jueves, 20 de febrero de 2025

 

EL PÁJARO CAMPANA

Cuando los árboles se miraban en las aguas del río y el sol ofrecía vida con su luz dorada, nació un pichón de bellísimo plumaje.

Los animales del bosque, al escuchar la melodía de sus trinos, le pusieron el nombre de Pájaro Campana.

Una mañana, que tenía en sí algo de divino, el pájaro de plumaje rojo y piquito negro salió de su nido, desplegó sus alas al viento y voló como una chispa alegre más allá del horizonte.

Las ramas eran mecidas por el viento y los animales arrullados por los trinos del pájaro cantor, que volaba haciendo círculos en el espacio donde las nubes fueron barridas por el sol.

La noche tendió su manto sobre el bosque y el Pájaro Campana volvió a su nido bajo el cielo salpicado de estrellas.

A fines de la más límpida estación del año, cuando el bosque estaba como botánico en plenitud, llegó un gorila feroz desde el otro lado del río.

El Pájaro Campana no advirtió la llegada del cazador, pero los animales, escondidos tras las piedras y los troncos, atisbaban al gorila que se internaba en el bosque a paso marcial.

El vértigo de los días tristes aún no se presentó, por eso el sol resplandecía alegre, esperando que el Pájaro Campana volara por encima de los árboles, desgranando sus canciones cual racimos de flores.

Esa misma mañana, el pájaro de plumaje rojo y piquito negro voló como un cometa de papel. Su corazón galopaba como un corcel y su sangre corría por sus arterias como un ganado de vacas en tropel. Sus ojos, que eran la luz de su conciencia, veían alejarse la vida y acercarse la muerte, mientras su canto hacía surcos en el aire.

El gorila, tendido sobre el follaje, escuchó el canto del Pájaro Campana. Alistó su escopeta y, tras apuntar contra la llamita de fuego, presionó el gatillo y la bala desapareció en la carne vida del pajarito. Pero él, que tenía los huesos tenaces y los músculos bien fornidos, se dejó aterrizar agónico sobre el pasto, con una herida abierta de donde le fluía la sangre a borbotones. Parecía una estrella diminuta apagándose en el bosque. La sangre se le confundía con el color de su plumaje y los latidos de su corazón con los redobles del tambor.

El sol radiante, testigo del acto fúnebre, proyectó el espectro enorme e impresionante del gorila. La sombra cayó justo allí donde el pájaro se retorcía en suplicios de dolor.

–¡Muere ya! –le gritó el gorila, con un bramido descomunal.

–No muero –replicó el pajarito–, porque hoy mismo nacen millares de pichones con el color de mi plumaje...

El trágico espectáculo hizo que el sol se escondiera detrás de las nubes y las flores se marchitaran una a una.

Al precipitarse la noche, el gorila, cuyo corazón era más duro que la roca y más frío que la muerte, retornó a su guarida. La luna se descompuso en aspas fosforescentes y los animales decidieron vengar la muerte del Pájaro Campana.

Cuando la última estrella se apagó en el cielo, el gorila salió de su guarida, la escopeta terciada a la espalda y las botas destalonadas. Sintió retorcijones en la panza y se echó a correr bosque adentro, articulando palabras que rebotaban en el silencio. Cortó la respiración en su punto más alto, aspiró hasta inflarse como un sapo y aligeró sus pasos para internarse cuanto antes bosque adentro. Al cabo de un tiempo, se detuvo en seco y miró en derredor, sin ver ni oír a nadie.

–Todo ha quedado sin vida –dijo, contemplando sus botas destalonadas.

Y en medio de un silencio insondable, los animales emprendieron su plan de imponer justicia en el bosque. Lo primero era cercar al gorila y después hacer..., hacer lo que vendría.

–¿Dónde están mis presas? –se preguntó el gorila, con un tono de queja en la voz.

Las lágrimas ahogaron su mirada y la respiración se le hizo un nudo en el pescuezo. No sabía qué hacer, si quedarse o volver. Estaba cabizbajo y perniabierto, y su corazón, más grande que el puño de una mano, parecía estallar contra los huesos de su pecho.

Los animales avanzaron hacia donde estaba el gorila, la boca espumante y los ojos anegados. Había llegado el instante de la asonada final. El conejo lanzó un vibrante grito de ataque y los demás se lanzaron a la carga.

El gorila, a pesar de estar armado, no pudo retener al torrente de animales que se le abalanzaron como el ímpetu de una ola, pero así aprendió que en el bosque no existían seres más poderosos que la inmensa mayoría.

Pasado el incidente, aquel lugar volvió a ser como antes: el jardín florido de la tierra, y el Pájaro Campana, que renació trinando versos de justicia, voló como una bandera victoriosa anunciando la libertad.

miércoles, 12 de febrero de 2025

MARIO VARGAS LLOSA. 

LOS ORÍGENES DE SU VOCACIÓN LITERARIA

Lo fantástico y maravilloso de América Latina no solo está presente en su realidad compleja y contradictoria, sino también en sus escritores contemporáneos, como es el caso del escribidor Varguitas, cuya vida y obra ha hecho correr cántaros de tinta, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde despertó el interés de las revistas, los simposios, las tesis y, sobre todo, el interés de los estudiosos de la literatura hispanoamericana.

Desde la publicación de su libro de relatos; Los jefes, en 1958, no ha dejado de ser una maquinaria de palabras, personajes e historias. Cada nueva novela que ha publicado, desde La ciudad y los perros, ha sido siempre más larga y densa, con flecos sueltos que el lector debe anudarlos para comprenderlas mejor.

Si afirmamos que sus obras son un vasto testimonio social, por abarcar gran parte de la realidad peruana, lo más probable es que nos conteste que no, puesto que para él: la literatura no es una rama de la sociología, a diferencia de lo que opinaba José Carlos Mariátegui, para quien la literatura jamás fue algo independiente de las demás remas de la historia.

De cualquier modo, Lima y los cadetes en La ciudad y los perros, el burdel y el convento en La casa verde, las prostitutas y el cuartel en Pantaleón y las visitadoras, la taberna llamada La Catedral en Conversación en La Catedral y su más auténtica autobiografía en La tía Julia y el escribidor, son espejos que reflejan las mil y una caras del Perú, desde un extremo distinto al de Ciro Alegría y José María Arguedas.

La temática Vargasllosiana, a excepción de la La guerra del fin del mundo, fue arrancada de su propia experiencia. Tanto las escenas como los personajes son realidades que ha vivido y conocido el autor desde su más tiernas adolescencia. Ahora bien, si a Vargas Llosa le gusta ser el protagonista de sus cuentos y novelas, ¿por qué no existe un solo libro que recoja las experiencias de su infancia? Será que este período de su vida fue tan armonioso que no le sirvió de base para estructurar una novela, aferrado a la idea de que solo las experiencias caóticas, llenas de fantasmas y demonios, son capaces de tomar forma ordenada en una obra literaria.

Sin embargo, a muchísimos años de haber abandonado Bolivia, él mismo nos dio algunas pautas de su infancia, en un extenso artículo publicado en el diario español El País, en el que dice: De uno a diez viví en Cochabamba, Bolivia, y de esta ciudad, donde fui inocente y feliz, recuerdo, más que las cosas que hice y las personas que conocí, las de los libros que leí: ‘Sandokán, Nostradamus, Los tres mosqueteros, Cagliostro, Tom Sawyer, Simbad’.

Las historias de piratas, exploradores y bandidos, los amores románticos y, también, los versos que escondía mi madre en el velador (y que yo leía sin entender, solo porque tenían el encanto de los prohibido) ocupaban lo mejor de mis horas.

Como era intolerable que los libros que me gustaban se acabarían, a veces, les inventaba nuevos capítulos o les cambiaba el final. Esas continuaciones y enmiendas de historias ajenas fueron las primeras cosas que escribí, los primeros indicios de mi vocación de contador de historias.

Esta confesión del escribidor Varguitas, nos es suficiente para saber que las raíces de su vocación literaria se hallan en esa hermosa tierra valluna, donde no solo nació el rey del estaño boliviano, sino también un presidente que fue colgado de un farol frente al Palacio Quemado.

Aquel niño de sonrisa abierta, que se contaba historias a sí mismo para dormir y soñar con ser marinero en un país que no tiene mar, pronto llegaría a ser una de las figuras más importantes de la novelística latinoamericana y una verdadera autoridad en literatura universal, a quien hoy todos quieren estrecharle la mano, incluso los monarcas del Viejo Mundo.

Sin lugar a dudas, así como Vargas Llosa es consciente de que las películas de aventuras que vio en los cines cochabambinos y los libros que leyó con cariño le sirvieron de estímulos en su carrera de escribidor, es también consciente de que su literatura está objetivamente concentrada en el Perú, a pesar de haber vivido tantos años en un país acorralado por los golpes de Estado.

Por otro lado, lo que hasta ahora no ha acabado de comprender es: ¿Por qué escribe? ¿Qué es escribir? Lo único que sabe Varguitas, después de haberse consolidado como escritor, es que siempre ha vivido acosado por la tentación de convertir en ficción todas las cosas que le pasaban en carne propia. Quizás por eso sea el mejor escribidor de su propia historia.

Cuando retornó al Perú, haciendo sonar las erres y las eses, la primera impresión que se le apoderó en Camaná, ciudad costera ubicada en el departamento de Arequipa, fue ver las olas bravías de la mar, donde se zambulló y le picó un cangrejo, vaya a saber en qué lugar.

No obstante, solo más tarde aprendió a conocer la verdadera realidad del Perú; concretamente, cuando ingresó al Colegio Militar Leoncio Prado, que era un microcosmos de la sociedad peruana, rodeado por muros grisáceos, en donde lo único que interesaba era tener huevos de acero.

Mario Vargas Llosa es el arquetipo del escritor profesional cuya actividad puede ser comparada con la de un oficinista, que se levanta a la siete de las mañana y a las ocho está ya trabajando con todo el furor de su alma, porque, en su opinión, el escritor debe trabajar como un peón. Cuando aún era adolescente no sabía de donde robar tiempo para la escritura y, cuando era joven, su aspiración era llegar a ser como el plumífero Pedro Camacho.

Con el transcurso del tiempo, sus ilusiones se trocaron en realidad, ya que desde que llegó a Madrid para obtener el doctorado en Derecho, y luego a París, donde vivió siete años y trabajó como periodista, no simplemente tuvo tiempo para leer sino también para escribir.

Para este autor, que odia su país con ternura, la literatura no se ha limitado a ser una actividad de fines de semana o de vacaciones, sino la obsesión de su vida, una especie de esclavitud en la que uno encuentra una extraordinaria libertad.

Mario Vargas Llosa, a lo largo de su trayectoria, ha escrito ensayos, obras de teatro, novelas y artículos de periodismo, oficio al que está agradecido por haberlo nutrido de valiosas experiencias. De no haber sido el periodismo, jamás hubiera podido escribir ‘Conversación en La Catedral’, ni buena parte de ‘Los cachorros’, ni ‘La casa verde’, Y, con mayor razón, ‘La tía Julia y el escribidor’, confesó este autor peruano, cuya vocación literaria despertó leyendo libros de aventuras, mientras transcurría su infancia en la ciudad valluna de Cochabamba.  

domingo, 9 de febrero de 2025

MILAN KUNDERA, EL ESCRITOR DISIDENTE

Este escritor checoslovaco nació en Brno, en 1929, y falleció en París, en 2023. Ya durante la Primavera de Praga ejercía la cátedra de cinematografía y escultura. Su novela, La broma (1967), batió el récord de ventas en todas las librerías. Solo en 30 días se agotaron más de 120.000 ejemplares. Cuando se la llevó a la pantalla, fue la película más taquillera del año.

Obtuvo el Premio de la Unión de Escritores Checoslovacos en 1968. Luego del proceso de liberalización, que fue derrotado por los tanques del Pacto de Varsovia, La broma fue prohibida y retirada de las bibliotecas, acusada de que su leitmotiv reivindicaba la imagen de Trotsky y se burlaba de los lemas sagrados de la época estalinista.

Milan Kundera se estableció en París desde 1975 y desde 1979 fue privado a su nacionalidad. A poco de abandonar su ciudad, encandilado por la gran rebelión húngara, la Primavera de Praga y los movimientos estudiantiles polacos de 1958, 1968 y 1970, intentó explicar el avasallamiento cultural del que estaba siendo objeto su país por parte de una potencia limítrofe, con la que jamás tuvo ningún contacto a lo largo de su milenaria historia.

Cada vez que dictaba una conferencia o concedía una entrevista, aprovechaba el menor resquicio para denunciar los atropellos que cometía la Unión Soviética en contra de la libertad de expresión en Checoslovaquia, debido a que algo semejante no había ocurrido ni siquiera bajo la ocupación del nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Me veo a mí mismo como uno de los últimos artistas de la gran cultura centroeuropea, que está a punto de ser masacrada –decía–, porque lo que está pasando en Europa central es precisamente la masare de su cultura (…) Todo proviene de allí: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, el teatro del absurdo.

A pesar del regusto de la nostalgia y la ira acumulada, Kundera era un autor leído y reconocido en los países de Occidente. Recibió muchos premios y diversas distinciones. Sus novelas: La broma, La vida está en otra parte, El libro de la risa y el olvido y La insoportable levedad del ser, han sido traducidas a varios idiomas.

Parece extraño, pero sus libros son similares en forma y contenido. La primera tiene su germen en los años del estalinismo en Bohemia y su declive en 1965, la segunda recoge los acontecimientos que conmovieron a su país en 1968 y El libro de la risa y el olvido cuenta la historia de una hermosa mujer, cuyo exilio va borrando de su mente a su esposo, su ciudad y los recuerdos de su pasado. Son libros que están lejos de parecerse a las novelas históricas y a las crónicas políticas, ya que para Kundera, la creación literaria, más que ser una sarta de verdades morales o una fuente de profecías sociales, es la síntesis de la filosofía, la narración, los sueños y la autobiografía. No me gusta reducir la literatura a una lectura política –sostenía–, aunque la palabra disidente significa suponerle a uno una literatura de tesis. En efecto, Kundera hacía mucho que trazó la línea divisoria entre el verdadero valor estético de la novela y la profecía política del ensayo o el panfleto literario de segunda categoría.

Como pocos de los intelectuales de los países del Este exiliados en Occidente, Milan Kundera se sentía incómodo en su papel de disidente, ya que, a pesar de estar lejos de su tierra, vibraba junto a los acontecimientos que sacudían a Europa central, donde la buena literatura brillaba por su ausencia, y no porque faltaran artesanos de la palabra escrita, sino porque publicar esta literatura implicaba someterse a una censura puntillosa o bien arriesgarse en el azaroso mundo de las ediciones clandestinas.

Milan Kundera, al margen de sus novelas salpicadas de erotismo y exentas de todo realismo mágico, ha publicado innumerables artículos que versa sobre el arte de escribir y la situación geopolítica de los países que dependían de la Unión Soviética.

Este escritor checo, que tenía los pies puestos en Occidente y su corazón en el Este, entró y salió de París, esperanzado en que algún día pudiera retornar a la ciudad que lo vio nacer, y confiado en que el movimiento popular polaco, organizado en torno a Solidaridad, pudiera arrancar mayores concesiones al régimen de Jaruselsky. Mientras tanto, siguió siendo un disidente que se comparaba con el piano de Frédéric Chopin: Pienso a menudo en Chopin –confesó–. La ocupación rusa le impide volver a su Polonia nativa (…) En Varsovia, catorce años después de su muerte, los soldados rusos tiran su piano por la ventana del cuarto piso. Hoy toda la cultura de Europa central comparte la suerte del piano de Chopin.