sábado, 25 de noviembre de 2023

LA BELLA Y LA BESTIA, UNA HISTORIA DE MAGIA Y ESPERANZA

Muchísimos cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido en monstruo o animal salvaje, debido a los hechizos de una malvada bruja; ésta es la condición con la que sobrevive, casi siempre escabulléndose en ámbitos penumbrosos, el monstruo que simboliza la animalidad integrada en la condición humana, hasta que es redimido por el beso y el amor de una doncella.

La Bella y la Bestia, probablemente, en sus diversas versiones, sea el cuento de la tradición oral que, entre grandes y chicos, ha tenido más éxito en todas las culturas y épocas, desde que la escritora Marie Leprince de Beaumont (1711-1780), que abrevió y modificó las antiguas versiones bajo los simples arquetipos del cuento de hadas, publicó El almacén de los niños  (1757), en el que se incluyó su versión de La Bella y la Bestia, y que el cineasta francés Jean Cocteau lo llevó a la pantalla en 1946, con un éxito que popularizó la imagen de una bestia, con aspecto de león, quien, tras haber sido víctima de un hechizo, vivía escondido en su castillo, hasta que la presencia de una bella mujer transformaría su infortunio en felicidad.

El poder del amor como argumento

La Bella y la Bestia es un cuento fantástico cuya acción transcurre en un mundo imaginario, donde la magia es eficaz y el amor es capaz de vencer los obstáculos. Todo comienza con la historia de un viejo mercader, viudo y con tres hijas. Dos mayores, presuntuosas y vanidosas, y una menor, humilde y bondadosa, a quien por su belleza llaman Bella,

El mercader, tras realizar un viaje, se dirige desde el puerto rumbo a su casa, pero se pierde en el bosque, hasta que se refugia en un castillo encantado, habitado por una misteriosa Bestia, quien, al encontrarlo en el jardín, le ofrece descanso y alimento,y lo retiene en el castillo como su prisionero. El mercader le pide que lo libere. El monstruo promete hacerlo, pero a condición de que le conceda en matrimonio a una de sus hijas.

Cuando el mercader retorna a su hogar, les cuenta a sus hijas lo que le había pasado en el bosque y el castillo. Las hijas mayores no quieren saber nada de las pretensiones del monstruo, a diferencia de la hija menor, la Bella, que se ofrece cumplir la promesa de su padre, yéndose a vivir en los ricos aposentos de la Bestia, quien la visita cada noche, suplicándole que se case con él, pero ella le rechaza una y otra vez, hasta que cierto día, ve en su espejo mágico que su anciano padre está muy enfermo. Entonces le ruega a la Bestia que permita verlo por última vez. La Bestia accede a su pedido, con la condición de que regrese al castillo antes de ocho días.

La Bella no vuelve a tiempo y encuentra a la Bestia agonizando en el jardín, debido a la tristeza que le causó su ausencia. Ella se arrodilla ante la Bestia, quien exhala sus últimos alientos de vida, y, entre lágrimas y súplicas, le pide que no se muera, porque lo ama y quiere ser su esposa. La Bestia, al escuchar estas mágicas palabras, sana y se transforma en un apuesto príncipe. Acto seguido, él le revela que, por medio del encantamiento de una malvada bruja, había sido convertido en una horrible bestia para que ninguna mujer deseara casarse con él; y que la única manera de romper con la maldición era que alguien se enamorara de él, pero sin antes conocer el porqué del encantamiento.

La Bella y el príncipe se casan y viven felices en el castillo, junto a su padre, mientras las dos hermanas mayores son transformadas en estatuas de piedra, pero sin perder la consciencia, para que sean testigos de la felicidad de la Bella y el príncipe, quien dejó de ser Bestia por la magia y el poder del amor. 

Entre la realidad y la ficción

Si este tipo de historias fuesen ciertas y se replicaran en la vida real, sería una maravilla, como una maravilla son los cuentos que abordan temas donde se amalgaman la realidad y la fantasía, procurando que los elementos fantásticos y mágicos parezcan también realidades comunes y cotidianas.

Sin embargo, lo cierto es que los cuentos como La Bella y la Bestia, que están estructurados sobre la base de la desbordante imaginación de los autores, son narraciones que juegan con la fantasía del lector y que no tienen la función de impartir lecciones de senso-moral ni ser textos didácticos para enseñar a discriminar lo que es bello y lo que es feo, pero tampoco son temas donde la fantasía debe diferenciarse de la realidad. Por cuanto la La Bella y la Bestia es un cuento de la tradición oral, donde la ficción puede superar a la realidad, al menos, si se necesita de estos cuentos para superar la inseguridad y falta de autoestima.

Con todo, este cuento clásico continúa conquistando los corazones de grandes y chicos, que sueñan con esta mágica historia de amor y fantasía, que a los lectores les permite abrigar la ilusión y la esperanza de que la belleza de una persona no está en su físico, sino en su personalidad, ya que lo más importante no es la belleza superficial, sino el bondadoso corazón que posee un individuo, como si tuviese un bello príncipe atrapado en su interior.

La Bella y la Bestia, al margen de la fantasía y la magia que encierra en su estructura literaria, es una idealización de un romance en el que se justifica que el hombre puede parecerse a la Bestia mientras tenga sentimientos nobles. O un mero enunciado lírico para quienes creen que el hombre mientras más feo, más bello. Está claro que este dicho se dice por decir, sobre todo, si nos enfrentamos a los actuales cánones de belleza masculina que, así no se reconozca públicamente, es tan importante como la belleza femenina. Es cuestión de ingresar a las redes sociales para advertir que los artistas, cantantes y deportistas que más cotizan son aquellos cuyas figuras son más atractivas por su aspecto físico que por su competencia intelectual, más por lo que lucen por fuera que por lo que atesoran por dentro.

Fealdad y belleza

La Bella y la Bestia es la perfecta metáfora de una relación amorosa donde la belleza de la mujer se sobrepone a la del hombre, que, aun siendo chato, gordo y feo, es apreciado por otras cualidades más internas que externas, o, simplemente, porque posee poderes sociales, políticos y económicos, ya que un hombre acaudalado no es lo mismo que un pobretón, como un hombre con renombre familiar no es lo mismo que el hijo del vecino.

Cuando una madre obliga a su hija, joven y hermosa, a contraer nupcias con un hombre viejo, chato y feo, aunque acaudalado, es como obligarle a tragarse un sapo vivo, condenarla a vivir en una relación que no es de su agrado y que de por sí le provoca aversión. Esto no quiere decir que el sapo, al menos según las magníficas versiones de los cuentos de hadas, pueda convertirse en un bello príncipe si se le da un beso.

El cuento también se ha interpretado como una crítica a los matrimonios por conveniencia. La unión de una mujer, especialmente joven y bella, con un hombre acaudalado y mucho mayor que ella. El cuento enseña que si las mujeres buscan el auténtico amor en el interior de sus ancianos maridos, pueden encontrar al príncipe que se esconde tras la apariencia de bestias. O que ellas mismas consigan esa transformación por medio de su amor. La diferencia de edades y condiciones sociales, en este caso, no tienen ninguna importancia si el amor es más grande que las apariencias físicas.

Una niña puede creer que el sapo puede convertirse en príncipe, porque intelectualmente se encuentras en la etapa del pensamiento mágico, a diferencias de una adolescente, que no cree que un sapo pueda trocarse en príncipe, porque su pensamiento corresponde a la etapa del razonamiento lógico y porque sabe que es imposible que el sapo sea un príncipe encantado y que un hombre de horrible aspecto pueda trocarse en bello después de un beso.

Las adolescentes están convencidas de que los cuentos donde las bestias, los sapos y las serpientes pueden trocarse en bellos príncipes son solo cuentos, que están lejos de la realidad y que, en el sentido terapéutico como lo afirmaba el psicoanalista Bruno Bettelheim, son algo así como una cura o un consuelo para quienes viven aquejados por su fealdad. Por cuanto La Bella y  la Bestia, al margen de ser una bella historia, no deja de ser una fantasía difícil de aplicar en la realidad, en esa realidad donde no es difícil diferenciar entre lo que es bello y lo que es feo.

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

LA CHICHARRONERÍA DE DOÑA MARUJITA

Un fin de semana en Llallagua, cuando se tienen ganas de comer un buen chicharrón, lechón o fricasé, es cuestión de viajar por la carretera asfaltada, llamada diagonal Jaime Mendoza, inaugurada oficialmente en diciembre de 2018, hasta llegar, luego de atravesar una serranía árida, pedregosa y polvorienta, a las afueras de Uncía, capital de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí y ciudad que sobrevive gracias a la agricultura, ganadería y explotación minera.

A orillas de esta ciudad de población bilingüe, donde sus habitantes hablan con desparpajo el quechua y el español, se encuentra la Chicharronería Marujita, donde comer… ¡Es un placer!, que atiende los domingos y feriados, a partir de las 11:00 de la mañana.

Se camina unos metros en dirección a la Plaza 6 de Agosto, y allí mismo, a media cuadra y a mano derecha, está la casa con fachada de color naranja, ubicada en la Calle Sucre 29, reconocible por el nombre viñeteado en la pared frontal, donde se lee: Restaurante Marujita. No hay cómo perderse, el local está a la vista de los peatones, que pasan y repasan por este local que existe desde la pasada centuria.

Se atraviesa el dintel de un portón de madera y, de pronto, uno aparece en un patio lleno de mesas, sillas y toldos improvisados, de lona y plástico, de todos los colores y tamaños, para resguardarse del sol, la lluvia y los vientos que arrecían desde los cerros. No parecen elementos decorativos para resaltar la imagen de la vivienda, sino cubiertas necesarias para protegerse de las inclemencias de la intemperie.

El ambiente desprende un olor a carne frita y tiene un aspecto de casa antigua, de esas casas donde parece haberse detenido el aire y el tiempo  de otros tiempos. El piso está cubierto por losas y una alfombra de césped sintético. Allí, entre muros que se levantaron con adobes hechos de barro, mezclado con arenilla y paja brava, habita y reina doña Marujita, quien, como toda fiel devota del patrono San Miguel Arcángel, cuya festividad se celebrada a fines de septiembre, atiende, ataviada con un impecable mandil con bolsillos y una pañoleta en la cabeza, con amabilidad y expresión amigable a cada uno de los comensales que cruzan el dintel del portón que da a la calle.

Al fondo del patio está la pequeña cocina, cuyo techo de calamina, oxidado y ligeramente hundido, soporta el peso de piedras de diversos tamaños. Ahora bien, si las piedras están colocadas encima del techo, al margen de ser una suerte de ornamento de la vivienda, es para sujetar las calaminas que, en tiempos en que sopla el viento sin contemplaciones, pueden ser desclavadas de las vigas y volar por los aires como hojas de papel.

Doña Marujita sabe que la buena atención al comensal es la clave para ganarse la simpatía y el aprecio de todos quienes volverán una y otra vez, bajo la lluvia o bajo el sol, a servirse los platillos de fricase, lechón y chicarrón, especialidades de la casa, donde se respira libertad y ganas de tragarse todo lo que contiene el platillo.

Doña Marujita prepara el chicharrón a la vista de los consumidores, a modo de lucir sus conocimientos en materia gastronómica. A veces, mientras está ocupada en sus quehaceres, se le desborda el caldo de la paila y cae sobre el fuego y las brasas, provocando una humareda que pronto es amainada con experiencia y destreza acumuladas durante años, como quien aprendió a domar el fuego, avivando las brasas que brincotean como pequeños diablillos entre la pared circular de la k`oncha (fogón de barro).

El chicharrón se cocina en la grasa derretida del mismo cerdo, en una enorme paila de cobre que, a su vez, está puesta sobre un fogón hecho de barro, preparado en fuego a leña, y el emplatado se remata con un chorro de frituritas de la piel del cerdo. El platillo es acompañado con mote blanco, papas con cáscara, chuño y, como es natural, no pude faltar su exquisita llajwa (salsa picante elaborada con tomates, locotos, sal y killkiña).

Un aparato de sonido, ubicado en la plataforma de tablas, es controlado por uno de sus hijos, quien, al mejor estilo de un discojoke, pone música variada y de sobremesa –con preferencia los boleros mejicanos, los vals peruanos y los clásicos del folklore boliviano, como los Karkas, Savia Andina y el Dúo Sentimiento, entre otros–, para acompañar a los comensales que, con los dedos convertidos en cubiertos y la mirada puesta en los platos de comida, se zampan los caldos, las carnes, los motes, las papas y los chuños, con una avidez que parece haber sido acumulada por mucho tiempo.

A un costado del patio, donde están las pailas puestas sobre el ojo de las k´onchas, tiznadas por el hollín y el humo, las carnes están cocinándose entre burbujas de grasa, hervido por las brasas y el fuego a leña, un detalle que le da una característica especial a las comidas preparadas por las divinas manos de doña Marujita, quien mira con un ojo las pailas de cobre y con el otro a los comensales, quienes se sirven la comida con todos los sentidos, casi sin hablar ni respirar. Ellos comen con las manos, como dispuestos a chuparse los dedos después de cada bocado, sin ser necesariamente gourmets de gusto refinado y exigente paladar.

Doña Marujita, a pesar del peso de sus años y los achaques que se le manifiestan de tanto en tanto, se mueve como una ardilla, de un lado a otro y sin tregua, como si estuviese acostumbrada a trabajar desde siempre, sin quejarse ni tomarse una pausa, como si su trabajo fuese el mejor premio que ganó en la vida, no solo porque este trabajo le ha permitido mantener a su familia, sino también porque le da una profunda satisfacción el simple hecho de dejar conformes a sus comensales, quienes le expresan su respeto, admiración y su infinito agradecimiento por haber convertido su tiempo de almuerzo en un momento inolvidable y en una fiesta para el paladar.

Doña Marujita cocina con pasión y sabiduría, convencida de que los hombres, las mujeres y los niños, se llevarán a casa el estómago lleno y el corazón contento. Pues, como ya se sabe, el placer de comer no solo entra por los ojos, sino también por el olor, el color y el sabor de una comida emplatada con el cariño de quien sabe que no es lo mismo comer por comer que deleitarse con cada bocado que explosiona en la boca.

Su cocina, donde se ingresa por una puerta angosta y una grada de piedra, no luce una hornalla industrial ni un mesón de respetables dimensiones, sino unas mesitas, un estante con utensilios, cubiertos, vasos, platos, boles de plástico y otros, que le dan la apariencia de ser una cocina familiar, donde uno se siente como en su propia casa, donde faltan los típicos muebles de un restaurante, pero donde sobra el calor de hogar y el aire de bienvenida que se respira por doquier.

Doña Marujita es una gastrónoma de sepa y se dedica al arte culinario por herencia familiar. Ella aprendió a cocinar al lado de su madre y al lado del fogón, mirando como la carne de cerdo cambia de textura a medida que se fríe en la grasa del animal más sucio, pero el más delicioso de la cocina popular. Doña Marujita es una de las cocineras más prestigiosas de Uncía, conoce las técnicas de preparación del chicharrón y el fricasé, la calidad de los ingredientes con solo olerlos y palparlos, y, lo que es más importante, conoce los componentes culturales de esta magia culinaria que es una virtud reservada solo para las mujeres que convierten en delicias todo lo que tocan.

Si uno mira en derredor, constata que los comensales se zampan el contenido del plato con la avidez de los parroquianos que, después de una noche de copas, buscan servirse una buena porción de chicharrón o fricasé, intentando reparar la resaca que produce retorcijones en la panza y zumbidos en la cabeza.

El fricasé de cerdo es un platillo típico del altiplano boliviano, aunque tenga su origen en la cocina francesa y su nombre sea fricasseé. Es un caldo picante que incluye trozos de carne, nudos, cuero y costillas de cerdo. Este platillo se aliña con un aderezo de cebollas blancas finamente picadas, comino molido, pimienta negra, dientes de ajo, finamente picados, orégano desmenuzado y ají panca picante, lo que le confiere un color rojizo. Después de una cocción de dos horas y media en la paila, al punto en que las carnes están casi desprendiéndose de los huesos, el fricasé está listo para ser servido en un plato hondo, preferentemente de barro cocido, con chuños negros y un puñado de mote de maíz blanco, esparcido en el caldo humeante y aromático, y, como es de rigor, se acompaña con llajwa, que se muele en el batán de piedra que está en el patio, cerca de la puerta de la cocina.

De pronto aparece, como salido de la nada, una perrita de nombre Beba y de raza shar pei (piel de arena), que merodea alrededor de las mesas y se asoma a los comensales, luciendo las arrugas en su frente y su hocico grueso, a la espera de que alguien le tire un trozo de carne, pero tiene que ser carne como su labio carnoso, porque, como catador de los sabrosísimos platillos que prepara su dueña. Eso sí, como todo gourmet de gusto delicado y exquisito paladar, no come ni roe huesos, menos los huesos que le arrojan con desprecio. Esta perrita longeva, que inspira amor y ternura, no solo es un animal de compañía sino también la celosa guardiana del restaurante, donde se pasea a paso lento, exhibiendo su pelo leonino, sus ojos oscuros, sus orejas caídas y su parada de medio metro, como si ella fuera la misma ama y señora de este restaurante donde se sirven platillos con sabor y estilo nortepotosinos, y que, en mérito a sus años de servicio, forma ya parte del patrimonio gastronómico y cultural de Uncía. Ojalá que este patrimonio no se muera nunca y que la afamada dama, de menuda estatura y sonrisa afable, sea reconocida por parte de las autoridades ediles con los mayores honores, por tratarse de un punto más de atracción turística, donde los visitantes de todo el país, urgidos por saciar el hambre y relajarse del cansancio, son acogidos con el corazón y las puertas abiertas de este restaurante tradicional, que desde un principio invita a retornar hacia el sabroso olor de sus pailas y el acariciante calor del fuego a leña que emanan las ennegrecidas k´onchas.

Al término de una buena comilona, doña Marujita se acerca a las mesas, llenas de platos, gaseosas y botellas de cerveza, para invitar, como un cariño de la casa, una jarrita de vino oporto a manera de asentativo para bajar y digerir mejor el chanchito. Las comidas y el vinito son delicias que deben probarse alguna vez en este restaurante uncieño, que parece la casa del jabonero, donde el que no cae…

jueves, 9 de noviembre de 2023

HISTÓRICAS MUJERES DEL NORTE DE POTOSÍ

En los pasados días, y con motivo de celebrar un aniversario más de la gesta libertaria de la ciudad de Potosí, que se concretizó el 10 de noviembre de 1810, salió a luz el folleto Nortepotosinas en la historia de la mujer boliviana, elaborado por el escritor Víctor Montoya y la bibliotecaria Lourdes Peñaranda Morante, actual responsable del Archivo Histórico Minero de Catavi, Regional de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).

El folleto, publicado bajo el sello de Ediciones La Cueva del Tío, es un compendio que registra a las mujeres que, con autoridad moral y esfuerzo tesonero, descollaron en distintos ámbitos a nivel local, nacional e internacional, como dignas representantes de las mujeres nacidas en las provincias de la zona norte del departamento de Potosí.

En el preámbulo se afirma: La historia de Bolivia está llena de eventos heroicos donde las mujeres fueron las grandes protagonistas, y las nortepotosinas, en el siglo XIX, XX y XXI, han hecho su parte, desde las trincheras del hogar, la vida política, sindical, económica, cultural, deportiva y la investigación científica, sin más propósito que legitimar sus derechos en una sociedad patriarcal, que durante siglos la negó por su condición biológica y su lugar en las esferas sociopolíticas del país (…) Por fortuna, en la actualidad es evidente la presencia de las mujeres en todos los estamentos del Estado, con iniciativas que defienden los derechos de la mujer y velan por los intereses de una nación con equidad de género, justicia social, exenta de racismo y toda forma de discriminación. Las mujeres nortepotosinas brillan con su presencia en la historia de la mujer boliviana. Ahí tenemos el caso de María Amelia Chopitea Villa, la primer doctora boliviana; las escritoras Martha Mendoza Loza, Tula Mendoza Loza, Paz Nery Nava Bohórquez, Jael Oropeza de Pérez; las compositoras de música folklórica como Luzmila Carpio Sangüesa, Cornelia Veramendi Mamani y Nardy Barrón; las investigadoras como Amalia Dávila de Gallardo, Carola Campos Lora; las deportistas Paulina Medrano, Judith Quiñones, Judith Terceros y muchas otras que, debido a razones obvias, aún no se han dado a conocer en la vida pública, pero que, debido a su talento y su aporte significativo en el campo de las ciencias, la tecnología, el deporte, la política y la cultura, un buen día ocuparán, con legítimo derecho, el lugar que les corresponde en la historia nacional (…) Esperemos que estos apuntes de nombres y datos, reunidos en el presente folleto, además de echar más luces sobre una realidad no siempre visibilizada por la historia oficial, sirva para ir rescatando a las mujeres nortepotosinas que supieron contribuir al desarrollo del país con la fuerza de su inteligencia, su honda sensibilidad, su asombrosa creatividad, su inclaudicable lucha y su gran valor humanista.

El folleto Nortepotosinas en la historia de la mujer boliviana (noviembre, 2023), es el inicio de un trabajo de largo aliento, que requiere sistematizar los datos sobre la vida y obra de quienes, acaso sin pensarlo ni proponérselo, se convirtieron en personalidades paradigmáticas, constituyéndose en ejemplos para las jóvenes del presente y el futuro, y en mujeres que, contraviniendo los códigos retrógrados y conservadores, se atrevieron a tumbar los muros del sistema patriarcal y romper con las ataduras del machismo, que no siempre supo reconocer las virtudes de la mujer ni aceptar su ineludible presencia en los diversos contextos de la vida nacional.