jueves, 8 de agosto de 2019


MONTOYA RECUERDA REPRESIONES DE LAS DICTADURAS 
EN 2 LIBROS

Huelga y represión y La mascare de San Juan en verso y prosa son obras que relatan la matanza en el centro minero Siglo XX (Potosí) durante las dictaduras de René Barrientos y Hugo Banzer.

Los mineros, junto a los estudiantes y dirigentes sindicales, fueron el sector que más represión sufrió durante las dictaduras de René Barrientos (1965-1969) y Hugo Banzer (1971-1978). El escritor Víctor Montoya vivió en carne propia los ataques contra la comunidad minera de Siglo XX (norte de Potosí), reflejados en sus libros La masacre de San Juan en verso y prosa y Huelga y represión.

El primero de los libros, La masacre de San Juan, es una compilación de Montoya sobre los autores que escribieron sobre este suceso (en verso y prosa), que ocurrió en la madrugada del 24 de junio de 1967, cuando los militares, a la cabeza de René Barrientos y Alfredo Ovando, mataron a una veintena de mineros.

Ante la efervescencia del movimiento guerrillero que se gestaba, Barrientos creyó que los mineros apoyaban al Che y que incluso había algunos guerrilleros infiltrados en las minas, por ello decidió cortar de raíz cualquier posibilidad, explicó Montoya, que tenía nueve años en la fecha. 

El compilador escogió los relatos de quienes hayan vivido de cerca el suceso, preferiblemente escritos en la época. De esta manera hay textos de Jorge Calvimontes, Coco Manto, Gregorio Iriarte, Ernesto Che Guevara, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Moema Viezzer y René Zavaleta, entre otros.

Por otro lado, cuando Montoya tenía 17 años y era dirigente estudiantil en Llallagua, sufrió la ocupación del Ejército de los distritos mineros en 1976, en el marco de la Operación Cóndor. 

En la primera semana de mayo del mismo año, hubo un congreso minero en Corocoro, donde se anunció una huelga por el aumento salarial y la repatriación de algunos compatriotas, Banzer lo tomó como un acto subversivo. Junto con un grupo nos ocultamos en las minas, pero nos agarraron en Oruro, recuerda Montoya. 

Ya capturado en la cárcel de San Pedro, uno de los torturadores dio un lápiz y papel a Montoya para que escriba el nombre de los implicados; el escritor lo utilizó para comenzar a escribir Huelga y represión, que sería publicado por primera vez en 1979 en Suecia, durante el exilio de 36 años que sufrió en Europa. 

Ahora, 40 años después, la editorial Kipus lanza una segunda edición, ya que la obra nunca fue publicada ni circuló en Bolivia. 

Víctor Montoya nació en La Paz en 1958, pero vivió desde su infancia en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, donde compartió la lucha de los trabajadores mineros, hechos que le dejaron fuertes secuelas que ahora se ven reflejadas en estos dos libros.


Fuente: Opinión, Cochabamba, 6-07-2019

viernes, 26 de julio de 2019


VÍCTOR MONTOYA RELATA EN VERSO Y PROSA LA TRÁGICA MASACRE DE SAN JUAN

El escritor Víctor Montoya rindió homenaje a los mineros caídos en la Masacre de San Juan, con una producción literaria escrita en verso y prosa, en la cual hace referencia al trágico suceso ocurrido hace 52 años en los centros mineros de Siglo XX y Catavi.

Este libro fue presentado ayer por el autor, en el anfiteatro de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, ante la presencia de autoridades nacionales, universitarias y dirigentes mineros.

Montoya manifestó que al haber vivido a sus 9 años de forma directa este trágico suceso, hizo que tenga la obligación de escribir un libro que refleje lo que ocurrió la madrugada del 24 de junio de 1967.

Aseveró que son varios los textos que existen sobre la Masacre de San Juan de diferentes autores, lo que hizo fue recopilar los mismos y escribir en una forma diferente, donde prime el sentimiento y se rinda homenaje a quienes murieron en este hecho, simplemente por tener pensamientos diferentes a los del gobierno de ese entonces.

Entre tanto, el secretario ejecutivo de la Central Obrera Departamental (COD), Elías Colque, ponderó esta producción literaria que cuenta cómo ocurrieron los hechos en 1967 en los centros mineros de Siglo XX y Catavi, cuando el gobierno de René Barrientos, acribillo a varios trabajadores que junto a sus familias celebraban la festividad de San Juan. 

Además del texto de Montoya, también se hizo la presentación del libro 69 de la Biblioteca Laboral Pensamiento Político de los Trabajadores Mineros.

El encargado de referirse a este texto, fue el exdirigente minero, José Pimentel, quien realizó un resumen de las diferentes facetas del sector minero en el país, pues concluyó que la clase obrera ha luchado desde siempre por sus derechos, por mejores días y resaltó que es el motor de la sociedad boliviana.

Fuente: La Patria, Oruro, 25/06/2019


martes, 9 de julio de 2019


LA MASACRE DE SAN JUAN EN VERSO Y PROSA EN COCHABAMBA

La compilación del escritor Víctor Montoya, que concitó un inusitado interés entre los lectores nacionales desde su publicación, será presentada en la Casa de la Cultura del Gobierno Autónomo  Municipal de Cochabamba, el vienes 12 de julio, en el Salón “Augusto Céspedes”, a Hrs. 18:00.

El evento está auspiciado por la Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas y la Confederación Latinoamericana de Poetas y Escritores del Mundo.

El programa, además de los comentaristas del libro, incluye la presencia de destacados músicos y poetas.

El ingreso es gratuito y todos están cordialmente bienvenidos.

martes, 2 de julio de 2019


ASCENSO Y DESCENSO DE LA HUELGA NACIONAL 

MINERA DE 1976

El primero de mayo de 1976, un mes antes de la violenta intervención militar a las minas, se realizó el XVI Congreso Nacional Minero en la población de Corocoro del departamento de La Paz. El significativo evento, que marcó un hito en la historia del movimiento obrero boliviano, no sólo tuvo la importancia de ratificar las tesis socialistas de la Central Obrera Boliviana (COB) y reelegir a los dirigentes históricos de la Federación Sindical de Trabajadores de Bolivia (FSTMB), sino también de reflejar el ascenso revolucionario de los mineros y los sectores empobrecidos del país, que, a pesar de encontrarse asolados bajo las bayonetas de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez, fiel sirviente de los consorcios imperialistas, luchaban en afán de conquistar sus reivindicaciones más elementales y replantearse su misión de sepultureros del sistema de explotación capitalista.

La resistencia de los movimientos populares contra la dictadura tuvo sus primeros brotes de protesta desde el momento en que el gorilismo, mediante un golpe de Estado, desplazó del poder al gobierno progresista de Juan José Torres, el 21 de agosto de 1971, que dejó decenas de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional. 

Inmediatamente después, el nuevo régimen arremetió brutalmente contra los partidos de izquierda, los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas, estudiantiles y otras, obligándolos a someterse a la dura vida clandestina. Sin embargo, a los pocos meses de la asonada militar, el pueblo, a la vanguardia de los indómitos mineros, volvió a reorganizarse en sindicatos y comités de base, con la intención de ganar las calles y poner en marcha sus reivindicaciones inmediatas, aunque, de cuando en cuando, en el seno de los movimientos populares se generaban actitudes espontáneas de violencia, expresando su más airado repudio contra el gorilismo encaramado en el poder.

De modo que el gobierno, debido a la tensa situación política que vivía el país y a la crisis latente en el interior de las Fuerzas Armadas, no tuvo más alternativa que aplicar medidas antiobreras y antinacionales. Así fue que en noviembre de 1974, los decretos tenían el propósito de justificar la sañuda persecución desencadenada contra los opositores políticos de la dictadura militar. Las organizaciones políticas y sindicales fueron declaradas en receso, en tanto la ciudadanía fue sometida al Servicio Civil Obligatorio, cuya estrategia consistía en imponer a dirigentes oficialistas bajo el marbete de coordinadores y desconocer a las auténticas direcciones sindicales, arguyendo que éstas estaban manejadas por elementos agitadores y extremistas.

El pueblo boliviano y la clase obrera, a pesar de todo, resistieron heroicamente los rudos golpes asestados por el gorilismo, ya que, al poco tiempo de ser arrasadas sus direcciones políticas y sindicales, se vieron obligados a desarrollar un trabajo de hormigas en procura de reestructurar sus legítimas organizaciones de clase, que venían planteando, desde la aprobación de la Tesis de Pulacayo en 1946,  la necesidad de mantener en toda circunstancia la independencia de clase ideológica, política y organizativa; lo que implicaba que la clase obrera no podía subordinarse a la ideología ni dirección de las otras clases sociales, debido a que el proletariado nacional tenía la facultad de cumplir con sus tareas históricas y convertirse en el caudillo de la revolución socialista.

Por otro lado, el brutal asesinato del ex presidente Gral. Juan José Torres en Buenos Aires, Argentina, precipitó los acontecimientos. La población boliviana responsabilizó de este crimen al régimen militar que, por entonces, estaba trabajando en coordinación con el resto de las dictaduras militares del Cono Sur de América Latina. En Bolivia se realizaron manifestaciones de protesta  y se pidió la repatriación de sus restos en medio de un descontento popular que crecía como la espuma.

En ese contexto, el XVI Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Corocoro los primeros días de mayo, y la posterior huelga general indefinida, que se desarrolló en las jornadas de junio de 1976, fue la máxima expresión del alto grado de conciencia política alcanzada no sólo por los sectores de la minería nacionalizada, sino también por los sectores empobrecidos del campo y las ciudades.

Las demandas y la arremetida militar

Los trabajadores, reunidos en el XVI Congreso Minero de Corocoro, amenazaron al gobierno con una huelga general si no se aumentaba los salarios en el lapso de un mes. Además, exigieron una amnistía general e irrestricta para los presos y exiliados, rechazaron todo tipo de control de las organizaciones sindicales y demandaron que las Fuerzas Armadas desmilitaricen los centros mineros; de lo contrario, en caso de no ser atendidas las demandas salariales y el respeto a las libertades democráticas, la clase obrera iniciaría una huelga general indefinida a nivel nacional.

Los Comités de Base, creados en oposición a los coordinadores elegidos por el gobierno, se encargaron de orientar a los trabajadores en su lucha antifascista; es decir, los elementos políticos más radicalizados se pusieron a la vanguardia para hacer cumplir las demandas socioeconómicas que fueron aprobadas en el XVI Congreso Minero de Corocoro, como el aumento de salarios con escala móvil; rebaja de la jornada a 6 horas; constitución de una Federación Nacional de Comités de Amas de Casa; apoyo al campesinado y a los universitarios en sus reivindicaciones; vigencia de la COB y del fuero sindical, liberación de los presos políticos y retorno de los exiliados.

El gobierno fascista, lejos de atender las demandas de los trabajadores, contraatacó brutalmente. Así fue que el 9 de junio de 1976, las tropas del ejército asaltaron los locales de la FSTMB, donde fueron detenidos los dirigentes y, en algunos casos, fueron inmediatamente exiliados a Chile; los principales campamentos mineros fueron ocupados militarmente y se declaró el estado de sitio en todo el país, que prohibía los congresos, ampliados y las reuniones político-sindicales.

Tras la ocupación militar, en los centros mineros de Siglo XX y Catavi se declaró una huelga general indefinida y los dirigentes se refugiaron en el interior de la mina, mientras los uniformados rastrillan los campamentos. Los ocupantes, a través de las radioemisoras intervenidas, amenazaron con cerrar las pulperías, cortar la electricidad y el suministro de agua.

En el distrito de Siglo XX, en una asamblea de emergencia realizada en la bocamina, se decidió iniciar la huelga general indefinida, según lo acordado en la XVI Congreso Minero de Corocoro y, consiguientemente, se acordó plantear, frente a la sorpresiva ocupación militar de la región, las siguientes demandas: 1) Desalojo de las tropas del ejército de todos los centros mineros. 2) Vigencia de las organizaciones sindicales y devolución de las radios. 3) Inamovilidad de todos los trabajadores de su fuente de trabajo. 4) Libertad de todos los dirigentes y obreros de base detenidos. 5) Aumento de salarios con escala móvil.

En pocos días, la huelga se extendió hacia otras minas nacionalizadas y privadas (incluidas las cooperativas), las fábricas y universidades, mientras en los campamentos se intensificó la represión, multiplicando los rastrillajes y los arrestos de los dirigentes de base, al mismo tiempo que los campesinos oficialistas del norte de Potosí amenazaron con atacar a los mineros, en coordinación con los rompehuelgas y la policía femenina, que puso en su mira el accionar del Comité de Amas de Casa.

El Decreto Supremo del 14 de junio

El gobierno dictatorial, no sabiendo cómo frenar el movimiento huelguístico timoneado por los mineros, se apresuró en lanzar un Decreto Supremo el 14 de Junio de 1976, declarando Zonas Militares a todos los distritos donde se encontraban ubicadas las empresas y establecimientos de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), considerando: que, dirigentes mineros extremistas de las empresas dependientes de la Corporación Minera de Bolivia y otros elementos disociadores, obedeciendo consignas foráneas, han creado en el país un ambiente subversivo y de agitación, promoviendo y realizando paros en diferentes minas e incitando o distintos sectores laborales a la huelga general con fines inconfundiblemente políticos; que, es necesario velar por la seguridad de los pobladores en los diferentes centros de la minería nacionalizada; que, es deber del Supremo Gobierno precautelar los bienes de la Corporación Minera de Bolivia, para evitar daños o destrucción de los mismos, ya que constituyen parte del patrimonio del Estado y del pueblo boliviano.

Por lo tanto, en el Consejo de Ministros, se aprobaron los siguientes artículos:

ARTÍCULO 1.- Declárase zonas militares aquellas en las que se encuentran ubicadas las empresas y los establecimientos de la Corporación Minera de Bolivia.

ARTÍCULO 2.- El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de la Nación, designará a los Comandantes de Zona, fijándoles su Jurisdicción y atribuciones.

ARTÍCULO 3.- Las personas que en las zonas militares declaradas incurrieren en cualquiera de los hechos que a continuación se señalan, quedarán sometidas a la Jurisdicción y a las disposiciones del Código Penal Militar:

1).-Posesión de armas de fuego sin la autorización legal correspondiente.

2).-Empleo de armas de fuego, explosivos, armas blancas, o medios para intimidar, atentar o cometer actos delictivos contra la vida y seguridad de los miembros de las Instituciones encargadas del mantenimiento del orden.

3).-Los que inciten, organicen o formen parte de grupos que atenten o traten de enfrentarse a los miembros de unidades o tropas regulares del orden, o que impidieren el cumplimiento de sus misiones.

Los señores Ministros de Estado en los Despachos de Minería y Metalurgia, del Interior, Migración y Justicia y de Defensa Nacional, quedan encargados del cumplimiento y ejecución del presente Decreto Supremo.

Sin embargo, a pasar del Decreto Supremo, los trabajadores y el pueblo en general no se dejaron amedrentar y prosiguieron la lucha de resistencia antifascista. La huelga nacional indefinida, que fue la más larga en la historia del movimiento obrero boliviano, sirvió como un catalizador para medir la correlación de fuerzas entre el gobierno y el pueblo; es más, sirvió también para superar los errores que, algunas veces con mayores o menores aciertos, se cometieron en el seno de la clase obrera, como la falta de condiciones objetivas concretas, calibradas de acuerdo a la correlación de fuerzas existentes entre el grado de organización de los mineros y la capacidad represiva del régimen dictatorial; la mala coordinación de las direcciones sindicales con sus bases en huelga; la falta de mayor planificación; la falta de precaución ante la arremetida fascista, la falta de provisión de alimentos para los huelguistas y sus familias; y la ausencia de fuentes fidedignas de información entre los huelguistas que, acéptese o no, fueron algunos de los factores que no se previnieron en las organizaciones sindicales, hasta el día de la intervención militar a los centros mineros, aunque se abrigaban las esperanzas de que, al calor de la lucha de resistencia, surgieran de manera espontánea y sobre la marcha; cosa que no sucedió, como se tenía pensado, en el terreno de los acontecimientos concretos.

Asimismo, fue notoria la falta de condiciones subjetivas, que garantizaran el buen curso de la ola huelguística; es decir, que en el momento en que la clase obrera pasó a la resistencia contra la arremetida militar no existía la presencia de una dirección sindical fortalecida, que sirviera como timón en el rumbo de los acontecimientos. Por lo tanto, no existía una dirección capaz de movilizar a los obreros hacia la conquista de las reivindicaciones inmediatas, que se condensaban en los siguientes planteamientos: retiro inmediato de las tropas militares acantonadas en los distritos mineros, devolución de las radioemisoras ocupadas, libertad incondicional de los dirigente de la FSTMB y otros detenidos durante la huelga, aumento general de sueldos y salarios, repatriación de los restos del general Juan José Torres, asesinado en Buenos Aires, y el respeto a las libertades democráticas. Tampoco existía una organización política de izquierda capaz de dirigir al torrente popular, acaudillado por el proletariado, hacia la toma del poder y la conquista del socialismo, misión que históricamente debe cumplir el proletariado, independiente de los partidos oligárquicos y pro-imperialistas que, a su turno, demostraron incapacidad para cumplir las tareas democrática-burguesas.

Los errores y la derrota

El movimiento huelguístico de los mineros, sin resquicios para la duda, fue el combate más largo y frenético sostenido contra los opresores de ayer y de siempre. Para los revolucionarios de avanzada, el inicio y desenlace de la huelga, constituyó una gran experiencia de lucha no sólo porque tuvo la capacidad de unificar a la clase obrera, sino también a otros sectores populares, como los fabriles, campesinos, universitarios, amas de casa y estudiantes de secundaria, que acompañaron el incontenible ascenso revolucionario de los mineros.

De otro lado, se advirtió que la huelga podía culminar en una derrota, debido a que no se habían preparado las condiciones necesarias para alcanzar el triunfo. Ya se sabe que la coyuntura política fue favorable para la huelga, aunque no fue debidamente aprovechada por la dirección sindical, por cuanto la arremetida obrera no logró tumbar al gorilismo, sino que, por el contrario, demostró que no poseía la fuerza necesaria para materializar este objetivo tan acariciado. Esto se debió, en gran medida, a que ni los representantes mineros, ni fraternos, hicieron notar, en las sesiones del XVI Congreso realizado en Corocoro, la necesidad de organizar, a la brevedad posible, tanto un Comité Nacional de Huelga como los comités clandestinos.

Nadie advirtió que, en el lapso de tiempo que se le concedió al gobierno para que respondiera al pliego de peticiones, era demasiado larga y que, en cualquier momento, la dictadura militar, con uno u otro pretexto, podía movilizar a sus fuerzas de seguridad y ocupar los distritos mineros, con el objetivo de frenar la huelga que se venía  preparando sin precauciones ni celeridad.

Culminada la huelga, las minas permanecieron bajo el control de las Fuerzas Armadas, centenas de mineros fueron retirados de sus fuentes de trabajo y la dirección de la FSTMB se encontraba en la clandestinidad. Los representantes de los mineros, fabriles, universitarios, periodistas y estudiantes de secundaria fueron encarcelados y exiliados. Lo que significó que la resistencia organizada contra la dictadura militar fue decapitada.

La derrota del movimiento obrero y el campo libre que se le concedió al gorilismo, para que pasara con facilidad a la ofensiva, hondó sus raíces en la falta de una dirección nacional debidamente organizada y la falta de una participación más activa en la planificación de la huelga por parte de las organizaciones de izquierda, desaprovechando así la rica experiencia que existía al respecto en las filas mineras. Por cuanto ni la FSTMB, ni los sindicatos distritales, ni los partidos políticos, pudieron desarrollar la labor de preparar las condiciones necesarias para lanzarse a la huelga y prever cualquier intento de arremetida militar; por el contrario, fue el gorilismo que, con mayor rapidez y eficacia, preparó sus planes para hacer fracasar la huelga, que fue una de sus prioridades y la punta de lanza para demostrar que todavía ellos tenían el control de la situación política en el país.

En síntesis, el gobierno antiobrero pasó a la arremetida y obligó a los trabajadores a retroceder. Se había consumado una derrota del sindicalismo, aunque no hubo baño de sangre, circunstancia que determinó las características del retroceso que siguió a las jornadas de junio.

De ahí que la realidad concreta, en la cual se agitaba el pueblo boliviano, daba a entender que su caudillo natural, el proletariado minero, aún necesitaba forjar su condición subjetiva, expresada en su organización político-sindical, capaz de materializar la revolución socialista, junto a las capas empobrecidas del campo y las ciudades. Quedó demostrado también que, mientras no se lograra forjar la palanca de transformación revolucionaria, se seguirían sufriendo amargas derrotas y se seguirían frenando las posibilidades de establecer un gobierno obrero respaldado por las mayorías nacionales.

La huelga nacional minera de 1976, debido a la falta de mejores condiciones objetivas y subjetivas, se vio acorralada por las fuerzas represivas del gobierno, sufriendo una derrota inminente. Las banderas del fracaso se agitaron en el campo de batalla, donde la clase obrera se vio arrinconada por la dictadura militar, que se enfrentó despiadadamente contra la nación oprimida. Los trabajadores retornaron resignados y cabizbajos a sus fuentes laborales, pero conscientes de que sufrieron una derrota transitoria, ya que la victoria final les correspondía a ellos, por ser la vanguardia indiscutible de las luchas sociales y los protagonistas de la revolución socialista.

sábado, 22 de junio de 2019


PRESENTARÁN LA MASACRE DE SAN JUAN EN VERSO 
Y PROSA EN LA CIUDAD DE ORURO
En el marco de homenaje a los caídos en la masacre minera de San Juan, ejecutada por la dictadura militar de René Barrientos Ortuño en la madrugada del 24 de junio de 1967, en las poblaciones de Llallagua-Siglo XX, se presentará el libro: La masacre de San Juan en verso y prosa, de Víctor Montoya. El evento tendrá lugar el lunes 24 de junio, a Hrs. 18:30, en el Anfiteatro Antonio de la Quintana, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Técnica de Oruro, calle 6 de Agosto, esq. Herrera.
Este importante evento está coordinado por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Previsión Social; la Central Obrera Departamental de Oruro; el Sindicato Minero de Huanuni, la Federación Universitaria Local y la Casa de la Cultura Simón I. Patiño, entre otros.
Habrá números de música y poesía. En la parte estelar se contará con la presencia del Grupo Teatral ALBOR, que dramatizará pasajes de la Masacre de San Juan; un funesto episodio que permanece como llama encendida en la memoria del movimiento obrero boliviano.

lunes, 17 de junio de 2019


LA MASACRE MINERA DE SAN JUAN DE 1967

Al cumplirse 52 años de la masacre de San Juan en las poblaciones de Llallagua y Siglo XX, La Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL y la Universidad Nacional Siglo XX presentarán el libro: La masacre de San Juan en verso y prosa, compilado por el escritor Víctor Montoya. El acto se realizará en la Plaza del Minero de Siglo XX, el domingo 23 de junio, a Hrs. 19:00. La fogata estará amenizada por poetas y cantautores.

Sobre el libro

La masacre de San Juan en verso y prosa es un volumen de versos y textos en prosa, inspirados en una masacre que enlutó a las familias mineras la madrugada del 24 de junio de 1967, cuando el régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, asesorado por la CIA y secundado por el alto mando militar de las Fuerzas Armadas, decidió tomar por sorpresa las poblaciones de Llallagua, Siglo XX, Cancañiri y Catavi, con el pretexto de evitar, a cualquier precio, la realización del ampliado nacional minero, que tenía previsto elaborar un pliego de peticiones y apoyar a la gesta guerrillera comandada por Ernesto Che Guevara en las montañas de Ñancahuazú.

Las tropas del ejército, en cumplimiento de un plan siniestro y premeditado, irrumpieron en el escenario de la masacre a las 04.40 de la madrugada, una vez que la mayoría de los trabajadores se habían retirado a descansar, dejando atrás las menguantes brasas de las fogatas y sin tener posibilidades de organizar una resistencia eficaz contra los uniformados, que estaban dispuestos a cumplir con su misión a sangre y fuego.

Las tropas del ejército ocuparon las calles de la población civil y los campamentos mineros, asaltaron las radioemisoras y metieron bala contra toda sombra que se movía en la oscuridad. Los tiros de las ametralladoras, morteros y bazucas, que en principio se confundieron con la detonación de los cohetillos y cachorros de dinamita, se escucharon por algunas horas en la población civil y los campamentos mineros, mezclándose con el lamento de los heridos, el llanto de los niños y el grito de protesta de las amas de casa.

El libro contiene poesías revolucionarias dedicadas a la masacre de San Juan. Los poetas nos recuerdan, entre verso y verso, la necesidad de rescatar la memoria histórica de los mineros y rendirles un justo homenaje a los caídos bajo el fuego fulminante de la bota militar. Entre los autores figuran: Jorge Calvimontes, Alberto Guerra Gutiérrez, Coco Manto y Nilo Soruco, entre otros.

La segunda parte del libro recoge textos escritos en prosa, que tienen un inconfundible valor documental. Los autores, con solvencia y autoridad moral, se refieren a los antecedentes que dieron paso a la conocida masacre minera de San Juan, que dejó un reguero de heridos y un saldo de más de dos decenas de asesinados entre hombres, mujeres y niños.

Entre los autores consignados en el libro La masacre de San Juan en verso y prosa destacan: Guillermo Lora, Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zavaleta Mercado y Gregorio Iriarte. Tampoco podía faltar la versión personal del filósofo francés Regis Debray, del escritor uruguayo Eduardo Galeano y de Ernesto Che Guevara, quienes estuvieron conscientes de que el que el régimen de René Barrientos Ortuño usó el pretexto de la guerrilla para frenar el ascenso revolucionario de los trabajadores bolivianos y sus aliados naturales de clase.

En el libro se insertó también testimonios de primera mano, como el de Domitila Barrios de Chungara, el dirigente sindical Simón Reyes Rivera y la viuda de Rosendo García Maisman, y otros de carácter más literario, como el de Eliseo Bilbao Ayaviri, Diego Martínez Estévez, Foster Ojeda Calluni y Víctor Montoya, entre otros.

La masacre de San Juan de 1967 es una de las tragedias más cruentas registradas en la historia del movimiento obrero boliviano y un episodio que aún permanece vivo en la memoria de las familias mineras. Por eso mismo, es un deber revolucionario honrar la sangre de los mártires caídos la madrugada del 24 de junio y condenar a un régimen dictatorial que cometió un crimen de lesa humanidad, que hasta el día de hoy se mantiene en la impunidad.      

sábado, 15 de junio de 2019


¡NO TE DETENGAS…!
AUTOBIOGRAFÍA DE PASTOR SEGUNDO MAMANI VILLCA

En esta autobiografía, donde el autor aparece radiografiado de pies a cabeza, no interviene para nada el azar ni el ego abrumante de los escritores de oficio, ya que Pastor Segundo Mamani Villca, al no ser un literato sino un hombre de leyes, maneja la palabra escrita para manifestar lo que le dicta la conciencia y la razón, más que para elaborar una serie de artificios lingüísticos propios de los poetas y narradores. 

El libro, como cualquier otro que corresponde a este género literario, puede estar lleno de erratas y aseveraciones, con las que el lector puede discrepar con absoluta libertad, pero lo que no se puede desmentir es el enorme significado que tiene un libro cuando aborda temas que son del interés común de los ciudadanos y ciudadanas, quienes conviven en una colectividad gobernada por normas éticas y morales, que constituyen la columna vertebral de un Estado de Derecho, donde las instancias jurisdiccionales, como es el Tribunal Supremo de Justicia, son los instrumentos creados para hacer cumplir las legislaciones de manera justa y eficaz. 

Esta autobiografía, donde se reflejan vivamente los pensamientos y sentimientos de quien la escribió, arranca con los recuerdos de infancia de Pastor Segundo Mamani Villca, cuyos padres, de ascendencia quechua, estaban obligados a soportar una forma de vida impuesta a punta de látigo, ya que los patrones de las haciendas, acostumbrados a convertir en ganancia el sudor y la sangre de los colonos, no dudaban en vulnerar los derechos humanos más elementales de quienes estaban considerados como seres inferiores ante la mirada de los colonizadores llegados de allende los mares, junto a los caballos, las armaduras y los cañones.

Si tomamos en cuenta la realidad de la familia Mamani Villca, que se relata en la primera parte del libro, advertiremos que, durante la colonia y la república, se fomentó el prejuicio racial y se marginó socialmente a la mayor parte de la población constituida por indígenas, que trabajaban como colonos o pongos en las haciendas de los patrones, quienes acapararon la propiedad de la tierra y asumieron el mando del poder político, con el fin de controlar las riendas del país y someter a su dominio a las clases desposeídas, que estaban destinadas a conformar la vasta base de la pirámide social, donde lo blanco se encontraba en la cúspide como por mandato divino.


A la familia de Pastor Segundo Mamani Villca, quien nació antes de la Revolución Nacionalista de 1952 y antes de que se promulgara el decreto de la Reforma Agraria en 1953, le tocó observar de cerca el desprecio que se tenía contra el indio en una época en que el racismo correspondía a la estratificación socioeconómica de un país complejo y contradictorio, donde, según las consideraciones de los blancoides o criollos, que pertenecían a las clases dominantes, los indios eran la lacra y los promotores de los males que aquejaban al país. No faltaban los intelectuales que, como Gabriel René Moreno y Alcides Arguedas, pensaban que los indios, sean estos de oriente u occidente, representaban un fardo pesado que debía cargar la nación sobre sus espaldas, y que los mestizos, por constituir un híbrido entre blancos e indios, encarnaban los peores vicios de ambas razas.

Según se relata en el libro, el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, por su condición de campesino y analfabeto, sufrió la discriminación social y racial en carne propia. En su infancia y adolescencia fue el pongo del patrón de la hacienda, en su juventud fue reclutado, contra su voluntad, para ser carne de cañón en la Guerra del Chaco y cuando formó su propia familia se vio obligado a cargar bultos en los mercados para dar de comer a sus hijos, hasta el día en que, con la ayuda de sus coterráneos, logró engancharse en la Empresa Minera Colquiri, donde fue atrapado por las garras de la tuberculosis y la silicosis, dos enfermedades endémicas de los trabajadores del subsuelo.

Pastor Segundo Mamani Villca, como muchos niños y adolescentes de su época, trabajó también en los relaves de la mina, aun siendo menor de edad; una experiencia que, sin embargo, le sirvió para acercarse a las verdaderas causas de las luchas sindicales de los obreros y, sobre todo, para comprender que no todo era gratis en la vida y que el trabajo era la única acción que dignifica al ser humano.


Los trabajos que realizó en el ámbito de la minería, por otro lado, le permitieron concebir que el problema de las razas, durante las primeras décadas del siglo XX, era también un problema de las clases sociales, en las que el antagonismo, entre la incipiente burguesía nacional y el proletariado minero, estaba establecido por las relaciones de producción entre una casta de mestizos y criollos, que eran los dueños de las Empresas Mineras, y la clase trabajadora que estaba conformada, en su gran mayoría, por los indígenas que abandonaron sus parcelas de tierra para proletarizarse en los centros mineros, donde los barones del estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo) amasaban fortunas a costa de los obreros que morían con los pulmones destrozados por la silicosis.

Quizás por eso el padre de Pastor Segundo Mamani Villca, un hombre de contextura robusta y decisiones sabias, nunca dejó de velar por la educación de sus hijos ni nunca perdió las esperanzas de verlos convertidos en profesionales. Él sabía, por experiencia propia, que la ignorancia y el analfabetismo eran las peores cuñas en la vida de un individuo que quería superarse en la vida social y laboral. Don Valentín Mamani Gonzáles, ex benemérito de la Guerra del Chaco y trabajador de interior mina, estaba consciente de que la educación era la clave para liberar a los oprimidos de las cadenas de la esclavitud y derribar los muros de la discriminación social y racial. Por fortuna, el autor de este libro no demoró en asimilar las enseñanzas de su padre y en esmerarse en los estudios, guiado por el precepto de que el aprendizaje de la lectura y la escritura era una de las mejores maneras de sobreponerse a los prejuicios colonialistas de los últimos cinco siglos y una de los instrumentos más poderosos para defender y hacer respetar los Derechos Humanos.

Pastor Segundo Mamani Villca, desde el instante en que migró del campo e ingresó en una escuela del distrito de Colquiri, ubicado en provincia Inquisivi del departamento de La Paz, se dio cuenta de que el derecho a la igualdad se vulneraba con el insulto étnico-racial, en el que se trataba al otro como a alguien que era inferior o peor. Comprenderlo y evitarlo tenía que ver con el respeto a la dignidad de las personas y con la voluntad de construir una sociedad distinta a la que ofrecían los ideólogos del colonialismo retrógrado y el capitalismo salvaje.


Es lógico que por sus experiencias vividas y sufridas, el personaje principal de este libro, siguiendo el ejemplo de su padre, quien participó activamente en los brotes de rebelión contra los terratenientes, decidió engrosar las filas de quienes celebraban el nacimiento del nuevo Estado Plurinacional de Bolivia, que se consolidó a principios del siglo XXI, con el ascenso al poder de las organizaciones sociales de las naciones originarias, con un presidente y varios asambleístas indígenas, que no tenían otro interés que conquistar sus reivindicaciones que estaban en el orden del día, como la autodeterminación, la nacionalización de los recursos naturales y el reconocimiento de la diversidad cultural.

El propio Pastor Segundo Mamani Villca se hizo consciente de que era necesario apoyar el proceso de cambio y la revolución cultural, porque esto le permitiría insertarse, como abogado, político y activista social, en las esferas del Órgano Judicial, que antes estaban reservadas sólo para las clases dominantes, donde los indígenas no tenían arte ni parte. Tuvieron que transcurrir varios siglos para que los ciudadanos de las naciones y pueblos indígena-originarios, que se mantuvieron en la cola de la historia, fuesen incluidos en los aparatos del poder político, donde se tomaban las decisiones de la suerte histórica del país, con las mismas responsabilidades y los mismos derechos amparados por la Constitución Políticas del Estado, que, en otrora, sólo representaba los intereses de una minoría privilegiada en desmedro de una mayoría injustamente excluida de la vida económica, social, política y cultural.

Después de la lectura del libro, queda claro que uno de los factores que más influyó en el rumbo político del autor, fue su adhesión a las concepciones marxistas-leninistas; una filosofía que coincidía plenamente con sus ideales e inquietudes que lo vincularon a las organizaciones del magisterio, las juntas vecinales y los movimientos sociales, que surgieron con mucho ímpetu en el mismo período en el que el sindicalismo revolucionario del proletariado minero fue quebrantado por el D.S. 21060 y la inminente relocalización de sus afiliados; en realidad, si seguimos los pasos de Pastor Segundo Mamani Villca, desde que ingresó al círculo de jóvenes comunistas que estudiaban en Sucre, advertiremos que no hay resquicios entre sus ideas, por su modo de pensar y actuar, y los planteamientos del marxismo-leninismo más radicales y combatientes.  

Su actividad política se intensificó mientras estudiaba en la Escuela Normal de Maestros de Sucre y en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí, pero no todo queda ahí, sino que, ya con sus títulos en mano y obedeciendo al llamado de su conciencia, irrumpió en la arena sindical como ejecutivo de la Federación de Maestros Urbanos de Potosí, como presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en el distrito de Siglo XX, como secretario de relaciones de la Central Obrera Departamental (COD) y como militante de la izquierda revolucionaria, que le costaron la persecución, la cárcel y el confinamiento durante los gobiernos dictatoriales de Hugo Banzer Suárez y Luis García Meza. No fue menos importante su participación en las elecciones municipales del departamento de Potosí, donde formó una mancuerna con René Joaquino, para hacer alianzas con los partidos de izquierda enfrentados a la política neoliberal de los gobiernos de Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada, que impulsaban la estrategia de capitalización de las empresas estatales y la entrega desmedida de los recursos naturales a los consorcios imperialistas.

Este compañero de lucha, que se autodefine como campesino y minero, es todo un orgullo no sólo para los comunarios de su Socopuco natal, sino también para los campesinos indígena-originarios de la provincia Chayanta del departamento de Potosí, porque supo levantarse desde muy abajito, con esfuerzo tesonero y voluntad de hierro, y porque supo derribar los muros que separaban al indio del blanco y al erudito del analfabeto. Pastor Segundo Mamani Villca supo levantar la voz para denunciar los crímenes de lesa humanidad de las dictaduras militares, que lograron extender, sobre el país más pobre de la pobre América Latina, un manto de terror institucionalizado, que asfixió las libertades civiles y aplastó sistemáticamente a la resistencia organizada, con el objetivo de forjar una democracia sin comunismo, como si a los generales golpistas se les hubiese concedido el derecho de ejercer el poder supremo, desde cuya posición actuaban impunemente, usando el lenguaje de las armas para acallar las voces de protesta y los métodos de tortura para quebrantar la voluntad más firme de los enemigos declarados del poder absoluto de los tiranuelos de turno.


Sea ésta la oportunidad para recordar que a Pastor Segundo Mamani Villca lo conocí a mediados de los años 70, en plena dictadura de Hugo Banzer Suárez, cuando todavía ejercía como profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales en el Colegio Primero de Mayo de Llallagua, una legendaria población al norte de Potosí, que, en la primera mitad de la pasada centuria, fue el sostén de la economía nacional y la región donde surgió un poderoso movimiento sindical, que puso en jaque a la oligarquía minero-feudal y a los gobiernos dictatoriales que se encaramaron en el poder pisoteando las normas constitucionales y conculcando las libertades democráticas.

Pastor Segundo Mamani Villca vivía en un cuarto que alquiló en la casa de mi abuelo, don Enrique Lora Fiengo, ubicada en un callejón sin salida de la calle Omiste. Estando en el Colegio Primero de Mayo, tuvimos la oportunidad de compartir los mismos ideales y las mismas realidades que nos tocó vivir a él como a profesor y a quien escribe estas líneas como alumno. Aún recuerdo que, en un establecimiento educativo lleno de maestros reaccionarios y afines al gobierno, Pastor Segundo Mamani Villca era uno de los pocos profesores que también formaban parte de la resistencia organizada contra el régimen dictatorial de entonces, y uno de los pocos que, en los consejos de profesores del Colegio, defendía abiertamente mis posiciones políticas y, a la vez, el único que se oponía a las determinaciones de mi expulsión por el simple hecho de ser dirigente estudiantil y arrastrar a mis compañeros hacia la causa de los mineros que, en su mayoría, eran nuestros padres, como las señoras del Comité de Amas de Casa eran nuestras madres.

Pastor Segundo Mamani Villca, en su condición de profesor revolucionario, sabía que algunos de los estudiantes nos oponíamos, con justa razón, a un sistemas de enseñanza obsoleto y retrógrado, y a una pedagogía negra en la que primaba la mediocridad y el autoritarismo propios de una educación donde los buenos instrumentos didácticos estaban tan ausentes como la interrelación cordial y democrática entre el educando y el educador, como si la realidad política de aquellos aciagos años de la dictadura militar se hubiese calado en las aulas del Colegio Primero de Mayo, del que fui expulsado en tres ocasiones por haber simpatizado con las ideas libertarias y haber defendido la lucha revolucionaria de los trabajadores.


Fue en esas circunstancias que conocí a Pastor Segundo Mamani Villca, mucho antes de que incursionara en la jurisprudencia y se enrolara en las altas esferas del Órgano Judicial de Bolivia. Por eso mismo, me place enormemente escribir estas líneas de sincera amistad en la parte inicial de este libro que, leído en partes o en su totalidad, servirá para conocer la intensa y la no menos interesante trayectoria de este niño indígena que un buen día, como siempre deseó su padre, llegó a ser el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, que antes estaba exclusivamente reservado para los abogados de la rancia aristocracia boliviana.

Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención, mientras hojeaba las páginas del libro, fue el hecho de saber que Pastor Segundo Mamani Villca ingresó tres veces al mismo edificio del Tribunal Supremo de Justicia, donde antes funcionaba el Juzgado de Instrucción Penal; las dos primeras como detenido político, acusado de promover actividades sediciosas contra el Estado, y la tercera como magistrado electo por el voto del pueblo; una historia que es digna de contarla para que se sepa que un día puede invertirse la torta y cambiar el orden de las cosas, como ocurre en los cuentos bien contados de la tradición oral, en los que el protagonista es el patito feo que, después de sufrir el desprecio y la marginación, se convierte en un bello cisne; una paradoja que suele repetirse también con las cenicientas convertidas en princesas por los azares del destino o porque así lo desea la voluntad popular.     

Basta leer esta autobiografía para ilustrar la capacidad de perseverancia y la fuerza de voluntad de una persona, que no se deja vencer por las vicisitudes adversas a los deseos ni se rinde ante los duros golpes que asesta la vida. Este niño indígena, que un día llegó a ser presidente del Tribunal Supremo de Justicia, es un regio ejemplo de lo que debe hacer un estudiante para trocar sus sueños en realidades. La lectura de este libro puede ayudar a los jóvenes a reflexionar en torno a la importancia de levantarse cada día, con el optimismo de un atleta y la ilusión de que es posible triunfar en la vida, si se tiene la mirada puesta en el horizonte y los deseos ardientes de cumplir con los dictados de la mente y el corazón. Los demás detalles de la vida de Pastor Segundo Mamani Villca están registrados en las páginas de esta autobiografía, que más parece una leyenda con sus deslumbrantes fulgores y sus lúgubres contornos, características propias de los libros salpicados de acontecimientos históricos, donde las experiencias de vida deben escribirse con mano firme para que perduren en el tiempo, antes de que la lluvia remoje la memoria y los sueños se empañen de olvido.

Imágenes:

1. Portada del libro.
2. Pastor Mamani con su amigo Nemesio Valdez en la bocamina Triunfo de Colquiri.
3. En la casa donde pasó su infancia.
4. Recibiendo el certificado de egreso de la Facultad de Derecho.
5. Ejerciendo como juez instructor en Arampampa.
6. Como el primer presidente indígena del Tribunal Supremo de Justicia, Sucre, 2015.



domingo, 9 de junio de 2019

 

HUELGA Y REPRESIÓN DE VÍCTOR MONTOYA

El Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL/Regional Catavi, la Dirección General de Extensión de la Universidad Nacional Siglo XX, la Secretaría de Desarrollo Humano del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua y la Dirección Distrital de Educación del Municipio de Llallagua, tienen el agrado de invitar a la presentación del libro Huelga y represión del escritor Víctor Montoya. El acto se realizará el martes 11 de junio de 2019 a Hrs. 10:00 (10 de la mañana), en el Auditorio de la carrera de Odontología de la Universidad Nacional Siglo XX”, Plaza del Minero, monumento histórico de grandes revolucionarios y líderes sindicales.

El autor del libro relata hechos históricos protagonizados bajo la sombra del dictador general Hugo Banzer Suárez, quien llegó a la presidencia a través de un golpe de estado en 1971 y fue derrocado en 1978, con una huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres del distrito minero de Siglo XX. El fascista Hugo Banzer Suárez fue parte de la Operación Cóndor, un pacto criminal entre los países del Cono Sur y la CIA de EE.UU.

El primero de mayo de 1976, un mes antes de la violenta intervención militar a las minas, se realizó el XVI Congreso de Trabajadores en el centro minero de Corocoro. En el congreso se resolvió declarar una huelga general si el gobierno fascista no aumentaba los salarios en el lapso de un mes, si no declaraba una amnistía general e irrestricta para los presos y exiliados y se rechazó  todo tipo de control de las organizaciones sindicales.

El gobierno fascista, lejos de atender las demandas de los trabajadores, contraatacó brutalmente. Así fue como el 9 de junio de 1976, las tropas del ejército asaltaron el distrito minero de Siglo XX. Los campamentos fueron rastrillados para detener a dirigentes mineros, amas de casa y estudiantes, paulatinamente todos los centros mineros de la COMIBOL fueron tomados por los militares. Silenciaron las radioemisoras mineras de forma violenta.

En Huelga y represión se afirma: Los hechos históricos relatados en esta impactante obra, escrita en las mazmorras de la dictadura militar boliviana, constituyen el vivo testimonio de uno de los episodios más nefastos de 1976, año en que las tropas del ejército ocuparon los distritos mineros.

Huelga y represión describe en sus páginas, impregnadas de realismo descarnado y narraciones insólitas, los sótanos dantescos de las cámaras de tortura, con la esperanza de que no queden impunes los crímenes de lesa humanidad ni se soslaye la memoria de quienes sufrieron el martirio por el simple delito de haber simpatizado con las ideas libertarias y haberse opuesto a la ideología totalitaria de un gobierno de facto.

Al cumplirse cuatro décadas de la primera edición de Huelga y represión, el autor vuelve a recordarnos uno de los acontecimientos huelguísticos más trascendentales del movimiento obrero y popular, con el único propósito de no olvidar el pasado ni repetir la historia.

Breve sobre el autor

Escritor, periodista cultural y pedagogo. Nació en 1958, vivió desde su infancia en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, al norte de Potosí. Durante la dictadura militar de los años setenta  fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en la prisión escribió su libro de testimonio Huelga y represión. Fue exiliado a Suecia en 1977. Es autor de una veintena de obras entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Es miembro del PEN-Club, la Sociedad de Escritores Suecos y la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías nacionales e internacionales. Está considerado como uno de los principales impulsores de la moderna literatura boliviana. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.

viernes, 31 de mayo de 2019


PRESENTARÁN LIBRO DE MONTOYA EN LLALLAGUA

La Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, la Dirección General de Extensión de la Universidad Nacional “Siglo XX”, la Secretaría de Desarrollo Humano del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua y la Dirección  Distrital de Educación del Municipio de Llallagua, invita a la presentación del libro:

HUELGA Y REPRESIÓN

Vida y obra del autor: Olga Tapia Gutiérrez, Directora Distrital de Educación del municipio de Llallagua.

Comentaristas: Armando Córdova Saavedra, abogado; Foster Ojeda Calluni, docente de la Universidad Técnica de Oruro y ex ejecutivo de la Federación Nacional de Trabajadores Universitarios de Bolivia; Sergio Romero Nina, ex dirigente de la Federación de Estudiantes de Secundaria de la provincia Bustillo (FES).

Palabras de circunstancia: Jesús Camacho Zárate, Director General de Extensión de la UNSXX; Milca Quispe Vásquez, Secretaria Municipal de Desarrollo Humano GAMLL. 

El evento se realizará el martes 11 de junio, a Hrs: 10:00, en el auditorio de la Carrera de Odontología, Plaza del Minero de Siglo XX.

Los organizadores agradecen su gentil asistencia.