina que viajan por un camino cubierto de nieve, circunstancia
en que el rey dice: Deseo tener una hija
blanca como la nieve. Más adelante, al divisar un hueso lleno de sangre,
exclama: Deseo tener una hija con las
mejillas rojas como la sangre. Cuando ve a tres cuervos, volando a cielo abierto,
el rey dice: Deseo tener una hija con los
cabellos color de cuervo. En otras versiones modernas, el cuento comienza
así: Es invierno y la nieve cae como ovillos blancos. La reina está cosiendo
junto a la ventana, cuyos marcos están decorados en ébano. De pronto, la reina
se pincha en la mano y saca el dedo herido a través de la ventana, dejando caer
tres gotas de sangre sobre la nieve. Entonces se dice a sí misma: Quiero tener
una hija blanca como la nieve, con las mejillas rojas como la sangre y los
cabellos negros como el ébano.
El complejo de Edipo, ese
conjunto de sentimientos amorosos y hostiles que cada niño siente en relación
con sus padres (atracción sexual hacia el progenitor del sexo opuesto y odio
hacia el del mismo sexo, que considera rival), está simbolizado en varios
cuentos populares. Ahora bien, ¿quién era Edipo? Según refiere una de las
tragedias griegas, un oráculo había predicho que Edipo, hijo del rey de Tebas,
mataría a su padre y se casaría con su propia madre, profecía que se cumple
fatalmente. Los psicólogos -a partir de Freud- designan con este nombre la
atracción que el niño (4-6 años) experimenta por el progenitor del sexo
contrario.
En los cuentos populares,
de un modo general, el conflicto de Edipo está representado por el héroe que
mata al dragón para liberar a la princesa; un hecho que simboliza la rivalidad
inconsciente que el niño experimenta contra el padre (dragón) y el amor
desmedido que siente por la madre (princesa). El conflicto de Electra, a su
vez, está representado por Cenicienta y Blancanieves, quienes, en procura de
liberar el amor sojuzgado del padre, se enfrentan a la crueldad de la
madrastra, figura que, desde un principio, encarna el peligro y la maldad. No
obstante, valga aclarar que el complejo de Edipo, en algunas versiones
adaptadas para los niños, es apenas una sugerencia sutil, debido a que un
mensaje más directo podría provocarles angustias y ahondar sus conflictos
emocionales.
El tema de la envidia y
la rivalidad entre hermanos está simbolizado en el cuento de Cenicienta, quien no sólo es presa del
trato inhumano de su madrastra, sino también del odio y la envidia de sus
hermanastras. Otros símbolos constituyen el zapato de cristal (en la versión
antigua era una zapatilla de cuero suave), que Cenicienta pierde al salir de la
fiesta, en la ceniza (símbolo del desprecio y la humillación), en el árbol que
planta en la tumba de su madre y en el príncipe que la revive y la toma por
esposa.
El narcisismo de la
madrastra de Blancanieves está simbolizado por el espejo mágico y la madurez
sexual por el corpiño, el anillo y la manzana. Si la combinación del color
rojo, blanco y negro es símbolo de belleza, entonces el Príncipe sapo y la Bestia
son símbolos de la agresividad inconsciente de la personalidad humana.
El incesto, al menos como
intento, aparece expuesto en Piel de asno.
Todo comienza con un rey todopoderoso, amado y respetado por su pueblo, y una
reina que, sintiendo acercarse su última hora, le suplica al rey: Cuando te vuelvas a casar, júrame que lo
harás con una princesa que sea más bella y mejor formada que yo. El rey le
jura que así lo hará. Al cabo de un tiempo, no resiste a la tentación de pensar
en la princesa (su hija), quien no sólo es bella y admirablemente bien formada,
sino que sobrepasa en mucho a la reina (su madre) en donaire y encantos. De
modo que el rey, seducido por la juventud y belleza de su hija, decide tomarla
en matrimonio. La princesa, consternada por la actitud de su padre, le ruega no
obligarla a cometer un crimen. Mas el rey no desiste en su propósito y manda a
preparar la boda. La princesa pide ayuda a la hada de las lilas (su madrina),
quien, para salvarla del dolor y el infortunio, le aconseja pedirle al rey la
piel de un asno. Entonces el rey, obsesionado por casarse con su hija, no le
niega su deseo y deja matar a su asno preferido. La princesa se disfraza con la
piel del animal y huye del palacio sin ser reconocida. El rey moviliza a sus
guardias y mosqueteros para dar con el paradero de la princesa, quien se
convierte en fugitiva y llega hasta tierras lejanas, donde contrae matrimonio
con un príncipe que la pone a salvo del incesto y la conducta perversa de su
padre.
La relación de las niñas
con su sexualidad está reflejada en varios cuentos. Pero quizás el más
representativo sea La Bella y la Bestia.
La versión más conocida de esta historia cuenta cómo la Bella, la menor de
cuatro hermanas, se convierte en la favorita de su padre, debido a su bondad
desinteresada y su actitud cariñosa. Lo que desconoce la Bella es que, al pedir
una rosa blanca, pone en peligro la vida de su padre y las relaciones ideales
con él, pues la rosa blanca es robada del jardín encantado de la Bestia, quien,
llena de cólera, le impone el castigo que en el lapso de tres meses debe
entregarle a su hija menor, a cambio de poner a salvo su vida. Así es como la
Bella se ve obligada a vivir con la Bestia, hasta que, redimido por el amor,
vuelve a su condición humana trocado en un hermoso príncipe.
El cuento simboliza
también la animalidad integrada en la condición humana, pues en muchísimos
mitos y cuentos populares se habla de un príncipe convertido por arte de
hechicería en animal salvaje o en monstruo, y que es redimido por el beso y el
amor de una doncella; un proceso que, según el psiquiatra M-L. von Franz,
simboliza la forma en que el ánimus se hace consciente. En muchos mitos, el
amante de una mujer es una figura misteriosa y desconocida que ella nunca debe
ver ni encontrar salvo en la oscuridad; de lo contrario, si enciende la luz y
revela su identidad, corre el riesgo de no redimirlo de su condición
monstruosa. El ejemplo está en la doncella Psique, quien era amada por Eros,
pero tenía prohibido que intentara mirarlo. Eros la visitaba sólo por las
noches y desaparecía al despuntar el alba. Las hermanas de Psique le advierten
que el hombre con quien vivía era un monstruo horrible que no se atrevía a
mostrarse a la luz del día. Entonces Psique, curiosa por descubrir el misterio
que guardaba su amante, una noche encendió el mechero, desobedeciendo al dios
que le había prohibido ver su rostro, y se enfrentó a la hermosa imagen del
hombre que dormía a su lado. Pero como estaba nerviosa y sorprendida, agitó el
mechero y dejó caer una gota de aceite sobre el hombro de Eros, quien despertó
y la abandonó por haber visto lo que no debía. La imprudencia de Psique hizo
que recuperara el amor de Eros sólo después de una larga búsqueda y muchos
sufrimientos. El mito de Psique representa
el mito del alma perdida que, después de pruebas de purificación, se une para
siempre al amor divino.
En los cuentos populares,
como en gran parte de los cuentos de la literatura infantil moderna, existe una
dicotomía maniquea entre los personajes, cuyos atributos representan la bondad
o la maldad, dependiendo del rol que se les asigna en la trama del cuento. Las
fuerzas del bien están simbolizadas por el protagonista central y los
personajes secundarios (el príncipe, las hadas, las palomas y los magos),
entretanto las fuerzas tenebrosas del mal están simbolizadas por los personajes
(humanos y animales) que representan la insensatez, la astucia y el peligro,
como es el caso del lobo feroz, los gnomos, las brujas y los ogros.
Bibliografía
Bettelheim, Bruno: Psicoanálisis
de los cuentos de hadas, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1986.
Heisig, J.W.: El cuento detrás del cuento, Ed.
Guadalupe, Buenos Aires, 1976.
Jung, Carl Gustav: El
hombre y sus símbolos, Ed. Paidós, Barcelona, 1995.