A PROPÓSITO DE CUENTOS DE LA MINA
Cierto día, como todo escritor
pegado a las nuevas tecnologías de comunicación, recibí un E-mail de la amiga
Elisa, quien me manifestaba, a través de su breve y cordial mensaje remitido
desde Francia, su interés por adquirir mi libro Cuentos de la mina. Yo le pasé los datos de la editorial cochabambina
Kipus y le sugerí que les escribiera directamente, solicitándoles un ejemplar
del mencionado libro.
Así lo hizo. Al cabo de un tiempo,
volvió a escribir para comentarme que Cuentos
de la mina le llegó por correo y sin problemas. Lo interesante de su
mensaje era que éste venía acompañado de un archivo adjunto, con una fotografía
que ella tomó el día que recibió el sobre membretado por la editorial.
En el mismo mensaje, como cosa
curiosa, me pedía que, por favor, le enviara una dedicatoria con mi firma, para
pegarla en la primera página del libro, porque, según me decía, una vez que
ella lo leyera, tenía pensado regalárselo a un querido amigo, con quien compartía
sus inquietudes de mujer dedicada a las artes musicales.
Desde luego que ese pedido, aun
siendo muy honroso para un autor, no me pareció una brillante idea; primero,
porque yo tenía que escanear mi firma y, segundo, porque una vez pegada en el
libro no se vería nada presentable. Así que desistí a su pedido y le agradecí
por haber comprado el libro, que tuvo que atravesar el charco para llegar hasta
sus manos.
Al margen de esta anécdota, lo
interesante es constatar que este libro es el que más lectores me ha ganado
fuera de Bolivia. No es casual que esté traducido a otros idiomas y que al Tío
de la mina me lo imagine hablando en otras lenguas distintas a las que él
domina en su propio contexto sociocultural. Pues una cosa es leer el título del
libro en la lengua original, Cuentos de
la mina, y otra muy diferente leer en
italiano (Racconti dalla miniera), en
alemán (Die Legende vom Tio), en francés (Contes de la Mine)
o en sueco (Djävulen i gruvan).
Está claro que el Tío de la mina,
protagonista principal del libro, es un ser mitológico capaz de transgredir las
fronteras nacionales, las vallas culturales, sociales, raciales y lingüísticas.
Es, pues, un personaje fascinante que expresa de manera viva el subconsciente
de los mineros. Si leemos los textos psicoanalíticos de Freud, Jung o Fromm,
encontraremos, sin lugar a dudas, análisis explicativos de que los seres
humanos encarnamos un ángel y un demonio que habita en nuestro fuero interno. Y
son estos dos elementos que me han motiva a describirlo al Tío de manera
ambigua, con dos espíritus que conviven dentro de un mismo cuerpo, como si se
tratara de un ser humano que abriga en su interior tanto la bondad como la
maldad.
El Tío (Huari o Supay), que es una
deidad venerada por los trabajadores en el interior de la mina -por ser el
dueño de los yacimientos minerales y el protector de las familias mineras-,
asomó en mi vida desde mi más tierna infancia. De modo que cuando empecé a
cultivar el cuento como género literario, me asaltó la idea de convertir al Tío
en un personaje vital de mi obra literaria, ya que su imagen demoniaca, junto a
sus aventuras y desventuras, retozaba en mi memoria ávida de salir a la luz
como el obrero después de permanecer durante horas en las oscuras galerías.
Escribir sobre el Tío de la mina ha sido una manera de recrear el mundo mágico
de los mineros, pero también una forma de liberarme de mis fantasmas del pasado, como si hubiese querido
arrancarme del alma una espinita que me atormentaba desde la infancia.
Ahora que el Tío se mueve con sus
propios pies y habla con voz propia, como todo ser hecho de carne y hueso, me
da la enorme satisfacción de que me haya elegido como a su escribano, como al
compañero de sus travesías y como al amigo de sus aventuras. Sin el Tío de la
mina hubiera sido más difícil que mi obra literatura fuese solicitada desde
allende los mares y despertara el interés de los lectores que me escriben desde
los más diversos países.
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